¿Qué le pasa a Aoshi?

By: Tommy Hiragizawa

Los personajes no son míos, son del gran maestro de maestros, Nobushiro Watsuki. Ya quisiera yo poder crear una historia tan pero tan buena.

N. a: me tardé muchísimo, pero ya está aquí el último episodio de este fic. En un principio se supone que solo sería el anterior, pero a petición de la persona a la que está dedicado les traigo el segundo episodio.

He estado leyendo un montón, lo cual me quita tiempo para hacer chorros de cosas, pero es que los últimos libros de mi pequeñita biblioteca me han gustado mucho, una amiga está por prestarme el de "furia" y el segundo libro de "media noche".

Me encantó "dos velas para el diablo" de Laura Gallego, por lo que no voy a tardar en leer "la emperatriz de los etéreos" y lo que me falta de sus obras juveniles. Y si a alguien le gustan las novelas de misterio, recomiendo ampliamente los libros de Carlos Ruiz Zafón. Un escritor que vale mucho la pena leer.

En fin, no les aburro más con mi vida y mis libros.

Disfruten.

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Cáp. 2... ¿Qué le pasa a Misao?

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Un día cualquiera en el Aoiya conllevaba por lo menos un par de amenazas de ataque, recibir a policías de vez en cuando en el despacho de la Okashira, gritos a todas horas, lloriqueos de Okina ocasionales y de un tiempo para acá una que otra escapadita del ex –okashira y de la muchacha que ocupaba el puesto actualmente para hacer – ¡ejem! – cosas que hace cualquier parejas de recién casados.

La boda, muy poco tiempo después de que Shinomori hiciera suya por primera vez a su ahora esposa, fue una verdadera sorpresa para todos sus amigos. Cuando llegaron todos esperaban conocer al futuro esposo de su amiga, incluso Sanosuke se dio tiempo de parar un poco sus vacaciones obligadas por china para ir a la boda de la pequeña comadreja. Todos, y digo todos, quedaron impactados en un primer momento al ver a su amiga del brazo del cubo de hielo, pero no pudieron mas que sonreír al ver cumplirse el sueño de Misao. Ese día, Misao no había dejado de reír, hacer comentarios tontos y sonreír a los invitados con una alegría contagiosa. Aoshi también estaba feliz, pletórico por dentro ante las emociones que sentía en ese momento, rodeado de sus amigos, que no paraban de felicitarle por, al fin, hacer dado el paso con su protegida.

Aoshi pensó que tal vez por estarse culpando de algo de lo que nadie le culpaba ya se había perdido demasiado tiempo para disfrutar de Misao y de sus amistades, además de que al parecer, había sido el último en enterarse de sus propios sentimientos, porque todos, ahora sin miedo a ser rebanados por unas furiosas Kodachis, le comentaban que siempre lo habían intuido por la forma tan cálida y protectora con la que trataba y miraba a la chica de la larga trenza morena.

Y desde que el monje dijo "hasta que la muerte los separe", Aoshi Shinomori, ex–vengador, ex-perseguidor de Batousai, ex-okashira de los Oniwabanshu, ex-tutor de Misao Makimachi, y una larga lista de "ex", se prometió a si mismo procurar la felicidad de su esposa. Y probablemente, desde que habían regresado de su corta luna de miel (algo modesta ya que habían ido a la pensión donde una vez la chica estuvo con Himura y compañía y habían tenido que lidiar con la amenaza de aquél pintor de pacotilla para con la felicidad de Kaoru y su adorado samurai), habían estrenado de una manera muy – otro ¡ejem! – apasionada la mayoría de los rincones del Aoiya. Seguramente el único lugar donde les faltaba desatar toda su pasión era la estatua de Buda del templo, cosa que cambió poco después (léase el final del capítulo anterior).

Pero ese día en especial, algo iba mal. Aoshi hizo una lista tratando de confirmar sus malos presentimientos, que habían comenzando cuando su trasero se entumeció antes de tiempo. Miró a su alrededor y comenzó a enlistar…

Shiro y Okon se peleaban en la cocina: normal, ya casi comenzaban a arrancarse el cabello.

Omasu desaparecía después de que el maestro de Himura hiciera su aparición diaria en el Aoiya: normal, acababa de verlos salir juntos por la entrada del restaurante.

