Diem ex Dei
By Finnimbrun
Translation by Peace Ctrl

Título: Diem ex Dei (Epilogue)
Género: General, Tragedia, Romance (?)
Personajes: Pein (Nagato), Yahiko, Konan, Madara (Pein/Konan)
Rating: PG-13 (T)
Advertencias: Violencia/tragedia. Um, tal vez muy muy vaga sexualidad.
Summary: La lluvia ha terminado.

Disclaimer: No poseo Naruto. Mucho de esto proviene estrictamente de mi imaginación.

Disclaimer de la traductora: Esta vez el texto tampoco es mío. Pertenece a 'Finnimbrun'; y lo traduje porque vale la pena leerlo. El original está en mis favoritos y el link a su LiveJournal y cuenta de se encuentra en profile. Visítenlo. El crédito es de ella.


Es como esto:

Estas son las memorias de Konan, y esto es la conclusión de su historia. De la historia de ambos.

El paraíso termina antes que el mundo, y ella retorna al País de la Lluvia. Esta será la última vez.

Él fue quemado por el Kyuubi, muy herido, pero Konan sabe que Pein era invencible. El habría ganado, si el corazón de Nagato no se hubiese finalmente fallado.

No fue el Kyuubi. Era ese rostro. Ese rostro, como el de Yahiko, y esa actitud, justo como la de Yahiko, y ese chico, ese estúpido chico –que aprendió de su dolor cómo no estar solo. Pein vio algo que lo hizo dudar de sí mismo, pero la verdad, Konan piensa, es que dudó de si mismo la mayor parte de su vida. Un dios no puede darse el lujo de dudar. Pein ganó todas las batallas. Habría vencido cualquier rival, pero últimamente, era su propia incertidumbre contra la que perdió.

Su propia humanidad.

Ella entierra los cuerpos. Cada uno.

Cuando llega la hora de dejar el cadáver de Yahiko descansar por fin, Konan no ve nada de su amigo de la infancia en esa costra.

Ella mira. Intenta. Pero es inútil. Yahiko es una sombra en su mente: una sonrisa, la risa de un niño, muy lejano. Eso es todo lo que él es para ella ahora. Eso es todo lo que él fue en años.

Y Nagato.

Por años, ella ha tratado el cuerpo en el que nació, mientras yacía en la oscuridad.

Cuando lo levanta en sus brazos y lo lleva a la luz, es la primera vez que ve lo que quedó de Nagato.

Su forma está tan deteriorada, tan retorcida, que está sorprendida de que se las haya arreglado para sobrevivir todo lo que lo hizo.

Konan pone su cabeza contra la de él, y entonces se prepara para terminar esto; con sus propias dos manos, excava la tierra con herramientas de papel, hasta que ha alcanzado la profundidad que desea, y, encerrándolo en un ataúd de piedra, lo baja a la tierra.

Nagato, cerrado para ella quien lo amó más que nadie.

(Pero era Yahiko por el que vivías, fuera de moda. Era Yahiko al que no podías dejar ir.

Todos estos años, quise que vieras que yo aún estaba viva.)

Hay campanas repicando y risas de niños resuenan en sus oídos; los adultos están caminando por las calles, hablando de un milagro negro –una revolución, y muchos están susurrando, algunos en admiración y otros en temor y otros en silenciosa alegría; y están aquellos que están expectantes y llenos de esperanza y aquellos que piensan que nada excepto desgracias pueden emerger de esto. Otros creen que nada extraordinario está pasando. Dios está en el cielo. Todo está bien.

Polvo en el aire, y papeles, pateados por los pies de la gente, y luces destellando –rojas y verdes y doradas- pero no hay lluvia. Konan camina a través de la muchedumbre, de los niños, de los perros y del polvo y de las luces, y los imponentes rascacielos como esqueletos de monstruos muertos hace mucho. Toda esta extraña ciudad que la ha cazado, llamado, poseído. Camina, y nadie la reconoce. Nadie la llama. No tiene alas. No tiene la flor en su cabello. Es otro rostro, pasado por alto.

Konan se va del País de la Lluvia y no mirá hacia atrás.

En la orilla, crea un fuego.

Suavemente quita la capa de sus hombros y toma un momento para acariciar su textura tan familiar contra su mejilla. Ha adoptado su esencia, nota.

Konan la arroja a las flamas y deja que las memorias la regocijen.

