Creo que lo mejor seria presentarme: Me llamo Tania (TanInu) y este es mi primer fic de Zero no Tsukaima; de hecho es que apenas comence a ver el anime y no pude resistirme a hacer un Universo Alterno de este. No tengo mucho que decir, solo que lo disfruten:


La Vida Que no Elegí

Zero no Tsukaima

Todo era normal con ella. Iba a terminar la Universidad, su familia era pacífica y nada podía alterarla. ¿Un accidente, tal vez? Cambio de vida, nuevos desafíos y peligros. Secretos ocultos acerca de su pasado y ahora presente. Se le ha encomendado una misión que ni ella misma está segura de poder cumplir. Ha perdido su libertad, ahora vive con miedo de ser herida o herir a otros. Ya ha perdido mucho y no está dispuesta a perder más. Mucho menos ahora que el amor ha vuelto a golpear en su puerta, mas sin embargo, no es un rostro desconocido. ¿Qué serías capaz de hacer para proteger al amor de tu vida y a la vez, mantener a salvo el mayor tesoro familiar¿Qué darías por su bienestar y protección?

-…- (Diálogos)

-"…"- (Pensamientos)

Blah blah blah (Flashbacks)

(…) (Notas de la autora)

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen. Sólo hago uso de ellos para crear una historia que me mantenga entretenida durante toda la tarde, al igual que a ustedes, los lectores.

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Cáp. 1: Tormentosa Decisión.

¿Cómo había pasado todo eso¿Acaso el destino mismo había dictado el hecho de quedarse sola? Cayó de rodillas frente a la tumba familiar, derramando nuevas lágrimas, mientras una y otra vez preguntaba el viento la razón por la que se los quitó. Podía sentir como el lodo humedecía sus rodillas, mientras que sus lágrimas salinas mojaban su blusa. Intentó secárselas con su brazo, sin mucho resultado. ¿Cuánto había pasado desde la catástrofe? Levantó sus ojos hacia la tumba, observando la fecha que allí dictaba con fina caligrafía dorada.

08 de Septiembre de 2004

Se levantó tambaleante, sujetándose de la reja negra que adornaba alrededor. Leyó los nombres una y otra vez, sintiendo nuevamente sus ojos escocer. Tomando un hondo suspiro, dejó fluir sus más amargos recuerdos, intentando con todas sus fuerzas, no volver a caer en la desesperación y depresión que la muerte de sus padres le había traído…

Marcaba los números con singular alegría. Ese día sus padres volvían de su viaje por Europa. Y ella iba a ir a recibirlos al aeropuerto, sólo debían de decirle a qué hora precisa llegaba el vuelo. Empezó a escuchar como llamaba y le dio una mordida a su dona. Esperó algunos minutos y nada, posiblemente ya habrían abordado. Guardó su celular en su bolsa y regresó su mirada a su laptop, donde tenía toda la información de su trabajo que tendría que exponer dentro de una semana. Refunfuñando guardó lo que acaba de escribir y cerró el ordenador, tirándose en su amplia cama y mirar el techo. Se había sentido bastante sola en esa casa, a pesar de todos los que allí trabajaban, no era lo mismo que tener a sus padres cerca. Se giró sobre sí misma, mirando el reloj que se encontraba en su buró, al lado de la cama. Eran poco más de las nueve de la noche. Calculando bien, sus padres llegarían como a las dos. Suspiró, tendría que estar muy al pendiente y no caer en un profundo sueño, por que si no, ni su celular sería capaz de despertarla. Ahogó un bostezo, mientras terminaba de alisarse el cabello con los dedos. Unos golpes contra la puerta le hicieron brincar en el colchón.

-Señorita Valliére¿Puedo pasar?—preguntaba la voz de una anciana. La chica suspiró, bajando de la cama y caminar hacia la puerta. Quitó el seguro y abrió. Una anciana de pasados sesenta años entró, con una charola con un plato de avena y un vaso con agua—Aquí está su cena, señorita—decía con tierna voz maternal. La chica asintió.