Okina chillaba a unas mujeres que le acababan de abofetear por intentar tocarles el trasero: bien, hasta tenía las mejillas algo amoratadas.

Misao corría hacia él con los brazos extendidos al oírlo llegar para besarlo casi hasta quitarle el aliento: bien… esperen, eso no está bien. Ya casi tenía… ¿Qué? 10 minutos de estar enlistando las situaciones comunes junto a la puerta del restaurante y ni siquiera un grito jubiloso al verlo llegar.

Se acercó a la cocina, interrumpiendo los jalones de pelo de Okon y Shiro con una aclaración de garganta.

Donde está Misao? – apenados, ambos ninjas alejaron sus manos del cabello del otro y lo miraron con una cara de no comprender – he dicho, ¿Dónde está Misao? –

Acaba de salir hacia el templo, ¿no se cruzó con ella? – aclaró la chica.

Quiso golpearse la cabeza con la palma de la mano al comprender que Misao había ido a buscarlo a un templo completamente vacío, porque el había tenido toda la mañana trabajo con el insoportable de Saito, que no dejaba de hacerle preguntas indiscreta y decir frasecitas en doble sentido, después de una corta meditación pre-entumecimiento de trasero.

Salió hacia su "adorado" templo de meditación, nótese que sus piernas y su trasero no estaban muy de acuerdo con él, buscando a Misao con la mirada por el camino, por si ella ya iba de regreso a la pensión. La encontró, pero no de la manera que le hubiera gustado. La chica estaba desmayada en medio del camino.

Misao! – corrió hacia ella y mandó a la mierda su porte de hombre inmutable, solo importaba ella.

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Decían que Aoshi Shinomori no sabía lo que era el miedo, ¿alguna vez alguien pudo estar más equivocado? Claro que no. El ninja conocía muy bien lo que era sentir el terror invadir cada poro de la piel y apagar el raciocinio de la mente sobre el cuerpo. Tenía miedo a muchas cosas. Temía perder a Misao y a sus familiares, los miembros del Aoiya. Temía perder a sus amigos. Tenía miedo a la muerte, porque sabía que no se encontraría con su mujer a donde quiera que fuese después de haber estirado la pata. Pero un temor al que diariamente se enfrentaba era a la misma Misao. Justo en ese momento Aoshi no comprendía como no había comenzado a sudar frío y echado a correr.

Misao, no hay razón para que te pongas así – tarde o temprano, mas temprano que tarde, Aoshi sabía que comenzaría a temblar.

¿No hay razón para que me ponga así? ¿no hay razón?!!!! – chilló ella y Aoshi ahora si que comenzó a sudar. – te estaba coqueteando!!! En mis narices!!! –

técnicamente, solo tienes una nariz querida – trató de bromear para aligerar un poco el ambiente.

No trates de ponerte gracioso Shinomori!!! – saltó y lo tomó por el cuello, dio una vuelta en el aire y lanzo toda la humanidad de su marido contra la pared. – ni siquiera la pusiste en su lugar!!! – de pronto los ojos de Misao se aguaron - ¿ya no me quieres verdad? ¿Cómo voy a estar fea y gorda tu ya no me quieres? – los sollozos y lloriqueos impregnaron la habitación.

Misao, esa mujer tenía 70 años y solo me estaba pidiendo indicaciones para llegar al centro de la ciudad –

Ves!!! Me cambias hasta por una ancianita!!! Asalta tumbas!!! – le lanzó 10 kunais que lo hubieran dejado como colador de no haber sido por que evitó el impacto con un libro que tenía en la mano.

Jamás te cambiaría Misao – iba a acercarse, pero fue ella misma la que se lanzó a sus brazos para abrazarlo.

No quiero perderte, te amo – lo apretó entre sus brazos hasta casi dejarlo sin aire

Misao, no… -

Lo se, soy una exagerada, pero sabes que estoy algo sensible –

No puedo… -

Se que no vas a dejarme, tu mismo me lo has dicho muchas veces – Aoshi intentó liberarse del súper abrazo de su mujer - ¿por qué me quitas? – se volvió a verlo – Aoshi, ¿por qué estás morado? –

Pas!!!

Aoshi cayó desmayado por no poder inhalar aire correctamente.

