Hicieron falta más de cinco catapultas de guisantes con una cuchara, para que Hermione saliera de su ensimismamiento. El último le había dado justo en la punta de la nariz y eso era lo único que le había hecho darse cuenta de que Ron se había pasado los últimos diez minutos de la comida intentándole probar a Harry su teoría de que ella, de alguna manera, estaba volviendo a usar una especie de giratiempos mental que la hacía estar presente sólo físicamente. Ella les miró, aturdida al principio, enfadada un instante después. Se llevó la mano derecha al pelo y no pudo evitar esbozar una mueca de asco cuando notó la salsa que bañaba los guisantes por todo el pelo castaño.

—¡Por Morgana! Ronald Weasley, ¿qué demonios crees que estás haciendo?

El pelirrojo la miró sorprendido y, en vez de contestarle a ella, dirigió su pregunta a Harry.

—¿Desde cuando Hermione habla así?

Su mejor amigo se encogió de hombros.

—Le has llenado todo el pelo de salsa de almendras, creo que tiene todo el derecho a hablar como quiera.

—Bueno, no recuerdo que me detuvieras ninguna de las veces que lo he hecho.

—De hecho sí que lo he intentado, pero tú…

—Esto… ¿hola?

—Ahora no, Hermione. Espera —la chica no daba crédito a lo que acababa de oír —. Susurrarme un «se va a enfadar» no creo que cuente como una manera viril y clara de defender el honor de una dama. Aunque estemos hablando de Hermione.

¡Ya era suficiente!

Hermione se bebió de un trago el zumo de calabaza que quedaba en su copa, cogió los libros de Defensa contra las Artes Oscuras y Pociones que había dejado a su lado en el banco y se levantó. Sopesó la posibilidad de despedirse de sus amigos, pero se lo pensó mejor. Ambos estaban inmersos en una estúpida discusión que no sólo había conseguido amargarle la comida, sino que haría que encima no le hicieran el más mínimo caso y ella acabara sintiéndose una idiota. Así que no lo pensó una segunda vez y salió del Salón Comedor sin mirar atrás.

En aquellos momentos, sólo podía pensar en la redacción que Slughorn les había mandado para mañana y aunque lo que más le hubiera gustado habría sido dirigirse a la biblioteca para acabarla, sabía que antes tenía una cita más importante que no podía eludir. Se dio prisa. Un par de veces, las escaleras cambiantes de Hogwarts la hicieron tener que tomar otros caminos alternativos más largos, pero al final consiguió llegar hasta la gárgola del tercer piso.

—El mejor amigo del mago es y siempre será el gato —recitó solemnemente, como si se tratara de una frase arcana y poderosa, más que de una simple contraseña estúpida.

La gárgola se hizo a un lado y Hermione puso un pie en la escalera mágica antes de que esta comenzara a moverse. No le sorprendió ver a la directora Minerva McGonagall esperándola al final de aquella escalera.

—Buenas tardes, señorita Granger. Me alegra que haya podido sacar un hueco para esta reunión.

—¿Acaso tenía otra alternativa? —en su mente, Hermione decía aquello en forma de susurro inaudible, una pequeña rebeldía que se concedía a sí misma, pero en la realidad su voz le falló y por la mirada reprobatoria que le echó su profesora supo que lo que debía ser un murmullo había acabado siendo una impertinencia alta y clara.

—Vamos, Minerva, no se lo tengas en cuenta a la señorita Granger —ambas desviaron la mirada hacia el retrato de Albus Dumbledore que había sobre el escritorio de la directora—. Te hemos llamado porque queríamos saber si todo iba bien con la misión, Hermione.

—Tan bien como cabe esperar, señor —se limitó ella a decir. Los libros empezaban a pesarle en los brazos.

—Hemos oído que últimamente te estás acercando mucho a Nott.

—¿Oído? ¿Por parte de quién? —a ninguno le hizo falta contestar—. Los cuadros…

—Sí. Lo sentimos, Hermione, si en algún momento te sientes observada o que no se respeta tu intimidad —dudaba que lo sintieran de verdad—, pero debes comprender que tenemos entre manos una situación muy delicada que requiere una atención especial.

La gryffindor no dijo nada. Ya había cometido el error de dar voz a sus verdaderos pensamientos hacía tan solo unos minutos y sería un error que no volvería a cometer.

—¿Y?

Aunque era McGonagall la que había hablado, era a Dumbledore a quien Hermione miraba fijamente cuando contestó.

