Indubitable

Inoichi Yamanaka aguzó el oído en cuanto escuchó el suave pero inconfundible sonido del pasar de páginas viejas. Inclinó la cabeza para mirar a través del espacio que quedaba entre las carpetas de archivo y en uno de los escritorios, pudo ver al capitán Ibiki Morino.

—La biblioteca es un sitio algo raro para pasar las vacaciones.

Él no respingó, había notado desde antes que Inoichi, que no estaba solo, solo giró el rostro levemente.

—Tengo que acabar primero mi reporte.

—¿Has escuchado de algo llamado karōshi?

Ibiki negó con la cabeza.

Inoichi dejó la carpeta que tenía en el lugar correspondiente y caminó por el pasillo para rodear la inmensa estantería hasta llegar a donde se encontraba el ninja, sentándose en el lugar disponible frente a él.

—Karōshi es la muerte por exceso de trabajo. El consejo se rehúsa a calificarlo como un problema de salud, pero lo cierto es que el exceso de horas de trabajo puede provocar accidentes cerebrovasculares o infartos.

—Ni siquiera había escuchado la palabra.

Inoichi se encogió de hombros, hablar de causas de muerte que no fueran un kunai en la garganta o una técnica ninjutsu, era como hablar de fantasmas, a veces escuchaban con curiosidad la explicación, pero nadie lo creía posible y solo le dedicaban una mirada escéptica.

—Creí que Ino estaba en el hospital.

—Está en el hospital.

—¿Y no deberías estar con ella?

—No le veo el caso, no está en su cuerpo.

Ibiki levantó una ceja.

—¿Y eso no te preocupa?

—Tiene que encontrar sola su camino de vuelta. La primera vez que te pierdes, es espantosa. Pero cuando lo logras, te vuelves más fuerte.

—Confías mucho en sus habilidades, ¿eres realmente consiente de sus deficiencias?

—Mejor que nadie —respondió entre risas. Sin embargo, su semblante caminó, notándosele decaído—. Es la parte difícil de tener hijos —continuó —. Nunca te lo cuentan. Se quedan en la parte romántica de formar un clan, enseñarles técnicas secretas, formar un legado. Si te hablaran de la parte en la que tienes que dejar que hagan cosas potencialmente mortales sin meterte, para que aprendan, lo dudarías un poco más.

Ibiki suspiró, cerrando el libro del que había estado copiando ciertas referencias históricas con las que pretendía armar una línea de tiempo para su reporte.

—Si hay alguna fuerza superior rigiendo el universo, con un leve sentido de la piedad, jamás me va a dar hijos. No por mí, sino por ellos.

Inoichi volvió a reírse.

—Eso dices ahora, pero cuando un par de ojos coquetos se te atraviesen en el camino, solo vas a pensar en cómo se verían en alguien de este tamaño —dijo, marcando con la mano una altura que referenciaba a un niño de uno o dos años.

Ibiki sacudió la cabeza.

Él era el esposo más inadecuado para cualquier mujer.

—Tengo que preparar mis cosas, si no salgo de la aldea mañana media día, Tsunade-sama va a cambiar el estado de "prima vacacional" a "suspensión sin goce de sueldo". Y en toda mi carrera, no he tenido nunca, siquiera una amonestación. No voy a cambiar eso.

Inoichi estiró los brazos haciendo tronar su espalda a la vez que bostezaba.

—Préstame tu reporte para acabar el mío —dijo entre un bostezo —. Aún no puedo creer lo tuve frente a mi nariz todo el tiempo.

—Era difícil saberlo. Sobre todo, por su motivación, es más dogmática que siquiera políticamente funcional. El tipo ni siquiera entendió los fundamentos de los jutsus que aprendió, para él todo era una cuestión de espíritus y calmar deidades.

—¡Igual esto será como volver cincuenta años atrás! —exclamó Inoichi —. Mi padre lo repetía cada que podía: la pureza de un clan es la única forma de mantener su grandeza. Desde que me di cuenta, no me saco su voz de la cabeza. Yo abogué por ese matrimonio…

—No te martirices, no podrías haber adivinado que la viuda de tu primo se volvería a casar y le enseñaría a su nuevo esposo las técnicas secretas del clan, o que ella las sabría en primer lugar.

