Los personajes no me pertenecen. Son de total propiedad de Rumiki Takahashi. Yo solo cago sus personalidades un poco para crear mi historia. Amen.

(Solo corrijo las faltas de ortografía —que aún así se me pueden pasar algunas. La narración queda de la misma manera)

Moon Ghost

Por muy larga que sea la tormenta,

El sol siempre vuelve a brilla entre las nubes.

(Khalil Gibran)

|Capitulo diecisiete: Principio del fin

— ¿Eso es todo?

—Eso es todo.

Cerré la última caja que tenía algunas de mis cosas y la dejé a un lado de la cama. Miré por última vez mi habitación, que me había acompañado silenciosamente todos estos años, y que ahora tenía que dejar atrás. Volteé y miré a mi mamá, apoyada en el marco de la puerta, con sus brazos cruzados sobre el pecho, pero con una encantadora sonrisa en sus labios.

Extendió sus brazos hacia mí, y si no hubiera estado ocupada corriendo a abrazarla, hubiera podido notar en ese momento como sus ojos estaban cristalinos. Pero no pude notarlo hasta después, cuando nos separamos levemente para mirarnos. Se sentía como si fuera la última vez que nos viéramos, pero no lo era, y el hecho de que lagrimas rebeldes corrieran por nuestras mejillas, nos hacían reír levemente, riendo de cuan tonta era la otra por llorar cuando nos podríamos ver cualquier día, a cualquier hora y en cualquier lugar.

Limpié sus lagrimas y ella limpio las mías, me di media vuelta y tomé la caja, siendo acompañada por ella hasta la puerta donde se despidió con un beso en la mejilla.

Me despedí silenciosamente, dando mis primeros pasos permanentes fuera de la casa.

Casi tres meses atrás, cuando la batalla con Esperanza —no me atrevía a llamarla de otra manera ahora— había terminado por fin, cuando mi alma y mi corazón estaban tan cansados por todo lo vivido, visto y sentido. Ella me esperaba, con un baño caliente —no supo jamás a que hora yo iba a volver, así que calentó el agua toda la noche… una y otra vez— y con el mejor abrazo que uno puede esperar cuando vuelve a casa.

Me deje hacer, durante casi toda la mañana. Ella fregaba mis brazos con la esponja, hablándome de cosas tan triviales que en cualquier otro momento no me interesarían, pero que esa vez le hacían tan bien a mi alma. No quería escuchar de peleas, de guerras, de sufrimientos. Simplemente quería escuchar como es que casi se comió un insecto.

Y así duramos unas horas, cambiando el agua para mantenerla caliente mientras mi piel se arrugaba. Pero no me importaba, extrañamente me sentía tan feliz e infeliz a la vez que mientras ella hablaba, lamentosas lágrimas salían de mis ojos y recorrían mis mejillas. Sabía que ella estaba al tanto de mi llanto en ese momento, —y no es que yo callara mis sollozos y lamentos— pero no hacia nada, no me consolaba ni me hablaba sobre que el monstruo ya se había ido, simplemente seguíos hablando en todo momento.

Demostrándome que la tormenta había pasado. Que ahora solo había paz.

Apreté más la caja entre mis brazos, tentándome de mirar hacia atrás pero no quise hacerlo, no ahora. Caminé a pasó lento y seguro, atravesando la calle y llegando a la que ahora seria mi única y permanente casa por lo que me quedaba de vida.

La casa de la vieja de los gatos.

Había veces en las que me preguntaba si alguna vez aquella señora se pregunto de quien seria su casa cuando ella y sus 'amigos' ya no estuvieran. Reí, aunque lo hubiera pensado, definitivamente jamás pensó en lo 'especiales' que serian sus nuevos inquilinos.

Deje la caja en el suelo, rebuscando en mis pantalones la llave.

La puerta se abrió antes de que yo pudiese escoger la llave correcta.

—Vine de visita —me dijo Sango, con una expresión muy parecida a la que tienen las personas cuando gritan '¡Sorpresa!'.

—Creo que lo note —le sonreí recogiendo la caja y entrando a mi nuevo hogar— ¿Miroku vino contigo?

—Sip, pero se fue con InuYasha, ¿Por qué?

—Bien, solo estaba pensando que todavía no tengo un extintor de fuego.

—Pues, con un cuñado de esa índole, mejor te vas comprando uno de una vez por todas —sonrío divertida acompañándome hasta la habitación—, y si te sirve de algo, quizá de consuelo, yo tengo a lo menos tres extintores en cada sector de la casa.

—Eso me sirve de mucho ánimos, gracias.

Reímos y caímos sentadas. Ella sobre la vieja mecedora que yo me había tomado la molestia de traer y yo sobre el colchón de la cama.

—Tienes suerte.

— ¿En qué?

—Para comenzar, mi madre jamás me hubiera permitido salir de casa sin estar casada. Quizá si vivía sola en un departamento, pero jamás con un hombre.

—Bien, tampoco es del todo así —levanté mi mano izquierda, donde un pequeño diamante brillaba sobre mi dedo anular—. La mía no me dejó salir de casa hasta tener esto en mi dedo.

Ella sonrió.

—Algo es algo —dijo.

Mire más inquisidoramente el anillo. No era ostentoso, no era demasiado caro ni tan llamativo. Pero así lo había querido yo. Jamás fui de adornos o joyas, y no es por que no me gustasen (que de todos modos no lo hacían) más bien era el hecho de que no me quedaban. O eso pensaba yo.

Pero no podía negarlo, amaba como se veía ese anillo en mi dedo.

— ¿Qué hace esto en tu cajón de ropa interior?

Levanté la vista hacia Sango que estaba ayudándome a terminar de guardar mi ropa en ese momento, puse toda mi atención en la cosa metaliza en sus manos. Sonreí. La navaja de mi padre.

