Pareja: ¡Yullen!

Advertencias fic: Al ser un futuro Yullen habrá claramente YAOI, aunque no de momento, lo que me lleva a que habrá futuro lemon. Oh, amado lemon -sonrisa-. No puedo quitar ese lado pervertido que tanto veo en Kanda, por lo que sintiéndolo mucho creo que no hay forma de evitar el lemon, (eso sí, aún me pregunto cómo lo haré -mira apenada a otro lado-) Inevitablemente hay y habrá OOC, pues como no soy Hoshino no puedo saber con exactitud lo que harían nuestros queridos personajes y sólo lo puedo imaginar -suspiro- Um, al ser Yullen será Kanda(18)xAllen(15) no creo que haya problemas respecto a ello, pero si alguien está en contra por ser Allen menor de edad, mejor que no lea. También, y juro que lo siento muchísimo (en verdad -llora-) hay confusiones históricas que espero que no prestéis atención... es decir, puede que diga una cosa de una época y de repente, sin querer o porque simplemente no puedo cambiarlo, me vaya a otra completamente diferente (pero oye, ¿no hace lo mismo Hoshino?). Digamos que la historia está situada igual que en la serie (ese imaginario final del XIX) pero con toques anteriores... ya entenderéis -risa-, así que si alguien va a estar buscando fallos así, tiene para rato. Es una especie de AU, pero dentro de él ocurrirán acontecimientos que aparecen en el manga y anime verdaderos, pero lo suficientemente modificados como para que encajen. En todo caso, si hubiera algún spoiler avisaría. Así que es un ¿doble AU? -risa-

Y por cierto, por tanto leer fics POV al final se me ha contagiado y únicamente puedo escribir en POV, lo siento.

Notas: No sé de dónde salió esto. No, no me he obsesionado con Piratas del Caribe ni nada así (aunque me encanta y la tendría que volver a ver -sonrisa-) ni One Piece o... no sé, cualquiera. Puede que apareciera la idea al encontrar una imagen de Kanda pirata, who knows? Como sea, aquí traigo el primer capítulo, y en realidad me da miedo comenzar un fic por la poca confianza que tengo en mí y en las clases, pero bueno ¡yo puedo! -con bandana-.

Respecto a advertencias del cap. espero que sepáis quienes fueron Gwen Frere, Sol Galen y Tina Spark... sino, mejor ved más de D Gray o quizá sí pueda ser spoiler. Relaciones heteros nombradas y quizá podáis malpensar e imaginar un Allena o viceversa, y un POV que no volveré a probar.

DISCLAIMER: D Gray-man no me pertenece ni sus personajes, son de Katsura Hoshino la cual espero que se mejore pronto. Si me perteneciera me censurarían prácticamente todo. Sólo me pertenece el fic, por el cual no gano nada más que reviews y amenazas de muerte.

Discípulo del pecado

1. Reencuentro

La suave brisa que anunciaba el comienzo de una nueva y maravillosa primavera revolvió sus cabellos, despeinándola en el proceso. Se llevó una mano a la cara para apartarse el mechón rizado del rostro, el cual se había escapado del elegante recogido de sus tirabuzones. El sol brillaba en lo alto, iluminando las pequeñas flores que comenzaban a florecer a sus pies y en lo alto de los árboles. Inspiró profundamente, degustando la frescura y humedad en el ambiente debido a la cercanía del inmenso mar.

En momentos como ese, en los que se encontraba en el jardín de su hogar, deseaba poder deshacerse de los gruesos y agobiantes faldones, junto al apretado corsé de su pecho y cintura que le ataba al igual que le ataba la sociedad. Poder volver a correr por el césped recién cortado como cuando hacía de pequeña, libre, revolcándose entre las flores hasta tener los pétalos enganchados en su pelo a conjunto con el suelo. Sus cabellos verdes. Verdes como la hierva, verdes como las hojas de los árboles, verdes como los tallos de las rosas…un brillante color verde vivo.

Le gustaba su pelo. Le recordaba a su fallecida madre. Recordaba que siempre se sentaban juntas entre las flores, en un día como ese, admirando el paisaje mientras le peinaba diciendo lo bello que era su largo cabello. También le repetía que su pelo era como ella, rebelde y libre, hermoso y de rápido crecimiento. En aquellos momentos era cuando sabía que si no hubiese sido por su hermano, ella nunca habría llegado a nada. Seguramente habría terminado como una más de esas personas que rogaban en la calle por algo que llevarse a la boca, habiendo pasado por calamidades que ni se atrevía a imaginar.

Con un suspiro melancólico, se tomó de los faldones para acuclillarse y cortar una pequeña florecilla blanca. Alzó la mirada al cielo con una sonrisa, distinguiendo la forma de un pájaro en una nube. Se incorporó para regresar al interior de la casa, sabiendo que su hermano la esperaba y que era bastante susceptible respecto a lo que ella se refería.

