Sangre de su sangre

Fleur y Gabrielle Delacour eran chicas orgullosas. Muchachas altaneras, celosas, de belleza explosiva y elegante, de sentimientos incontrolables y sangre francesa. Eran de ese tipo de mujeres que odiaban tener que unir las palabras «si'l vous plait» a sus frases y transformarlas así en peticiones en vez de órdenes.

Por eso —y por otras razones parecidas— tardaron más tiempo del necesario en ser amigas además de hermanas.

Cuando Gabrielle era apenas un bebé y necesitaba de los cuidados y la atención constantes de sus padres, el protagonismo de Fleur en la familia disminuyó, y ella montó en cólera por ello. Por supuesto, como buena señorita francesa que era, se tragó sus quejas y decidió vengarse de la misma manera. Tuvo que pasar el tiempo, pero la impaciencia no contaba entre sus defectos (vanidad, orgullo, superficialidad), y actuó con frialdad.

Por ende, cuando Gabrielle aprendía a leer, contar y un puñado de cosas más, no recibió la atención que quería. Fleur se las había apañado para captar la atención de sus progenitores, convirtiéndose a posta en la hija perfecta. Notas excelentes, físico perfecto, carácter obediente. Gabrielle no podía competir contra aquello, porque no poseía la frialdad ni la capacidad de control propio de su hermana. Ella era una llama, una chica ardiente y apasionada. Por muy bonita que fuera, Fleur la superaba, y siempre la iba a superar por el hecho de haber nacido varios años antes. Los genes veela no ayudaban en ese caso.

Con el tiempo comprendió que no eran enemigas declaradas, y que su guerra era secreta. Las miradas de frío odio eran intercambiadas a escondidas de la mirada bonachona de su padre, y los susurros maliciosos eran pronunciados a espaldas de su severa pero afectuosa madre.

Nunca habían sobrepasado la línea de la helada competencia. Se esforzaban en silencio e intentaban ser unas hijas más que presentables, perfectas. Fleur aprendía a ser una verdadera dama en Beauxbatons y Gabrielle se esmeraba en sus clases de ballet.

Cuando Gabrielle entró a Beauxbatons, vio cómo era la vida de su hermana mayor. No sólo las clases de magia y porte, los exámenes y los deberes, sino las actividades a las que se dedicaban los estudiantes. Fleur, por ejemplo, tenía un nivel de popularidad inmejorable y un círculo de amigas preciosas. Además, salía con un montón de chicos, cosa que ella nunca había hecho.

Por competir de nuevo más que por probar —aunque también—, usó su parte veela para salir con un chico. No fue del todo bien, así que ignoró a los otros que le pidieron salir con ella. Fleur no, Fleur seguía destacando y besándose con los compañeros en las esquinas.

No solo le reventaba que Fleur supiera divertirse con los demás (cuando ella no acababa de hacerlo), sino que, además, odiaba sus miradas de superioridad cuando se encontraban.

La llama interior de Gabrielle, fuego puro, fue debilitándose. No disfrutaba de su vida en la Academia, y odiaba con toda su alma tener que resignarse a ser la hermana pequeña. Pero tuvo que hacerlo, y le sentó mal.

El tiempo siguió pasando, y Gabrielle acabó por resignarse totalmente y aceptar el título que le quedaba. Estaba hecha para tener un papel secundario, y no la protagonista. El final feliz era de Fleur, porque había nacido antes, porque era prácticamente perfecta y porque su tenacidad era mayor.

La competividad tuvo que terminar, y empezaron a llevarse más o menos como hermanas. No eran amigas, pero ya no existían las miradas rencorosas ni las frases hirientes de antes.

Hacia final de curso, Gabrielle hizo una amiga. Una chica que la animó y le dio ternura sin pedir nada a cambio. Angeline era una chica patosa pero dulce, con una melena de fuego y de ojos grandes y risueños. Por muy bien que le cayera a Gabrielle, nunca supo lo que pasaba entre ella y su hermana.

El año en que visitaron Hogwarts, Gabrielle se sintió levemente interesada por un chico (1). Era mayor que ella, moreno, de cara redonda y tan despistado como Angeline. Pero en aquella ocasión sólo estaban los alumnos mayores, los del curso de su hermana, y no tenía a su amiga para que le ayudara, para aconsejarla.