--

Una pequeña casa. Una granja. Imágenes. La voz de una mujer, y el olor de la cocina; típico. La mano de un hombre en su hombro, felicitándola. Ruido, como truenos. Soledad. Ocultamiento. Oscuridad. Brazos alrededor de sus rodillas mientras se acurruca. El sabor de las manzanas. El crujido de la bodega. Un niño, y él está solo, como ella, y luego otro niño; embarrado, mojado por la lluvia. Hablando. Preguntando. Tímidos. Llorando porque no hay más comida.

Jiraiya-sensei. Esos años felices. Entrenamiento. Amegakure; estructuras imposibles en todas las direcciones, y un atardecer en el horizonte, y llamas. Pein, calmo e impasible luego de la masacre. Su olor esa noche: hierro, metal y sangre. Tanto entrenamiento. Sus manos sobre ese cabello rojizo-anaranjado. Ellos en el baño, limpiándose el uno al otro, sin rastro de vergüenza o secreto. El sonido de los piercings mientras retinean suavemente, a veces; cuando él se da vuelta, tan –más como un tintineo, realmente. Cuando él toca su espalda en ese modo, ella se estira como un gato y suspira.

Matando. Mucho más de lo que le hubiese gustado, pero es una kunoichi. El suave deslize de las filos a través de piel y músculos. Cuerpos caen; es más tranquilo de lo que creerías, la mayor parte del tiempo. Pero no la interrogación.

Su primera vez, y la recuerda: ella suda, pero no puede mostrarlo, y el prisionero suda. Pequeños cortes de papel. Superficiales. Justo en los nervios. "¿Sabes cuánto te tomará morir de esto?" se oye decir.

Gemidos. Jadeos. Gritos.

Sollozos, finalmente, cuando su paciencia se acaba y se pone a trabajar tan ferozmente como a ella le gusta, y él está temblando por dentro; temblando por miedo hacia ella.

No sólo Dios puede ser iracundo.

"Necesario." La palabra de Pein cuando Konan regresa, preguntándole, sin emoción, si esto era correcto. Su papel puede cortar a distancia. Nunca ensucia sus manos, aunque las lava de todos modos. En su nariz, el hedor de la sangre y el cansancio y el sudor-

-Sudor, de ella, cuando él la sostiene, y ella se somete absolutamente. Y ella está temblando por dentro; temblando en emoción. Es más tranquilo de lo que creerías, la mayor parte del tiempo.

(Gemidos. Jadeos. Gritos.

Sollozos, finalmente. De ella.)

--

Siempre fue así. Él destruía a la gente instantáneamente, y de a muchos, a menudo. Las interrogaciones eran su tarea asignada; tomar respuesta corte por corte.

Mueren como han matado. Pein, rápido y aplastante; Konan, lentamente, un poco cada día.

--

Konan entra al País del Pájaro, y es ahí, de todas los lugares inesperados, donde se encuentra con Uchiha Madara de nuevo.

-Konan, -la saluda, brazos doblados; está todo de negro, como siempre, pero ahora usa esa máscara naranja sobre su rostro, y su cabello es más corto que la primera vez que se encontraron.

Se paran en la calle, entre los edificios. No hay flor en su cabello. Está deshecho, y cae sobre su cara. Está ciudad hostil, como todas las otras; el mundo convertirá su belleza en polvo, y la volverá a ella en polvo, porque todo muere, y ella también lo hará.

-He renunciado a la organización, Madara, -le informa, porque sabe que no es casualidad que sus caminos se hayan cruzado de nuevo.

-No soñaría detenerte.

Konan ladea su cabeza, brazos a sus costados. -¿Qué quieres de mí, entonces?

-Un momento de tu tiempo, -el responde, sin humor-. ¿Es así como has escogido vivir lo que queda de tu vida? ¿En este infeliz país, en la oscuridad?

Ella no flaquea. Mantiene sus ojos al nivel de él. Nunca se acobardó frente a él, y nunca lo hará. Hasta con Madara, Konan no ve necesidad de censurar sus pensamientos.

-Sabes, he estado pensando- Su voz es cantarina, fingiendo añadir luz al frío contexto. –Lo extraño que era que Uchiha Madara haya estado justo en el lugar correcto, justo en el momento correcto, para ayudar esos pobres niños huérfanos. Si no te conociese, diría que planeaste todo ese sufrimiento nuestro.

Silencio prolongado, y el viento está soplando, como sopló antes, el día en que Nagato la sostuvo cuando el mundo colapsó. Konan mira arriba, y lo está recordando ahora; recordando todo lo que ha pasado.

-Si orquestré los eventos que llevaron a donde estamos ahora, ¿entonces qué importa? Pasaron, sin embargo. No pueden ser deshechos.

