N/A: Esta es un fic YohxAnna, así que si no les gusta la pareja no les recomiendo que lo lean. Yoh tiene 19 y Anna, 18

Atención: Éste no es un fic para menores, y habrá escenas de sexo, violencia, y una violación. Si no pueden leer éste tipo de situaciones, no sigan o salten las escenas. Gracias.

Prólogo.

Anna miró a su prometido desde cierta distancia. Ya habían pasado horas desde que Yoh se hubiera desmayado y la fiebre no pasaba. Tampoco los temblores. Él sudaba en su futón, se agitaba, gemía, a veces entreabría los ojos, pero no despertaba. Anna cerró los ojos, suspiró, y fijó la vista en la ventana.

Había ocurrido hacia el mediodía, casi a las 5 de la tarde.

Flashback

"Anna…, te juro que… no puedo más" dijo Yoh. Después de haber trotado al menos 60 kilómetros, Anna le había puesto a levantar pesas por no hacerlo lo suficientemente rápido.

"!Ya deja de holgazanear, apenas te faltan 126!"

"Pero Anna…"

"!Anna nada!"

"Anna… no… puedo… MÁS!

Y entonces se desmayó. Anna acudió a su lado, preocupada, y esperó a que despertara, pero después de unos minutos quedó claro que Yoh no iba a despertar pronto. Lo cargó (o más bien lo arrastró) hasta la sala en la que siempre veían televisión, pues no podría subir las escaleras con él a rastras. Lo dejó sobre el suelo, subió a su cuarto para conseguir su futón y bajarlo a la sala. Puso a su prometido sobre el futón y se sentó a su lado, esperando.

Pasaron al menos dos horas, Yoh seguía inconsciente. Anna le tocó la frente, y se sorprendió ante la temperatura. Yoh ardía en fiebre. Volvió a levantarse para ir a la cocina y llenar un recipiente con agua. Agarró una toalla pequeña y regresó a la sala. Allí, mojó la toalla, la exprimió y se la puso en la frente

Fin del Flashback

Eso era todo lo que había hecho durante las últimas cuatro horas. Quitarle la toalla de la frente solo para volver a mojarla y colocársela.

En total Yoh llevaba más de seis horas inconciente, y Anna llevaba seis horas esperando.

Y es que ya no sabía qué más hacer. Es normal que uno tenga una fiebre inexplicable de cuando en cuando, y normalmente eso se pasa después de un rato en cama, pero esta fiebre no era inexplicable y quedar inconciente por ella no es normal.

"Todo esto es mi culpa" pensó Anna, apartando la mirada de la ventana para observarlo a él. Le tocó la mejilla con los dedos, descubriendo que también allí había sudor "No debí de haberlo hecho entrenar tan duro… no así" Se mordió el labio inferior y tembló ligeramente "¿Qué más puedo hacer?" Volvió a mirar a la ventana, pero no retiró sus dedos de la mejilla de Yoh "Veamos…la fiebre es simplemente una reacción del cuerpo ante una infección. ¿Quizá lo más seguro sería darle antibióticos?"

Ya no sabía qué hacer. Manta estaba fuera de la ciudad, pues su padre le estaba enseñando los negocios de la familia y, por tanto, debía aprender a manejarlos; Horo y Tamao estaban en Hokaido, Len y Pilika, en China, Jun y Ryu… bueno, en las carreteras (Ryu la había convencido para que lo acompañase), Lyserg, en Inglaterra, Chocolove, en México, Tamao, en el pueblo natal de Yoh, con Kino, y Fausto, haciendo una investigación médica Dios sabrá donde.

Así que no tenía a nadie en quién confiar en las cercanías. Fausto habría sido de mucha ayuda... ¿Por qué diablos parecía que todos se habían puesto de acuerdo para dejarla con Yoh a solas? Sacudió la cabeza y trató de pensar mejor.

"Puedo intentar conseguirle algo en la farmacia que está cerca de aquí" miró fuera de la ventana. Estaba tan oscuro… jamás había salido de noche, o al menos no sola. Anna no era tan estúpida como adentrarse en la gran ciudad, sola, donde el índice de crímenes había subido tanto en los últimos cuatro años, y de veras, DE VERAS, que no quería hacerlo. Además, irse significaría que tendría que dejar a Yoh, solo, en ese estado.

Se mordió el labio inferior, indecisa, pero un quejido por parte de Yoh la hizo decidirse. Mojó la toalla por última vez. Se levantó, fue a recoger su cartera y salió de la pensión a paso rápido, sin darse cuenta de que había olvidado su rosario en la sala…

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Eran ya las 11 de la noche. Anna había logrado llegar a la farmacia, que se encontraba vacía debido a la hora. En seguida, un hombre la atendió. Ella le explicó los síntomas de su prometido con toda la exactitud de la que era capaz. No tardó más de diez minutos en salir de la tienda con una bolsa de medicamentos y un papel con las prescripciones.

Decidió volver por las avenidas, justo por donde había venido. Después de todo, estaban iluminadas y había la suficiente cantidad de gente como para que los crímenes fueran más reducidos allí, incluso a esas horas.