Su casa no era muy grande, pero era lo suficientemente amplia para considerarla elegante, y lo suficientemente acogedora como para tener la calidez que ella necesitaba. No había momento que ella recordara, en el que tras la muerte de sus padres, su hermano no estuviera a su lado cuidando que no le faltara nada. Por esa razón, ella hacía y haría todo lo que pudiera para ayudarle, aunque fuera lo más mínimo e insignificante como el hacerle una taza de café con el recipiente que tanto le gustaba.

Su hermano tuvo que sacarles a los dos adelante siendo aun bastante joven, trabajando muy duro. Por todo ello era extraña la noche que no pasara trabajando en el diseño y fabricación de no se qué inútiles robots que a menudo destrozaban la casa. Y asombrosamente, la demanda por esas maquinas era realmente alta. Sonrió para sí misma, jugando con la pequeña flor entre sus dedos al hacerla girar. Se paró frente a la puerta entreabierta de su hermano, asomándose curiosa al verle sentado tranquilamente en la silla.

Bueno, tranquilamente para su acostumbrada forma de ser tan espontánea, porque si alguien más le viera en el escritorio con esa sonrisa macabra y un rallo de sol golpeando en sus gafas dándole un brillo perturbador, mientras sólo él sabría qué apuntaba con tanto entusiasmo en los garabatos de un papel, pensarían que definitivamente era peligroso acercarse a él y que iba en contra del dogma cristiano o algo así. Nada más lejos de la realidad.

— ¿Komui-nii san? —le llamó golpeando débilmente la puerta a pesar de estar dentro, captando su atención al momento.

El hombre alzó la vista, con la mirada iluminada. Pero justo un segundo después, sus ojos comenzaron a humedecerse, haciendo un puchero. Rápidamente se incorporó yendo corriendo a abrazarla.

— ¡Lenalee! ¡Oh, mi dulce, preciosa y encantadora Lenalee! —gimoteó enterrando el rostro en su hombro y comenzando a frotarse en él enérgicamente, con gruesas lágrimas cayendo de sus ojos.

— ¿Qué ocurre? ¿Va algo mal? —cuestionó preocupada pasando los brazos a su alrededor, acostumbrada a la actitud infantil de su hermano mayor. Komui se apartó un poco de ella, tomándole del rostro para verla con un brillo maníacamente fraternal.

— ¡Mi maravillosa Lenalee! No hay nada por lo que preocuparse…de hecho, todo va…perfectamente…—aseguró volviendo a esconder el rostro en su hombro, llorando a grito limpio.

La china suspiró, sabiendo lo difícil que era esto para su hermano. Para ella también era difícil, pero no podía estarse lamentando toda la vida; ya era lo bastante adulta como para aceptar las cosas tal y como eran. Debía mostrar entereza (por ella y por su hermano) y que había recibido una educación ejemplar y envidiable de cualquier anterior noble de alta cuna.

— ¿Pudiste contactar con…mi prometido? —El aumento de los sollozos en su hermano confirmó su pregunta— ¿Llegó ya la contestación?

Finalmente se separó de ella, sacando un pañuelo de uno de sus bolsillos para sonarse con fuerza, y después acariciarle el cabello.

—El barco vendrá a recogerte en dos días…lo mejor será que vayas…que vayas…

—Entiendo —le interrumpió—No te preocupes, Komui-nii san, todo me irá bien. Conoces a Reever-san, sabes que no me faltará de nada—añadió rápidamente, antes de que Komui comenzara de nuevo con su drama.

Cierto, su hermano conoció a su prometido en uno de sus viajes de negocios. Le sorprendió el encontrar en Inglaterra a su familia, oriental, en ese clima tan frío y tan alejado de China. Además de llamarle la atención las investigaciones de su hermano y comenzar ambos juntos con la idea de esos extraños robots. Ya había pasado tiempo desde aquello, y por casualidades del destino, terminó convirtiéndose en su prometido, algo que Komui nunca llegaría a aceptar del todo.

No era que ella quisiera casarse con él, pero se había resignado a encontrar una persona a la que amar y poder casarse con ella. Era simplemente muy complicado. Además, sabía que era muy difícil el encontrar un matrimonio en el que al menos la mujer tuviera alguna relación anterior con su futuro esposo, de lo que ella podía agradecer de poseer. Sería una estupidez rechazar la propuesta, y eso se lo había hecho saber a su hermano. Pero era tan sobreprotector…imposible de contentar con esas palabras. Ya se encargaría de mostrarle que era feliz cuando pudieran volver a estar juntos tras la boda.

—Por cierto, Komui-nii san, comprendo que no puedas viajar de momento por el trabajo y que no puedas acudir a la boda, pero… ¿cuándo podremos volver a vernos?

Komui le sonrió tiernamente, separándose para apoyarse en la mesa, limpiando las gafas y arreglándose el blanco gorro que llevaba.

—Aun tengo que hablarlo con Reever, pero si todo va bien y no hay problemas, en unos cuantos meses podríamos vernos de nuevo. Con suerte, en invierno.

—Invierno… Bueno, si he de irme en dos días, lo mejor será que vaya empaquetando mis cosas para el viaje. —le sonrió con todo su esfuerzo, sin comprender por qué de forma tan repentina sentía unas ganas enormes de echarse llorar.

