PROMESAS
She's making promises to get the things she need
But you only give away what you don't intend to keep
Marni and the man, Young girl standing
Aquel día el Ministerio estaba hasta los topes de trabajo. Últimamente los Mortífagos parecían estar más activos que nunca. Los atentados se sucedían, incluso en la prensa muggle se hablaba de ellos. Claro que, teniendo en cuenta que la mayoría de las víctimas lo eran, no era de extrañar. La sección de Asuntos Muggle no daba abasto a tantos Obliviate como tenía que administrar.
Nadja se quitó el flequillo de la frente de un manotazo irritado. No podía aguantar aquel ritmo frenético constante, y le dolían los ojos. Se quitó las gafas y se pellizcó el puente de la nariz. Estaba agotada, le dolía la cabeza y la vista se le desenfocaba. No era más que una burócrata, y estaba harta de aquel trabajo inútil. Hoy no le había suministrado ni un mínimo de material útil para sus actividades. Sonrió para sí.
Albert la vió desde su mesa, tan próxima que a veces, con un espíritu tan infantil que hacía que los alumnos de primer año en Hogwarts pareciesen maduros por comparación, le lanzaba virutas de papel.
-¿Contenta, Nadja? Eres como un rayo de luz en esta oficina atestada y aburrida…
Ella le sacó la lengua.
-Se supone que eres un Auror de prestigio, Albert. ¿Por qué no sales a cazar mortífagos y me dejas tranquila con mi papeleo? Seguro que si estás lejos conseguimos como mínimo hacer algo de trabajo…
Él rió, mostrando unos dientes amarillos de tabaco y café.
-Yo también te quiero, cielo… ¿Un amaretto?
-Mejor un capuccino… No tengo día para almendras.
-Muy bien, cielo… -se levantó y se dirigió hacia la cocina para preparar los cafés. Se movía con suavidad pese a estar cerca de los cincuenta y tener una ligera barriga. Era un excelente agente, por lo que Nadja sabía, pese a su manía de llamar "cielo" a todos sus compañeros y a sus modales infantiles. Quienes le habían visto en acción decían de él que se transformaba por completo en el campo de batalla. Al parecer era un genio táctico en la práctica. Pero claro, cosas más raras se habían visto por allí.
Sam asomó la cabeza, con el pelo negro y largo apenas tapándole los rasgos demasiado puntiagudos. Hablando de cosas raras…
-Nadja, ¿has visto a Judith?
-Hola, Sam, yo también me alegro de verte –le contestó ella-. ¿Has mirado en la cafetería? Creo que es su hora…
El hombre la contempló unos segundos. Aquellos ojos castaños, excesivamente humanos en un rostro que parecía haber sido atractivo antes de su pequeño incidente, siempre la ponían nerviosa. Samuel sonrió, intentando ser tranquilizador y consiguiendo el efecto contrario al descubrir los colmillos de depredador. Nadja se quedó lívida. Sabía que su compañero podía oler el miedo en el aire. Él alzó las manos como en disculpa.
-Iré a ver. Imagino que estará cargándose de azúcar –probó a bromear. Nadja le sonrió tensa.
-¿Cuándo te toca la siguiente dosis, Sam? –inquirió, aparentemente casual. Él inspiró profundamente.
-Hasta dentro de unas horas nada, Nadja. Bueno, perdona las molestias. Hasta ahora.
-Hasta ahora –Nadja contuvo la oleada de alivio al ver cómo se alejaba el moreno. Odiaba sentirse indefensa, motivo por el que prefería trabajar en papeles que como agente de campo. Aunque admiraba vagamente a Albert, que mantenía la cabeza fría y conseguía siempre limitar las bajas por sus planificaciones in situ, la gente como Sam o como Judith le eran tan incomprensibles como si perteneciesen a otra raza. En el caso de Sam, por supuesto, esto era irónicamente cierto.
En la puerta apareció Albert de vuelta, con sus cafés respectivos y una amplia sonrisa.
-Aquí tienes, encanto. Capuccino de la casa. Estás blanca como la cal, ¿pasa algo? –añadió en su habitual tono entre travieso y paternalista.
-Nada. Sam. Ya sabes, el reinsertado. Me pone la piel de gallina.
-No es culpa suya –los ojos algo apagados de Albert relucieron un segundo, entre comprensivos y preocupados.
-Ya. Por supuesto. ¿Has acabado tu informe?
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Ethan sonrió a Judith. La mujer correspondió con una mueca torcida, irónica. El cabello rubio muy claro, cortado corto, y los ojos grises contrastaban con la piel morena de su cara de rasgos duros. Las pecas resultaban casi incongruentes en aquel rostro de nariz rota.
-¿Qué tal? –Ethan siempre iniciaba las conversaciones, al ser de carácter más amable que ella. Era un hombre guapo, de cabello negro, ojos verdes y una cicatriz en un lado de la cara. Curiosamente, esa no era su marca de agente de campo, sino la mano izquierda, tan abrasada por su uso como "escudo" que apenas le quedaba movilidad en ella. La solía llevar vendada para no molestar a sus compañeros.
-Tengo misión en una hora.
-¿Mortífagos? –preguntó el hombre.
-Ajá –Judith era extremadamente parca en palabras-. Con un poco de suerte, habrá también algún "Salem" –la sonrisa que adornaba sus rasgos ahora mismo era de todo menos agradable.
-Ya… -Ethan pestañeó un segundo, inseguro. La pasión cazadora de la joven era tan extrema y violenta que desagradaba a muchos. Aunque era muy competente, su tendencia a solucionar los conflictos de forma mortal para sus oponentes la volvía en ocasiones demasiado… eficiente. Letalmente eficiente. El trabajo de "limpieza" era para ella un asunto estrictamente personal, lo cual la volvía peligrosa. Pocos querían acompañarla en misiones por ese motivo. La mujer acarició una cartuchera, absorta. Era un tic que se mostraba cuando se quedaba pensativa-. ¿Con Sam?
