Disclaimer: no soy Meyer, por lo que ni la historia original ni los personajes (no, ni siquiera Edward) me pertenecen.

CINCO RAZONES PARA NO ENAMORARSE.

[AH, AU]: En la biblioteca, Bella nunca había encontrado nada más interesante que sus libros. Hasta hacía dos meses. ¿Qué ocurre cuando el motivo de su falta de concentración se instala en su casa durante un mes?


CAPÍTULO 1. LA BIBLIOTECA NO ES UN LUGAR PARA CONCENTRARSE.

Odiaba pasar las tardes de los viernes en la biblioteca. Por alguna extraña razón que mi mente no alcanzaba a comprender, las tardes de los viernes nadie, excepto yo, venía a la biblioteca con la intención de estudiar. Aquello se parecía más a una especie de reunión social que a un lugar de concentración y pesados libros universitarios. Mientras a mi lado un grupo de chicas de primero concretaba sus planes para esa noche, leí por tercera vez el párrafo que intentaba comprender desde hacía diez minutos. Sabía que las palabras tenían sentido, pero mi cerebro se negaba a conectarlas de forma coherente por lo que, por más que lo intentara, ante mis ojos aquel párrafo perfectamente elaborado aparecía como una masa incomprensible de letras.

Resoplé. Lo intenté por cuarta vez. Tan solo fui capaz de descifrar el sentido de la primera frase antes de cerrar el libro bruscamente. Quizás mi cerebro ya se había dado cuenta de que era viernes por la tarde.

Recogí mis cosas en silencio y me escapé de la biblioteca por la puerta principal. Estaba frustrada por no haber podido avanzar nada aquella tarde. Inmediatamente, le eché la culpa al grupo de chicas que se había pasado dos horas cuchicheando a mi lado, pero para qué engañarme, la biblioteca había dejado de ser mi lugar de concentración desde hacía dos meses.

Volví a resoplar en cuanto alcancé la calle. Mientras me dirigía a mi apartamento, a solo unas manzanas del campus, no pude evitar culpar de todos mis males a Alice: mi compañera de piso, mejor amiga y razón por la que me recluía todas las tardes en la biblioteca en busca de un poco de paz. Adoro a Alice, pero su carácter exuberante y su continuo estado de sobre-excitación no son los ingredientes perfectos para mis largas tardes de estudio. Una semana conviviendo con ella durante el primer curso fue suficiente para decidirme por mis tardes de retiro forzoso en la universidad. Yo estudio, Alice revolotea por el apartamento y las dos somos felices.

Sin embargo, ese año apenas había podido disfrutar de unas pocas tardes de pacífico estudio en la biblioteca. Concretamente, dos semanas duró mi concentración. Quince días de relajado estudio hasta que él apareció por la puerta. No tiene nombre, ni edad, ni siquiera sé qué estudia. De lo único de lo que estoy segura es que es la única causa por la que, desde hace dos meses, mi concentración brilla por su ausencia. Oh, por supuesto, de eso y de sus profundos ojos verdes, de la forma en que se pasa la mano por su cabello broncíneo y del modo en que los músculos de sus brazos se tensan cuando recoge sus pesados libros de la mesa. Sí, esa es la causa exacta de mi pérdida de concentración.

Aquella tarde no había sido diferente, ni siquiera los viernes me daba un respiro. La misma rutina de siempre: llegaba alrededor de las cinco, dejaba su pesada bolsa en el suelo y se sentaba exactamente enfrente de mí, dos mesas más allá de mi lugar de siempre. Dos horas después, me liberaba de su tortura. Dos horas, ciento veinte minutos eternos en los que ni una sola de mis neuronas era capaz de funcionar correctamente. Patético. Más teniendo en cuenta que ni siquiera me atrevía a mirarle durante más de cinco segundos seguidos. Me limitaba a simular concentrarme en mis propias lecturas, al tiempo que mi visión periférica no se perdía ni uno solo de sus movimientos.

Repito: patético.

Sacudí mi cabeza bruscamente mientras rebuscaba las llaves del apartamento en mi bolso. Mis dos horas de tortura diaria eran suficientes como para andar fustigándome con su perfecto recuerdo el resto de la tarde.

Por suerte, el abrazo del oso con el que Alice me recibía siempre forzó a que mi cerebro se ocupara de cuestiones más importantes como, por ejemplo, respirar.

