SIN VENDAS EN LOS OJOS

Capítulo Extra

Por Tita Calderón

Sabía que ella estaba deambulando por algún lugar del enorme jardín, quería estar junto a ella, aunque sea con la mirada.

Sus ojos merodean entre la gente buscándola.

Y no es a ella a quien debería buscar, no, por supuesto que no, pero las ansias de verla son más fuertes que toda lógica.

Un movimiento cerca de los árboles llama su atención, ahí está ella, alejada de la gente, caminando con las manos entrelazadas cerca de su espalda, mirando el paisaje, ajena a todo lo que le rodea, ajena al abismo que lentamente se está abriendo entre ellos.

Este último pensamiento lo deja desolado.

Él es tan culpable como ella de ese abismo, no lo puede negar, y reconocerlo, no lo hace menos doloroso.

Si tan solo pudiera decirle ese par de palabras que inundan su alma, pero como un relámpago un recuerdo destella en su mente confirmando porque no lo ha hecho, ni lo hará…

Traga un poco tratando de menguar el sinsabor que sintió cuando ella le dijo "que Maggi tal vez era la mujer que él estaba esperando". Esa frase dicha al azar una tarde frente al río hizo que algo muriera dentro él. La esperanza.

Aquella noche, en medio de la soledad de sus pensamientos y de la esperanza perdida, decidió que era hora de avanzar, y empezó a salir con Maggi para olvidarla.

Olvidarla…

Como si fuera tan fácil.

Y aquí estaba, como siempre, mirándola en la distancia, amándola en silencio y encadenado a un compromiso con alguien que no era ella. Si tan solo las cosas fueran diferentes…

Maldita vida.

Maldita suerte.

Maldito amor.

Debería dejar de mirarla, de buscarla, de amarla, pero en el mismo instante que lo piensa, Candy sonríe sin motivo alguno y a él se le ilumina el alma.

Encandilado por su sonrisa, se encamina hacia ella como una luciérnaga hacia la luz, rogando para que sus miradas se crucen un solo instante.

Con pasos lentos esquiva a la gente sin prestarles ninguna atención, ansiando estar a su lado.

Súbitamente un relámpago de esperanza deslumbra en su interior, dándole la certeza que aún hay tiempo, aún hay una oportunidad para confesar lo inconfesable.

Al llegar a su lado su certeza se evapora, su valor se ha diluido por miedo a su respuesta, sus dudas nuevamente han roto su confesión.

-El que solo se ríe de sus picardías se acuerda – comenta, callando la revelación que lo llevaría al cielo o al infierno.

Candy sorprendida, parpadea un par de veces antes de mirarlo y profundizar su sonrisa al descubrir a Albert mirándola con sus penetrantes ojos azules.

-No es ninguna picardía - le aclara - tan solo un recuerdo… - contesta sin darle mayor detalle.

-Debe ser un recuerdo muy divertido entonces. – insiste Albert.

-Pues sí. – afirma dando un par de pasos sin dejar de sonreír.

Albert camina a su lado esperando la respuesta.

-¿Recuerdas aquella vez que me dio fiebre?

Lo recordaba como si fuera ayer, la única vez que ella había enfermado había sido cuando regresó de Nueva York.

Su sonrisa era por Terry.

Su alma cae al piso.

-Si – introduce las manos en los bolsillos, fingiendo que todo está bien, pero nada está bien, él lo sabe, pero ella no.

-Ese día me dijiste que el resfriado debía ser muy valiente para haberme contagiado – su risa cantarina inunda el lugar.

Era su comentario lo que la había hecho reír. El alma le regresa al cuerpo.

Y sin proponérselo él también sonríe.

Pero no es cualquier sonrisa, es una sonrisa nacida desde lo más profundo de su alma.

La sonrisa se convierte en carcajada en respuesta a las cantarinas carcajadas de Candy.

-¿Y recién ahora le encontraste la gracia? – le pregunta súbitamente feliz, mirándola más de lo permitido.

-Pues si – admite Candy, sin ninguna pena – más vale tarde que nunca.

Y con esta confirmación vuelven a reír con ganas.

Albert da un giro aun riendo para encontrar a Maggi, su novia, parada a un par de metros, observándolos con atención.

-Creo que voy a ver a la tía abuela, antes que me empiece a echar de menos – se excusa Candy dejándolos solos.

Albert sonríe nuevamente, siendo el único en comprender la ironía en la excusa de Candy.

-¿De qué se reían? – pregunta Maggi en cuanto Candy se aleja.

-De nada en particular – contesta Albert evadiendo su pregunta y encaminándose hacia la gente que conversaba en grupos por todo el jardín.

-Parecía algo muy divertido – insiste Maggi mirando como poco a poco aquella profunda sonrisa se le iba desvaneciendo del rostro.

Una sonrisa que ella nunca había podido hacer florecer en su rostro.

-Solo una frase dicha sin mucho sentido –Albert mira por un par de segundos como Candy se aleja. – Mira, ahí está tu madre, creo que nos está buscando – le extiende el brazo a Maggi, dando por zanjado el tema.