—Pero como líder del clan, era mi responsabilidad cuidarla, no solo olvidarme de nuestro vínculo político porque no dejaron hijos.

Ibiki suspiró.

—Nadie dijo que fuera fácil ser un líder de clan. Pero las cosas saldrán bien, los riesgos médicos de la endogamia son una realidad. El consejo ya es consiente de eso, y los líderes también, incluso los Hyūga, que no habían aceptado un miembro fuera del clan en décadas, están celebrando algunos matrimonios en las ramas más separadas.

—¡Oh sí! ¿Escuchaste del compromiso de Hisui-chan? Yo estaba completamente seguro de que la iban a casar con Neji-kun, aunque es un par de años mayor, a ella se le considera una joya dentro del clan.

Ibiki volvió a suspirar.

—No lo sabía.

—Y a que no adivinas quién es el novio.

El capitán ni siquiera lo intentó.

—Es un profesor del conservatorio, estabas trabajando ahí, quizás lo conozcas, Sakamoto Kenji.

El silencio que se formó entre ambos, solo pudo romperse cuando Inoichi se carcajeó al ver la cara de desconcierto del hombre, controlándose casi enseguida pese a que no había un responsable que mantuviera el orden.

—¿Es una broma? —preguntó con toda seriedad el capitán.

—¡No! Realmente no entiendo cómo Hisui-chan convenció a un líder necio y un consejo de viejos más necios todavía.

—¿Conoces a Sakamoto Kenji? —preguntó Ibiki, porque el problema no era solo que no fuera alguien ajeno al clan, sino que específicamente, era la versión bohemia de Gai.

—Por supuesto. En cuanto supe, me di a la tarea de buscarlo, algo así no se deja pasar, y estoy en el departamento de inteligencia ¿no?

—No entiendo como una cosa se relaciona con otra.

—No estoy de broma. Son cosas que deberías saber, imagina por un momento que hubieras aceptado a Hisui-chan como reemplazo de Hinata-chan. ¿No se habría arruinado toda tu misión cuando Sakamoto Kenji la reconociera? ¿Cómo garantizarías que Hisaishi Ryuichi no supiera de antemano que era la novia de su colega?

Tras pensarlo unos momentos, concluyó que era difícil no darle la razón.

—Te paso a dejar el reporte a la florería antes de irme mañana.

—¡Oh! ¡Espera! ¡Compré algo para ti!

Ibiki arqueó una ceja mientras el otro ponía sobre la mesa una bolsa de papel marrón con el logo de una tienda que no sabía que estaba en Konoha.

—Lo vi y pensé inmediatamente en tus vacaciones.

La abrió para mirar dentro y su ceja se pronunció aún más, sacando una camisa rosa estampada con flores amarillas. La miró completamente perplejo, parecía una gran carpa playera, aunque no dudaba que le quedara.

—Las bermudas son azul rey. Me agradó el contraste y combinan con las sandalias.

Ibiki volvió a meter la mano, efectivamente, había unas bermudas y unas sandalias simples a juego.

—Gracias. No te hubieras molestado— respondió, incapaz de decir algo más. O sentir algo.

Desde que había despertado en el hospital, con los chicos Hyūga a su lado, vivos, poco o nada le había provocado una reacción, si acaso la indignación por sus no solicitadas vacaciones, o el estrés de imaginar al impetuoso Neji en una nivelación a cargo de Kakashi.

"Debe ser el agotamiento, realmente tiene que irse", pensó Inoichi al percatarse de que la atención del capitán estaba demasiado lejos de ese momento y lugar, lo suficiente como para no apreciar la broma de su regalo.

—Me voy —dijo en voz alta, palmeándole la espalda —. La florería la abro a las nueve, pero puedes llamar, o solo dejarlo bajo la puerta.

—Yo también debo irme, tengo que ver a Raidō y entregarle mis expedientes de interrogación activos.

Inoichi se detuvo, llevándose una mano a la sien para masajearla.

—Déjame ver si lo entiendo —repuso con cansancio —. Te mudaste de departamento por una misión de vigilancia a tiempo completo, pediste los expedientes de la desaparecida policía militar para cerrarlos, y sigues activo como interrogador.

