Declaración: Rurouni Kenshin no me pertence, ni ninguno de sus perdonajes. Pertenecen al magnífico Nobuhiro Watsuki. Pero guardo la esperanza de que Kenshin me pertenezca algún día.

Capítulo 1¡Odio a Kenshin Himura!

Kaoru Kamiya se dirigía a la comisaría de policía de Tokio dispuesta a hacer rodar un par de cabezas. Aquel era la clase de caso por el que había optado por entrar a la facultad de derecho. Se trataba de un claro abuso de la autoridad y además, su cliente era menor. Diez años exactamente.

El jefe de policía, lo había arrestado supuestamente por robo, pero lo tenía metido en una celda desde hacía tres días y no había cursado cargos contra él, de modo, que lo tendría que haber soltado desde el primer día, pero no lo había hecho.

Kaoru estaba convencida de que el jefe de policía, era el típico agente corrupto y con grandes poderes políticos que se pasaba la justicia por el forro de los pantalones y que utilizaba su autoridad para conseguir cuanto se propusiera. Y en ese momento, se había propuesto aprovecharse de un pobre muchacho.

¿Qué podría tener en contra de aquel chico¡Si tan solo tenía diez años, por el amor de Dios!

Pero eso no se iba a quedar así. Le iba a demostrar a aquel maldito policía, que no se podía tomar su cargo como si fuera un rey.

Kaoru trabajaba para un bufete de abogados que se dedicaba a tratar casos de menores conjuntamente con asistentes sociales y psicólogos.

Esa misma mañana, había acudido a su despacho Yasu Takawa, el padrastro de Yahiko, el chico arrestado, y le había contado como se había encerrado al muchacho sin presentar cargos.

Yasu se veía un hombre de unos 40 años, alto, de piel cetrina, algo desaliñado.

Por lo poco que había podido averiguar, sabía que el padre de Yahiko había muerto siendo él un bebe y su madre se había vuelto a casar con Yasu cuando Yahiko tenía cuatro años.

La madre de Yahiko, Sena, hacía tres años que había muerto, por lo que ahora solo estaban Yasu y él.

Estaba decidida a ayudar a aquel chico, y si tenía que poner una denuncia contra toda la comisaría de Tokio… ¡Pues que así fuera!

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La comisaría de Tokio, estaba en una sede conjunta, en el mismo edificio que el tribunal de justicia, y a esa hora, era un caos de gente caminando y corriendo por los pasillos cargados de papeles y cafés.

Kenshin Himura, el jefe de policía observaba la calle atentamente por la ventana de su despacho. Era cerca de mediodía, y deseaba desesperadamente que dieran las doce para salir a comer.

Hacía algo menos de un mes, que Saito el hombre que se encargaba de dirigir a todos los cuerpos del estado, había propuesto un nuevo plan de alimentación. Pues pensaba que sus hombres no estaban en forma. ¡Quizá, el cuerpo de bomberos no estuviera en forma, o los sanitarios, o los artificieros, pero el cuerpo de policía, si que lo estaba!

El se encargaba de que ninguno de los hombres que tenía a su cargo tuviera un gramo de grasa más del debido. Pero en fin, las normas las tenían que seguir todos los cuerpos del estado, el de policía el primero. Por lo cual la comida que se les proporcionaba era más bien escasa, y le rugían las tripas ansiando más.

Las voces que se escuchaban en el exterior del despacho lo sacaron de su ensoñación. Se podía escuchar claramente a dos personas, una de ellas sin duda, era Misao, su secretaria, y la otra era una voz también femenina, suave, pero con cierto tono de autoridad que la hacía extremadamente excitante.

Justo en el momento en el que se decidía a salir para averiguar a quien pertenecía aquella voz, el agente Sagara abrió la puerta del despecho y entró en él.

Sanosuke Sagara era un muchacho joven, 23 años. Cualquiera que tuviera un segundo para mirarlo detenidamente podía darse cuenta de que era un hombre apuesto. Era uno de sus mejores agentes, a parte de su amigo más fiel. Hacía dos años que el chico había ingresado al cuerpo de policía, y desde ese instante se había ganado la confianza y la amistad de Kenshin.

En ese momento, Sanosuke estaba parado en mitad de su despacho, con los ojos entornados y una sonrisa maliciosa en su joven rostro.