—Lenalee—le llamó cuando estaba saliendo. La peliverde se volvió a él—. Yo…bueno, no importa.

La chica ladeó la cabeza a un lado a la vez que alzaba una ceja, extrañada. Seguramente lo único que quería era decirle una vez más que se quedara allí, a su lado, pero ya no podía retractarse de su promesa. No sólo por ella, sino por su hermano. Sabía que sin ella en la casa, Komui lo tendría más fácil. Además, si ella se iba, no sería necesaria la presencia de su institutriz, una extraña mujer un poco mayor, algo severa e inflexible, con lo que no necesitaría tampoco de su presencia. Estaría totalmente solo.

Se obligó a sonreír a su hermano una vez más antes de salir, ignorando el nudo que había aparecido en su pecho. Corrió por los pasillos hasta su habitación, agradecida de no encontrarse con su institutriz Gwen Frere, pues seguro la reprocharía su actitud "tan poco decorosa".

Nada más entrar sintió cómo perdía las fuerzas, dejándose caer al suelo a cámara lenta y llevándose una mano a la boca para evitar los sollozos que estuvo conteniendo. Se acurrucó, encogida sobre sí misma, en un rincón de su habitación con las lágrimas escurriendo por las sonrojadas mejillas. Enterró el rostro entre sus brazos para ocultarlo y no ver lo que le rodeaba. Ya sabía que era una estupidez llorar porque se iba a casar, pero no podía evitar sentirse temerosa al ir a un lugar que no conocía.

Dejar a su hermano atrás, encaminándose a un matrimonio sin amor; sola. Completamente sola. Pero esta sería la última que lloraría por su destino; no podía ser tan desagradecida y lamentarse cuando tenía la suerte de saber que estaría bien. Reever no merecía soportar su infelicidad, sería muy egoísta por su parte el sentirse desdichada cuando podría haber sido peor, y lo hubiera sido de no ser por su hermano.

Por eso sería la última vez que lloraría por ello. Por ser la futura mujer Wenhamm.


Observó desconcertado la puerta por la que había salido su hermana tan apresurada. Sabía que estaba mal, que en realidad no debía estar pasando eso. No debía. Pero no podía hacer nada para evitarlo, al fin y al cabo necesitaba tener una familia. Había hecho todo lo posible para que tras la muerte de sus padres su hermana pequeña no tuviera que sufrir la crueldad de la calle, que tampoco se sintiera sola ni se perdiera ningún momento feliz; pero sabía que no había hecho lo suficiente. Nunca era suficiente la felicidad que se merecía. Y ahora, tenía que separarse de ella y entregársela a otro hombre: su mejor amigo.

Lo peor era que sabía que Lenalee no quería casarse con él, pues su rostro lleno de tristeza hablaba por ella aunque hiciera lo posible por ocultárselo. En este caso, ¿qué debería hacer? La boda era lo mejor para ella y su futuro, no le importaba en absoluto lo que le deparara a él su porvenir mientras que su hermana estuviera bien.

Pero, ¿podía considerar que estaba bien cuando era infeliz? Por eso sabía que no debería estar pasando eso; ningún hombre merecía estar al lado de su hermana, pero si en algún momento su hermana se hubiera enamorado de alguien…debería haberse asegurado que ese alguien en verdad la amaba, por su felicidad. Y en vez de eso, la mandaba a casarse en contra de su voluntad.

Dejó la taza de café sin probar sobre su escritorio, quitándose las gafas y llevándose una mano al rostro, confundido. No sabía qué hacer. Lo único que quería era la felicidad y seguridad de su hermana; cosa de la que no podría asegurarse si estaban separados. Siempre estaba intentando demostrarle que todo estaba bien y que en realidad era lo que ella deseaba, pero todo eran mentiras para hacerle sentir bien. Qué ironía. La infeliz quería que el culpable de su desdicha fuera feliz. Se volvió a poner las gafas dirigiéndose a la habitación de su hermana, en donde últimamente pasaba las horas muertas encerrada en sí misma.

— ¿Señor Lee?

Se giró a pesar de saber quién era, viendo a Gwen Frere, la dama de compañía e institutriz de su hermana. Sabía que no eran íntimas, en absoluto, pues la mujer exigía a Lenalee un comportamiento impecable. Aun así, su hermana nunca se quejaba de ella e intentaba hacerse amiga suya; todo un fracaso, a decir verdad.

— ¡Buenos días, Gwen-san! —saludó alegremente Komui, recibiendo una mueca de desaprovamiento de la mujer que ignoró olímpicamente.

—Estaba buscando a la señorita, al parecer se volvió a escapar. ¿Sabe usted en dónde la puedo encontrar, señor?

Komui parpadeó inocentemente, sin extrañarse ya de las escapadas de su hermana pues sabía que eran para librarse de la mujer temporalmente, sin ninguna malicia de por medio.

—No se preocupe, Gwen-san, mi preciosa Lenalee estuvo hablando conmigo. Ahora mismo voy a su habitación pues olvidé decirle algo. ¿Podría ayudarle más tarde a recoger sus cosas?