—La deje ahí mientras dura este alborto. No quería perderla.

—Claro, ¿Qué más seguro que el cajón de la ropa interior? Nada.

—Exactamente.

Estiré mi mano hasta llegar a la navaja, sentándome en el borde de la cama.

Quise devolvérsela a mamá hace tiempo, es más, lo hice, pero ella no me dejo. Prácticamente me obligo que me la dejara y yo, sinceramente, la acepte gustosa. Ahora era mi pequeño tesoro.

Le pregunté a Inu No en secreto sobre ella, contándole toda la historia. Y no es que quisiera guardar secretos con InuYasha o con cualquiera de mi ahora 'nueva' familia, pero sentía que ese secreto era mío y de mi papá, y ya bastante hacia con decírselo a Inu No. Me había explicado muchas cosas, la mayoría no las entendí, hablaba muy rápido y yo estaba demasiado cansada esa vez. Pero algo había entendido, algo relacionado con 'La marca del lobo'.

Pase mis manos por el borde de la navaja, rozando con mis yemas delicadamente sobre la filosa hoja, notando pequeños relieves tan pequeños que no podían ser visto a no se que tuvieras los ojos cerrados. Y cuando lo hacías, eras capas de apreciar la figura de un lobo.

Tampoco entendía qué significaba a ciencia cierta todo eso, Inu No me había dicho que lo había creado el dueño de toda esta historia, la pieza principal del rompecabezas, el por qué de la razón. El amante de Esperanza.

Toda la historia de pronto se resumía a él y su deseo de ser perdonado. Pero no había sido él el que había hecho la marca del lobo, sino la tribu de Esperanza, y más específicamente, sus hijos. Al enterarse por el propio amante de su madre su destino, crearon la marca del lobo. Siendo esta la única que pudiese dañar a las criaturas de la noche.

O por lo menos, eso era lo que hasta el momento había entendido.

También le pregunte sobre los hijos de Esperanza, es decir, ¿Eran mitad lobo? ¿Yo tenía alguna clase de relación sanguínea que me llevaba a ser algún tipo de pariente lobuna lejana? Inu No me había contestado que no. Me explicó eso que fue hace tantos años, cuando no existía el matrimonio, cuando las mujeres podían estar con quienes quisiesen.

— ¿Qué hace la mecedora aquí? ¿La quito? —me dijo dándose cuenta por primera vez de su presencia -aún cuando se había sentado en ella.

—No, déjala donde esta. Es muy especial.

—Hmm,… lo que digas.

La vieja mecedora, ¿Cómo no tenerla en la habitación? Sobre ella había tenido las visiones más hermosas de mi vida, cuando poco a poco comenzaba a sumirme en el sueño, sobre ella siempre estaba InuYasha mirándome.

Esos eran recuerdos que tampoco podría olvidar.

Extrañaría a mí madre y de eso estaba segura, aún que daba el hecho de que estaba cruzando la calle. Pero aún así lo haría, jamás era fácil cambiarse, siempre se dejaban cosas atrás, pero, también, siempre se creaban cosas nuevas. Y yo estaba dispuesta a eso, a dejar algo de mi pasado y comenzar a construir un nuevo recuerdo.

Recuerdos que me quedarían hasta que fuera anciana.

Sonreí. Sin darme cuenta estaba 'teniendo' una vida normal, como cualquier mujer, como cualquier hija…

—Tengo hambre —levanté mi vista y enfoqué mis ojos en Sango que estaba sentada en la mecedora, acariciando su panza y relamiéndose los labios—. Quiero uvas…

— ¿Uvas? —parpadeé, sintiendo como unos increíbles antojos me llegaban a mí también. En realidad, todo lo relacionado con uvas me daba antojo.

—… con chocolate.

Suficiente.

Me puse de pie y tome mi bolso.

—Vamos a comprar uvas.

— ¡Sí! —gritó victoriosa—. Pero necesito tu ayuda para ponerme de pie.

— ¿Segura que tienes cuatro meses? —enarqué una ceja mientras hacia presencia de mi casi nula fuerza.

Estaba comenzando a pensar que InuYasha me había mentido en el periodo de gestación de su raza, es decir, Sango tenia un estomago enorme.

—Casi cinco.

—Tu estomago es enorme.

—Lo sé, y te contare un secreto. Creo que son dos.

— ¿Dos?

—si, dos.

— ¿Cómo lo sabes?

—Ese es el punto, no lo se —me miro sonrojada—. Creo que es instinto de madre, ¿No?

Le sonreí y salimos de la casa.

Sango se había convertido en esa especie de hermana mayor que una chica siempre quiere. En los últimos dos meses, habíamos sabido llevar una relación amistosa casi hasta ser mejores amigas.

Su relación con Miroku estaba bien, o eso se podía apreciar entre los besos y caricias –nada pudorosas- que se daban en cualquier lugar. Pero aún así me inquietaba el hecho de que Miroku fuera a ser padre, es decir, ¿Qué padre incendia la casa de su hermano menor? ¿Qué padre incendia el calentador? ¿Qué padre es pirómano? Bueno, Sango era alguien bastante infantil pero increíblemente dominante y aterradora cuando se lo proponía… por eso es que no estaba dudando de la salud física de sus futuros hijos.

— ¿Sabes? Una pequeña operación podría quitar esa cicatriz —me comentó Sango, mirando mi cuello.

Llevé mi mano a la zona rugosa cerca de mi hombro, donde en algún momento se poso la boca de Esperanza. Era extraño, ninguna otra cicatriz había quedado de mordeduras anteriores, pero esta no sanaba, no importa cuanto esperara.