—Sí, le han informado bien, señor. Creo que Nott está empezando a sentir algo por mí, pero no estoy segura de que sea el camino más fiable, yo…

Hermione titubeó. Dumbledore entrecerró sus ojos de óleo, intrigado.

—¿Usted qué? —su voz era sedosa, atractiva y por alguna extraña razón que no era capaz de identificar, Hermione se cerró. Repelida por la urgencia encubierta de aquella voz.

—Yo voy a tener que trabajar más esa amistad. Aún está demasiado fría para poder hacer avances significativos. Lo siento —se obligó a sí misma a fingir una expresión abatida, de pesar—. Ojalá pudiera traer mejores noticias.

McGonagall se dirigió a su escritorio de roble macizo, dando un par de palmadas por el camino. Abrió uno de los cajones de la izquierda y sacó un objeto pequeño, parecido a un medallón.

—¿Qué es eso? —desde donde estaba, Hermione no lo podía ver con claridad, pero lo poco que veía le pareció sublime.

—Un arma.

La chica no entendía nada.

—No lo entiendo.

—Ya lo hará, señorita Granger. Igual que Belerofonte tuvo su lanza para vencer a la Quimera, usted dispondrá de este medallón para llevar a cabo su tarea.

oOoOoOoOoOoOoOoOoOo

La redacción sobre los usos poco frecuentes de la Belladona no le había quedado todo lo bien que hubiera deseado. Y así mismo se lo había recalcado Slughorn aquella mañana de viernes. Hermione se hundió un poco más en su asiento, al lado de Lavender, si el obtuso de su profesor se había dado cuenta de la poca calidad de su redacción es que debía ser peor de lo que imaginaba. Lav le dio un par de palmadas de ánimo en el hombro.

—Sé que para ti un notable debe ser el fin del mundo, Mione —le susurró junto al oído—, pero tampoco es tan malo. Te lo aseguro. Vamos, anímate.

—Creo que debería repetirla…

—¡De eso nada! —negó la rubia categóricamente—. Empieza el fin de semana y esta tarde tenemos partido de quidditch contra slytherin.

Hermione alzó una ceja y transformó su rostro abatido en una mueca que bien venía a decirle que si pensaba que iba a ir al partido es que su amiga estaba loca.

—Ni se te ocurra mirarme así. Vas a venir y si he de usar toda la magia de Luna, Ginny y Pavarti, lo haré. No dudes por un instante que lo haré. Hoy juega mi Ro-Ro y le he prometido que todas iríamos a verle y animarle.

Hermione cerró los ojos, vencida. No era muy normal en ella, pero por una vez se concedió un poco de diversión y descanso a sí misma. Además, aquel viernes era un viernes especial. Si tenían partido, Draco no tendría tiempo de verla en aquella madriguera de serpientes secreta. Y eso tenía que celebrarlo.

—Está bien. Iré al partido.

Lavender sonrió de oreja a oreja. Hermione entrecerró los ojos, temerosa de quedarse ciega ante tanta luminosidad.

—¿Yyyyyyyyyyy?

—¿Yyyyyyyyyyy? —repitió Hermione sin saber a qué se refería su amiga.

—¡Y vendrás antes a la fiesta de preparación pre-partido!

Librarse de esa fiesta habría sido más complicado que despistar al calamar gigante del lago en un bañito a la luz de la luna. Y sí, Hermione había escuchado historias de alumnos que habían fallado intentándolo. Historias casi siempre de la boca de Fred o George. Cualquier excusa era buena para que los leones montaran una fiesta improvisada en su sala común. Como prefecta, debía haber censurado la primera botella de whisky de fuego ilegal con la que se había topado, pero no sólo no lo había hecho, si no que se había bebido un par de ponches «aliñados» antes de abandonar la torre por el retrato de la Dama Gorda. Quizás habían sido tres.

Puede que cuatro.

—¡Hermione, por aquí!

La castaña se rió con ganas cuando resbaló y cayó de culo al asiento libre que Ginny le estaba guardando en las gradas.

El equipo de los leones (que, para sorpresa de Hermione no había asomado sus morros por la sala común y, por lo tanto no habían bebido nada) estaba saliendo al campo con sus escobas en las manos, seguidos del verde y plata de los slytherins. Hermione vio cómo la profesora Hooch le decía algo a los capitanes de ambos equipos, se montaban en sus escobas, hacía sonar su silbato y, a una, todos emprendían el vuelo.

