Soporto bien, frente al espejo de la sala que pertenecía a esa anciana esquizofrénica. Quebré la Inocencia. Con mis propias manos, la hice trizas. Y los monstruos devoraron a la dueña de éste cuarto. Me arreglo el cabello con la mano derecha, aún ensangrentada.
Anoche, antes de irme, Ticky se quedó viéndome como un tonto.
-¿Pero qué te pasa, Rhode? Podría jurar que estás pálida.-Intentó alargar su mano hacia mi hombro, pero yo me levanté de un salto. Pasó que necesitaba aire.
Ella siente que algo malo ha sucedido. Mientras lo mira engullir, disimula que está como enferma y que le duelen las piernas. Siempre le duelen las piernas.
Cuando regreso, escribo una nueva melodía para el piano. Se la dedico al Conde. Ignoro a Ticky, que está preocupado/celoso/indiferente con mi buen humor contrastando todas sus emociones típicamente bipolares.
Me ronda. Mientras que yo me concentro en los arpegios, tratando de no fruncir el ceño. Camina a mi alrededor, dando una interminable bocanada a su cigarrillo. Mirándome con curiosidad, estupor. El cabello me cae sobre la frente, me cubre los ojos, me roza los labios. Pierdo el ritmo y todo se va al mismísimo demonio.
Entonces río, ya fuera de mí, girando en el asiento, haciendo temblar las paredes de la realidad, abrazándome el vientre.
Él levanta una ceja, luego la otra. Se lleva el bastón a la barbilla.
-¿A qué se debe el chiste, pequeña Rhode?-Pregunta despreocupadamente, pero curvando la sonrisa por encima de la madera, escrutándome con sus ojos, acechando como un animal hambriento.
Ellos viajan. Ahora en un carruaje. No pueden tomarse las manos, porque les acompaña un tercero. Pero se sientan uno frente al otro. Y a veces se miran , haciendo los segundos insoportables.
-¿No te acaban de mandar a hacer algo?-Le increpo.
Ticky-perezoso suspira y se encoge de hombros.
-Me tomo un momento para ver si estás bien. Es todo.-Se coloca el sombrero de copa y se eleva en el aire. Somos hijos de Noé. Plebeyos , aristócratas, no importa en realidad.-Has crecido mucho últimamente, por cierto.-Comenta, antes de pasar a través del techo.
La locura
Me duermo sobre el piano, con el dedo índice encima del Do, presionando una y otra vez, sin prestarle atención a nada más que su ansiedad. Yo ya sé que es el comienzo. He esperado mucho por ello. Con ese gesto de salvajismo, me he perdido la oportunidad de jugar con los Exorcistas. De conocerla directamente.
Sólo quiero perder el tiempo hasta que sea hora de darles muerte. O estar cerca, muy cerca, más de lo que estaré jamás como enemiga. Porque el escenario del Conde es muy rígido.
Somos diferentes. A mí me aman. A ella la usan. Y es, de todos modos, cada vez más lejana, perdida en el horizonte. Me duermo, ignorando las palabras del tonto Rero. En ésta sala, estoy sola y permanezco entre sus paredes que se contraen con mi ira, por varios días. Cuando Ticky regresa, parece sorprendido. Casi preocupado.
Me abstengo del teñido púrpura que sangra en el tapiz y vuelco más blanco en el ambiente. Él coloca una mano en mi hombro: a media noche su guante es gris oscuro, pero noto el rojo seco y aspiro el cobre con el almidón, su perfume, su sudor y el de la otra que en alguna parte baila hasta el cansancio. Es la parte en la que las dos coincidimos un poco. Sólo un poco. La línea entre el querer y no querer. Ha bebido demasiado. Aferra la cintura de Allen Walker. Ambos se deslizan por la pista en una melodía lenta que...
-Rhody, te traje un regalo.-La voz de Ticky me suena apagada, como un radio averiado que sólo fastidia. Sus labios se humedecen, tan cerca de mi oído que hago una mueca de asco, antes de reírme todavía más.
-¿Qué te hace pensar que quiero algo tuyo?-Me esfumo y vuelvo a aparecer sobre su espalda. Rodeo su cuello con mis brazos y apoyo mi mejilla en su nuca, inclinándole el sombrero de copa hacia vez de lejos, eso se vea espontáneo. Pero a ella le duelen las piernas y el vino la hace más pesada. Arrastra los pies, sonríe embobada.-Tendría que ser muy interesante.-Reclamo, empujando el ala con mi mentón.
Ticky hace sonar su espalda, quejándose de que no es tan grande como el Conde y le hago daño.-Ni tan amado, desde luego.-Suspiro, bajándome, reapareciendo en la silla frente al piano.
Es la primera vez que prueba el alcohol fuera de su Iglesia y está emocionada. Se consume en el momento, afloja cada fibra de su ser y deja que sus sentidos hiervan, tomen fuerza y color. Sólo entonces, cuando Ticky se inclina ante mí como un caballero (o el perro que es, mejor dicho) y me ofrece su mano para que la tome, el calor sube a mis mejillas. Río, lo hago y me pongo en pie. A sabiendas de que podemos, soy yo quien lo lleva a él, corriendo por los pasillos , bajando las escaleras, todo a gran velocidad. Luego de que pregunto dónde, él me explica que en un cuarto de la zona este. Me encanta poder atravesar paredes. Y que Ticky tenga que sostenerse el sombrero para que no se le caiga al intentar mantener mis pasos ágiles. No puedo parar de reír.
-¿Qué dices que es?-Le interrogo.-¿Algo muy grande?¿Costoso?¿Novedoso?¿O una antigüedad?-Trato de adivinar, pero él sólo menea la cabeza, me sonríe.
-No hagas trampa, Rhode.-Sacude su dedo índice, pero mi corazón estalla porque llegamos casi al final del séptimo corredor. Debe ser la única puerta iluminada. ¡Es como pararse ante los presentes de Navidad!-Bueno, digamos que es un poco de todo eso.-Yo tengo electricidad corriendo por mis venas y no puedo dejar de dar pequeños saltos. Sin embargo, espero a que sea él quien abra la puerta y me invite a pasar con una inclinación, que devuelvo mucho menos pronunciada, pero con el rostro luminoso.
No deberían bailar, ni embriagarse. El amigo de ambos, el que sobra, los mira desde la oscuridad. Celoso. Patético. Entonces, sólo entonces, me alegro de su arranque de autoestima: piensa que la odia porque ella tiene lo que él desea. Alguien a quien tirarse, que por si fuera poco le ama. ¡No tiene ni la mitad de eso! Y por eso les sigue de lejos, a pasos de distancia. Sólo porque está celoso. Ella bebe más y su boca es frágil. Dice sus pensamientos con la mirada. Él se resiente, pero no le replica. Es gracioso y cuando entro a ver mi regalo, el grito que doy es de éxtasis, más que sorpresa.