—No —negué con la cabeza—. Prefiero tenerla aquí.

— ¿Por qué?

—No lo sé.

Sango me miró extrañada antes de volver su vista al camino nuevamente. Seguramente estaba pensando que estaba loca, y quizá tenía algo de razón. Pero no me apetecía quitarme la cicatriz, no sabía muy bien el motivo.

—Pensé que dijiste Uvas —me quejé cuando la vi corriendo a por las mandarinas. Mi estomago se estaba regocijando con solo pensar en las uvas—. Y yo quiero uvas.

— ¿Es que nunca lo has escuchado? —me preguntó, poniendo la mejor cara de sorprendida.

— ¿Escuchar que? —respondí con otra pregunta.

—Las embarazadas cambiamos mucho de ideas. Ya sabes, las hormonas, el bebe… dos bebes.

— ¿Qué tienen que ver los bebes?

—Que uno quiere mandarinas, y el otro quiere uvas —sonrío mostrando todos sus dientes.

—Oh, claro —rodeé los ojos, claramente divertida—. Desde tan pequeños y no se ponen de acuerdo. Creo que tendrás un problema.

—Ellos si están de acuerdo en algo —contraataco sin cortar su sonrisa.

— ¿Sí? ¿En qué?

—Ambos las quieren bañadas en chocolate.

Si había aprendido algo en este último tiempo, es que con Sango uno siempre perdía…

—Y olvidé mi billetera.

… en todos los sentidos de la palabra.

Pero, si les era sincera, más que molestarme me agradaba. Una amiga nunca, 'jamás' estaba de más, por muy embarazada y bipolar que esté.

Apenas compramos las mandarinas y la uvas, no pude evitar probar una, dos… diez, once…

—Pareciera que tu fueras la embarazada y no yo —bromeó.

—Es que no puedo evitarlo —excuse con unas uvas en mi boca—. Son totalmente adictivas.

—Lo que es totalmente adictito es…

— ¿Uvas?

—No. Piñas.

—Piñas, claro —rodeé los ojos— ¿Nos vamos a casa?

— ¿Y que pasa con las piñas?

—Tienes dos hijos, no tres —le sonreí.

—Ohu.

Retomamos el camino a casa, procurando parar en cualquier tienda que vendiese chocolate liquido para poder satisfacer nuestros antojos.

Llegamos a casa, pelamos las mandarinas y las tiramos en una fuente junto con las uvas, destapando el pote de chocolate y vertiéndolo enzima. Gustosas y casi excitadas, tomamos unos tenedores y nos dejamos caer sobre el sofá con la fuente entre nosotras.

—Te lo digo, —Dijo mientras se llevaba una mandarina a la boca, dejando un leve rastro de chocolate en la comisura de sus labios—. Estar embarazada hace que las mujeres sintamos mayor apetito sexual.

—Yo me pregunto una cosa…

— ¿Qué cosa?

—Hace un momento, estábamos hablando de chocolate, y de la nada cambiamos al sexo.

—Son temas científicamente relacionados, deberías saberlo —me apuntó con el tenedor, como acusándome de no saber algo realmente importante—. El chocolate es un afrodisíaco.

—Eso no es verdad, he comido chocolate desde niña —arrugué la nariz. Si el chocolate fuera un afrodisíaco… no deberían venderlo a menores de edad.

—Es distinto. El chocolate es como… un puente.

— ¿Un puente?

—Si, un puente, entre el placer de lo dulce y el placer de las relaciones.

—Creo que no quiero hablar de este tema.

— ¿Por qué no? Es totalmente normal. Y más para las mujeres que llevan una vida sexual activa.

Una uva se atoro en mi garganta de pronto, haciéndome toser.

— ¿Qué pasa? —me preguntó, estirando su mano para golpear levemente mi espalda.

—Nada, nada.

Inevitablemente me acordé de algo que estaba intentando olvidar.

—Eso me recuerda, tu cumpleaños es el próximo mes ¿Verdad?

—Sí.

—Cumples veintitrés ¿Verdad? Es excelente edad para casarse. Yo también me case a los veintitrés.

—Creo que InuYasha me comentó algo al respecto.

—Sip. Sip. Los veintitrés son la mejor edad. Y hablando de eso, ¿Cuándo se casan? ¿Tienen todo listo? ¿Puedo acompañarte a elegir el vestido?

—Aún no lo sé. No tenemos nada. Eso creo —sonreí— ¿Alguna pregunta más?

—Unas más ¿Cuándo se lo dirás a InuYasha? —el tono de la conversación cambio a uno más tenso. Volví a atragantarme.

—Cuando este completamente segura —le contesté.

—Hmm, yo pienso que… —de detuvo unos segundos— creo que hasta aquí llego la conversación de chicas por ahora.

— ¿Por qué?

—Llegaron los chicos.

—Pero si yo no e escuchado na…

La puerta principal se abrió antes de que pudiera terminar la palabra.

Me golpeé mentalmente. Claro que ella sabia que ellos venían. De seguro los escucho desde lejos.

— ¡Eso fue genial! —escuché a Miroku gritar.

—No, Miroku, eso no fue genial. ¡Fue un incendio! —respondió InuYasha.

Evite sonreír. Aún no podía creer lo infantil que podía llegar a ser Miroku en algunas ocasiones.

Ambos entraron en la sala de estar donde nos encontrábamos. Si antes fui capas de contener una sonrisa, ahora no pude evitar la enorme carcajada que de salio de mi boca, seguida muy de cerca por la de Sango.

— ¡Apuesto a que se ríen porque saben toda la historia! —dijo Miroku, alegremente— ¿Fue genial, o no?

—No, mi amor, no nos reímos por eso —dijo Sango, parando de reír.

— ¿No?

—No. Nos reímos por el hecho de que parecen carbón.