A la mañana siguiente, cuando al fin pudo despertar, se recordó no volver a hablar nunca con viejitas delante de su esposa.

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Aoshi tenía ya unas dos horas caminando por el centro de Kyoto buscando a un maldito vendedor que pudiera venderle un paquete de chocolates con cerezas, de esos que los suizos estaban haciendo tan famosos en todos los rincones del mundo y que él no podía tocar desde que supo que uno de sus tantos ingredientes era licor. Sudó frío de solo recordar las cosas que hacía en su cuerpo un solo vaso de sake (léase "por una copa de sake" de Okashira Janet si es que no tiene idea de cómo puede ser Aoshi borracho). Por eso mismo no se arriesgaba a probar aquellos dulces por muy poca concentración etílica que tuvieran. Estaba claro que un Aoshi Shinomori borracho era un peligro para cualquier alma, ya fuera culpable o inocente, que estuviera a su alrededor, ni pensar en las vergüenzas que resultaban para él aquellos desplantes de locura momentánea que un simple trago de esa droga lograba en él.

Entonces la pregunta era, en esta ocasión, ¿Por qué diantres el ex-okashira del oniwabanshu está buscando chocolates de cereza con licor de café, más específicamente?

La respuesta para esta lógica pregunta es posible encontrarla en la afortunada e hiperactiva esposa del ninja, la ahora Misao Shinomori.

Tenían apenas 6 meses de estar casados, felizmente casados, puede añadir el shinobi con una firmeza que a muchos dejaría pasmados. Y que meses! La mujer que ahora mismo lo esperaba en casa, en definitiva, era todo y más de lo que un hombre puede esperar en una mujer. Es la persona que más lo conoce y siempre sabe cuando necesita sus palabras o sus silencios. Lo despierta cada mañana con un beso suave sobre los labios y después de su sesión de "jugueteos" matutinos, le prepara un buen desayuno. Por la tarde, cuando ella ya ha acabado sus tareas como Okashira, siempre se toma el tiempo necesario para llevarle hasta el templo una taza humeante de te verde recién hecho, ese que tanto le gusta y que solo ella sabe preparar con la concentración adecuada de hijas; y ya por la noche, cuando al fin terminan sus tareas en el restaurante, lo arropa en el futon y después se acuesta a su lado, lo besa y si la noche lo permite, desatan toda la pasión que sus cuerpos contenían.

Para él, Misao era la mujer perfecta, o por lo menos cuando no se ponía histérica a gritarle o exigirle a voz de grito que le llevara comida extraña a casa o cuando su carácter no explotaba hasta el punto de atacarlo con una fuerza que si él no fuera más fuerte y estuviera mejor entrenado, ya estaría muerto en esos momentos.

¿Pero qué podían hacer aquellos intentos de asesinato, los constantes desplantes y el mal humor de la chica contra toda la felicidad que le ha proporcionado todo ese tiempo?

Muchos pensarían que Aoshi Shinomori había enloquecido a base de tanto meditar por aguantar tales cosas por parte de su mujer. Muchos ya se preguntaban si no estaba al borde de perder completamente la cabeza. Pero a fin de cuentas, todo aquello era hormonalmente normal.

Sí, normal.

Después de todo una mujer embarazada tiene que tener antojos extravagantes, variaciones bruscas de temperamento y volverse un "poco" más violenta.

El ex-okashira no pensó que en tan poco tiempo cumpliría lo que se había propuesto. Una vez pensó que sería buena idea seguir los pasos de Himura. Casarse, vivir tranquilo, tener hijos y hacer feliz en lo que pudiera a la mujer que lo hacía tan feliz a él.

Saliendo de sus pensamientos, gracias a la intervención oportuna de una ancianita perdida que le pidió instrucciones para llegar a uno de los tantos templos de la ciudad, ancianita de la cual huyó como endemoniado, pensando en la última vez que había pasado algo parecido, descubrió que estuvo a punto de pasarse la tienda donde vendían los dulces que su esposa le había exigido comprar. Entró por la puerta que ponía en letras grandes y coloridas "Chocolates" y compró lo que Misao le encargó. Tuvo que llevar de dos tipos diferentes porque le encargado, que por cierto era un afeminado que se le hacía raramente conocido, se pasó todo el tiempo diciéndole que tenía que especificar si quería Chocolate con cerezas con licor de café dulces o amargos, por lo que ahora regresaba a casa con dos paquetes de chocolates distintos y un enojo con el cual ni él mismo se soportaba.

