¡Hola, mis queridos lectores! Aquí presentándome con esta nueva historia, que estaba muy ansiosa de publicar, y cuya idea fue extraída de la novela "Crónica de una Muerte Anunciada", del genial Gabriel García Márquez. Es el primer AU que publico -más no el que escribo ;)-. Espero que les guste.

Todos los personajes pertenecen a JK Rowling, y a cualquiera que haya gastado una millonada comprándolos.


Tormenta de Fuego

Parte I

El día en que Hermione Jane Granger se enteró que iba a casarse, fue un día muy triste. El sol apenas había aparecido para saludar en las primeras horas de la mañana, y pronto fue cubierto por unos nubarrones que no anunciaban nada bueno. La temperatura bajó y una densa bruma que nunca antes se había visto cubrió las calles del pueblo, dejando anonadados a sus habitantes más madrugadores.

Madame Rosmerta, que atendía la taberna más concurrida, Las Tres Escobas, describió ése día como "uno único; ya los cantos de los pájaros pronosticaban que algo iba a cambiar". Su amiga y confidente Madame Pomfrey, la partera con más experiencia de la zona, que había ayudado a cientos de madres primerizas a tener a sus primogénitos y que había visto tantas veces el milagro de la vida que ya nada podía sorprenderla, coincidió en que se sentía en el aire un algo difícil de definir, un llamado, una advertencia sobre los futuros acontecimientos que cambiarían la vida de todos.

Los gallos comenzaron a cantar, provocando más alboroto que de costumbre, ya que sentían el cambio de clima y eso los perturbaba. Los perros ladraban al compás de los cacareos, con la intención de hacer callar a los plumíferos, pero sólo consiguieron azotes por parte de sus dueños. Éstos se levantaban para comenzar sus tareas del día. Era lunes, y por lo tanto la actividad en el pueblo sería incesante hasta la caída del sol.

Cuando Luna Lovegood salió de su casa para dirigirse como siempre a comprar la leche, pasó por la puerta de la profesora Minerva McGonnagal. Esta vieja mujer se ganaba la vida dando clases de piano, y aunque había enterrado un marido en edad temprana, quedando sola desde entonces, y tenía fama de estricta y perseverante, su fuerza y temperamento derivados de una dura vida le proporcionaron características destacables. Prácticamente todas las damas del pueblo habían pasado alguna vez frente a su puerta, pidiendo consejos amorosos o buscando con quién compartir un buen chisme.

Luna Lovegood saludó a la mujer, que se encontraba en la puerta de su casa vigilando con semblante adusto el movimiento que recién comenzaba en las calles.

-Hace un instante he hablado con la señora Bones- comentó McGonnagal con la seriedad característica de ella-Me contó sobre las nuevas noticias.

Luna la miró extrañada; ella se había cruzado con la señora Bones en el camino pero la mujer no le había dicho nada. Sin embargo, pensó Luna, parecía muy apurada, así que es lógico que no se haya detenido a conversar. O tal vez no la había visto. La profesora McGonnagal la contempló de arriba abajo.

-Tú debes de haber sido de las primeras en enterarte- dijo mirándola fijamente- Personalmente, no creo que esto traiga nada bueno.

Luna se veía cada vez más sumida en la confusión, pero la vieja profesora no hizo nada por apaciguar las dudas de la joven. Optando por retirarse, y pensando que de todas maneras se enteraría más tarde de las noticias, Luna se despidió cortésmente y continuó su trayecto hacia la tienda en busca de leche.

Al doblar la esquina, se topó con un reducido grupo de mujeres que hablaban entusiasmadas. Su exaltación creció cuando vieron aproximarse a Luna.

-¡Luna Lovegood!- exclamó Pomona Sprout-¡Justo con quien queríamos hablar!

A la joven le extrañó ver en el pueblo y en hora tan temprana a la señora Sprout, ya que ella casi siempre permanecía encerrada en los jardines de su añeja casa de campo, aquella que se encontraba doblando por la izquierda en el camino del sur, el mismo que llevaba al Bosque. Todos sabían que Sprout tenía una eterna obsesión por las plantas tropicales, y sólo salía al pueblo para comprar alimentos y algún que otro fertilizante, ya que la mayoría del tiempo lo pasaba junto a enormes palmeras con hojas retorcidas que criaba en su jardín especial. Por ende, Luna tenía motivos para extrañarse.