Volví a reír, esta vez más disimuladamente. Pero el hecho de verlos, con la ropa casi quemaba, con manchas negras por todo el cuerpo, era algo que solo se podía ver una vez en un millón.

— ¿Qué incendiaste esta vez? —preguntó Sango, olvidando lo divertido de la situación y comprendiendo la gravedad.

—Nada, lo juro —levantó sus manos en señal de rendición—. Cuando veníamos, hubo un incendio.

— ¿Y como explicas el hecho de que están carbonizados?

—Pues —siguió InuYasha, tomando la palabra—. Aquí, tu querido esposo, no halló nada mejor que saltar sobre el edificio. Había gente dentro, si, pero el incendio no era tan grande como para matarlos. Es más, ya se estaba extinguiendo y los bomberos ya estaban adentro. Pero claro, el tuvo que hacer de héroe. Salvó un perro. Oh, sí, lo más importante. Me llevó a la fuerza adentro.

Me puse de pie mientras la discusión de los tres seguía. Fui a la habitación y terminé de ordenar mi ropa. Fui hasta los cajones de InuYasha y retire un pantalón y un boxer, seguí caminando por la habitación hasta llegar al gran armario y saque una toalla. Finalmente salí de la habitación, pase junto a la pelea de perros y deje la ropa y la toalla en el baño.

Volví a sentarme sobre el sofá, terminando de comer las últimas uvas que quedaban (decidí dejarle las mandarinas a Sango).

—Mejor nos vamos —dijo Sango, mirando detenidamente a Miroku—. Tienes que darte un buen baño.

—Podría bañarme aquí…

—Pero no lo harás —saltó InuYasha—. No incendiaras nada aquí. Largo.

—También te quiero hermano.

Ambos se despidieron y se marcharon, claro, no sin antes de que Sango me pidiera prestada la fuente.

—Claro.

—Gracias.

—Y también —se acercó susurrándome al oído— no dejes pasar más tiempo. Diséñelo.

— ¿Decir que a quien? —preguntó Miroku desde lejos.

—Vamos, te contare luego.

En unos segundos, todo quedo en silencio.

—Me daré un baño.

Sonreí. Cuan predecible podía ser una persona cuando se le conocía.

—Te deje ropa y una toalla en el baño.

Volteó y me miro elevando una ceja. No pude más que sonreír.

—Gracias.

Espere hasta escuchar como la puerta del baño se serraba para dejarme caer totalmente sobre el sofá y mirar el techo.

Me sentía extraña, de buena manera claro, pero extraña al fin y al cabo.

Todo estaba tan calmado, tan quieto… era como si la tormenta jamás hubiera pasado por nosotros, como si todo lo sufrido no fuera más que un sueño.

Pero no quería que fuese así, era extraño, pero sentía que si olvidaba todo, estaría perdiendo algún recuerdo muy importante.

Además, había otro tema muy delicado que tocar.

Me ruborizó la idea. Tenía que decírselo, pero era tan vergonzoso…

Sí, sí. Mejor dejar de pensar en eso.

Me levanté y miré por la ventana, la noche había caído hace bastante. Fui a la habitación y prepare mi ropa. También quería darme un baño.

Espere que saliera para meterme. Deje mi ropa en el cesto de la ropa sucia y deje que el agua cayera sobre mí. Jaboné mi cuerpo con fuerza, esperando alejar cualquier tipo de mal olor si era posible.

Cuando terminé, enrollé una toalla en mi cuerpo y salí de la ducha. Me quede largo tiempo mirándome en el espejo, pasando mi mano por este para quitarle el empañado. Suspiré y comencé a vestirme. Había pensado en muchos pijamas que podría usar esa noche, pero todos no iban conmigo y mi pequeña figura. Así que simplemente me decidí por mi viejo pijama. Un short pequeño y una remera sin mangas. (Después de todo, estábamos casi en primavera)

Cuando entre en la habitación él estaba recostado sobre la cama, simplemente con el pantalón que yo le había dejado y mirando la televisión. Me miró en cuanto atravesé el umbral, me sonrío y volvió a ver la tele. Si, no estaba esperando que reaccionara a verme con ese pijama, es decir, me había visto con el aún antes de ser novios.

Caminé hasta sentarme en la cama y dejarme caer junto a él, mirando la televisión.

Respiré hondo, intentando que con todo ese aire mi corazón se decidiera y dejara de latir tan fuerte. Estaba avergonzada de saber que el podía oírlo.

Lo miré de reojo, maldiciéndolo internamente. Estúpidos hombres y sus estúpidos nervios de acero en estos casos.

Miré la televisión, estaban dando un programa que no entendí al principio. Luego, cuando los vi en el suelo, agarrando sus partes intimas y riendo como desquiciados, entendí que era ese programa donde los hombres no hallaban nada más divertido que hacer cosas asquerosas o golpearse entre ellos en los lugares más dolorosos.

Volví a mirar a InuYasha que se reía cada cinco segundos.

Jamás entendería por qué les gustaban ese tipo de programas a los hombres.

—Mira —me dijo y volteó a verme.

Mire la televisión.

—Eso lo hicimos con Miroku hace como un año —me explicó.

Un chico (seguramente el más estúpido de todos) estaba usando una especie de taparrabo muy parecido al de Tarzán. Otros tres chicos estaban a una distancia prudente, apuntándole con una onda directo a su entrepierna.

— ¿Quién era el del taparrabo, tú o Miroku?

—Ambos. Nos turnamos.

—Eso es tonto.

—si, pero es divertido.

Rodeé los ojos y no le contesté ¿Tenia algún fin hacerlo?

Volví a mirar el programa. Ahora estaban haciendo otra cosa realmente asquerosa.