En seguida, los espectadores de ambos equipos rugieron con fuerza y Hermione, ni ninguna de sus amigas, fue una excepción. Ron esquivaba quaffle tras quaffle, mientras los golpeadores de slytherin hacían todo lo posible por derribas a sus rivales. Harry, al igual que Malfoy, sobrevolaba lentamente el campo, atento a cualquier destello dorado que pudiera darle una pista de dónde se encontraba la snitch. Ginny dijo alguna estupidez sobre lo bien que le sentaba a Harry la nueva camiseta de equipo y todas estallaron en una carcajada que amenazaba con rivalizar con los vítores a los jugadores. Una ráfaga de viento las hizo enmudecer y mirar boquiabiertas que la causa de ella no había sido otra cosa que Malfoy lanzándose a toda velocidad tras algo que sólo él podía ver. Instintivamente, Ginny buscó a Harry y empezó a gritarle cosas sobre «la estúpida snitch» y «date prisa, joder». Hermione no podía apartar la vista de Draco, de su vuelo perfecto, su pelo rubio platino azotando tras él a causa del viento.

Harry reaccionó demasiado tarde y, antes de que cualquiera pudiera darse cuenta, Malfoy alzaba el brazo victorioso, con un par de alas doradas agitándose entre sus dedos.

Hooch marcó el final del partido con su silbato.

—Gryffindor 100 puntos… ¡Slytherin 170!

Vítores y abucheos se mezclaron en el aire, pero Hermione, ya fuera por la ebriedad de sus anulados sentidos o por algo mucho más profundo y prohibido, apenas era capaz de escuchar nada. Seguía con la mirada clavada en Malfoy, que no paraba de golpearse el pecho mirando a la grada de los slytherin, alzando los brazos victoriosos, gritando algo que ella era incapaz de oír. Le fascinó el salvajismo en su mirada y el orgullo que se adivinada en su pose y sus movimientos. Lamentó no tener que verlo aquella tar… ¡¿Pero qué demonios estaba pensando?! ¿Lamentar? ¡Claro que no lamentaba no tener que ver a ese estúpido ególatra venenoso!

Las chicas se levantaron para irse y justo cuando estaba a punto de bajar y abandonar la grada, Hermione echó un último vistazo por encima de su hombro y, aunque pareciera imposible, creyó intuir a Draco abajo en el campo, mirándola directamente. Estaba a punto de convencerse de que eran imaginaciones suyas cuando le vio moviendo los labios y articulando en silencio la palabra: a-h-o-r-a.

oOoOoOoOoOoOoOoOoOo

No debería estar allí. Después de todo, puede que todo eso del mensaje en el campo se lo hubiera imaginado. Sí, por supuesto. Debía de ser eso. Sus sentidos no estaban al cien por cien, eso no haría falta jurarlo. Le había costado más de tres intentos fallidos de encontrar el camino llegar hasta allí, más los cinco otros intentos que habían hecho falta para que volviera a tener los pantalones bien cerrados después de ir al baño… Las malditas escaleras móviles no ayudaban demasiado y ella empezaba a sentir un ligero mareo que no le agradaba demasiado. Si doblaba la siguiente esquina lo tendría, se lo daría. La confirmación a ese estúpido de Draco Malfoy de que la tenía cuando quería. De que él ordenaba y ella obedecía. Bueno, sí, lo hacía… pero no con Draco, sino con Dumbledore… jodido Dumbledore que ni muerto la dejaba en paz. Eso estaba mal. Muy mal. No lo que había dicho, ¡qué va!, de ese exabrupto estaba más que orgullosa. La antigua Hermione, y con antigua se refería a su otro yo, el que aún gozaba de algo llamado dignidad y que no estaba dispuesto a venderla por algo tan estúpido como el bien mayor, no habría dudado a la hora de ir allí. Simplemente se hubiera reído de la desfachatez del slytherin y no le hubiera dedicado un solo pensamiento más. Pero… ¿qué había sido de ella ahora? ¿Por qué no podía dejar de seguir caminando?

Y lo más preocupante de todo… ¿por qué sentía como si necesitara hacerlo?

El pasillo estaba vacío. Idiota. Más que idiota. Draco no le había dicho nada, o peor… ¡lo había hecho pero había decidido darle plantón!

Giró sobre sus talones, dispuesta a irse de allí hecha una furia. ¿Quién demonios se creía que era ese rubio de mierda para hacerle eso a ella?

Algo dentro de ella bulló. ¿Ira? ¿Rabia? ¿Vergüenza? No. Todo y nada. Era el whisky de fuego mezclado con el cansancio de toda una semana, de toda una vida. ¡Debía serlo!