—Sí, por supuesto. También soy consultor cuanto Tsunade-sama lo requiere.

La respuesta del capitán sonó tan obvia como si le hubiese señalado que al día siguiente saldría el sol por la mañana, y ante eso, no supo exactamente cómo reaccionar; hacía solo unos minutos le había dicho que la gente se moría por trabajar en exceso, y como muchas personas, no creía que fuese posible.

—Dime que te dieron más de una semana.

—Catorce días.

—Y, ¿a dónde irás?

—Aparentemente al País del té, Tsunade-sama "hizo los arreglos" —respondió sin mucho entusiasmo —. Visitaré a mi hermano.

—Ah ese chiquillo, envíale mis saludos.

Ibiki asintió distraídamente a modo de despedida, tomó sus carpetas, la bolsa del regalo y cada uno siguió su camino.

Estaba seguro de que eran casi las cinco. Confiaba en que Raidō no huyera en cuanto diera la hora de salir, sobre todo porque le había avisado que le confiaría sus interrogatorios activos, algunos de corte delicado. Llamó a la puerta de su oficina, dando una última ojeada al expediente que más le preocupaba.

—Vacaciones —farfulló —. Habiendo tantas cosas que atender, es absurdo.

—Solo son catorce días —dijo Raidō mientras abría la puerta —. La aldea sobrevivirá por catorce días. Además, tampoco soy tan idiota como para malograr tu trabajo en dos semanas.

Y le quitó las carpetas de las manos.

—¿En serio me vas a dejar esta? —preguntó de pronto, con el ceño fruncido, apartando un fólder con apenas una docena de hojas, el más escueto de todos, algo no muy bueno considerando que era el más antiguo.

Ibiki asintió quedamente.

—No es como si pudiera guardarla en un cajón bajo llave hasta que regrese, y Genma estará como tu apoyo, ustedes son los más familiarizados con ella. Si quiere negociarte algo, o toma un rehén, siempre puedes ofrecerle a la peste roja como sacrificio, incluso si el rehén es el gato de Genma. Prioriza al gato. Llévala diciendo que Kakashi la busca, se lo va a creer. Y si Tsunade-sama pregunta por ella, dile que no sabes, que la última vez que la viste andaba persiguiendo a su mascota subversiva.

Raidō se rio a carcajadas.

—No puedo creer que haya gente que diga que no tienes sentido del humor. Ve tranquilo, me haré cargo de todo.

Ibiki no respondió a eso, solo miró hacia arriba, ligeramente a la izquierda, en donde estaba la habitación de interrogatorio contigua a la oficina de Tsunade.

—¿Te quieres despedir? —preguntó Raidō con sorna, aunque su sonrisa se esfumó cuando le vio asentir.

—Hoy todavía puedo trabajar. Además, podría hacerla bajar la guardia si sabe que el jefe se va.

Raidō se quedó de piedra, esperaba que se quedara en comentario hilarante, pero al verlo avanzar decididamente por el pasillo no pudo nada más que dejar los hombros caídos, con los brazos a los costados y un suspiro de resignación.

—Ese hombre realmente necesita irse de la aldea —dijo para sí, girándose para acabar de guardar sus cosas. Ya estaba por alcanzarlo cuando lo bio bajar, con un inusual paso casi saltarín.

—Pareces contento. ¿Te dio una confesión como regalo de despedida?

—¿Quién?

—¿Leiko, quizás?

—¿Quién?

—¿La chica de arriba?

—No —dijo Ibiki tajantemente.

—¿Por qué?

—No lo haré, es tu problema ahora. Yo estoy de vacaciones, y quiero ir al cine primero.

—¿Ibiki-san?

Ibiki levantó la mano como si con eso pudiera alejarlo cual mosca molesta.

—No estoy. Ya me fui.

Raidō se quedó perplejo, tan solo viendo cómo desaparecía su espalda a medida que bajaba las escaleras.

—De verdad está enloqueciendo.