—¡Bella! —exclamó, mientras arrojaba sus brazos sobre mi cuello. Todavía no soy capaz de comprender como algo tan pequeño puede resultar tan… asfixiante.

Traté sin éxito de librarme de su abrazo asesino.

—Alice… no… respirar…

Alice me soltó y me empujó dentro del apartamento. Mientras dejaba mis libros y mi bolso sobre la pequeña mesa de la cocina, mi amiga no dejó de revolotear nerviosamente a mi alrededor con una enorme sonrisa bailando en sus labios. Exactamente el tipo de sonrisa que, con los años, había aprendido a temer.

—¿Qué pasa, Alice?

Como toda respuesta, son sonrisa se acentuó aún más. No pude evitar sentir un escalofrío al ver la mueca. Sin decir ni una palabra, me tomó de la mano y me llevó a rastras hacia su habitación.

—Bella, hay algo que quiero enseñarte y me gustaría que, por una vez, no protestaras – me dijo seriamente.

La miré con los ojos entrecerrados sin saber exactamente qué pretendía.

—¿Protestar? ¿Por qué iba a protestar?

—Porque ya sé que no te gustan los regalos inesperados ni las sorpresas, pero… —Alice hizo una pausa dramática mientras rebuscaba entre el montón de bolsas que se apilaban encima de su cama. Sacó algo de una de ellas y me lo tendió— por esto merecía la pena aguantar uno de tus enfados.

Tomé lo que Alice me tendía y me di cuenta de que se trataba de un vestido. Lo examiné con ojo crítico antes de llegar a la conclusión de que, aunque algo corto para mi gusto, era bonito. Rebusqué la etiqueta, pero me di cuenta de que Alice había sido lo suficientemente cuidadosa como para quitarla antes de que yo pudiera enterarme de si aquel vestido entraba en la categoría de "regalos-excesivamente-caros-que-no-comprar-para-Bella". Le volví a echar un rápido vistazo. Odiaba admitirlo, pero realmente era bonito.

Alice observó mi expresión y esbozó una pequeña sonrisita de auto-complacencia.

—Lo vi en el escaparate y pensé que era perfecto para ti. No pude resistirme cuando empezó a gritarme que le llevara a casa.

Una pequeña carcajada se me escapó al oír la descripción de Alice y su "experiencia religiosa" con mi vestido.

—Vale, Alice —dije, apartando el vestido a un lado; pretendía estar molesta con ella, pero su tela sedosa y su corte elegante eran una mala influencia—. Ahora que me has hecho la pelota, ya puedes ir al grano. ¿Qué es lo que quieres?

Alice abrió los ojos desmesuradamente con fingida inocencia. Tendría que practicar más esa expresión porque no conseguía engañar a nadie.

—¿No me crees capaz de regalarle un bonito vestido desinteresadamente a mi mejor amiga?

—No —contesté sin piedad.

—Solo quería que fueras la más guapa en la fiesta de hoy, pero ya veo como me lo agradeces —murmuró ella con tono malhumorado y cruzándose de brazos.

Esta vez fui yo quien abrió los ojos con sorpresa. ¿Fiesta? ¿Qué fiesta? Mis planes para esa noche incluían quedarme en casa con un gran tarro de helado de chocolate y una película romántica con la que olvidar a mi misterioso chico de la biblioteca. La palabra fiesta no entraba dentro de esos planes.

Alice me miró, esperando una respuesta.

—¿Fiesta? —conseguí decir al cabo de unos segundos— ¿Qué fiesta?

—¿Cómo que qué fiesta? —Alice me tomó por los hombros y me miró seriamente— Bella, no es una fiesta cualquiera, es LA fiesta. La fiesta del novato.

La miré entrecerrando los ojos, todavía sin comprender del todo sus palabras. Alice dejó escapar un suspiro de exasperación.

—Ya sabes, música, un montón de alcohol barato y novatos de los que reírse. ¿Cómo pudiste olvidarte de que era hoy?

Hice un esfuerzo por responder a su pregunta. Rebusqué en mi mente y me di cuenta de que el comportamiento errático de Alice de esa semana era la respuesta; así que su estado de sobre-excitación, por encima del habitual, y el regalito de esa tarde se debían a que hoy era la fiesta del novato. ¿Cómo pude olvidarlo?, pensé con ironía.

Traté de recomponer mi mejor cara de cachorrito abandonado con la intención de ablandar su corazón.