-Querías que muriese, ¿no? –Puede ver, por el rabillo del ojo, su reflejo en el vidrio de la ventana de un comercio. Su expresión es obsesionante: boca apretada, piel rasgada en sus mejillas, ojos abiertos. Envuelve su chal en sus hombros; se protege de los elementos-. Es por eso que lo enviaste a Konoha. ¿Por cuánto tiempo estuviste intentando librarte de él, Madara?

Ella escupe su nombre. –Arruinaste su vida, y la mía. Concluí que eso era lo que él estaba intentando no decirme.

-Hay muchas cosas que él estaba intentando no decirte. –Realmente cree que lo oye reír. Tal vez es el viento. –Y te aseguro, no me necesitaba para arruinar su vida. Hombres como Nagato y Uchiha Itachi, así es como viven.

-Akatsuki está acabada. Has perdido.

Uchiha Sasuke, en el que él contaba, lo ha traicionado. Hasta tan alejada de Konoha, Konan ha oído susurros.

-Lo he intentado, pero nunca entenderé a esos hombres, -responde, como si ella no hubiese hablado-. Hombres que sienten que su poder los une a responsabilidades más grandes que las de la vida. Hombres que sacrifican todo y viven como mártires. ¿Por qué, cuando sólo hay una persona que realmente les importa?

Konan traga. –Me voy ahora.

-Y siempre es esa persona. Supongo que ni siquiera esos que abandonaron sus sentidos para sí mismos e identidad para seguir el camino de un shinobi pueden arreglárselas enteramente para cortar sus lazos.

Konan mira hacia delante, hacia el horizonte. Sin desviar sus ojos, camina hacia delante.

Pasa por su lado. No flaqueará.

Si estuviese un paso más cerca a la derecha, su hombro rozaría el de él.

Madara se voltea hacia ella, y susurra, -Él sólo hablaba de ti, sabes.

Ella no se mueve.

-Todas esas cosas que nunca te contó, porque quería protegerte. Pero yo oí. Imagina cómo se siente, hablar a alguien que odias, porque no tienes absolutamente nadie más a quien confesar tus secretos, y la persona con quien más quieres hablar es la que más quieres proteger.

En contra de su mejor juicio, Konan se voltea a verlo. Él la alcanza, removiendo la máscara.

-Crees que Nagato valía dedicarle la vida. Crees que soy basura, pero ¿a quién todos esos dignos hombres acuden? Me odian. Me detestan. Pero acuden a mí. Es sólo a través mío que sus 'sacrificios' pueden funcionar. Pero oh, por el día, qué rápido se aseguran que son justos y correctos. Qué tan rápido pueden distanciarse de mí.

-No quiero compasión.

-Quieres venganza.

-Nunca me agradaste, Konan. –Suena aburrido. No hay énfasis en la afirmación-. Eres una kunoichi admirable, pero no contribuías en nada al equipo en lo que Nagato no me haya provisto ya. Y para una mujer tan tranquila, nunca pareciste tener un buen sentido de cuándo no deberías hablar.

Su mirada es dura. El rostro del hombre no ha envejecido, pero por las hundidas líneas debajo de sus ojos; esos ojos de nuevo, que alguna vez sostuvieron a Konan, pero que ya no tienen el poder de capturarla.

La piel de Madara es propensa a atrapar los ángulos de las sombras, y hasta cuando su cabello ha sido cortado, hay algo salvaje en su apariencia; animalístico, y sucio, como una capa de mugre bajo su piel que ningún baño quitará.

-¿Por qué lo hiciste?

El Sharingan la cuestiona.

-¿Por qué viste en él que estaba… Que Nagato estaba arruinado? –Clarifica-. Creo que merezco saber eso, al menos.

-El rinnegan, -él dice-, pudo haberme comprometido. Nagato era el chico de la profecía. Si hubiese crecido, entero y saludable, nadi podría haberse parado frente a él. Pero como un chico, siempre y cuando estuviese en su sano juicio, carecía del deseo de matar. No era lo suficientemente despiadado. En la guerra, eso es la muerte. Si no hubiese sido por mí, habría sido por alguien más. Lo salvé.

-Lo salvé, -continúa, perdido en su monólogo-. Los salvé a ambos. Fue por mí que él se convirtió en un dios. Fue por mí que aprendió como liderar y cómo ser lo suficientemente despiadado para sobrevivir. Los habría visto muertos, pero él no tendría eso, y era insistente.

Ojos destellan en la luz del otoño. –Habría hecho muchísimo para protegerte, creo, y si yo fuese… Tan horrible como crees que soy, habría tomado ventaja de esto.