— ¡Ag! No quiero ver esto. Vomitare —me alargué hasta tomar el cambiador de la Tv y apagarla.

InuYasha se volteó totalmente decidido a quitarme el control.

Pensé en la mayoría de las películas, en las que las escenas de romance y sexo siempre empiezan después de una disputa en la cama por alguna cosa. Pero lejos de todos mis pensamientos, no pude ocultar mi cara de desencajo cuando InuYasha estornudo.

El poco y nada de ambiente romántico que habíamos creado en esos pocos segundos de disputa (quedando totalmente tendida en la cama con él sobre mí) se vieron en un largo viaje sin retorno.

Nos miramos por unos segundos.

—Heer… ¿Pescaste un resfriado? —le pregunté casi sin creérmelo. Que yo supiera, jamás se había enfermado.

—Eso es casi imposible —me respondió sentándose en la cama. Yo le imité y quedamos frente a frente.

— ¿Entonces por qué estornudaste?

—Por… hm, no importa —me sonrío y fue a buscar el cambiador que estaba junto a mí. Sujete su muñeca antes de que llegara a él.

—Dime —fruncí el ceño ¡Como odiaba que me escondiera cosas que, claramente, tenían que ver conmigo!

—Nada —levantó la vista y miró el techo distraídamente.

—InuYasha… —inhalé, calmándome—. Dímelo. Por favor.

—Te enfadaras.

—No lo haré —entonces si tenía que ver conmigo.

—Oh, estoy completamente seguro de que lo harás —ahora se veía divertido.

—Lo prometo. No lo haré —levanté ambas manos en un signo de juramente—Dime ¿Por qué estornudaste?

—Me picó la nariz.

— ¿Y por qué te picó la nariz?

—Bien, pues… tu olor me picó.

— ¿he?

Mi cara se deformo en ese momento.

— ¿Huelo mal? —pregunte casi aterrada de la respuesta.

—No, no es eso lo que quise decir —corrigió rápidamente, poniendo sus manos sobre mis hombros—. Hueles exquisito.

— ¡No es lo que dijiste hace unos minutos! —fruncí el ceño.

—No dije que apestaras. Solo que tu olor me picó la nariz.

— ¿Y que se supone que significa eso? Porque qué yo recuerde, mi picante olor jamás te ha picado la nariz.

—Ese es el punto —pasó un dedo por debajo de su nariz—. Últimamente, tu olor ha estado más picante.

Guardé silencio por unos segundos ¿Mi olor era más fuerte? ¿Por qué?

— ¿Algo anda mal en mí? —le pregunté algo temerosa y más relajada.

—Nada anda mal en ti.

—Pero-..

—Quizás, simplemente yo este muy sensible del olfato.

— ¿Seguro? —dudé, oliendo mi antebrazo que solo tenia el olor al bajón de frutas que había usado.

—Completamente.

Aunque lo dijera, no podía estar tranquila. Mi olor había cambiado y eso no era normal (creía yo).

—Compruébalo otra vez —insistí, alejando el cabello de mi hombro derecho y acercándome un poco a él—Huele —volví a insistir, apuntando el hueco de mi cuello y mi hombro.

Desde mi posición solo le vi arquear una ceja y, al segundo después, acercar su nariz a mi cuello, dándome un pequeño cosquilleo cuando esta rozó ahí.

— ¿Y? —pregunté ansiosa, dispuesta a separarme de él para hablarle a la cara, pero sus manos que hasta ese momento se había posado en mi cintura no me dejaron. Instintivamente me mordí el labio inferior.

—Es lo mismo. El olor es más fuerte.

—Y que se supone que pasa —volví a intentar separarme, pero sus manos eran garrotes en mi cintura.

—Nada malo seguramente. Le preguntaremos a mi papá mañana.

—De acuerdo.

Guardamos silencio, aún en la misma posición, con su aliento acariciando mi piel desnuda mientras sentía el calor de sus manos en mi cintura.

Si quererlo, mi corazón comenzó a latir deprisa y mi respiración se volvió pesada.

Su mejilla paso junto a la mía y mis ojos se cerraron por inercia cuando me besó.

Le correspondí enseguida, sintiendo mi estomago revolverse de manera extraña. Pensé que esavisita ya vendría por mí, pero no sentía los típicos dolores de su llegada.

Me abrasé a su cuello y seguí besándolo, abriendo más mi boca, sintiéndome demasiado encendida de un momento a otro. Entonces lo recordé. «Tonto Chocolate»

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— ¿Sabes? —Le pregunte y el hizo un mohín en respuesta. Sonreí— ¿Estas durmiendo?

—Casi lo estuve —me apretó más, pegando mi espalda más a su pecho y acariciando suavemente mi seno que su mano tenia sujeto— ¿Qué pasa?

—Estuve pensando en algunas cosas… —comencé despacio, tanteando el terreno.

— ¿Qué cosas? —preguntó perezoso, suspirando contra mi hombro.

—Desde que tuvimos esa lucha hace casi tres meses yo no… —callé. No quise seguir hablando. Estaba pensando tonterías y me estaba asustando sola.

— ¿Tú no qué?

—Lo olvidé —mentí.

Volví a intentar dormir pero inevitablemente tocar el tema de la pelea me trajo recuerdos antiguos. Recuerdos que me dolía recordar.

Me moví un poco para poder tocar la cicatriz de mi cuello, pasando mis yemas por la piel arrugada. Si me preguntaban si odiaba a Esperanza, mi respuesta era no. Probablemente la hubiera odiado si me hubiera convertido, pero no fue así, y no sé por qué. Ella quería transformarme con todas sus fuerzas y casi cumplió su cometido.

