Capítulo 1: Nuevo Trabajo

Y bien, ahí estaba: en mi primer día en la casa de los Swan.

Soy Edward Cullen y esta es mi historia.

Era un joven de 19 años en ese entonces. Tenía como padres a dos personas extraordinarias: Carlisle y Esme. Además, era hermano mayor de Alice, Jacob y Seth, de 16, 10 y 5 años respectivamente. Pertenecía a una familia muy humilde, pero unida. Mi madre trabajaba, desde hacía tres años, en la casa de los multimillonarios Swan, mientras que mi padre desempeñaba sus dotes de carpintero en una sencilla mueblería.

Había tomado la decisión de ayudarlos económicamente desde muy joven y, en los últimos cuatro años, había trabajado de cargador, repartidor y /o velador en una bodega, la cual habían clausurado tenía poco, dejándome desempleado.

Acababa de ingresar a la universidad pública de Forks para estudiar medicina, mi principal objetivo en aquellos momentos, el cual me provocaba gastos, los cuales, la beca que me había sido otorgada, no bastaba.

Tuve suerte de que, Simon, el chofer de los Swan, decidiera marcharse hacia otra ciudad, dejando su puesto vacante. Mi madre se apresuró a informarme y obtuve una entrevista con la señora Swan al día siguiente. Quién diría que ese sería el inicio de todo.

La señora Swan, una mujer de porte elegante y carácter engreído y altanero, me explicó en qué consistía el trabajo. Me dijo que, a diferencia de mi madre y hermana (quien tenía poco trabajaba en aquella mansión,) yo tendría que quedarme a dormir en la casa por si mis servicios hicieran falta durante la noche o alguna hora poco recurrida.

El trabajo era casi de medio tiempo (digo casi, por que, pese a que generalmente comenzaría a partir de las dos de la tarde, la señora dejo muy en claro que, si se me llegase a necesitar durante el día, ella no se hacía responsable de mis faltas en la escuela)

Acepté sin titubear ya que estaba acostumbrado al estudio autónomo y el dinero era realmente necesario para ayudar a mi familia para que mis hermanos continuaran con sus estudios. Al día siguiente, antes de llevar mis pertenencias (que no eran muchas) a lo que era mi nueva habitación (un pequeño lugar al fondo de un pasillo), me dirigí hacia la universidad y pedí hablar con el director para poder cambiar mi horario de manera que pudiera estudiar durante el día. No tuve problema con ello gracias a mi buen promedio.

Todo estaba listo. El inicio de una nueva vida.

Y ahora me encontraba frente a aquella dominante puerta. Frente a mi destino. Frente a todo lo que me enseñaría a vivir.

Mi madre me recibió segundos después de tocar el timbre. Me reconfortó verla ahí, aunque sabía que a partir de las cinco de la tarde, quedaría completamente solo en aquella residencia. Había visto, en muchas ocasiones, esa enorme y lujosa casa, pero jamás en mi vida había puesto un pie dentro de ella.

La mansión era más parecida a un castillo, inmensamente enorme y con adornos con los cuales mi familia y yo comeríamos por semanas. Esme me dirigió hacia la cocina, en donde me informó que, después de comer, vería a la señora Swan.

–Buenos días – saludé poniéndome de pie

–Llegas a tiempo, muchacho – dijo, ignorando mi saludo y examinándome con su altiva mirada – Espero siempre sea así, no me gustan las impuntualidades. Mi hija saldrá de la escuela en media hora – informó, sin más ni más – Ve a traerla. Que tu madre te de la dirección del colegio, aunque dudó mucho que te pierdas. Es el único de prestigió en todo este pueblo

Trabé los ojos sin que ella se diera cuenta. Si algo no soportaba era la soberbia. Y claro que sabía donde quedaba aquel ostentoso colegio de monjas. Era imposible no girar la vista cuando pasabas al lado de semejante construcción.