La imagen de Yoh ardiendo en fiebre en la sala de la pensión logró hacer que Anna apurara el paso. Vio un callejón a su lado y se detuvo un instante… podría acortar camino por el callejón.

Otra imagen pasó por su mente, y eso le bastó para decidirse. Se internó en el callejón… de lo que se arrepentiría después.

No había llegado ni a la mitad de aquel estrecho y oscuro callejón, cuando dos hombres le bloquearon la salida. Anna retrocedió. Aún estaba lejos de ellos, por lo que podía simplemente darse la vuelta y correr hasta la avenida, donde estaría a salvo otra vez. Retrocedió un poco más, pero al darse la vuelta, descubrió que había otros dos hombres esperándola desde atrás. Volvió a voltearse. No perdió la calma, después de todo, era una itako, podría recurrir a los espíritus para que asustaran aquellos hombres. Se tanteó el cuello y el pecho, solo para tocar piel suave y la fría tela de aquel vestido negro. Parpadeo varias veces, perpleja, y tanteó de nuevo. No, esto no podía ser.

Su rosario, aquel que siempre llevaba en torno a su cuello, aquel que le ayudaba a llamar a los espíritus, no estaba allí, donde debería estar. No estaba alrededor de su cuello, esperando a que ella lo usara, simplemente no… estaba. Sin él, no era más que una mujer perdida y asustada en un mundo caótico. Sin él, no era más que… una mujer, una simple mujer que estaba expuesta a los mismos peligros que las demás.

Desde ese entonces, Anna supo que estaba en serios problemas.

"!Hey, belleza!" dijo uno de los dos que primero habían aparecido. Anna tembló, pero trató de no mostrar miedo. Si sólo eran asaltantes, podría cooperar y salir ilesa… ahora, si eran más que asaltantes… Oh, Dios, ¿en qué se había metido?

"¿Qué llevas allí?" le preguntó otro, ésta vez desde atrás. Por la intensidad de la voz, parecía que los que estaban a sus espaldas se estaban acercando.

"Medicinas" respondió ella.

"¿Medicinas? ¿Para qué?"

Usualmente habría contestado a una pregunta tan obvia con un sarcasmo, algo así como "Para mi auto, últimamente tiene una tos insoportable" o habría sido más directa y le habría salido con un "Para curar a un enfermo, pedazo de idiota, ¿para qué más son las medicinas?" Sin embargo, esta no era una situación usual, por lo que se tragó su orgullo y su sarcasmo y contestó con una voz lo más calmada posible.

"Mi hermano está gravemente enfermo"

"Oh, siento oír eso" murmuró uno de ellos, y Anna sintió su aliento en su cuello. Se adelantó para apartarse.

"Entonces, belleza, ¿cómo te llamas?"

"Sakura" mintió ella.

"Bonito nombre" Anna volvió a sentir el aliento de aquel hombre en su cuello. Esta vez, solo dio una media vuelta, para observar a los cuatro… asaltantes al mismo tiempo.

"A ver, dame eso" dijo uno de ellos, apuntando la bolsa.

"Mi hermano necesita esas medicinas" dijo Anna, con voz impasible. Si el objeto que iba a entregar no fueran las medicinas que mejorarían a Yoh, lo habría entregado sin cuestionar nada, sin embargo, Yoh necesitaba esas medicinas. Anna batalló un instante, pero al final, les entregó la bolsa, muy a su pesar.

"Bueno, Sakura, donde vives"

"No vivo aquí, me hospedo en un hotel. Allí mi hermano enfermó"

"Y estás sola…"

Aquello no fue una pregunta, sino una afirmación. Ellos sabían que estaba sola, quizá porque la habían visto entrar y salir de la farmacia y la habían seguido. Cuando la habían visto entrar en el callejón, dos de ellos corrieron a dar un rodeo y aparecer frente a ella, mientras que otros dos le impedían regresar bloqueándole la entrada.

Uno de ellos, un hombre de unos 25 años, se le acercó. Era alto, muy fornido, de piel algo más oscura que la de ella, y pelirrojo. Tenía una cicatriz que le cruzaba la ceja izquierda y el párpado también, casi hasta la mejilla.

Anna retrocedió, pero lo hombres se le acercaron más. Apretó los dientes. Estos no eran solo asaltantes. Eran algo peor, lo suficientemente malo como para hacerla temblar de miedo. Aún así, se mantuvo erguida, y miró al hombre de la cicatriz a los ojos.

Éste se limitó a mirarla por un rato, dándose cuenta al instante de que ésta era una de esas mujeres de mal carácter, de ésas que son tan tercas que forcejean, más enfadadas que atemorizadas, y sin embargo, el temor que experimentan al final de la violación siempre será mayor.

Ésta era una de ésas mujeres a las que era realmente divertido domar, ver quebrada en mil pedazos y sin esperanza de recomponerse nunca.