Tragándose su orgullo de Delacour, le pidió ayuda a la única persona con la que tenía alguna relación además de los saludos en el castillo. Fleur no se lo tomó mal. Le soltó un ¡Por fin! y accedió a ayudarla. Hablaban ocasionalmente y, por la noche, solían pasarse media hora discutiendo cuál era el mejor tipo de maquillaje en los aposentos de la Academia. La menor supuso que fue por ese acercamiento por lo que la eligieron a ella para hacer de rehén en la Segunda Preba del famoso Torneo.

Pero ni siquiera entonces se hicieron amigas de verdad. Se llevaban bien, pero no tenían la misma relación que tenía Gabrielle con Angeline. Fue años después cuando establecieron una amistad verdadera.

Fleur iba a casarse y a separarse definitivamente de su familia. El mundo mágico estaba en guerra, Dumbledore había muerto y ella se iba al país del cual procedía todo. Sus padres no aprovaron el viaje a Gran Bretaña, por supuesto, pero ella siempre había sido de lo más testaruda. Estaba enamorada del tal Weasley, y no pensaba separarse de él. A Gabrielle le dio mucho miedo pensar que nunca volvería a verla, que Fleur podría morir, e intentó disuadirla de sus ideas, pese a que hasta sus padres habían fallado en el intento.

—¿Fleur?—preguntó en francés mientras entraba a su habitación, que estaba medio vacía—. Fleur, no te puedes ir.

Tal y como había pensado, su hermana la miró con el ceño fruncido y un poco de sorpresa. Había estado peinándose el platinado cabello hasta que ella había entrado, como solía hacer cuando estaba nerviosa.

—¿Por qué no? Gabrielle, Bill y yo nos queremos, y vamos a casarnos. Punto.

—Tengo miedo, Fleur, mucho miedo. —confesó mientras sus ojos empezaban a aguarse—. ¿Y si os atacan? ¿Y si... y si mueres?

—No nos va a pasar nada, pequeña, somos valientes. Verás como todo termirá pronto, y cuando vuelva a verte seré aun mejor en el inglés.

La pequeña sólo pudo pensar que mentía, que le estaba diciendo la más negra de las blasfemias para tranquilizarla, y que había altas probabilidades de que acabara herida, hospitalizada o muerta. La imagen de una Fleur pálida, con los ojos abiertos y vidriosos y con el cuerpo lleno de pequeñas heridas acudió a su mente, y su miedo aumentó. Sacudió la cabeza.

—No eres valiente, eres temeraria, y mamá dice que eso es malo. Tienes que quedarte en casa, con nosotros. Por favor... —suplicó, en un francés cada vez más rápido.

Fleur decidió calmarla.

—Gabrielle, ven aquí—le indicó, señalando su regazo. Cuando ella se acercó y la abrazó, correspondió al gesto—. Te juro que si noto que hay algún peligro os avisaré y volveré. Confía en mí, ¿vale?

—¿No vas a morir? —preguntó mirando a su hermana a los ojos—.

—¡No! Además, podemos ser felices, olvidar la guerra por un tiempo. Ya verás, Gabrielle, te lo pasarás muy bien cuando conozcas a la familia de Bill, y la boda será estupenda.

Ya más calmada, relajó sus músculos y se secó las lágrimas que había derramado accidentalmente. Dio un beso a la mejilla de Fleur.

—Vale—su voz sonó firme. Eso le agradó.

—Ah, por cierto... Serás la dama de honor—dijo Fleur con despreocupación, sonriendo ampliamente.

Cuando lo oyó, acompañó a su hermana en la sonrisa, iluminando la estancia. Sería el día más feliz de su vida.


(1): El chico es Neville Longbottom, por si alguien se lo pregunta. No pude resistirme, lo siento.

NdA: Hasta aquí hemos llegado. Mañana me voy de viaje por dos semanas, y no quería irme dejando esto incompleto. Muchísimas gracias por cada review y mensaje de ánimo; se agradecen :-).

¡Suerte!