-Gracias, nana—dijo con cariño—Déjalo en la mesa—pidió, indicándole con la mirada la mesa circular que estaba frente a la ventana. La anciana acató la orden y fue acomodando con cuidado el plato, vaso, la cuchara y servilleta. Hizo una reverencia ante la joven, antes de retirarse.

Esa raro que a sus casi veinte años le siga diciendo a esa mujer, nana, pero no podía evitarlo. Ella la había cuidado desde que tenía memoria, pues al inicio sus padres se mantenían todo el tiempo en el trabajo y no podían cuidar todo el día de ella. Suspiró, sentándose para comer su cena. Volteó hacia la ventana, observando la luna resplandecer con inusual brillo rojizo y levantó una ceja. Si no fuera alguien centrado, juraría que ese indicio podría tomarse como un augurio de muerte… Roló los ojos y volvió a su avena. ¡Bah, tonterías!

-¡Señorita Valliérte, señorita Valliére!—gritaba alguien desde el pasillo, corriendo por este hasta abrir su puerta rápidamente. La joven que dormía plácidamente en su cama pegó un brinco que casi cae de la cama. Miró a la anciana e intuyó que algo estaba mal. Estaba agitada, algo pálida y sus mejillas parecían húmedas. ¿Había llorado? Se paró de golpe, caminando rápidamente hacia ella.

-¿Qué pasa, nana?—preguntó con angustia. Aún era temprano, faltaba muy poco para el amanecer.

-¡Sus padres!—exclamó soltando lágrimas, que angustiaron y preocuparon a la pelirosa.

-¿¡Qué les pasó!?—exclamó observando cohibida a la mujer.

-Un accidente, su auto derrapó en la carretera, nos han llamado—explicaba la anciana, rogando por no trabarse y aturdir más a la conmocionada joven.

-Pero…pero… su vuelo aún no debería de haber llegado—intentaba decir, sin poder creérselo aún—No, no eran mis padres, por favor…

-Yo tampoco entiendo mi niña, pero no han sido los policías los que nos han informado, sino tu abuelo, al parecer, tu madre se comunicó con él cuando llegaron—murmuraba la anciana, frustrada.

-¡Tengo que ir!—exclamó saliendo de la habitación como un torbellino, dejando a la anciana, quien reaccionó a los segundos y corrió tras ella. El auto ya les esperaba en la entrada. La joven entró con los ojos aguados en lágrimas y la mucama entró tras ella, con una manta y al parecer un suéter. Ella le miró e intuyó que serían para ella, puesto que su pijama constaba de un short verde, algo corto y una blusa blanca con el dibujo de un osito sosteniendo un corazón. Centró su mirada en la ventana, observando como salían de la mansión con velocidad.

-¿A dónde iremos?—preguntó, recordando que no les dejarían entrar al área del accidente.

-Al hospital, los cuerpos ya han sido trasladados—fue todo lo que dijo, no queriendo entrar en detalles. La chica parpadeó, derramando más lágrimas. Estaban bien, debían de estar bien. Apretó sus puños mientras pasaban por la avenida principal como un rayo, sólo podía distinguir las iluminantes luces de la calle. Todo eran sombras y rayones, y para rematar, lo veía borroso por la pantalla de agua que se había formado en sus ojos.

La luz blanca del hospital la cegó de repente. Sintió como el auto se detenía y sin pensarlo abrió la puerta de golpe y subió las escaleras a toda prisa, siendo seguida por su nana. Se detuvo en el mostrador y casi a gritos comenzó a preguntar.

-¡Los Valliére!—exclamó mirando a la enfermera—El matrimonio Valliére… tuvo un accidente, lo trajeron…--decía ahora entre sollozos--¿Dónde están?—finalizaba, sintiendo como sus rodillas amenazaban con dejarla caer.

-¿Usted es una de las hijas del señor Valliére?—preguntó un médico, que se acercaba con unos documentos.

-Sí—respondió Louise, con voz algo entrecortada.

-Sígame—pidió caminando hacia el fondo del pasillo--¿Sus hermanas se han enterado de lo sucedido?—preguntaba volteando para mirarle.

