Disclaimer: God save us from the Queen. ¿O era...? Bah, detalles

A/N: Y de regalo... ¡el epílogo! Porque tendrá que haber un final, ¿no? Está lleno de sorpresas, así que no lo obviéis por el hecho de ser el epílogo, que no tiene desperdicio. Aunque si habéis llegado hasta aquí es porque os ha gustado la historia, así que no sé por qué me preocupo.

R&R, que ya se acaba.


EPÍLOGO


Lucius


—Aquí estoy, mi señora. ¿En qué puedo servirla?

—¡Ah, bienvenido de nuevo, Lucius! ¿Traes buenas noticias?

Como siempre iba al grano y, nada más mandarme llamar, quería la información que me había pedido. Nunca me gustó demasiado la forma en que me trataba, pero poco podía hacer al respecto. Era demasiado informal para ser quien era, pero quizá era porque tenía bastante confianza conmigo, al igual que la tuvo con mi padre. De hecho, mi familia y la suya siempre estuvieron bastante unidas. Yo quería perpetuar esa unión una generación más, presentarle a mi hijo e incluso dejarle vivir allí un tiempo para que se aclimatara a lo que le esperaba, siempre con el permiso de mi señora, por supuesto, pero iba a ser difícil.

—Son algo agridulces, si me permite expresar mi opinión —dije, con la educación que siempre me ha caracterizado—. Todo ha salido como me esperaba, salvo una cosa. Como sospeché, Harry Potter ha derrotado y ejecutado a Lord Voldemort tras una cruenta batalla en la que murió mucha gente. En mi informe está todo detallado, como quería.

—No esperaba menos de ti, mi buen amigo —dijo, alargando una mano arrugada para recibir mi informe. Lo ojeó por encima y asintió—. Sí, está muy bien detallado, como siempre. Has hecho un buen trabajo una vez más.

—Sólo cumplí con mi deber.

—Y serás recompensado.

Se tomó su tiempo para leer el informe, mientras yo esperaba pacientemente. En algunos puntos me miró con la sorpresa alojada en su cara, pero continuó leyendo.

—Sí que son agridulces tus noticias, en efecto —dijo, una vez acabó—. Cuentas aquí que viste todo desde lejos, totalmente apartado de la batalla, gracias a un hechizo al que llamas Magi Oculus. Muy útil para espiar, sin duda, si has sido capaz de ver todo con tanto detalle. Ahora dime: ¿cuál fue el recuento de bajas? No lo mencionas aquí.

—No lo sé, mi señora —admití con franqueza—. Sólo sé que el ejército de Voldemort quedó totalmente aniquilado. Sólo sobrevivimos Crabbe, Goyle y yo, y fue porque nos mantuvimos en nuestro puesto, sin intervenir bajo ningún concepto. Si nos hubiéramos quedado un poco más, seguramente ahora estaríamos muertos y esta conversación no estaría teniendo lugar, porque peinaron la zona a conciencia en busca de supervivientes.

—Era de esperar —dijo, pensativa—. Una cosa más antes de dejarte descansar. ¿Qué hay de tu hijo? Mencionas que sobrevivió al ataque. ¿Podré conocerlo?

—No lo creo, mi señora —ella me miró con curiosidad—. Eso fue precisamente lo único que no salió como planeé. Dado que tuve que hacer algunas cosas bastante reprobables para no delatar que no estaba trabajando con Voldemort, he perdido todo contacto con mi mujer y mi hijo. No quieren verme ni en pintura. No les culpo, de todas formas.

—Sí, ciertamente algunos de tus actos, como echarlos de la mansión Malfoy, máxime del modo en que los echaste, no fueron demasiado sensatos —confirmó. Como siempre, estaba enterada de todo lo que yo hacía, aunque no me sorprendió—. Pero no tuviste otro remedio. ¿Sería posible una reconciliación?

—No considero apropiado que mi hijo se relacione con una mujer de bajo estatus, mi señora —señalé—. Si dejara su relación con ella, sí sería posible, al menos por mi parte.

—¿Por qué tendría que dejarla?

