Los débiles y finos rayos del sol matutino se colaban apenas por las cortinas de la habitación, eran las ocho de la mañana. Una chica se movió ligeramente bajo las sábanas y abrió con lentitud los ojos para después soltar un pequeño bostezo. Lentamente se puso de pie dispuesta a dirigirse a la ducha, al salir se topó cara a cara con Taichi, enseguida sus mejillas se tiñeron de un leve sonrojo.

—Hikari, ¿dónde dejaste la tostadora? —preguntó la voz de mi hermano, y de repente el teléfono sonó— Deja, ya lo cojo yo... Taichi se retiró de allí, yendo a responder la llamada. Hikari Yagami miraba cómo su hermano iba a por el teléfono.

—Hola, Sora —Saludó alegre su hermano. Giró los ojos y sonrió para después retirarse de nuevo a su habitación.

—Hola, Hikari —saludó, para su sorpresa, un cerdo de peluche que tenía pinta estar vestido de detective (con unas gafas de sol y un sombrero, con su gabardina). Hikari le metió una patada al peluche en todos los morros, y el peluche protestaba por su acción. Hikari salió fastidiada de su habitación. El sueño la estaba matando.

—... tengo hambre... —Murmuró para si, caminando hacia la cocina. Taichi seguía hablando por teléfono. Abrió el refrigerador y se encontró la misma desagradable sorpresa.

—Hola —saludó el mismo peluche de antes, de nuevo, en el frigorífico congelándose como un verdadero cerdo.

— ¡¿De nuevo tu? ¡¿Qué eres? —Exclamó alterada ante aquel extraño ente.

—Más respeto, niña. Estoy aquí para ayudarte, serás desagradecida.

—¿Ayudarme a que me encierren en un manicomio? No gracias, no necesito esa ayuda. —Le gritó.

Taichi se asomó, con una ceja enarcada. —¿Por qué gritas?

Hikari abrió los ojos como platos y se giró hacia su hermano con una expresión nerviosa.

—Etto... me golpeé con la puerta de la nevera je, je —Respondió nerviosa.

—Eh... ya veo... —asintió con cara de circunstancia. Luego vio que el cerdo de peluche vestido de detective estaba metido en la nevera— ¿Qué hace ese peluche ahí dentro?

—¡Ah! Etto... no sé... —sonrió nerviosa. —¿Por qué no se lo regalas a Sora? Tendré que meterlo al horno si no...

—¡Estúpida! ¿Cómo que me meterías en un horno? ¡Si soy puro algodón! —protestó el peluche de cerdo.

—No creo que Sora quiera algo así. —Señaló al peluche —Guardalo mejor con los otros peluches o... mejor ponlo a tender por que debe estar empapado.— Al parecer Taichi ignoró lo dicho por el peluche, ¿o es que ni siquiera lo escuchó?
Hikari miró a Taichi un tanto molesta. Tomó al peluche, furiosa, y una bolsa de basura.

—Ahora si estaré tranquila... —dijo metiendo al cerdo de peluche en la bolsa y cerrándola con un nudo casi perfecto. —¡Taichi, sacaré la basura! —avisó abriendo la puerta.

—Está bien, pero procura no entretenerte. El desayuno está casi listo —anunció su hermano.

—¡Ok! —Hikari salió y, para su buena suerte, el camión pasaba en esos instantes.—Disfruta el viaje.—Dijo alegre mirando como la bolsa que contenía al peluche caía dentro del comprimidor.

—¡Idiota! ¿Es que acaso no te extrañas del por qué te puedo hablar? —preguntó eufórico, desde el interior de la bolsa.

—Aún puedo oír su estúpida voz... —Hikari meditó unos instantes... —... ¿voz? Frunció el ceño y se dispuso a regresar al departamento, seguramente eran el sueño y el hambre los que le estaban haciendo alguna jugarreta.

Hikari siguió caminando pero se tuvo que detener en el recibidor. —Bonjour.
La chica lanzó un grito, aterrada. —Tú... ¡acabas de caer en el triturador!

—De verdad... ¿Es que no te has asustado por el simple hecho de que puedo hablar? —preguntó, tranquilo.