Konan desvía su mirada de él. –No sabías nada de Nagato, o de Pein, que yo no. No me contaba mucho. No tenía que hacerlo. No espero que una persona como tú lo entienda. No puedes herirme.

Es de tarde, y el aire es dorado como la miel y rojizo quemado. Hojas de colores combinables –y más oscuras- vuelan. Konan observa.

-Y no puedes herirlo a él. O a Itachi. Fueron mejores que tú. Te superaron. Escaparon a tí. Y supongo que debe molestarte, ¿o no, Madara? –Sus ojos se entrecierran-. Supongo que es por eso que estás aquí.

-Prodigios. Siempre hay una carga en ser prodigio, Konan. Tu Nagato. Que miserable hombre se hizo ha sí mismo, porque pensó que era su deber salvar el mundo y hacerlo pedazos, ambos en el mismo instante, supongo. Era tan reacio que debía prevenir a las futuras generaciones de sufrir el mismo dolor que el, pero yo sé que la verdad es, que habría deseado alguien más para que tome el peso de ser el Dios de este mundo, si hubiese pensado que alguien más fuese capaz de hacerlo. Realmente-

Y se pausa para efecto, suspira, arrastra las siguientes palabras lentamente.

-Creo, más que nada, que quería estar contigo, como un hombre y no como un dios. Pero estaba demasiado atado a sus deberes para eso. No dejaba que las relaciones lo distrajeran. Me pregunto como se sentiría, el ser tan cercano a alguien, tan íntimo con alguien, el ser inundado en deseo por alguien, sólo para que ese alguien esté por siempre fuera de tu alcance, y todo porque sientes que no puedes dejar de lado las responsabilidades que el destino te ha dado. Pero supongo que no hay definición más verdadera de shinobi que la de alguien que abandona todo lo que ama en el nombre de su camino.

Konan baja sus ojos, y se mantiene silenciosa.

-¿Crees que yo lo arruiné? No, Konan. Creo que tú fuiste su ruina. Pein tomó Amegakure en un día. Quería que fuese verdaderamente inparable, invencible, impasible, e insensible. Un dios perfecto, con sólo una debilidad, de la que yo supiese. Habría sido todas esas cosas, sino hubiese sido por ti.

Sonríe su odio.

-Parece que todos los genios deben tener alguna debilidad. Algún lazo del que no se pueden liberar. Tú, en el caso de Nagato. Uchiha Sasuke, quien plagó la existencia de Uchiha Itachi.

Mantiene sus ojos en el suelo.

-Presumo que el mundo te sacó tu "lazo".

La sonrisa de él disminuya, aplastándose; hasta que Konan piensa que casi percibe una mueca.

-Lo abandoné. Mi hermanito.

Konan siente su respiración salir de su cuerpo.

-Hice lo que los otros no pudieron –enfrenta el cielo ahora, como si estuviese buscando la lluvia-. Corté todo lo que podría haberme hecho humano.

-Dudaba de él, a veces, -ella admite-, si eso es lo que quieres oír. Pero la fé real es saber que alguien sobrevivirá por ti, aún cuando los signos visibles no están ahí. Yo creí en Nagato.

-La historia lo llamará asesino. Monstruo. Su nombre será dicho en maldiciones. No será recordado como un visionario. Ciertamente no un héroe.

-No me importa lo que la historia diga.

Madara ríe. Es profunda y vibra a través de él; envenenado con todos los pensamientos negros de una vida dedicada al resentimiento. Una larga vida –demasiados años, demasiada angustia, demasiado enojo. Konan lo mira y se pregunta si esto es en lo que un hombre se convierte cuando sobrepasa la estadía de una vida mortal; ¿acaso los años se llevaron su compasión y cordura, dejando sólo decadencia?

De nuevo, el tono de Madara es helado. –Estoy sorprendido de que todavía existas, Konan. Siempre fuiste tan co-dependiente. ¿Cómo es que estás viva, sin nadie por quien vivir?

La incita a estirar sus labios, esa sonrisa. Aunque entra la región de su boca, la expresión últimamente le falla, pero la luz gradual toca sus ojos.

-¿Quién dice que no tengo a nadie por quien vivir?

Ausente, toca su cabello. El ceño fruncido toma la expresión de Madara.

-¿En serio? Déjame-

Su mano se acerca.

Tan pronto como Konan registra la acción, toma su muñeca en su fino, delicado agarre, pero demasiado tarde.

-ver. Ah, tu también.