—No considero que una mujer de su estatus sea merecedora de emparentarse con la familia Malfoy, mi señora —declaré—. Menos aún que conozca el secreto de la alianza entre su familia y la mía. Simplemente no es de los nuestros.

—Pero, tras una guerra en la que tantas familias han perecido, admitirás que no hay mucho para elegir —constató mi señora. Tenía razón, por supuesto, y así se lo hice saber—. Supera esa reticencia tuya a la sangre o tu familia desaparecerá. Es un consejo de alguien que sabe lo que dice. Deberías hablar con ellos.

—No depende de mí, sino de él —aclaré—. Aun así lo intentaré si ese es su deseo, señora. Hablaré con mi hijo.

—Así lo deseo, en efecto —confirmó ella—. Y no sólo al joven Draco y la joven Hermione Granger, también a los héroes del Mundo Mágico, Harry Potter y Bellatrix Black.

—¿Bellatrix Black, mi señora? —pregunté, pasmado.

—Exactamente —dijo ella—. Como bien sabes, también sigo las noticias del mundo mágico. La joven Lovegood dice en su periódico que el joven Potter asestó el golpe mortal, pero la de nuevo joven Black y Albus Dumbledore fueron quienes posibilitaron aquel final, así que me gustaría conocer los detalles de esta guerra desde su punto de vista y, quizá, mantener buenas relaciones. Nunca llegarían al tipo de relación que tenemos mi familia y la tuya, por supuesto, pero eso no significa que no puedan relacionarse con nosotros, ¿no crees? —sonrió—. La señorita Black encontró su redención. Otros no tuvieron tanta suerte —suspiró—. En la medida de lo posible, reconcíliate con tu familia, con toda ella. Como si desde su punto de vista nunca te hubieras aliado con Lord Voldemort. Es una pena no veros juntos.

—Mi señora…

—Es algo así como una orden —sentenció, terminante.

Suspiré mientras aceptaba con una reverencia. Qué remedio. Eran sus órdenes. Por suerte, sobre todo para mí, mi misión llegó a buen término y una vez más mi señora, Su Majestad la reina de Inglaterra, se salió con la suya. La familia Malfoy continuaría su tradicional puesto de magos de la corte de Su Majestad. Aunque mi trabajo me costó, todo hay que decirlo. Al principio no… cooperaron demasiado digamos.


Bella


Desde la gran batalla que supuso el final del Señor Oscuro conocido como Lord Voldemort, mi vida cambió para mejor definitivamente. Acabé siendo conocida públicamente como Isabella O'Connor, cosa que coincidía con mis planes. Sólo mis más allegados y algunos no tan allegados pero que no me delatarían sabían quién era yo en realidad, y mejor que siguiera siendo así. Supongo que haber estado años asesinando y torturando a la gente no se olvida fácilmente y algunos querrían tomarse la justicia por su mano cuando me durmiera o algo, lo cual no sería bueno para la salud… la mía o la de los que lo intentaran si me despertaba antes de tiempo (un carraspeo como indicando que basta de chistes malos por un rato, muchas gracias, y continúo).

Pasé varios días en San Mungo para recuperarme de las heridas. Era algo que me esperaba, sobre todo tras el extraño hechizo que recibí en el pecho. Durante la estancia recibí varias visitas. Obviamente, el resto del grupo permaneció a mi lado hasta que me recuperé, por algo éramos amigos. También me visitaron Sirius, Narcissa, Andrómeda y Dora, cosa que no me esperaba dado el tiempo que me odiaron por ser quien era (salvo Cissy, claro). Supongo que, mientras fuera Isabella O'Connor y no Bellatrix Black, todo iba bien y el anterior odio desaparecía misteriosamente. O eso, o pudo influir el haber ayudado de forma significativa a salvar el mundo mágico. Vivir para ver…

En fin, dejando eso, una vez que salí del hospital volvimos a la mansión Black para descansar. Sirius nos había citado para el día siguiente en el ministerio, aunque no dijo mucho más, y encima había fijado la hora para bastante temprano. Pero no dio más explicaciones. ¡Cómo adivinar que, cuando nos presentamos, era para darnos la Orden de Merlín, primera clase! Ahora lo cuento y hasta sonrío cuando pienso en el titulito: Isabella O'Connor, Orden de Merlín, primera clase. Hasta suena bien. Pero en ese momento me quedé patidifusa, todo sea dicho. Supongo que es como todo, acostumbrarse.

