Sé que llevo eones sin actualizar, pero la vida es lo que tiene. A veces sigue adelante y si no te das prisa, te deja atrás. Pero bueno, hoy tenía un huequecito y, aunque sé que no es mucho, espero que sea la escena que muchas llevabais esperando. Voy lenta, pero voy... si alguna quiere estar al día de lo que publico, dónde y cuando, podéis suscribiros aquí hachetetepe dos puntos raya raya eepurl puntocom raya VcGKT (quitad los espacios)

Y bueno, no me enrollo más. ¡Disfrutad!


Llegó un momento en el que todo era insuficiente. Todo molestaba. Todo era demasiado poco. Rose no tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba en esa habitación, besándose con aquel desconocido. Había perdido completamente la noción del tiempo y el espacio, demasiado imbuida por la magia de fantasía que la rodeaba y los más de cuatro vasos de licor mágico que se había bebido. Pero nadie podría culparla. Sus sentidos habían dejado de obedecerle para centrarse en una única cosa: el chico que no había dejado de besarla. Dotados de una autonomía propia, Rose se entregó al placer. No existían los remordimientos ni la duda. Al menos no por ahora.

—Yo... —gimió cuando él abandonó su boca para ocuparse de su cuello.

Sólo podía pensar en aquellos labios calientes recorriendo con hambre la curva de piel sensible de su cuello, mientras la otra mano de él la agarraba con fuerza del pelo, como si compartiera su misma ansia. La misma necesidad de más.

—Necesito saber quién eres —consiguió decir cuando él le tiró del pelo, dejando expuesta aún más piel que pudiera devorar.

El fauno se separó de ella y sus ojos dorados se clavaron en los suyos, entrecerrados, como si intentaran encontrarle algún significado a lo que ella acababa de decir. Pero las manos no se habían movido de donde estaban. Las de Rose tampoco.

Ella le echó una mirada rápida.

—¿Importa eso? —respondió el fauno con la voz más ronca de lo que Rose la recordaba.

El fuego que adivinaba en su mirada acabaría por consumirla. De eso no tenía duda alguna. ¿Importaba? El sentido común le susurraba que sí, quizás. Si sólo hablara un poco más alto para que a ella no le fuera tan fácil ignorarlo...

Rose se lanzó de nuevo a sus labios. Con los brazos enroscados a su cuello y las manos hundidas en su melena leónida, la Rose Oscura (porque eso es lo que era en aquel momento: oscura, altiva y desconocida, incluso para ella misma) mordió con fuerza el labio que segundos antes lamía con un cuidado casi reverencial. Lo empujó contra la pared que tenía a su espalda, arrancándole un grito de dolor.

—Te he preguntado cómo te llamas —él intentó volver a besarla, pero Rose tuvo la suficiente fuerza de voluntad de apartarse en el último momento.

Creía que se lo tomaría a mal, que ese ego masculino que tan bien había saboreado mientras la besaba e intentaba dominarla se enfurecería, por eso se sorprendió tanto al ver la sonrisa de medio lado, el brillo de diversión oscura en sus ojos.

—¿Quién te gustaría que fuera, Rose? —susurró, aún con las manos de ella sobre su pecho.

Que supiera su nombre la incomodó.

—¿Cómo sabes quién soy? —quería besarlo, lo deseaba más que nada en aquel momento, pero no podía. ¡No debía!

—Porque es imposible que seas otra persona —lo dijo de manera tan simple, tan seguro de sí mismo, que la conmovió.

—¿James? —tenía miedo de equivocarse, pero no pudo evitarlo.

—Me enfadaría mucho si hubieras mencionado a otro —y esta vez le dieron igual sus manos, sus reticencias y cualquier protesta que pudiera tener preparada, James le apartó las manos de su pecho, se inclinó hacia delante y la besó.

