No suelo hacer esto, pero estaría bien que para este capítulo escuchasen Prendersi per Mano y Guarda Lassù, ambas de Cirque Du Soleil, de su disco Corteo. No podía dejar de escucharlas al momento de escribir este capítulo, sobretodo las páginas finales.

Gracias por leerme (:

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Anteriormente.

El moreno que había sido mí prometido esa misma tarde, estaba sentado en una de las sillas de la mesa, en la última, encabezándola. Parecía haber corrido los trescientos metros planos, contra un dragón enfurecido. Tenía la ropa rasgada, y aún así, parecía feliz de ingerir un líquido amarillo que salía de un plato sopero. Había un elfo doméstico, joven, a su lado. Parecía estarlo vigilando. Estaba completamente ido. Sus ojos, desenfocados, lucían perdidos en un limbo. Verlo así, sin conocerlo, me hizo sentir el mismo escalofrío que Weasley. ¿Quién era él? Su cabello estaba sucio y él mismo estaba sudoroso. Se notaba, a leguas, que estaba mal herido, porque había sangre seca en la ropa. ¿Lo habrían torturado? No lo creí en su oportunidad. El Ministerio se había puesto paranoico y fácilmente podía detectar cuándo se utilizaba una maldición contra un mago, más aún contra un muggle. Porque el hombre que teníamos frente a nosotros, tenía que ser muggle, pues o no se percataba de la presencia del elfo, o sencillamente no lo veía. Desvié mi atención hacia Weasley. Sus ojos estaban desorbitados, y muy irritados. Perfecto, lo que faltaba para la guinda de la noche. Que mi auto nombrado protector se echara a llorar de impotencia.

¿Quién sería ese muggle?

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Ególatra de mierda, sí, eso era lo único que podía pensar en ese momento. Sentada en aquél mesón que parecía no tener fin, rodeada de lujos y de una conversación absolutamente vacía y carente de cualquier objetivo, observaba como un gato el cómo Ethan se comparaba con cientos de hombres que había conocido en su vida, desechándolos cada uno por sus imperfecciones. Según su teoría, y de la repugnante Ángela, por supuesto, él era el hombre perfecto, se le mirase por donde se le mirase.

Recuerdo que Weasley se había atorado en su propia carcajada cuando un comentario al respecto describió la magnificencia del hijo de los Mazzini. No pude evitar compartir la burla, porque es que la conversación era un cántico a lo irracional.

- Debo decir que has perdido gracia y educación, querida Pansy – me interpeló entonces Ángela, con las manos ocupadas en los cuatro cubiertos que utilizaba para tomar un brebaje que no me atreví a probar. Era transparente con plantas que parecían vivas. Francamente asqueroso. Weasley compartía el sentimiento, porque si dejábamos de lado el que nuestra movilidad era estrictamente limitada, miraba con repulsión el plato que un elfo doméstico joven había dejado frente a él. Tenía hambre, y lo sabía, no por nada había compartido (sin quererlo, de haber podido decidirlo habría estudiado a millas de la comadreja) siete años de mi formación como bruja con seres como él. Su rostro estaba pálido, y aún miraba con el ceño fruncido al moreno que había perdido la consciencia minutos antes de la conversación de cómo era que Ethan Mazzini se convertiría en el adonis de un nuevo mundo. Par de chiflados.

- Madre, ¿te parece adecuado que le permitamos hablar a alguno de los dos? – preguntó entonces Ethan, haciéndome un guiño. La pregunta era más que clara, pero la respuesta que dio Ángela entonces, me dejó en mi asiento.

- Por supuesto. Pero dejo a tu decisión cuál de los dos será – cerró el tema, y continuó alimentándose. Uno de los elfos domésticos que estaban alrededor de nosotros negó con la cabeza, como si la decisión de su ama fuese completamente errada. Sentí que mis labios se despegaban luego de una eternidad, y lo primero que salió de ellos fue una orden para aquella criatura.