Pero el tema nunca quedó zanjado y fue uno de los tantos detalles que Maggi vio entre ellos los que fueron carcomiendo su alma y robándole un poco de felicidad día a día.

-¿Ya has decidido quien será la dama de honor? – pregunta la madre de Maggi.

-Me gustaría que fuera Candy – contesta Maggi mirando a William.

-Pensé que elegirías a tu prima Eloísa – rebate su madre sorprendida por la elección – Siempre se han llevado bien.

-Lo sé, es solo que Candy es muy cercana a William y no quisiera que se sintiera excluida – en realidad quería ver la reacción de William – ¿Qué piensas William? ¿Crees que quiera? – lo mira nuevamente tratando de descubrir algo en su rostro que ahora parecía tallado en piedra.

-No creo que sea una buena idea – no expondría a Candy a semejante cosa, y siendo sincero, para él sería una tortura verla caminar al altar sin ser "su novia"…

-¿Por qué lo dices?

-Deberías hacerle caso a tu madre, tu prima es una buena opción – esquiva el rostro buscando a Candy nuevamente con la mirada.

Candy está conversando con Annie y Archie, y la realidad nuevamente lo golpea, ellos están a punto de ir por caminos diferentes. Esta certeza duele más que una herida de guerra.

Ahí separados por todo y por nada, le jura en silencio que siempre la va a querer.

-Pero, yo pensé…- titubea Maggi mientras sigue la mirada de William.

-Eloísa será la elegida, entonces – su madre termina la conversación aliviada de que esa recogida apenas participara en la boda de su hija.

-¿Te parece bien, William? – la pregunta de Maggi lo obliga a regresar su atención a la conversación.

-Lo que tu decidas está bien – la mira por un par de segundos - Si me disculpan, tengo que hablar con George. – se excusa en cuanto lo ve.

-Que novio tan amable y guapo tienes – comenta la madre de Maggi – eres la envidia de todas las chicas casaderas de Chicago.

Y Maggi envidiaba y odiaba a Candy por partes iguales. Aprieta los puños mientras fija su atención en William y lo sigue hasta asegurarse que está con George.

Albert se acerca a George y se ubica frente a él para ver estratégicamente a Candy, estos últimos días había evitado verla a propósito, y ahora corroboraba que había hecho bien. Verla le había avivado el amor y dolía como el infierno. Se propuso firmemente seguir con su autoimpuesto castigo de no verla, aunque eso le produjera insomnio, y dicho sea de paso, el insomnio era el menor de sus problemas.

Con insomnio y todo, los días se le fueron como agua entre los dedos y llegó el tan temido día, encontrándose dentro de un hoyo sin salida.

Lo único que le hacía más llevadera la vida, era saber que estaba donde estaba por su propia decisión.

En este punto, la tortura de sus pensamientos era la única satisfacción que tenía, y con esto cerraba el círculo de sus males.

Los pájaros aun dormían cuando Albert salió de la mansión sin rumbo fijo, y fue a parar a la cabaña cerca del río.

Allí, en completa soledad, sonaron con fuerza las palabras que George le dijo aquella tarde en el jardín.

-¿Por qué no le dices de una vez por todas lo que sientes? - le sugirió al ver el anhelo en sus ojos al mirar a Candy.

-¿A estas alturas?

-Aun estás a tiempo.

-No servirá de nada - replicó dolido.

-¿Cómo sabes?

-Ella no me ama.

-¿Cómo puedes estar tan seguro?

-Si me hubiera querido, ¿crees que me hubiera buscado novia?

Eso silenció a George.

En todo este tiempo no había parado de pensar en cómo sería el día en el que ella correspondería a su amor, los días pasaron y ese día jamás llegó. Golpeó lo primero que encontró, con toda la rabia acumulada de años de silencio, tratando de desahogar lo que le quemaba por dentro.

Al diablo con todo.

Desdichado, se sentó en silencio y Puppet enseguida corrió a sus brazos. Era bueno acariciarla, calmaba su angustia.

Y ahí, mientras se resignaba a lo inevitable, escuchó unos pasos en el porche mientras Puppe saltaba de sus brazos y corría al encuentro de quien rondaba en la cabaña…


Notas de la autora:

El resto, ya saben lo que pasó.

Desde hace tiempo quería escribir esta otra parte de la historia.

Antes que me empiecen a caer los tomatazos, déjenme les cuento que todo este tiempo he estado sin computadora, y por eso no he escrito ni una sola letra. Quise volver a coger el ritmo con algo pequeño, por eso re-edité Sin vendas en los Ojos y seguí con este extra que me estaba rondando la mente.

Para volver a cogerle el hilo a In Fraganti creo que me tocará volver a recontra re-editarlo, porque estoy medio perdida. Así que les pido un poco más de su infinita paciencia. (Lo aclaro porque más que seguro me van a preguntar para cuándo IF, ¿verdad?) Y la verdad no lo sé.

Gracias

Tita