No había dado bocado alguno al helado que se derretía ante ella. Es más, parecía gozar con sólo mirar como las fresas que le decoraban resbalaban mientras jugueteaba con la cuchara. Las voces de sus amigas sonaban lejanas y sin sentido para ella, pero en la mente de Sanae no existía nada más que el deseo de desaparecer. No sabía desde cuando exactamente, pero se estaba acostumbrando a convivir con el desánimo y la inapetencia.

Aquella tarde aceptó salir con sus amigas porque la insistencia fue excesiva y a las chicas realmente les preocupaba su actitud: ya no almorzaba con ellas y de salir por ahí, ni hablar. Desaparecía en cuanto terminaban las clases, veloz, siepre con una excusa que, a estas alturas era repetida. Si, ya no quedaban ganas de inventar disculpas para sus negativas. Al menos sus excelentes notas podían justificar su eterno deber de estudiar que le mantenía recluída en casa. Pero estaba notoriamente más delgada y aquél brillo tan suyo ya la había abandonado.

Miró su reloj y puso la más fingida cara de espanto que sus amigas habían visto.

-¡¡¡Es tardísimo!!! Lo siento chicas, pero, ya saben, los exámenes y todo eso- No terminó la frase cuando ya corría como huyendo del demonio.

- No probó su helado- Dijo Kumi mientras la veía alejarse. Las chicas se miraron como buscando que alguna se animara a decir lo que todas ya imaginaban. Pero no era necesario. Sanae parecía ante los ojos de todos la muchacha perfecta: joven, hermosa, buena en los estudios y en deportes, buena amiga y rodeada de pretendientes. Pero al fin y al cabo era una muchacha y parecía que al mundo entero se le había olvidado.

Varios días pasaron desde aquella fallida reunión de amigas. Kumi intentaba por todos los medios de acercarse a Sanae, pero todo era inútil, era tan hábil para escabuirse.

-¿Han notado lo estupenda que está la asistente del equipo de soccer?- Escuchó Kumi a unas chicas que charlaban en los pasillos- No se qué hace, pero la admiro. ¡¡¡Todo lo que hace o dice es perfecto!!!

¿Cómo podían pensar así? ¿Es que nadie se daba cuenta que la chica ideal se estaba hundiendo en su propia perfección?

--------------------------------------------

-¿Que renuncias al equipo?- Dijo un sorprendido Ryo

- Lo siento Ryo, pero para ser honesta, el equipo ha dejado de ser mi prioridad. No quiero dedicarme a él a medias, perfiero ceder mi puesto- Respondió Sanae restando importancia al asunto.

- pe, pero hermanita... - Sin salir de su asombro, Ryo como pocas veces se exaltó ante su amiga- ¡¡¡¿Se puede saber qué demonios te está pasando?!!! ¡Te apartaste de tus amigas, ahora del equipo y hasta a Tsubasa dejaste de escribirle!!

Para Sanae aquello sonó como una bofetada. Era cierto, aunque Tsubasa seguía escribiendo con regularidad, ella ni siquiera se molestaba en abrir los mails. Pero le molestó sobremanera que Ryo estuviera enterado de eso, y más aún que opinra sobre su vida. Respiró profundo y pensó muy bien lo que diría. Ya se había tornado una costumbre evitar mostrarse "fuera de línea". Nada de descontrol frente a nadie.

- No me he apartado de mis amigas, sólo que me estoy dedicando de lleno a los estudios y por eso mismo me alejo del equipo. Ryo, me di cuenta que mi objetivo es otro, y a las universidades sólo les interesan mis calificaciones, no si he sido una gran asistente. Trata de comprenderme.

¿Por qué Sanae tenía que ser tan convincente? O ¿por qué tenía siempre que hallar la excusa perfecta? Si, porque en realidad no se tragaba que el asunto pasara exclusivamente por las calificaciones, pero el argumento era indiscutible.

-Y ¿qué con Tsubasa?

A Sanae le dolió lo último. Sabía que estaba abandonando su sueño más hermoso, pero era él quien había corrido tras un sueño en el que ella no estaba contemplada. Ahora quería vivir a su modo, buscar su propio futuro. Seguro nunca nadie pensó en eso...

- Ese tema es muy personal, Ryo. Eres mi amigo y, por lo mismo, te pido que respetes mis decisiones. ¿Puedo contar contigo?

¿Acaso le daba opción? Ryo sólo asintió con la cabeza, recibiendo una sonrisa como agradecimiento y despedida. Porque así era todo con Sanae: si lograbas hablar con ella debías tener la certeza de que sería breve y que, en cuanto pudiese, ella escaparía.

--------------------------------------------

Otra noche frente al espejo. Otra noche odiándose. ¿Por qué todo el mundo se empeñaba en halagarla? No sabía si se trataba de un acuerdo tácito del mundo entero por burlarse de ella, o sencillamente era cierto que todos tenían altas espectativas puestas en su persona. El problema es que todos estaban equivocados: ella era una chica despreciable que, en un intento desesperado por ocultar el monstruo que era en realidad, aparentaba ser la chica perfecta. Y vaya que bien engañados los tenía.

Pero era espantosa. ¿Cómo no se daban cuenta que les hacía un favor alejándose de ellos? Seguro Tsubasa desearía una hermosa mujer que le diera hijos maravillosos, no un estropicio que ni siquiera mestruaba. Comenzó a llorar como una niña mientras buscaba los chocolates bajo su cama. Se detestaba por lo que haría, pero cuatro días sin un bocado la tenían fuera de control.

Y ahí estaba otra vez, devolviendo en el baño el horrible recuerdo de su debilidad. Maldijo esos chocolates que no disfrutó porque, mientras los comía, tenía la mente ocupada en maldecirse ella misma por ser tan débil.

Pero era tan humana.

Nadie podía entender su dolor. Nadie jamás se detuvo a preguntar si necesitaba algo. Porque era ella quien debía estar atenta a los demás, no al revés. Ella era la asistente, ella era la chica perfecta, la muñeca a prueba de balas. ¿Quién notaría lo que había en su interior? O peor aún, ¿a quién le importaría?.

Con esos pensamientos y varios calmantes, Sanae se quedó dormida al fin mientras, al otro lado del mundo, un joven no hacía más que pensar en ella...

--------------------------------------------

Continuará...