Título – The Beauty and the Beast
Disclaimer – La historia me pertenece, los personajes no. Si usan los personajes, están en su derecho, después de todo es fanfiction; si usan la historia, estoy en mi derecho de demandarlos.
Gracias por leer y por esperar. Ojalá sean tan amables de dejar un review para saber su opinión y así ir mejorando cada día.
:.:¨:.: La esencia de la rosa :.:¨:.:
–Y bien, ¿qué crees que haces? –repitió al observar la estupefacción en el rostro del joven.
–…
Yuriy permaneció inmóvil ante la visión que había frente a él. No sabía a ciencia cierta si era por el majestuoso corcel que bufaba elegantemente, por los profundos ojos rojos que permanecían fijos en él o por la belleza del joven, dueño de la grave voz que lo había impresionado.
–No eres mudo, así que contesta –exigió autoritario.
–Yo… –Yuriy no sabía qué decir exactamente, su mente sólo podía concentrarse en el pálido rostro del muchacho. Jamás había tartamudeado, ¿por qué ahora lo estaba haciendo? ¿Es que acaso se sentía intimidado? ¿Embelesado?
–Hmpf… No eres mudo, pero seguro eres retrasado –se mofó el ojigrana.
–Yo… necesito… –murmuró el pelirrojo, saliendo de su trance ante la ofensa–. Necesito un lugar para pasar la noche.
–Hn, si te apresuras aún puedes llegar al pueblo –respondió con sorna.
–¿No crees que si pudiera ya lo hubiese hecho? –preguntó a su vez con ironía–. Mi caballo está herido, no puedo exponerlo a los peligros de la noche –añadió, evidenciando un hecho obvio.
–Ja, ¿no quieres exponerlo a él o a ti? –soltó cáusticamente.
–A diferencia de ti, a mí me importa algo más que sólo yo.
–Ja, claro, por eso lo trajiste hasta acá, aún sabiendo lo que podía pasar.
–El motivo por el que vine no es de tu incumbencia.
–Hn… –espetó torciendo una sonrisita burlona; luego, alzando la vista al cielo, comentó–: El animal no tiene la culpa de tener un dueño tan idiota. Sígueme.
–¿A dónde? –cuestionó, observando cómo le daba la espalda y comenzaba a galopar lentamente.
–¿Todavía tienes tiempo de preguntar estupideces?
Yuriy no contestó. Tenía razón, el día languidecía rápidamente y él no tenía muchas opciones de dónde escoger. O confiaba en el extraño de cabello bicolor o se quedaba a esperar un desastroso fin en el estómago de alguna fiera. A regañadientes siguió al joven de ojos rojos, jalando suavemente la rienda de su caballo, que trotaba con recelo tras él. Por lo menos no estaría solo si las bestias volvían a acercarse.
Rodearon el campo de flores hasta llegar a un sendero estrecho, habían avanzado algunos metros cuando, entre las copas de los frondosos pinos, se pudieron avistar las altas torres de un castillo. Conforme se acercaban, Yuriy logró ver la construcción en toda su extensión. Era la estructura de un palacio aún más grande que el suyo, sin embargo, tenía años desde que había sido reclamado por la naturaleza. Las enredaderas trepaban impasibles por los enormes muros del edificio, dejando sólo pocos espacios sin cubrir. Los vidrios estaban rotos y el techo derrumbado en algunos lugares.
–La caballeriza está al lado izquierdo. Ahí estará seguro –señaló, al tiempo que descendía del rocín y abría una de las roídas puertas de encino que estaban decoradas con figuras de querubines y leones.
Se detuvo un instante, como si dudara dejarlo solo o si debería continuar a su lado hasta el final.
–Hmpf… deja a tu caballo y cierra la puerta bien –dijo secamente, tras meditarlo unos segundos.
–No lo abandonaré –exclamó indignado ante la mera idea de perder a su amigo.
–Pues entonces quédate a dormir con él –soltó apático.
–¿Dormiremos en el castillo? –cuestionó, observando la frágil edificación que yacía frente a él.
–A menos que quieras dormir en la caballeriza o en el bosque –comentó sarcástico–. Hay una habitación disponible subiendo las escaleras, a la derecha… por si te interesa –remarcó, desapareciendo en el umbral de la puerta.