El capitán Ibiki Morino salió de la torre recibiendo el sol en la cara, obligándolo a entrecerrar los ojos. La luz que pasó a través de sus párpados, era agradable, se sentía extrañamente relajado, y habiéndose desecho de sus últimos pendientes, la sensación de liberación incluso le permitió cierto aprecio por sus no solicitadas vacaciones. Entonces, con esa nueva tranquilidad, y el cerebro inusualmente despejado, una tonada saltó a su mente, pero la incapacidad de reconocer qué canción era le provocó cierta frustración.

Se dirigió a su departamento, dejaría el regalo de Inoichi e iría al cine, necesitaba sacar de su mente el comentario de Neji Hyūga quien, por cierto, según le informaron, había salido de misión apenas pudo escaparse del hospital.

—La adicción al trabajo no va a llevar al chico a nada bueno.

Gruñó por lo bajo, la canción volvía a saltar, así que empezó a tararear en voz alta para forzar sus recuerdos.

Dejó la bolsa de regalo en la mesa de la sala, tomó el boleto que había comprado por la mañana para reservar adecuadamente su lugar en la sala, y volvió a salir.

Pasó por una tienda, apenas a media cuadra del edificio, y el escaparate le devolvió su reflejo, deteniéndolo un instante.

¿Por qué demonios estaba yendo al cine con el uniforme de ANBU?

Nunca, en sus quince años de carrera se había sentido tan incómodo e inadecuado con el uniforme, como en ese momento, así que se quitó la gabardina, y ajeno a cualquier pensamiento racional, simplemente la dejó en el camino.

El cine se encontraba en una plaza comercial relativamente nueva, con el mismo encanto tradicional en el diseño, que diferenciaba a Konoha de la capital.

No podía recordar cuándo fue la última vez que estuvo en una función. Posiblemente cuando tenía quince años, y llevó a una chica.

Debido a que ya tenía su entrada, pasó directamente a la dulcería.

Una visita al cine tenía un protocolo, y n perdía nada comprando un bote mediano de palomitas, una soda y unos chocolates confitados.

—¡Profesora Miyazaki! —exclamó al reconocer a la mujer frente a él en la fila.

—¡Capitán!

—Solo Ibiki, no es necesaria tanta formalidad.

La mujer se había puesto completamente colorada. Solo había podido reconocer al hombre porque simplemente era alguien difícil de confundir, pero había algo en su expresión que hacía parecer que se trataba de una persona completamente diferente.

—¿Qué película vas a ver? —se adelantó a él, tomándola por sorpresa.

—Pues… La colina silenciosa ¿y usted?

—De verdad, no tienes que ser tan formal. Entraré a la misma. Si me permites el comentario, realmente no me imaginaba que te gustara ese tipo de películas. Aunque bueno, tampoco imagino a Hinata-chan viendo esta sin cubrirse los ojos.

—¿Hinata-chan?

—O a su primo, todos los Hyūga son raros, los imagino en el teatro, pero no en el cine, quizás el cine de arte, ese que nadie entiende y los únicos que la ven, lo hacen para ganar status intelectual.

Nodoka trató de controlar una risa, se cubrió la boca con la mano, pero igualmente se escuchó.

—Hay más de un criterio para que el cine de arte tenga esa categorización —dijo, recobrando la compostura.

—No puedo evitar el hacerlo notar, ¿pero viniste sola?

—Sí. Sakamoto-sensei me sugirió que viera esta película, especialmente por la banda sonora, dice que la encontró interesante, incluso a su prometida le gusto, y ella es, precisamente una Hyūga.

Lo último lo había dicho entre risitas.

—¿Entonces vienes con fines profesionales? ¡Qué le pasa a la gente que trabaja hasta en sus descansos! Justamente un amigo me habló esta mañana de lo peligroso que es trabajar tanto, causa infartos y cosas así, lo llamó karōshi.

—Bueno —repuso caminando junto a él, toqueteando con cierto nerviosismo su bandeja con lo que había comprado: palomitas chicas, una botella de té procesado y un helado con moronas de galleta —. Yo no soy especialista, pero quizás hay un factor que su amigo no tiene en consideración, y es que a veces, uno no siente que esté trabajando realmente.

—¿La filosofía de amar lo que uno hace para no sentir la carga real?

Se encogió de hombros.