Cuando la pelea había terminado, todos nos habíamos reunidos a hablar del tema, incluso los padres de Sango y la otra familia de licántropos que jamás había visto en mi vida. Habíamos hablado de esto, de mí, de la transformación… y todos llegaron a una conclusión que no terminaba de convencerme, «Esperanza no podía convertir a los suyos» era una conclusión razonable, pero algo le faltaba que no terminaba de convencerme. Había algo detrás de las palabras, de los gesto, del odio, de la cicatriz…

Había algo entre líneas que no podía leer. Algo importante para mí…

No supe en que momento me quedé dormida, pero hubiera preferido no hacerlo. En mi mente se repetía constantemente mi charla con Esperanza, una y otra vez, repitiéndose también el último momento, cuando las dagas filosas atravesaron mi piel.

Y así, repetidamente, me repetía que no podía odiarla.

Era ilógico. Odiarla era lo más cuerdo.

Abrí los ojos cuando la habitación ya estaba clara. Palpé el lugar vacío junto a mí, buscando a InuYasha. Los ruidos en la cocina me indicaron que probablemente se había despertado antes.

Claro, como olvidarlo. InuYasha duerme menos que un humano.

—Buenos días —le dije, y me sonrío con un pan tostado en su boca.

—Bueno días —me dijo— ¿Quieres pan?

—Come tranquilo. Yo me lo hago.

Pasé junto a él disfrutando de ese pequeño momento de pareja recién despertada. Tome unas rodajas de pan y las puse en el tostador.

—Iremos a hablar con mi papá sobre el cambio en tu olor.

—De acuerdo —vertí leche en un vaso y saqué las tostadas. Me senté frente a él.

— ¿Y ya lo recuerdas?

— ¿El qué?

—Lo que anoche me querías decir pero se te olvidó.

—Oh —me detuve en mi labor de comer—. Eso —me encogí de hombros.

—Sí, eso —hizo una pausa— ¿Y, que era?

—Nada —volví a mentir, dándole una mordida a mi pan.

— ¿Qué me escondes? —no me atreví a mirarlo.

—Nada —dije de nuevo.

—Ayer, me obligaste a decirte lo de tu olor. Ahora te toca decirme lo que piensas a mí.

Ohu, eso era un golpe bajo.

Me mordí el labio y alejé los cabellos de mi rostro.

—Te lo diré cuando esté segura.

— ¿Segura de qué?

—De nada.

Y ahí quedó la conversación.

Volví a darle una mascada a mi pan.

— ¿Te puedo pedir un favor? —le pregunté.

— ¿Cuál?

— ¿Puedes llevarme a ese lugar? El lugar de la pelea.

— ¿Por qué? —me preguntó confundido, seguramente pensando que mierda cruzaba por mi cabeza en esos momentos.

—Necesito comprobar algo —contesté mirándolo como cachorro a medio morir. Necesitaba ir a ese lugar por que algo después del sueño vivido me tenia inquieta. Y estando en ese lugar, seguramente lo comprendería.

—Hace casi tres meses dijiste que no querías recordar nada. Que nos olvidáramos de todo. Y ahora me dices esto.

—Pues sí —me sonrojé— ¿Iremos?

Hubo un largo silencio de por medio.

—Sí, ya. Iremos —suspiró resignado volviendo a comer su pan.

No pude evitar sonreír.

—Pero luego me dirás lo que me ocultas —¡Rayos!

—Pensé que-

—No lo creo.

Demonios. Odiaba no tener auto.

Desde ese punto en adelante comenzamos a hablar de cosas más triviales para ambos, hasta que terminamos de comer y nos alistamos para salir.

Eran pasadas las once de la mañana cuando nos pusimos en marcha en el nuevo Chevrolet Epica que InuYasha había adquirido hace casi dos meses.

— ¿Sabes? —me preguntó cuando llevábamos casi una hora de viaje.

— ¿Hum? —alejé la vista de la revista que estaba leyendo en ese momento y mire su perfil— ¿Qué pasa?

—Será un viaje largo.

— ¿Te refieres a…? —tragué. Mi estomago se contrajo y comencé a sentir mareos. «Todo es psicológico» me dije.

—Casi unas siete horas.

— ¡Por díos! —grité escondiendo mi cabeza en mis rodillas— ¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Porque tú quisiste venir, además, ya deberías saber el tiempo ¿No? Recorrimos esta misma distancia hace tres meses.

—Era distinto —levanté un poco la cabeza—. Estaba pensando en mi seguridad cuando andaba en auto, después estaba tan feliz de verte que no sentí el camino hasta la cabaña, luego pensaba en la pelea cuando estábamos andando y finalmente, recorriendo el ultimo trayecto, ¡Estaba pensando en muchas cosas!

— ¿Y por qué no piensas en algo ahora? Así te distraerás.

—Lo he intentado toda mi vida.

Cerré los ojos y descargué mi cabeza en el respaldo del asiento. Inhalé profundo e intenté dormir. Pero al querer hacerlo, recordé el sueño de anoche, e irrevocablemente recordé lo sucedido hace casi tres meses.

Llevé disimuladamente mi mano a mi cuello, no quería que InuYasha supiera que yo nuevamente estaba pensando en eso, más aún cuando fui yo quien dijo que no quería recordar nada. Pero eso ya no tenía sentido, él de seguro sabia que yo pensaba en esto, ya que por alguna razón querría ir a ese lugar.

Debía suponer que él no me preguntaba pues intuía que yo no estaba para dar respuestas. Estaba tan extrañada con mi comportamiento como él.

Pero lo había dicho, algo había entre líneas que me era imposible de leer, no mientras estuvieras lejos de ese lugar. ¿Y que seria? Me aterraba descubrirlo tanto como no hacerlo, estaba hecho un manojo de pensamientos y solo quería saberlo todo.