-¡Ven aquí y cuéntanos los detalles!-pidió Madame Hootch, una mujer bajita y canosa que solía viajar a los pueblos más cercanos acompañada de sus hermanas en edad más joven, pero que luego de haberse caído de un caballo, sufriendo como consecuencia un malestar en su pierna derecha que nunca la abandonó, prefirió quedarse en su casa criando cinco revoltosos hijos.

Luna miró desconfiada y a la vez curiosa a las mujeres. Notó que Madame Pince le hacía una seña con la mano, instándola a acercarse. Eso sí que era extraño. La solterona Pince, como le decían los bravucones del pueblo, jamás abandonaba su querida biblioteca, único recurso cultural del lugar, además de la improvisada escuela que Albus Dumbledore había colocado años antes de su fallecimiento y que ahora estaba a cargo de su amigo Filius Flitwick.

-¿Qué sucede, señoras?-preguntó Luna caminando hacia ellas, más obligada por su innata curiosidad que por otra cosa.

Las mujeres rieron alegremente e intercambiaron miradas.

-¿Cómo que qué sucede?- preguntó Madame Hootch-¡No me digas que no te has enterado de la noticia! Ya todo el pueblo lo sabe.

Luna movió la cabeza, en un gesto que quería decir "por supuesto que todo el pueblo lo sabe, eso es lógico, y también es lógico que yo no lo sepa, ya que siempre soy la última de todos en enterarse de algo". Sin embargo, las damas interpretaron erróneamente ese llamativo movimiento que hizo Luna con su rubia cabeza.

-¿Estás contenta, verdad? No se te nota muy feliz... deberías estarlo- dijo la señora Sprout.

Luna iba a contestar que no sabía de qué estaban hablando, cuando escuchó de lejos la campana de la tienda, que anunciaba que ya estaba disponible la leche fresca.

-Lo siento, señoras. Debo ir a comprar leche- dijo Luna, y apresurada, abandonó su lugar en medio de las matronas y echó a andar hacia la plaza del pueblo, frente a la cual se encontraba la ya abierta tienda.

Las damas la saludaron algo decepcionadas y siguieron comentando cosas de buen humor; cosas que Luna no pudo oír, ya que estaba cruzando la calle dando apresurados pasos con sus cortos pero firmes pies.

Por fin avistó la plaza principal, con su fuente de agua cristalina que danzaba alegremente, contrarrestando lo feo de ese atípico día.

Luna pegó un salto, asustada cuando sintió que alguien la sujetaba del brazo, impidiendo que atraviese la plaza. Se dio vuelta y la extrañeza y curiosidad que la dominaban esa mañana de otoño alcanzaron su punto máximo al ver frente a sí a la vieja Sybill Trelawney, la adivina del pueblo. Era una gitana que había olvidado las costumbres de los suyos en el fondo de varias botellas de jerez, y que se ganaba la vida presagiando muertes horrorosas y embarazos prematuros a todo aquél que tenía suficiente estómago como para soportar el calor sofocante y el aroma asfixiante de su tienda construida precariamente a orillas del río.

-No pareces muy alegre por la noticia... todo esto traerá fuertes lamentos para todos, lo sé...

Luna se separó rápidamente de ella y se alejó a grandes pasos, todavía sintiendo, luego de atravesar la plaza, el fuerte aliento a jerez de la gitana olvidada.

Entró a la tienda, donde ya se encontraban algunos de los clientes más frecuentes. Florean Fortescue, como siempre, estaba del otro lado del pulcro mostrador, hablando a gritos con sus clientes. Cuando Luna se situó detrás de la cola de hombres y mujeres que esperaban su turno por ser atendidos conversando alegremente (ella dedujo que de la nueva noticia), el señor Fortescue calló a todos con un chiflido.

-¡Es Luna Lovegood¡Cuéntanos los detalles, niña!- gritó en medio del mudo entusiasmo general marcado por la expectativa.

-¿Qué detalles tengo que contar, señor Fortescue?- preguntó confundida Luna, sintiendo sin embargo más extrañeza y curiosidad que antes, si eso era posible.

Todos intercambiaron mudas miradas de asombro; sus sonrisas resbalándose un poco por las conocidas caras y en seguida volviendo a florecer como una amapola en primavera.

-¿Qué, no lo sabes?- preguntó el señor Fortescue abriendo grandes los ojos.

Luna negó con la cabeza; su corazón latía rápidamente.

-¡Hermione Granger va a casarse!

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Hermione Jane Granger supo, apenas abrió un ojo, que ese día iba a ser diferente. No sabía con certeza por qué sería diferente; simplemente tenía un vago presentimiento en su interior, una de esas corazonadas propias de las mujeres con poco que perder y mucho por ganar.