—Ahora mismo, tengo toda la intención de disfrutar la película, y prestar atención a lo que Sakamoto-sensei me señaló, vendré de nuevo, volveré a analizarlo, y quizás una tercera vez si encuentro su encanto.

La sala estaba parcialmente vacía. Era la última semana de proyección, así que Ibiki decidió ignorar el número de su boleto para sentarse junto a Nodoka, no creía que realmente alguien le fuese a reclamar, y debido a que ella había explicado los motivos por los que había comprado su entrada, decidió quedarse callado.

Entonces, cuando Nodoka Miyazaki se llevó las manos a la cara, ahogando un chillido por la súbita aparición del personaje que Ibiki había estado esperando conocer, él simplemente no fue capaz de concentrarse en nada más que ella, y su cerebro, ofuscado como nunca antes había sentido a la vez que se encontraba prodigiosamente vacío de cualquier pensamiento relacionado con su trabajo o su vida en general, finalmente encontró la letra de la canción que había estado tarareando desde la mañana:

"¿No sería genial si pudiéramos despertarnos

por la mañana cuando el día es nuevo?

y después de haber pasado el día juntos,

abrazarnos el uno al otro durante toda la noche."

¿De dónde la había escuchado? No podía sacársela de la cabeza, no podía pensar en nada más que esa tonada alegre que nada figuraba con la película horrorosa que se proyectaba, iluminando inverosímilmente a la joven maestra a su lado, que había controlado su horror inicial, entreabriendo los dedos para seguir viendo.

¿Viendo qué?

"Hemos estado pasando juntos tiempos felices,

desearía que cada beso no tuviera fin,

¿no sería genial?"

La primera vez que la vio, no encontró nada en ella que destacara particularmente, pero por algún motivo, en la oscuridad de la sala, se dio cuenta de que no era así.

Tenía un hoyuelo en la mejilla derecha tan profundo que se imaginó que la punta de un lápiz podría entrar. También tenía el arco del labio superior tan poco pronunciado que parecía no tener, aunque el volumen producía un efecto interesante por el contraste, era como si estuviera levemente mordiéndose, un mohín que parecía… encantador.

"Podríamos estar casados,

y entonces seriamos felices."

La conversación que tuvo con Inoichi por la mañana se repitió en su mente.

¿Una esposa? ¿Hijos?

¡Ni siquiera era su novia!

Había un proceso adecuado para esas cosas, no podía simplemente llevársela a su casa, ya no eran tiempos del primer Hokage.

—Nodoka —llamó en cuanto encendieron las luces de nuevo, ella lo miró con cierta expectativa, había bastado dos horas y cuarto para perder cualquier rastro de timidez ante él —¿Quisieras salir otro día conmigo? En una cita, no una coincidencia de horarios.

Ella bajó la mirada, intentando controlar su sonrisa, o el rubor de su rostro, o la necesidad de salir corriendo.

—Sí —respondió quedamente.

—¡Excelente! Desafortunadamente debo salir de la aldea mañana mismo, pero en cuento regrese te pasaré a buscar, ¿está bien?

—Si, claro.

Conocía, por medio de la cultura general lo inapropiado que era pedir o dar un beso en la primera cita, así que simplemente se inclinó en una anticuada y poco natural reverencia, de la que se arrepintió casi enseguida, obligándolo a marcharse lo antes posible.

.

No había comida en el refrigerador, así que lo desconectó. Aseguró bien todas las ventanas, cerró la llave de paso del agua, revisó por milésima vez sus maletas y cuando estaba por salir, pensó que debía de avisar a su vecina, de modo que pudiera hacer lo que los vecinos normalmente hacen y echarle un ojo a su departamento.

Respiró profundo, estiró los brazos hasta que algo en su espalda tronó.

Encontrarse con su vecina no fue difícil, solo le restaba ver a Inoichi para pasarle su informe, así que tomó camino rumbo a la florería.

Pudo verlo de espalda, estaba sacando la estantería de madera que colocaba afuera.

Ibiki pensó entonces, que ese era el tipo de vida que un ninja debería envidiar; Inoichi era un jōnin con un puesto privilegiado en la División de Inteligencia, tenía una familia que lo respetaba y lo amaba, un negocio próspero que le daba aprecio de la comunidad y un sitio para descansar, alejarse de las cosas tan terribles que podían verse en el trabajo.