— ¿La señorita se va, señor? —preguntó sin mostrar sentimiento alguno en la pregunta. Komui sonrió tristemente.

—Sí, Gwen-san, se va dentro de dos días.

—Bien, me gustaría hablar entonces más tarde con usted de mi trabajo, si no es molestia. Con su permiso, me retiro—hizo una educada reverencia antes de darse la vuelta y marcharse.

Komui suspiró cansado. Necesitaría hacerse un Komurin que limpie la casa por él. Y tampoco le vendría nada mal uno que le preparara café. Lenalee nunca le permitió hacerse un Komurin que le preparara el café, pues decía que ya lo hacía ella y que, sabiendo en cómo terminaban sus experimentos, era más posible que terminara envenenándose.

En cierto sentido tenía razón respecto a sus experimentos desastrosos, pero si no fuera por sus preciosos Komurins no habrían logrado salir adelante. Frunció el ceño cuando al llegar a la puerta de su hermana, pudo distinguir algunos sollozos ahogados. Llamó a la puerta lentamente, asomándose por ella.

—¡Lenalee! —canturreó felizmente.

La encontró hecha una pelota en el suelo, alzando la vista con rastro de lágrimas en su rostro y las mejillas sonrojadas. La china abrió los ojos sorprendida, intentando secarse las lágrimas rápidamente. Entró en la habitación cerrando la puerta, borrando la sonrisa de su rostro.

— ¡No…no es lo que crees, nii-san!

—Lenalee…

— ¡Lo siento! Yo…tropecé, por eso…eh

—Lenalee…—la interrumpió al abrazarla, sin poder soportar más que su hermana intentara no preocuparle—. Si no quieres todo esto, yo podría hacer algo. Podría ayudarte en algo, como…

Lenalee le apartó gentilmente, con una pequeña sonrisa, negando lentamente.

—No, Komui-nii san. Es algo que debo hacer yo sola.

—No quiero que seas infeliz, puedo decirle a Reever que lo cancelo. ¡Mi preciosa Lenalee no merece atarse a ningún pulpo como él! —exclamó desesperándose al ver que nuevamente parecía echarse a llorar.

— ¡No, no! No puedes hacer eso…yo…quiero casarme con él. De verdad.

La miró alzando una ceja, escéptico. Conocía a su hermana, y aunque podía asegurar que le caía agradable Reever, sólo le quería como un amigo. Pero quizás en realidad sí quería casarse con él, podría haber estado enamorada secretamente de su amigo cuando pasó aquella temporada trabajando a su lado y nunca decirle nada. Bueno, no podía descartar esa opción, pues era cierto que era (¡sólo de vez en cuando!) algo sobreprotector con Lenalee, y por algún casual podría habérselo ocultado para evitarle problemas a Reever. Aunque nunca lo hubiera imaginado, realmente.

—Entonces, ¿qué te hace llorar? —cuestionó limpiando sus mejillas con el pulgar. Lenalee bajó la mirada mordiéndose el labio, acción que si no fuera porque estaba hablando de un tema serio le haría lanzarse a abrazarla y decirle lo linda que se veía.

—En realidad es una tontería…—hubo una incómoda pausa, en la que Komui esperó pacientemente a la respuesta de una Lenalee apenada, hasta que finalmente se atrevió a verle con sus vidriosos ojos violetas—. En realidad, me da miedo ir allí sola…es la primera vez que no podré estar contigo, ni siquiera estaré en tu cumpleaños, y yo…tengo miedo de…

Le volvió a abrazar al mismo tiempo que un sollozo se escapaba para volver a comenzar a llorar. Lenalee le correspondió fuertemente el abrazo, enterrando su rostro en su pecho para evitar que le viera llorar de esa forma. No pudo evitar sonreír para sí mismo, feliz de saber que en vez de estar más preocupada de sí misma por su matrimonio con un hombre que hacía cinco años no había vuelto a ver, estaba más preocupada por él.

El saber que era importante para ella le era suficiente para estar feliz. Puede que a otras personas no les pasara eso y no lo entendieran, pero él sólo la tenía a ella; era su única familia y la única persona por la que haría cualquier cosa con tal de que estuviera bien. Por ello le permitía ser todo lo egoísta que quisiera con tal de ver su sonrisa. Ella también le tenía sólo a él, y no quería que eso pasara. Se merecía tener una familia, hacer una gran familia al lado de un hombre que pudiera cuidarla. Y confiaba lo suficiente en Reever como para darle ese privilegio. No quería que la vida de su Lenalee se viera atada a esa modesta casa y a su hermano mayor.

Le acarició el pelo intentando transmitirle la calidez que en ese momento parecía necesitar con tanta desesperación, haciéndole saber que no estaba sola. Que nunca estaría sola, pues nunca lo permitiría. Suspiró indeciso de sus palabras, podía hacer que en ese momento dejara de llorar dándole una noticia que de seguro la alegraría, pero realmente quería darle la sorpresa llegado el momento. Si se lo contaba, de seguro que estaría estos dos días rebosante de alegría, pero casi sería mejor esperar a que lo viera por ella misma, al fin y al cabo lo había prometido.