Ella libera (arroja, realmente, como si intentase lanzarlo al suelo dejando caer su brazo) su muñeca; respiración rajada, jadeando, ojos abiertos –su compostura está marchitándose, puede sentirla deslizarse de su agarre como pétalos de flores.

-No me toques.

-No lo haré. No seas tan desconfiada.

-Recién lo hiciste.

-Sólo quería verificar una sospecha.

-Ya tienes tu verificación. No vuelvas a tocarme.

Konan se dobla en si misma, poniendo sus manos juntas sobre su pecho y restringiendo su abdomen con sus brazos. Como si rezase. Dios está en su cielo. Todo está bien con el mundo.

-No quiero cambiar el mundo, -ella dice, admitiendo lo que ha sabido por años-. Nunca lo quise. Ese era el sueño de Pein. El de Nagato. No el mío. Sólo me importó él. Y ahora…

Ella no es la que hace dioses. Ella no es un dios. Ella no tiene ninguna responsabilidad para con la sociedad, naciones, ciudades o países. Sólo tiene la responsabilidad que ella asuma, y asumió menos que Nagato. Ella sabe, ahora –siempre lo supo, de alguna manera, pero siempre lo despreció- que tiene poder, que había influido en él, pero nunca lo ejercitó, siempre tomó el rol sumiso; el rol del servicio, porque él no quería ser influenciado, no necesitaba ser influenciado.

Entonces ella se hizo a un lado, siempre, y dejó a su alma colapsar.

(Y es por eso que Pein no quería vocalizar sus aflicciones: porque la fé es necesitada por los dioses, y temía que sus dudas y debilidades causaran que ella perdiera esa fé. Su fé, que le garantizaba la paz mental que necesitaba para aceptar aquello que sentía debía hacer, y aquello que hizo.

Como podía matar, brutalmente, sin remordimientos, y saber que era todo por un bien mayor, por ese bien (venganza) que verían algún día, en su nuevo mundo, y como podía convencerse a sí mismo de ello, y no dudarlo, siempre y cuando que ella no dudase, siempre y cuando ella estuviese de pie detrás de él.

Como el de ellos era seguramente el más dedicado-

El más dedicado-

Seguramente la más malvada relación que jamás haya existido.)

La más armoniosa. La más terrible. No se arrepiente de nada.

Todo está tan claro ahora.

-Ahora, me dedicaré a la siguiente generación. Mi parte de ella. Si otros hacen lo mismo… Tal vez este mundo en que vivimos se transforme lentamente, por lo menos.

-No cuentes con ello. He vivido más que nadie. Sé que el mundo nunca cambia.

-Y esa es el único consuelo que tengo para ti, Madara, -le cuenta-. Nunca morirás. Tu vida, miserable y desgraciada y desprovista de nada como es, continuará para siempre. Esa es la propia venganza de la providencia. Adiós.

Pasa a través de él, -con su quijada en alto y sus ojos brillando y el viento soplando a través de su cabello, alrededor de ella, como una voz, canción, ooo-shaah-shaah, pasando todas sus memorias y todas las ciudades y debajo del velo de lluvia.

Pero la lluvia ha terminado, y hojas secas crujen debajo de sus talones.

-Ve, entonces –lo oye murmurar; divertido, voz iluminada, oscuramente-, y disfruta ser nada, por la duración de tus días.

--

La lluvia ha terminado.

Es tiempo, por fin, para que ella recuerde.

Él sonríe. Sus ojos – ojos como los que nunca ha visto antes, y nunca volverá a ver – están brillando; ella ha empujado hacia atrás su cabello negro, acomodando los mechones detrás de sus orejas.

Hay sol detrás de él.

Sol alrededor de él. Sol en todos lados.

Una promesa, desde hace años: unión, una vez que la tormenta haya terminado.

La tormenta ha terminado. Nunca vendrá de nuevo. Los sabe.

Al menos, al menos, Nagato está libre de su dolor. Al menos, al menos, él termina; sin ser un dios. Y tal vez, piensa –mientras las lágrimas caen y sonríe y observa al (sin fin) sol- tal vez es eso lo que ella quería.

Konan dobla su flor final, y la deja caer.

-El momento es perfecto, -él dice; como el viento, desde tierras lejanas, y ella cierra sus ojos, y ve esos ojos, cabello negro, su rostro y las manos de ella sobre él.

-Lo sé, -responde.

El cielo es tan claro.

--

(Abre sus brazos, parte sus labios, y cae en el cielo.)

Mariposas blancas.

-

-Volar-


"La vida nos ha enseñado que el amor no consiste en mirarse el uno al otro sino en mirar hacia fuera juntos en la misma dirección."

-Saint-Exupery