Los personajes no me pertenecen. Son propiedad de Stephenie Meyer a excepcion de Lara.

Nota de la autora: Este fanfic esta escrito (en las primeras partes) desde el punto de vista de Lara, la hija que Renée tuvo con Phil. Bella ya no se encuentra en la vida de Renée y Lara quiere saber más sobre su media hermana, persona con la cual nunca tuvo contacto en su vida. ¿Es probable que 20 años después de la boda los Cullen sigan teniendo el mismo aspecto? ¿Qué sucedería si Lara encontrara a la nueva familia de su hermana? El secreto sería, probablemente, descubierto. ¿Podrá Renée soportar la verdad del destino que tuvo la vida de su primera hija? Y ¿Cómo reaccionaria Lara al conocer a los extraños amigos de los Cullen, podría mirar a un licántropo con la sensación de conocerlo de toda la vida?

Prólogo

El miedo me paralizó. Era imposible que aquel rostro perteneciera al mismo hombre, la primera vez que lo había visto tendría entre unos 27 y 30 años. Veinte años después... ¿Podría ser el mismo? ¿Su piel continuaría intacta? ¿Las arrugas no habrían comenzado a marcar su piel? ¿El paso de los años no debería notarse blanqueando su cabello? Pero este hombre no había cambiado, continuaba siendo igual de perfecto, insoportablemente hermoso. Algo me decía que debería huir, que tendría que tener miedo. Aquello no era normal, una persona no luce igual, el paso del tiempo nos afecta, nos hace crecer.

Sentía como mi instinto de supervivencia gritaba en mi interior para que saliera corriendo, que escapara de la situación. Pero mi curiosidad era más fuerte, mi mente estaba consciente de lo cerca que me hallaba de la verdad, no podía abandonar todo en este momento.

Él dio unos pasos en mi dirección, yo lo observaba con los ojos abiertos como platos, no podía componer mi rostro. Supuse que pensaría que mi cara de horror se debía al dolor, pero en este momento el dolor estaba superado, ya casi no lo sentía.

Se paró enfrente a mí y me examinó con ojos curiosos antes de hablar y dejarme shockeada con su aterciopelada voz.

Capítulo 1

Phoenix

Comencé a levantar las pesadas cajas que el camión de mudanzas había dejado en la vereda de la casa. Nuestra nueva casa. Hacía dos años que Renée había estado intentando convencernos para mudarnos y se nos habían acabado las excusas. Apenas terminé la secundaria mamá se puso en marcha para encontrar una casa. Mi papá, Phil, había conseguido un empleo como entrenador en una escuela del estado, solo para contentar a mamá. El motivo por el cual no queríamos mudarnos era solamente preocupación. Los recuerdos serían aún peor en Phoenix y no sabíamos si Renée podría soportarlos. La mudanza no nos molestaba, estábamos acostumbrados debido a los cambios de papá, no era agradable tener q cruzar el país de una punta a la otra para verlo jugar por lo que simplemente vivíamos mudándonos a la sede de su nuevo equipo. Durante épocas de clases yo prefería vivir con mi abuela para no tener que estar cambiándome de colegio constantemente.

Podía mostrarme agradecida de que la casa no fuera la misma, los nuevos dueños se habían negado a vendérnosla, para la gran desilusión de Renée, aunque en el fondo sabíamos que eso era una buena noticia. Era suficiente que volviera a Phoenix para también volver a la misma casa.

— ¿Ya elegiste tu habitación?

— No, estaba entrando estas cajas.

— Entonces va a ser mejor que te apures si no quieres que mamá y yo nos quedemos con la mejor.

—Entonces toma— le pase la caja a papá y corrí escaleras arriba, podía escuchar como Phil se carcajeaba. ¡No lo uses como excusa para dejar de ayudar con las cajas!

— Como sea—. Me sonreí mientras paseaba por el pasillo mirando las tres habitaciones, dos tenían baño, había una cuarta que era simplemente un baño grande. Me decidí por una de las que daba a la calle, tenia el piso de color madera clara y las paredes pintadas de un verde claro, una ventana balcón permitía que la luz del sol ingresara de lleno y alumbrara todo. Por suerte la casa contaba con aire acondicionado, así todo dejaría de estar tan sofocante.

Caminé hacia la enorme ventana para mirar como Renée y Phil tomaban dos cajas. El dulce rostro de mamá tenía una línea en el ceño cada vez más pronunciada, mientras los observaba papá le sacó la caja de las manos a mamá y la atrajo contra su pecho secándole con uno de sus dedos índices la lágrima que no había podido contener. Estas semanas serían complicadas.

— ¿Dormiste bien Lara?