Pero el tenerla en sus brazos, tan desdichada, llorando a lágrima viva, le hacía pensarse dos veces el romper su promesa por ver su sonrisa radiante estos dos últimos días.

— ¿Lenalee? —le llamó sabiendo que en el momento en que pensó en la sonrisa de su hermana ya había encontrado el motivo que necesitaba para decidirse. No le importaba romper la promesa, no si era por ella—. No llores, Lenalee…o harás llorar a Yosshi también.

Sintió como los brazos a su alrededor le comenzaban a soltar lentamente, separándose mientras temblaba por el sofocón.

—Además, ¿creías que tu magnífico hermano iba a permitir que te marcharas de su lado sin tener a alguien que cuide de ti? —preguntó entregándole un pañuelo de su bolsillo, haciéndose el ofendido y estar herido por insinuar una cosa tan despiadada.

Lenalee tomó con delicadeza el pañuelo que le tendía, parpadeando desconcertada.

— ¿Cómo…? Oh, ¿me acompañará Gwen-san? —preguntó con una sonrisa de alivio.

Komui negó lentamente, haciendo que la peliverde frunciera el ceño aun más desconcertada. Le encantaba cuando estaba de esa forma con ella, le hacía recordar las veces que pasaban juntos y él la intentaba explicar el funcionamiento y cómo creaba a Komurin. Desvió la mirada pensando en cómo podría decírselo, distinguiendo una pequeña flor blanca en el suelo, haciéndole recordar que hoy era el primer día de primavera y el aniversario de la muerte de sus padres, seguramente haciendo que su querida hermana estuviera especialmente hoy más susceptible.

— ¿Recuerdas a Allen-kun? ¿Aquel chico al que traté del brazo, con cabello blanco y una cicatriz? Aquel que vino con un hombre pelirrojo—comentó dando pequeños rodeos. Seguro que le recordaba, pues a decir verdad era el único amigo de su edad que la chica había tenido. Le conoció cuando ambos vinieron a verle, pues además de ser científico también sabía algo de medicina. El único de los alrededores, si cabía decir.

— ¿Allen-kun? Sí, claro. Me estuve carteando con él un tiempo, y estaba preocupada porque hace bastante que no recibo contestación suya… Pero ¿qué tiene él que…? ¡No me digas que…!—exclamó sin terminar la frase, llevándose una mano a la boca mientras que abría mucho los ojos.

Komui sonrió de oreja a oreja, viéndose acertado en su previsión.

—Da la casualidad de que su maestro conoce a Reever y que estaban por allí. Allen-kun viene dentro de dos días en el barco para acompañarte en tu viaje en mi lugar.

Retiró la mano de su boca, boquiabierta, queriendo decir algo pero sin encontrar las palabras. Lentamente una radiante sonrisa se dibujó en su rostro, lanzándose a los brazos de su hermano.

— ¡Nii san! ¡Muchas gracias! Oh, ¡es una noticia estupenda! ¿Cuándo lo supiste?

Erm…la cuestión es que no tienes que preocuparte —dijo omitiendo la pregunta por su bienestar—. Por eso, lo mejor es que prepares las cosas ya. No querrás hacerle esperar cuando llegue, ¿verdad?

Tomó la pequeña flor de suelo colocándosela en el cabello, deleitándose con la gran sonrisa de su hermana. Ya no había ningún problema, en dos días partiría camino a Australia al lado de Allen-kun para forma una familia.

Nada podría ir mal.


La luna se alzaba en lo alto del cielo, alumbrando la ciudad con las pequeñas y abundantes estrellas, mostrando que era noche ya avanzada. La luna, en creciente, parecía una perversa sonrisa observando desde su altitud las penumbras en las que sumió todo.

Entró en la única y poco recomendable taberna del lugar, poco concurrida por lo avanzado de la noche y la poca población. Un grupo de hombres, cinco en su totalidad, bebían de unas mugrientas jarras de cerveza, y por su forma de hablar tan elevada de voz, el sonrojo de sus rostros, y la ininteligibilidad en sus palabras, podía asegurar que estaban más ebrios que sobrios. Otro grupo menos numeroso, todos estaban encorvados sobre la mesa, hablando en susurros y con sus bebidas sin tocar. Y luego algún que otro hombre individual bebiendo en la barra.

El licor que se vendía en ese lugar no era para nada el mejor, ni se atrevía a puntuarle como de calidad media baja (incluso si en algún caso llegara a ser famoso, sería por el mal sabor), y la higiene del lugar desde luego que no se quedaba atrás, pues no era extraño ver corretear algún roedor de admirable tamaño o telarañas donde menos lo imaginaras. Pero era el único lugar; y, aunque ya fuera pasada la media noche, le extrañaba la falta de clientes. Al entrar, algunos del primer grupo se giraron con los ojos brillando con lujuria, clavando su mirada en su persona como si fueran perros de caza y hubiesen encontrado su presa. Tragó saliva duramente: Ese no era definitivamente un lugar para una mujer decente como ella.