- Deberían enseñarte modales. Anda a la cocina y tráeme un postre – le obligué, y el ser me miró con odio. Enfundado en una manta sucia, no podía pasar de los treinta centímetros. Para ser un elfo doméstico, era muy enano. Sus ojos pequeños, azules, miraron a Ángela y luego a Ethan. El último asintió con la cabeza.

- Es una invitada de la casa, Dougles, así que tendrás que hacer todo lo que te pida, previa autorización de mi madre o mía – completó, mirándome lleno de ilusión. Qué enfermo estaba, por Merlín. Weasley me observó entonces intensamente, como si el que pudiese hablar fuese a solucionar en algo la situación en la que nos encontrábamos. Por supuesto que no, idiota, no es más que una trampa. Tenía que bailar al paso de aquellos dos.

- Ángela, querida – la llamé, tomando una respiración profunda. Si quería mover bien mis piezas, tendría que actuar como siempre, y fingir que aquél colado de mandrágora con zanahoria era apetecible. Tomé la cuchara más grande, y a duras penas pude colocarme una servilleta en las piernas. Los ojos de la comadreja se desorbitaron. Debió creer que me divertía mucho con aquello – no entiendo qué hace un squib en tu mesa. Ese hombre no es el mismo que te presenté en la mañana, de hecho, podría decirse que lograste muy bien que se pareciera a él, pero no es el mismo. ¿Cómo crees que no puedo distinguir el hombre al que amo? – le repliqué, y los ojos de la interpelada brillaron, como interesada por lo que le estaba proponiendo.

- No intentes enredarme, Pansy. Te conozco desde que eres una niña, y no puedes engañarme, no estando yo tan anciana y tu tan crecida. Ese nombre es el verdadero Augustus Moscow. Ethan lo consiguió en un pub de mala muerte y tuvo que traerlo a los golpes hasta acá. No queríamos tener problemas con el Ministerio de magia, al menos no de momento – me explicó, y la entonación de su frase final heló mi sangre. ¿No de momento?

- Es cierto. Pero insisto, no es el hombre que te presenté en la mañana – insistí, dándole un par de sorbos a la sopa. Sólo era cuestión de no saborearla.

- No sigas, Pansy. Eso ya lo sabemos, lo que queremos saber es porqué te presentas aquí luego del doloroso deceso de tus padres, queriendo engañarnos. Sobretodo, porqué entraste a husmear como un vil ladrón. Eso no va de la mano contigo, cariño – casi gritó Ethan, diciendo las palabras que probablemente Ángela tenía en mente. Me dio un fuerte pinchazo en la parte baja de la cabeza cuando dijo que había husmeado, y entonces fue que caí en la cuenta. Había borrado ese recuerdo.

- Porque tenía curiosidad. Siempre he sido una persona curiosa. Y me presenté aquí porque quería vuestra aprobación. Son lo más cercano que tengo a una familia, después de los Malfoy. Como comprenderán, no podía presentarme con un nuevo prospecto de marido en casa de los Zabini, no después de todo lo que pasó hace años.

- ¿Un nuevo prospecto de marido, dices? – inquirió Ángela, sonriendo. Todo parecía divertirle mucho. Weasley se sentía completamente ignorado, pero bufó al escuchar eso último. Sé que me odió al escuchar la respuesta.

- Sí. Ronald Weasley, el hombre que está sentado a mi lado y al que tratáis como a un animal, siendo tan sangre limpia y digno como cualquiera de vosotros dos.

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Las mazmorras del castillo Mazzini eran muy parecidas a las mazmorras de Hogwarts. Repletas de pasillos húmedos, con eco, y rodeadas de antorchas que flotaban por las cabezas de los visitantes, infundían miedo en cualquiera que pasase por allí una vez puesto el sol. No era ajeno a esa sensación Ron Weasley, mientras caminaba dando tropezones de vez en cuando, intentando no rozar siquiera a Pansy Parkinson. Había llegado a la conclusión de que esa mujer se había vuelto loca, y no había otra explicación posible para lo que había dicho hacía pocos minutos. Al momento que sus labios dijeron esas malditas palabras, una sensación cálida se posó en su pecho, y pudo reconocer cómo la magia se activaba en él. Habría sido muy feliz de ser mestizo o muggle, porque de serlo, la proposición de matrimonio de una sangre limpia no le habría afectado mágicamente.