-Ajá –la rubia salió de su abstracción. Los dedos se crisparon sobre la pistola un segundo y luego apartó la mano-. Espero que haya un poco de acción. Odio estar a la espera de que nos lleguen informes de los topos.
Ethan asintió, de acuerdo por una vez. Se apartó el cabello negro de los ojos verdes.
-Es lo peor. La espera. Pero bueno… Parece que ahora tenemos algo entre manos, ¿eh?
Judith se encogió de hombros, cosa que puso en movimiento los músculos de su espalda, que se deslizaron e hincharon visiblemente, al no estar cubiertos por su habitual chaqueta. Al contrario que otros magos, vestía de forma considerablemente moderna. El traje de cuero negro blindado que llevaba hubiese hecho las delicias de muchos cineastas. Eso, y su tendencia a usar armas de fuego muggle, la señalaban como lo que un mortífago habría designado como "sangre sucia". Judith no rechazaba el eclecticismo entre sus técnicas. Había estudiado artes marciales, entrenaba cada día, hacía tiro al blanco, y su frase favorita era: "por bueno que sea un mago, una bala entre las cejas estropea su estilo". No es que tuviese ocasión de poner en práctica tal dicho muy a menudo, la mayoría de escudos mágicos repelían las balas. Pero a ella le gustaban sus armas, y las había usado a menudo contra criaturas mágicas con resultados muy visibles. Romper un escudo y utilizar balas de punta hueca. Pequeños momentos de placer para ella.
Ethan se daba cuenta de que Judith estaba peligrosamente cerca de lo que podría clasificarse como sociopatía, si es que no caía de lleno en ella. Pero había una cierta cualidad en ella, un cierto desamparo, un aire de bestia acosada y herida que podía intuir y que hacía que le fuese imposible no tenerle una mezcla de compasión y simpatía.
-¡Judith! Salimos en breve, ¿dónde te habías metido? –la llamó Sam desde la puerta.
-Estoy casi lista. Dame medio minuto para reforzar los hechizos defensivos de mi blindaje y estoy –repuso Judith. Su voz se había vuelto entre dura, educada y cortante.
-Bien. Te espero en el "hangar" –Sam, lo mismo que Judith, solía utilizar ese tipo de referencias muggle que a los nacidos magos como Ethan les resultaban un tanto arcanas.
-Bien. Ahora voy –la rubia se terminó el café de un trago y lanzó con buena puntería el vaso vacío a la papelera. Salió de allí con un breve gesto de despedida hacia Ethan, un cabeceo casi imperceptible.
-¡Suerte, chicos! –les deseó el moreno.
-Deséasela a esos capullos. A ver si así salen enteros y no me crucifica el jefe –sonrió la chica. Sam alzó un momento la mano en dirección a Ethan y luego se marchó hacia el centro de despegues, mientras su compañera iba hacia la oficina a recoger su chaqueta.
Ethan se acodó en la mesa que tenía delante. Se moría de ganas de salir también. El saber que fuera se llevaban a cabo atentados y estar designado a la defensa le arañaba los nervios. Qué no hubiese dado por ir al encuentro de los mortífagos y… Tanta gente. Tanta gente indefensa porque no les permitían salir. Entendía la necesidad de proteger el Ministerio, pero para él era una tortura pensar en los inocentes que, mientras tanto, tenían que atrincherarse en sus casas. Quería salir y defender vidas. Quedarse y defender ideales abstractos no era lo suyo. Su hermano se hubiese reído. El buen Hufflepuff…
Suspiró. Tenía que aguantar. Se levantó y se dirigió al despacho de Evan. Seguro que él tenía algo con lo que entretenerle.
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NdA: Lo más seguro es que pocas personas se interesen por esta fic: es un cúmulo de OCs metidos en líos. Andaba yo hace unos años pensando de forma muy abstracta en lo que debía ser la guerra (cuando la guerra aún no había cobrado forma en las novelas de Rowling y era un motivo constante en algunas fics) vista desde el Ministerio de Magia, y me salieron Albert y Nadja de la nada. En roleos, surgió el personaje de Ethan, que me asignó un jugador y al que tuve que dar dimensión a base de ganas e imaginación, y por último asomaron -también en roleos pero de un universo que nada tiene que ver con Rowling y que yo he adaptado salvajemente de una idea original de Varnae- Judith y Sam, una extraña pareja de agentes de campo demasiado "hard-boiled" para ser bien vistos, demasiado sociópatas para gustar a sus compañeros, demasiado buenos en su trabajo para que les echen.
Aunque no voy a reprochar el enfoque que hizo la autora de HP de la guerra, pienso que al ser novelas para niños queda muy descubierto la parte de trabajo diario que tendrían en el Ministerio. Así que aquí tenéis esta fic, completamente salida de mi imaginación, redefinida por la última novela (creo que será bastante in-canon, incluyendo la caída del Ministerio y esas cosas), y con pocas referencias a los personajes originales. Simplemente, no me interesa plasmar la dimensión heroica de la guerra: para eso ya está la novela original. Yo me voy a centrar en la parte sucia de unos agentes muy quemados y un poco desequilibrados, sin grandes buenos ni malos. ¿O acaso creíais que sólo actuaron cuatro críos y la Orden del Fénix contra Voldemort…? Para los que creéis que tuvo que haber algo más… Aquí está esta historia.
Habrá algunos spoilers, imagino, hacia el final, pero como no voy a tratar directamente a ningún personaje famoso (excepto al Ministro y algunos trabajadores de allí), no creo que haya grandes motivos de alarma en ese sentido.
