Escribí este apéndice, debido a que hubo lectores que pidieron saber algo más de uno de mis Original Characters y sólo motivada por eso, lo subi y por falta de lectores, lo bajé. Pero ahora lo vuelvo a subir para dedicárselo a los fieles lectores de mis fan fics =), (uds saben quienes son, chicas ;)

Ahora unas aclaraciones:

-El protagonista es el personaje de Abraham Mircea.

- Como todo apéndice, se puede prescindir de él , no quita nada a la trama del fic Cruz de plata, pero le agrega algunos detalles.

-Es un trabajo aparte, auto conclusivo (no hay segunda parte) y con cierta independencia.

- El relato está dividido por líneas, por lo que tiene tres finales distintos. Ustedes pueden parar de leer y quedarse con el final que deseen, eso lo decide cada quien ^^.

Nota: Está es la segunda versión de este escrito; ya está editado desde su primera publicación en diciembre de 2009.

Apéndice

Nieve ácida.

Frío, espesor blanco anegando los caminos y los techos, las casas y las avenidas, en esa mañana fría de invierno, silenciosa y nevada. En el aula universitaria, sólo la voz pausada y firme de un profesor se escuchaba; esa mañana de diciembre, ante un nutrido grupo de alumnos que le escuchaban atentamente (o eso pretendían).

Arrullado por las palabras y la tibieza del ambiente, un sólo joven se encontraba en otro lugar; usando como almohada sus libros de texto, tratando de reponer un poco el sueño que desde muchas noches hacía, le robaba el deber. De cuando en cuando despertaba tratando de poner atención a su clase, pero si no era el sopor el que venía a invadirlo, llegaban de pronto los recuerdos melancólicos: "Ya casi es un año, ya casi ha pasado un año", pensaba mirando a través de la ventana como las gotas se desprendían de las estalactitas de hielo formadas en la cornisa del techo y se iban precipitando al suelo. Al mismo tiempo hacía cuentas de los meses que habían pasado desde la muerte de sus padres: se acercaba el aniversario luctuoso.

Para cuando la clase finalizó, la salida del profesor lo encontró a él, completamente dormido en su butaca. Sus compañeros, el mismo profesor lo habían observado, como lo venían haciendo desde muchas clases atrás (en esa aula en forma de semicírculo de varios niveles, era imposible no verse los unos a los otros), pero esa institución que desde hace siglos educaba a los hijos de la realeza y nobleza, sabía que con algunos se debían tener condescendencias. Y no era solamente que él, como otros chicos de la aristocracia, hubiera tenido una matrícula casi asegurada en la vieja Universidad, o un dormitorio para él solo, sino que, incluso se le permitía esforzarse menos para aprobar.

─ Eso ha sido todo, jóvenes…nos vemos la próxima clase que será dentro de dos semanas. Disfruten las fiestas. ¡Hasta pronto!

Anunció el catedrático, tomó su portafolio y se dirigió a la salida. Entonces todos lo imitaron, menos el muchacho que ahora dormía suspirando como una criatura, tan profundo, tan vehemente que sólo su respiración lenta y el brincar de sus parpados de pestañas espesas, lo delataban con vida.

─ Hellsing, ¡hey Hellsing, despierta! ─ le decía un joven amigo suyo moviéndolo por el hombro ─ vamonos, Abraham, la clase ya se terminó.

─ No me digas Abe ─ replicó antes de abrir los ojos y después de un largo suspiro.

Y abrió los ojos poco a poco para encontrarse con el amable rostro de Jerome Harris, un joven de color, proveniente de uno de los barrios londinenses de clase media cuya familia había emigrado de América hacía apenas una generación, así que él era un inglés nuevo. Eso y el hecho de que era su vecino de dormitorio tal vez fue lo que hizo que se forjara una amistad con Abraham, otro recién estrenado inglés.

Así, Jerome era el único amigo del joven Hellsing.

Abraham Mircea Hellsing, ese chico siempre en lo suyo, heredero de una fortuna, aquel a quien compañía del sexo femenino no le faltaba, sin embargo, no tenía a la que más hubiera deseado, pues apenas si veía a la joven Brooke Shelley Islands, a quien había conocido aquella tarde de verano en la mansión Hellsing.

En las asambleas de la mesa redonda ella siempre se mostraba esquiva, muy seria o demasiado formal, dirigiéndole la palabra sólo para lo necesario, y él se seguía preguntando, ¿Por qué había pasado de ser la chica amable de la primera vez, a esa mujer fría? Como fuera, en la Universidad las ocasiones de encontrarla eran todavía más escasas, esa ciudad universitaria era tan grande que la gente se perdía de vista de facultad a facultad.

Envuelto como el resto, en unas gruesas prendas que él usaba para no levantar suspicacias, las cuales incluían un viejo suéter, una chaqueta gastada, un gorro de estambre que Triana tejiera para él hacía casi tres años, bufanda, jeans y zapatos deportivos de siempre, junto con su costumbre de casi no peinar su ahora corta cabellera, salió a los congelados patios ante la mañana decembrina.

Entre el paraje de nieve donde se podían apreciar en todo su esplendor las figuras de la llamada "Ciudad de agujas de ensueño", perdidas entre la débil y paliducha niebla que las cubría con pequeñas salpicaduras, trozos de copos de nieve que en ese momento iban cayendo uno a uno para prenderse de los arbustos, los pinos, los cabellos y los abrigos de estudiantes y maestros que a esa hora iban y venían por todo el patio.

Los edificios adornados con motivos y luces navideñas por todos lados, así como un poco usual ambiente de camaradería que se despertaba en algunos: compañeros, amigos y novios se abrazan, se felicitaban, repartiendo tarjetas o bastones de caramelo. Abraham observaba todo sintiéndose un tanto ajeno, mientras que Jerome no paraba de hablar de las ganas que tenía de ver reunida a toda su familia.

-Estoy contento de volver a casa después de unas semanas tan difíciles, en especial por que vendrá mi abuela, ¡y eso que ella no es de la idea de atravesar el Atlántico! Por eso se quedó en Chicago cuando papá tuvo que venir y… (en eso notó el silencio de su compañero) Bueno, yo no paro de hablar, pero dime, ¿qué harás tú en las fiestas?

-No mucho, prefiero descansar- dijo aún bostezando.

-Tú siempre estas cansado.

-Trabajo de noche

- ¡Y yo que pensé que los ricos no trabajaban! Pero dime de una vez ¿de qué se trata tu trabajo?

-Sólo te diré que es el negocio familiar y el único que mi madre me heredó.

- ¿En verdad tu jefe directo es el rey?

-Así es…

-Vaya, pues parece que da mucha responsabilidad. Entonces, ¿de parte de él vienen esos tipos que en las noches te buscan hasta en el dormitorio?

Abraham sólo asintió con la cabeza, mientras se ponía un cigarrillo en los labios para encenderlo. Se notaba ya la fatiga en su rostro que había perdido color y ganado unas ojeras, y en su cuerpo con un par de kilos menos, pues desde que había ingresado en el semestre de otoño, muchas habían sido las noches que había tenido que abandonar su dormitorio a mitad de la noche, ante el llamado de una misión. En esos días se habían incrementado los casos, decían que el causante era una banda de vampirillos callejeros, pero aún no habían podido hallar su madriguera. Luego estaban las clases y los deberes, así que sólo llegaba los fines de semana a la mansión y ni allí lo dejaban en paz; pues entre asambleas, invitaciones a eventos sociales y demás, apenas si le alcanzaba la vida.

Pronto llegaron a la biblioteca, que era su destino. Se adentraron y tardaron más de un cuarto de hora en salir, luego lo hicieron para dirigirse a los dormitorios a empacar sus pertenencias; ya casi era hora de partir a casa. Caminaban por los jardines hasta que arribaron a un punto de intersección donde no cesaban de pasar personas: trabajadores, estudiantes, administradores y hasta simples civiles que de cuando en cuando cruzaban por la Universidad, provenientes de la ciudad industrial.

Jerome iba recordándole a Abraham acerca de los trabajos pendientes, le daba una lista de ellos mientras aspiraba humo de su cigarrillo y daba sorbos a un café Express. Ahora el medio vampiro llevaba en sus brazos un paquete de libros en prestamos y propios que era bastante surtido, incluía los suyos y los de su compañero, algunos de ellos grandes, pesados, de pasta dura que sin embargo llevaba en los brazos como si fuera una simple pila de papeles, lo cual Jerome miraba con asombro (sabía que algo no andaba "bien" con su amigo, pero no lo cuestionaba, lo que tuviera que saber, lo sabría después).

Para esa misma hora, quiso la casualidad que por una acera lateral del complejo de caminos que se interconectaban, paseara la mismísima Shelley Brooke Islands en compañía de dos amigas: la vivaz Bryony Hamilton y apacible Willow Kent. Las tres abrigadas, jóvenes iban rociadas por los diminutos copos de nieve que no paraban de caer. La joven dame llevaba puesto un abrigo color cereza que resaltaba el color de sus rosadas mejillas encendidas por el frío.

-Shelley, te invitaría a mi fiesta de Noche Buena, si tus padres te lo permitieran- dijo Bryony

-Tú sabes que no lo harán, dicen que eres…

-Mala influencia y muchos calificativos más, ¡lo sé! …Aunque para tus padres todos son mala influencia.

- ¿Oye, que hay de esos rumores con Rowdan Webber?-intervino Willow

- ¡¿Rowdan Webber?! –Preguntó Bryony confundida- ¿hablas de ese billonario mitad americano? ¿El hijo de la condesa Felton?

-Ese mismo.

-Vamos, ¡dinos que hay!

-Nada importante, es sólo que…

-Sus padres quieren emparejarla con él.

- ¿Eso es cierto?

Shelley sólo se encogió de hombros como diciendo que sí.

-Pues no muestras mucho entusiasmo- puntualizó Bryony- ¿no te gusta, verdad?

-Es apuesto, pero, a veces suele ser muy petulante.

-Claro, ¡típico de los Webber!.. Bueno, pero, ¿qué planes tienen para ti con él? ¿No me digas que…? ¿Tratan de comprometerlos?

-Me parece que mis padres y los de él están de acuerdo, ¡no lo se con certeza!-respondió la joven con un dejo de tristeza.

- ¿Y por qué permites que te hagan eso? ¿Acaso no eres una Dame? ¡Maldición, Shelley! Tú eres una persona importante, eres una especie de super niña, ¡con ese puesto tan importante y todo lo demás!... Deberían dejar que tomaras tus propias decisiones.

-Pero la verdad es que…no me dejan muchas opciones.

Y esa no era más que la triste verdad, que la regia sir Brooke Shelley Islands era controlada en muchos aspectos de su vida por su padre, un hombre severo con fama de intransigente que no hallaba oposición en la madre de su hija, una mujer que lo que tenía de elegante y bella, lo tenía de indiferente e incluso de sumisa. Por ello a veces Shelley se daba gusto de quebrantar ciertas reglas, como la de la famosa puntualidad o la de hacerse ensoñaciones románticas y opiniones de rebeldía que tenía que esconder frente a sus padres.

-Ósea que… ¿tarde o temprano terminarás casada con un hombre que ni te gusta, ni mucho menos amas?

-Bueno, pero…así se casan casi todos en nuestra sociedad.

-Cierto, pero las costumbres siempre tienen excepciones ─ dijo Willow.

- Eso de arreglarte un compromiso todos sabemos que sólo lo hacen para acrecentar sus fortunas e influencias, odio que lo hagan a costillas nuestras - se volvió a quejar Bryony ─ ¡en fin! Si al final les van a decir que pastel comprar, ¿Por qué no probar antes otras variedades? ─ Shelley sólo rio ante la insinuación de su amiga ─ por eso te digo que no deberías rechazar a todos tus pretendientes, como por ejemplo a esa belleza que te bailó contigo en la recepción de la coronación…

-¿Abraham Hellsing? ¡guau!- expresó Willow.

-¡Oh sí, guau!- prosiguió Bryony- ¿no me digas que no te gusta?

Shelley no contestó, se agachó y dijo: -Es sólo un mujeriego…

-¡Tanto mejor! Debe tener mucha experiencia…

-Para mi no es mejor, así sólo pasaría a su colección, ¡y eso no!

-Bueno, a mi me parece que él te sigue pretendiendo…

Ellas caminaban, Abraham y Jerome Harris se acercaban. En el momento preciso el medio vampiro alzó los ojos y vio a las tres amigas. Las distinguió reconociendo caras y nombres, desde la primera vez que las vio en el baile del palacio hasta otra en que tuvieron ocasión de ser presentados; estaban con ella y ella ahora justo frente a sus ojos, por lo que él enmudeció.

Al notarlo Jerome preguntó que le pasaba, al ver su sonrisa dibujársele en el rostro siguió su mirada y vio lo que su amigo.

-Ah, ya comprendo…esas son tres buenas razones para quedarse mudo…

-Sí, lo son- contestó Abraham sin verlo, sin pensar más y sin que nada lo fuera a detener- tengo que irme.

Acto seguido le extendió el montón de libros a su amigo, por reflejo él los recibió estando a punto de caer a causa del terrible peso, quedo a poco de estrellarse de boca junto con todo y carga, quedando estupefacto por no entender como es que Abraham podía llevarlos de manera tan simple, tomando en cuenta que él era tan alto y en apariencia más fuerte. A la caída sólo le siguió un "discúlpame, luego vuelvo".

El chico fue aproximándose hasta las tres amigas, caminando a través de la misma acera, como despreocupadamente, como si no estuviera buscando algo, siguiendo algo, tratando de hablar con alguien, por lo que hizo que su encuentro pareciera lo más casual posible, cuando estuvo en el momento y en el lugar correctos:-¡Hola! ¡Buenos días! ─ apareció detrás de ellas que quedaron sorprendidas al encontrar al que momentos antes había sido el protagonista de sus charlas. Ellas se miraron unas a otras sin saber que hacer, luego contestaron el saludo.

-Hola Abraham- respondió Willow

-Hola, ¿cómo estás? -muy amable, Bryony.

Sólo Shelley le respondió con una sonrisa leve y fingida que le siguió a una actitud de incomodidad.

-Vaya, ¡adoro Inglaterra, de veras que sí! ¡Cuanta belleza por doquier!

Las dos chicas se rieron ante el cumplido.

-Lo mismo puedo decir…- expresó Bryony.

-Y díganme, ¿están ocupadas?

- ¿Por qué?- preguntó Willow.

-Porque si no tienen nada importante que hacer, me gustaría invitarles a tomar algo, digo y así charlamos un poco. ¿Qué dicen muchachas? ¿Qué dices Shelley?

Ella pareció reaccionar al escucharse nombrada, sus amigas compartieron miradas entre sí, se sonrieron y se entendieron.

-Bueno, en realidad nosotras tenemos una clase más, pero ella, ella está libre.

- ¡Bryony!- se quejó Shelley.

-Sí es cierto, ella con gusto podría acompañarte- afirmó Willow.

- ¡¿Tú también, Willow?!

Así planearon que ella lo acompañara, porque en un momento se despidieron de Abraham y se dieron la vuelta, riendo por la jugarreta a su amiga. Entonces Shelley y él quedaron solos en medio del camino, mirándose las caras. Ella desconcertada y él apacible, observándola por debajo del nivel de su hombro, que era a donde la muchacha llegaba.

-Y bueno, ¿qué dices Shelley?

-No, es decir, yo…yo tengo que irme, en verdad…en verdad también tengo una clase y…- decía, balbuceaba nerviosamente como tratando de zafarse de la situación.

Abraham se quedó serio, agachó la cabeza y rió levemente: -No tienes que aceptar si no quieres, es sólo que no hemos hablado nada, nada desde aquella vez que nos conocimos en mi casa, ni una vez que me hayas dado la oportunidad en estos meses. Creo que estoy intrigado por saber el motivo de que esa niña amable de la tarde del concilio, haya desaparecido. Shelley guardó silencio, observando como Abraham la bañaba en esa inmensa y estremecedora mirada de azul profundo -Bueno-expresó él encogiéndose de hombros- fue un gusto, no, siempre es un gusto verte, pero si estas muy ocupada yo…

Lo siguiente ella no lo razonó, pero entonces detuvo al heredero: -¡No! En realidad, no importa, es sólo una revisión de examen, pero seguro que no tengo problemas…

- ¿Entonces…?

-Creo que…podríamos ir.

-Oh, ¡excelente!

Minutos después se encontraban al interior de una de las tantas cafeterías que había diseminadas por toda la Ciudad Universitaria. Era un acogedor establecimiento, que, de sólo abrir la puerta, dejaba escapar un aroma a ponche navideño y jengibre, chocolate, pastel de frutas y otras golosinas.

Sentados en una mesita para dos, Shelley sorbía lentamente el caliente capuchino que le acaban de servir, retirando con la cucharita la espuma, en ese pequeño momento de silencio Abraham hacía lo mismo con el suyo, mientras que los ojos amenazaban con cerrársele.

-Discúlpame, es que…

-Te vez muy cansado.

-Sí

-Yo pensé que no se cansaban los…-se detuvo antes de la última palabra.