Unos días después llamaron a la puerta de la mansión Black. Era un hombre trajeado, a todas luces un muggle, que no me explico cómo se las apañó para encontrar la casa, teniendo en cuenta que, en teoría, estaba más o menos oculta. No tenía un Fidelio como en el original, pero vamos… En fin, el hombre dijo ser del servicio secreto británico o algo así y nos pidió amablemente (o algo así, dado que era bastante estirado) que él y varios de sus compañeros debían escoltarnos inmediatamente al palacio de Buckingham. Eso no sonó mal, a pesar del tono de ultimátum, pero el ser escoltados por varios de esos tíos era amenazador a todas luces. Además, ¿al palacio de Buckingham? ¿Qué asuntos nos llevaban allí? ¿Nos habíamos metido en un lío sin saberlo o qué?

—Antes de nada, ¿quién es usted? —pregunté, suspicaz—. ¿Y por qué vamos al palacio? ¿Qué hemos hecho?

—Supongo que decirle mi nombre no va a hacer daño —dijo el hombre, encogiéndose de hombros. Abrió la puerta corredera de una furgoneta negra que parecía cara y nos invitó a entrar—. Mi nombre es Blonde, Jake Blonde. Y no, no es por el pelo, así que obvien el chiste, si son tan amables —añadió, visiblemente fastidiado. No le faltaban motivos, dado el apellido y el hecho de ser rubio.

—Vaya, su nombre se parece mucho a…

—Obvie también ese comentario a ser posible, señorita Granger, por favor —el tono de fastidio de Blonde era aún más evidente todavía, montando en el asiento del conductor—. No puedo decirles qué ocurre, pero no se preocupen, no tardaremos mucho. No creo que la reunión sea demasiado larga.

—¿Reunión? ¿Con quién? —preguntó Draco.

—No estoy autorizado a dar detalles, señor Malfoy, pero puedo asegurar que es alguien importante o yo no estaría aquí —dijo el agente. Narcissa montó en el asiento del acompañante e hizo ademán de continuar preguntando, pero el hombre hizo un gesto que la acalló—. No estoy autorizado a dar detalles —repitió—, así que les agradecería que no preguntaran. Mis compañeros van en el otro coche y podrían inquietarse si nos retrasáramos, ya me entienden.

Desde luego que sí. El tal Blonde era el agente simpático, mientras que los del otro coche seguramente estaban preparados para actuar utilizando la fuerza a nada que el agente les diera la mínima señal. Aquello no era bueno.

—Si estamos detenidos tenemos derecho a una llamada y a un abogado, agente Blonde —dejó caer Harry.

—No están detenidos, señor Potter, no se apure —dijo Blonde—. Tan sólo es una reunión de suma importancia, o eso me han comunicado. Colaboren y no pasará nada.

—¿Y quién les ha dicho a usted y sus compañeros dónde vivimos y cómo localizarnos? —preguntó Narcissa—. No somos tan fáciles de localizar.

—En condiciones normales no lo son, ciertamente —dijo el agente—, pero fuimos guiados por el ministro Sirius Black en persona. No nos envía él, sólo es el puente entre el mundo normal y el mundo mágico, como supongo que sabrán.

—Así que sabe que somos magos —dijo Harry—. Supongo que Sirius les explicaría todo cuando fue elegido ministro.

—Así es, el Primer Ministro y el ministro de magia trabajan en estrecha colaboración desde hace siglos, aunque poca gente sabe eso, por supuesto —el agente sacó pecho, orgulloso—. Como agente secreto de alto rango, estoy al corriente del secreto del mundo mágico y algunas de las cosas que conllevan. Como dije antes, no estoy autorizado a dar detalles, para eso está el Excelentísimo Místico de lo Arcano. Lo conocerán cuando lleguemos.