—No mucho, en realidad. Pero lo que sí es que te me haces muy desagradable.—Sentenció. —Vete y déjame. —Se trató de calmar.

—Vamos a ver, niña. Me han elegido del país de los peluches para que te ayude a superar un problema que tienes. Así que hasta que no cumpla mi cometido, no voy a perder ni el habla ni la capacidad de moverme —explicó con sosiego. Hikari lo miró extrañada.

—Aquí el único problema que veo eres tú, además... no recuerdo haber comprado un peluche tan feo como lo eres tu...

—Te gusta tu hermano —cortó rápidamente. Hikari quedó completamente helada ante esa afirmación.

—¿C-cómo dices?—le miró nerviosa. En ese mismo instante, Taichi apareció de nuevo.

—Kari, ¿otra vez estás gritando?

—Lo siento, hoy estoy muy estresada... —se disculpó bajando la mirada. Taichi desvió su vista hacia el mismo peluche de hacía un rato que se encontraba tirado en el suelo.

—¿Pero qué hace ahora en el suelo?

Hikari suspiró mirando también al peluche. —Se acaba de caer.—Se inclinó a recogerlo. —Bueno hermano, voy a dejarlo en el cesto de la ropa.—comenzó a caminar con rapidez.

—Eh... vale... Pero ven a desayunar. —Se retiró hacia la cocina de nuevo.

Hikari caminó hacia el jardín para dejarlo en el cesto, pero antes de que se fuera, le advirtió amenazante.

Si realmente hablas y no soy yo la que esta loca... ¡Me vas a meter en problemas! —habló tratando de no subir la voz. —Más te vale quedarte aquí si no quieres acabar sin relleno.

Hikari dejó al peluche de cerdo detective en el cesto y se dirigió a la cocina.

El mismo peluche dudó en si hablar por momentos, pero decidió hacerle caso. Ya hablaría con ella más tarde. Mientras tanto, en la cocina...

—¿Qué has hecho para desayunar, Tai? —preguntó sentándose.

—Pues vamos a comer un desayuno norteamericano: lonchas de cerdo a la plancha con huevo frito.

—¡Caníbal bastardo! ¡¿Pretendes hacerme vomitar? —apareció el peluche por la ventana, golpeando a Tai en la cara y haciéndolo caer al suelo, junto a la sartén y todo lo demás.

—¡¿Qué demonios sucede? —Gritó Hikari, acercándose rápidamente a Tai. —Hermano, ¿estás bien?—preguntó preocupada. Taichi se llevó una mano a la cabeza, bastante molesto por el impacto.

—¡¿Quién ha sido el anormal que ha tirado...? ¿Eh? —tomó a Jampier— ¿Otra vez éste peluche?

—¡Él ha sido el culpable de todo hasta ahora, lo juro! ¡Deshazte de él! —Gritó.

Taichi lo miró con una cara seria, y el peluche no hacia más que sudar frente a la decisión que podía tomar. Finalmente, le dio una pequeña colleja en la nuca a Kari, y ésta se quedó perpleja.

—Kari, creo que ya eres mayorcita como para pensar que los peluches vienen volando. Voy a salir a ver quién ha sido el gracioso que se dedica a coger las cosas del jardín para tirárnoslas. —Cogió la puerta y se marchó. Hikari miró enfurecida al peluche de cerdo.

—¡Me tienes harta! —La mirada de Hikari dejaba ver un odio extremo. —¡Por tu culpa mi hermano pensará que estoy loca! —Hikari tomó al cerdo y se dirigió a su habitación. La castaña tomó unas tijeras del cajón de su escritorio. —¿Tus últimas palabras? —preguntó con una cara indescriptible de maldad.

—Alto, recuerda que vengo a ayudarte con la relación de tu hermano —argumentó el peluche. Hikari lo seguía mirando con malicia.

—¿Ayudarme? Lo único que estás haciendo es perjudicarme. —Frunció el ceño. —Además, ¿qué sabes tú de ese tema?—suspiró, con la mirada cansina.