Mi estomago sonó en ese momento. como si millones de burbujas se reventaran.

Una pequeña llama en mi pecho se encendió.

—Supongo que nadie nos vera —dijo deteniendo el auto. Le mire sin entender—. Te estas sintiendo pésimo. Mejor vamos corriendo, se que no te mareas de esa forma —sacó las llaves y se quito el cinturón de seguridad.

Me tomó unos segundos darme cuanta de sus intenciones, y por más que hubiera querido aceptarla más que gustosa, no podía. No esta que estuviera segura de una cosa.

Miré a mí alrededor, estando en una carretera desierta, en mitad de la nada. Seria seguro ir como lobo, tanto como no lo seria. Pero, dejando de lado eso, aún así no podía aceptar eso.

— ¿Bajas? —me miró.

—No —me encogí de hombro. Le miré de soslayo.

— ¿No? —me miró confundido y curioso. Me enterré más en el asiento.

— ¿Recuerdas que prometí que te contaría todo después de este viaje?

—Err…. Sí, así fue.

—Pues, esto tiene que ver con eso —intenté sonar clara y a la vez no delatándome.

—No entiendo.

—Solo sigamos en auto.

—Si eso quieres.

Volvió a ponerse el cinturón y echamos a andar nuevamente.

Quería golpearme la cabeza con algo, alguna cosa, o simplemente meterla en un balde de agua bien helada, para ver si así dejaba de sentir ese incesante calor en mis mejillas.

¿Cómo se supone que se lo diría? Era incluso vergonzoso decirlo. Además no estaba segura de nada. «Deja de calentarte la cabeza»

El resto del viaje la pasamos casi en silencio, hablando cuando nos deteníamos a comer en algún bar de camioneros, de esos que estaban en mitad de la nada. Eran casi las seis de la tarde cuando el sol comenzaba a bajar (tomando en cuenta que aun era invierno) y nosotros nos acercábamos a ese lugar.

Miré por la ventana, sin reconocer absolutamente nada. El lugar era muy distinto de día a que de noche, además aquella vez estaba más preocupada por seguir con vida que de mirar el desierto paisaje.

InuYasha detuvo el auto en un punto muerto.

— ¿Es aquí? —pregunté temerosa. Inconscientemente había comenzado a temblar.

—Sí, es aquí.

—Ya… —miré como estaba dispuesto a bajar del auto y lo jalé de sus ropas—. No.

— ¿Qué pasa?

—Quédate en el auto, por favor. Necesito estar sola un rato.

—Bueno.

Inhalé profundo y bajé.

Analicé todo a mi alrededor, encontrando el bosque a lo lejos, donde me había separado de InuYasha. Recorrí el camino con los ojos, llegando al punto donde mis cálculos y mis recuerdos me decían donde fue exactamente.

Temblé cuando di el primer pasó y casi estuve segura de que caería al suelo si no me hubiera afirmado del auto. InuYasha salió enseguida, llegando a mí.

— ¿Estas bien? —me preguntó sosteniéndome de la cintura. Me agarré a su chaqueta inconscientemente.

—No me siento muy bien —le dije la verdad.

— ¿Qué pasa? ¿Qué sientes? —me levantó el rostro con una mano y me hizo mirarlo. La preocupación estaba escrita en su rostro.

—Siento mareos y… —cerré los ojos—… y tengo miedo.

—Te meteré al auto. El viaje fue muy largo y estas cansada.

—No,… —me agarré más fuerte a su chaqueta—. Espera un momento. Ya se me pasara.

Guardamos silencio.

Repose mi cabeza en su pecho, siguiendo el hilo de sus latidos para volverme lucida nuevamente. Había sufrido un mareo repentino y eso me daba que pensar. Pero también había sentido un miedo increíble que me hacia no querer seguir pensando.

—Ya esta —me separe y le mire al rostro sonriendo—. Estoy mejor.

—Estas pálida —me dijo.

—Estoy bien. De verdad.

Le pedí que me esperara ahí, y a regañadientes lo hizo.

Puse un pie frente al otro, imitando la misma acción con el otro pie, logrando que mi caminada fuera de corrido, casi robótica mente.

Fueron unos cinco minutos más o menos en que camine, de vez en cuando miraba sobre mi hombro a InuYasha, que cada vez se veía más lejano apoyado en el auto.

Me detuve cuando inconscientemente identifiqué el lugar. No sabia exactamente cual era el preciso lugar de la pelea, pero si reconocía que fue en esos metros cuadrados.

Mi corazón retumbaba en mi pecho, y mi mente revivía cada escena como si la estuviera viendo nuevamente. Todas las palabras dichas estaban tan claras ahora.

Sí, ahora recordaba absolutamente todo como si en realidad lo estuviera viviendo nuevamente. Le había podido decir todo lo que sentía, le había preguntado todo lo que pensaba, y aún que no tuve respuestas concretas, con solo sentir que pude decírselas me hacia sentir muy bien.

Miré a mi alrededor, viendo hasta donde mi vista ya no llegaba. Y entonces lo vi, a lo lejos, meciéndose con la suave frisa, llamándome.

Mis pies se movieron automáticamente, caminando tan rápido que comencé a correr sin saberlo. El viento tibio tocó mi cara con fuerza. Corrí más fuerte deteniéndome cuando caí de rodillas.

Ahí, frente a mí, una pequeña planta estaba creciendo. Mis ojos se llenaron automáticamente de lágrimas y con mis manos temblorosas, limpie la tierra de sus hermosas hojas. Podía haber sido cualquier planta, muchas salían en esa zona, y más ahora que nos acercábamos a la primavera, pero algo me decía que no.

Por que simplemente era la planta más hermosa que había visto en toda mi vida.