Ethan Mazzini había saltado de su silla, golpeado la mesa con los puños cerrados y maldecido a uno de sus elfos domésticos, todo para intentar drenar la rabia que se había colado en él. Ángela también se había puesto en pie, con los ojos inyectados en sangre y de repente con el cabello hecho un desastre. Pansy había sonreído para sí misma. Ya no le debía nada a Hermione Granger. Ella la había sacado de Azkaban. Pues bien, ella acababa de salvarle la vida a uno de sus mejores amigos. Vida por vida.

- ¡Debes estar en broma! – chilló Ethan, dando zancadas hacia ella.

- Quieto – ordenó su madre, y él se detuvo a unos pasos de la pelinegra, que estaba disfrutando un helado de limón.

- No, no estoy en broma. Pensé que lo reconocerían al instante – aseguró, poniéndose en pie también. No podía alejarse mucho de Ron, pues el encantamiento que tenían encima se lo impedía. Pero sí estaba segura de no permitir que Ethan, con lo bruto que era, le pusiese un dedo encima.

- ¡Madre! – se quejó él, como un niño pequeño. Parecía a punto de perder el control, y su madre lo sabía.

- Llévalos a las mazmorras. Ahora con más razón, no saldrán nunca de aquí – sentenció, dándole la espalda a los tres jóvenes y retirándose del comedor. El rostro de Weasley se tornó rojo cuando comprendió lo que había hecho Parkinson. No se lo agradecería, jamás. Prefería haber sido asesinado. Más aún cuando ella se puso a su lado y enlazó sus dedos en su cuello.

- No me importa lo que hagas, Ethan. Sabes perfectamente cómo funciona esto. Sé que querías que fuese tu esposa, pero tienes que comprenderlo. Jamás me gustaste como hombre, y no lo harás, así me mates en el intento. Te digo, si le pones un dedo encima, sabes lo que ocurrirá. No en vano los Parkinson siempre estuvimos por encima de los Mazzini y fuimos mucho más reconocidos por el Lord – le dijo, desafiándolo. No los tocaría. El miedo no lo dejaría.

- Lo sé – convino él, sonriendo macabramente de buenas a primeras – pero nada me impide alejarlos del mundo, bella, así éste sea tu prometido, así sea parte activa de la Orden del Fénix, ya en decadencia – comentó, como si hubiese descubierto un treceavo uso de la sangre del Dragón.

Pansy no se había dejado inmutar por aquella amenaza, y esa era la razón por la que en ese momento iban dando traspiés por aquellas mazmorras. En lo que salieron del comedor, se había alejado automáticamente de Ron. Los pasillos de aquella mansión eran oscuros, por lo que bien podía hacerlo sin levantar sospechas. Ethan los había separado mágicamente, por lo que podían alejarse todo lo que quisieran. Escucharon llantos a lo lejos, y ambos llegaron a la conclusión de que debían ser elfos domésticos severamente castigados por su dueña. "Hermione no está tan equivocada, después de todo" pensó Ron, al percibir tales alaridos.

- Es temprano para que compartan nuestros planes, querida, pero puesto que has arruinado mis ilusiones contigo, me parece más que justo que formes parte de él. Tú, y tu prometido – anunció, abriendo manualmente una puerta de barrotes. Daba a una estancia más o menos amplia, dividida en cubículos separados por más rejas. Había niños adormilados en cada uno de ellos, por lo general uno por cubículo. Estaban divididos en dos filas, frente a frente, sin poder verse. Los ojos de Ron se abrieron escandalosamente, y una advertencia de Andrómeda le golpeó la mente de repente.