—Eh... primero baja eso... —reclamó el peluche, refiriéndose a las tijeras.

Hikari dudó un segundo, pero la curiosidad de saber qué le diría aquel peluche de cerdo detective la venció. —Bien, pero si es una tontería o una broma te juro que no dudaré en sacarte todo el relleno. —Sonrió.—Ahora, habla...

Para empezar, el cerdo de peluche se puso en pie para sacudirse de forma muy prepotente, algo que a Hikari le molestó. Luego se puso a observar el entorno: la habitación de Hikari. -Bonitos pósters de Jun Matsumoto... -insinuó mientras se arrascaba la barbilla. Hikari sacó una sonrisa.

—Lo sé, es el hombre más hermoso de todo Japón. ¿No lo crees? —Su cara se tornó a una soñadora en cuestión de segundos aunque no tardó en reaccionar de nuevo. —¡Oye! Es cierto, los los posters más hermosos que jamás has visto en tu inmunda vida, pero ve de una vez al tema.

—Necesito un té calentito para relajarme. Son muchas las emociones sufridas hoy. ¿Por favor?

—¿Crees que soy tu mucama? —Dijo sarcástica. —Además no sé hacer té —Se excusó

encogiéndose de hombros.

—Pues me conformaré con un bizcocho con nata y un café.

—Te recuerdo quién es la que tiene en sus manos las tijeras. —rodó los ojos abriendo y cerrando el objeto.

—Y yo quien tiene el misterio. Además, así lo único que conseguirás es retrasar tu destino.

Hikari dudó, pero terminó cediendo a las exigencias del cerdo. Una vez que le llevó al cerdo el bizcocho y el café (al cual no le puso nata con intención), se sentó frente a él. —Ahora, habla.

—No pusiste nata... Pero igual está aceptable —comenzó a tragarlo, mientras lo saboreaba. Hikari se moría de rabia frente la situación, hasta que terminó— Bueno, no está mal para una niña mimada como tú. Te felicito. La castaña hizo un esfuerzo sobrehumano por no gritar de rabia.

—1, 2, 3, 4, 5... —murmuró para sí misma, tratando de relajarse. —Ya hice lo que me pediste... dime de una vez lo que quiero saber, por favor.

El peluche miró a sus lados, pero parecía que no encontraba lo que buscaba. Luego miró a Hikari. —¿Dónde hay una servilleta? ¿Pretendes que te hable con la boca llena de nata?

—¡¿Cómo que nata? ¡Si no le puse! —Estalló. —Estás llegando al límite de mi paciencia, no querrás saber lo que sucederá contigo si no comienzas a hablar ¡Ya!

—Una servilleta, por favor. Mi imagen de caballero no puede ser manchada de ésta manera.

—¿Caballero? ¿De dónde?—Hikari le miró de arriba a abajo. —No te daré una servilleta, tendrás que hablar así.

—Bueno, bueno. Tampoco es para tanto. —Se levantó y se limpió la boca en las sabanas de la cama.

—¡Oye! ¡Estás ensuciando mis sábanas! —gritó encolerizada. —Habla... —cerró los ojos.

—Bien, muy amable —se dispuso a decir— Bueno, estoy aquí para ayudarte con un grave problema psicológico surgido en tu joven e ingenua conciencia de adolescente.

—¿Acaso eres psicólogo? Por que detesto la psicología, no la entiendo... —le miró fastidiada.

—Ve al tema y ya.

—Me obligan a hablar así. Soy un prestigioso y noble francés, así que mi toque educado nunca está de más.

—Si, cómo no. Si en vez de un peluche de cerdo hubiesen enviado a algún francés guapo, como Emmanuel Moire, te prestaría toda la atención del mundo, tienes suerte de que te esté hablando en estos momentos.

—... ése idiota... Nunca me cayó bien... Bueno, prosigamos. Me han mandado del país de los peluches, cuyo lugar está sólo y exclusivamente reservado la visibilidad para niños con problemas psicológicos. A partir de ahora, seré tu guía y el que te ayude a encontrar el buen camino.

—¿Y ahora qué eres? ¿Un cura?—Frunció el ceño. —Sólo dime lo que me ibas a decir en un principio.