Yuriy se quedó mirando la puerta abierta, pasmado por la simplicidad del joven. No tenía idea de cómo sabía la localización del castillo, por qué estaba ahí a esas horas o de dónde había venido. Un relincho molesto del corcel negro lo sacó de su ensoñación. Sobre su cabeza resplandecía la vaga sombra de la luz que emergía del mortecino sol. En un par de minutos todo quedaría sumido en la oscuridad de la noche. Yuriy giró para acariciar el hocico de su amigo. El rocín azabache avanzó en dirección a las caballerizas, sirviendo de guía al pelirrojo.
Yuriy admiró por un momento la construcción en donde su amigo pasaría la noche. Era un inmueble igual de viejo y derruido como la casa: la mitad del techo había desaparecido completamente y una de las paredes mostraba varios huecos donde las piedras habían sido removidas. Hierbas de todo tipo crecían entre las rendijas dándole a todos los muros una coloración verde. Yuriy lanzó un suspiro resignado; tener que dejar al caballo en un lugar como ése le provocaba un gran pesar, no le tenía confianza al bicolor y tampoco de la poca seguridad que ese recinto le proporcionaría.
Acariciando la crin del corcel, comenzó a quitar las riendas que habían estado lastimando a su amigo, dejándolo descansar. Se despidió susurrando suaves palabras a su fiel compañero, prometiéndole volver al día siguiente para curarlo. Salió atrancando la puerta con una pesada viga de madera que sería imposible derribar. Tras lo cual, con pasos apresurados, entró al castillo cerrando la gran puerta de madera fina.
Le dolía admitirlo, pero tenía miedo. Miedo de las fieras que acechaban afuera, miedo de que la herida de su caballo empeorara, miedo de estar en ese castillo abandonado en medio de la nada… miedo de aquel gallardo y misterioso joven que se hallaba en algún lugar de ese palacio.
Sí, el joven sería muy apuesto, pero también desprendía un aura de peligro. Yuriy sacudió la cabeza para intentar alejar de sí ese incómodo pensamiento, resultando infructuoso. Esa sensación lo acompañaría toda la noche:
"Quizá hubiera estado más seguro afuera en el bosque que con aquel misterioso muchacho…"
Unos ojos rojos habían seguido detalladamente todos los movimientos que el pelirrojo había hecho en la caballeriza. Por fuera tal vez pereciera frío y calculador, pero por dentro era seguro que tenía buenos sentimientos. La forma en la que acariciaba a su caballo, las palabras que le había murmurado o la preocupación que se reflejaba en sus ojos eran suficientes para que pudiera saber cómo era realmente el joven ojiazul.
Bajó la cabeza un poco, clavando su mirada en el piso. Era como él había sido hacía bastante tiempo. Compasivo, noble, creía que el bien siempre triunfa… ¡qué equivocado estaba! Ése había sido su error… su costoso error. Debía de haberlo sabido, pero no, en esa época era joven e ingenuo. Realmente creía que el mundo cambiaría si uno se esforzaba en cambiarlo. Ahora, tenía que vivir con las consecuencias de sus actos. Suspiró amargamente.
Se levantó de donde estaba y se dirigió a la ventana opuesta de donde había estado mirando. Desde ahí se podía vislumbrar claramente el magnánimo jardín de rosas. Todas estaban radiantes, y con la luna llena brillaban en su máximo esplendor. Probablemente había millones de esos botones bermellones, sin embargo, no eran suficientes. Cada día moría uno de ellos, creando un vacío que no podría ser llenado con nada y creando una desesperanza cada vez mayor en el alma del oijirojo.
Miró hacia las constelaciones que fulguraban impávidas en el cielo. Las envidiaba; tan serenas, tan hermosas, tan eternas… ellas eran la muestra de lo que él había representado a los ojos de cientos de personas. Y, en este instante, ellas eran un constante recordatorio de la desgracia que se había ceñido sobre él y que jamás lo abandonaría.
La desquiciante cacofonía que imperaba a su alrededor lo enloquecía. Tanta belleza, tanta virtud, ¿por qué él no podía ser como las flores, como las estrellas o como el inocente ojiártico que dormía en una recámara del castillo? ¿Por qué él tenía que sufrir?
Un grito de desesperación brotó desde lo más profundo de su ser, haciendo eco a través de los huecos muros y resonando más allá de las grandes hileras de pinos. El silencio que siguió fue escalofriante. Era casi como si el bosque estuviese ignorando su miseria, restándole importancia a los alaridos que profería. Nada perturbó el perfecto silencio. Él estaba solo.
–Al diablo con todo –musitó, tratando de contener su cólera.