Tomó asiento lo más alejada de aquel grupo, pero sin perder de vista la puerta. Movió inquietamente la pierna, visiblemente inquieta por la llegada de sus invitados. El dueño del establecimiento se acercó a ella, al parecer secándose las manos con un paño tan mugriento como lo estaba su viejo y roto delantal, el cual le hacía resaltar aun más la barriga que sobresalía debido a una mala alimentación y el paso de varios inviernos, reflejándose también en su rostro que, aunque grueso y recio, se marcaban las arrugas sobre sus pobladas cejas.

— ¿Desea algo, Frere-san? —preguntó toscamente el fornido hombre con voz grave y áspera.

—Un vaso de ginebra, por favor.

No bebería; no mucho, al menos. Necesitaba estar sobria esa noche, finalizando su trabajo y asegurarse de terminarlo decentemente. Se lo debía. Todo lo hacía por ellos, sino, nunca habría comenzado con aquella segunda vida. Nunca. De hecho, si no fuera por ellos, desde un principio no habría continuado con su vida. Pero se lo había prometido: cuando se reencontraran, les miraría con la cabeza bien alta y haría que se sintieran orgullosos por haber cumplido la promesa de seguir adelante. Por eso debía seguir con ello, por Tina Spark y Sol Galen.

Alzó la cabeza al traerle el tabernero su bebida, tomándola sin decir nada. Comenzó a delinear con sus dedos el borde del vaso, ignorando las voces de su alrededor. Siempre iba a ese lugar, pues entre el jaleo podía hablar sin miedo a ser descubierta. Además de que los clientes estaban tan borrachos que al día siguiente no recordarían ni que la habían visto. Excepto el tabernero, claro, pero como iba a menudo a ese lugar la tomaba como una clienta fiel, y no podía permitirse el lujo de perder clientes.

Por lo que sabía que estaba a salvo de ser descubierta. Se mordió el labio nerviosamente cuando escuchó una voz infantil fuera del lugar cantando una lenta melodía, acercándose cada vez más. Toda la taberna pareció quedarse en silencio, captando la atención las dos siluetas que se formaban en la puerta.

— ¡Puaj! ¡Este sitio es asqueroso, Tyki! —exclamó la voz infantil.

Finalmente se decidió a mirar, sabiendo perfectamente que era con ellos con quienes había quedado, pero aquella voz pueril no la conocía. Una niña pequeña estaba acompañando al hombre con el que siempre quedaba, ocasionando una mueca en la mujer por la falta de cuidado para con la niña. Era muy tarde para que estuviera despierta y encima la traía a un lugar tan indecoroso como aquel.

La chica tenía una cabellera en punta, corta y azulada, vestida con una impoluta blusa blanca adornada con un rojo lazo en el cuello y falda lila a conjunto con sus altos calcetines a rayas. A su vez, el hombre, iba en un traje oscuro haciendo contraste con la camisa blanca. Por la vestimenta se podía asegurar, si siguieran en aquella época, que eran de la clase privilegiada, adinerados, al igual que se podía afirmar el vínculo de sangre entre ellos por coincidir en la tez oscura y los ojos dorados, junto a la peculiaridad de tener en su frente una línea de cruces.

—Fuiste tú quien insistió en acompañarme, Road—le recordó calando su, seguramente, caro cigarrillo.

Gwen se incorporó de la silla, apoyando las manos en la mesa para así poder mantenerse pues sus piernas parecían no poder soportar su peso. Los ojos de la niña se posaron en ella, sonriendo de lado. Una sonrisa demasiado tenebrosa en una niña para su gusto.

—Oye Tyki, ¿es ella? —le preguntó tirando graciosamente de su manga mientras que con la otra mano la señalaba irrespetuosamente.

Tragó fuertemente cuando todas las miradas de la taberna se dirigieron a ella, ignorando a los nuevos clientes. El tabernero ni siquiera se movió tras la barra para preguntarles si deseaban tomar algo, parecía incapaz de creer que unas personas de su clase entraran en tan paupérrima taberna. Tyki fijó su vista en ella, sonriendo, afirmando la pregunta de la niña. Se acercaron a ella, con paso elegante y majestuoso haciendo parecer que todo lo que les rodeaba era simple escoria. Se obligó a mantenerse en pie, apartándose de la mesa e ir a ellos.

—Buenas noches, señor Mikk, señorita. Me complace que acudierais—musitó con una reverencia educada, manteniendo la vista en el suelo.

— ¡Qué aburrida! Tyki, ¿seguro que es ella? Me la imaginaba más mona…

Gwen no pudo evitar fruncir el ceño con una mueca, molesta por la osadía y falta de educación de la niña.

—Tienes información para nosotros, ¿no? —dijo el hombre volviendo a calar su cigarrillo, ignorando el comentario de Road.

—Sí, señor—respondió manteniendo la mirada en el suelo—. Pero antes, me gustaría hablar de lo prometido. Hace cuatro años que comencé con esto, y ahora que termina me gustaría hablar con usted de mi pago. Sé que usted no me…

—Este no es lugar para hablarlo. Acompáñanos—le interrumpió, con la voz inflexible mostrando que no permitiría una negativa.

