N/A: Hola lectores (as) xd. Aquí traigo un nuevo fic, en nuevo fandom: Naruto. Y nada más y nada menos que una pareja YAOI ItaxDei. Así que cuidado los homofóbicos.

Disclaimer: Los personajes de la serie de animé Naruto son de Masashi Kishimoto. Yo sólo los utilizo con fines de entretención.

Metalepsis

Por Makita

Capítulo 1: El libro perdido

Una hoja de papel amarillento dio vuelta de izquierda a derecha. Los ojos de Itachi Uchiha siguieron las letras que yacían impresas en aquel resto de papel viejo, de arriba a abajo. Las sensaciones que trasmitía el libro le identificaban: la desazón, los despropósitos y la falta de identidad del protagonista. No es que el fuera eso, no. Pero algunos sentimientos coincidían dolorosamente; la soledad y las influencias de los otros, el saber que el destino es irremediable y estático. Seguía su camino ciegamente, intentando no ver atrás o desviarse. El protagonista sabía como iba a terminar todo, sin embargo, continuaba con su aguda existencia.

Itachi apretó sus labios invisiblemente. Aquel libro era como una tortura deliciosa, no podía parar de leer. Pensaba en sí mismo, como si hubiese salido de su cuerpo y se observara desde afuera, desde arriba: su actitud seguiría siendo impávida, desinteresada, exponiendo una belleza frívola inalcanzable para los demás seres que lo rodeaban. Nunca jamás nadie sabría lo que él sabía acerca de sí mismo, de cómo las emociones que le trasmitían esas letras flameaban en su interior.

Respiraba imperceptiblemente, con una tranquilidad abrumadora. Sólo se movió un poco cuando el respaldo de roca sólida de la cueva comenzó a generarle molestias en la espalda. Era inevitable apartarse totalmente el ambiente que envolvía el escondite de la organización Akatsuki; llegaba hasta sus oídos la voz inconfundible de Hidán predicando su religión. Algunos reían y otros como Sasori se retiraba del lugar, sin pizca de cortesía. A pesar de que los ruidos subían en volumen, no despegó su atención del libro. Sus dedos recorrieron suavemente la cubierta aterciopelada azul marino mientras volteaba a la siguiente página.

Últimamente Akatsuki se encontraba sin misiones que realizar, los movimientos de la banda habían disminuido debido a la repentina atención que pusieron las aldeas ninja sobre ellos. Así, el tiempo pasaba lento y el ocio se convertía en el peor pecado de los integrantes. Itachi se sabía afortunado al haber encontrado ese libro entre unas viejas pertenencias. Mataba el tiempo, se entretenía y se mantenía alejado de los demás al mismo tiempo.

Itachi no sabía que el tercer capítulo del libro era el último que leería.

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Kisame vio a Itachi de pie mucho tiempo en un lugar. Miraba constantemente hacia un rincón de la cueva, un rincón oscuro y apartado. Terminó de sorber unos fideos y lo llamó.

—Hey Itachi ¿Qué demonios te pasa?— su voz ronca resonó por el cóncavo escondite.

Itachi volteó a ver a su compañero, que estaba sentado de piernas cruzadas en otro rincón, comiendo algo en un envase de plástico. Con una seña a Kisame le quedó claro que no debía preguntar más, aunque las cejas del Uchiha apenas habían realizado un movimiento.

Por dentro estaba casi muriendo… ¿Cómo diablos había desaparecido su libro? Ayer todo había ocurrido con completa normalidad: se había levantado apaciblemente y lo había guardado dentro de su chaqueta de Akatsuki , pero por la mañana ya no estaba. ¿Qué mierda era? ¿Magia?

Buscó en las precarias habitaciones de sus compañeros, bien temprano y bien disimuladamente. Nadie debía notar que estaba preocupado por la desaparición del libro que nadie sabía que estaba leyendo. Aunque (como él se fiaba) la mayoría de los integrantes de Akatsuki lo admiraba y por lo tanto, estaban constantemente pendientes de él y de sus movimientos. Quizás alguien sí había visto el libro, porque había visto a Itachi leyéndolo y sabía que ese libro le pertenecía.

Todavía no se atrevía a preguntar, porque no quería lucir desesperado.