Cuando Inoichi acabó, puso las manos en la cintura, y miró con sumo orgullo el letrero con el nombre de su familia.

"¿No sería genial?"

Sonrió al pensar en sus vacaciones. Quizás algún día podría tener eso también.

—¡Buenos días!

Inoichi se quedó con el saludo en la boca al darse la vuelta, sin ser capaz de creer lo que estaba viendo, era como una broma mala, más aterrador que siquiera curioso: Ibiki Morino estaba de pie frente a él usando la camiseta rosa de flores con bermudas azules y sandalias sencillas que le había regalado, sin banda, en su lugar, había anudado un pañuelo azul para ocultar las cicatrices de su cabeza.

—Me faltaron unas gafas de sol —consiguió decir, intentando bromear.

—Serían útiles. Debería comprarlas. Toma, mi reporte.

Extendió la mano para recibir el sobre bolsa sellado.

—¿Ya te vas? —preguntó, a riesgo de evidenciar lo obvio.

—Sí. Te dije que Tsunade-sama hizo los arreglos. Me iré en una caravana que sale en un rato.

—¡Oh! ¡Viaje pagado! De verdad Tsunade-sama es generosa.

Ibiki se estiró perezosamente.

—Voy a comprar las gafas, y algo para comer en el camino.

—… Por supuesto.

De pronto, entre una nube de humo, un joven ninja apareció.

—Inoichi-sama —saludó ceremoniosamente inclinándose un poco —. Su hija ha despertado.

—¡Tranquila, mi niña! ¡Papá va en camino!

El ninja, con un solo movimiento, giró el letrero de abierto a cerrado y simplemente desapareció.

—"Tienes que dejar que hagan cosas potencialmente mortales sin meterte" —dijo Ibiki con cierto aire de burla —. Por eso es tan malcriada esa niña. Es una mimada ¿no?

El ninja lo miró con cierta perplejidad. Sabía quién era, pero no entendía el motivo por el que estaba vestido de esa manera.

—¿Ino-san?

—¿Tiene otra hija?

—Yo no diría que…

—Claro, te gusta.

—¡No! —se defendió rápidamente —¡Es una niña! Pero es bastante educada, agradable…

Ibiki arqueó una ceja.

—Solo por curiosidad, ¿no trabajas en la torre administrativa?

—Sí, señor. Vine por petición de Shizune-senpai, realmente no me dedico a las tareas de notificaciones.

El capitán profirió una carcajada mientras cruzaba los brazos sobre su pecho.

—Hijo, ¡esta muchacha te está trabajando para algún día sacarte información!

El ninja pareció consternado.

—Algún talento tenía que tener. Como sea, me voy.

Se acomodó la mochila en los hombros y el equipaje de mano tenía espacio para meter el almuerzo que había encargado desde la noche anterior en que fue a cenar, de modo que solo pasara a recogerlo. Sin embargo, al parecer no lo tomaron en serio, porque debió esperar a que prepararan la orden.

—¡Capitán!

El ninja giró la vista por sobre su hombro, Izumo y Kotetsu iban corriendo hacia él.

—¡Tsunade-sama necesita verlo!

—¡No! —dijo levantando una mano —¡Yo ya estoy de vacaciones!

—¡Capitán, es serio! —dijo Izumo.

—Demasiado grave —repuso Kotetsu mirándolo de arriba abajo.

—No me van a obligar—insistió Ibiki dándoles la espalda, caminando hacia el centro comercial, donde creía haber visto una tienda donde vendían gafas de sol.

—¡Capitán, lo siento! ¡Es por su bien!

Por un momento, Izumo se preguntó si, de no haber dicho eso último, pudo haberle atrapado como tenía planeado.

—Bien hecho, Izumo —se quejó Kotetsu mientras colgaba de cabeza, atrapado en la trampa pegajosa —. Esta es una trampa de academia ¿no? La usan los instructores para no lastimar a los niños, ¿por qué rayos usó eso?

—Porque no está en sus cabales, es el último de la lista, según Tsunade-sama.