—Supongo que no podrá decirnos quién es esa persona —murmuré, y al obtener la negativa con la cabeza, suspiré—. Espero que no estemos en un lío.

—No se preocupen.

«Ya, claro, viene con el secretismo, con un puñado de compañeros que más bien parecen matones con traje de Armani, nos lleva nada menos que al palacio real sin decirnos qué hemos hecho y aún dice que no nos preocupemos», pensé. «Como en el palacio nos digan que nos ejecutan por alguna cosa o algo parecido, más de uno de estos tíos va a salir de ahí con los pies por delante».

Nada más llegar, fuimos conducidos por una serie de pasillos, atravesando varias salas enormes y opulentas, hasta llegar a una sala que parecía la del trono, en la cual nos encontramos a una mujer que no necesitaba presentación. Aparecía en las monedas muggles, entre otros lugares. Era la reina de Inglaterra en persona. A su lado estaba de pie un hombre con un traje negro y un bombín que me recordaba a alguien, pero en ese momento no acababa de ubicarlo. Tenía expresión adusta y un deje de superioridad que no me gustó, sobre todo cuando, al vernos, ensanchó una sonrisa de suficiencia, desafiante, cruzando los brazos.

—Bienvenidos —dijo la reina, levantándose del trono con dificultad pero elegancia—. Muchas gracias por aceptar mi invitación y lamento las molestias que haya podido causar, al ser tan precipitada y sin previo aviso. Espero que no hayan tenido problemas por el camino.

—De ningún modo, Majestad —dijo rápidamente Narcissa, inclinándose—. Siempre es un honor servirla, faltaría más. Si hubiéramos sabido que íbamos a tener una audiencia con Su Majestad, nos habríamos arreglado convenientemente.

Porque íbamos vestidos de un modo bastante informal, máxime para una audiencia con la reina de Inglaterra. No creo equivocarme al considerar informal una camiseta que dejaba ver mi ombligo, combinada con unos pantaloncitos cortos y unas sandalias. Y los demás no iban mucho mejor vestidos. Es lo que tiene el verano. Bien podríamos haber ido vestidos con túnicas de mago, pero nuestro vecindario era muggle y debíamos aparentar.

—De eso estoy segura —declaró la soberana, volviendo a sentarse—, pero también es seguro que vas más cómoda que yo ahora mismo, querida Narcissa.

Ahí nos la quedamos mirando todos con ojos como platos. ¿La conocía de antes? Y no sólo eso. ¿Desde cuándo tenía tantas confianzas con ella? La acababa de llamar por su nombre como si fueran amigas de la infancia casi.

De todas formas, tenía razón. Mientras que Cissy iba vestida con pantalón vaquero y camiseta de manga corta, la reina iba con un vestido opulento y extremadamente recargado, que debía de dar un calor inaguantable. Me estaba dando calor el sólo verla así.

—Y sin duda vosotros, queridos jóvenes, debéis de ser Harry Potter, Hermione Granger, Draco Malfoy y la de nuevo joven Bellatrix Black, viuda de Rodolphus Lestrange, ¿me equivoco?

Eso nos sorprendió aún más. ¿Cómo era posible que supiera quiénes somos? Por mucho que fuera la reina de Inglaterra, por mucho que tuviera al servicio secreto espiándonos (fijo), seguíamos siendo magos. ¿Cómo sabía tanto sobre nosotros? Sin duda sus espías habían hecho los deberes concienzudamente.

—Como digo, gracias por venir con tanta presteza —continuó la reina, interrumpiendo mis pensamientos—. Estoy enterada de los últimos acontecimientos del mundo mágico, del cual estoy bastante familiarizada gracias a la siempre inestimable ayuda de mi querido amigo, el Excelentísimo Místico de lo Arcano, el señor Lucius Malfoy aquí presente.

El hombre que estaba a su lado se quitó el bombín y dejó ver su melena rubia platino. Ahí sí que fue fácilmente reconocible, a pesar del traje, y todos nos quedamos de piedra al verlo.