Sin embargo, lo estaba. No quería caer en el ocio, se negaba. Sin su libro no tendría escapatoria a las idiotas actitudes e idiotas comentarios de sus compañeros. Simplemente tendría que soportarlos, como lo hacia el resto.

Caminó a pasos cortos, causando un extraño eco por el lugar. Se adentró a las tenebrosas profundidades de la caverna, dobló a la izquierda por un pasillo polvoriento de paredes resecas y quebradizas. Se detuvo en la primera habitación y miró en su interior. Sus ojos negros escanearon rápidamente la soledad y el despejado sitial; unos futones estaban arrumados en el centro de la pieza y algunas ropas esparcidas. Sus dueños no estaban en el lugar. No había luz, le cansaba. Siguió caminando con la esperanza de encontrar el libro.

Miró superficialmente en las demás habitaciones y no lo encontró. La mayoría de los ninjas de Akatsuki se encontraban cerca, así que no pudo concretar una búsqueda eficaz.

Itachi pesadamente comenzaba a conformarse con la pérdida de su libro.

Quizás si no lo buscaba tanto, aparecería.

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Deidara se levantó esa mañana de buen humor. Caminó por la habitación esquivando algunas de las marionetas que Sasori había dejado a medio arreglar. Lo maldijo con cierta dulzura. En verdad lo odiaba. A él y a su estúpido arte (en el fondo no quería reconocer que lo admiraba de cierta manera) pero bueno. Nada ni nadie le quitaría su buen ánimo.

Dobló en el pasillo y se dirigió al deplorable lugar que llamaban baño. La realidad es que era una pequeña grieta en la cueva que daba al río que se encontraba alrededor. Se lavó la cara con desgana y luego se quedó mirando su reflejo en el agua estancada. Estos días de ocio le hacían bastante mal, concluyó. Sin poder explotar algo o a alguien, la particular belleza de su rostro se ensombrecía y su personalidad se calmaba y se inquietaba bruscamente. Se sentía algo patético.

Lo único que lo sacaba de ese pensamiento era que tenía un desayuno asegurado. La alimentación en la organización Akatsuki no era un asunto trivial, para nada. Era más bien complicado. Al quedar tan lejos el escondite, unos dos o más kilómetros de las aldeas, el acceso a la comida se veía reducido. Cada cierto tiempo uno de los miembros viajaba al pueblo más cercano y compraba alimentos por encargo. Si no encargabas, no te traían nada. ¡Nada!. A Deidara le había sucedido y se había quedado sin comer por algunos días. Pero ahora le había pagado a Zetsu para que le trajera un par de porciones de fideos.

Algo había asegurado en su ahora, rutinaria vida.

Se acercó a un sector de la caverna en donde había un mesón lleno de bolsas de encargo. Aún con sueño, revisó las primeras.

El horror se apoderó de su rostro:

No estaban.

Los fideos no estaban.

Sacudió la última bolsa de papel al sentir un peso extra dentro de ella y lo que cayó fue algo que lo confundió completamente: Un libro viejo y aburrido junto a una boleta yacían sobre el improvisado mesón de piedra.

—¿Qué mierda significa esto?.— murmuró, sintiendo como la rabia comenzaba a recorrer su cuerpo y la adrenalina aumentaba a niveles críticos al comprobar que aquella boleta sí era de sus apreciados fideos. Resopló dolorosamente.

Luego sus ojos azules se fijaron con insistencia sobre la pequeña portada. Lo hojeó, irónicamente. Si era una broma, alguien moriría seguro y si no lo era, alguien, además de muerto, quedaría desintegrado en miles y millones de pedacitos.

¿¡Y de que me sirve esto si no se puede comer! Maldición, mh.

Lo tomó con firmeza y se dispuso a arrojarlo muy lejos de allí. Alzó su derecha con seguridad y antes de acabar con la existencia del burlesco objeto, se despidió visualmente de él. Lo atisbó con detenimiento y agudizó la vista ante el insignificante libro. Volvió a bajarlo cuando recordó algo, algo terrible.

Ese libro era de Itachi.

Había visto a Itachi apartado en un rincón tenebroso, leyendo aquel libro. Le producía una insana curiosidad. ¿Y si era uno de esos libros eróticos?