-¿Qué ocurre Sano?

-Será mejor que salgas un momento jefe. Creo que hay una belleza aquí afuera que está deseando cortar tu roja cabeza.

-Vaya, en ese caso no la haré esperar. A las bellezas hay que complacerlas.

Kenshin salió del despacho con Sanosuke pisándole los talones y pudo ver a una mujer de su misma estatura. Tenía el cabello azabache y vestía traje de chaqueta, el típico en una abogada. Bajo la ropa, Kenshin pudo apreciar sus curvas sensuales, sus piernas esbeltas, y aunque no le veía la cara, puesto que estaba de espaldas, podía imaginar que su piel era extremadamente blanca y cremosa.

-¡Exijo ver al jefe Himura de inmediato!

Misao estaba al borde de le colapso, con las mejillas arreboladas y un dedo señalando a la mujer que tenía delante.

-Señorita, ya le he dicho que para ver al jefe Himura necesita…

-¡Me importa muy poco lo que se necesite!-. Kaoru estaba empezando a impacientarse. No solo tenía que lidiar con un jefe de policía corrupto, sino que también tenía que hacerlo con su secretaria. -¡Entre en ese despacho y dígale al jefe Himura que si no sale de inmediato…!

-¿Por qué no se lo dice usted misma?-. Las palabras de Kaoru murieron en el acto al escuchar aquella voz ronca y profunda en la que se podía adivinar un claro dejo de diversión.

Kaoru estaba segura de que al girarse se encontraría con el jefe de policía, un tipo bigotudo, con coronilla en la cabeza y barriga cervecera, pero lo que vio la dejó completamente muda de asombro. Kaoru no recordaba haber visto un hombre más guapo en su vida.

Era un hombre de rasgos finos y de piel morena. Su cabello era pelirrojo. Kaoru no había visto nunca a un hombre con el pelo tan largo y rojo como el de Kenshin. Pero lo que más llamaba la atención eran sus ojos, que se debatían entre el más intenso ámbar y el más apacible amatista, y en ese momento, tenían un brillo de picardía y diversión que derretiría al más frío de los corazones. Kaoru se obligo a desviar la vista de esos ojos.

Se podría decir que su aspecto podía parecer fácilmente el de una mujer, pero tenía algo en su rostro que lo hacía extremadamente masculino. Una cicatriz, eso era. Una cicatriz en forma de cruz en su mejilla izquierda. En cualquier otra persona, esa imperfección podría haberle provocado dolor de estómago, pero en aquel hombre, lejos de parecerle desagradable, le gustaba.

Al girarse Kaoru, Kenshin pudo apreciar que no se había equivocado en sus predicciones. Su piel era blanca y cremosa, tenía la nariz fina y recta, pómulos altos, y los ojos más azules y profundos que había visto nunca.

Se obligó a romper el contacto visual con aquellos ojos ofreciéndole la mano con una gran sonrisa que demostraba cuanto le divertía aquella situación.

-Encantado, soy Kenshin Himura, jefe de la comisaría de Tokio. Y… ¿usted es…?

-Soy Kaoru Kamiya, la abogada de Yahiko Miojin.

La expresión de Kenshin pasó de la diversión al asombro en cuestión de segundos, pero enseguida recuperó la compostura e incrementó la sonrisa.

-¿La abogada de Yahiko¿En serio? Vaya, no sabía que Yahiko tuviera abogado.

Ese comentario, aumentó la ira de Kaoru hasta límites insospechados. –Está clarísimo que no lo sabía. Porque de lo contrario, no hubiera retenido al muchacho durante tres días.

Kenshin se apoyó pesadamente en la pared del pasillo. Toda la comisaría los observaba con extrema atención e incluso se podían escuchar murmullos y risitas. Entornó los ojos en claro gesto de aburrimiento. –Lo detuve el viernes por la noche. Era fin de semana. No he hecho nada indebido señorita -. Kenshin seguía sin perder su sonrisa.

Kaoru pensó que jamás se había cruzado con un hombre tan arrogante como Himura. Ese hombre se pensaba que lo tenía todo controlado, pero no sabía con quien trataba el muy burro. ¡Se iba a enterar de quien era Kaoru Kamiya! –El fin de semana termina el domingo a las doce de la madrugada y estamos a lunes al mediodía. Lo tendría que haber soltado a primera hora.