—¡Tú! ¡Pensé que estabas muerto! —exclamé.

—Eso también puede decirse de ti, Bellatrix, al menos para los magos de a pie —dijo Lucius, volviendo a ponerse el bombín—. Sé que no os alegráis de verme precisamente. También sé que me espera como poco un rapapolvo por lo que he hecho últimamente, pero todo tiene una explicación.

—Me echaste de mi casa, a mí y a mi hijo —siseó Narcissa, furiosa, tratando de dominarse por estar frente a la reina; en cualquier otra circunstancia estoy segura de que se habría tirado a por su yugular—, y menos mal que aún tenemos la mansión Black, porque si no nos habrías dejado en la calle como a los perros. Por si fuera poco, alojaste nada menos que a Lord Voldemort en nuestro lugar, perpetrando a saber qué atrocidades. Desde luego que te espera como poco un rapapolvo, y porque estamos frente a Su Majestad, que si no…

—Sin embargo, tal y como dijo Lucius, todo tiene una explicación —interrumpió la reina, calmando a mi hermana rápidamente—. Ya sabes por nuestras anteriores reuniones de las funciones de Lucius aquí, pero no sabes en qué consisten esas funciones. Ah, y antes de que haya más subidas de tono, agradecería que no las hubiera. El agente Blonde y sus compañeros podrían ponerse nerviosos.

Ahí miramos todos hacia atrás. Ahí estaban los agentes, justo detrás de nosotros, con los brazos cruzados y en posición amenazante. Estaba claro para qué estaban ahí esos hombres. Para mí que más de uno había cruzado los brazos para tener un acceso más rápido al arma que escondían bajo la chaqueta del traje. Todos pudimos ver en ese instante que no dudarían en utilizarlas a la más mínima señal de la reina o el agente Blonde, y tirarían a dar.

—Pues me gustaría oír la explicación que tiene que dar al respecto —espetó Narcissa, claramente furiosa—. Y espero que sea buena de verdad.

—Entiendo que estés enfadada, Narcissa, pero realmente no tuve más remedio que hacer lo que hice —dijo Lucius—. Todo formaba parte de la misión secreta que me encomendó Su Majestad en persona, misión que no podía revelarte, ni siquiera decirte que la tenía. Tú ya sabías que trabajo para ella, por la vez que estuviste aquí igual que le pasó a mi madre, o a la suya, y así desde que se fundó la dinastía de los Malfoy…

A partir de ese momento todos escuchamos atentamente, e hicimos bien. La verdad es que, personalmente, no me esperaba que la familia real británica tuviera constancia de la existencia de los magos, eso para empezar, y menos aún que tuviera una familia como magos de la corte de Su Majestad; por muy rimbombante que fuera su título, eso eran realmente los Malfoy, magos de la corte como, se dice, fue Merlín para el rey Arturo. Se ve que se eligió a los Malfoy por su saber estar, por su arraigado sentido del honor y la diplomacia que ostentaban, entre otras virtudes, aunque nunca he notado que tuvieran de eso, la verdad. Cierto que Lucius, desde que lo conozco, raramente ha levantado la voz, pero diplomático precisamente tampoco ha sido nunca. Draco, por supuesto, siguió su ejemplo y se hizo un capullo. Obviamente, saqué el tema.

—Entiendo lo que quieres decir, Bellatrix —dijo Lucius, sin perder la compostura—. Sabía que este día llegaría y estoy preparado para responder a comentarios como ese, aunque bien podrías haber moderado tu lengua delante de Su Majestad. Pero me explico. Sencillamente, tenía que aparentar ser un ser despreciable para poder ganarme la confianza del Señor Oscuro, como parte de mi misión. Ante todo debía acercarme a él lo suficiente para poder saberlo todo sobre él, aunque ni por esas pude satisfacer la curiosidad de Su Majestad, lamentablemente. Voldemort era, ante todo, un hombre reservado, alguien que no hablaba de sí mismo, sólo impartía órdenes, a veces contradictorias, y había que seguirlas sin cuestionarlas si querías seguir vivo. Eso lo sabes muy bien, ¿verdad, Bellatrix?