Flash Back

- ¡Tienes que creerme, Minerva! – gritaba una histérica Andrómeda Black, mirando con ira a Minerva McGonagall. Estaban las dos en la cocina de Grimmauld Place, auténtico cuartel de la Orden del Fénix. Ron estaba llegando al lugar, dispuesto a conversar con Hermione. No se daría por vencido nunca, no con ella. Se daría cuenta que su decisión de casarse con Malfoy era errada, y volvería con él. Arriesgaría todo, hasta su amistad con ella, por intentar obtener la felicidad que le arrebató ese maldito rubio un buen día.

- ¡Son rumores, Andrómeda! – le respondió ella, también fuera de sus cabales. Su ordenado moño tenía cabellos fuera de orden, y sacudía la taza de te que estaba tomando, peligrosamente.

- ¡No, no lo es! ¡tuviste que hablar con Harry en lo que te comenté lo que escuché, pero decidiste que era más importante hacer caso omiso de ello! ¡No puedes vivir para siempre en el terror de que vuelva quién tu sabes, o el miedo que reinaba en el mundo mágico en su existencia! ¡Para eso sirve la Orden, para combatir cualquier amenaza latente! ¡eso prometí al unirme, para eso lo hice! – espetó, desquiciada. Sacudía un frasquito frente a las narices de Minerva cuando Ron irrumpió en la cocina, sorprendido.

- Profesora, Andrómeda, ¿qué ocurre? – preguntó, pillándolas por sorpresa. Minerva tomó asiento, aparentemente agradecida por la intervención del pelirrojo. Por su parte, Andrómeda agradeció al cielo por su llegada. Él la escucharía.

- Sé que eres uno de los más activos de la orden, Ron, tienes que prestarme atención. Hace unos meses hablé con Minerva de la desaparición de niños muggles en localidades adyacentes a enteras comunidades mágicas. Fueron pocos, no habrían sido más de cuatro. Lo escuché en un pub, y se lo comenté. Hizo caso omiso, diciéndome que era normal que niños muggles desaparecieran y aparecieran a los días. Que el vandalismo también existe en la comunidad muggle, y que como magos no debíamos intervenir – narró, caminando de un lado a otro. Ron estaba completamente de acuerdo con lo planteado por su antigua profesora de Transformaciones.

- Ese es uno de los mandamientos de nuestro mundo, Andrómeda. No podemos intervenir, salvo que nuestro propio mundo esté en peligro, o el de ellos por actuaciones nuestras – recitó, como si leyese un libro. Su entrenamiento como Inefable se lo había dejado bastante claro.

- Lo sé, ¡lo sé! – replicó ella, volviendo a perder el control - ¡pero hoy traigo más evidencia!

- Obtenida nuevamente en un pub, ¡por Merlín Andrómeda! ¡Tiene muy poca credibilidad! – Estalló Minerva, poniéndose en pie – tiene un recuerdo en el que dos magos conversan sobre tráfico de niños muggles, Ron. Eso es lo que tiene. ¡Pero están en tal estado de ebriedad, que no pondría en juego todo el aparataje de la Orden del Fénix por la conversación de dos borrachos!

- ¡Pero ya no es el primer indicio que tenemos! – masculló Andrómeda, saltando hacia donde estaba Ron. Le puso el frasquito entre las manos, sacudiéndolo sin soltar sus manos. Un recuerdo borroso salió frente a ellos, envuelto en humos. Dos hombres de no más de cuarenta años conversaban sobre lo ricos que se harían con sólo tres niños muggles menores de cinco años. Mil galeones por cada uno de ellos, si eran niños, y dos mil si eran niñas. Era el negocio del año. Esperaban que la familia que los estaba comprando, decidieran adquirir niños magos, porque el precio se elevaría exponencialmente. Pedían dos vasos de Whisky de Fuego, y hasta allí llegaba el recuerdo.