—Pero…—musitó viendo como el llamado Tyki lanzaba una moneda al tabernero, como pago de la bebida no consumida.

— ¡Vamos, vamos!

Su brazo fue capturado por la alegre peliazul, arrastrándola con ella a la salida mientras el hombre guiaba el camino. Su corazón latía apresurado y de forma dolorosa en su pecho, deseando soltar su brazo e irse rápido. Siempre que quedaba con el hombre, solía ser en la taberna, le contaba todo y se marchaba. Así de simple. Y aunque el tiempo que pasaba con él se le hacía insoportable, nunca la había sacado ni llevado a ningún otro lugar. No le gustaba nada eso…pero había una niña delante, por lo que no le pasaría nada, ¿verdad…?

Aun con niña o sin ella no pudo evitar ponerse en guardia al ver que la habían llevado hasta un callejón alejado de la gente. Si el fin era el de no ser escuchados, desde luego ese era el lugar idóneo pues no les escucharían aunque gritaran. Ni aunque gritaran.

— ¿Y bien? ¿Qué tienes que contarnos? —presionó el hombre una vez que Road le soltó el brazo y fue a su lado dando graciosos saltitos.

—Po-por favor…me gustaría hablar antes sobre aquello.

—Depende de la información. Suéltalo ya—dijo con los ojos dorados chispeantes, advirtiéndole de algo que no podía comprender, pero que su instinto advertía como peligro.

—La…la señorita se va…—musitó frotando sus manos, intentando secarlas del sudor producido por el miedo.

— ¿Cómo que se va? —repitió llevándose una mano a la cabeza, apartándose de manera elegante el pelo de la cara, echándoselo hacia atrás—. Eso es problemático…

— ¿Quién se va, Tyki? ¿Quién? ¿Quién? —preguntó Road insistentemente, andando a su alrededor.

— ¿Cuándo? —inquirió a su vez el hombre, ganándose un puchero de la niña por sentirse ignorada.

—Mañana…el veintitrés. Sale por la mañana, en un barco que la llevará con su prometido, va hacia Australia. No sé si será directo o no…

— ¡Un viaje! Dime Tyki, ¿es a ella a quien buscamos? —preguntó nuevamente la niña.

—Sí, Road—respondió calando nuevamente el cigarro, al parecer necesitaba la nicotina urgentemente por la inesperada noticia. Gwen no sabía cuál era la razón por la que buscaban a Lenalee, pero llevaba cuatro años proveyéndole información de todo lo referente a ella y ya era hora de obtener su pago.

—Señor…por favor, devuélvame a Tina y a Sol…se lo ruego—imploró con los ojos llorosos. Si hubiera podido, habría luchado por que no le fallara la voz, pero en ese momento no era precisamente lo que tenía en mente. Sólo les quería a ellos.

— ¿Sola?

— ¿Perdón, señor?

—Que si se va a ir sola, sin nadie que vaya con ella —repitió exasperado.

—Ah, según tengo entendido va ir acompañada de un chico, un amigo suyo de la infancia menor que ella. Estaba muy emocionada pues al parecer hacía mucho que no se veían—Explicó recordando lo ansiosa y la gran sonrisa que tuvo todo el día, en oposición a su estado de ánimo tan bajo que tuvo antes de la noticia.

— ¿Amigo de la infancia? Bien, entonces no hay problema.

—Por favor, recuerde mi pago, señor…tráigamelos de vuelta, se lo ruego.

—Qué bonito, ¿no crees, Tyki? Aliarse con el enemigo por dos simples humanos muertos… ¡qué gracioso!

— ¿E-enemigo? —repitió Gwen alarmada. La niña había comenzado a reírse extrañamente, sin darle buena espina. Antes de darse cuenta, el hombre estaba frente suyo con una de sus enguantadas manos alrededor de su cuello.

Abrió los ojos aterrorizada, con un nudo en la garganta.

—Me temo, que aquí termina tu utilidad. No estaría mal tener un nuevo akuma, pero dime, ¿a quién de los dos preferirías haber traído a la vida?

— ¿Cómo…? Yo no…no puedo escoger entre ellos, yo…

¿Cómo se suponía que debía tomarse eso? No podía escoger entre ellos, nunca se perdonaría el no traer de vuelta a uno mientras ella siguiera existiendo. Si había empezado con ello era sólo para traerlos de vuelta. A ambos.

—Entonces el saber que el Conde del Milenio está ocupado y no puede ocuparse de esta nimiedad es una buena noticia para ti, ¿cierto?

— ¿Que no puede…?

— ¡Tyki, déjame jugar un poco con ella a mí también! ¡No seas egoísta!

Gwen sintió un escalofrío recorrer su espalda cuando vio una sonrisa en el hombre. Una sonrisa que le desfiguró completamente el rostro y que le hizo saber que nunca debió haber ido desde un principio, pero que ya era demasiado tarde para ella. Sólo lamentaba el no haber podido cumplir con su deseo de traerles a la vida.

—Pero no te tardes, Road, sabes que el Conde nos estará esperando.