-Vampiros, que los vampiros no se cansan. Pero no, en verdad nos fatigamos mucho, más si somos mitad humanos…Damphir…la palabra correcta para denominarme es damphir.

-Para la mayoría… ustedes son un misterio, sabemos tan poco, aunque bueno: beber sangre es lo principal, ¿o no? ─ sin poder evitar sentirse incómoda al hablar del tema, no sabía si lo ofendía.

-De ella obtenemos todo lo necesario para sustentar nuestros poderes; la razón de que un vampiro se alimente con ella es la vitalidad que ofrece para los demás. Para los seres vivos es garantía de vida, la que un nosferatu necesita para restaurar en algo la que ya ha perdido…Y puedes preguntarme si quieres, ¡no me molesta! Yo no tengo la culpa de ser así… ¿verdad?

-Y, ¿cuál es tu fuente de alimento?

-Sangre de hospital, así es como se alimentan todos en casa.

-Lady Victoria y el señor Bernadotte…

-Así es. Yo …pudiera elegir no beberla, pero sin ella mis poderes se apagan y tú sabes que los necesito.

- Sí, aunque creo que…no se nada de esos poderes, bueno, se dice tanto- expresó ella con un dejo de curiosidad disimulada.

Abraham sonrió entendiendo, entonces hizo levitar de la mesa un salero de porcelana en forma de reno, luego lo atrajo hacia él y lo sostuvo en la mano, lo giró entre sus dedos para que ella lo viera bien, luego cerró la palma entera y estrujó el objeto, un momento nada más y sin ejercer mayor fuerza lo hizo crujir varías veces, luego abrió la mano y dejo caer sólo polvo de porcelana y sal. Shelley abrió desmesuradamente los ojos al contemplar la demostración de esa fuerza tan desproporcionada, luego volvió a mirar la palma, estaba rasguñada, herida y sangrante por el mismo material.

-¡Oh, Abraham, te has cortado!

-Espera- dijo él, con la respiración algo agitada por el dolor de la herida con sal- pero esto sí es algo que agradezco…

Entonces, la herida con sal se fue cerrando poco a poco hasta que no quedó ninguna marca, y entonces él se pudo limpiar la palma para que su mano quedara tan sana como antes.

-Asombroso…

-Sí, asombroso, ¡eso y que no me enfermo, ni logro sentir frío!

- ¿No tienes frío ahora?

-No.

-Entonces, ¿Por qué las prendas gruesas?

-Para que nadie pregunte por su ausencia. Se supone que me congelo también- dijo haciendo ademanes perfectamente bien fingidos: frotándose las manos y encogiéndose.

- ¿Y cómo justificas ante los demás los colmillos?

-Digo que me los mande afilar por juego, digo que es la moda en Transilvania y todos quedan muy satisfechos con esa respuesta. Y la verdad es que aún no se desarrollan por completo todos mis poderes, no sé porque, tal vez es mi edad.

-Pero, ¿estás vivo? ¿Verdad?

-Sí, ¡por supuesto! ─ rio de buena gana ─ O al menos, eso dice mi corazón- y agarró una de las manos de ella para ponerla sobre el costado izquierdo de su pecho y sintiera sus latidos.

Shelley pareció incomodarse un poco ante el contacto físico tan franco que el heredero propiciaba, así que retiró la mano.

-Bueno, pero esa autocuración inmediata es en verdad maravillosa- dijo como para volver a desviar la intención.

-Eso pensé la primera vez que me ocurrió. Yo tenía ocho años cuando sané de una fractura horrorosa y muchos golpes. Mi madre casi no podía creerlo.

-Sir Integra era una gran mujer…me hubiera gustado conocerla en persona- dijo ella sonriendo. Y sí, ¡otra vez aparecía esa muchacha adorable de la primera vez!

- ¿Por qué? ¿Por qué haces estas cosas Shelley?

- ¿Hacer qué?

-En un momento ser la dulce, la amable Shelley y poco después ser la aristócrata fría y distante, ¡eres tan confusa!

Ella no contestó, sólo desvió la mirada.

-¿Qué es lo que te molesta?

-No, nada, ¿qué habría de molestarme?

-¿Es qué acaso te han dicho algo malo de mi?

-¡No! ¡No es eso! Es sólo que…

-¿Es por mi condición?

- ¡Tampoco!…

Y permanecía sin decir nada, Abraham entonces suspiró diciendo tajante y directo como acostumbraba : -Shelley, tú sabes bien que me gustas mucho.

Ella pareció sobresaltarse y se sonrojó

-Ya sé que puede parecer demasiado rápido, pero hay cosas en las que no valen la pena esperar, aunque digas que las tomo a la ligera.

-Creo que sí es muy rápido, apenas si nos conocemos.

-Eso no tiene mucho que ver, aunque la verdad es que no somos nada, ni siquiera amigos. La cosa es que yo no busco sólo tu amistad. No me eres indiferente, no podría pasarte por alto y fingir que no existes…sé que tal vez hayas o puedas escuchar muchas cosas sobre mi pero ¿acaso nos hemos tratado lo necesario para que puedas corroborar lo que sea que te hayan dicho?

-La verdad… es que no- respondió ella que en esos momentos trataba de imponer sus propios deseos ante una prohibición de su familia, su criterio sobre un prejuicio prefabricado y ajeno que insistía en hacerse propio.

- ¿Y no crees que merezco una oportunidad?

-Tal vez…

-Sólo una, ¡sólo dame una ocasión para que juzgues por ti misma! Si después de eso no te agrada lo que soy, entonces tal vez seremos buenos amigos.

La joven lo miró directo a los ojos, a la cara que se expresaba con total sinceridad, a los labios que pronunciaban una a una esas palabras, "¿y si me estuviera equivocando con él? ¿Y sino es todo lo que me han dicho?".

-Exactamente, ¿qué es lo que quieres?

-Te pido que salgas conmigo…

- ¿Una cita?

-Aja…

-¿Cuándo sería eso?

-En cuanto sea posible.

-No se cuando pueda ser.

- ¿Qué tal hoy? Esta misma tarde, esta misma noche.

- Pero, ¿hoy?

- ¿Estarás ocupada?

-No, pero…

-Por favor.

Lo pensó un momentito más, repasó sus compromisos y cayó en cuenta de que ese era un día totalmente libre, que tal vez otra noche no podría por sus compromisos sociales, que a lo mejor ya no podría escaparse de la vigilancia paterna. Que ese era el último día de clases y que podría escabullirse con más facilidad.

-Está bien… hoy al atardecer.

Él le sonrió abierto, franco, con una alegría que incluso expresaban sus ojos.

-¡Muchas gracias Shelley! ¡No te arrepentirás!

"Eso espero"

-¿Y donde sería, a donde quieres ir?

-Pues, no lo sé, la verdad es que casi no salgo con muchachos…

-Pero tú conoces Londres mejor que yo.

-Cierto. Conozco un lugar, bueno, para encontrarnos; es un parquecito en el centro, está adyacente al mercado del Covent Garden. Cuando llegues al palacio de Westminster, sólo tienes que ir en dirección oeste; no es bullicioso pero tampoco solitario, no es famoso, pero tampoco desconocido, en las tardes se llena de artesanos, inmigrantes y vendedores, también van las familias y algunas parejas, es muy acogedor a decir verdad.

-Entonces allí será.

-Sí, busca una banca que este al comienzo, es muy fácil de distinguirla, está junto a una fuente que se adorna con la estatua de un Poseidón- decía ella sin mirarlo, nerviosa como si estuviera planeando un delito- mira, te haré un croquis.

Sacó de su bolso retacado en cuadernos y libros una pluma, tomó una servilleta y allí hizo el trazado de las calles, anotó también su número de telefóno, luego le entregó el papel a Abraham.

- ¿A qué hora será?

-No muy tarde…a las siete con treinta

- ¡Allí estaré! ─ Expresó el heredero sin sin ningún disfraz, con la felicidad a flor de piel. Luego tomó su taza y sorbió el café pero sin dejar de sonreír a la muchacha con los ojos, ella entonces no pudo evitar responder a la expresión.

Siguieron charlando los siguientes tres cuartos de hora con alguna variedad de temas, escuchando de fondo la radio sintonizada en la BBC que transmitía canciones viejas, casi todas de grandes grupos y cantantes ingleses, canciones de décadas muy pasadas y que todo el mundo reconocía y tarareaba: All you need is love, all you need is love, love…love is only, love is only …

Así hasta que los restos del café se volvieron una nata fría en el fondo de las tazas y resolvieron irse de allí. Después ambos tuvieron que ir hasta sus respectivos dormitorios para recoger su equipaje. Abraham ya lo había preparado; su ropa, sus libros, otros objetos más y por supuesto sus fotografías; él no era sentimental, pero le gustaba llevar consigo la foto de su familia; la última foto de los tres juntos, era su recuerdo.

Cuando salió y cerró la puerta por fuera, todo el pasillo estaba lleno de jóvenes que hacían lo mismo. Fue a la puerta de Jerome y tocó levemente con los nudillos, su amigo respondió y el medio vampiro se ofreció a llevarlo a Londres, para acortarle el camino.

Momentos después abandonaban la escuela a bordo del auto de Abraham. Transitando por la carretera que los llevaría hasta Londres, después de dejar a su amigo en la estación del subterráneo más cercana a su casa, terminó de recorrer los más de cien kilómetros que separaban a la ciudad Oxford de la mansión Hellsing.

Cuando llegó y atravesó las rejas, fue recibido por sus gitanos a las puertas de su hogar, ellos le ayudaron con su equipaje. Salió del auto y echó un vistazo al cielo vespertino congestionado en gris, notando que los tercos murciélagos, por razones climáticas, habían dado tregua a la casa, emigrando, y en su lugar, vio muchas series de pequeñas luces blancas que adornaban toda la fachada, que prendían y apagaban bien sincronizadas.

Entró para encontrar a su "familia" en la estancia principal, justo donde desembocaba la escalera y donde Seras, ayudada por algunas de sus camareras, decoraba un gran y frondoso pino verde que en medio de la umbrosa casona siempre triste, parecía contrastar con sus destellos de pedrería, los reflejos en los adornos de cristal, vidrio y porcelana que colgaban de las ramas, que a pesar de estar muertas se veían hermosas. A pesar de estar inertes porque fue arrancado de la tierra y por que en menos de un mes iba estar tronco arriba en algún tiradero de basura.

Triana estaba también allí, sentada en la alfombra, comiendo pequeños muñecos de jengibre y escuchando una de las historias de Pip:

-Y nadie en toda la casa se esperaba que aquello fuera a ocurrir, ¡pero así sucedió!- decía él de pie y platicando con movimientos para captar mejor la atención de la gitana- ¡todos! Mis hombres y yo estábamos atrincherados, dispuestos y armados hasta los dientes, apostados en cada habitación en espera de lo que fuera, menos de lo que el enemigo había enviado para nosotros; ¡de repente sucedió y la vimos venir! Avanzaban un montón de soldados nazis vampiros y comandándolos a todos ellos estaba… ¡la mujer más fea que mis ojos hayan visto! Era alta, musculosa, su espalda parecía la de un físico culturista, tenía medio cuerpo completamente tatuado, el pelo cortado como un soldado raso y llevaba en las manos una gran y amenazante guadaña…

Pero el relato de Pip fue cortado por la llegada de Abraham, anunciada por un: -¡Hola a todos! ¡Ya estoy en casa!

Lo vieron entrar con los brazos llenos de libros y una gran sonrisa. Luego vino el recibiendo de los tres, el beso en la mejilla por parte de Triana y el abrazo de Seras.

- ¿Y cómo va la Universidad, Abraham? -preguntó el francés.

-Va, que ya es bastante, gracias por preguntar. Vaya, ¡ese sí que es un pino navideño! -expresó al ver la elección que la siempre emotiva Seras había hecho para la casa.

- ¿Te gusta?- preguntó la vampireza llena de ilusión.

-Ah… ¡claro, claro! Es casi tan bonito como todas esas luces de allá afuera- decía tratando de que su entusiasmo no se notara fingido, y es que en su antigua casa, con todo y que estaba en un país con costumbres distintas a la Inglaterra protestante, sería un tanto ridícula la idea que su padre festejara el nacimiento del niño Jesús, en cuanto a Integra, ¡bueno! Ella extrañaba Inglaterra en esas épocas más que en ninguna otra, y su alivio era mostrarse indiferente a las costumbres rumanas.

-Abraham, ¡que bueno que ya estarás en casa!- dijo Triana

-Sí, yo también estoy contento, ¡muy contento! De hecho, creo que no me esta yendo tal mal después de todo- le dijo guiñándole el ojo.

-¿En serio?

-Sí, te lo contaré todo, se trata de lady Islands.

Al escuchar aquello, Seras detuvo un momento su actividad para quedársele viendo a Abraham, luego se volvió a mirar a Pip, se entendieron con la mirada, coincidiendo en un gesto de preocupación.

-oOo-

La gitana extrañaba la presencia continua de su hermano adoptivo. Lo extrañaba porque en todos los años de su vida no había tenido un ser tan cercano y tan querido como él. Lo extrañaba porque en realidad no tenía amigos o amigas ni mucho menos un interés romántico, ni nada que se le pareciera. Aunque su vida ahora era un tanto más amena, pues Abraham le había encargado a Seras que le buscara una buena escuela a la jovencita, por lo que fue matriculada en un elegante colegio privado mixto en el centro de Londres. "Allí terminarás el bachillerato", le dijo Seras, "¡y el año que viene podrás ingresar a la Universidad que quieras!". Con esas promesas la chiquilla estaba emocionada, pero desconcertada también.

Minutos después estaban en la habitación de él, donde se apresuró a dejar su equipaje y comenzar a quitarse la chaqueta y las prendas abrigadoras.

-Oye Triana, ¿quién crees que tiene una cita para hoy en la noche con Shelley Islands?

-¿En verdad? Vaya, ¿y cómo lograste romper el hielo?

-Siempre encuentro la manera… o eso parece.

-Eso es algo bueno, especialmente por que me costó trabajo conseguir lo que me pediste.

-Pero… ¿de verdad ?- preguntó él, ansioso.

- ¡Oh sí! Tienes que verlo…

Y dirigiéndose a su bolso del colegio, buscó entre sus libros, ante la mirada expectante del muchacho, una bonita y pequeña bolsa de papel con elegantes letras tipografiadas, el nombre de una afamada joyería.

-¡Vaya encargo! Tuve que presentar aval, identificación, ¡y no sé que!…Yo lo sé, ¡no podían creer que una niña como yo tuviera tanto dinero para comprar algo así, sin remilgos y de contado! Como además pagué con una de tus tarjetas...-decía recelosa, recordando los inconvenientes, los tramites y las preguntas que le hicieron, mientras que Abraham habría la bolsa y sacaba de él un pequeño estuche cuadrado.

Cuando alzó la tapa, vio empotrados, un par de pendientes hechos con dos perlas rosadas, engarzadas en un broche de oro, colgando de tres blancos brillantes.

-¡Son muy bonitos!

-Claro, tan bonitos como caros, ¿sabes lo raras que son las perlas rosadas? Abraham, ¡eso costo mucho dinero! Mira…fue...-dijo sacando la nota del banco.

-Ah no…no me importa cuanto costaron- dijo negando con la mano y sin voltear a verla- no te olvides que tengo mucho dinero, ¡así que puedo gastarlo como yo quiera!

-Abraham, hijo, eres un heredero muy rico…-recordó que le dijo Seras en una ocasión- no sólo por la fortuna que poseía tu mamá, sino por que no se ha quedado estática…no se por que, ni cómo, pero, parece que alguien "olvidó" dejar de desviar el porcentaje anual que se le dedicaba a la organización…

-Entonces… ¿ha sido recibida todos estos años?

-Sí, la bonificación que se acostumbraba- le dijo mostrándole impresionantes estados de cuenta bancarios- así que por dinero no te preocupes, que en verdad tienes mucho, eso sin contar lo que te heredó tu papá.

-Que esta en otros bancos.

-Claro… y por lo que se refiere a los manejos, luego te presentaré a tu contador…

Teniendo en cuenta esa información, el muchacho se permitía pagar lujos, como ese que tenía en las manos y que estaba destinado a la bella Dame de la Casa Islands.

-Como sea, se que se verán muy bien enmarcando ese hermoso rostro- dijo como para sí mismo.

Triana lo miró y dibujó una taimada sonrisa, pues la suerte que había visto en su mano, estaba segura, se cumpliría de un modo u otro.

Abraham entonces abrió sus maletas y se puso a desempacar, algo de lo primero que extrajo fue la fotografía que lo mostraba a él, cinco años más chico, junto a sus padres, frente a las orillas de un maravilloso delta del Danubio.

La gitana se acercó y observó junto con él, el retrato. Sonrió con cariño al recordar a sus amos, mientras que el medio vampiro colocaba la foto en el buró. Sentándose ambos en la orilla de la cama, comenzaron a charlar.

-¿No me digas que no los extrañas? La verdad es que yo sí- dijo ella.

-Yo también, y mira que el tiempo se va muy rápido: hace un año estaban aún con nosotros y dentro de un mes cumplirán un año de fallecidos.