—Sí, eso no te lo puedo discutir —admití—. Todos los años que estuve al servicio del Señor Oscuro hice cosas horribles, aunque en ese momento no pensaba así. No es posible que tú estuvieras fingiendo todo ese tiempo, con las barbaridades que te has visto obligado a hacer, entre ellas revivirlo. Tanto tú como yo hemos matado y torturado a gente inocente, destruyendo familias de magos y muggles por igual, aunque hay que reconocer que tú lo hiciste de un modo mucho más sutil que yo. Si yo ahora soy como soy, una monjita de la caridad prácticamente comparada con cómo era antes, es por Harry y sus amigos, además de la poción que Cissy y yo sabemos, que tuvo ciertos… efectos secundarios inesperados. ¿Cómo es posible que tú te mantuvieras cuerdo y sereno mientras eras mortífago, mientras yo me hacía una psicótica, como muy bien me recuerda Sirius cuando ve la oportunidad?

—No fue fácil, por supuesto, pero siempre he tenido claro que no trabajaba para el Señor Oscuro, sino para Su Majestad —dijo Lucius—. Os podría contar muchas cosas desagradables que le he dicho a Su Majestad, pero no son de su gusto, así que obviaré esa parte.

—Es una magnífica idea —coincidió la reina—. Continúa, por favor.

—Como desee mi señora —aceptó él, educado—. Hubo momentos que estuve a punto de abandonar la misión, todo hay que decirlo, porque estaba destruyendo mi vida. Uno de los momentos más duros fue cuando no tuve más remedio que expulsar de la mansión Malfoy a mi esposa y mi hijo para albergar lo que quedaba del Señor Oscuro, a fin de devolverle el cuerpo. Lamento muchísimo esa decisión, podéis creerme, y no espero vuestro perdón. De hecho, no lo merezco. Sólo espero que sigáis con la tradición de mi familia de ser magos de la corte de Su Majestad y tú, Draco, me sucedas como Excelentísimo Místico de lo Arcano.

—Yo sí espero que lo perdonéis, sin embargo —intervino la reina—. Las cosas que ha hecho, aunque infames y crueles entre otros apelativos, fueron también obligadas por la misión que le encomendé. Si os expulsó no fue más que por evitar que os mezclarais con el mundo del Señor Oscuro y todo lo que implica de un modo directo, lo cual habría significado vuestra perdición. Yo también os debo una disculpa por poner a Lucius en una situación tan desesperada. Él mismo me dijo cosas que no comentaré aquí tras expulsaros, como él mismo ha mencionado antes, cosas que no son aptas para oídos vulnerables.

—Cosas que lamento de veras, mi señora —se disculpó Lucius.

—Tengo una duda, Lucius —dije—. ¿Cómo sobreviviste a la masacre de Hogwarts? Dora me dijo que ella y el resto de aurores buscaron y aniquilaron a todos los mortífagos. ¿No estabas allí?

—Estaba allí, sí —dijo Lucius—. Parte de mi misión era observar la batalla y entregarle un informe detallado de los acontecimientos a Su Majestad. Me oculté bien, junto con Crabbe y Goyle, y observé cada detalle con un hechizo especial de espionaje. También tuve que soportar los improperios y obscenidades de Crabbe y Goyle, todo sea dicho, pero eso no lo detallaré; no es agradable.

—Yo tengo otra duda —dijo esta vez Draco—. ¿Pretendes que nos creamos toda esta mierda? —gritó.

Se oyó el martillear de más de un arma detrás de nosotros, lo cual hizo que Draco reconstruyera la frase.

—Qui-quiero decir, no me parece una explicación satisfactoria… en mi modesta opinión —ahora su tono era mucho más suave y conciliador, faltaría más.