— ¡Vamos Nii san! ¡Allen-kun nos está esperando! —vociferó alegremente, agitando el brazo viendo cómo su hermano se quedaba atrás. No podía llegar tarde, el barco seguramente estaría a punto de atracar en el muelle (si es que no lo había hecho ya), y el pobre Allen seguro estaría más perdido de lo que normalmente estaba, según podía recordar.

—¡Lenalee! ¡Espéranos, Komurin se queda atrás!

Hizo rodar sus ojos cansada. Desde luego sabía que no era buena idea el permitir a Komui que trajera a su último Komurin como excusa de que él cargaría con sus pertenencias…pero después de todo sería la ultima vez que podría ver a su hermano hasta dentro de mucho tiempo, por lo que decidió dejarle por una última vez.

Un gran error, desde luego. Cierto que había funcionado respecto a lo de cargar con las únicas dos pequeñas maletas, sin romperlas según esperaba que ocurriera (y de lo que se alegraba que no hubiera pasado), pero lo que Komui no había tenido en cuenta era la tardanza del robot con el peso añadido.

— ¡Yo me adelantaré! —le avisó no soportando la lentitud de su último invento, y con ello la desesperación de volver a encontrarse con su viejo amigo.

—¡Espérame, Lenalee!

Pero en vez de eso, salió corriendo hacia el muelle, recogiendo su larga falda para evitar tropezar. Sus negras botas hasta la mitad del muslo resonaban contra la piedra del suelo, y a pesar de ser pesadas, frías y dolorosas, no podía evitar no ponérselas en ese día.

¿Razón? Esas botas le pertenecieron a su madre, aunque si mal no recordaba para ella eran muy cómodas, y hubo una temporada en la que para ella también lo fueron. Pero por alguna razón hubo un momento a partir del cual comenzaron a ser de esa forma. Pero no le importaba del todo, quería llevarlas puestas para sentir que siempre habría algo que la uniera a ese lugar mientras viera desaparecer Inglaterra, el lugar en el que se crió.

Al girar la calle pudo ver el muelle en el que ya había atracado el barco, aunque al parecer no llegaba tarde pues a penas estaban los pasajeros bajando. Pasó a través de la gente, entre empujones y disculpas susurradas, junto a alguna mala mirada y queja de la muchedumbre. Pero no le importaba, al igual que no le importaba lo que la gente pensara al verla tan agitada y con las mejillas rosadas por la corta pero rápida carrera.

Con un último empujón consiguió llegar a una pequeña zona despejada desde donde podía ver a la gente bajando, buscando con la mirada y el corazón en un puño al chico. Se preguntó si habría cambiado mucho o si seguiría siendo aquel niño dulce y encantador que era con once años. Abrió los ojos de par en par cuando distinguió una cabellera blanca entre la gente, sabiendo que indudablemente sería él.

Rápidamente gritó repetidamente su nombre para hacerle saber que estaba allí, volviendo a adentrarse entre la multitud para llegar a su lado. Pudo escuchar cómo el chico la reconocía gritando también su nombre, apresurándose en bajar y llegar a ella. Tan absorta estaba en llegar hasta él, que sin darse cuenta casi tropieza, chocando con una alta mujer rubia. Con una rápida reverencia y disculpa, se giró volviendo a su odisea, pero ya no hacía falta pues el muchacho estaba justo enfrente de ella.

Allen Walker, el mejor y único amigo de su edad que había tenido estaba ahí, junto a un curioso pájaro amarillo revoloteando a su alrededor. Después de cuatro años sin verse estaba exactamente igual a como era en sus recuerdos. Cierto que había crecido, pero seguía siendo algo más bajo que ella y mantenía aun esos rasgos infantiles propios de sus quince años.

Además de su curioso cabello blanco, los grandes ojos plateados (o el ojo, pues el izquierdo estaba tapado por un parche, con su extraña cicatriz sobresaliendo por debajo de la tela) y su permanente sonrisa amable para todo el mundo. Nada más verle, supo que seguía siendo el mismo chiquillo al que echó tanto de menos y estaba tan anhelante de reencontrar.

—¡Allen-kun! —exclamó lanzándose con una gran sonrisa a abrazar al chico, aferrándose a él y sentirle extraordinariamente real.

~Continuará~

Nota final: ¡Perdón! Demasiado extenso, quizá...creo que la mayoría de los capítulos saldrán así aproximadamente (si no más) si hay algún problema hacédmelo saber y me esforzaré en cortarlos... si por el contrario los queréis más extensos, decídmelo y encantada lo intentaré (me moderaré también, no quiero pasarme -sonrisa apenada-)

OMG, amo cuando dicen que todo va bien, nunca se sabe qué va a pasar después... bueno, aquí no tanto -risa- Y todavía me odio por poner a Gwen como traidora (¡Matadme!) No quiero volver a hacer un POV sin conocer al personaje, ¡no sé cómo caracterizarle! Espero que a Hoshino no le dé por hablar de ella cuando continúe el manga y me deje por los suelos. Espero reviews, por favor -sonrisa-

¨Nishi¨