-Abraham, dime una cosa, ¿a quien extrañas más?

En eso el chico se quedó pensando un poco, se volvió a mirar a los ojos a la gitana y dijo:- La verdad es que extraño mucho más a mi madre, extraño mucho más a Integra, creo que si contará las horas que pase con ambos y las comparara, fueron muy pocas las que compartí con mi papá.

-Siempre fuiste muy reacio con él, todos lo notábamos.

-Tal vez la primera razón fue que cuando él despertaba, yo dormía a una hora temprana, pues era solo un niño- sonrió y agachó la cabeza- yo ya algo mayor, y muchas veces, él entraba a mi habitación, yo lo escuchaba perfectamente bien. Llegaba sin hacer ruido y se sentaba a mi lado en la cama y me contemplaba un rato, pero yo me hacía el dormido para no tener que hablar con él. No se si él se daba cuenta o no, pero a veces, algunas veces me acariciaba la cabeza y me daba las buenas noches, pero yo no daba señal alguna de estar despierto. Era muy extraño lo que sentía por él, era como una especie de…de enojo.

-¿Enojo? ¿Por qué motivo?

-Yo…no lo sabía, no lo sabía en esos momentos, ni siquiera podía definir el sentimiento, pero lo experimentaba cuando se acercaba a mi madre

-Eso es como... complejo de Edipo.

-Lo sé.

-Entonces, ¿qué hubiera pasado si él no se hubiera inmolado?

-Creo que él…tomó la mejor decisión, creo que…de haberse quedado con vida no lo hubiese perdonado nunca. Él lo supo así que… fue lo mejor.

Triana lo miró con algo de desconcierto al escucharlo tan sincerado con él mismo, tan absuelto: -Y lo que te voy a decir va a sonar más extraño y jamás se lo había dicho a nadie pero… la verdad es que en los últimos años fue difícil y la única razón es que éramos dos hombres enamorados de la misma mujer; Integra era mi madre y la mujer de Alucard, pero no importa; el amor es el amor.

-¿Lo veías como tu rival?

-Tal vez. Tal vez era reciproco, él un día me dijo: "Debes saber que eres el único hombre en todo el mundo con el que concibo compartir el amor de tu madre"- al recordarlo sonrió con ironía, Triana lo observó en silencio- después de todo, yo nací para robarle el amor de su ama… ¡que tonto que ambos quisiéramos ser el único! ¡En fin! Soy tan retorcido como cualquier Dracul anterior, ¿verdad? Sólo nacemos para meternos en líos… ¡que sé yo!…

Terminando así esa extraña y catártica charla, él pareció recobrar su personalidad de siempre, se levantó mirando su reloj y dijo: -Apenas tengo unas horas para poner todo en orden, ¡y está vez sí debo llegar temprano! Así que si me disculpas- dijo mientras se olía las axilas - decía mientras se halaba la camiseta para desfajarla

-Sí, yo ya me iba…ah, y por el pudor no te preocupes, ¡que ni en mil años podrías causarme morbo! Recuerdo bien cuando éramos niños y corrías desnudo por toda la casa, escapando para que mi ama no te diera un baño.

Abraham la miró y se sonrió de buena gana ante el recuerdo de su falta de pudor infantil.

─ ¡Claro! Yo podría andar con "traje de Adán" todo el tiempo, si no me llevaran preso por faltas a la moral- bromeo él.

Ella se fue riendo también, cerrando la puerta tras de sí.

A kilómetros de allí, la señorita Islands buscó la manera de burlar las prohibiciones familiares respecto a no relacionarse con "ciertas personas que no le convenían". Así que pretextó un reunión con su amiga Willow (y la eligió a ella por que sus padres no tenían inconvenientes). Una reunión que se efectuaría en las tiendas concurridas de Soho (inventó ella). Así que cuando ella le comunicó su salida a su padre, este pareció no tomarla en cuenta pues al señor Charles Gregor Ferguson no le preocupaban las salidas con amigas. Por su parte, Willow Kent estuvo de acuerdo en hacer de Celestina, y confirmó la cita cuando el lord Islands habló con ella por teléfono.

De modo que, alborozada por dentro, fue a ocuparse en su arreglo personal, a enfatizar su belleza con discreto maquillaje, acicalarse, perfumarse y vestirse elegante pero discreta. Después, salir casi a hurtadillas de su mansión, directa hacia su auto para que ninguno de sus padres notara su salida y por lo tanto no cuestionara su regreso.

Mucho, mucho antes de la hora en que ella abandonara su hogar, Abraham planeó salir con bastante tiempo de casa, para no sufrir ningún retraso. Así bajó a la estancia por la escalera principal adornada con fragantes guirlandas de pino, pasó por el recibidor, por la chimenea donde lucía el retrato adolescente de su madre, donde ahora descansaban los retratos que había traído desde Rumania, retratos de su niñez y la juventud de su madre, como esa cuando se graduó del colegio y estaba junto a Alucard y el mayordomo Walter. Lo observó todo maquinalmente, luego fue al comedor. De hecho, llevaba de ventaja horas, pues antes quería pasearse por la ciudad. Dirigiéndose a la cocina para buscar un poco de su alimento primordial, en la estancia se topó con Seras.

-¿Vas a salir?- dijo notando que estaba inusualmente arreglado, y la estela de loción que iba dejando.

-Sí, así es, tengo una cita con una linda chica.

- Y… ¿esa chica es sir Islands?

-Aaaja…

-Abraham, yo no tengo porque cuestionar tus elecciones o asuntos amorosos pero no quisiera que te hicieras ilusiones con ella.

-¿Por qué lo dices?

-Bueno, es que, no creo que tengas muchas oportunidades…mira, puede que sir Islands parezca ser muy independiente y muy exitosa, pero la verdad es que no, ella esta bajo el domino paterno, ¡todo el mundo lo sabe! Y por lo tanto, me parece que obedecerá a lord Charles en todo lo relacionado a sus relaciones.

-Sigo sin entenderte…

-Que, aparte de que sus padres tal vez tengan otros planes para ella, bueno, no creo que te quieran cerca de su hija.

Después de eso Abraham escuchó de la boca de su tutora, la razón del cambio de actitud de la muchacha, razón que él ya venía sospechando pero que confirmó cuando escuchó: -…y parece que parte de las cosas que se ventilaron, aparte del lugar donde se escondieron tus padres, se supieran cosas… un tanto privadas…

-En pocas palabras…

-En pocas palabras…me parece que ante los ojos de personas como los Islands, tú eres un hombre desprestigiado…-agregó Seras, sintiéndose muy apenada. ─ además…

─ ¿Hay algo más? ─ preguntó ya asombrado, sin dejar de sorber de la bolsa de sangre médica.

─ Me temo que sí… escucha Abraham, el señor Charles Islands y tu mamá estuvieron comprometidos en la juventud…

Abraham casi se ahogó con la sangre que deglutía en esos momentos.

─ Charles Islands...¿el que fue director de Inteligencia hasta hace no mucho?

─ El mismo... ─ luego de Seras escuchó una historia escueta acerca de que en algún momento de la época en que Integra terminó el bachillerato, el legendario Sir Islands había pedido la disolución de ese compromiso entre las dos familias. No había detalles, Seras no los sabía, sólo el hecho en sí.

Entonces el medio vampiro entendió todo muy bien, entendió por que el total y traslucido interés de ella se apagó luego del primer encuentro, porque lo trató tan fría y cortante en el baile, porque lo evitaba, porque ya no era la misma. Tal vez ella no supiera de ese añejo detalle entre su padre e Integra, pero también sabía que lo consideraba frívolo, poco serio, un libertino sin remedio que podría causarle muchos desagravios, ¡y para colmo! Que era muy probable que su padre tuviera desavenencias con la familia a causa de ese antiguo compromiso roto.

-Así que…ella descubrió que… sólo soy un hombrezuelo… alguien que no la tomará en serio y que sólo jugara con ella..

- Y, ¿lo eres? ¿Lo eres Abraham? ─ Ante la pregunta el muchacho se quedó mirando a la vampiresa sin saber que responderle. -¿Qué es lo que quieres de esa muchacha?

-Yo…no lo sé, es sólo que me esta interesando mucho, sinceramente nunca me había ocupado así con alguien, hasta ahora…

-¿Será por su rechazo? ¿Eso aviva tu interés?

-Lo he pensado pero…no lo sé, esto apenas comienza, creo…

-Abraham, ten cuidado, muchas veces, la estaca con la que lastimamos puede herirnos a nosotros también.

─ …Lo sé…¡pero oye! ¿Qué tal que los Islands y los Hellsing siempre hayan estado destinados a unirse y yo lo logro? ─ dijo con una sonrisa socarrona ante la cual Seras sólo hizo rodar los ojos.

Luego Abraham guardó silencio repasando las sabias palabras de Seras, que sin embargo lo pusieron a pensar: si ella, la buena, la obediente Shelley, a pesar de la prohibición y conocer sus antecedentes, aceptaba salir con él, significaba que le interesaba de verdad y eso le contentaba, le contentaba a pesar de que muchas veces se había ufanado de sí mismo, ahora era diferente, muy a pesar de su ego la muchacha cobraba importancia.

-Gracias por decírmelo Seras, es bueno saber que es lo que pasa, pero, de todas maneras hoy iré a esa cita y veré que ocurre.

Seras pensó entonces que si ese muchacho había heredado la pasión, la tenacidad y la fuerza de su padres, no le cabía duda que sólo necesitaba de un gatillo, de una pequeña chispa que prendiera la pólvora y detonara todo dentro de sí…"si es así, habrá problemas", pensó.

Parecía que nada le iba salir mal a Abraham, parecía que nada iba a truncar esa salida y que por una tarde podría pretender ser un joven normal. Por lo que nadie pensó que a esa misma hora el teléfono en casa, habría de sonar. Jacob fue a contestar, estuvo atento un momento y tomó el recado yendo a buscar a su ama Seras. Ella recibió la llamada, hizo un gesto de contrariedad, colgó afirmando y despidiéndose. Fue a buscar a Abraham que estaba a punto de irse, ya con las llaves del auto y los guantes de piel en las manos.

-¡Abraham! Espera un momento.

-¿Sí? ¿Qué pasa?

-Lo siento pero…llamó Alice Windham.

Al escuchar ese nombre no atinó a decir nada, tan sólo hizo una expresión de profunda molestia, se paso la mano por la cara conteniendo la rabia, detrás del umbral de la puerta, estuvo un momento indeciso, pero aún con el auto estacionado afuera, tuvo que dar media vuelta y regresar a atender su deber.

Maldiciendo y maldiciendo, siguió las instrucciones que Windham le proporcionó a través de otra llamada, atendiéndola desde el estudio con el altavoz del teléfono puesto, para que ambos pudieran escuchar: se enteraron de que la policía ya había dado con una guarida de callejeros, que por la ubicación y la zona, debían ser los que habían estado causando tantos problemas en los últimos días. Cuando él colgó sabía que debía organizar una misión.

-Seras- le dijo- moviliza un escuadrón y alista el helicóptero, ya escuchaste, tenemos que estar en Green park…

-En seguida se hará- afirmó ella saliendo del estudio

-Gracias- dijo él apenas, disimulando su mal humor, conteniendo su berrinche por esa trastada y respirando lenta y profundamente para concentrarse y hacer bien su trabajo, pensaba en eso mientras se dirigía para cargar la Jackal y la Cassul, y colocarse el porta armas debajo de la chaqueta.

Con un escuadrón de hombres comandados por Pip, su capitán, salieron; Seras, Triana que había insistido en ir y Abraham. Cuando el helicóptero se elevó, él sólo podía pensar en algo, "que esto termine rápido, ¡que esto termine rápido y a tiempo!".

En media hora estuvieron detrás del Saint James Castle, aterrizando en los pastos congelados del Green Park, donde los esperaba la comitiva de la policía. Las presentaciones se hicieron rápido y se planeó la misión: irían hacia los barrios más perdidos de Whitechapel, allí, según informes certeros, había una madriguera de llamar la atención.

Volvieron a trepar a sus vehículos y helicópteros hasta donde pudieran acercarse más, a descender a los viejos muelles. De nuevo, Abraham se acordó de Shelley, ¡de su famosa cita la cual estaba a punto de malograrse! Vio otra vez su reloj, miró al horizonte. El sol ya había descendido. Hizo un gesto de ansiedad, ¡quería marcharse de allí! Si por él fuera lo haría, pero no, ahora no hacía lo que él quería, sino lo que debía. Tenía la opción de explicarle todo a ella y cancelar la cita, pero tampoco se decidía a tomar esa determinación.

Pronto la comitiva llegó a los puertos de Essex, allí descendieron sobre una plataforma y todos bajaron de los aparatos voladores para ocupar vehículos y dirigirse al epicentro de la misión. Mientras iban pasando, Abraham y Triana le echaban un vistazo a esos, uno de los más celebres barrios bajos de la ciudad, que durante buena parte del siglo pasado había salido avante, ahora, después del apocalipsis zombie, había vuelto a ser un epicentro de pobreza, y cuanto más se internaban en Whitechapel más se agudizaba la miseria y el mal aspecto de las calles, de los edificios, los callejones atascados de basura, suciedad y vandalismo…delincuencia y escasez, donde deambulaban los mendigos y los nuevos inmigrantes que descendían a los muelles de Essex; buscando empleo y una vida mejor, llegando a una tierra extraña, con los bolsillos vacíos, sólo para entregarse a otra burda, mal oliente y grotesca realidad.

-No debiéramos de estar aquí, ¡nadie debería estar aquí! - expresó Seras, que se conmovía al ver como algunos no tenían nada más que su miseria.

¡Y quién sabe que sentimientos producía a los que miraban pasar los convoyes! Pues en sus rostros sólo había desolación por estar atrapados en ese getto de vidas arruinadas, aspiraciones e ilusiones truncadas por lo exiguo de su condición y para colmo, de un frío castigador cuya nieve esparcida por doquier entre basura e inmundicia, ya no tenía nada de blanca. Y esa estación nada de feliz ni cálida. Pues hasta allá no llegaba el sonido de los villancicos, ni el resplandor de las luces navideñas, ni la fragancia de los pinos, ni el aroma de las viandas.

Cuando pasaron por una calle con celebre nombre: Callejón Dorset, Abraham no pudo evitar relacionar esa, con una frase, que automática vino a su mente:-"El siglo XX nació conmigo"…-pronunció él en voz alta.

-¿Cómo dijo, sir Hellsing?- preguntó Alice Windham

-El siglo XX nació conmigo…

-Jack el destripador- agregó Seras.

-Imposible olvidarlo estando aquí- expresó Windham- ¡imposible cuando fue la mayor vergüenza de Scotlan Yard en toda su historia!

-Él era un experto, un asesino infalible… - dijo Abraham evocando las anécdotas de su padre y lo estudiado en los tratados de historia londinense.

-Cuando conocí su obra, es decir, el resultado de sus crímenes, ¡hasta yo me sentí burdo, ridiculizado!- recordó decir a su padre en una ocasión, ante la chimenea de su casa rumana, viendo chisporrotear la leña en el fuego- fue una de mis primeras experiencias en Londres, ¡haya en la lejana época victoriana! Recién me habían hecho esclavo.

Alucard atizaba el fuego (única luz de toda la habitación) y hablaba sosteniendo un cigarrillo en los labios. Abraham tendría entonces unos trece años, estaba a solas con él, sentado en uno de los divanes.

-Todos lo conocimos sólo como Jack el destripador, bonito mote, ¿no crees, Mircea? ¡Pero él era todo un maestro! Preciso y seguro, su trabajo no ha tenido comparación. Él mataba a esas pobres mujerzuelas, creo que a la última le arrancó el corazón para comérselo, ya que nunca lo hallaron en la escena del crimen- dejó el atizador, aún de cuclillas y mirando el fuego, exhaló bocanadas de humo- Pero él las estrangulaba primero, luego, tendidas en el suelo las degollaba y sacaba sus viseras, destrozaba su tórax; a veces arrancaba uno de los dos senos, a veces era un poco más imaginativo y les extirpaba los órganos sexuales, pero todo con la precisión de un cirujano…

-Pero…-dirigió Abraham niño, una pregunta a su padre- ¿Cómo es que las atrapaba? ¿Acaso ellas no corrían? ¿No se defendían?

-Tal vez porque se les acercaba como algún cliente y las atacaba cuando eran más vulnerables…

-¿Más vulnerables?-

-Cuando ellas se descuidaban alzándose las enaguas- contestó Alucard sin apuro de censura.

El recuerdo terminó cuando, por fin, se acercaron lo bastante al área señalada, es decir, a su propia zona cero, donde estaba todo previsto para emboscar a quienes allí operaban. Su objetivo era un viejo complejo habitacional al que vieron acercarse cada vez más en el firmamento, desde donde ahora se distinguía un poco lejana la ciudad, envuelta en ruido y en una nata grisácea de nubes cargadas de hielo y smog.