Kotetsu forcejeó para soltarse, pero solo se pegó más.

—Me imaginé que pasaría esto. ¿Saben? Ibiki no es solo un sádico, se ha aganado el cargo porque es un hombre de recursos —dijo Kakashi con su usual tono cansado de siempre, inclinándose levemente al frente para ver a los dos chūnin que colgaban.

—Señora —continuó, dirigiéndose a una mujer de avanzada edad que barría el frente de su casa, apenas prestándole atención a una de tantas escenas rutinarias en una aldea ninja —¿Sería tan amable de ayudarlos a bajar? Solo necesitan algo de jabón de suavizante para ropa.

La mujer asintió y se volvió hacia su casa para traer lo que le habían pedido, mientras Kakashi invocaba a sus perros.

—Vamos chicos, hay que encontrar a Ibiki.

—¿El calvo malhumorado? —preguntó Pakkun.

—El mismo.

Los ninken olisquearon un instante antes de salir a la carrera.

—Bueno chicos, ¡nos vemos!

—Vaya día —se quejó Izumo.

—Ver a Tsunade-sama en modo diligente fue interesante.

.

—¡Buenas!

Ibiki ladeó la cabeza para poder ver a Kakashi al otro lado del exhibidor de gafas de sol.

—Buenos días, Kakashi-kun.

El ninja no pudo evitar el sentir un escalofrío, había sido demasiado aterrador el escucharlo.

—¿Vas a… salir? —preguntó distraídamente, intentando no prestar atención a su sonrisa, era como verlo a punto de entrar a la sala de interrogación con un interesante candidato.

—Ah, sí. Me dieron unos días de vacaciones. Voy a visitar a mi hermano en el País del Té. No recuerdo si tú lo conoces, es considerablemente menor, así que no coincidimos en la academia.

—Alguna vez lo vi corriendo por ahí.

Kakashi hizo un ademán y los perros saltaron sobre Ibiki, este solo volvió a sonreír y los canes chocaron contra el exhibidor de las gafas, provocando un reguero de armazones con cristales rotos.

—¿Qué se le va a hacer? —se quejó Kakashi —. No me pones las cosas fáciles.

—¿Por qué están tan empeñados en llevarme a trabajar en mis vacaciones?

—Si por mi fuera, te dejaba tal y como estás, pero realmente no sabemos qué tanto te reconfiguraron, y sé que aún ahora, te fastidia la idea de saber que alguien se metió en tu cabeza.

Ibiki frunció el ceño sin entender de qué le estaba hablando.

Ambos tomaron distancia saliendo del local, yendo hacia el tejado del centro comercial.

"Bien", pensó Kakashi, "usó una trampa inofensiva con Izumo y Kotetsu, y se está alejando de los civiles. Aún está priorizando el no lastimar a nadie, no le dieron la orden de atacar o provocar daños a la aldea".

Decididamente se lanzó contra él, sacando una cadena con pesas de la bolsa de armas, girándola para lanzarla, pero solo fue una finta, algo de lo que Ibiki se dio cuenta pronto, sin embargo, no pudo anticipar el siguiente movimiento, que esperaba, se tratara de algún jutsu para inmovilizarlo, atacarlo por la espalda, usar su sharingan y meterlo en un genjutsu, quizás el contra ataque de los perros, pero simplemente no pudo creer posible que la técnica que Kakashi, el ninja que había copiado más de cien técnicas, era tan simple y banal, como un puñetazo de pelea de bar.

Todo se volvió oscuro.

.

Abrió los ojos con pesadez. Se sentía cansado, ligeramente mareado, y con un dolor palpitante en la cabeza. Distinguió algunas luces, como una pequeña población de luciérnagas, lo que era raro, considerando que estaba en la oficina de la Hokage.

—¿Se cancelaron mis vacaciones? —preguntó, parpadeando lentamente

—¡No puede ser! —chilló Ino —¡Estoy segura que lo hice bien!

—¿Hacer qué?

Tsunade se inclinó al frente de él, mirándolo con gesto inquisidor, hizo un mohín con la boca, luego se acercó un poco más para decirle algo al oído.