— Si— no había necesidad de preocupar a mamá diciéndole que no había podido pegar un ojo en toda la noche. Mi mente estaba demasiado preocupada para alcanzar la tranquilidad necesaria y dormir.

— No hace falta que le mientas a la tonta de tu madre.

— Tal vez solo sea…

— Voy a estar bien mi amor, no te preocupes.

Preferí hacerme la tonta y no contestarle, mientras comía mis cereales. Ella me apoyo una de sus manos en la mía que se mantenía sobre la mesa.

— En serio, no hay nada que tenga que afligirte.

— Es que no quiero que te pases todo el día pensando en Bella.

— Eso es imposible, toda mi vida desde que naciste no hago otra cosa que pensar en ti y en ella, son lo más hermoso que me dio la vida.

Clavé la mirada en la mesa para que no viera como se me llenaban lo ojos de lágrimas.

— Buen día mis mujeres— papá no se había dado cuenta de nada.

— Phil aquí esta tu taza—. Mamá se levantó para prepararle el café a papá que en solo un segundo ya había desparramado el contenido de una caja en el piso.

Ese día nos dedicamos a ordenar todo y al final del día habíamos convertido el lugar en algo habitable. Mi habitación ya tenia mi toque personal y los cuadros que había colgado más las nuevas cortinas me hicieron sentir parte de la casa. Mientras colgaba en el baño unas toallas bordadas que la abuela nos había regalado papá y mamá discutían sobre poner una sábanas rosas en la cama. Pobre papá, nunca lo dejábamos opinar en la decoración. Habíamos decidido que la habitación restante se convertiría en su "escritorio" donde podría poner todas sus fotos con los diferentes equipos en lo que había jugado, sus trofeos y todas las cosas que le interesaran en estanterías. Él podría decorarlo a su gusto. Por el momento el escritorio estaba lleno de cajas, sabíamos que nunca se convertiría en lo que decíamos a menos que yo decidiera decorárselo como regalo de cumpleaños o algo parecido.

Luego de cenar y bañarnos Phil nos invitó al cine. La verdad era que todos estábamos cansados del día ajetreado pero nos parecía una buena idea despejarnos un poco y salir a recorrer la ciudad. Era sábado a la noche y yo no tenía con quien salir, no conocía a nadie en Phoenix así que no tenía otra alternativa mejor.

Mientras nos acercábamos a las partes más pobladas comencé a sentirme nostálgica. Las calles estaban repletas de jóvenes que reían, tomaban helados o simplemente caminaban en grupos. Solamente me quedaban dos semanas de vacaciones y las pasaría sola, sola con mis padres. Cuando comenzara el semestre solo volvería a tener contacto con una de mis mejores amigas, el resto terminaría disperso en diferentes estados. Quería volver a salir con ellos, reírme de sus bromas, pasear en el auto de Tom…solo éramos amigos, pero como me gustaría ser más que su amiga. Pensar en todo lo que había perdido al mudarme a Phoenix me puso de pésimo humor. Solo sentía estar perdiendo un sábado, en el auto, con mis viejos yendo a ver alguna estúpida película de vampiros.

Me gustaba salir con Phil y Renée, él era divertido, siempre gastando bromas y mamá se influenciaba contagiándose su buen humor, siempre la pasábamos bien juntos; pero hoy mi humor estaba colgando de un hilo y las cosas me parecían cada vez más negativas en este lugar.

Cuando llegamos al primer shopping con cine que encontramos papá y mamá fueron a comprar las entradas y yo me escabullí a la tienda de música. Era lo primero que hacía al entrar a un lugar como estos. Mientras paseaba por las estanterías observando los diferentes CDS, uno llamo mi atención. Lo tomé entre mis manos para darme cuenta que era la banda de sonido de la película que veríamos. Lo giré sobre si mismo para ver los temas y me sorprendió ver varios de mis bandas favoritas mezclados con otras canciones de música clásica.

— ¡Lara! Vamos, la película empieza dentro de diez minutos. Apurémonos antes que papá compre palomitas para un regimiento.

— No tengas miedo, prometo que no te dolerá.

La música sonaba a todo volumen, estridente. Las melodías pasaban del rock al clásico de forma vertiginosa. Ahora rock, ahora clásico, rock de nuevo. Las imágenes desfilaban por mi mente de forma confusa, demasiado rápidas como para entender de qué se trataban. Las pieles eran pálidas, los ojos brillaban con una extraña tonalidad dorada, uno, dos, tres, ocho rostros diferentes. La rápida sucesión de imágenes se detuvo en un rostro varonil, de cabellos cobrizos prolijamente desordenados. Él me miraba fijamente, con la más rara de las expresiones atravesándole la cara, mi instinto decía que debía tener miedo, pero mi cuerpo sentía furia, quería saltar sobre él y despedazarlo con mis manos, flexioné las rodillas preparando mi ataque. Pero él era más rápido que yo y en menos de un segundo sentí como sus puntiagudos dientes penetraban la piel de mi cuello. Con las manos intenté apartarlo de mi pero sus manos se aferraban fuertemente a las mías. Solo podía gritar. Gritar. Gritar.