Por fuera sólo era una de las tantas vecindades paupérrimas y hacinadas; apuntaladas por todos lados, remendadas, de drenajes inservibles y cañerías que expulsaban su contenido encharcándolo y dejaban escapar vapores de hediondez. Balcones pobres de paredes descascaradas y herrería oxidada en donde de cuando en cuando, se asomaba alguien para ver que era lo que se aproximaba por la callejuela. Allí vieron a una anciana, a un montón de chiquillos, a una joven que a los veinte años aparentaba cuarenta, madre de un pequeño que tenía en brazos. Personajes todos, de esa tétrica comedia. Sin embargo, la feroz morada a donde se dirigían no era sólo un contenedor de desamparados, era mucho más que eso. En sus adentros, se sabía muy bien, era una madriguera dedicada para cometer todo tipo de ilícitos.

-…Robo, contrabando, falsificación, secuestro, trata de personas, narcotráfico, corrupción, prostitución de mujeres y niños, mercadeo negro y mucha, ¡mucha violencia! ¿Quién dice que estas cosas no pasan en el primer mundo, capitán Bernadotte?

-Los que creen vivir en un primer mundo, precisamente- contestó el francés al comandante del escuadrón policiaco, con quien estaba a punto de adentrarse al territorio de la anarquía.

Según lo planificado en la estrategia del operativo todos debían caer, sin importar que algunos jefes de las mafias, cuyos centros de abastecimiento se ubicaban allí, gozaran de canonjías. La impunidad que les habían ofrecido los sectores policíacos se vino abajo cuando una sola palabra comenzó a dejarse escapar de esa cueva de ladrones: vampirismo.

Así, primeramente fueron enviadas las fuerzas policíacas de rutina, es decir convencionales, mientras que detectives, personal de inteligencia y comandantes, entre los que se contaban a la "Organización", esperaban perímetro afuera. Y rodeando toda la manzana más y más elementos de la policía, así como helicópteros que sobrevolaban con la orden de disparar si era necesario.

-Sí no hay vampiros en la zona, yo, desde luego, tendré que retirarme…- dijo Abraham.

-¿Cree que no lo sean, Sir?

-No todos los malandrines de Londres, ni todos los habitantes de los barrios bajos son seres sobrenaturales, y si es así, mis hombres y yo no tendríamos nada que hacer allí, no sería nuestro trabajo. Que se cercioren primero con quienes estamos tratando, no vamos a andar dando pasos de ciego ni a desperdiciar nuestros recursos en escoria común y corriente.

-¿Y cómo podrían identificar algo que no conocen, sir Hellsing?

-No es problema, para eso irá parte de mi escuadrón comandado por el capitán Bernadotte, experto en la materia, si él evalúa que hay necesidad, irá el resto de mi gente. Que cada quien limpie su basura, milady.

-Está en su derecho, milord ─ contestó Alice.

Cuando estuvieron listos para perpetrar el asalto, lo hicieron con lujo de violencia, dispuestos a disparar sus armas modernas, más inclementes, más destructivas y modernizadas que disparaban ráfagas de balas expansivas y otras, una luz calcinante capaz de victimar a muchos metros de distancia. Desde luego que comenzar el asalto, apuntando con las armas, anunciando que se trataba de un arresto, no evitaba para nada que todos opusieran resistencia. Los más débiles: hombres desarmados, chiquillos y mujeres, corrieron en todas direcciones como si fueran cucarachas.

Aunque lo peor siempre venía después, cuando los bribones armados se defendían organizando una batalla campal que arrojaba víctimas y sangre en todas direcciones. Detonaciones enloquecidas que de repente no buscaba un objetivo fijo, sino simplemente a quien matar. Trincheras apenas improvisadas y efectivos que caían en ambos bandos. De repente una manada de ellos se lanzo al patio central de ese conglomerado de covachas para ser detenidos por los tiros certeros de los francotiradores apostados en las azoteas. No había como escapar en esa trampa mortal que les habían tendido y que sus cabecillas de alto rango no se molestaron en advertir, prefiriendo ponerse a salvo.

Parecía que lo que restaba de la tarde la iban a gastar limpiando, quitando seres del camino. Además habían hombres, mujeres, niños que eran amagados y forzados a ponerse contra la pared para ser inspeccionados, para luego eran conducidos afuera, con las manos en la nuca, para luego ser esposados y obligados a entrar en camiones cerrados de la policía, separándolos tan sólo por su sexo.

Mientras todo aquello pasaba, Pip y sus hombres, armas en mano, inspeccionaban que entre los miembros de la desagradable cofradía, no fuera a haber alguno de los que buscaban. Abrían con un puntapié cada puerta que hallaban cerrada y apuntando al interior sin que hubiera algo de novedad, a no ser por las escenas dantescas o degradantes con las que se llegaban a topar.

-No hay novedades ni objetivos…parece que todo esta en orden- informaba Pip a través del intercomunicador que llevaba- si no hallamos nada raro, todo habrá sido una falsa alarma.

Seras recibía los comunicados que eran, a su vez, dichos a Abraham.

-Parece que no hay nada "especial", hasta ahora…

-Ojala no lo haya…- repuso el heredero, que ese entretenía en arrastrar pedazos de nieve con el pie, fumando un cigarrillo tras otro.

Siguieron avanzando a las zonas interiores de los departamentos hasta llegar a las factorías que contenía lo más profundo del edificio, en sus primeros pisos, donde los arruinados muros ya se estrellaban contra los cimientos y la duela de los suelos se deshacía en polvorones de aserrín. Desde que ellos comenzaron a acercarse, algo inusitado llamó la atención del mercenario: unos sonidos informes que provenían de adentro, como si a través de esas puertas no se percataran del brutal arresto masivo, la balacera, los gritos. Pues cuando abrieron la puerta de un galerón hundido dentro del resto del edificio, hallaron, como en una cámara de espanto, a un embrutecido ser de colmillos largos y aspecto cavernoso, medio desnudo, sobre un diván, echado sobre la que parecía ser otra persona, rodeado de otros dos, que posiblemente eran de su camada y que arrastraban cuerpos muertos por el suelo hacia una dirección desconocida y se perdía entre los cachivaches y la penumbra. El ser de mayor tamaño y edad, tenía en las manos a una joven mujer amordazada y amarrada por las manos. Una mujer que él dejó caer, casi inconsciente, al suelo, para emprender la huida la cual fue cegada por una ráfaga de balas en su cuerpo.

-¡Síganlos, síganlos! ¡Tras ellos!- ordenó Pip , y cuatro hombres les siguieron a lo largo de ese cuarto sin muros de separación.

Luego, el capitán se acercó a la victima que aún conservaba el conocimiento: la desventurada tenía en su cuello la marca horrorosa de una boca hambrienta de sangre. Con las pocas fuerzas que le quedaban ella alzó el rostro y dijo: -¡Por favor, por favor ayúdeme! Se lo suplico, ¡ayúdeme!- mientras se prendía de uno de los brazos del mercenario que la miró con lastima- no me deje aquí, ¡no me deje con ellos!

Pip se alejó un poco y sin más jaló el gatillo de un arma sencilla, atravesándole la cabeza con una bala: -Entonces muere y ve con Dios, mujer- expresó mientras la observaba caer de lado, con los ojos abiertos.

Después de eso, al capitán sólo le bastó informar la nueva situación por radio, para que la intervención de la Organización Hellsing comenzara.

-Han hallado objetivos, sí hay presencia vampirica en la zona- dijo Seras a Abraham.

Al escucharlo, él no gesticuló, ni dijo una palabra, lo que hizo fue quitarse la bufanda y el abrigo que usaba. Luego los echó al interior del vehiculo para resguardar los valiosos objetos que llevaba consigo, de modo que sólo sobre su delgada camiseta llevaba el porta armas con las dos muy impresionantes Casull y Jackal a los costados de su pecho, a la vista de todos. Pidió a Seras que todo el escuadrón se alistara. Cuando estuvieron preparados, estando él al frente de su tropa, sólo volteó para decir, arrojando el cigarrillo al suelo:-¡Señores! En nombre de Dios y del rey, vamos a condenar a las almas impuras de los muertos vivientes a la maldición eterna…

-¡Amén!- respondieron todos en coro, incluyendo a Seras que no podía dejar de recordar viejos tiempos.

-Ahora sí- agregó el heredero- ¡hay que partirles el culo a esos hijos de puta!- mientras se colocaba un intercomunicador en el oído, como el resto- ¡¿O no muchachos?!

-¡Sí!- contestaron todos alzando sus armas y gritando eufóricos

-¡Bien! Entonces, ¿qué esperamos?... Para buscar y destruir.

Y sin más, con toda la prisa que llevaba, se aproximó a entrar, mientras pedía a Pip la ubicación exacta.

Cuando llegó al lugar indicado, le informaron que habían visto alejarse a dos seres no humanos al interior de esa bóveda, que algunos hombres lo siguieron pero sólo escucharon gritos, forcejeo, detonaciones de sus metrallas y luego el silencio, cuando corrieron en esa dirección, hallaron a sus compañeros con la garganta destrozada.

-…por eso esperamos los refuerzos.

-Hiciste bien capitán- agregó Abraham- pero, ¿qué demonios hay allí?

-Parece ser que es la entrada a otro escondite, a un sótano, pero a estas alturas ya debimos de haberlos alarmado.

-Bien, ¡entonces vamos a entrar! Hay que dividirnos.

Así, Seras, Pip y él comandarían grupos de soldados que irían por los tres caminos diferentes que se extendieron una vez traspasaron la puerta hacia ese mal oliente lugar, donde el cemento y la madera se habían acabado en su polvoriento suelo y las paredes forradas de madera despedían un aroma de humedad y descomposición.

-Tú vienes conmigo Triana- dijo Abraham- no se por que permito que vengas, esto no es una recreación, ¡podrían matarte!

-Todos vamos a morir algún día - repuso ella sin el menor cuidado.

La gitana, metralla en mano y con el sable de Integra a la espalda, uniformada como el resto (con el nuevo uniforme, todo de color negro, sofisticado, térmico y blindado) sólo esperaba que la batalla comenzara. Caminaron un tramo sin distinguir nada, sin escuchar nada. Los hombres que venían con ellos los seguían muy de cerca, Abraham sin embargo, se adelanto un poco.

-Tienen que admitir que, de todos, ¡yo soy el único que corre menos peligro!-dijo él, para ir a verificar lo que podían encontrar después de superar el recodo que tenían enfrente del angosto pasillo.

Continuaron avanzando por la senda casi oscura, por pasillos angostos, sin bajar la guardia, atentos. Cuando a distancia, Abraham pudo escuchar muchos sonidos, mucho ruido, desorden. Apresuró los pasos y distinguió luz al final de ese pasillo.

-Seras, ¿en donde estas? - preguntó a través de su intercomunicador.

-Caminamos a través de un pasillo, pero parece que está a punto de finalizar, distinguimos luz.

"Eso quiere decir que debemos estar a la misma altura, a la misma distancia":-¡Ponte en guardia! ¡Avísale a Bernadotte!... Creo que hallamos el corazón de la madriguera.

No tuvieron que avanzar demasiado para toparse con media docena de figuras que corrían en su dirección. Al percatarse de la presencia de los intrusos, se detuvieron en seco, lo pensaron un poco, sólo un poco para después lanzarse contra para embestirlos.

-Intrusos, ¡intrusos, intrusos!- comenzó a gritar una adolescente que corrió en dirección contraria. Triana no lo pensó y desenvainando el sable, corrió tras de ella.

El medio vampiro y sus hombres perforaron las carnes de esos nosferatus con balas de plata. Abraham corrió en busca de la gitana. Unos metros después, halló tan sólo el cuerpo inmóvil de la vampira que la rumana había elegido como presa.

-¡Triana! ¡¿Triana donde estás?!- comenzó a buscar y a avanzar. Llegó al final del pasillo donde ya estaba Triana pecho en tierra, muy silenciosa y acechando, pues delante de ella se abría una cueva, una cavidad a modo de sótano, como si fuera un teatro. La gran habitación se extendía aún más, siendo rodeado por otras factorías y pasillos oscuros, pero justo allí, justo donde la gitana ahora echaba un vistazo, era un salón amplio, iluminado por focos de luz amarillenta.

-¿Qué es eso?- preguntó el heredero a la chica, llegando a echarse junto a ella.

-Es la verdadera cueva de los ladrones- le dijo señalándole el fondo.

Allí mismo ahora había muchas personas corriendo de un lado a otro, recogiendo pertenencias, al parecer. Apurados y nerviosos, como a punto de escapar. ¡Todos eran tan extraños! No eran personas normales, la mayoría niños de ambos sexos, cuyas edades oscilaban entre cinco (tal vez menos) y diecisiete años. Pero lo que más llamó la atención a los cazadores, fue su aspecto; lucían extremadamente pálidos.

-Abraham, ¿crees que ellos sean…?

-No lo se, parecieran, tienen las señas- dijo el muchacho agudizando su amplia vista.

-¡Aquí están! Milord! ¿Qué esta pasando?- habló uno de los soldados, dándoles alcance.

Abraham volteó y les hizo señas con el dedo para que guardaran silencio:-Sólo miren allá abajo.

Los soldados se acercaron cautelosos y observaron un rato lo que sucedía: los chiquillos iban y venían, juntando y alzando lo que podían de esos bienes robados. De repente, de uno de los pasillos circundantes, salió la figura de un hombre obeso y mal encarado, vestido con un traje de mal gusto, puso las manos en la cintura comenzó a repartir insultos vociferando, ordenando y amenazando con la fusta de la que siempre se armaba:-¡Vamos, vamos, atajo de holgazanes! ¡Recojan todo, que nos tenemos que largar ahora! ¡Metan todo en esos sacos!

Desde su lugar oculto, el medio vampiro observó bien a ese desagradable hombre y no le sorprendió encontrarse con que en realidad era un nosferatu.

-¿Qué hacemos, Abraham?- preguntó la gitana.

-Espera un poco más, veamos que es lo que hacen- y pidiendo de nuevo la ubicación a sus dos capitanes, le dieron a saber que estaban admirando un paisaje similar al suyo. Les dijo que estuvieran en guardia y esperaran su señal para atacar.

La manada de chicos seguía empacando objetos, cuando de repente, desde la misma dirección de donde había salido el hombre, llegó otro sujeto llevando a empellones a unas nueve chiquillas que no pasaban de los quince años pero que estaban vestidas como mujeres, con ropas atrevidas, y los rostros maquillados con exageración.

-¡Vamos, vamos, dense prisa, pequeñas perras!

-¡Te cuidado con eso, imbecil!- se quejó una de ellas, a punto de tropezar consecuencia de los altos tacones de sus zapatos.

-¡No me respondas, insolente!- vociferó el hombre alzando la mano, amenazando con abofetear a la chica.

-¡No te atrevas!- le gritó ella.

-¡Pequeña sucia!- dijo el hombre golpeándola al fin, pero la muchacha se levanto del suelo en cuanto calló a él y se le abalanzo a su agresor, mostrando con fiereza sus dos pares de afilados colmillos, antes de que el rufián pudiera evitarlo, ella ya se había prendido de su mano, dándole un enorme mordisco.

En ese momento todos los chiquillos cesaron con su tarea para ver la escena, en sus caras se podía leer la incredulidad, la sorpresa y también el miedo al ver como una de las suyas, retaba de esa manera a sus verdugos.

Para cuando el hombre pudo despegarse a la chica, está le arrancó un buen pedazo de carne que llevó con ellas grandes hilos de sangre. Él la aventó contra el suelo y ella cayó de espalda, lo que la hizo escupir el tasajo sanguinolento que voló por los aires, pero no bien cayó al suelo, que un tropel de chiquillos se abalanzo a él para tratar de ganarlo, como si ese pedazo de carne fuera a significar todo el alimento de sus vidas. Uno de ellos lo tomó en sus manos para mordisquearlo, cuando otro llegó y se lo arrebató para imitarlo, y otro, y otro más hasta que todo el orden se había relajado por completo, convirtiendo eso en un festival de furia; de colmillos y estómagos vampiricos castigados con un hambre que luchaban por mitigar.

-Esos desgraciados matan de hambre a esos pequeños vampiros- dijo Abraham frunciendo el seño, sintiendo una terrible empatía.

-Seguro los hacen trabajar a cambio de unas cuantas raciones- expresó Triana.

Pero cuando el rufián atacado logró superar el dolor que le causo la herida, se fue contra la vampirita que en eso, ya retrocedía en el suelo. El hombre la agarró por el cuello y la levanto hasta que estuvieron cara a cara:-¡Me las vas a pagar!- dijo

-¡Échala contra la pared! ¡Qué todos vean los que les ocurre a los que se sublevan!

Y sin más, la jovencita fue arrojada bruscamente, luego uno de ellos le rasgo la blusa por la espalda, y el obeso comenzó a azotarla. Los demás chicos vieron con espanto y pena ajena el castigo. Pero entonces algo inesperado ocurrió, pues el verdugo se detuvo de pronto, sin decir más abrió los ojos en una expresión de sorpresa, alzo la vista y vio como un hilo de sangre comenzaba a escurrir por el perfil de su nariz, el tipo sólo alcanzó a tocar con sus dedos el líquido, para después caer boca arriba y comenzar a pulverizarse, asesinado por una bala, que certera, la gitana hizo atravesarle en el cráneo con la precisión de un francotirador experto. Al ver el castigo, ella no lo pudo evitar, arrancó el arma de un soldado junto a ella, cortó cartucho y jaló el gatillo.