—Tus vacaciones siguen en pie, no te preocupes, Neji va a reemplazarte estos días.

—¡¿Qué?! —exclamó saltando de su silla —¡No! ¡Ya le dejé mis expedientes a Raidō! ¡Si hay mucho trabajo puedo tomar las vacaciones el siguiente año!

Tsunade se incorporó con las manos en la cintura.

—Descuida, Ino. Lo hiciste bien.

—¿Hizo bien qué?

Ibiki estaba genuinamente confundido, mirando a las personas de la habitación, entonces reparó en Sakura, completamente vestida de negro… con su gabardina.

Sin pensarlo dos veces se puso de pie, arrebatándosela, lo que la asustó un poco por la brusquedad. Casi enseguida se dio cuenta de lo que llevaba puesto y presa de una vergüenza que no había sentido en mucho tiempo, se puso la prenda para cubrirse, era peor que andar desnudo. Entonces, Tsunade le dio un toque en la frente con el dedo índice, mandándolo a sentar.

—La crisis pasó. Nos aplicaron una técnica de manipulación mental, Ino ya lo corrigió y todo sigue su cauce normal.

—¡¿Ino?!

—¡Basta! ¡Está arreglado! Ibiki, será mejor que corras, la caravana sale en cinco minutos y te juro que te romperé los brazos y piernas para darte una incapacidad si no estás ahí cuando cruce la puerta.

—Por favor, Tsunade-sama—repuso Shizune tratando de calmarla —, es normal que esté confundido.

—¡Pero si le estoy diciendo que todo está bien! ¡¿por qué tiene que cuestionarme?!

—No está cuestionando nada, ya se va.

Shizune lo tomó por el brazo, sacándolo de la oficina.

—Tus maletas, calvo —dijo Pakkun, sentado junto al equipaje de Ibiki —. Espero que no te moleste que los chicos hayan tomado un bocado de lo que llevabas. Como sea, adiós.

El pequeño perro desapareció, Ibiki tomó su mochila y Shizune el equipaje de mano ya sin el almuerzo que había comprado, y con un mal humor creciente caminó hacia la puerta.

—Maldita sea. ¿Sabes qué no hice? Cubrir los muebles con las mantas ignífugas.

—Mandaré a unos genin más tarde.

—Los expedientes del departamento, están sin seguridad.

—Bien, no irán los genin, iré yo y pondré sellos de resguardo.

—¡Mi oficina!

—¡Basta! —chilló Shizune, golpeándolo con la bolsa que llevaba —¡Le diré a Yūgao-san!

Ibiki se subió en la última carreta de la línea, sin poder controlar la expresión de su rostro, una mezcla de horror, angustia y confusión.

—Todo estará bien—repuso ella, mirando al equipo que escoltaría la caravana de seis carretas. Ibiki les dirigió una mirada furibunda, provocando que los más jóvenes sintieran un escalofrío.

—Oye —dijo uno a su compañero —¿no es el loco de los exámenes chūnin?

—¡Capitán, buenos días! —interrumpió su maestro antes de que dijeran algo que pudiese poner de mal a humor al hombre que era una leyenda de terror entre muchos jōnin.

Ibiki gruño el saludo de vuelta, cruzándose de brazos para ocultar su ropa, aunque sus piernas desnudas empezaban a causar cierta inquietud en la joven kunoichi del equipo, y no precisamente para bien.

Al cabo de unos minutos, arregladas las formalidades, las cinco carretas empezaron a avanzar, con paso lento y ajetreado por el camino irregular.

"¿No sería genial si fuéramos más mayores?

entonces no tendríamos que esperar tanto tiempo,

¿y no sería genial vivir juntos?

en la clase de mundo al que pertenecemos."

¡La canción había vuelto a él!

¡Y ya recordaba de dónde la había escuchado!

¡La peste roja la había estado cantando toda la semana y ahora él no se la podría sacar de la cabeza en todo el viaje!


Comentarios y aclaraciones:

*La canción que está cantando Ibiki es Wouldn't it be nice de Beach Boys.

Créanme, las vacaciones de Ibiki es una de mis partes favoritas de Crónicas, aunque creo que ya ni se acordaban que este fic había salido de otro.

¡Gracias por leer!