Se levantó de su lecho con pesadez minutos antes de que el alba se anunciara puntualmente. Espió unos segundos por la ventana de su cuarto, la que daba hacia el jardín interior de la casa colonial de los Granger. Una densa bruma cubría el húmedo césped, y las copas de los árboles se agitaban en un movimiento parsimonioso que hacía nublar los sentidos. Hermione sintió un escalofrío.

Luego de colocarse su sobrio vestido y de ordenar su cuarto, con ese extraño e inequívoco sentimiento que la abrazaba sin dejarla tranquila, bajó por las escaleras de madera hasta la cocina, donde sabía que encontraría a sus padres desayunando e intercambiando las primeras charlas del día.

No obstante, se sorprendió un poco al descubrir que sus padres no se encontraban en la cocina, sino en la sala. Ambos estaban de pie, conversando en voz baja. Los murmullos llegaron hasta Hermione cuando ésta puso un pie en el último escalón, y se adentraron hasta lo más profundo de su ser, causando en ella el conocido temor a lo desconocido y provocando un breve lapso de confusión que se convirtió en pánico, y que desapareció más rápido que las gotas de la lluvia al caer sobre la arena.

Jane y Robert Granger voltearon cuando sintieron la presencia de su única hija en la habitación. Ambos le sonrieron con una amabilidad excesiva, y Hermione tuvo la certeza de que eso no auspiciaba nada bueno.

Los Granger eran una de las familias más estimadas en el pueblo, no sólo por la antigüedad que llevaban viviendo en éste, sino además por las reconocidas obras que había realizado Robert como único dentista de los alrededores. Su familia llevaba emprendiendo ese noble oficio desde los primeros tiempos, cuando la ortodoncia era apenas una ciencia recién nacida. Jane, luego de casarse con Granger, había aprendido algunas cosas del trabajo, y eso la convirtió rápidamente en ayudante de su esposo. La pareja se caracterizaba por su buena educación y su moral inescrupulosa. "Eran esas personas que nunca dañarían ni a una mosca", recordó Madame Rosmerta una vez. Luego de haber tenido a Hermione, Jane se concentró específicamente en que su hija recibiera una educación digna, para que algún día pudiese encontrar un buen marido y atender una casa propia como es debido.

-Buenos días, hija- saludó Jane sonriendo y echándole una rápida mirada a Robert que a Hermione no le resultó desapercibida- ¿Cómo has dormido?

-Bien- contestó la joven, intentando sonreír pero fracasando en el intento.

Robert le hizo señas para que se acercase más. Cuando Hermione estuvo frente a él, Robert le indicó que se sentara en la silla más cercana. Su hija así lo hizo. Sentía su corazón latiendo con más rapidez de lo normal, y a sus entrañas agitarse presas de la angustia que atrapa a los que están por recibir una noticia que cambiará sus vidas, pero que no saben cómo.

El suave pero firme carraspeo de Robert sacó a Hermione de su ensimismamiento.

-Hermione, hija, tu madre y yo tenemos algo que comunicarte- anunció con una voz ceremonial que no era usual en él.

Hermione se irguió en su silla, enfocando toda su atención en el hombre que estaba frente a ella y sintiendo cada segundo que pasaba con el peso de una montaña. Robert tomó aire y Jane se estrujó las manos.

-Como sabes, el joven Víktor Krum te ha estado cortejando- Hermione clavó la mirada en los duros ojos de su padre, deseando que cada palabra que escuchaba se desvaneciera con el viento-Yo he notado esto, por supuesto, y dejé que las cosas tomaran su rumbo. Ayer por la tarde, Víktor Krum se acercó a mi consultorio, y con las mejores intenciones me pidió tu mano en matrimonio. Yo he aceptado gustoso.

Hermione abrió grandes los ojos; las palabras que quería decir pugnaban por salir del recodo de su garganta pero no encontraban la manera de hacerlo. La sorpresa aturdía sus sentidos; el miedo crecía dentro de ella a la vez que el coraje aparecía para equilibrarlo. Apretó los puños fuertemente y sintió una corriente eléctrica atravesarla como la flecha de algún bárbaro.

-Hermione, te casarás con el joven Víktor Krum. Sería un honor para mí tener a un caballero como él en nuestra familia- dijo pausadamente Robert Granger.

Hermione se puso de pie con un movimiento conciso que provocó que sus progenitores la mirasen sorprendida. Los observó con ese brillo desafiante en sus ojos que tanto la caracterizaba y que solía aparecer sólo en momentos críticos como ese que vivía.