Al ver el cadáver, al completo caos sólo le precedió un par de segundos y entonces toda la camada de vampiritos hecho a correr y a gritar enloquecidos, tratando de huir por los corredores. El otro pillo no pudo hacerlo, pues Triana lo despachó con la misma facilidad que a su grotesco compañero.

-¡Fabuloso, Triana! Ya has dado la señal- dijo un tanto irónico Abraham, mientras que veía como las otras dos partes de su escuadrón comandadas por Pip y Seras, saltaban de escondrijos laterales a los de ellos, con las armas en mano para tratar de cerrar el paso a los fugitivos con ráfagas disparadas al aire. De algún modo, la edad de los implicados los frenaba a asesinarlos sin más- ahora, ¡vamos tras ellos!

Los efectivos de Hellsing, lo siguieron a través de una angosta y burda escalera cavada en las rocas de esa hendidura. Cuando Abraham saltó, desenfundó ambas pistolas y ordenó: -¡Dispárenle a todo lo que se mueva, pero a matar! ¡Puntos vitales! Háganlos sufrir lo menos posible… ¡Es una orden!

Seras dudó un poco, el "sólo son niños", la contrarió. Sin embargo, era un hecho que ellos eran las criaturas que habían venido a exterminar.

Cuando el escuadrón entero estuvo sobre ellos, muchos diablillos corrieron escondiéndose por entre esos pasillos oscuros. Abraham y los demás los siguieron, los siguieron tanto como pudieron, y el medio vampiro lo hizo a través de recovecos y embrollos semejantes a los de un laberinto, seguido por la gitana y varios hombres más.

-¡Alto allí! ¡Alto allí!- gritaban los soldados, pero los vampiritos hacían caso omiso.

-¿Los matamos?-pregunto la gitana.

-No, mejor sigámoslos, haber a donde nos conducen.

Corrieron unos metros, la carrera de los fugitivos seguía acelerándose y ellos los perdían de vista.
Tal vez podrían escapárseles, confundirlos, perderlos entre las sombras de esos pasadizos umbrosos y húmedos. Al final sólo se encontraron persiguiendo a tres, por lo que sin dar explicaciones, Abraham le disparó a matar a dos de ellos que al instante cayeron al suelo para comenzar a deshacerse en polvo. El otro, un chico como de unos catorce años, los miró y animado por la adrenalina, corrió aún más rápido, sin embargo Triana apuntó con el rifle, pero antes de que la gitana detonará el disparo, Abraham la detuvo: -Lo quiero vivo- fue su orden.

Ella asintió con la mirada y dejó que corriera a través de ese pasillo que parecía interminable. Cuando la carrera llegó a su fin y el perseguido halló su meta, lo encontraron delante de una puerta, llamando desesperado con los puños y rogando que le abriesen, pero era inútil y él lo sabía bien, los que allí dentro estaban, se encontraban encerrados bajo llave.

Entonces, al entender que no obtendría ayuda proveniente de esa sala, el muchacho quiso comenzar a correr de nuevo, pero la gitana le disparó certera en una de sus piernas incrustando la bala de plata en el muslo, lo que precipitó a la victima al suelo. Presa del dolor y el miedo, sólo pudo retorcerse, encogerse y comenzar a suplicar cuando Abraham llegó hasta él: -Muy bien, ¡parece que ya encontramos quien nos va a ayudar! La cosa está así… Necesitamos información y parece que por aquí, tú eres el único que nos la puede proporcionar, así que si yo estuviera en tu lugar, comenzaría a hablar, de lo contrario, vas a sufrir una muerte lenta y dolorosa, ¿entendido? Bien, parece que sí, entonces…puedes comenzar a decirnos lo que sabes.

-Yo…yo…-tartamudeaba él- yo no se nada, señor, nosotros no somos nada, sólo trabajamos para "él", hacemos lo que nos dicen. ¡No éramos así! ¡Ellos nos hicieron así! Simplemente nos recogieron de las calles, de donde pudieron y nos trajeron aquí, dijeron que nos darían comida, techo y dinero…

-¿Quién se los dijo?

-Él…él me matará si hablo… si le sigo diciendo más.

-Yo te mataré y de una forma que desearás no haber nacido, ahora estas en mis manos, así que dime, ¿quién los trajo aquí?

- "Dasher" y sus socios. Nadie de nosotros sabe su nombre real, sólo lo nombran "Dasher"…él… ¡él es el jefe!

-¿Qué clase de trabajo hacen para él?

-De todo, ¡muchos negocios! Robamos, asaltamos, ¡cosas así!

-¿Todos son vampiros?

-Sí.

-¿Cuántos son?

-No lo sé, ¡muchos!

-¿Hay más aparte de los que estaban allí atrás?

-Sí, sí los hay.

-¿Dónde? ¿Qué hay detrás de esa puerta?

-Yo…este…

-¡¿Qué hay detrás de esa puerta?!

Al sólo contemplar que, presa del miedo, el interrogado no diría nada más, lo dejó caer al suelo, ordenando:-¡Abran!

Entonces, dos soldados dispararon contra los cerrojos de metal hasta que estos cedieron, y pudieron abrir la puerta que al fin cedió ante la tremenda fuerza de un puntapié propinado por el medio vampiro. Lo que vieron los dejó asombrados, pues encerrados, apresados, estaban decenas de chiquillos, todos combertidos en vampiros, sucios, harapientos, hambrientos y sufriendo las consecuencias del hacinamiento.

-Estos bastardos…han estado reclutando por montones, ¡tienen una horda de pequeños vampiros esclavizados! - dijo Abraham entrecerrando los ojos, respiró profundo y con aplomo dio una orden:

- Dispárenles…tenemos que hacer nuestro trabajo, y exterminarlos es lo único que podemos hacer… sólo dejen unos cuantos vivos para estudios de su condición, ¡quiero saber que tan genuinos son!

-¿Qué? – preguntó uno de sus soldados.

-Ya me escuchó bien, sargento, limpie este lugar.

-Pero… son niños, sir Hellsing…

- No, oficial, ¡en realidad están muertos y ya no tienen más destino que el de las sombras… ─ pero ante la dubitación de su agente, Abraham se fastidió: ─ ¡Maldición! ¿Acaso tengo que enseñarle a hacer su trabajo? - y sin decir más, entró a la crujía, diciendo- hola niños, ¡siento mucho que hayan tenido que pasar por todo esto! Pero… no se angustien, ¡pronto cesará su sufrimiento!

Enseguida, comenzó por disparar con sus dos armas de balas benditas, otorgando la expiación que sólo un cazador de las plagas de las sombras podía dar, y al verle llevar a cabo el trabajo sucio sin, los demás agentes se miraron entre sí comprendiendo que debían solidarizarse con su líder, aunque muy a su pesar.

─ Recuerden que ya no son humanos…ahora sin vampiros y tan sólo les esperaba una vida de oscuridad y tormentos! ─ les animaba pues aquello no era cosa fácil de llevar a cabo ─ ¡ese es su trabajo, señores! Estamos aquí para exterminar seres de la noche.

Cuando hubo terminado el exterminio, Abraham bajó el arma y dio otra orden, aún dando la espalda:

- Verifiquen que todos estén muertos, y si no es así, remantenlos.

-Sí…sí milord- asintió su comandante, luego él y varios hombres más entraron a remover los cuerpos que no se habían convertido ya en polvo, para disparar sobre los cráneos.

Abraham entonces, aún con la respiración agitada, se dio a media vuelta lentamente y se topó con la mirada intensa de Seras.

-Eran unos demonios, Seras, a ellos vinimos a exterminar, aunque no hallan podido ni defenderse-entonces paso de largo a la vampiresa, que sin voltear preguntó.

-Sólo por curiosidad, ¿sientes algún remordimiento?

Él se detuvo en seco, lentamente se volvió a decirle a ella: -Tal vez mi parte humana se pregunta, ¿Por qué esos chiquillos eran usados como material de trabajo? ¿Cómo es que hay alguien tan perverso para aprovecharse del hecho de que en este podrido mundo, los niños son los únicos capaces de convertirse en vampiros luego de ser mordidos en el cuello? Sin embargo, la otra mitad de mi hace caso omiso al remordimiento… ¡No lo sé! ¡Tal vez sea aquel monstruo que habita en mí! …

La vampiresa sonrió irónica al observar de nuevo a un Hellsing de hierro y a un Dracul despiadado, y dijo:

-¡Entonces tuviste suerte! No todos los exterminadores de plagas hallan a todas las alimañas juntas.

-En parte así ha sido… Ahora me falta encontrar al hijo de perra arquitecto de todo esto, ¡y rápido! Pues tengo bastante prisa.

-Eso sí me gustó- dijo Pip, siguiendo a su líder, arma en la espalda.

-¿Y donde vamos a empezar a buscar?- preguntó Triana.

-Creo que no vamos a tener que indagar demasiado- señaló el francés al frente.

En ese momento, ya avanzaban por el pasillo un cuarteto de sujetos que a simple vista no parecían ser vampiros. Iban vestidos como pandilleros y trotaban esparciendo el chasquido de sus botas con una actitud amenazadora y la guardia en alto. Al parecer, pretendían hacer pagar a quien estuviera detonando su arma en la gran crujía. Sin embargo, al ver al equipo de asalto, justo frente a unos metros, parecieron sorprenderse, cuando vieron a la tropa avanzar hacia ellos, a punto de disparar sus armas. Lo pensaron rápidamente: ¿un ataque de ese armamento en su contra? ¡No, impensable! Entonces, si pretender más pelea, dieron la media vuelta y trataron de regresar por donde vinieron, pero el ataque de los de Hellsing se los impidió. Rápidamente, el escuadrón siguió avanzando y entonces, un par de hombres salió de una habitación al final de ese pasillo, siguiéndolos venían una docena de esos pandilleros, sin embargo a los hombres parecía tenerles sin cuidado que la poderosa organización estuviera enfrente, con todo un equipo y su máximo comandante al frente, tan sólo peleaban entre sí.

-¡Eres un maldito bastardo! ¡Tú no me vas estafar, ni me vas a entregar, hijo de puta!

-¡Cierra la maldita boca! Si yo hablo, te vas al demonio.

-¡Nadie te creerá! ¡Tú sólo eres escoria!…

Decían, y se tomaban por las solapas y casi se escupían a la cara, el resto de sus hombres no sabían que hacer al carecer de alguien que los capitaneara. Abraham y los demás sólo se quedaron contemplando esa patética discusión entre esos dos: un humano y un vampiro, era evidente que lo era. Y tan ensimismados estaban, que Pip tuvo que disparar al aire para que se percataran de su presencia. Al escuchar el disparo, ambos cesaron con su pelea, se detuvieron y se volvieron a mirar lentamente a los que tenían al frente, medio envueltos en las sombras, tan sólo con la luz del pasillo a sus espaldas.

En ese momento, el vampiro abrió desmesuradamente los ojos, olvidó por completo a su contrincante para retroceder aterrorizado ante lo que sus ojos veían: la silueta larga y amenazadora perteneciente a un terrible cazador que en cada mano sostenía dos de las armas más legendarias y mortíferas. En ese momento comprendió que estaba a merced de él, por lo que tartamudeando dijo apenas:-Nos… ¡nosferatu…Alucard!

Al escuchar el nombre mismo, los pandilleros también retrocedieron, dibujándoseles en el rostro el mismo temor, sólo el humano no entendía bien a bien lo que ocurría. Entonces, Abraham comenzó a reírse y el tono de su voz sólo acrecentó el miedo de los malandrines.

-No- dijo él, avanzando- yo no soy Alucard, Alucard está muerto…lo se por que yo mismo queme su cadáver.

-Ahh- balbuceo el vampiro y se dio tiempo de examinar mejor al hombre que tenía enfrente, una vez que este se había liberado de las sombras y que lo apuntaba con el negro acero de la Jackal, cayendo en cuenta, que a pesar de su parecida presencia, este poseía una tesitura de voz, un rostro mucho más juvenil y unas facciones algo distintas.

-Pero… ¡no lo sé! -decía el medio vampiro- no sé como es que conociste a mi padre…Debes ser un vampiro viejo, debes ser un sobreviviente de alguna de sus cacerías, a juzgar por el miedo con el que me recibes… si su sólo nombre te hace temblar… ¡aunque es igual! ¡Me parece que tienes unas cuentas pendientes conmigo!

Cuando el hombre quiso hablar, decir algo y ordenar a sus lacayos que lo defendieran para tener una oportunidad de salvar su triste pellejo, fue demasiado tarde. El escuadrón terminaba de masacrar a sus presas. Bajo la orden de Seras avanzaron sobre ellos, al final sólo quedo el humano (que al tratar de correr, fue parado en secó por un certero golpe en el rostro, propinado por Pip, que lo dejó medio inconciente y a disposición). El vampiro quedó en manos de Abraham, que sin perder tiempo, tomó una de las cadenas de las cuales se armaban los pandilleros, él la deslizó en sus manos y la dejó caer al piso, mientras que le sonreía perversamente a su victima.

-Ahora bien- decía acariciando la cadena- quiero que me cuentes algunas cosas, que me des algunas respuestas…

Con sus "efectivos métodos", el medio vampiro no demoró en sacarles lo que deseaba escuchar. Que él era ese tal "Dasher", un viejo vampiro que se beneficiaba de la explotación. Que junto a unos secuaces más, ideo la forma de tener una horda de ladrones, con el suficiente poder para perpetrar bastantes crímenes, pero con la cualidad de que pasaran desapercibidos.

Al fin, con un puntal de acero que hizo las veces de estaca, atravesó al nosfetaru por el pectoral derecho, clavándolo a la pared. Lo observó retorcerse de dolor bajó la tortura, pero Abraham no se inmutó, de hecho sonrió al sentir una catarsis por la rabia de haber tenido que deshacerse de un enemigo indefenso, que no eran sino las victimas de ese perverso ser. Mientras eso pasaba, el hombre que estaba allí lo observaba todo, conteniéndose para no comenzar a micciar por el miedo que le inspiraban los métodos del cazador.

─ Seras, Pip, quiero que luego se lleven a esa mierda a los calabozos de Hellsing...quiero averiguar quien le convirtió, hace cuanto, y que otras porquerías cuenta en su haber ─ los aludidos asintieron, luego se volvió al hombre que ya había sido esposado por Seras ─ Iremos al grano, ¡no tengo más tiempo! Ahora me dirás, ¿quién eres tú?, ¿Eh?, ¡vamos, dilo! ¿Quién eres tú? - decía mientras ponía el frío cañón de la Casull en la frente y lo observaba bien; era claro que ese hombre, no era de la clase baja. A juzgar por la calidad de sus ropas, del estado de su piel y de su cabello, parecía ni más ni menos que un aristócrata. Justo en ese instante, más pasos resonaron por el pasillo, al ver aparecer a los dueños, la tropa de Hellsing se hizo a un lado en una valla para dejar libre paso. Era Alice Windham que, con parte de su sequito de guardaespaldas, llegaba para enterarse de lo que pasaba.

-Milord, ¿le importa si le ayudo con su basura?- dijo sonriendo ella.

-Milady, vaya, ¡parece que llega justo a tiempo! - respondió el aludido, sin soltar al hombre.

Pero cuando la dama vio al prisionero, abrió los ojos con desmesura, pareció reconocerlo y antes de que alguien pudiera decir algo, ella no lo pensó ni un segundo más: sacó un arma, cortó cartucho y le disparó en la cabeza.

Abraham quedó con el cadáver sangrante en la mano, e igual de sorprendido, lo soltó e increpó: -¡¿Por qué demonios hizo eso?!

-No importa la razón, sir Hellsing, ¡y no me pregunté más al respecto! ─ enseguida, dos de sus escoltas se apresuraron a levantar el cadáver y llevárselo.

- ¡No me pida eso!…¡yo necesito una explicación! ¡Era mi responsabilidad!

-Lo siento milord, pero no puedo darle algo que yo no le exijo, ¡puede hacer lo que guste con sus prisioneros!- dijo señalando con la mano al vampiro que aún se retorcía de dolor, clavado contra la pared- tan sólo, ¡tenga en cuenta las ordenes! Deshágase de todo lo que deje huella, ¡cadáveres otros prisioneros! No queremos rastros de nada extraño… Además, allá afuera están ya los medios…

Esa intromisión y ese encubrimiento tan sólo hicieron que el medio vampiro terminará de hartarse, sin más, se volvió a su torturado y lo liberó del suplicio, arrancando la improvisada estaca, antes de que dos efectivos de Hellsing Org, lo arrastraran por los brazos.

-En cuanto a sus pequeños prisioneros- insistió lady Alice antes de alejarse por completo- no los queremos ver saliendo de aquí.

- ¿Prisioneros?- preguntó él.

-Haya atrás quedaron algunos de esos niños- dijo Seras- no los despachamos, tan sólo los detuvimos.