- Debemos hablar con Harry – sentenció Ron, luego de ver eso.

Fin del Flash Back.

Había olvidado ya los motivos que lo habían llevado a la casa de los Mazzini, pero al recordar aquello, todo se le atropelló de repente. De esa conversación era que el departamento de Inefables le había asignado investigar a una serie de familias que podían estar relacionadas con aquella situación. Muchas habían resultado completamente inocentes, y los Mazzini eran una de las últimas. Falsamente apartados del movimiento pro Voldemort, habían tenido relación con la magia negra en demasiadas ocasiones como para dejarlos pasar como si nada. El líder del departamento le había encargado personalmente a esa familia, y de allí era que Robert le montaba tantos espectáculos. Él se suponía que era el encargado, pero no tenía tanta experiencia como Ron, no en magia negra. Había luchado con Harry Potter en destruir al Lord, y eso le daba cierto prestigio.

Lo que no le agradó fue el tener que utilizar a Parkinson para poder entrar en la Mansión. Creía que con decir que iba a redactar una entrevista exclusiva a una de las familias con la mayor colección de antigüedades, era más que suficiente. Pero no lo habían escuchado, y había tenido que hacer intervenir a la serpiente, cuya inocencia nunca había creído. Por la defensa de Hermione en su favor era que definitivamente habían terminado su relación, ya como amigos cercanos. No había podido lidiar con su repentino amor por Draco Malfoy, pero no le perdonaría el haber defendido tan aguerridamente a aquella serpiente.

Un comentario espantado de la pelinegra lo sacó de su abstracción. Había ahogado un grito en su cuello, y la mirada aterrada de ella le hizo comprender el porqué de su repentino estado de ánimo. Uno de los niños que estaba encerrado sangraba profusamente, atado a los barrotes. Tenía días sin comer, eso delataban sus huesos perfectamente detallados desde lejos.

- ¡Eres un monstruo! – le gritó a Ethan, quien rió por lo bajo al escucharla. Se alejó lo más que pudo de él, pegándose a Ron. Él, sin importar cuán molesto estaba, la recibió a su lado y la volvió a colocar detrás de él, en señal de protección. No comprendía porqué hacía eso cada vez que la percibía alterada.

- No, no lo soy cariño. Te dije hace tiempo que mi madre y yo teníamos un proyecto entre manos, pero como estabas felizmente casada con Blaise, poco caso me hiciste. Te lo comenté luego de su extrañísima muerte, pero decidiste largarte de Inglaterra. Luego, tus padres murieron, Potter venció al Lord de la mano del que ahora es tu prometido, y acabas de anunciarme que prefieres a un traidor a la sangre que a tu amigo de años. Lo menos que puedo hacer es hacerte participar en este gran evento. Seremos reconocidos mundialmente, y tu nombre figurará dentro de nuestra fama, lo verás – le contó, bastante orgulloso de lo que decía. Ella sólo negaba con la cabeza, sin dejar de ver al niño que parecía estar muriendo. No tendría más de cuatro años, y no tenía cabello. De los casi diez niños que estaban encerrados, ninguno tenía cabello, salvo una niña castaña de bucles muy bien terminados. Su parecido con alguien que no logró identificar de momento, la perturbó.

- ¡Sí lo eres! ¡Son niños! ¡Y no va a funcionar, ¿me oyes?! ¡NO VA A FUNCIONAR! – estalló, presa de repente de un estado de pánico. Comenzó a temblar, y el hombre que los mantenía cautivos comenzó a reír de forma enfermiza.

- Sí que lo hará. Falló hace un siglo porque utilizaron adultos, ¿lo recuerdas? En ellos la magia ya tiene una forma de actuar, de conducirse. En niños, está confundida, porque no se sabe controlar ni la controlan. Es mucho más manejable. Podemos lograrlo, y lo lograremos. Exterminaremos a los muggles, como tanto lo hemos deseado desde que la magia decidió emerger de uno de ellos, para crearnos a nosotros.