Peor. –La idea le provocó náuseas y un repentino enojo.

No, no me interesa.

Volvió a levantarlo, ahora tomando cierto impulso para hacerlo desaparecer.

¿Y si Itachi había dejado ese libro a cambio de sus fideos?

Un trueque de mal gusto para Deidara. Era estúpido dejar un libro en vez de un delicioso desayuno.

Realmente pensaba que Itachi era más inteligente.

Guardó la boleta en el bolsillo de su pantalón y se llevó el libro.

Lo haría explotar más tarde, cuando nadie lo viera.

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Itachi sintió un escalofrío y ajustó el gorro cónico que usaba para ocultar su identidad. Se encontraba en una aldea cercana, esperando a que Kisame terminara de comprar comida en una tienda. Caminó un poco en busca de una librería pero se dio por vencido rápidamente. En estos pequeños pueblos era raro que existiese alguna librería; la gente tenía acceso a la lectura en la biblioteca y entrar allí complicaba las cosas. Además estaban de paso, debían volver rápido al escondite.

Se dedicó a observar a las personas que pasaban por su lado. Sintió algo de irritación por la tonta inocencia de los demás: ninguno de ellos conocía la realidad, ninguno estaba consiente de que su destino— si todo marchaba bien— sería prontamente dominado por Akatsuki. Estas personas sólo vivían el momento, sin preocuparse por el futuro. Eso generaba cólera y envidia en su interior.

Se distrajo de sus pensamientos cuando vio a Kisame salir de la tienda con una gran bolsa colgada de su mano.

Sin decir palabra, ambos se encaminaron hacia las afueras del pueblo.

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—¿Ein? Pero que torpe es este protagonista…—Deidara entrecerró los ojos en una expresión despectiva.— Es el tipo más patético que he leído en mi vida, mh.

—¿A quien le hablas?

Sasori, el maestro de las marionetas se detuvo en el umbral del dormitorio, para observar a su compañero. Deidara se encontraba acostado de espaldas y con los brazos estirados hacia el techo; en sus manos sostenía el libro que estaba leyendo. Una posición incómoda para una actividad así, pensó.

—Sasori no danna, que bueno que llegó. Arregle este tiradero, mh.

—No es un tiradero, mocoso.— respondió la enorme estructura de madera, mientras avanzaba pesadamente al interior de la habitación.—Y no te atrevas a darme órdenes.

Deidara resopló resignado. Si había alguna palabra para definir a su maestro, era intransigente. Nunca cedía en su forma de pensar ni de actuar. Cumplía cada uno de sus propósitos en el tiempo correcto y de la forma correcta, sus cálculos nunca fallaban. Por un tiempo quiso aprender esa cualidad de él, pero se percató que esa personalidad daba menos salidas a situaciones complicadas. Prefería ser libre en su forma de pensar y de actuar, dejarse llevar según el contexto y tiempo. Planear algo no iba dentro de su mentalidad.

Por eso se había rendido ante el testarudo carácter de su maestro. Ocasionalmente le provocaba discutir con él sobre el verdadero significado del arte (pensaba que era divertido hacerlo rabiar) aunque nunca llegaran a una conclusión que satisficiera a los dos. Deidara tenía clara su percepción sobre el asunto porque era una de las manifestaciones que le daba sentido a su vida.

Así de simple.

La forma de materializar ese sentimiento la había hallado al modelar sus figuras compuestas de arcilla. La belleza de la creación, de la improvisación. Pero el verdadero arte no estaba en el modelo en sí, estaba en la explosión. Era un antes y después de la existencia, el anhelo de aferrarse a la vida o la estela de una muerte.

Era extraño, pero a Deidara ese hecho le parecía deslumbrante e indescriptible.

Como últimamente había tenido problemas con el líder de Akatsuki por las explosiones que realizaba dentro de la cueva, su arte había quedado de lado. Daría cualquier cosa por hacer desaparecer algo en una explosión.

Por eso volcó todo su interés en el libro que había encontrado. Leía con gran rapidez, sabiendo que una vez terminado, lo haría estallar (el que fuese de Itachi lo convencía mucho más del episodio terrorista) y se quedaría tranquilo sabiendo que ese libro había dado su existencia para ser leído por él, sólo por él.