-Bien, ¡pero ya escuchaste a lady Windham! Hay que hacer la limpieza como se nos ordenó ─ terminó con su tono sarcástico, frunció el ceño, lleno de fastidio ─ entonces deshazte de ellos y en cuanto a mí….se acabó, ¡me largo de aquí! ─ guardando sus armas, dio media vuelta para empezar a caminar.

─ ¿Y nosotros qué?- intervino la gitana.

Pero Abraham sólo se volteó y se encogió de hombros, sin dejar de avanzar. Seras no dijo nada y lo dejó ir. Ella se haría cargo del resto, él lo sabía.

Una vez Abraham Mircea estuvo fuera de esa fétida fortaleza, se dio cuenta que efectivamente, ya habían llegado al lugar un montón de cámaras y reporteros de varias estaciones de televisión, que en esos momentos informaban lo sucedido. Él pasó rápidamente hacia el vehiculo, en aquella área toda rodeada de cientos de patrullas y policías. Observando el alboroto, el heredero ordenó que lo retornaran inmediatamente al muelle de Essex. Suspiró lenta y profundamente, con una expresión de desagrado, pasando la mano por su frente en señal de cansancio, malestar físico y moral. Apretó un momento sus sienes entre sus dedos, dando un ligero masaje, fue cuando su mirada se percató de las manchas de sangre que tenían sus ropas, sólo se encogió de hombros, ¡por supuesto eran los gajes de su oficio! Luego observó sus manos, también manchadas de rojo carmín y apestando a pólvora, cerró ambas palmas y miró sus sucios puños casi con rencor hacia él mismo, tragó saliva con dificultad y en ese momento en que tal vez su conciencia insistía en decirle algo, vino la frialdad que le había heredado a Integra junto a la indolencia de Alucard, "¡deja de hacerte el tonto! Deja ya esta estupidez, ¡no importa! ¡No tenías opción! …. Ahora, ¡ocúpate de tus asuntos y nada más!", se dijo a sí mismo, se sonrió con amargura y miró su reloj.

Cuando el auto lo llevó lo más rápido posible a su helicóptero, el joven se iba colocando el abrigo y la bufanda, mirando con preocupación la hora. Mordiéndose los labios, ocupó su lugar y el aparato se elevó por los aires. Con ansia, el jovencito veía pasar todo debajo de él y acercarse a la ciudad. Llevaba aún la esperanza de poner su cita a salvo, "tan sólo una llamada, le hablaré para explicarle todo, le diré que llegaré tarde, ella entenderá". Con premura marcó su número y esperó que ella contestara, pero fue inútil, después de unos tonos, se cortó la llamada al no obtener respuesta. "¡Maldición!" Entonces, pensó en llamar a Jacob para que llevara su auto hasta el helipuerto de Park Green. Sin embargo, la mucama que lo atendió en casa, le dijo que el mayordomo había salido. Maldiciendo de nuevo. Volvió a marcar el número de la Sir, pero no contestaba. Observó los cientos de luces abajo, sobre el suelo citadino, y en ese momento le pareció ver como si el reino entero estuviera sostenido sobre cimientos podridos, sobre un fango mal oliente. "Lo que hacemos es un crimen, ¡y algún día hemos de pagar por él!" Pensó.

-oOOo-

Para esa hora, Broke Shelley había salido de casa y conducía al centro de Londres, al lugar indicado para la cita, ¿la razón de que no atendiera las llamadas? Que por las prisas y el sigilo con el que se escabulló, olvidó llevar consigo su teléfono celular.

A unos kilometros, por fin el helicóptero sobrevoló los cielos del corazón de Londres. Distinguiendo desde la altura los cientos de luces, el piloto se dirigió al Green Park para descender y el movimiento de las aspas hizo a los árboles y a las ropas de las personas, remolinearse por el viento que batía. Abraham estaba algo contrariado, hubiera sido menos complicado, si acaso hubiera podido utilizar su auto, aunque en ese momento, escuchó una voz a sus espaldas: -¡Amo, milord! ¡Me alegro que ya este usted aquí!-el muchacho se volteó y vio a Jacob O'Neill, con las llaves de su auto en las manos- me pareció escuchar que usted tenía hoy una cita muy importante, así que me tomé la libertad de traer el auto hasta aquí, espero que no le moleste…

-¡Oh no! Por supuesto que no, ¡de hecho te lo agradezco mucho! ¡En verdad, me quitas un gran peso de encima!

-Oh, ¡me complace que le complazca! Amo Abraham, lo deje aparcado allá.

Jacob le entregó las llaves en las manos al heredero, que inmediatamente corrió en la dirección que le señalaban, después de quitarse el porta armas para entregárlo al mayordomo que sintió una sacudida por lo más de treinta kilos recibidos de golpe. En medio de su carrera, se volvió para decir:-¡Muchas, muchísimas gracias de nueva cuenta! ¡Eres un gran mayordomo, creo que te voy a doblar, no, te voy a triplicar el sueldo!

-Oh…pues, ¡muchas gracias amo! ¡Espero que tenga suerte!

-Gracias, ¡ah! ¡Y no te olvides de regresar a Whitechapel por los demás!

- ¡Desde luego que no, milord!, ¡le deseo mucha suerte!... ─ decía mientras arrastraba por el suelo las dos grandes armas de fuego.

Haciendo una despedida con el brazo, el muchacho se puso al volante y arrancó. Gracias al motor de alta velocidad que había sido instalado en aquel elegante auto clásico, no le costó trabajo igualar la velocidad de todos los otros autos modernos y así siguió avanzando las avenidas, las calles, las intersecciones, las glorietas, hasta que poco a poco, a medida que se acercaba al lugar señalado, estas se iban haciendo cada vez más transitadas y concurridas hasta que comenzaron a congestionarse, y ante sus ojos se extendió una vasta y nutrida fila de autos silbantes que avanzaban torpemente, a una sola vuelta de sus ruedas. Estrellándose en sus parabrisas, estaba el reflejo de mil y un luces que adornaban de forma barroca cada árbol, edificio, tienda, aparador de esas calles atestadas de gente que se atravesaba sin cesar, y de vendedores que ofrecían a peatones y a automovilistas todo tipo de chucherías navideñas. Toda esa actividad despertaba un ruido contaminante, de voces y cláxones a todo lo largo, mezclándose con las ofertas de las tiendas voceadas por megáfonos, por los sonidos de las campanitas y las música de los mismos adornos; el bullicioso centro londinense en su zona más popular rebozaba de visitantes y compradores que, a tres días de la víspera de navidad, trataban de conseguir todo y más, mucho más de lo que les hacía falta, envueltos en gruesos abrigos; yendo y viendo de un lado a otro. Mientras que las manos del muchacho se crispaban en el volante al comprender lo terriblemente retrasado que estaría si seguía por esa senda atestada, pero en vano intentó o acaso planeó buscar una alternativa.

Shelley ya se dirigía al lugar de la cita, con total desenfado conducía por las avenidas. Consultó su reloj y calculó que llegaría poco antes de las ocho de la noche.

Mientras tanto, con premura, Abraham observó de nuevo su reloj; con insistencia intentó otra vez marcar el número de ella, pero sin éxito. Apretó los dientes de la rabia que le producía el verse tan impotente, tan sólo clavado detrás de ese volante, como un corriente mortal más.

En cuanto pudo, viró el volante hacia una calle que se desviaba, sólo para comprobar que estaba igual, así que entre un montón de taxis, autos y algunos autobuses rojos de dos pisos, anduvo unos minutos más a pura vuelta de rueda. Cansado de esa penitencia urbana, el medio vampiro decidió seguir sin su auto, así que en la primera oportunidad, lo estacionó adyacente a un parque, cerrándolo bien luego echó a correr por las aceras.

De repente, se le ocurrió que tal vez pudiera usar su poder de teletransportación, "¿y por qué no? Nada pierdo con intentarlo" Así que escabulléndose de las vistas curiosas, en medio de un callejón arbolado, se concentró, acaso un poco y luego se dio cuenta que esa, la que él consideraba una de las habilidades vampiricas más complicadas, no serviría de mucho, pues sólo lo alejó unas calles. Abrió los ojos en medio de un paso de peatones que de pronto se sorprendieron al no saber de donde había salido un chico. Sin hacer mucho caso de las miradas curiosas, el muchacho alzó un poco la vista, revisó a su alrededor y se dio cuenta que estaba ante la entrada a una estación del subterráneo, leyó el nombre y rascándose la cabeza, hizo memoria y pudo encontrar que tomar el subterráneo lo llevaría más cerca del Soho, de allí correr al Convent garden sería más sencillo, o eso creía él.

Así que bajó las escalinatas internándose en los andenes, que igual que las calles, estaban llenas de gente. Usando la intangibilización pasó el torniquete como si no existiera, justo cuando llegaba al anden un tren que tan sólo al abrir la compuerta, dejó salir mares y mares de gente llena de paquetes y abrigos que luchaban para abrirse paso entre el otro montón de gente que se esforzaba para ingresar a los vagones antes de que la máquina diera un pitido y cerrara las compuertas.

Así, viajando en ese apretado tren, iba el medio vampiro con una expresión de incredulidad y de molestia por verse en tan incomoda situación, arrinconado en una esquina del vagón, al parecer su aspecto irremediablemente llamaba mal la atención pues iba a medio despeinar por la pelea, la carrera emprendida y el olor a hierro que despedía, causa de las manchas de sangre en su ropa. Un trío de estaciones pasaron, entonces el muchacho pudo salir del tren a todo lo que daban sus piernas, buscando la salida.

-¡Hey, muchacho, no corras! ¡Se prohíbe correr en los andenes!- le gritó un policía, pero Abraham ─no le hizo caso.

Por fin alcanzó la superficie, se encontró entonces medio perdido; la noche, el gentío y la confusión le tendían una trampa. De nuevo miró su reloj, "¡imposible! ¡Son más de las ocho! ¡Y ella que no me contesta!". Pronto empezó a caminar a zancadas, mirando en todas direcciones y al sentir que se perdía más, se detuvo para preguntar por su ubicación a alguien, lo hizo a un hombre disfrazado de Santa Claus que con una campanita en mano, pedía cooperación a los transeúntes.

-Por favor, podría decirme, ¿cómo llego al Conven garden?

-Oh, pues, aún te faltan muchas cuadras en esa dirección, para empezar.

-¡Gracias!

-¡Hey, muchacho! Coopera para estas navidades.

-¿Eh?

-Sí, anda, dona aunque sea unos peniques, ¡no decepciones a Santa!

Con enfado, Abraham metió la mano a su bolsillo, con el puño cerrado sacó unas monedas, sin contarlas las echó al bote que el hombre le extendía y volvió a correr.

-¡Feliz navidad, chico!- le gritó.

Así el medio vampiro pasó atropellando y empujando a las personas, ya con el sudor escurriendo de su frente y las mejillas teñidas de rojo por la brisa fría y el ejercicio. Pasó casi arrollando a un montón de niños; empujando a una señora cargada de paquetes; pasó entre un montón de vendedores ambulantes; entre un nutrido grupo de cantantes de villancicos, vestidos como si los hubieran sacado de un cuento de Charles Dickens, y pasó entre toda la parafernalia navideña que él jamás hubiera podido imaginar, la cual parecía interminable.

Mientras, en ese momento, la digna belleza inglesa, la muy elegante Shelley Islands, llevaba quince minutos esperando a su cita. Sentada en la banca señalada, con las rodillas juntas, el bolso puesto sobre ellas, y la mirada en el suelo. Era una escena muy melancólica: una linda joven solitarua bajo las luces tenues de los faroles, bajo la noche y el sereno helado, de espaldas a la alegría del parque; parejas, más vendedores, niños corriendo en medio de sus juegos infantiles, una banda de inmigrantes africanos, que, ante la mirada de un montón de curiosos y espectadores, tocaban villancicos con el estilo de su música tribal. Pero la inglesa parecía estar ajena a todo eso, tan sólo absorta en sus tristes pensamientos. "¿Cómo es que no pudo estar a tiempo? ¿Por qué no está él aquí? ¡¿Cómo pudo hacerme esto a mí?! ¡¿Cómo?! ¡Es un…es un…!" De repente le dieron ganas de llorar de rabia, más se contuvo estrujando su bolso…" ¡y ni siquiera se digna en llamarme!" Y a ella ni se le ocurría abrir el bolso para buscar el teléfono, así se daría cuenta que lo había olvidado. Sólo estaba allí, en esa banquita de madera. Ya comenzando a temblar de frío a pesar de su grueso abrigo, pero no se decidía a irse, seguía esperándolo en su sitió, especialmente por que había mentido y se suponía que en esos momentos andaba feliz, del brazo de su buena amiga, mirando aparadores y tiendas.

Y el joven, esa especie de bizarro príncipe azul, ese antihéroe apenas hecho, luchaba por llegar a tiempo, siendo víctima de los inconvenientes de estar en una ciudad que apenas estaba conociendo. Ya sin correr, trotaba mientras se acercaba al famoso mercado del Covent Garden, observaba todo con cautela. El creía estar cerca, pero con tamaño retraso, no quería volver a perderse.

Así, se internó en ese mundo de comercio, que a esa hora y en esa época, rebozaba en más comerciantes y compradores. De repente, detuvo sus presurosos pasos al ver a una familia; el padre de cabello oscuro, la madre rubia que llevaba de la mano a un niño pelinegro. Sonriente y alegre intercambiaba sonrisas con sus padres. Abraham no pudo evitar hacer un gesto de nostalgia y hasta añoranza, pues esa familia en ese momento y a simple vista, ¡se parecía tanto a la suya! Pero entonces se sintió ridículo al ponerse tan sentimental. Le pareció, que era mejor escapar de aquel lugar e ir en busca de la fuente de Poseidón. Después de unos pasos, su vista se topó con un enorme reloj publico que marcaba ya las veinte con treinta, exhaló un suspiro y volvió a darse prisa, pero casi con la certeza de no hallar a la joven, "¡es demasiado tarde! Ya debe de haberse cansado de esperar, que mala suerte la mía".

Abraham por fin logró llegar al esperado parque, uno que había sido construido durante el saneamiento de la ciudad y llevaba el nombre de Peace Park. A las orillas, unos vendedores bohemios, algunos hippies y un saxofonista que interpretaba un triste blues, pidieron su atención, pero el los ignoró categóricamente, mientras se internaba por entre las jardineras y sacaba el croquis del bolsillo para ver que si estaba donde ella le había indicado. Sí, él ya casi había llegado, sin embargo, por haberse perdido, no estaba en el punto correcto, así que comenzó a caminar hasta el extremo del parque, cuando pasó por el punto central, vio una hermosa fuente, con un monumento de figuras de mármol; En honor de los caídos en aquel día fatal.

Shelley, sin embargo, se había cansado por fin de esperar, "una hora de retraso, ¡una hora! No, ¡eso no se le perdona a nadie! Debió de haber estado aquí desde mucho antes, ¡eso me pasa por tonta, por ser tan estupida en creer en alguien como él!" Enojada consigo misma, suspiró hondo y profundo, poniéndose de pie y mirando todo a su alrededor, justo el momento en que empezó a caer una nevada sutil y tranquila, como pequeñas pelusas que se adherían de sus cabellos. Alzó los azules ojos (herencia de su padre) al cielo, una vez más tuvo la sensación del llanto quemando, haciendo un nudo en su garganta, pero tan sólo frunció el seño y la boca, volvió a mirar su reloj de pulso, incluso quiso, en un momento, sacar su teléfono celular para llamar a alguna de sus amigas, pero se arrepintió y no lo hizo, en vez de eso, tragó saliva y acomodándose el abrigo, echó a caminar para dejar ese lugar. Así se fue perdiendo a lo largo de una vereda iluminada con faroles, esparciendo el sonido de sus zapatos de tacón; enojada, triste y totalmente decepcionada.

Con ansia y pesadumbre, Abraham buscó en cada esquina del parquecito, perdiendo más ánimos y más esperanza, a medida que no hallaba la fuente del Poseidón. En un momento, sin saber como o cuando, la nieve empezó a caer en pequeñísimos copos. Metiendo las manos al pantalón y esbozándose en la bufanda, caminó más, hasta que a sus oídos escucharon música tribal, sonidos de África provenientes de un grupo de inmigrantes que alegraban la noche. Fijó su mirada en el firmamento, y por fin: la figura del dios griego. Así, tratando de darse ánimos, emprendió la última carrera hasta acercarse a la dichosa fuente y una vez allí mirar a ambos lados, descubrir la banca que ella había indicado y entonces, sólo se topó con la soledad de esa esquina. Ya no había nada ni nadie, ni alguna persona a quien preguntar si de casualidad había visto a una muchacha bonita de pelo castaño…pero no, ¿Quién la pudo haber visto? En todo caso, ¿de que le serviría? El hecho era que ante él estaba esa banca sola, vacía y triste, como no debió estarlo. Añorando la presencia de alguien, como pocos minutos antes, estuvo la joven Islands añorando por verlo a él.