—Alice, de verdad, hoy no estoy de humor para fiestas —dije con tono quejumbroso.

Por su expresión dura y la manera en que cruzó sus brazos fuertemente sobre su pecho, me di cuenta de que había fallado en mi intento de tocarle la fibra sensible. Alice a veces era una criatura muy cruel.

—Y yo no estoy de humor para aguantar tus quejas —me miró con ojo crítico—. ¿No tendrás ese aspecto tan patético por el chico de la biblioteca?

Esa vez fui yo quien se cruzó de brazos, malhumorada.

—Gracias por lo de patética. Y sí, pasarme todas las tardes dos horas enfrente de ese… —hice un esfuerzo por encontrar las palabras adecuadas, pero ninguna me parecía suficiente para describirle— ese milagro de la naturaleza, sin que ni siquiera me dirija la mirada, no ayuda a mi autoestima.

Alice sonrió y me tomó la mano antes de arrastrarme hacia el baño.

—Ya sabes que la solución es un poco de alcohol hoy y una bonita resaca mañana.

—Alice… —dije de nuevo con tono quejumbroso, tratando de zafarme de ella.

—Bella, todo el mundo va a estar allí.

Sabía a qué se refería Alice con todo el mundo. Concretamente a quién. Suena penoso admitirlo, pero la perspectiva de encontrarme a la causa de mi falta de concentración fuera de la biblioteca y con algo de alcohol en sangre que me ayudara a mirarle durante más de cinco segundos seguidos, me ayudó a soportar la intensa maratón de puesta a punto que me esperaba con Alice en el baño.

Dos horas interminables después y tras el visto bueno de Alice, por fin pudimos salir del apartamento y caminar unos cuantos metros… antes de volver a recoger el bolso que a Alice se le había quedado dentro.

Alice no se había equivocado al decir que aquello iba a ser LA fiesta. No es que hubiera nada espectacular ni digno de especial mención, sino que el campus estaba abarrotado de gente, novatos y alcohol. Alcohol en cantidades industriales. Y música. Y más gente. Y novatos. Y más gente… Busqué frenéticamente con la mirada entre la multitud, tratando de encontrar una cara conocida aparte de la de Alice. Quizás podría encontrarme con alguien de mi clase al que acoplarme antes de que mi amiga me abandonara vilmente para irse con Jasper, su novio, pero me di cuenta de que los estudiantes de Filología Inglesa no éramos precisamente famosos por las fiestas que montábamos.

Y entonces le vi. El aire se me quedó atrapado en la garganta y abrí la boca, sin poder decir ni hacer nada más que permanecer allí clavada, con mi vista fija en él durante diez segundos. Los diez segundos exactos en los que mi cuerpo tardó en reaccionar, antes de que notara mis mejillas arder. Cerré los ojos con fuerza y me di la vuelta para coger el brazo de Alice, pero, cuando volví la mirada hacia el sitio donde le había visto, el chico de la biblioteca había desaparecido.

Alice se inclinó sobre mí para hacerse oír por encima de la música.

—¿Le has visto?

Asentí con la cabeza.

—Me quedé mirándole durante diez segundos como una idiota antes de que mi cerebro reaccionara.

—¿Y él te vio a ti?

Le dediqué una mirada de exasperación a mi amiga.

—Obviamente, no. Por si no te habías dado cuenta, no sabe de mi existencia.

—Sí, olvidaba que no todo el mundo espía a sus futuros ligues como tú —Alice me sacó la lengua, antes de agarrarme del brazo y arrastrarme hasta la multitud—. Vamos, Bella. Necesitas una copa urgentemente.

Me dejé llevar por Alice sin ni siquiera hacer un intento de protesta. El alcohol me ayudaba a socializar. Aunque no sabía exactamente si a socializar con determinada persona.

Antes de que Alice lograra colarme la tercera copa de la noche, Jasper acudió en mi ayuda. Y antes de que la parejita me abandonara cruelmente, Angela, una de mis compañeras de clase, y su novio Ben llegaron a tiempo para socorrerme. Y, precisamente en ese instante, le vi. De nuevo. Y, de nuevo, mi cerebro se quedó sin respuesta durante unos segundos. Cuando por fin fui capaz de moverme y darme la vuelta para avisar a Alice, me di cuenta de que Jasper y ella ya me habían abandonado.