- ¡BASTARDO! – espetó entonces, al borde de las lágrimas. Por eso jamás estuvo de acuerdo con el pensamiento de Tom Riddle. Por eso jamás fue apreciada por sus padres. Por su respeto a los muggles. No los soportaba, pero los respetaba, porque lo que la diferenciaba de ellos era la magia, y sabía perfectamente que como la había elegido para permanecer en ella, se podía ir, de un momento a otro, y dejarla hecha una squib. Muy bien se lo habían explicado sus padres intentando hacerla odiar a los muggles, con un efecto absolutamente contrario. Ron buscó su mirada, confundido. ¿Es que sus padres no le contaron nada de lo que había pasado hacía poco más de un siglo?

- Basta ya. No puedo seguir permitiendo que me insultes a tu gusto, amor mío. Te amo, y por eso te perdono, aún cuando estás casi abrazando al pobretón ese y no a . Te daré tiempo pare reflexionar, porque así como lo protegiste con tu elección de matrimonio, lo puedes volver a dejar indefenso. Tienes dos noches. – indicó con su mano derecha la entrada a una de aquellas pequeñas celdas, con apariencia de haber agotado hasta la última gota de paciencia que le quedaba. Los puños de la pelinegra estaban cerrados con fiereza, y su labio inferior temblaba peligrosamente, pero no. No se quebraría frente a ese infeliz.

- No soy tu amor, recuérdalo. Y te digo, fracasaron porque la magia tiene decisión propia, y sólo ella decide en quién reside. No hay nada más estúpido que pensar en luchar contra la magia, con la magia misma. Es lo más imbécil que se os pudo cruzar por la cabeza. – concluyó, entrando sin rechistar en ese hueco de tres metros por tres metros. Había un bol que parecía haber sido ocupado hacía poco con comida, y estaba particularmente cálido – espero por tu propio bien y el de tu madre que aquí no haya muerto un niño muggle, porque os juro por Merlín que yo misma los llevaré hasta Azkaban para que los dementores os besen – aseguró, sentándose en el suelo, y abrazando sus rodillas, dispuesta a no abrir más la boca en toda la noche.

Ron Weasley, por su parte, estaba estupefacto. No sólo porque la realidad de aquél plan malévolo le había abofeteado el rostro con una dureza escalofriante, sino por la reacción de Pansy Parkinson. De todas las reacciones imaginables – e inimaginables, jamás habría pensado que defendería a esos niños. Estaban llorando, los más pequeños, y lucían perdidos. Probablemente bajo una maldición que los confundía y aturdía, no tenían más opción que desahogar su temor por medio del llanto. Ese lamento infantil se le clavó en el pecho y en los huesos. Dudaba con todas sus fuerzas poder olvidar todo aquello. Su cabeza, con zumbidos desesperantes, poco lo ayudaba. Su ira, acumulada, parecía haberse esfumado de repente. Era más que obvio que Parkinson no haría nada, en lo que quedaba de día, así que él tenía que actuar. Cuando Mazzini señaló ese agujero, con claras muestras de que allí pasarían la noche, pasó primero que ella, para recibirla. Supuso que se colocaría a su lado, tal como habían estado hacía poco, pero optó por acurrucarse en el suelo. Se veía tan perdida como los niños que los rodeaban.

- De nada sirven tus amenazas, querida, porque como te dije, formarán parte de este espectáculo – cerró Ethan, desapareciendo del lugar riéndose como un maniático, luego de aplicar cuanto hechizo de protección se le cruzó por la mente, tanto de magia blanca como de magia negra (seguridad inútil porque ninguno de los que se quedó allí cargaba varita o era capaz de hacer encantamientos silenciosos decentes sin ella).