Kenshin seguía con actitud impasible. Aquella chica tenía carácter, eso le gustaba y a la vez lo excitaba. No recordaba haberse sentido así desde que Tomoe…

¿Y bien¿Va a soltar a mi cliente?-. La pregunta había interrumpido el hilo de sus pensamientos, y lejos de sentirse frustrado, sentía un cierto alivio. Esos pensamientos no conducían a nada bueno.

Kenshin abandono su pose para enderezarse y le hizo un gesto con la mano a Kaoru para que lo siguiera. Entró a su despacho y mantuvo la puerta abierta hasta que Kaoru se halló dentro, después, cerró. Kenshin rodeó a Kaoru rozándole el brazo y se dirigió hacia su sillón. Se sentó y le indicó a Kaoru que hiciera lo mismo delante de él.

Mientras Kenshin se dirigía hacía su sillón, Kaoru pudo observar su cuerpo. La camisa encajaba perfectamente en sus anchos hombros y su torso. La cintura era estrecha. A través de la tela del pantalón, se podía apreciar la musculatura de las piernas, y aunque no era muy alto, Kaoru pensó que era el hombre más perfecto con el que se había cruzado.

Kaoru se reprendió mentalmente. Ella no estaba allí para apreciar las numerosas virtudes del jefe de policía. Estaba para llevarse de allí a Yahiko, por las buenas, o por las malas. Pero no había podido evitar que un estremecimiento recorriera su cuerpo cuando sus brazos se habían rozado. Pero se dijo que no podía permitir que él se diera cuenta, por lo que, cuando Kenshin la miró, ella ya había recuperado la compostura.

-¿Sabe por qué tengo encerrado a Yahiko? -. La expresión de Kenshin ya no mostraba diversión ni picardía. En sus ojos se evidenciaba preocupación y Kaoru no entendió el porque. Pero tenía la sensación de que pronto lo descubriría.

-Por robo. Pero esa clase de robo no es relevante. Con un simple aviso podría haberlo solucionado. ¿Por qué lo arrestó? Y lo peor¿por qué aún no lo ha soltado?

Kenshin meditaba en cual era la mejor manera de abordar el tema para que aquella mujer lo comprendiera.

Suspiró, y empezó a hablar.

-Vera señorita, se que el robo es irrelevante. ¡Por el amor de Dios, solo fueron unas golosinas! Además Yahiko es un buen chico, lo conozco desde que nació.

Kaoru cada vez comprendía menos pero decidió escuchar lo que tenía que decir. –La madre de Yahiko murió hace tres años. ¿Sabe como murió?

Kaoru negó con la cabeza. -No he tenido demasiado tiempo para averiguarlo. Se que murió, pero no se de que, ni porque.

Kenshin asintió y prosiguió. –Se suicidó. Recibía maltratos constantes por parte del padrastro de Yahiko. No aguantó la presión y se precipitó al las vías del tren en el momento en el que pasaba el Expreso.

Kaoru se quedó helada. No podía imaginarse algo así. En lo poco que había conocido a Yasu, no le había parecido la clase de hombre violento que llevaría a una mujer al extremo del suicidio.

Kenshin al ver que Kaoru no respondía, prosiguió. –Mi sobrina Ayame va a clase con Yahiko en la escuela elemental de Tokita. Me dijo que Yahiko falta mucho a clase, y cuando asiste, siempre tiene moratones y cortes. Yo mismo he podido comprobarlo este fin de semana.

-El chico está asustado. He intentado convencerlo de que denuncie a Yasu Takawa, pero no quiere hacerlo.

Kaoru empezaba a entender la situación, pero no podía aprobar las maneras en que Kenshin estaba llevando a cabo las cosas. -¿Me esta diciendo que tiene a un niño de diez años encerrado, privado de libertad por qué no quiere denunciar a su padrastro?

Los ojos de Kenshin por un momento reflejaron ira, el dorado cubría totalmente sus orbes. –No lo comprende¿verdad? No se trata de castigar a Yahiko para conseguir que denuncie. En el momento en que ese chico pise su casa, Yasu lo cogerá y le hará Dios sabe que cosas. Estoy intentando evitar que vuelva a suceder. Por eso insisto tanto en la denuncia. Si no denuncia, no podré hacer nada para ayudarlo. Los servicios sociales no intervendrán hasta que eso suceda.