-¡No me puedo casar con Víktor Krum!- gritó con seguridad.

Robert y Jane Granger la miraron sorprendidos; el primero sintiendo que poco a poco el enojo lo dominaba y la segunda pensando rápidamente la mejor manera de arreglar lo que su hija había comenzado.

-¿Qué dices?- susurró Robert peligrosamente.

Hermione tembló de cólera.

-No puedo casarme con Víktor Krum- repitió intentando normalizar su voz, que sonó temblorosa, como si perteneciese a un pichón mal alimentado.

Robert aspiró fuertemente aire por su nariz y Jane miró a su hija como si de una desconocida se tratase.

-¿Y por qué no?- inquirió el señor Granger masticando cada palabra.

-Porque no lo amo- contestó la joven con la seguridad propia de la inexperiencia.

Robert emitió un bufido de burla. Jane parecía decepcionada.

-¡Porque no lo amas! Hermione¿escuchas acaso lo que dices? Víktor Krum es un buen muchacho, que ha demostrado verdadero interés por ti...

-El interés está lejos de ser amor. Y yo no quiero a Víktor- respondió Hermione con firmeza y haciendo que de repente sus padres se dieran cuenta de que ya no era la niña que alguna vez había sido. Eso les dio miedo.

-¡El amor!- musitó Jane-No sabes lo que es el amor, Hermione. Y tampoco deberías preocuparte por saber lo que es. El amor sólo confunde a las personas y las aleja de sus verdaderos objetivos en la vida. Hermione, hija, fuiste criada para casarte con un hombre noble, y para dirigir un hogar cuando la oportunidad de hacerlo llegase. Es ahora el momento de aprovechar todo lo que aprendiste...

Hermione contemplaba a sus padres sin conocerlos. Una brecha se había interpuesto entre ella y sus progenitores, y nunca más volvería a cerrarse.

-¡Yo no quiero casarme con alguien a quien no amo, madre! Estamos hablando de compartir toda una vida junto a una persona...

-¡Precisamente!- saltó Robert, iracundo-¡Precisamente, de eso se trata! Víktor Krum te dará lo que muchos no pueden ofrecerte: seguridad. Tendrás un hogar, un esposo que te protegerá...

Hermione sacudió la cabeza, gimiendo frustrada. Sentía cómo de la rabia y el coraje nacía un nuevo sentimiento: la tristeza. Sus ojos se empañaron en lágrimas que eran muy jóvenes para caer.

-No quiero nada de eso. No me casaré con alguien sin amarlo- dijo la joven una vez más-¡Tengo dieciocho años; no arruinaré mi vida con un compromiso del que esté en desacuerdo!

Su padre, que ya había perdido completamente la paciencia, golpeó con su mano la mesa que estaba al lado de Hermione. Ella pegó un salto, asustada.

-¡Te casarás con Víktor Krum, y es mi última palabra!- aulló con los ojos desorbitados.

Dos lágrimas maduras se deslizaron por los ojos de Hermione. Ella se mordió el labio.

-No pueden obligarme- musitó en voz baja.

-¿Quieres probar?- preguntó Robert acercándose amenazadoramente a ella.

Hermione retrocedió un paso. Robert la miró fijamente.

-Te casarás con Víktor Krum- dijo, y a Hermione esas palabras le sonaron como una sentencia.

En ese momento, los primeros rayos de sol comenzaban a aparecer, aunque sólo estuvieron durante unos segundos pintados en el firmamento, ya que de improvisto unos nubarrones los taparon, oscureciendo el joven día. Pero nada estaba más oscuro que el alma de Hermione, que vio su destino caer herido de muerte en el instante en que su padre salía del cuarto sin decir nada más.

-Has deshonrado a tu familia con tu negativa, Hermione- susurró su madre con ojos tristes, y también abandonó la estancia.

Amelia Bones, que eligió esos momentos cruciales para pasar por la puerta de entrada de la casa de los Granger, escuchó cuando Robert le confirmaba con dureza a Hermione que se casaría con el joven Víktor Krum para luego abandonar la sala.

La señora Bones no se percató del tono autoritario en que el señor Granger pronunció cada sílaba, ya que la noticia en sí la había desconcertado en un principio, y luego la mujer había sido invadida por un sentimiento de genuina felicidad. Como no podía ser de otra manera, comenzó a pregonar la nueva noticia a todo aquel que se le cruzara en el camino, y en pocos minutos todo el pueblo sabía que Hermione Granger se casaría.