- Es un monstruo – susurró ella, en lo que Ethan Mazzini se esfumó. Ron estaba a dos pasos de ella (sinceramente, no podría alejarse más), así que muy poco le costó escucharla. Contra su sentido de alarma, y su raciocinio, se sentó a su lado y la miró fijamente. Había algo que él no sabía y necesitaba saber, para planear acorde a la información que tuviesen – no va a servir de nada todo lo que te hayan enseñado, Weasley. He estado en estas mazmorras más veces de las que puedas imaginar, y sé a ciencia cierta que sólo hay dos maneras de salir de aquí: porque te permitan hacerlo o porque sacan tu cadáver. Mis padres fueron especialmente crueles al enseñarme el funcionamiento de este tipo de mazmorras.

Él inhaló profundamente, imaginándose algo como lo que le acababa de decir Parkinson. Tenía un centenar de preguntas por hacer, extrañándose de no haber estallado en un ataque de rabia. Ese tipo de reacciones era más acorde a su personalidad. Y no es que no estuviese molesto, sino que estaba plenamente consciente que, de hacerlo, gastaría tiempo y energía. Miró alrededor, notando cómo los lamentos disminuían, a medida que los pequeños se quedaban dormidos. Llevaban varias horas en silencio, Parkinson encerrada en un mutismo casi lastimero, y él intentando hallarle un poco de sentido a todo eso. Esas eran las circunstancias en las que detestaba haberse quedado dormido en todas y cada una de las clases de Historia de la Magia, en las que sólo Hermione parecía poder permanecer despierta. Recordarla lo hería, pero no podía dejar de lado que tenía que hacer memoria para saber qué pretendía aquella familia de enajenados.

- No me puedo creer que no hayas relacionado esto con la clase magistral que nos dieron en Hogwarts en sexto año – mencionó distraídamente Pansy, más adormilada que despierta. Debía estar muy agotada como para hablar sin pizca de sentimientos en su voz – fue una de las actuaciones más estúpidas que he podido escuchar en mi vida. Una familia sangre pura, del corte de los Zabini y los Mazzini, enfermos por subir de categoría frente a los Malfoy, los Dumbledore o los Parkinson, intentaron extraer magia de magos adultos para imponérselas, como si fuese tan fácil como cortarse el cabello. Una decena de magos resultó muerta, y otras diez o quince brujas jóvenes también. Ellos mismos fallecieron a los días, poderosos como nunca, ciertamente, pero con sus días de vidas reducidos escandalosamente por haber empleado toda su energía vital en semejante atrocidad. No le tienen un nombre en la historia porque es deshonroso bajo todos los aspectos, pero está grabado en la memoria de todas las familias de sangre pura de Inglaterra. No es que tu familia sea de las más conocidas, Weasley, pero sí que es de las más numerosas. Deberías saberlo, por Historia de la Magia, o sencillamente te lo debieron contar como una historia para meter miedo en las noches de invierno.

Pansy terminó el relato, y cayó dormida, apoyando su cabeza en el hombro derecho de Ron. Él ni se inmutó en retirarse, estaba congelado, con cada uno de los vellos de sus extremidades erizados. Él había escuchado algo así, pero la cantidad de muertos era diez veces mayor. Y vaya que detestaba esa historia, porque la familia de la que hablaba había tenido implicaciones en la batalla de Voldemort. Específicamente, uno de sus integrantes se había colado en Hogwarts en cuarto año y casi había logrado que Voldemort asesinara a Harry. Había matado a su propio padre, y lo había enterrado en el Bosque Prohibido. Ahora bien, ¿qué relación directa podían tener los Crouch con los Mazzini? Era completamente inverosímil. Todos sabían que lo que habían hecho hacía exactamente ciento setenta y dos años los había llevado casi a la extinción, como familia. Casi todos sus integrantes habían muerto, salvo los squibs, porque su nivel de magia era tan bajo que pasaron desapercibidos por la ola de maldiciones que había recaído sobre sus cabezas. Por supuesto que conocía la historia, la conocía al dedillo. Era una de las narraciones preferidas de Percy, aleccionándolo, cuando era un niño. Lo irónico fue que resultare casi un siervo de un Crouch después, en su etapa de rebeldía contra su propia familia. Pensó que, de tenerlo en frente, le daría un puñetazo en la cara, por doble cara.