-Posiblemente ya les habrán informado—contestaba mordiéndose el labio inferior—No se encuentran en el país—informó aún más nervioso.

-Bueno, entonces tendré que notificárselo primero a usted—decía el hombro, volteándose por completo para clavar sus ojos negros en los rosáceos de ella. Un escalofrío recorrió toda su espalda al ver la tristeza reflejada en sus pupilas.

-¿Qué sucedió…?—preguntaba con el alma en un hilo.

-Lamento informarle, señorita Valliére, que sus padres fallecieron recién entraron en el hospital, no pudieron soportar—explicaba el médico—Las heridas que poseían eran de extrema gravedad y a pesar de que los trataron en la ambulancia, no lo resistieron, la sangre perdida era demasiada…—bajó la mirada—Lo lamento…

Ella no le escuchaba. Su mente parecía haberse desconectado de su cuerpo. Todo comenzó a darle vueltas, mientras algo oprimía su corazón. Se sintió débil e indefensa y un frío le caló los huesos. Sintió sus cabellos moverse, hasta de que su cuerpo golpeara con fuerza el duro azulejo blanco. Medio escuchó los gritos alarmados del médico y los angustiosos sollozos de su nana, pero no quería despertar. Esa una pesadilla… ¡Una maldita pesadilla!

Bajó la cabeza, y sus cabellos cayeron a su alrededor, formando una cortina que cubría su rostro. Más lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Después de ello, hubo un extraño e inusual reencuentro familiar. Todos parecían consternados y cuchicheaban cosas que no tenían nada que ver con el reciente fallecimiento. Ella, al igual que sus hermanas habían llorado toda la ceremonia, mientras que otros se mantenían serios, sólo observando y murmurando cosas in entendibles. Tomó un poco de aire, enderezándose con cuidado, evitando el marearse. Observó una última vez la tumba y los nombres. Acarició la rosa blanca que ella había puesto a su llegada y se giró, encaminándose a la salida, donde un coche negro le esperaba y una mujer de cabellos dorados se encontraba recargada en él. Ella la miró y la otra correspondió la mirada. Ambos pares de ojos rosas se encontraron y la mayor se enderezó y subió al auto, donde otra le esperaba. Una tan parecida a ella. Tragó saliva, mientras al igual que su hermana, subía al vehículo. Dentro sólo estaban ellas, y un triste chofer. Cuando la puerta se cerró, la rubia ordenó mirando al hombre.

-Al aeropuerto—pidió, recargándose.

-Sí, señorita Valliére—respondió le hombre, encendiendo el motor. La menor de las tres se puso a ver por la ventanilla. ¿A qué había llegado¿Sus padres habrían aceptado de buena manera su decisión? Cerró los ojos, y maldijo internamente.

-¿Estás segura, mi niña?—preguntó la anciana, acariciando la espalda de la chica, quien sollozaba contra la almohada.

-Sí, además…--intentaba decir, pero nuevamente la puerta sonó.

-¿Deseas que abra?—preguntó la mujer. Todo el día habían estado tocando, toda la familia e invitados le daban pésame a las hijas, pero ella se había negado rotundamente a estar allí. Quería morirse en su cuarto y que nadie se diera cuenta. Los golpes persistieron.

-¡Louise!—exclamó una voz rasposa.

La chica levantó la cabeza, reconociendo la voz--¿Abuelo?—se preguntó en voz alta, y mirando a su nana, asintió con la cabeza. La mujer se levantó y abrió la puerta. El anciano se veía tranquilo, pero al igual que todos, con una triste mirada.

-Puedes retirarte Cordelia—dijo el anciano, mirando a la mucama—Tengo que hablar con mi nieta—explicaba acercándose. La mujer hizo una reverencia con la cabeza y salió sin hacer ruido.

-¿Qué pasa, abuelo?—preguntaba sentándose en la cama, con las piernas entrelazadas, dándole muy poca importancia al vestido negro que llevaba. Era esponjado y liviano, por lo tanto no se levantaba. El anciano tomó una silla y se sentó frente a su nieta.