Cuando entró en el Aoiya, lo primero que escuchó fueron las risas ahogadas de Shiro y Kuro, y no los culpaba por reírse, porque, ¿a quien en su sano juicio, meses antes, se le hubiera pasado por la cabeza que algún día Shinomori iría de compras, específicamente a comprar chocolates para su esposa embarazada con problemas hormonales? Es más, probablemente, si alguien se lo hubiera dicho, Aoshi hubiera alzado la cabeza, hubiera susurrado algo parecido a "chorradas" y se hubiera encerrado en su meditación sin darle más vueltas al asunto.

Soltó un suspiro cansado antes de entrar a la habitación de donde provenían los gritos encolerizados de su mujer.

Me importa una mierda que Saito diga que no mandé suficientes miembros, recuérdale, pedazo de escoba desgastada, que Oniwabanshus quedamos pocos y que si quiere más, que se joda – Aoshi tuvo ganas de reír al escuchar el florido lenguaje que utilizaba Misao. Lo único que esperaba es que su hijo o hija supiera controlar un poco más su lengua.

Pero… -

Lárgate de una vez!!! – el chillido casi deja sordos a los dos hombres.

Cuando al fin Cho entendió que no conseguiría nada quedándose ahí, y que el único que lograría algo de esa mujer, si es que lo lograba, era un jefe directamente, salió del despacho de la Okashira, pasando por un lado del moreno.

No entiendo como es que aguanta a esa mujer –

Ante las palabras del rubio, Aoshi solo pudo encoger los hombros, después de todo ni él sabía bien como lo hacía, si es que lo veía desde una perspectiva objetiva. Corrió el shoji y tuvo que contener su risa con su mejor cara de póquer ante el rostro enfuruñado de Misao y su porte de chica mala con los brazos cruzados.

Algún día entenderá Saito que el mundo no gira en torno suyo? – refunfuñó mientras jugaba con la punta de su interminable trenza azul-azabache.

Que te haría dejar ese ceño fruncido tan feo? – Misao sonrió, porque para ella cualquier cosa quedaba en el pasado y en muy lejano segundo plano cuando Aoshi se mostraba así de cariñoso con ella. Una idea iluminó su pequeña cabeza de comadreja y, moviéndose con toda la sensualidad que sus 3 meses de embarazo le permitían, se acercó hasta pegar todas sus formas al cuerpo rígido de su esposo.

Que te parece esto, tu, yo, el escritorio y esos chocolates? –

El único pensamiento que cruzó por la cabeza del cubo de hielo, ahora semiderretido, fue un "bendito sea el embarazo". El segundo mes del mismo había pasado sus días y la mayor parte de sus noches de un lado a otro buscando comidas extrañas que de la nada Misao sentía la necesidad de comer, y si no lo encontraba, ponía su mejor cara de cachorro abandonado y, con lágrimas gruesas nublándole la vista, soltaba frases como "nuestro hijo nacerá con cara de sopa miso con helado y yogurt, ¿quieres que nuestro hijo nazca con cara de sopa miso?". Aoshi encontraba aquello completamente absurdo. Primero que nada, ¿Quién puede tener cara de sopa miso? Y si eso era posible, ¿no habría también personas con la cara tan larga y plana como un fideo de ramen?. Segundo, ¿de donde demonios había sacado esa tontería su esposa?. Y tercero, pero no menos importante, ¿desde cuando tenía tanto tiempo libre como para ponerse a pensar si podía existir una persona con cara de fideo?

Gracias a dios, con la llegada del tercer mes de gestión de su hijo, o hija, también habían disminuido los antojos y la rareza de los mismos. De hecho, esos chocolates eran los primeros que la señora Shinomori le pedía en lo que iba del mes. Pero al mismo tiempo en que los antojos alimenticios habían disminuido, loa antojos sexuales habían aumentado considerablemente. Era como una regla de tres… o una de esas leyes físicas. El apetito sexual de Misao era inversamente proporcional a su exótico repertorio de alimentos. Prácticamente ese mes ya habían utilizado cualquier espacio del Aoiya para hacerlo como conejos.

