Paredes blancas

La diminuta joven con cara de duende y pelo azabache, observa las paredes blancas que la rodean. Lleva ya mucho tiempo encerrada en esa pequeña celda y por fin se ha llegado a acostumbrar. Ya no llora ni grita por las noches, pues no tiene sentido, nadie vendrá a sacarla de allí.

No es culpa suya ver esos fogonazos constantes en su mente, han sido parte de su vida desde que tiene memoria. Son imágenes de cosas que pueden llegar a ocurrir, pero que también pueden no suceder. Como aquella ocasión en que la pequeña Cynthia salió de su casa y si ella no hubiera tenido las visiones que todo el mundo considera tan reprobables, su hermanita no estaría viva, sino que su corta vida habría terminado bajo las ruedas del coche que pasaba por la calle en aquel momento.

Alice sabe que su familia la ha olvidado, ha preferido deshacerse de ella en ese lugar frío, para que nadie llegue a descubrir su secreto y las paredes blancas se han constituido en su eterna compañía.

Los hombres de blanco, que llegan todos los días sin falta para obligarla a tomarse sus medicinas, no son buenos con Alice. La miran como si fuera un monstruo, se ríen y la llaman loca. Solo uno de todos ellos, un hombre de hermoso rostro pálido y voz de terciopelo, es amable con ella. A veces le pregunta cómo se encuentra y parece creer que sus visiones son reales, no un producto de su imaginación. Alice sabe que ese hombre es especial. A la escasa luz que se cuela por la única ventana en la habitación, ha observado sus ojos y está convencida de que cambian de color. A veces son de un negro intenso, en otras ocasiones de un rojo pálido.

En los últimos días unas imágenes extrañas la asaltan repentinamente. En ella aparece un hombre de rostro pálido y aspecto desaliñado, con los ojos negros y una mirada que refleja hambre. Se asemeja a su amigo, aunque es de una belleza menor y en su semblante se adivina la maldad. Alice no sabe qué significan esas imágenes, pero le hacen sentir miedo.

Escucha unos pasos y sabe que los hombres de blanco se aproximan. Espera obediente, sentada en el suelo. Ya no es como antes, que chillaba y pataleaba cada vez que entraban a su celda, esas veces calmaban sus crisis con descargas eléctricas en el cuerpo que la dejaban inconsciente por horas.

Dos hombres de blanco entran y Alice se da cuenta decepcionada, que el señor de rostro amable no los acompaña. La joven se toma sus medicamentos y pronto siente ganas de dormir.Los hombres salen de la celda y su última imagen, antes de dormirse, son las paredes blancas.

La joven duerme sin soñar y sin saber que pronto vivirá para siempre y que sus visiones la ayudarán a encontrar la felicidad.


Nota del autor: Esta idea se me ocurrió hace poco y hasta ahora he tenido tiempo de escribirla. Como no sabemos casi nada de la vida humana de Alice, pues decidí enfocarme en esta parte de su existencia. Tal vez lo encuentren un poco depresivo, pero vamos, la vida en un manicomio no ha de ser una fiesta.