Con el pelo sobre los ojos cegándola y toda la fuerza bruta que era capaz de darte un ego femenino herido, Hermione chocó contra un bloque de hormigón que había surgido como por arte de magia (se rió tontamente ante esta apreciación) justo tras ella. Trastabilló y a punto estuvo de caer si no fuera porque un par de manos la agarraron por los brazos y la estabilizaron.

—¿Adónde vas tan deprisa, Granger?

Ella se afianzó en el suelo y se revolvió, haciéndole que la soltara.

—Me voy a mi sala común. Apártate.

Aunque ella no lo estaba mirando a la cara, Draco le dedicó una de sus peligrosas sonrisas ladeadas.

—Tenemos una cita —le dijo con calma, arrastrando las palabras y deleitándose con los problemas que estaba teniendo su presa para mantenerse en pie frente a él.

—Tú y yo no tenemos nada —alzó la barbilla, mirándolo por primera vez a los ojos. Draco advirtió que había algo extraño en ella—. ¡Ni ahora ni nunca!

La negativa de ella le puso en tensión. Draco cerró sus manos en dos puños, sin importarle que ella lo notara o no.

—Cálmate, Granger.

—¡Estoy calmada! —se le escapó un hipido.

Él alzó una ceja interrogativa y ella apartó la mirada, temerosa de que si seguía mirándole de aquella manera fuera capaz de leer dentro de ella tan claramente como tenía la impresión que sería capaz de hacerlo. Grave error. Draco lo interpretó como una señal de debilidad y esa era la clase de alarmas que jamás dejaba pasar por alto. En los escasos segundos que necesito el chico para tomar una decisión, Hermione ya lo había esquivado y se marchaba de allí con el paso irregular que provocaba la ebriedad y la cabeza alzada. Draco estiró el brazo y las puntas de sus dedos le rozó el brazo. Dio un paso impulsivo, desesperado, y esta vez sí que la agarró con fuerza, tirando de ella, acercándosela de nuevo y haciendo que chocara con su pecho.

Hermione emitió un ruidito de ofensa, enfadada. Él la ignoró.

—Estás borracha —no era una pregunta.

—Yo no…

—Oh, sí, estás borracha y ni te imaginas lo fácil que sería para mí aprovecharme de ti en esta situación —se inclinó hacia ella hasta que sus labios estuvieron tan cerca de los de Hermione que notaba su calidez— Dime por qué no debería hacerlo, Granger. Dímelo.

La gryffindor tragó saliva con dificultad. Se pasó la lengua por sus labios resecos.

—Porque… porque me odias.

—¿Eso es una pregunta?

—No lo es.

—A mí me ha sonado a pregunta.

—Pues te aseguro que no lo ha sido.

—Bien, entonces esto te confundirá aún más.

Sin esperar confirmación por parte de ella, Draco acortó los poco milímetros que le separaban de ella y la besó. Hermione no reaccionó, demasiado asombrada por lo que acababa de hacer como para poner resistencia a la lengua caliente e implacable que ahora mismo se movía con fuerza dentro de su boca. Con un movimiento experto, Draco la condujo hasta la pared y la apoyó contra ella, bloqueándole el paso con su propio cuerpo. Profundizó el beso, saboreando algo que hasta el momento había considerado fruta podrida.

Más tarde, se juraría a sí mismo que había sido el impulso de enfadarla a ella lo que ahora movía su cuerpo. El odio creciente que sentía por todo lo que ella representaba lo que le había hecho introducir una de sus largas piernas, entre los muslos calientes de ella. La sintió gemir contra su boca cuando se acercó aún más, cuando la tela de su pantalón rozó la de sus bragas. Las manos de Hermione seguían resistiéndose e intentando alejarle, cada vez con menos fuerza, hasta que los dedos de su mano derecha se cerraron con fuerza sobre su jersey y los de la izquierda se enredaron en su pelo. Le había costado arrancar. No podía negarlo, pero una vez la lengua de Hermione hubo empezado a colaborar, aquello tomó un cariz más placentero, embriagador y peligroso.

Draco se separó de ella, como si le quemara, y la miró con una mueca de sorpresa y repulsión en los ojos.

—Esto es para que aprendas a no volver a decir que no.

No esperó respuesta, se dio media vuelta y se fue por el mismo pasillo por el que había venido.

La repulsión aún seguí burbujeando dentro de él. ¿Repulsión hacia ella o hacia sí mismo?