Ante esa ilusión fallida, Abraham sólo tomó asiento un momento en aquel lugarcito, donde pudo haber estado junto a ella, conversar, reír con ella; pero ahora, todo eso se había perdido. Suspiró con total desencanto, trató de dominar la rabia que ya sentía por haber perdido esa oportunidad, al no poder rescatar del hubiera esa cita, ese momento que era pertenencia de ambos, momento que el deber hacia un Reino, les había robado.

Porque, "si tan sólo hubiera podido llegar antes", sí, minutos antes y hubiese habido una gran, una enorme diferencia. Tal vez ella hubiera reclamado por la tardanza, pero él habría explicado. Ella, al notar su estado de desarreglo le hubiera creído, después, se hubieran echado a caminar por la misma acera por donde ella se marchó sola, hubieran ido a mirar la ciudad, a tomar otro café y lo hubiesen pasado bien. Se hubiese sembrado la semilla que luego, provocaría más de un encuentro en los cuales, ambos, se hubiesen enamorado de verdad, y cuando la primavera llegara, ellos ya serían novios. Abraham por fin se habría enamorado como todos los mujeriegos; como un empedernido, y Shelley, como todas las inteligentes lo hacen; como una idiota. Aunque ella tuviera que desobedecer a sus padres o decepcionar a medio mundo, andarían tomados de la mano por las calles de Oxford, compartiendo las tardes de té y los domingos de descanso, escribiendo una historia...Pero ahora todo estaba desecho como parte del destino, esas vivencias tocaron suelo, estrellándose y muriendo como los copos de nieve hacían en ese instante.


"Tal vez aún pueda arreglar las cosas, seguro que se enterará de lo que paso, se lo explicaré todo, la buscaré más tarde…y ella debe comprender". Fueron los pensamientos de Abraham antes de ponerse de pie. Metiendo la mano a los bolsillos se topó con su teléfono, se le ocurrió llamarla de nuevo, pero no le encontró sentido. Acordándose de los aretes, buscó en el interior de su abrigo. Cuando los tuvo en las mano abrió el estuche y vio el par de hermosos pendientes, que olvidados iban a quedarse allí, añorando una dueña. Cerró la cajita, la estrujó en su puño, dio media vuelta para olvidarse para siempre de ese parque. Alzó la mirada al firmamento nocturno, oscuro y rojizo por el reflejo de las miles de luces de la ciudad, mientras sentía golpear contra su rostro, la nieve acida producto de ese cielo urbano y contaminado.

Eran aproximadamente las nueve y media de la noche (el Big Ben, hacia media hora, había hecho sonar sus campanadas). Era un bar de mediana categoría, un lugar tranquilo ubicado en una calle céntrica, construido a modo de sótano, que siempre atendía a bohemios, desilusionados, alcohólicos y demás personajes. Era una noche cualquiera, una noche de tres días antes de la víspera de navidad. El cantinero usaba un gorro de Santa Claus y había adornado el establecimiento con guirnaldas, luces y una corona de pino con campanitas que sonaban cuando la puerta se abría, como en el momento que dio paso a la larga silueta de Abraham, venido desde el Peace Park, caminando desganado, sin prisa, sin ganas de ir a ningún lado y sin pretender regresar a casa.

Recorriendo de regreso las aceras que minutos antes había pasado corriendo, se encontró con el letrero luminoso de esa sencilla taberna y sin pensarlo mucho, de pronto a su garganta se le antojo un par, o tal vez tres o tal vez muchos tragos, así que descendió las escalinatas y entró siendo recibido por las miradas escrutadoras de los allí presentes: parroquianos de ojos enrojecidos, un trío de meseras, el cantinero y unos tipos que jugaban en una de las dos mesas de billar.

El muchacho saludó con la mirada a los allí presentes, se aproximó a la barra y pidió un trago del mejor whisky que hubiera. El cantinero (un hombre maduro y taimado), lo miró con sorna y reprobación, aún así, tomó un vaso, una botella, y sirvió el contenido enfrente del jovencito, quien se apresuró a sacar una cajetilla de cigarrillos, tomar uno y encenderlo, para acompañar.

Esa noche, el único entretenimiento de los allí presentes era el televisor encendido en uno de los canales de la BBC que transmitía el noticiario de las nueve y el cual todos miraban con atención. Abraham no prestaba cuidado a la voz de la presentadora que daba nuevas notas acerca de la familia Real, de reuniones del primer ministro y problemas cotidianos de la ciudad, él estaba muy tranquilo, exhalando humo en grandes bocanadas y bebiendo, cuando de repente, sintió una mirada atenta y totalmente extrañada, se volvió para ver quien era y se encontró con el rostro de un hombre viejo (como de setenta años), que lo miraba como si fuera el monstruo del lago Ness. El muchacho torció la boca e intentó ignorar la insistente mirada del viejo, hasta que este expresó:-¡Santo cielo!- moviendo la cabeza negativamente., mientras que miraba las manchas de sangre en la ropa de él, y su extraño aspecto.

-¡Oiga! ¡¿Qué está viendo?!

-Mmm, en mis tiempos, los muchachitos no les hablaban así a sus mayores.

-¡Pues bienvenido al siglo veintiuno! ¡Así que como estamos en mis tiempos, deje de mirarme de esa forma!- y le mostró su par de colmillos y una mirada endemoniada, los cuales bastaron para hacer desistir al hombre, que se levantó de la barra para ir a ocupar una mesa- así me gusta…

Una vez hubo acabado con su copa, pidió otra. El cantinero, esta vez más molesto, volvió a llenarla, sin despegarle los ojos.

-Y en otras noticias, hoy, aproximadamente a las dieciocho horas tiempo del centro de Londres, fue tomada por los cuerpos policíacos de Scotlan Yard y algunas fuerzas de elite, el complejo habitacional popularmente conocido como Trick Ville, en el corazón de Whitechapel- la noticia comenzó a ser dada, mientras transmitían imágenes de los arrestos a las afueras de la enorme vecindad, de los hampones siendo fichados en los cuarteles y del botín hallado y confiscado por la policía- tal operación, requirió de un operativo cuidadosamente planeado y llevado a cabo por fuerzas de asalto, equipo aéreo y francotiradores apostados desde varias manzanas a la redonda…

-¡Vaya! Ya era hora- dijo uno de los parroquianos al cantinero.

-Sí, ¡por fin clausuraron esa maldita cueva de ladrones! - respondió con una sonrisa.

Y Abraham hasta ese momento, fijó sus ojos en el televisor.

-Según informes de la policía, dentro operaba una peligrosa banda de asaltantes, entre otros muchos delincuentes que allí se ocultaban. Lady Alice Windham, jefa del departamento de seguridad de la ciudad, hizo estas declaraciones:

Rodeada por al menos una docena de micrófonos y grabadoras, la imagen de Alice apareció en el televisor, diciendo:-Sí, fue mucho muy difícil y arriesgado, pero con la ayuda de los eficientes equipos de asalto de Scotlan Yard logramos atrapar a todos los criminales y desmantelar por fin, sus redes de asaltos y explotación de menores.

-Esa mujer es el azote de los criminales- expresó un presente.

-Y del primer ministro, aunque no precisamente en las mismas circunstancias- dijo otro.

-Claro, debe ser que a sir Calne le gustan los tratos rudos- expresó el cantinero, ante la risa unánime que causaba uno de los secretos peor guardados del Reino Unido, que ambos eran algo más que colegas.

Cuando el medio vampiro la escuchó declarar, no pudo evitar echarse a reír, pero más, cuando la presentadora agregó:- …el saldo rojo de esta campaña fue de ocho muertos y veinte heridos, que fueron trasladados a los hospitales de la ciudad para su recuperación

-Jajaja, ¡Como no!- (los presentes se voltearon a verlo como a un bicho raro) y sorbiendo un trago el whisky, pensó, "Marshall, sí que sabes hacer tu trabajo".

Sir John Robert Marshall, ministro de comunicaciones de la Gran Bretaña, él era quien decidía que no y que sí salía al aire, se publicaba, se informaba; el cómo, el cuándo, el dónde, el por qué y para qué; en prensa, radio, televisión e Internet. Como sir Marshall lo decidía, así había pasado, no había vuelta de hoja.

-En noticias internacionales- siguió la presentadora- Su Santidad, el papa… en celebración de misa de adviento en la Basílica de San Pedro, hizo un llamado a la paz recordando que en épocas como estas, la humanidad debe abrazar en sus corazones las palabras de Jesús. Así mismo, repudió la violencia y se declaro a favor de la concordia y la armonía

Eso fue suficiente para que el heredero desviara la vista, contrariado por escuchar nombrar a la Santa sede, estrujando el vaso en sus manos, acordándose también, de aquel al que algún día había de hacer pagar.

Y las campanas de la puerta volvieron a sonar, esta vez para dejar pasar a dos curiosos personajes: un hombre a medio disfrazar de Santa Claus (con la barba falsa atorada en el mentón y el saco desabrochado), abrazando a una cantante de villancicos; venían besándose, completamente ebrios y riendo a carcajadas.

-¡Feliz navidad! ¡Feliz navidad a todos! Jajaja- reían tambaleándose, y ese remedo grotesco de papá Noel, hacía sonar una campanilla que llevaba en la mano.

Abraham pudo reconocer en ese hombre al mismo que le ayudará con la dirección pérdida, y en la mujer, a una de las cantantes vestida a la usanza decimonónica. Al mirarlos, todos rieron. Ellos fueron a sentarse a una mesita, pidiendo más de beber. Ante esa escena, el chico también sonrió de buena gana y tan distraídos estaban todos con esos dos, que nadie prestó a atención a la muchacha que entró justo detrás, y que ocupó una mesa cerca de la barra.

-¡Hey, cantinero!- habló el medio vampiro- sírvame otra.

Esta vez el hombre se acercó al muchacho y cruzándose de brazos le dijo severamente:-Mejor dejas de beber y te vas a tu casa, hijo, ¡por aquí es frecuente que venga la policía y si descubren que le vendo alcohol a menores de edad, voy a tener muchos problemas!

-Primero, no me diga "hijo", que mi padre ni por aproximación fue así de feo como usted, y después, ¿qué le hace pensar que no soy mayor de edad?

-¡Por favor! ¡Esa cara de mocoso tuya no engaña a nadie! Seguro no tienes ni los veinte cumplidos. La regla aquí es, "nada de bachilleres", si la policía me pesca, me clausurarán. Además tu madre debe estar preocupada.

-Mi madre está muerta…¡y ya le dije que no soy un bachiller!

-¿A no? Entonces muéstrame una identificación que demuestre lo contrario.

Abraham se quedó viendo al hombre con una mirada cínica, sonrió indolentemente y sacó de una bolsa trasera del pantalón su cartera, buscó algo mientras decía. –Ey, acérquese buen hombre (mientras lo llamaba con el dedo índice y el hombre lo miraba), mire, la verdad es que no suelo venir por estos lugares con frecuencia, pero para que vea que no miento, le mostraré mi identificación con retrato.

Y sacó un billete de alta denominación, que por supuesto tenía la cara sonriente del rey. El cantinero tomó el billete y lo observó, medio sonrió ante la desfachatez del muchacho.

-Pues…-agregó- mira, niño, te diré…que no te pareceres en nada a un Windsor.

-¿Ah, no?- contestó él, muy sarcástico- bueno, pues no se preocupe, al fin y al cabo tengo más de esas credenciales, haber… (Sacando otros), ¿qué le parece esta? O, ¿está otra? ¡O estas!

Y poniendo un manojo de billetes en la barra, el hombre sólo arqueó una ceja viendo el capital que le ofrecía y dijo:-¡Oh, discúlpeme usted, no lo había reconocido, es un honor tenerlo aquí, Su Alteza Real!- muy burlón- ¿cómo pude dudar de su identidad

-¿Verdad?

-¡Claro!- recogiendo los billetes y tomando una botella de whisky nueva, la puso frente a Abraham

-Muchas gracias- contestó el heredero, muy complacido al ver el ámbar del licor mecerse dentro del cristal. Y mientras muy feliz, Abraham se llenaba el vaso hasta el tope, el hombre se alejaba pensando: "¡maldito niño imbécil!"

La televisión siguió con su programación (una ronda de películas alusivas a la temporada y promocionales donde estrellas de cine y televisión, deseaban paz y prosperidad a los televidentes). Abraham continuó bebiendo y fumando, pensando en el terrible día que había tenido y también en Shelley, en su hermoso rostro que en esos momentos, tendría que estar viendo sonreírle, "debiste esperarme un poco más, sir Islands, ¡un poco más tan sólo y ahora estaríamos juntos!"

Mientras suspiraba, a sus espaldas sintió posarse una mirada intensa, poco a poco volteó y se encontró con la imagen de la muchacha desapercibida. Llevándose el vaso a los labios, la observó mejor; era una joven como de unos veintidós años, alta, de cabello largo, ondulado y rubio; ojos grandes, azules e intensos; estaba cruzando la pierna y mostraba sus torneadas pantorrillas debajo de un muy sensual vestido rojo. Para protegerse del frío, llevaba una chamarra negra de poliéster, y una bufanda afelpada. No le quitaba los ojos de encima a Abraham y le sonrió cuando él se volvió a verla.

El muchacho no pudo evitarlo y le devolvió la sonrisa, la chica se movió de manera coqueta, sacó un cigarrillo de su bolso, colocó una boquilla y comenzó a fumárselo de una manera sensual. Abraham entonces fumó del suyo, de tal forma que le devolvió el coqueteo. Ella sonrió inclinando la cabeza, él hizo la mirada más intensa que poseía. Después de ese momento, el heredero la vio levantarse de su silla (contoneándose sobre sus zapatos de tacón de aguja), y caminar hacia donde estaba él.

-Hola, ¿me invitarías a tomar algo?- le preguntó.

- ¡Claro! ólo porque eres una linda chica- le dijo con galantería- siéntate, por favor.

Ella ocupó un banquillo próximo, mientras que sacudía su cigarrillo en el cenicero.

-Gracias, ¡eres muy amable!

-Me gusta apreciar la belleza femenina, eso es todo, pero dime ¿qué vas a pedir?

-Sólo una copa de vodka, ¡este frío lo merece!

-¡Tú lo has dicho, linda!- llamó al cantinero y en un momento, le sirvió la copa que pedía.

-Llámame Charlotte.

-Lindo nombre.

-Gracias, y ¿cómo te llamas tú?

-¿Por qué siento que no debo decírtelo?- la miró con una sonrisa taimada.

-Está bien, no me lo digas si no quieres.

Abraham volvió a terminarse la copa y a encender otro cigarrillo. La chica se fijó de pronto en el estado de su ropa, pareció sorprenderse pero por alguna razón no quiso o no se atrevió a preguntarle acerca de la sangre, en lugar de eso le habló de cosas más frívolas.

-Veo que eres muy chico, pero hablas y bebes como un hombre experimentado.

-Soy un hombre experimentado, no sólo parezco.

-No, eres un muchacho, los hombres con demasiada experiencia no lucen como tú.

-¿Y cómo luzco?

-Muy guapo, muy lozano.

- Pues muchas gracias…

-Y, tú no eres de aquí, ¿verdad?…dime, ¿tú familia emigró?

-Sólo yo… llevo sólo seis meses aquí…y no tengo familia.

-Ni yo, quede huérfana a los dieciocho. ¡En fin! Veo que tu tipo y tu acento son extranjeros…pero, déjame adivinar, mmm, ¿acaso eres…ucraniano? O… ¿húngaro?

-Soy rumano.

-Claro, ¡tienes el tipo oriental! Yo tampoco soy de aquí, vine desde Gales, hace dos años ya…

Y continuaron conversando y coqueteándose un rato más, hasta que la conversación y las copas los hizo que comenzaran a reír como si fueran dos viejos amigos.

- ¡El alcohol de veras que es cálido! Ahora ya no tengo frío- inesperadamente dijo ella, desabrochándose la chamarra para mostrar su generoso escote abultado por unos senos turgentes, Abraham no pudo evitar fijar la mirada.

Ella lo notó, pero lejos de molestarse o avergonzarse sonrió:-Y dime, muchacho guapo, ¿Qué harás ahora mismo?

-Pues…nada en especial, en verdad. Tuve un mal día y tal vez sólo quiera descansar- dijo sintiendo de nuevo el cansancio sobre sus parpados.

-¿De verdad? Yo pensé que alguien como tú tenía cosas más amenas que hacer, ¡en una noche tan bonita como esta!

-¿Bonita, dices? Yo no le he hallado nada de bonita- se acordó de nuevo de Shelley, vio su rostro ente el humo de su cigarrillo y sintió que el corazón se le comprimía- es bulliciosa y demasiado fría.

-Bueno, las noches de Londres siempre son así, está ciudad nunca duerme, como algunos de nosotros, ¿no es cierto?

-Sí, tienes mucha razón…

-Entonces, ¿quieres que está sea una de estas noches? ¿Una de insomnio?- y al preguntar, fijó una mirada sensual e insinuante.

Abraham pareció sorprenderse un poco, aunque desde hacía rato había sospechado las intenciones de la desconocida, no pensó que de veras lo fuera a decir.