-Es sobre lo de tus padres—decía el anciano, a lo que la chica bajó la mirada—Ellos siempre te han dado todo, mi niña—murmuraba el viejo con dulzura—Y ahora que han partido, también te han dejado algo—añadía clavando sus ojos en los de la chica—Me pidieron que te lo diera, cuando ellos ya no pudieran protegerlo…--agregaba buscando algo en su bolsillo. La chica levantó una ceja observando a su abuelo, pero sus ojos se abrieron al máximo cuando un hermoso medallón de oro se mostró en su palma. Era pequeño, como un relicario, pero en medio poseía una piedra roja, tal vez un rubí y tenía algunos grabados que no lograba entender. El anciano la tomó por la delgada cadenilla y la tendió frente a ella, haciéndola temblar—Ellos te han dejado esto Louise—decía tomando su pequeña mano y dejando caer con lentitud el collar—Es tuyo y debes de cuidarlo y protegerlo…

-¿Protegerlo?—preguntó confundida, mirándolo en su mano.

-Sí, es uno de los tesoros familiares más antiguos y preciados—explicaba, a lo que la chica le miró anonadada.

-¿Y por qué a mí y no a alguna de mis hermanas?—preguntaba, asustad y confundida.

-Ellas ya poseen algo que cuidar, a ti te corresponde esto—finalizaba el anciano, poniéndose de pie—Comprendo que no quieras bajar, pero por lo menos, deberías de salir al jardín, tienes una cara de mala muerte—añadía guiñándole un ojos, antes de perderse tras la puerta. La chica se quedó quieta, mirando el fino collar y lo sujetó con fuerza, llevándoselo al pecho. El último recuerdo de sus padres…

-¿Ya tienes todo?—preguntaba Eleonor, su hermana mayor, caminando por la casa, observando de vez en cuando cómo metían sus valijas en el automóvil.

-Sí—respondió simplemente la pequeña, con la mirada gacha.

-¿Estás segura de esto, Louise?—preguntó la hermana de en medio, Catleya.

-Sí, es lo mejor—respondió muy segura la pelirosa.

-Entonces, hay que irnos, que el aeropuerto ha de estar a reventar—decía la rubia, caminando hacia la salida, seguida de sus hermanas. Antes de irse, la joven se giró y abrazó con fuerza a la anciana, sollozando.

-Cuídate mucho, mi niña—pedía con lágrimas con los ojos.

-Lo haré nada, vendré a visitarlos—decía intentando sonreír. La anciana asintió, soltándola del abrazo. Ella retrocedió un poco, antes de correr hacia el auto que ya les esperaba. Subió y bajó la ventanilla, despidiéndose con la mano. Lágrimas corrían por su rostro, pero hacía lo posible por mantener la sonrisa.

-Entonces¿Vamos a España?—preguntó Louise, viendo la pantalla de los próximos vuelos.

-Sí, pero sólo una escala, por que nuestro verdadero destino es Paris—gimoteo Eleonor, con los ojos chispeantes de alegría—Me muero por comprar ropa—añadía sonriendo.

-Bueno…--suspiró Louise, meciéndose sobre sí misma mientras tarareaba una canción.

-Bien¿ya está todo listo? Perfecto—decía Catleya hablando por el celular—El jet está listo, podemos subir ahora mismo.

-Perfecto, vamos—respondió la rubia, caminando ya hacia el andén donde debería de estar el avión. Bajaron unos dos tramos de escalera y subieron un nuevo auto negro, quien esta vez les llevó al avión que ya les esperaba listo para partir de vuelta a Europa. Louise le miró, sintiendo como su estómago se revolvía. Bajó lentamente del auto, y siguió a sus hermanas, quienes ya estaban entrando. Miró tras de ella e hizo un esfuerzo por no llorar. Aquí terminaba una vida y empezaba otra…

Una que ni ella misma estaba dispuesta a enfrentar…

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Continuara...


Y ahi la tienen. Espero que haya sido de su agrado.

atte TanInu

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