—Mucho mejor —evaluó la reina, y con un leve gesto hizo que los agentes de detrás volvieran a guardar las armas. Menos mal—. Comprendo tu reticencia, joven Draco —hizo otro gesto y el tal Blonde le dio un taco de pergaminos—. He aquí el informe que redactó con todo detalle tu padre sobre la batalla de Hogwarts —le pasó parte del taco, que él cogió con calma y una media reverencia, mientras su madre le vigilaba con severidad y mirada a juego, aunque no hacía falta; los agentes lo tenían muy bien vigilado y él lo sabía—. Aquí tengo también los sucesivos informes que me ha ido presentando a lo largo de la misión de espiar y controlar al Señor Oscuro —le pasó el resto del taco de pergaminos—, y la verdad es que me han impresionado algunas cosas que ha tenido que hacer para evitar masacres inimaginables. Arriesgaste tu vida muchas veces, Lucius.

—Lo hice por el bien de la misión, mi señora —dijo Lucius.

Draco se tomó su tiempo para leer por encima los informes de su padre, en los que, al parecer, comentaba prácticamente todo lo que vio, hizo y soportó mientras fingió estar al servicio del Señor Oscuro. Los demás leímos sobre su hombro con más o menos dificultad y no sé los demás, pero yo me quedé pasmada. Llevaba en esa peligrosa misión desde que se hizo mortífago. Es más, se hizo mortífago precisamente por la misión. Era increíble la dedicación que tenía con la reina. Y pensar que nadie pudo descubrir el complot…

—Hablas de los Horcruxes —dije, atónita, cuando llegué a esa parte—. ¿Sabías lo que eran?

—Noté algo extraño en el diario de Riddle —dijo Lucius—. Me costó mucho llegar a la conclusión de que era una especie de recipiente para guardar el alma, un Horcrux. Lo puse en el caldero de Ginevra Weasley para que, con un poco de suerte, le llegara a Dumbledore y pudiera destruirlo porque sabía que, de decírselo yo mismo, no me creería como poco. Tuve que investigar mucho, hablar con ciertas personas e incluso arriesgué mi vida una vez más cuando traté de averiguar cuántos había hecho. Eso no llegué a saberlo.

—Hizo siete —informó Harry—. Yo era uno de ellos. Dumbledore me lo quitó matándome, sabiendo quizá que no me mataría directamente, sino que mataría al Horcrux antes. El muy… —un carraspeo le indicó que no dijera lo que pensaba, al menos no todo— creo que sabía todo lo relacionado con los Horcruxes, pero no dijo nada ni movió un dedo para eliminarlas hasta que no le vio las orejas al lobo. Y encima, antes de poder vengarme, va y se muere.

—Es muy posible que así fuera, Harry —dijo Lucius—. Dumbledore sabía todo acerca de los Horcruxes, todo excepto qué recipientes buscar o cuántos había, y en mi opinión habría averiguado eso con un poco de investigación. Yo nunca me fie de él y Su Majestad tampoco.

—Por supuesto que no —declaró la reina—. Los Dumbledore no son de fiar. Desde que mi madre me dijo que era amigo del anterior Señor Oscuro cuyo nombre no recuerdo ahora, decidí que no debía fiarme de él. Os podría contar algunas cosas que os dejarían helados, de hecho, pero nos eternizaríamos aquí. Continúa, Lucius, por favor.

—Será un placer, mi señora —aceptó Lucius—. Ya no queda mucho que contar…

—Menos mal —bromeé.

Lucius me echó una mirada de reproche y yo respondí con una sonrisa. Lo dejó estar y continuó. Por lo que contó, ahora su misión era reunificar a la familia, poniéndonos a todos al corriente de sus actividades, cosa que hizo, y dejar a Draco, Narcissa y Hermione en el Palacio Real, en aras de enseñar a Draco y Hermione lo que la reina esperaba de ellos y pudieran aclimatarse al nuevo entorno como sucesores de Lucius y Narcissa. Parecía que realmente mi hermana sabía cosas, aunque no muchas, acerca de lo que hacía en realidad Lucius.