Trataba de ser fuerte, de no mostrarse débil ni ante sí mismo. No podía darse el lujo de flaquear o de permitir que los pensamientos de su mente se apoderaran de él. Debía sobrevivir, descubriría la manera de vencer sus demonios internos y librarse de la carga que le había sido impuesta.
El relincho inquieto de un caballo llegó hasta sus oídos. Sabía que era lo que lo había asustado, pero era la única manera de que estuviese a salvo. A pesar de todo lo que se había dicho, no había cambiado realmente, había podido dejar que el pelirrojo y su mascota muriesen en el bosque, a él no debía haberle importado; mas cuando observó el fuerte lazo que había entre ambos no pudo resistir la tentación y los había invitado a quedarse. ¡Vaya que era idiota! El taheño le robaba y él le recompensaba dándole un lugar para pasar la noche.
La flor que el ojiártico había arrancado jamás volvería a recuperarse y, al parecer, ni siquiera le había importado; pero la perfección es tentadora, ¿no es así?
El ojiártico. Había algo en él que le atraía. No sabía si eran sus profundos ojos, su cabello de fuego o la actitud tan apática hacia lo que lo rodeaba. Sus manos cuidadas y su exquisito porte indicaban que pertenecía a la nobleza; la altanería que dejó escapar en sus palabras y en su tono eran una señal de que posiblemente fuese el príncipe o por lo menos, hijo del consejero de la corte. Recordando sus experiencias pasadas podía imaginar por qué estaba en medio de un bosque, en lugar de paseándose y siendo petulante en los corredores de su palacio. Huía. Como él lo había hecho tantas veces. No había nada en esa vida vacía que lo satisficiera. Entre esas risas hipócritas y palabrerías sin sentido, no podía encontrar nada que le diese un propósito a su existencia. Deseaba hallar un fin, una razón para despertar cada mañana. Sólo quería poder respirar por voluntad propia sin que se le dijera cómo o cuándo hacerlo.
Sí, él lo entendía. Comprendía ése sentimiento de ser un ave y estar enjaulado en una fastuosa prisión de oro. Era la más delicada flor, que ni la más suave brisa debería de tocar, todos en el reino se encargaban que eso sucediese. Él debía ser perfecto, debía dejar de ser humano, para convertirse en una muñeca tallada a semejanza de Dios por manos humanas. Y, como era obvio que sucedería, sería una figura vana, una imagen inexistente, simplemente alimentada por los sueños y anhelos de los demás.
Sonrió para sí. ¡Cuántas veces no había sido el espejo de lo que los demás querían ver! Una flor es bella, delicada, única y superflua. Su tiempo es limitado, cualquier adversidad las mata. Él no quería ser una flor. El taheño tampoco. Por eso huían. Huían porque creían que en algún lugar más allá de las fronteras, aún más lejos de donde el sol se pone, ellos serían sus propios dueños. Pensaban que podrían tener un futuro, que podrían volar y besar la ansiada libertad…
¡Ja, qué cruel es la vida!
Cuando despertaban de ese dulce sueño se daban cuenta de que todo seguía igual. Ellos continuaban siendo unos títeres aún encerrados en la cárcel más sutil que alguien pudo haber concebido jamás. Nunca tendrían en sus brazos a aquella caprichosa amante que es la independencia, no podrían escapar de ese destino que les aterraba, tal y como sus padres, sus abuelos y todos sus ancestros no pudieron lograrlo y tuvieron que vivir con la pesada imposición que significa vivir para servir a un pueblo.
Y, ¡oh, ironías de la vida!, él había logrado evitar caer en una jaula de piedras preciosas para terminar en una de madera derruida por el paso del tiempo. Seguía atrapado, atrapado en esos muros en ruinas, atrapado en un ser que detestaba, atrapado en su propia mente…
¡Qué no daría por sentir, aunque fuese sólo un día, la seductora libertad!
"¿No conoces este cuento, en el que todo lo que siempre quise, jamás lo podré tener?"
(Nightwish, Beauty and the Beast)
El peor capítulo que he escrito hasta ahora, me disculpo por esta porquería; juro que los siguientes estarán mucho mejor. De verdad, perdón.
Aclaración: Este fic no está basado en el cuento de La Bella y La Bestia versión Disney, fue un delirio que me nació al oír la canción de Nightwish y al leer los mangas de mi diosa Kaori Yuki, por tanto no epseren un mundo color de rosa.
Como siempre, agradezco a quienes dejaron un review el capítulo pasado:
PPBKAI
Kansei
Kuchiki Hiwatari
Andy Galadrim
Sheena-Yukiko-25
Pariente
Saintlolita
xshadowxalex