—Aaahhh— me incorporé en la cama al mismo tiempo que dejaba de gritar. Maldita película. Era extraño, mi sueño solía ser tan pesado que nunca recordaba si había soñado. Y a pesar de los millones de películas de terror que había mirado, nunca fueron suficientes para hacerme tener pesadillas. Intenté recordar el sueño pero solo podía ver dientes puntiagudos y sentirlos contra mi piel. Aparté el edredón con un rápido movimiento, la noche estaba calurosa y sentía un sudor frío en la frente. Mi cuerpo estaba pegajoso. Me tumbé en la cama esperando que el cansancio me hiciera dormir de nuevo. No tarde demasiado en perder la conciencia. Esta vez sin pesadillas.

Ya había pasado una semana desde la mudanza. Mi cuarto había sufrido cuatro decoraciones diferentes para, finalmente, poner todo como estaba desde el principio. Ya no sabía que más hacer para matar el tiempo, me había hartado de Internet, ya tenía todas las canciones de mis bandas favoritas en el mp3 y me sabía todas las letras, hasta había sacado un par con el piano. Deambulé por la casa buscando que hacer, todo estaba limpio, mis padres no estaban, ¿Qué hago? ¿Qué hago?

La puerta del "escritorio" me llamó la atención. Ya tenía una tarea que me mantendría ocupada durante bastante tiempo. Abrí la puerta y observé las cajas abiertas, algunas vacías, lo que no estaba en esas cajas se encontraba desparramado por el piso, evidentemente papá había intentado acomodar algo para luego aburrirse a los cinco minutos.

Ordenar este chiquero no sería tarea fácil. Primero separaría el contenido de las cajas juntando las cosas iguales. Mientras acomodada una que solo tendría CDS y dvds encontré un grueso álbum. Curiosa lo abrí para saber de que se trataba. La primera página decía:

Recuerdo de nuestro casamiento.

Edward Cullen e Isabella Swan.

Las palabras impresas me dejaron atónita. Pasé la primera hoja para encontrarme con una foto de mi hermana vestida con un hermoso vestido blanco. Tenía un leve tono rosado en las mejillas y los ojos castaños le brillaban de emoción. Di vuelta una hoja más y vi un hombre sumamente apuesto, de cabellos cobrizos y ojos dorados. Tenía un traje negro que destacaba su imponente figura y una sonrisa resplandeciente cruzaba su perfecto semblante.

Nunca había visto este álbum, sabía toda la historia de Bella, sentía que la conocía en persona pero mamá me había mostrado unas pocas fotos de ella y casi ninguna de su adolescencia. Verla enfundada en un traje de novia, tan diferente y tan hermosa me había dejado sin palabras. Seguí pasando las páginas sin poder reconocer varios rostros. En una foto pude ver a Charlie, el papá de Bella, lo había visto algunas veces cuando Renée le pedía que viniera a visitarnos con su nueva esposa Sue. Y ella también estaba en algunas fotos pero me costó reconocerla debido a su corte de pelo varonil, con una chica y un chico, supuse que serían Seth y Leah, sus hijos. Todos lucían más jóvenes, intenté hacer el cálculo mentalmente, habían pasado aproximadamente 20 años. Sí, dos años después de la boda había nacido yo.

Intente recordar los nombres de los hermanos de Edward, mamá solo me los había dicho una vez. Una de las fotos mostraba cuatro de ellos, supuse que la más pequeña de alborotados cabellos negros sería Alice, y la rubia debía ser Rosalie, podía recordar la cara de mamá, mezcla de incredulidad y fascinación, cuando había pronunciado su nombre. Uno de los hombres era alto, fornido y de cabello negro rizado; el otro era igual de musculoso pero de cabellos dorados. Sus nombres no podía recordarlos. En las fotos del vals encontré una de Bella con un hombre rubio. Era sumamente apuesto, tan perfecto que daba escalofríos, todos lo hermanos de Edward eran sumamente bien parecidos, pero el brillo dorado de los ojos de este me llamaron aún más la atención, esos ojos desbordaban bondad, tenían un ápice de compasión que hacían que su rostro fuera lo más parecido a la visión de un ángel que había visto en mi vida. Él debía ser Carlisle, el padre adoptivo de Edward.

Mientras observaba el álbum un ruido me sobresaltó, era la puerta de entrada. Oculté el álbum en una caja y salí precipitadamente de la habitación cerrando la puerta detrás de mí.