Asentí mientras tomaba las llaves que ella me proporcionaba y me dirigí hacia el garaje. Me quedé embelesado al ver a los tres lujosos autos deportivos pulcramente lustrados. El que manejaría era uno de color negro. Tomé el volante con un poco de vacilación. No era la primera vez que conducía, pero había una enorme diferencia entre las toscas camionetas y aquel carro. Aun así, no tuve problema alguno para ponerlo en marcha y dirigirme hacia mi destino.

Llegué a la dichosa escuela minutos antes de lo predicho. Escuché cuando la campana de salida sonó y una pequeña cantidad de jóvenes fue saliendo poco a poco, (la gente capaz de pagar semejante cuota era contada en Forks). No me preocupé por buscar a la hija de la señora ya que ni siquiera la conocía y mi madre me había dicho, antes de salir, que ella sería quien se acercaría al reconocer el automóvil. Esperé fuera del carro, con mis ojos fijos en las llaves mientras jugaba con ellas.

–Hola – saludó una voz suave.

Alcé mi vista y, por un momento, pensé que me había muerto y había despertado en el cielo. Aquella jovencita era más hermosa. Más que hermosa, era divina. Su largo y espeso cabello color caoba caía sobre su rostro, tan fino y pálido, que parecía de porcelana, sus inmensos ojos color chocolate estaban adornados por espesas y rizadas pestañas negras y sus mejillas tenían un ligero rubor rozado que contrastaba perfectamente con la blancura de su piel-

–Tu debes ser el hijo de Esme – continuó ante mi silencio. Su rostro tenía una sonrisa que dejaba a ver que era tan engreída como su madre – Yo soy Isabella Swan.

–Buenas tardes, señorita – saludé en cuanto me repuse del asombro.

Me apresuré a abrirle la puerta trasera de la camioneta e indiqué con mi mano que podía subir. Ella caminó sin vacilación y subió sin verme ni agradecer a mi gesto.

Llegamos a la casa en poco tiempo. Bajé rápidamente y abrí la puerta para que bajara. De nuevo, no obtuve un agradecimiento; pero me dedicó por varios segundos una mirada supervisora.

–Bella, súbete a cambiar. Tenemos una comida con los Hale – ordenó su madre mientras se acercaba.

Noté que el rostro de Isabella se ensombrecía mientras comenzaba a caminar hacia la puerta del recibidor

–Muchacho, ¡¿Pero qué esperas?! ¡Ayuda a mi hija con su mochila! – exclamó e inmediatamente tendí mi mano para coger el objeto que me habían indicado

La chica no discutió y se descolgó su ligeramente pesado bolso y me lo tendió

–Date prisa – indicó su madre – y tú muchacho, en cuanto dejes las cosas de mi hija en su recamara, bajas inmediatamente.

Asentí sin decir palabra alguna y seguí a la señorita Swan hasta el segundo piso. Ella tampoco dijo palabra alguna y, en cuanto llegamos al umbral de una enorme puerta, se detuvo

–Hasta aquí esta bien – su voz sonaba molesta – ¿No pretenderás que te voy a dejar pasar, o sí?

No contesté. Asentí, como lo hacía con su madre, y tendí la mochila para que la cogiera.

Lo último que hizo antes de dar media vuelta y cerrar la puerta frente a mis narices fue dedicarme una inmerecida mirada congelada.

Definitivamente, me encontraba trabajando en una casa en la que había tanta altanería como dinero.

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Conduje, siguiendo las indicaciones de la señora Swan, hasta una mansión, igual de grande y lujosa que la de los Swan. Estacioné el carro en el enorme garaje y bajé para cumplir con mi papel de abrir y cerrar la puerta para que las "patronas" tuvieran la facilidad de entrar o salir del coche.

–Regresa a la casa y a las diez vienes por nosotras – fue la última orden que obtuve.

Regresé a la casa y mi madre estaba ya fuera de ella, junto a mi hermana, listas para irse. Me despedí de ellas dándoles un beso y mandando saludos a mis hermanos y a papá.