Él se le acercó hasta tenerla arrinconada contra la pared. Trató de tocarle la mejilla, pero ella solo frunció el ceño y golpeó esa mano intrusa con una de las suyas, revelando su verdadero carácter. Él se rió, y le lanzó tan fuerte bofetada que la hizo caer al suelo. Al instante, dos de los hombres la pusieron otra vez boca arriba y le aferraron ambas muñecas, solo para mantenerla en su lugar, otro le tapó la boca con ambas manos.

El pelirrojo tomó su lugar entre las piernas de la chica. Ella no trató de gritar, como la mayoría de las mujeres que aquella pandilla había asaltado, sino que trato de morder al que le mantenía tapada la boca. Éste solo rió ante su vano intento.

El pelirrojo empezó a tocarla de manera brusca y morbosa. Anna forcejeó, pero los dos hombres que le habían aferrado las muñecas la mantuvieron en su sitio. Gritó, pero su grito quedó ahogado bajo la mano del que le tapaba la boca. Pateó a su atacante, al que tenía encima, pero de nada sirvió para hacerlo desistir. El pelirrojo la miró a los ojos, y vio que toda esa energía furiosa se estaba convirtiendo, rápidamente, en puro terror. Sonrió con malicia. Le tocó los senos, y los apretó con fuerza, sintiéndola retorcer bajo él. Sacó un cuchillo y le rasgó el vestido junto con el sostén. Empezó a besarle el cuello; Anna lanzó un chillido ahogado, pero él no le hizo caso, nadie la oiría aquí. Le mordió el cuello con fuerza, y ella solo cerró los ojos y siguió forcejeando. Ya a estas alturas, una mujer común habría estado llorando y rogando, pero ésta era orgullosa, de las que no lloran ni ruegan hasta que dejan de pensar porque el terror las ha consumido. Aún en estas condiciones, Anna era lo suficientemente orgullosa como para dejar de lado su miedo y prohibirse a sí misma llorar.

Él siguió mordiéndole el cuello, y ella siguió forcejeando. Dejó de morder para empezar a lamer; Anna se encogió de disgusto. Él solo rió por lo bajo y empezó a recorrerla con las manos otra vez, empezando por los senos, donde se quedó un largo rato, bajando por el estómago y deteniéndose en su vientre.

Anna estaba frenética. Giraba la cabeza de un lado a otro para tratar destapar su boca y poder gritar con todas sus fuerzas. Trataba de liberar sus manos para al menos arañar a sus atacantes, golpeaba al pelirrojo con las rodillas. Solo sabía una cosa, las posibilidades de salir ilesa eran de cero, aún así, tenía que intentar escapar. Si tan solo lograba lanzar un par de gritos…

Él pelirrojo dejó su cuello para empezar a morderle los pechos. Anna volvió a chillar, y estuvo a punto de sollozar de dolor, pero volvió a contenerse solo por proteger la poca dignidad que le quedaba. Lo sintió morder con más fuerza, y ella trató de apartarse con todas sus fuerzas, pero fue inútil. Estaba atrapada, y sometida a la voluntad de sus atacantes. Fue entonces cuando empezó a sentir el verdadero terror que toda persona experimenta en una situación así. Él deslizó sus manas más abajo, y empezó a tocar su parte más íntima, para luego introducir dos dedos dentro de ella, casi logrando hacer que llorara de dolor. Empezó a mover sus dedos, sin preocuparse por ser delicado o no, sintiéndola temblar de dolor, pero demasiado orgullosa como para llorar o rogar. Él sólo sonrió y siguió moviendo sus dedos, cada vez con más brusquedad.

Pronto se cansó de esto. Dejó de morderle los senos y sacó sus dedos para ponerse completamente sobre ella, no sin antes desabrocharse los jeans y bajárselos hasta las rodillas, lo suficiente como para exponer su miembro duro y grueso. La penetró lentamente, no porque quisiera ser delicado, sino porque así le gustaba. Sin embargo, a mitad de trayecto se encontró con un obstáculo. Nuevamente sonrió con malicia.

"Entonces eres virgen, Sakura" murmuró él, con una voz tan ronca que la hizo temblar de miedo. Acercó su boca a la oreja de la chica "Cuando termine contigo, ya no te quedará ni una pizca de inocencia"

La aferró por las caderas y penetró con fuerza, rompiendo al instante la barrera. Anna lanzó un grito estrangulado, pues aún tenía la boca tapada, y trató de contener su llanto, pero fue entonces, cundo la fría realidad la golpeó con todas sus fuerzas.

Estaba siendo violada, penetrada, había un hombre dentro de ella y después vendrían los otros; ya no era virgen, ya no era pura: estaba sucia. Sus ojos se llenaron de lágrimas nuevas que no pudo contener al pensar en Yoh, ardiendo en fiebre sobre el futón. ¿Qué pensaría él de ella cuando se enterara, si llegaba a enterarse? ¿Seguiría queriendo casarse con ella o la desecharía porque estaba sucia? ¿La rechazaría, ahora que ya no era pura?

"No…"

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N/A: Bueno, ahí tienen el prólogo. Espero que les haya gustado. Trataré de poner el próximo capítulo en un par de días, quizá un poco más. Nos vemos.