Bueno, por Itachi también…— reconoció mentalmente, cambiando su expresión perversa a una molesta.

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El verdadero dueño del libro inspeccionaba cada lugar de la cueva con especial indulgencia.

Delicadamente removió algunas bolsas que estaban arrumadas sobre el mesón. Botó algunas que estaban vacías y juntó las que eran de los demás miembros. Resopló cansado y llevó una mano hasta su frente.

Piensa, piensa. A donde fuiste después, que hiciste, en que lugar no has buscado.

Kisame, que estaba sacando sus compras de la bolsa y ordenándolas, lo miró preocupado. Rara vez veía a Itachi tan denso. Sólo aquellas veces que pasaban cerca o por Konoha, cuando sabía alguna noticia acerca de Sasuke o cuando mencionaban al clan Uchiha. ¿Estaría guardando algún secreto? (eso no era novedad) ¿Habría peleado con alguien?...imposible, no era de aquellos tipos conflictivos... ¿Se le había perdido algo?

Kisame dirigió sus pequeños ojos hacia el techo, tratando de recordar los últimos movimientos de su compañero.

Mh, nada. No había hecho nada aparte de leer ese tonto libro…

Sus labios azulados se curvaron rápidamente hacia abajo.

El libro: lo había olvidado por completo.

—Hey, Itachi… ¿Te pasa algo? Te veo preocupado desde la mañana.— Quebró el silencio, el ninja de la niebla.

—No es nada.

—¿Seguro que no se te perdió algo?— lanzó sin cuidado. Debía aprender a tener más tacto.

Itachi concentró toda la atención en su compañero, que lo enfrentaba con la mirada algo nervioso.

—¿Por qué?— preguntó Itachi interesado en ver las reacciones de su colega.

—Si buscas tu libro, yo lo tomé— confesó Kisame ahora con una actitud más condescendiente.— Esta mañana lo hallé tirado en medio del pasillo.

Itachi sintió verdaderos deseos de matar a Kisame. Si. Pero no se alteró en lo más mínimo, conservó a duras penas la cordura y la integridad.

—Y donde está.— exigió.

—Ni idea.

El Uchiha sentía un tic interior. Al diablo la cordura, Kisame merecía morir cruelmente. Al ver la mirada asesina de su interlocutor, el ninja de la aldea de la niebla se apresuró en hablar.

—Recuerdo bien que lo traje aquí, porque me comí el desayuno de Deidara.— rió juguetón, aunque esa risa sonaba más bien maligna.— Asumo que lo dejé sobre el mesón a no ser que alguien más lo haya tomado.

El aspecto de Itachi seguía imperturbable, aunque por dentro hervía en furia. Kisame era un idiota, siempre lo había sabido…pero eso no le preocupaba ahora. Le asustaba más la posibilidad de que su libro haya caído en peores manos…Zetsu por ejemplo, o Deidara…

—¿Deidara?— cuestionó ahora con la cabeza fría.

—Que…que pasa con él…—Kisame parecía confundido.

—Te comiste su desayuno, eso dijiste.

—Si. ¿Y eso que tiene que ver?

—Seguramente él encontró mi libro.

Kisame parpadeó varias veces seguidas.

—En ese caso espero que tu libro siga con vida…—comentó Kisame, empezando a disfrutar de la situación.

—Más te vale a ti.— amenazó Itachi con los ojos tornándose escarlatas por la ira y dándole la espalda, para avanzar a paso firme por la cueva, en dirección a las precarias habitaciones.

Kisame tragó con dificultad. No se avecinaba buen clima.

Continuará…

OMG, nuevo fic…¡Me siento feliz! Porque hace mucho tiempo tenía esta idea dando vueltas por mi cabecita ( Metáfora es testigo xd) hasta que finalmente me decidí a escribirla. Espero que les haya gustado este prólogo o primer capítulo. Aún los personajes principales no interactúan, se verá mas adelante xD. Comentarios, ideas, expectativas, opiniones y sugerencias se agradecen muuuuuucho.

Espero haber hecho un aporte a las fans de Itachi y Deidara. n.n

Muchos saludos

Se despide, Makita.