Sus verdes hojas, aunque pequeñas, tenían un brillo especial. Su oscuro tallo estaba derecho, fuerte, sosteniéndolo todo él solo. Sus ramitas se mecían con una delicadeza casi delirante. Un soplido más del viejo, y las lágrimas comenzaron recorrer mis mejillas.

No sabía por qué, simplemente quería llorar.

Ya no tenia miedo, era extraño, simplemente sentía una tristeza infinita. Como si hubiera perdido a alguien.

Levanté el rostro al cielo, soltando largos sollozos. Sentía ganas de llorar y no me iba a reprimir, quería soltarlo todo en ese lugar, que todo quedara ahí. Cada lágrima que salía por mis ojos quemaba mis mejillas.

Había querido olvidar y solo me lastimé inconscientemente.

Ahora lo sabía. No quería olvidar.

Quería recordarla, aún que haya querido matarme yo quería recordarla. La quería, siempre la quise, incluso hasta en los últimos momentos. Sabia que su naturaleza no era así, jamás lo fue. La habían cegado con el daño hecho que ya no pudo ver.

Realmente la quería y más, la extrañaba. Había sido mi amiga, y siempre lo seria.

Me preguntaba si mis ojos estaban rojos a cada paso que daba para acercarme a InuYasha.

Una sonrisa de satisfacción estaba dibujada en mi rostro y sentía mis mejillas arder. Pero me sentía bien. Liberada. Había leído entre líneas y eso era genial.

Por fin estaba en paz conmigo misma.

No pregunten como lo supe, pero algo me dijo que en el último momento, Kikyô pensó en mi vida.

— ¿Todo bien? —me preguntó cuando me planté frente a él.

Le sonreí, sabiendo que me había escuchado llorar y aún así respetó mi privacidad.

—Más que bien. Perfectamente —me abrasé a su pecho, escondiendo mi cabeza en su hombro y suspirando. Sentía mi cuerpo tan liviano que si no fuera porque él me correspondió, mis piernas hubieran temblado.

—Me alegro —apoyó su manzana en mi cabeza y apretó más sus brazos alrededor mío haciéndome reír.

—Eres tan bruno —me separé para mirarle divertida. Él no era bruto, era la persona más delicada del mundo si se trataba de tocarme— ¿Eres feliz? —le pregunté.

—Humm… —entrecerró los ojos para luego sonreírme—. Sí, soy feliz… creo.

— ¿Cómo que crees? —fruncí el ceño, goleando levemente su pecho.

Soltó una pequeña carcajada.

—Sí, mujer, soy feliz —volvió a apretar sus brazos fuertemente a mi alrededor. Volví a reír— ¿Y tú?

— ¿Yo qué? —respondí divertida.

— ¿Eres feliz?

—Pues, sí. Ahora soy completamente feliz —le sonreí.

Me estiré un poco para juntar mis labios con los de él.

¿Si yo era feliz? Lo era, absolutamente lo era. Ahora podía decirlo a ciencia cierta, ahora que sentía mi cuerpo liviano. Ahora que había perdonado.

Me abrasé a su cuello, profundizando el beso, sintiendo su calido aliento entrar en mi boca.

—Espera… —dijo entre el beso y me jaló delicadamente para apartarme. Gruñí levemente antes de abrazarme más fuerte a su cuello y profundizar aún más el beso. ¿Por qué quería parar? ¡Yo lo estaba pasando de maravillas!— K-Kagome, espera… —volvió a jalarme, esta vez con un poco más de fuerza logrando separar nuestros labios.

— ¿Qué pasa? —fruncí un poco el ceño, sonrojada—. Aún quiero besarte…

—Sí, yo también quiero besarte.

—Entonces bésame —volví a lanzarme sobre él, pero apenas si alcanzaba a tocar sus labios cuando volvió a alejarme—. InuYasha… —refunfuñé.

—Si sigo besándote, se me va a olvidar el trato.

— ¿Qué trato?

—El que si yo te traía, tú me dirías lo que no me has querido decir.

Oh, demonios, había olvidado ese pequeño detalle.

—Ahora, bien. Te escucho —se cruzó de brazos y se tiró hacia atrás, apoyándose en el auto.

—Ya, pues veras… —jamás en mi vida me hubiera imaginado tener que decir eso. Ni siquiera lo había soñado—… primero que nada, déjame decirte que no he ido al medico porque ni tú ni mi madre me han dejado sola en estos casi tres meses…

— ¿Qué tiene que ver eso? —arqueó una ceja.

—Es que… —bajé la visa, sonrojada—. Me daba vergüenza ir con alguno de los dos.

— ¿Y por que tenias que ir al doctor? ¿Estas herida? —preguntó elevando un poco más la voz. Rápidamente negué con la cabeza— ¿Entonces? ¿Qué está mal con tu cuerpo?

—Nada esta mal… creo. Solo… —trague—. Está cambiando.

— ¿Cambiando?

—Y creo que seguirá cambiando… más.

—Creo que me perdí en algún lugar.

—Escucha. Desde esa noche en la cabaña… pues, ya sabes. No he tenido eso. Es decir, lo tuve, pero duro casi un solo día y nada más hasta ahora.

Levanté el rostro, esperando alguna reacción de su parte, pero como era de esperarse, la cara de confusión era evidente.

—Me refiero a que tengo un atraso —solté.

— ¿Atraso de qué? —volvió a pregunto. Apreté los puños, ¿Por qué no entendía?

—Que tengo un atraso en mi periodo —dije—. InuYasha, creo que estoy embarazada.

Oh si, mejor forma de decirlo imposible.

«Fin»

Soy cojonudamente feliz. Terminó.

Es un final abierto, con muchas interrogantes, pero espero les haya gustado. ;)