-Vaya, pues no lo había pensado, creí que nada de está noche valía ya la pena.

-Tal vez sí, ¿dejas que te lo demuestre?- preguntó con una sonrisa optimista, poniendo una mano encima de la de él.

Él lo pensó un momento y sonrió ante la novedad de ser invitado y no al revés (como siempre sucedía). Antes de decir que sí o que no, la imagen insistente de la joven Islands volvió a atravesar por su mente, también volvieron las imágenes de sus cacerías y de todo cuanto le había acontecido esa tarde de hielo, cenizas y sangre. Ahora, desafiaba la inesperada llegada de una mirada tentadora.

-Nada pierdo con ello, Charlotte- fijó sus ojos en la copa a medio vaciar- creo que podremos descubrir lo que le hace falta a esta noche inglesa.

-¡Perfecto!- expresó ella asintiendo y entrecerrando la mirada, como de quien alcanzó su objetivo.

-Entonces, tenemos que buscar la manera, ¿verdad?- estaba a punto de ponerse de pie, cuando ella, sin moverse de su lugar agregó.

-Serán ochenta y cinto libras- dijo con cautela, al develar su oficio.

Al escuchar eso, el heredero se detuvo en seco y sonrió incrédulo de su propia ingenuidad, como tratando de salvarse de algún terrible mal entendido, preguntó:-Disculpa, ¿qué dijiste?

-Que serán ochenta y cinco …- decía ofertándose, como si se tratara de cualquier otra mercancía-es mi tarifa fija, bueno, para empezar…

Abraham asintió entendiendo perfectamente, se sentó de nuevo: -Disculpa la confusión inicial, es que no pensé que tú fueras una…

-Sí, se que muchas chicas hacen esto gratis, de hecho- dijo riendo de buena gana, volviendo a tomar la mano de Abraham- por ti, ¡yo también lo haría sin pedir nada! Pero es mi trabajo y necesito mucho el dinero.

-Bueno, poniéndolo así…-expresó él, como empezando a dudar.

-Oye, mira, la verdad es que no pertenezco a las calles. Usualmente no salgo a buscar clientes, ¡pero es que ha sido un año muy malo para mi! Yo trabajaba para una agencia de chicas, pero me echaron cuando conseguí un sólo patrocinador. Él dijo que me iba a sacar de esta vida, pero tal vez era yo la que no quiso salir (desvió la mirada), un día me encontró con alguien que en verdad me gustaba, me abandonó y ahora no tengo nada. Mi casero me ha amenazado, dice que si no pago lo que debo de alquiler me echa a la calle, ¡y no! ¡Yo no puedo ir a la calle!…- se aferró a la mano del medio vampiro en una suplica. -Te aseguro que soy de primera clase, y que soy sana ¡de veras!

Él no le contestaba, sólo vio ante sí a una joven que utilizaba su belleza para sobrevivir, vendiéndose ya sin pudor. Entonces, razonó que él se parecía en algo a ella: solo, huérfano y sin más suerte, había abandonado su lugar de nacimiento para venderse haciendo toda clase de inmoralidades si era necesario, aunque fuera cumpliendo un deber. Comprendió que su oficio muchas veces se tornaba tan oscuro y sucio, como si fuera el de la prostitución misma. Por otra parte, era un hecho que esa joven se le había acercado cuando se percató de la cantidad que había entregado al cantinero. Después de esa meditación él sonrió con ironía, apartó su vista y su mano, encendiendo con calma otro cigarrillo, ocultando todo sentir de empatía o piedad. Ella lo miraba expectante, él sólo dijo:

-Mira muñeca, a mi no me importan tus problemas, (sin dejar de sonreír y sin mirarla, con una actitud ufana), como notaste, ¡tengo mucho dinero! Eso es por que pertenezco a una de las familias más ricas y nobles de este país: nací aristócrata, crecí aristócrata, ¡y a buen seguro que moriré aristócrata! Por lo cual no sé de necesidades o penurias, ¿entiendes?

La chica dijo que sí con la cabeza, mirándolo casi con desilusión.

-Sin embargo… es un hecho que me gustaste.

-Ya te dije que soy de primera clase. (Cabizbaja)

-Sí, sí, ¡ya sé! Puedo distinguirte (acarició un mechón de su cabello, la tomó por la barbilla para observarla)- sacó de su cartera un billete de cien libras y lo puso en su mano- aquí tienes, no necesito dar adelantos…ahora me tiene que gustar.

La muchacha hizo un esfuerzo por sonreír ante ese trato (brusco en comparación con el de hacía unos momentos), recobrando su coquetería, dijo:-Claro que sí, ¡te va a encantar!

-Bien- él se puso de pie- entonces vámonos, la noche es joven.

-Vámonos.

-¿A dónde será?- tomó su cajetilla de cigarros y su botella de whisky.

-Si no tienes inconvenientes, será en mi departamento…

-Está bien. Pero, ahora mismo no recuerdo ni en donde dejé mi auto- se rascó la cabeza por que no se había fijado en el nombre de la calle.

-No te preocupes, "John Smith", yo te llevo- sacó del bolsillo de su chaqueta unas llaves, le sonrió levemente.

Salieron del bar, las campanitas de la puerta y los tacones de ella sonaron una vez más pero nadie se volteó a verlos. Los tipos de la mesa de billar ya se habían marchado, algunos parroquianos también, los que quedaban estaban inconcientes por el alcohol. La pareja navideña dormía uno contra el otro en su mesa, haciendo equilibrio para no caer. Las personas sobrias miraban la televisión que en punto de las once de la noche presentaba Un cuento de navidad, en su versión de dibujos animados, para niños. Entre las voces irreales de los personajes, se escuchó como se encendió un motor y arrancó un auto rodando sobre la nieve, al mismo tiempo de escucharse la onceava campanada del Big Ben.

En otro punto de esa orbe, en uno de los exclusivos suburbios que la rodeaban, una joven dama de sociedad, estacionó su caro auto enfrente de un enorme pórtico, y descendió de él. Con la cabeza baja y casi arrastrando los pies entró a la opulenta mansión y comenzó a subir la gran escalera, cuando halló la voz de su padre: -¡Shelley! Shelley , ¿por qué te tardado? Ya me empezaba a preocupar.

-No fue para tanto, padre- decía ella con desgano sin voltearse a mirar a su progenitor, mientras seguía subiendo escalones.

-Bueno, pero es que cualquier cosa le puede pasar a una niña de tu clase, ¡No deberías andar por allí sola! ─ dijo desde el recibidor sin despegar los ojos de su hija, habiendo ya notado la tristeza en rostro bello que él mismo le había heredado.

-Me sé defender, ¡además no estaba sola! Estaba con Willow ...y sus primos…Y ahora, si me disculpas padre, ¡tengo sueño! Me voy a acostar.

-Claro, antes de que te vayas, ¡quiero decirte algo que te va a alegrar!

-¿Qué cosa?- se detuvo entonces.

-Rowdan Webber padre habló, ¡y nos ha invitado al almuerzo que ofrecerá en su casa de campo, para la mañana de Navidad! ¿Qué te parece? ¡Allí estará Rowdan hijo, por supuesto!

Shelley escuchó aquello como si fuera una sentencia y ahora sí se volvió a ver su rubio y barbado padre: ─ Rowdan Junior… ─ masculló como para sí. Shelley sabía perfectamente que emparejarla con ese rico joven, estaba entre los planes de Lord Charles, y que no iba a descansar hasta concertar un compromiso ventajoso entre ambas familias. Ella lo podía ver en la sonrisa maquiavélica que él le dedicaba en ese momento, maliciosa y con un dejo de extraña satisfacción que a Shelley le produjo un leve escalofrío. Su padre siempre había sido un hombre temible y oscuro. Pero lo que sintió su alma en ese momento fue tan seco, tan llano, tan vano y árido, que hasta muchos años después, entendió que fue la terrible esterilidad de la resignación, la que agobió su corazón.

Muy lejos de allí, dentro de un sencillo auto, iba una pareja de extraños sin decirse una palabra. Ella maldiciendo su suerte por estar al desamparo en un mundo que la había hecho así: un mundo de hombres poderosos, fríos e inclementes como ese que llevaba al lado, que a pesar de su apariencia de príncipe azul, la había tratado con desprecio en cuanto supo su profesión, y ahora ni la miraba, sólo ocupándose en fumar y seguir bebiendo de la botella que llevaba en la mano. Él meditaba sobre lo que era, y lo que tal vez jamás llegaría a ser: "no puedo aspirar al amor puro de una joven como Brooke Shelley"…cerró los ojos:"eres un hombre desacreditado" "¡parece que adrede he criado a un mal habido cortesano!" "¡tú no tienes calidad moral...!", escuchaba a la vez y gritando en su cabeza, los recuerdos, las voces de Seras, de Integra y de Alucard diciéndole aquello. Entonces hizo un gesto de amargura, se volvió a ver a la joven que acaba de comprar, y pensó: "aquí es donde debo estar, ¡con seres como ella! Con seres de mi verdadera clase". Bajo esos pensamientos, se sintió como un pedazo de carne elegido por una prostituta en un bar cualquiera, pagando con una imagen del rostro de su rey, el rey por cuya causa vendía su alma.

Entre la nieve y la escarcha espesa, el auto se perdió en la carretera buscando su destino, el cual halló tres kilómetros después en un barrio de clase media, en un apartamento perfumado, femenino y acogedor, luego en dos cuerpos desconocidos poseyéndose por necesidad o por despecho, en medio de una noche inglesa de diciembre, oscura y helada…muy helada.


Lady Bryony Hamilton caminaba sobre sus zapatos de tacón, dejando detrás una estela de perfume fino y el sonido de sus pasos. Iba sorbiendo el contenido de un vaso de café y leyendo un libro de texto, enfundada en una capa de paño con cuello de armiño. Ella se apresuraba en llegar a su aula, así que no veía a nadie, ni se detenía en ningún lado, pues aún le faltaban un par de calles antes de arribar al lugar de su clase que empezaba en quince minutos.

Aún era invierno. En esa mañana de enero, aún las bajas temperaturas mantenían a raya a la fauna y la flora, por lo que la Universidad lucía callada, apagada, sin murmullos. Todos los estudiantes habían vuelto a su casa de estudios. Después de haber disfrutado de las fiestas, era hora de concentrarse de nuevo en el mundo real, tal y como Bryony lo hacía en ese momento. Cuando acabó con su vaso de café, ella buscó un basurero para depositarlo, en el momento en que se detuvo escuchó unos pasos aproximándose e inmediatamente después una voz:-Buenos días Bryony, ¿podría hablar contigo un momento?

Ella volteó de repente, sobresaltada por el repentino saludo y por que no había visto a nadie cerca.

-¡Abraham! ¡Cielos, no te vi llegar!- dijo ella ante la imagen del joven.

-Discúlpame si te asuste, no fue mi intención.

-No, ¡no fue nada! Pero ho…hola, ¿cómo has estado?

Él sólo se encogió de hombros haciendo una mueca de indiferencia. A decir verdad, se notaba muy taciturno, desganado.

– ¿Tienes un par de minutos? Necesito hablarte…

-¡Oh, Abraham!- dijo ella suspirando- ¿se trata de Shelley, verdad?

Abraham asintió sonriendo apenas. -¿De quien más, si no?

-Cielos…- dijo ella negando con la cabeza- ¡no sé por que le hago promesas a ella!

-¿Qué promesas?

-Te vas a reír Abraham, pero ella ha estado actuando de una manera poco madura, respecto a ti.

-¿A qué te refieres?

-A que prácticamente nos ha prohibido a mí y a Willow hablar contigo. Creo que es otro de sus berrinches, aunque…tal vez no, tal vez ahora sea algo más serio…

-Pensé que podría hablar con ella después de esa cita fallida… Pero no ha querido dirigirme la palabra, es que no comprendo, ¿cómo es que no lo entiende? ¿Cómo es que no entiende que no tuve más remedio que llegar tarde? ¡Juro que hice hasta lo imposible! No volé porque no puedo… ¡pero sí llegue a la cita!

-Ella ya nos contó todo ─ intervino ella, secamente ─ y por supuesto supo de la gran misión de esa noche, y también que le llamaste pues vio las llamadas perdidas en el teléfono que olvidó en casa, pero eso no es lo…importante.

-¿Qué? ¿Qué es lo que pasa?

-Prometí que no te diría el porque, ella no quiere saber nada de ti…

-¿Es por Rowdan Webber?

-Ah, en parte…pero no, él no la detendría si en verdad… si en verdad Brooke quisiera verte o estar contigo.

-¿Qué puede ser entonces? Tú lo sabes…

-Mira Abraham, ahora mismo tengo prisa, ¡si quieres en otro momento!…

-¡Bryony!-la tomó por el brazo-por favor…

-¡Oh rayos!- entornando sus ojos- ¡al demonio! ¡Está bien! Te lo voy a decir, ¡sólo porque me caes bien! Pero por favor, por favor, ¡no vayas a ir a buscarla después, ni trates de excusarte! ¡Porque no funcionará! Yo la conozco desde que íbamos en Jardín de niños, hemos sido amigas toda la vida y sé muy bien como es, y cuando no esta dispuesta a perdonar.

-Sólo dímelo, dime que está enojada porque piensa que la deje plantada.

-Sí, ella está convencida que la dejaste plantada, pero no por la misión...

-¿Entonces?- pareció extrañarse y preocuparse.

-Abraham- se agachó de pena- yo no se si es verdad y no… ¡no me incumbe! Pero…esa misma noche… alguien te vio en una compañía de una mujer non santa.

-No...no te entiendo- tratando de fingir demencia.

- ¡Que te vieron con una prostituta!, ¡no se como ni quien! Pero así fue. El padre de Shell, el mismo Lord Charles se lo confirmó. Antes, el chisme se regó, ¡y ya sabes como son! En el almuerzo en la casa Webber, alguien lo comentó, ¡cielos! Era la comidilla, ¡no hubo remedio! Ella lo escuchó, luego se puso pálida de la rabia y hasta abandonó el salón. Después nos los contó todo a Will y a mi, ¡estaba llorando de cólera!…

La voz de la joven se perdía en los oídos de Abraham, que boquiabierto, no podía terminar de creer lo que escuchaba.

-No… no puede ser, esa…¡esa maldita ramera!- expresó para sí.

-Entonces… ¡entonces es cierto!…

-No, ¡las cosas no pasaron así! No fue…

-No, ya no importa Abraham, ¡no es a mi a quien tienes que convencer! Así que mejor olvídala, ya no la busques más…está muy desilusionada y dice que no quiere saber nada de ti. ¡Te desprecia!…Lo siento mucho… Ahora Abraham, si me disculpas, me tengo que ir, se me hace tarde…

La joven se fue. Abraham quedó en su sitio y no atinó a decir más nada, tragó saliva y suspiró. Cabizbajo y con toda esperanza hecha pedazos, sintió como si algo muy raro y nunca antes experimentado, le estuviera atravesando el pecho. Con un gesto de dolor, revisó el celular para ver un mensaje de Jerome Harris: "¡la clase ya comenzó!", y dio media vuelta. Mientras encendía un cigarrillo se alejó recordando las palabras que un día le dijera su difunta madre: "¿Creíste que tu irresponsabilidad no tendría consecuencias?, ¡Pues ya ves que sí! Esto te lo provocaste tu mismo, ¡así que debes afrontar los hechos en todo momento y con valor!", ¡Tenías razón, mamá!, se dijo a sí mismo, sonrió irónico. Luego apresuró el pasó para volver a su facultad, pues en ese mismo instante estaba perdiendo una clase.

Después de eso, ciertamente no hubo nada. Ese amor tuvo que ser reprimido que comenzó a hacer daño como una enfermedad crónica cada vez que la vio en las juntas de la Mesa redonda o se la imaginó: Shelley en el rostro, en los cuerpos de otras mujeres, en sus aventuras de una noche y sus noviazgos incipientes que nunca superaron los seis meses, ella reaparecía inclemente en cada cosa que él emprendió para olvidarla. Así pasó el tiempo, y él experimentaba un sentimiento vehemente pero sin definición alguna, como una especie de pasión febril que siempre deseó sosiego y que al no encontrarlo, poco a poco se hizo despecho desde que la vio cara a cara, el primer encuentro después de la cita arruinada, cuando ella lo calcinó por completo con una mirada de arma de fuego sin dirigirle una sola palabra. Que se avivó después de que ella se echó sin más ni más a los brazos del dichoso magnate. Durante más de tres años, él tuvo que soportar la rabia cada vez que la vio del brazo de él, de la mano de él, ¡sonriendo! Fingiendo su felicidad adrede, tal vez sólo para lastimarlo, tal vez sólo para vengarse, pero Abraham Mircea se juró a sí mismo hacerle pagar caro algún día, sin saber, sin poder definir, si la odiaba o en realidad jamás dejo de amarla. Así se le descompuso en el corazón el amor truncado, malogrado, acabado antes de empezar porque una noche de diciembre, un padre impío y poderoso, ratificó en el identificador del celular olvidado de su hija, sus sospechas de que el heredero de Hellsing Manor la pretendía… y urdió una trampa.


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