Tomó a Misao por la cintura y la elevó, haciéndola enredar sus largas, largas piernas en su cintura, haciendo chocar sus sexos por sobre las ropas.

Mejor esto, tu, yo y la pared – le respiró en el cuello, tentándola a sucumbir de una vez al deseo que los corroía por dentro.

O mejor aún, primer acto: tu, yo y la pared; segundo acto: tu, yo, el escritorio y los chocolates – comenzó a restregarse contra la anatomía al completo del hombre.

Podemos tener un tercer acto? –

Si te quedan fuerzas te dejo elegir la continuación del tu y yo –

La besó desesperado y la tomó por las nalgas para hacer más presente la fricción de sus intimidades, mientras que con pasos apresurados se acercó a la pared más cercana para apoyar en ella la espalda de la chica. Una de sus manos abandonó la redondez de su trasero y le deshizo la trenza que aprisionaba sus cabellos, pero que lograba que su pelo, naturalmente liso, se rizara de aquella manera tan tierna y atrayente a la vez. La sola imagen de ella, recostaba en el futon con el manto de su cabello ondulado como fondo lo hacía estremecer. Misao perdió sus dedos en el cabello de Aoshi, se arqueó hacia atrás y le ofreció su cuello al completo para que lo besara. El shinobi besó de manera lenta, muy, muy lenta el largo, blanco y fino cuello de su mujer, oyéndola jadear de vez en vez y lanzar cortos y tímidos gemidos cuando raspaba la sensible piel de la zona con sus dientes, como si estuviera listo para morderla en cualquier minuto. Los sonidos que emitía Misao lo enloquecían poco a poco, muy poco a poco, pero aumentando peligrosamente la rapidez del aumento de esa locura, al grado de que, cuando vino a su cabeza la posibilidad de ser descubiertos, solo se excitó más.

A… o… shi – la llamada fue camuflada sin querer con jadeos y suspiros - nos van a descubrir, no cerraste la puerta – echó la cabeza hacia atrás y se mordió el labio inferior para no gemir más fuerte cuando él le mordió al fin el hombro.

Que importa si entran? – le sacó la parte superior de su traje ninja con una rapidez asombrosa y con un kunai se deshizo de las vendas que le impedían ver sus senos, sus hermosos y magnéticos senos. – además- apretó uno de ellos con su mano, oyendo un grito entre el dolor y el placer como respuesta. – quien entre solo verá mi trasero, de ti lo único que sabrá es la forma en la que gemirás mi nombre –

Misao le hincó las unas en la espalda cuando su lengua le endureció los pezones. Todo el cuerpo de ella se estremecía y se sacudía en medio de ondas eléctricas. Cambió de pezón y con la mano que antes atendía a su nueva víctima le recorrió el vientre apenas abultado, metiendo, al final de su recorrido, la mano dentro de su ropa interior, sorprendiéndose de lo rápido que se había humedecido su sexo.

Le mordió el pezón y ella, en medio de la tensión, no pudo evitar romper la tela del aori de Aoshi.

Penétrame ya!- exigió, sin poder aguantar más la presión que sentía en su bajo vientre.

Con ayuda de las manos de Misao terminaron de desvestirse, recorrió su cuerpo una última vez al completo y la penetró con fuerza. Maravillándose como si fuera la primera vez de lo estrecho de su envolvente calidez y la perfección con que sus cuerpos encajaban. El vaivén comenzó lento pero profundo, sin durar mucho de aquella manera por la desesperación que los consumía. Aumentó la velocidad, la fuerza y la profundidad. La hizo retorcerse y moverse contra él con locura. Se detuvo solo un momento para darle la vuelta. La dejó pegada a la pared con las piernas flexionadas hacia arriba, sostenida únicamente por sus manos grandes y fuertes y las uñas de ella que arañaban la pared mientras volvía a comenzar con las embestidas, esta vez en una posición que nunca antes habían probado.

A cada embiste se acercaban un poco más a la cúspide del placer y a esa liberación húmeda y deliciosa que los envolvería cuando fuera alcanzado el clímax.