—Espero que ahora valoréis más las acciones de Lucius —dijo la reina, con más severidad de la que había mostrado hasta ahora, y he de reconocer que era una persona muy carismática—, en especial tú, Narcissa. No podías saber nada de esta misión, ni siquiera su sola existencia, para no ponerla en peligro, has de comprenderlo. Aunque igual si hubieras sabido algún detalle habrías reaccionado de otra manera y nos habríamos ahorrado todo esto —suspiró—. Espero que mi descendiente sea más inteligente que yo y tome mejores decisiones con los jóvenes Draco y Hermione. Asimismo, Harry y Bellatrix, esto debe permanecer en el más absoluto y estricto de los secretos. Nadie en el Mundo Mágico salvo vosotros debe saber nada de la relación profesional y personal entre nuestras grandes familias. No puedo permitir que esta relación se ponga en peligro y actuaré del modo que crea conveniente para asegurarme de seguir como hasta ahora. ¿Ha quedado suficientemente claro?

Aquello sonaba a ultimátum, así que asentí rápidamente, igual que Harry. Estaba claro lo que pasaría si nos fuéramos de la lengua, sobre todo cuando miré a Blonde y me enseñó el arma con una sonrisa pícara pero de advertencia. La reina sonrió, satisfecha, y decidió que la reunión había acabado. Mientras Blonde y compañía nos acompañaban a Harry y a mí fuera, al tiempo que Hermione, Narcissa y Draco se quedaban para algo que nos estaba prohibido saber, suspiré.

—Dios nos salve de la reina —soltó Harry a mi oído, suspirando también.


Esto se acaba. Ya sólo me queda comentar a grandes rasgos que, dos años después, celebramos tres bodas al mismo tiempo. A saber, la de Draco y Hermione por un lado; la de Neville y Susan por otro, y la de Harry conmigo. Decidimos celebrar las tres ceremonias a la vez, más que nada para ahorrar tiempo y ahorrarles pasta a los invitados, que lo agradecieron. Ahí pudimos ver a Lucius y Narcissa otra vez juntos, al lado de un hombre encapuchado que bien podía ser el agente Blonde, además del resto de amigos del castillo, desperdigados por ahí. Lástima que las bodas homosexuales no estuvieran permitidas, porque me habría gustado que las lesbis hubieran sido la cuarta pareja y estar así los ocho. Pero sí pudieron estar como madrinas, que algo era algo. Para mí que se tomaron la ceremonia como para ellas también, porque a la hora del "podéis besar a las novias" se lo tomaron al pie de la letra y nadie pudo frenarlas.

Entre los regalos hubo de todo, incluidas algunas cosas no muy aptas que nos regalaron los gemelos Weasley, únicos supervivientes de la familia, al parecer. Pero teniendo en cuenta que no iban solos, sino con Angelina Johnson y Alicia Spinnet (Katie Bell estaba con Lee Jordan al lado de las dos parejas antes citadas), estaba claro que los Weasley volverían a ser la familia de conejos de antes en muy poco tiempo. No obstante, hubo algunos regalos que tuvimos que esconder, en concreto un reloj para Harry y un broche para mí, que eran demasiado caros. Ya nos imaginábamos de quién eran esos regalos llenos de diamantes.

En fin, ya sólo queda decir que vivimos como cualquier otra familia de magos, salvo por el secreto que guardábamos, aparte del que compartíamos con los Malfoy. Tal y como Harry me prometió en su momento, no permitió que mis habilidades de asesina se marchitaran y, cuando teníamos oportunidad, nos íbamos a otros países a repartir un poco de "justicia indiscriminada", como la llamábamos, masacrando a la escoria de las distintas sociedades. Mientras yo mataba criminales, él se encargaba de que todo aquello fuera legal, no me preguntes cómo. Y lo que más me asombró fue que, a pesar de que la reina sabía hasta a qué hora me lavaba los dientes cada noche, gracias a Blonde y sus secuaces me atrevería a apostar, no movió ni un dedo para detenernos cuando "repartíamos justicia" por ahí. Y el resto de gobiernos tampoco, curiosamente, y estoy convencida de que lo sabían. El único lugar que no pisaríamos en nuestras correrías sería España. Aún tenía fresco en mi memoria lo que le hicieron a Umbitch… em… Umbridge en el despacho de la directora McGonagall…