Me encontraba en la cocina, bebiendo un vaso de agua cuando una chica, muy guapa y con uniforme, hizo acto de presencia. Se quedó parada por un segundo en el umbral de la puerta al verme y después siguió caminando mientras me dedicaba una amable sonrisa

–Hola – saludó – ¿Tu eres el nuevo chofer?

–Si – contesté sonriendo.

–No sabía que tendríamos un chofer tan joven y… apuesto

–Gracias por el cumplido – dije, mientras la miraba a los ojos – Tampoco sabía que tendría de compañera de turno a una mujer tan guapa

Con las mujeres, afortunadamente, siempre había tenido suerte y lo confieso: me encantaba jugar el papel del seductor. Aunque, generalmente, yo era el seducido y accedía encantado de la vida.

Mis padres muchas veces me habían reprendido ante esta actitud, pero era algo incontrolable en mí, eso sí: siempre les dejaba claro que yo no buscaba una relación seria y siempre les daba a elegir.

–Creo que tú y yo nos llevaremos muy bien. ¿Cómo te llamas?

–Edward Cullen – respondí mientras me ponía de pie y le tendía la mano

–Mi nombre es Tanya – informó la chica mientras correspondía mi gesto. Llevé su mano hacia mis labios y deposité un beso sobre ellas

–Mucho gusto – dije, volviéndola a mirar a los ojos

Le ofrecí asiento y nos pusimos a charlar sobre trivialidades en las cuales le comenté que era hijo de la cocinera y estudiaba medicina por las mañanas. Por mi parte, me enteré que ella trabajaba medio tiempo y, al igual que yo, se quedaba a dormir todos los días, a excepción de los miércoles, y que se encontraba estudiando tercer semestre de preparatoria.

La chica, además de guapa, era agradable. Nada mal para mis gustos, pensé, y por sus miradas, tal parecía ella pensaba lo mismo. El teléfono sonó y Tanya se apresuro a atender la llamada, segundos después me informó que era para mí, de parte de la señorita.

–¿Si? – dije en cuanto tuve la bocina del teléfono en mi oreja

–Ven por mí. Ahora mismo – fue la respuesta que obtuve.

–¿Pasa algo? – preguntó Tanya en cuanto entré a la cocina y cogí las llaves del carro

–La señorita quiere que vaya por ella – expliqué - Nos vemos – dije con voz suave

Ella no contestó, solo emitió una risita nerviosa.

En cuanto llegué a la casa de los Hale, visualice rápidamente a la señorita Isabella quien se encontraba en la acera de la carretera. Me detuve frente a ella y no tuve tiempo ni de bajarme por que ella caminó, a grandes zancadas, hacia la camioneta y se adentró violentamente en ella

–Te tardaste – casi gritó – Cuando te diga ahora mismo, es ahora mismo – la violencia de sus palabras me sacó que de quicio.

– Disculpe, señorita, pero yo no soy costal de arena para que me use de desquite ante sus problemas – solté, arrepintiéndome casi al instante.

Sabía que aquellas palabras podrían significar el despido en mi primer día de trabajo

–¿Qué has dicho? – el miedo incremento al oír el tono ofendido y, más enfadado aun, de su voz

–Lo siento señorita – me disculpé. No obtuve respuesta y manejé nervioso hacia la casa. Baje rápidamente del carro y en cuanto abrí la puerta, Isabella bajó y se posicionó frente a mí con gesto desafiante

–¿Qué sabes de mis problemas? – retó

–Le ruego me disculpe – volví a suplicar

–¿Sabes que te puedo despedir cuando yo quiera, verdad? – Sus palabras me hicieron temblar – Ten cuidado en como me hablas. Tú y yo, no somos iguales – recordó – Y noticia de última hora, criadito: si quiero que tú seas mi costal de arena, serás mi costal de arena. Para eso te paga mi mamá: para servirnos