Seguramente los gemidos de Misao ya hubieran advertido a todos y cada uno de los miembros del Aoiya de lo que ocurría en aquella pequeña oficina, y no dudaba que alguno, ajeno a la familia, pensaría que eran unos perfectos depravados. Pero, ¿qué si lo eran? Oírla gemir era un placer para los sentidos y lo mejor era que solo él la hacía estremecer de aquella manera.

La mente de ambos quedó en blanco y gimieron el nombre del otro al tiempo que se liberaban.

Kami-sama – suspiró ella mientras él le permitía, al fin tocar otra vez el suelo y se volvía hacia él. Lo abrazó, lo besó y le habó al oído – quiero mi segundo –

La tomó en brazos y la acostó sobre el escritorio para comenzar a besar el valle de sus senos.

Vas a gritar tanto que no tendrás voz mañana – soltó en un ronroneo gutural que salió de lo más hondo de su pecho. Misao rió con aires de haber cometido una travesura.

Mañana no podré gritarle al lobo –

Me debe los oídos –

Los labios de Aoshi la besaron en un camino descendente. Sus pechos, su vientre, su sexo. Lamió los labios vaginales y mordió su clítoris. Estimuló su intimidad con lentitud, desesperándola. Ella le impidió seguir con su tarea y lo dejó bajo su peso sobre el escritorio. Bajó hasta su virilidad semierecta y la lamió de arriba debajo de manera lenta, como él mismo había hecho con ella. Se dio la vuelta, colocando una pierna a cada lado de los anchos hombros y volvió a lamer el pene de su marido. Aoshi no necesitó otra cosa para entender el mensaje, no tardó en elevar un poco el tronco, inclinar el cuello y atacar una vez más la intimidad que ella misma le ofrecía. Cuando él aumentaba el ritmo de sus lamidas ella hacía lo mismo. Si Aoshi introducía su lengua dentro de su estrecha cavidad, Misao introducía el miembro en su boca. Y si, además, el shinobi lamía su clítoris e introducía tres de sus dedos en ella, la kunoichi movía su cabeza de arriba abajo, simulando las penetraciones y con su mano acariciaba los testículos de Aoshi.

Ninguno de los dos pudo avisar al otro cuando llegó la culminación. Misao quedó con la cara manchada de semen y Aoshi tuvo que lamer el interior del muslo de Misao para no dejar escapar parte de la esencia de la chica, que escurría por su pierna. Gateó sobre él y lo besó en los labios, limpiándose el semen de la cara mientras lo hacía.

Hemos… olvidado… los chocolates – tomó uno de la bolsa, lo llevó a sus labios y se lo ofreció al ninja, que, privado de todo su juicio, no dudó en comer el dulce de los labios de su esposa. Puso otro sobre la manzana de adán de Shinomori y mientras lo comía, lamía su piel para no dejar rastro del chocolate.

Aoshi se incorporó, quedando sentado sobre el escritorio con ella sentada a horcajadas sobre él. Volvió a penetrarla y dejó que desde esa posición ella dominara el ritmo de las embestidas. Gozaba de la vista de tener a su mujer con los ojos cerrados, las mejillas encendidas, los cabellos ondulados cayendo como cascada en su espalda y sus senos subiendo y bajando una y otra vez ante sus ojos. Una de sus manos la ayudaba a elevarse para que se empalara en él, la otra le estimulaba el clítoris y su boca atendía el pecho que tuvo más a su alcance.

Llegaron al orgasmo, primero ella, luego él, y se desplomaron sobre el escritorio. Jadeaban sincronizados y sus corazones latían al unísono. Misao dibujaba figuras incoherentes sobre el pecho de Aoshi y le besó el hombro fugazmente.

Te amo – la abrazó cuando escuchó aquellas dos palabras que lograban hacerlo el hombre más feliz del mundo cada vez que eran pronunciadas – Vamos a tener tercer acto? – sonrió coqueta.

Tu, yo, y la bañera –

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Aoshi Shinomori creía que conocía toda la fuerza bestial de su esposa Misao.

Que equivocado estaba.

En ese justo momento, cuando ella jadeaba con sonoridad y escupía maldiciones cada dos segundos mientras le apretaba la mano, Aoshi había comprendido que se siente que una prensa te coja la mano. Pero no le importaba terminar manco con tal de estar ahí justo en ese momento. Podía escuchar a Okina chillar al otro lado del Shoji, solo de manera muy lejana. Lo único que en ese momento tenía toda su atención era el respirar entrecortado de Misao y el aroma a metal que inundaba la habitación.