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Ese lunes de primavera el pueblo se puso rápidamente en movimiento, pues comenzaba la semana laboral y había muchos negocios que atender, clientes con los que discutir, frutas para cosechar o perros que alimentar.

Era el último lunes del mes, y por lo tanto era un día especial. Una hora después del amanecer, cada último lunes de cada mes, llegaba al pueblo el Expreso, cargando mercancías, artículos de lujo o de contrabando, bebidas para abastecer a la taberna Las Tres Escobas o animales para criar en los campos. Rara vez traía pasajeros.

El Expreso era un ferrocarril viejo, de color cobre algo oxidado por el tiempo y el calor, que sin embargo funcionaba sin tener que envidiarle nada a los nuevos ferrocarriles que cruzaban la frontera. Cada vez que llegaba al pueblo se producía una conmoción, pues era anormal recibir noticias del exterior o visitantes que buscaban algún lugar remoto donde descansar.

Ese lunes, una pequeña muchedumbre entre la cual predominaban los mercaderes que tenían sus tiendas sobre la plaza, se amontonó sobre la estación del pueblo, esperando impacientemente al ferrocarril.

Cuando distinguieron la nube de vapor que éste desprendía y escucharon el sonido atronador de la bocina, saltaron de júbilo y se abalanzaron sobre los rieles.

El Expreso, con su figura impotente que causaba lástima, frenó con un vago chirrido en la estación del pueblo.

La gente se acercó lo más que pudo. Los que estaban delante de todo pudieron ser los primeros en distinguir a un hombre que se bajaba del ferrocarril. Enmudecieron, sorprendidos brevemente por la imagen que el desconocido presentaba. Los que se encontraban más atrás callaron porque notaron que los de delante ya no hacían ruidos. Algunos se paraban en puntas de pie para ver qué sucedía; otros comenzaron a murmurar por lo bajo.

El desconocido bajó tranquilamente del ferrocarril, posando en tierra unos pies grandes. Levantó la mirada y asedió con su vista a los pueblerinos, que de improvisto se sintieron intimidados y débiles. "Más acobardados que cuando se produjeron las grandes inundaciones", detalló Madame Rosmerta años más tarde.

Todos los que se encontraban en la estación de ferrocarril del pueblo, aquella insólita mañana de primavera, vieron como un joven se internaba entre la muchedumbre. Tenía la piel algo quemada por el sol, y un pelo azabache que parecía pintado con carbón y peinado por los vientos del desierto. Detrás de unas redondas gafas se ocultaban unos destellantes ojos verdes, que daban la sensación de no temerle a nada. Algunos de los pueblerinos coincidieron en que el desconocido tenía una pequeña y perturbadora cicatriz en forma de rayo en la frente.

El forastero se abrió camino entre la silenciosa multitud. El alcalde, el señor Cornelius Fudge, un hombrecito nervioso que perdía la paciencia con facilidad y que siempre bebía de más en los días de fiesta, salió a saludarlo y a presentarse cordialmente. Le preguntó el nombre al desconocido, que lo miró largo rato antes de contestar con voz profunda:

-Harry Potter, a sus servicios.

Justo en ese momento, llegó corriendo a la estación la joven Penélope Clearwater, gritando que Hermione Granger se iba a casar.


Y ésa fue la primera parte.

¿Qué les pareció?

¿Desean saber cómo continúa?

¡Quiero y necesito saberlo, dejen REVIEWS!

Aquellos que han leído "Crónica...", de G.G. Márquez, se habrán dado cuenta que la trama poco y nada tiene que ver con este fic, pero tal vez sí algunos recursos narrativos, como por ejemplo anunciar un hecho muy importante alrededor del cual girará la trama (el compromiso de Hermione) en los primeros párrafos. Ahora mismo no recuerdo cómo se llama este recurso.

Lo que sí está muy relacionado con "Crónica...", es la imagen que presenta este pequeño pueblo, en el que todos se conocen y todos se enteran siempre de todo (algo muy característico de los poblados de Latinoamérica). Me gustó plantear eso en esta primera parte, es como que preparé el escenario, jejej.

La historia surgió un día mientras viajaba en colectivo y leía la novela de Gabriel García Márquez que me habían pedido en el colegio. Actualmente estoy escribiendo la quinta parte, y debo decir que desde el principio me encariñé mucho con este fic.

Y por si alguien no comprendió... Hermione se casará, jeje. No hay vuelta atrás... o tal vez sí.

Me retiro deseando que les haya gustado. ¡No se olviden de los reviews, por favor!. Son primordiales para mí.

Nos leemos,

·Towanda·