—¿Conocéis a ese chico? —les pregunté a Angela y a Ben, señalándole disimuladamente.

—¿Cullen? – preguntó Ben.

Clavé mis ojos sobre Ben.

—¿Le conoces?

—Solo de vista. Creo que tiene un nombre raro y antiguo que empieza por E… Edmund o algo así… —Ben se encogió de hombros—. Es el hermano de Emmett Cullen.

Ben había nombrado a ese tal Emmett Cullen como si fuera la explicación de todo. Le miré extrañada, sin saber a quién se refería.

—¿No sabes quién es Emmett Cullen? —preguntó, abriendo los ojos con sorpresa. Luego, se volvió hacia su novia— ¿Los de Filología sois tan frikis como dicen?

Angela le propinó un pequeño golpe en el hombro.

—No creo que sea indispensable conocer a todos los jugadores del equipo de fútbol de la universidad —dijo ella, malhumorada.

—Al menos tú sí sabes quién es —comentó Ben con alivio. Volvió a fijar sus ojos en mí—. Emmett Cullen es Dios.

Solté una carcajada al tiempo que Angela ponía los ojos en blanco.

—Quiere decir que es el capitán del equipo de fútbol de la universidad —explicó ella—. Aunque, por alguna extraña razón que no logro comprender, él y sus amigos lo asemejan a una divinidad.

—¡Porque es Dios! —trató de defenderse Ben— Ese tío es sobrehumano.

Volví la cabeza hacia donde había vislumbrado al chico de la biblioteca, a partir de ese momento "hermano-de-Emmett-Dios-Cullen" a falta de un nombre más concreto, pero, de nuevo, había vuelto a desaparecer. Ben se había enfrascado ya en una "apasionante" explicación sobre por qué el tal Emmett Cullen era Dios, pero, para mí, quien se asemejaba a una divinidad no era precisamente ese hermano Cullen.

—¿Y su hermano…? —comencé a preguntar.

Ben se encogió de hombros. Por lo visto, su hermano no era digno de atención.

—A veces se pasa por los entrenamientos a recoger a Emmett. Debe de ser una especie de intelectual… ya sabes, cero talento para el deporte.

Y, por supuesto, cero talento para el deporte significaba cero interés para Ben, que no sabía nada más del "hermano-de-Emmett-Dios-Cullen". Excepto que su nombre empezaba por E.


Hora y media y dos copas después, Alice me tenía exactamente donde quería.

—Así que… —comenzó la pequeña duende maléfica arrastrando las palabras— todavía no me has presentado a tu misterioso chico de la biblioteca.

—Cada vez que intento enseñártelo me encuentro con que tienes la lengua incrustada en la garganta de Jasper. Eso no facilita las cosas, ¿sabes?

Alice soltó una risita tonta.

—A veces creo que pierdo la concentración con demasiada facilidad —Alice se volvió hacia Angela y la tomó del brazo para llamar su atención—. ¿Sabes lo malhumorada que está Bella últimamente?

Angela esbozó una media sonrisa y, en ese momento, me di cuenta de que le iba a seguir el juego a Alice. Traidora.

—Oh sí, en clase la noto algo… frustrada —su sonrisa se acentuó—. Más frustrada de lo habitual.

—¿Quieres decir que lo habitual en mí es estar frustrada? —pregunté, al tiempo que me cruzaba de brazos para demostrar mi indignación.

—No frustrada, sino más bien reprimida —intervino Alice, entornando los ojos maliciosamente—. Desde que te has encontrado con ese chico de la biblioteca, estás más reprimida que de costumbre. Bella, por nuestra salud mental y por el bien de nuestra convivencia deberías… ya sabes, intentar ligártelo.

A pesar de que Alice había hablado con un falso tono serio, no fue capaz de esconder la sonrisa que pugnaba por salir. La conocía demasiado como para responder a sus provocaciones, pero, en ese momento, al percatarme de la copa que sostenía en mi mano, comprendí que estaba borracha. Y estar borracha en compañía de Alice significaba estar a su merced.

Y, en ese preciso momento, pronunció las palabras mágicas.

—¿A que no te atreves?

Antes de que mi cerebro pudiera actuar con coherencia y gritara ¡NO! para ordenar a mis piernas que se quedaran donde estaban, mi cuerpo ya había actuado por su cuenta y, de repente, me vi sola, en medio de la multitud, buscando a mi misterioso chico de la biblioteca "hermano-de-Emmett-Dios-Cullen" y cuyo nombre empezaba por E.