Okon se acercó a ella para ponerle un paño frío sobre la cabeza y secarle el sudor, diciéndole que ya no faltaba mucho. Misao solo contestó con otro montón de maldiciones.

Solo un poco más Shinomori-san –

Ah!!!!!!!! – volvió a gritar ella, haciendo caso a la mujer que estaba entre sus piernas. Casi pudo escuchar como las paredes vaginales de Misao se expandían para dar paso a la cabeza de su hijo. "O hija" se dijo mentalmente. Volvió a ver a Misao. Tenía el rostro crispado por el dolor, el cabello revuelto y sudaba a mares, pero él podía jurar que nunca la había visto más bella que en ese justo momento. Ella era la criatura más perfecta y mal hablada que conocía.

Ya está la cabeza fuera, una última vez señora –

Ah!!!!!! – y el chillido de su esposa se detuvo, siendo sustituido por el llanto del neonato. El llanto comprobó lo tan hijo o hija que era de Misao, fue poderoso y estridente, justo como los gritos de su madre. Ella se llevó la manos a la boca, ahogando un gemido de felicidad. Él volvió a tomas una de ellas entre las suyas, acariciándole el dorso con el dedo pulgar. La partera terminó de cortar el cordón umbilical, limpiarlo y arroparlo, causando que ambos, Misao y Aoshi se desesperaran por sabes por fin que era.

Felicidades, son padres de una hermosa, hermosa niña – y dejó a la pequeña adquisición del Oni sobre el pecho de su madre, que lloraba, feliz de tenerla por fin entre sus brazos.

Aoshi, por su parte, estaba completamente embobado con sus dos mujeres. Pensó el lo pequeña y frágil que se veía su hija mientras era abrazada por su madre, en lo hermosa que sería y en todos los patanes que tendría que ahuyentar para que ella no se fuera a enamorar antes de tiempo. La imaginó como su madre, fuerte, decidida y completamente autosuficiente. El corazón le dio un brinco en el pecho de orgullo.

Ese 21 de diciembre, cuando le pusieron a su Nanako en brazos y miró sorprendido como ella tenía sus ojos y la mata azabache de Misao, justo en ese momento supo que esa vida valía la pena. Supo que importaba un reverendo cacahuate el haber sido un maldito psicópata, amargado y muchos otros calificativos que se le podían aplicar. Comprendió también que alguien allá arriba debía de quererlo mucho, porque al final, la vida se había apiadado de su atormentada alma. Le había dado a esas dos mujercitas hermosas a las que protegería, mimaría y amaría con toda su frustrada persona y las haría todo lo felices que pudiera hacerlas. Porque ahora tenía una vida nueva, una familia por la que velar, un clan, un mundo dizque pacifico en el cual vivir y ver crecer a todos los hijos que tuvieran juntos y un futuro muy largo, en el cual dudaba que sus Kodachis se quedaran por mucho tiempo sin usar.

Oh kami-sama! Que Dios se apiadara de quien se acercara a su pequeñita, porque él no lo haría.

Fin

Konichiwa!!!

Bueno, aquí está la segunda parte, y final, de "lo que le pasa a Aoshi"

El capítulo anterior era el regalo de cumpleaños de Okashira Janet, y como no sabía si hacer lemon o no le había dejado esa decisión a ella, a fin de cuentas era su historia. Y ya ven, me dijo que le gustaría mucho, y yo me puse a hacer el fic. Pero es que tenía dos historias para este mismo capítulo, cada uno con unas 6 hojas, y al final me decidí por tomar un poco de cada una y me quedó esto, 9 hojas de puro fanfiction.

Creo que me pasé un poquitín con el lemon, pero es que hace mucho que no escribía y a mi parecer me quedó un poco tosco, aún así, después de pensarlo un poco, creo que es como debe de ser Aoshi en la cama. Todo una fiera. Dicen que los hombres serios normalmente lo son.

En fin. Fue un gusto volver a sentarme frente a mi computadora a teclear hasta que se me cansaron la manos.

Un beso muy fuerte a todos.

Atte: tommy