—¡Está bien! —exclamó este también harto— Me han mandado para ayudarte a que superes ese "falso amor" que estás sintiendo por tu hermano mayor. ¿Lo captas?

—Ningún amor es falso... —Bajó la cabeza.

—Ya, eso dicen todos. Casos de adolescentes que se enamoran con amores de ese tipo hay miles, como el alumno que se enamora de su profesor, de un mayor de edad...

—Eso es diferente. No me juzgues por ello, suficientemente doloroso ya es...

El peluche miró a Hikari un tanto serio (algo muy raro...) y se acercó a ella para posar su pequeña pezuña en su hombro. —Aunque no hayamos empezado con buen pie, he venido aquí para ayudarte, y realmente me importa hacer lo mejor para ti. Haré lo que pueda para que sigas adelante —apuntó el peluche.

Hikari le dedicó una débil sonrisa. —Perdona por querer destrozarte con las tijeras, pero... ¡Me alteraste! —rió. —¿Amigos?

—... bueno. Pero eso no quita que sigues siendo la misma niña mimada de siempre —soltó Jampier.

—¿A quién le dices niña mimada? —le fulminó con la mirada. —Buen y... ¿cómo pretendes ayudarme, bicho?

—Tengo nombre, niña mimada.

—No me importa, yo quiero decirte "bicho" —habló indiferente.— ¿Por qué no enviaron a un peluche de unicornio?—Se lamentó.

—Porque ninguno estaba a la altura de mi —dijo con aires de superioridad y enorgullecido a pesar de estar equivocado. Hikari lo miró con una gota de sudor corriéndole por el lateral del rostro— Y... ¿No me vas a preguntar como me llamo?

—No, te diré bicho, ya te dije. —Sentenció.

—Da igual, te lo diré igual: Mi nombre es Jampier Andre Joseph DeChatrebrian, aunque me

puedes llamar Jamp si gustas. Encantado de conocerte —tiró su sombrero, pretendiendo colarlo en la percha que tenía Hikari, pero cayó directamente al suelo. Jampier saltó hacia el suelo y se dirigió al sombrero, para luego pisotearlo ferozmente— ¡Estúpido sombrero! ¿Te gusta dejarme en ridículo? ¡Pues toma ésta, desgraciado! Hikari lo miró extrañada.

—Me alterarás... —advirtió tratando de contener una risita.— Tu nombre es muy largo, no voy a llamarte así.

—Bah, llámame Jampier a secas. No hace falta nombrar lo demás —volvió a subir a la cama— Como habrás notado, soy un detective francés muy famoso de la INTERPOL...

—¡No me digas! —fingió sorpresa. —Mi tia es la reina de Inglaterra. —sonrió en señal de

sarcasmo.

—La ignorancia forma parte del mundo, así que no te lo reprocho. En ese momento, al fin llegó Taichi de la calle, pegando un portazo con rabia. —Vaya, parece que tu amor no ha tenido suerte en la captura...

—¿Qué sucede, Tai? —preguntó mirándole un poco nerviosa.

—Nada, no encontré al imbécil que tiró el peluche -dijo mientras se dirigía a la cocina.

—Ya veo... —le siguió con la mirada.— Tai... muero de hambre...

—Espera un momento... se quemaron las lonchas de cerdo por el descuido. —¡Ja! Te lo mereces por esa falta de respeto al mundo puerco —rió Jampier. Hikari miró molesta al peluche

—¿Y si mejor salimos a desayunar?—propuso Hikari a su hermano.

Taichi observó la cocina, resignado. —Ve a vestirte —se volteó a mirarla, y puso una cara de circunstancia- ... ¿otra vez con ese peluche?

—Sólo no le prestes atención... ¿si? —suspiró. —Ahora vuelvo. —Kari comenzó a andar a su habitación.

Tai la miró muy extrañado. Se estaba comportando de una manera muy rara, y parecía que no se separaba de ese peluche (rarísimo, porque no era un peluche que llevara una chica siempre consigo). «Estará en esa edad...» , pensó para sí mismo.