En esas me encontraba, buscando frenéticamente entre la multitud una cara conocida, cuando mi cuerpo impactó contra algo duro y mi copa se me cayó de las manos. Si a mi natural nivel de patosidad le sumas mi evidente estado de embriaguez, lo normal era que acabara dando con mis huesos contra la pared o contra la mesa del DJ. Ya había levantado la mirada para descubrir contra qué me había chocado, cuando me encontré con él. El chico de la biblioteca. El "hermano-de-Emmett-Dios-Cullen". La causa de mi falta de concentración. En fin, ÉL.

Y, para mi vergüenza, su camisa estaba destrozada gracias al contenido de mi copa que, a causa del choque, se había derramado sobre su pecho.

—¡Oh, dios! ¡Lo siento mucho! —exclamé, rebuscando entre mi bolso un pañuelo—. Estaba distraída, no miraba por dónde iba y normalmente soy bastante patosa… lo siento muchísimo.

ÉL cortó mis penosos intentos de disculparme.

—No te preocupes. No pasa nada.

Me quedé helada al escucharle hablar. No sabía si se trataba del evidente nivel de alcohol en sangre que llevaba ya y que distorsionaba mis sentidos, o de que, tras dos meses observándole silenciosamente cada día, le había idealizado demasiado, pero, en ese momento en el que le escuché hablar por primera vez, su voz sonó como música para mis oídos. Suave, aterciopelada e incitante… de repente, sentí el súbito impulso de lanzarme a su cuello.

Por suerte, volvió a abrir la boca y pude reprimir mis instintos más primarios.

—No pasa nada —repitió.

Me quedé mirándole con la boca semi-abierta, recreándome de nuevo en el sonido de su voz. Sus ojos verdes se clavaron sobre mí, en una mirada entre divertida y extrañada, y forcé a mi cerebro para que construyera una frase medianamente coherente.

—Pero te he destrozado la camisa. Si quieres… puedo prestarte algo. Vivo a tan solo diez minutos de aquí.

Lo había dicho con la intención de ayudarle, de prestarle una camiseta para que no tuviera que pasarse el resto de la noche apestando a alcohol barato por mi culpa. Pero, en el momento en que las palabras se escaparon de mi boca, supe exactamente a qué habían sonado en sus oídos: a un penoso intento de meterle en mi casa a la primera de cambio.

—No es necesario, yo también vivo por aquí cerca. Además, no creo que nadie se dé cuenta. Me parece que, ahora mismo, la mayoría tiene una visión bastante distorsionada de la realidad como para darse cuenta de que apesto a alcohol.

Esbozó una media sonrisa torcida que me pareció adorable. Era extraño, pero el impulso de lanzarme a su cuello apareció de nuevo.

—Creo que sé a lo que te refieres… —logré articular.

Traté de dar dos pasos hacia atrás en un intento de alejarme un poco de él y de su fuerza atrayente para que mi cabeza pudiera pensar racionalmente, pero trastabillé y estuve a punto de dar con mi culo en el suelo, de no ser por sus dos brazos que me sujetaron rápidamente y evitaron la caída.

—Sí, ya veo que sabes a lo que me refiero —se río.

Volvió a dibujar su sonrisa torcida, que en esos momentos yo ya adoraba, y se me hizo prácticamente imposible ignorar a la voz que me ordenaba que me lanzara sobre él inmediatamente.

Mi cara debía de ser un poema, ya que su mueca se acentuó hasta dibujar una sonrisa completa.

—Soy Edward Cullen —se presentó, ofreciéndome una mano.

Le tendí una mano temblorosa.

—Bella Swan.

—Bella —repitió. Estuve a punto de comenzar a hiperventilar al oír mi nombre en esa voz aterciopelada— Nunca te he visto por la facultad de Medicina, ¿estudias aquí?

—No, yo… yo estoy en la otra punta del campus, en la facultad de Humanidades. Estudio Filología Inglesa.

—Filología Inglesa. Ya veo. Entonces eso explica tantas horas todas las tardes en la biblioteca.

