Su Niña

Y él la miraba en medio de la sala mientras ella danzaba. Una inmensa alegría inundaba todo su ser en ese preciso instante de eternidad. Había comenzado a entrar al cielo al observar a su pequeña sonreír, plena de felicidad, al compás de la música de su violín. Verla bailar, dar piruetas alrededor de los muebles traídos del mundo.

Estaba a punto de terminar la última canción del repertorio cuando quedó parada en medio de la sala. Su vestido plateado paró de jugar con el viento que la envolvía. Acató la orden del cuerpo. Sus rizos optaron la misma paz que el vestido. Su rostro pasó de la felicidad a la añoranza. Su vista quedo plantada en el gran ventanal que daba al bosque que rodeaba la inmensa mansión y, sin previo aviso, las comisuras de sus labios se alzaron, formando una diminuta pero verdadera sonrisa.

Él quedo pasmado ante la reacción de su niña e inmediatamente dejó el violín sobre una mesa de madera y corrió a su lado. Observo sus ojos color esmeralda y dirigió la mirada al mismo punto que ella. No noto nada fuera de lo común. Solo observaba un hermoso atardecer. El sol bañaba todo el campo con distintos tonos de rojo y amarillo. La gran estrella comenzaba a hundirse en el horizonte y dejaba paso a la luz transparente de la luna. Faltaban pocos segundos para que el sol desapareciese en el ocaso, cuando la pequeña decidió romper el silencio con un largo y profundo suspiro dedicado a la luna que comenzaba a asomar su luz. El padre hizo caso omiso del suspiro debido a que algo le había llamado aún más la atención.

Esa luna comenzaba a abrirse paso en el infinito cielo pero con un punto de diferencia. Al principio él comenzó a horrorizarse y luego, con una mueca, cambio de ánimo. La luna no tenía ese blanco transparente que la identificaba y diferenciaba de las otras bellezas planeta. Estaba de un rojo con poca fuerza, pálido, un rojo…. esmeralda. El mismo que el de los ojos de su pequeña.

Ella dejo de observar al gran astro y se encontró con una sonrisa en los labios de su padre y unos ojos de reproche. Le devolvió la sonrisa y habló:

- ¿No te parece bonita? – le pregunto con inocencia

- Mucho – le contesto pero añadió- demasiado… ¿cuantas veces te he dicho que no juegues con la naturaleza?

- Creo que no las suficientes – le respondió

- También creo lo mismo – aprobó

- Sabes…- le dijo la pequeña- eres unas de las personas de las cuales jamás querría separarme

- Sabes… - le imito- yo tampoco

La tomó por su angosta cintura y la alzó para darle vueltas en el aire. Ella reprimió un grito de alegría y le sonrió. Él la atrajo hacía su cuerpo y la abrazó, olvidándose que podría ser mas fuerte que ella aunque ambos fueran… vampiros.

Ese pequeño regalo le sirvió para poder empezar a perdonarse, para poder entender que lo único que su hija anhelaba era la felicidad de él.

Desde ese día comenzaría a perdonarse por no haber podido compartir a aquella luz con su esposa.

Ese día sería el primero de verdadera eternidad con su hija.

Habían pasado trece años juntos, pero recién ese día comenzó a acercarse a la paternidad.

Comenzó a darse cuenta que la pequeña criaturita que tenía en sus brazos en ese momento era el cuerpo frágil de su pequeña.

Ese día fue el primero en el que comenzó a tocar el cielo con sus manos de mármol… acompañado del calor de las manitas de su hija. De su pequeña. De Su Niña.