Un beso furioso que pronto se quedó hambriento de más. Dejando escapar un gruñido, más propio del ser mitológico que aparentaba ser que del estudiante que era, la aupó acomodándola sobre su cadera y la pared que ahora la ayudaba a sujetarla. Rose debería haber protestado. Tal invasión, la peligrosidad que notaba presionar contra su muslo izquierdo… Debería haberlo hecho sí. El problema era que no quería hacerlo. Cuando James volvió a besarla, ella le mordió. No sabía de dónde venía aquella rabia, la urgencia con la que necesitaba sentirlo, pero era algo que ahora mismo no le importaba. Por extraño que le pareciera, ahora creía estar más lúcida que nunca. Su mente por fin la reconocía. Su cuerpo se saciaría.

—Nunca imaginé que sería así… nuestra primera vez —eso debería haberlo dicho ella y no él.

No quería oír nada de lo que su primo tuviera que decir.

—Duele —gimió contra sus labios. No habían parado de besarse ni un momento. James la acunaba entre sus brazos con la misma devoción que un lobo acunaría a una oveja.

—Si todavía no…

—Hay demasiadas cosas entre los dos. Demasiadas palabras, demasiados rencores, demasiada ropa… Necesito… necesito… —¿por qué todo aquello sonaba como una súplica? ¿Acaso estaba tan desesperada?

—Dime qué necesitas, Rose y te lo daré —un brillo peligroso en sus palabras. ¡Maldito, James! ¿Tan difícil era de entender que lo necesitaba a él?

Lo miró fijamente, respirando con dificultad. Reparó en el aspecto tan extraño que debía tener ella a ojos de su acompañante. Casi o más extraño del que tenía él. Él esbozó una sonrisa ladeada que Rose había tenido que sufrir cada verano en Grimmauld Place desde que tenía memoria. Si había tenido alguna duda sobre quién podía ser aquel fauno, ahora ya no le quedaba ninguna.

De un tirón, me abrió la camisa que llevaba y la hizo caer a sus pies. Rose se permitió un par de minutos para recrearse con el torso dorado y bien definido que ahora tenía ante sí. Acarició con cuidado un hematoma un poco más oscuro que tenía en el pectoral izquierdo. Él no le quitó ojo de encima, mientras lo exploraba. Rose notaba la intensidad de su mirada aún cuando ella tenía la vista puesta en otras partes de su anatomía. En un ataque de rebeldía, bajó la mano y le acarició el pezón. Inclinándose sobre él, sacó la lengua y lo lamió lentamente. Una sola pasada. De abajo arriba. Disfrutando de las reacciones que estaba despertando en él. Luego se separó lo bastante para poder soplarle aire frío sobre él. A Rose no le sorprendió la embestida que James le dio contra la pared, apretándole con más fuerza de la necesaria los muslos por las que la mantenía alzada.

Volvió a besarlo, a desgarrarlo, a alimentarlo. No supo en qué momento él se había quitado los pantalones ni cuando se había deshecho de su ropa interior. Lo único que podía entender en esos momentos era que aquella unión, aquel baile acompasado… era para ella tan natural como respirar y mucho, mucho más necesario. Se agarró a él como si fuera un náufrago a punto de ahogarse. Su cuerpo danzaba por sí mismo, en un subir y bajar lleno de gemidos y jadeos, que no hicieron más que aumentar a cada segundo que pasaban unidos.

Sin soltarla, James consiguió que acabaran tendidos en el suelo. Apoyados sobre los brazos, se separó un momento y la miró. Los ojos velados de Rose lo recibieron con una sonrisa cálida, un apretón en el culo con ambas manos y el acercamiento de su cadera.

—¿Qué pasará cuándo den las doce, Rose?

—Que Cenicienta vencerá.

Rose se alzó sobre los codos para volver a besarlo. Aunque ella fuera la parte racional de aquel dueto, a su primo le daba por ponerse filosófico en los peores momentos. Al menos, uno de los dos fue lo suficientemente lúcido de acallar el grito de ella cuando el hambre dio paso al entendimiento y la sed.


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