Había muchas cosas que tenía que solucionar, entre esas, el recuperar el habla. Tenía que haber alguna forma de hacer tres cosas: salir de allí, notificar a la Orden del Fénix y, sobretodo, avisar al Departamento de Inefables para que sacaran a esos pequeños de allí. Dudaba en el hondo de su alma que estuviesen bien cuidados, sobretodo el menor, mal herido como estaba. La rabia, de buenas a primeras, hizo que bufara sonoramente, impotente. Uno de sus puños golpeó la pared que tenía en frente, sólo tuvo que hacer un ligero esfuerzo para alcanzarla. Se sentía vuelto en sí. Golpeó hasta que sus nudillos sangraron, completamente ajeno al dolor físico que eso le producía. Se sentía frustrado, muy frustrado. Tenía que haber una solución para sacarlos de allí. No soportaría verlos morir, no lo soportaría. Ya había presenciado demasiadas muertes, demasiado dolor. Ya tenía un abismo lo suficientemente grande dentro de él, con el rechazo de la mujer que amaba, la pérdida de su hermano, su constante amargura y, en adhesión, la extraña maldición que parecía haber condenado a su hermana a morir, a favor de un niño que no deseaba conocer en absoluto.

No se detuvo hasta que una mano frenó sus constantes golpes. Tenía los nudillos destrozados, y un alarido habría salido de su garganta, de no haber estado completamente silenciado. Parkinson lo miró, consternada, al ver cómo manaba la sangre de ellos.

- No seas idiota, Weasley, así no lograremos nada – aseguró, aún adormilada. Se acercó a él y rasgó la camisa que llevaba puesta, para aplicar un torniquete en la mano derecha. Quizá el sonido del golpear la pared constantemente la había despertado, o el movimiento constante de su hombro, él no sabría decirlo. Lo que sí sabía era que le importaba dos huevos no poder solucionar nada, así sentía que drenaba la sensación de encierro y de impotencia que hacía que su cuello y sus orejas se encendieran. La tela se tiñó de rojo al momento de ponerla encima de las heridas, y él se quejó, porque notó que en realidad le dolía. Era una escena bastante perturbadora, por lo general era Hermione quien lo detenía y curaba de esa manera, tan muggle. Se dio cuenta de sus pensamientos y al instante se alejó lo posible de Pansy, mirándola, consternado. Todo eso debía ser una pesadilla, una maldita pesadilla de la que tendría que despertar a fuerza del chillido de su despertador, o de picotazos de Pig, porque tenía hambre.

Ella pareció comprender lo que gritaban sus ojos azules, oscuros de nuevo. Negó con la cabeza, tan frustrada y triste como él.

- Me temo que tendremos que esperar un buen tiempo para salir de aquí, Weasley. No es coser y cantar – aseveró, y se apoyó a la pared para volver a recuperar un sueño atribulado, del que había despertado violentamente al soñar que tanto él como el moreno (del que había perdido el rastro) estaban en un pozo de sangre, junto a los niños que había visto recientemente, mientras que Ángela y Ethan cantaban de alegría. Una visión de lo más tétrica, si se ponía a pensarlo.

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Ya está, ¡no puedo alargarlo más! Creo que hay bastante de Pansy y de Ron, si bien bajo una situación no muy linda que digamos. Qué les puedo decir, esta es la razón por la cual el fic tiene el nombre que tiene, cosa que se verá mucho mejor con el desarrollo de la historia.

Gracias a V. Black y a 666 (¡vaya pseudónimo!) por sus reviews, y a la gente que ha agregado esta historia a sus favoritos / story alerts, es super agradable, en verdad que lo es. Si tengo lectores en silencio, pues gracias por leerme también ;).

Cambio y Fuera

Hatshe W.