La rabia de Kaoru se desvaneció como por arte de magia. Aquel hombre no era corrupto, tan solo intentaba ayudar al chico. Pero la ley era tajante y el la estaba incumpliendo. Ella era una profesional, se dijo que no tenía porque entrar en esa clase de detalles. La habían contratado para sacar al muchacho de allí, no para entrar en su situación familiar. Por otra parte, tampoco quería que el niño se viera sometido a maltratos.

-Mire señor Himura, entiendo la situación. Se lo difícil que resulta permitir esa clase de abusos a un niño tan pequeño, pero la ley, es la ley. Me contrataron para que dejara libre al chico, y si no lo hace, me veré obligada a interponer una demanda judicial en contra de usted y esta comisaría.

Kenshin se levantó de golpe de su sillón. Su expresión reflejaba ira, se le marcaba claramente la vena de la yugular y Kaoru pudo apreciar que las puntas de los dedos se tornaban blanquecinas de la presión que ejercían sobre el escritorio. -¿Quiere que ese niño termine como su madre¿Es que no tiene corazón?

La mandíbula de Kenshin temblaba tanto que Kaoru pensó que se le iba a desencajar. Por un momento esa expresión le causó temor pero enseguida fue remplazado por enfado al darse cuenta de las palabras de Kenshin. ¿La estaba acusando de no tener corazón¡Odiaba a ese hombre! Lo odiaba con todo su ser.

Kaoru no le contestó. Se levantó con la cabeza bien alta. –Suelte a mi cliente¡ahora!

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Fuera del despacho un número considerable de agentes se hallaban reunidos junto a la mesa de Misao intentando captar la conversación que se llevaba a cabo en el interior de despacho.

Sanosuke había sacado del interior del cajón de la mesa un par de rosquillas y las saboreaba con infinito placer.

Misao no pudo hacer la vista gorda. Kenshin le había encargado que no dejara a ningún agente picar entre horas y mucho menos comer dulces. –Sano¿Qué crees que estas haciendo¿Cómo crees que reaccionara Kenshin si te ve¿Y si Saito entrara en este momento?

-Tranquila comadreja. Tengo un sexto sentido y puedo prever cuando esta a punto de suceder una catástrofe, y en este momento mi sexto sentido no predice ningún mal augurio.

Misao alzó la mano para replicar en el mismo instante en le que se abría la puerta del despacho y salía Kenshin a grandes zancadas.

-Sano, ve a… ¿Es eso que estoy viendo una rosquilla?

Sanosuke se había quedado mudo, con la mitad de la rosquilla metida en la boca y la cara y la camisa llenas de azúcar.

Kenshin estaba furioso y eso no hacía más que empeorar las cosas. –Tira esa rosquilla a la basura inmediatamente y ve a buscar a Yahiko para que la señorita aquí presente se lo pueda llevar a casa. Cuando le ayas entregado al niño, quiero vayas al gimnasio y hagas trescientas abdominales para perder las calorías que te acabas de meter en el cuerpo con esa rosquilla.

Sano se apresuro a tirar la rosquilla y salir de allí como alma que lleva el Diablo. Cuando Kenshin se ponía bravo era mejor no llevarle la contraria.

-¿Y los demás que¿No tenéis trabajo? No, claro que no. Es mejor estar fisgoneando en conversaciones ajenas¿verdad¡Maldita sea, a trabajar todos!

Kaoru no estaba de acuerdo en como había tratado a sus trabajadores y se disponía a decírselo cuando Kenshin se le adelantó. –No se atreva a reprenderme señorita Kamiya. No se lo voy a permitir.

Para colmo de males, aquel hombre tenía el don de leerle el pensamiento. Lo odiaba.

¡Odiaba a Kenshin Himura!

CONTUNUARÁ

Hola a todas¿Que les pareció? Estoy algo nerviosa, porque este es mi primer fic, asi que espero que os guste y me deis buestra mas sincera opinion, sea buena o mala (acepto ámbas). Dependiendo de si gusta o no, la seguré o la dejaré.

Sin más, me despido. Un beso a todas.