Abrí la boca con sorpresa. ¿ÉL… quiero decir… Edward Cullen sabía ya de mi existencia? ¿Sabía que me pasaba todas las tardes encerrada en la biblioteca? Oh bueno, no sé de qué me extrañaba, era evidente que ya había reparado en mí. ¿Cómo no hacerlo, si me pasaba cada tarde examinando todos sus movimientos? Trataba de hacerlo de manera disimulada pero, obviamente, no había pasado tan desapercibida como creía. A estas alturas, Edward ya debía de tener un gran concepto de mí: una loca obsesiva que le vigilaba todas las tardes y le perseguía por las fiestas universitarias para tirarle su bebida por encima.

Quizás no estaba del todo equivocado.

—Hmm… —murmuré, ordenando de nuevo a mi mente que formulara una frase coherente— Así que, ¿me has visto por la biblioteca?

Edward soltó una pequeña carcajada.

—Obviamente, te he visto por la biblioteca. Te sientas enfrente de mí todas las tardes. Siempre que llego, ya estás allí y, siempre que me voy, tú todavía no te has marchado. ¿Tú nunca me habías visto? —preguntó con curiosidad.

Le miré con los ojos muy abiertos y, antes de que pudiera detenerlas, mis palabras ya se habían escapado de mi boca.

—Sí, claro que sí. De hecho… de hecho, me fijé en ti desde el primer día que apareciste por allí. Desde entonces, no he podido volver a concentrarme en mis libros.

Me llevé una mano a la boca y mi cerebro debió considerar esa la ocasión perfecta para reaccionar rápidamente por primera vez en toda la noche. Consecuencia: sentí mis mejillas arder y supe al instante que se habían teñido de todos los tonos posibles de rojo. Me maldije internamente, a mí y a mis reacciones físicas involuntarias.

Pero, antes de que pudiera decir nada más, antes de que pudiera tratar de arreglar mi error y camuflar mis palabras para que parecieran otra cosa, antes ni siquiera de que Edward pudiera reírse de mí, apareció ELLA. Y con ELLA me refiero a la pareja perfecta para ÉL: largas piernas, cintura estrecha y escote vertiginoso. Algo recauchutada para mi gusto, pero suponía que era el tipo de mujer cañón que gustaba a cualquier espécimen con cromosoma Y. Exactamente del tipo que aparece en las portadas de Blender, FHM o, incluso, Playboy.

Y rubia. Suspiré. Sí, rubia.

La Barbie recauchutada, a falta de un nombre más adecuado para ella, se colgó del brazo de Edward y se inclinó sobre él para murmurarle unas palabras lo suficientemente altas como para que yo las escuchara.

—¿Dónde te habías metido, Edward? Llevaba un rato buscándote, tengo una sorpresa para ti.

No necesité más. Me di media vuelta y traté de alejarme de ellos lo más rápido posible, pero sentí los ojos de ella clavados sobre mi espalda, analizándome de arriba abajo.

Había sido lo suficientemente ingenua como para pensar que Edward Cullen, mi chico de la biblioteca, no estaba pillado. Pero debería haberme dado cuenta de que esos ojos verdes y esa sonrisa torcida no podían estar libres por mucho tiempo. Y supuse que la Barbie recauchutada era la pareja perfecta para un Ken como él. Algo así como Sandy y Danny. O como el rey y la reina de la fiesta del instituto.

Y yo era la Nancy tonta que había intentado ligarme a Ken. En esos momentos, seguro que estarían riéndose de mi torpeza.

Para entonces, ya estaba lo suficientemente sobria como para darme cuenta de que había hecho el mayor ridículo de mi vida. Y eso, para alguien tan patoso como Bella Swan, eran palabras mayores.


No sé exactamente de dónde ha salido esto, pero de repente la historia comenzó a formarse en mi cabeza y creo que el argumento tiene vida propia porque antes de que me diera cuenta ya estaba escribiendo el primer capítulo. Me encantaría leer qué os ha parecido esta introducción a la historia, a partir del capítulo siguiente comieza lo bueno de verdad. Lo prometo.

Trataré de actualizar lo antes posible. El segundo capi ya está a medias aunque por supuesto si veo que el fict interesa me inspiro mucho más (traducción: dejadme reviews please! =)). Y no séais muy malos conmigo, es mi primer fict largo de Twilight... no sé cómo acabará esta locura.

Hasta el próximo capi. Besos.

Bars.

*[Nota 19/Ocubre/2010: edito el fic para ajustar los cortes entre escenas, las líneas de diálogo y algunos errores de puntuación. Solo eso. No hay ningún cambio en el argumento]