Título: Siete Pasos Hasta el Infierno.

Betas: a_lunatica y phantasiasuiris(ambas son un 3)

Fandom: Harry Potter.

Pareja: Harry/Draco 3

Advertencias: Crack!Fic, Crack!Draco (loco!Draco), enredo de palabras, lógica sin sentido, confusiones y mucho crack XD

Género: Romance, humor, crack…

Clasificación: NC-17 (eventualmente).

Resumen: Sólo hay siete pasos que Draco debe dar para darse cuenta de que lo que siente por Potter no es exactamente odio.

Disclaimer: Harry Potter pertenece a JK Rowling y demás asociados. Hago esto sólo por diversión y sin fines de lucro.

Notas de autor: Lean las advertencias XD Este fic fue escrito hace algunos meses, sólo que por una razón o por otra no lo había posteado aún. Cuando lo comencé a escribir… Bueno, realmente no lo recuerdo, pero sí puedo decir que debí haber consumido mucha cafeína XD Tiene unas 28.000 palabras y lo postearé los viernes y los martes (o lo intentaré).


1. - El Shock.

—¿Qué estás haciendo?

Draco se detuvo en seco sobre el campo de Quidditch, sosteniendo la escoba entre sus manos con fuerza y mirando a Potter quien también cesó su vuelo. Ambos estaban practicando para el próximo partido; ambos intentando descubrir qué iba a hacer el otro sobre su Nimbus, cuáles acciones tomaría, qué decisión escogería en el último momento, cómo reaccionaría su contrincante antes de que atrapara la snitch.

La bufanda que Potter llevaba alrededor de su cuello era verde y ondeaba en el aire por cada soplo de brisa. Y todo por ese estúpido sorteo a base de bufandas que situaba a Potter en el equipo verde y a él—¡a Draco Malfoy!—en el rojo.

Draco estaba seguro de que aquello era obra del karma—durante el verano, había estado investigando todo al respecto y ahora estaba seguro de que esa era la explicación: aquello era karmático—, en su vida anterior debió haber sido un déspota peor que Voldemort para ahora ser recompensado de esa manera. ¡Él con una bufanda roja! ¿Acaso todos desconocían que él odiaba el rojo? En realidad, el odiaba cualquier cosa que tuviera que ver con el rojo o el amarillo, o que comenzara con la letra "G", como los Gryffindor, por ejemplo. Odiaba las cosas que comenzaban con "H" también; como los Hufflepuff, pero no sólo los tejones eran los receptores de su desagrado, Hogwarts comenzaba con "H", y aunque hubiera pasado muchos buenos momentos allí, seguía empezando con la maldita letra muda… Lo que lo llevaba a odiarlo también.

Y la "H" también era por Harry, el cual era el primer nombre de Potter, a quién también odiaba. Así que odiaba la "H"—de Harry— y la "G"—de Gryffindor—. Pensándolo bien; Hermione Granger poseía ambas letras como sus iniciales. ¡Sí! Eso lo demostraba. Odiaba esas dos letras.

Y estaba el "R"ojo y "R"on, la Comadreja. Ahora todo tenía un cósmico sentido, todo estaba perfectamente claro. Ahora—gracias a Morgana que lo había iluminado con el conocimiento—sabía que debía alejarse de las palabras con esas letras.

Contento por su lógica con impecable sentido, miró a Potter con una ceja arqueada, ya que le encantaba hacerlo porque le proporcionaba más distinción.

—Obviamente estoy volando —le explicó lentamente. Uno nunca sabía cuando Potter estaba en los buenos días donde entendía todo lo que le decían, o en los días malos donde tenías que hablarle con lentitud para que llegara a comprender.

Era algo normal, pensaba Draco; Potter tenía el cerebro lento por todos los A.K. que le habían lanzado en su vida. Muchos hubieran muerto de estar en su lugar, pero Potter era más persistente que la peste. Aunque, claro, tantos imperdonables habían afectado su cerebro y su sentido del gusto de alguna manera, después de todo, le gustaba el "Rojo-Ron"—¡Já! De nuevo su lógica resultaba infalible, muchas veces no podía evitar sorprenderse de su propia habilidad para la comprensión humana—, y eso era un indicio de que el cerebro de Potter estaba dañado, por eso le gustaban los Hufflepuff y los Gryffindor…. y Hermione Granger

—Me has estado mirando extrañamente —le respondió Potter entrecerrando los ojos y acercándose a él. Draco se quedó quieto en su sitio sobre el aire—. ¿Otra vez estás perdiendo el tiempo en esas tonterías que te pasan por la cabeza? Deberías concentrarte en el juego, Draco, por eso es que nunca has logrado vencerme.

Draco frunció el ceño y utilizó su mirada asesina 2.0.1—especializada para Potter, quien debería sentirse honrado que tuviera una mirada especializada para él—, que era un poco diferente a la mirada asesina 1.0.2, pero sólo ligeramente.

—Por mi cabeza no pasan ningunas tonterías, Potter —le explicó con condescendencia. Tenía que recordar que hablaba con Harry Potter, actual Héroe del Mundo Mágico… lo que significaba que no podía lanzarlo de la escoba, lo meterían en Azkaban. Aunque tampoco podía hechizarlo—. ¿Y crees que te estoy mirando extrañamente? Por supuesto que lo hago. Tengo que estudiar tus movimientos.

—No, no me estás mirando de esa forma —explicó Potter parpadeando como el retrasado que era. ¿Y de qué estaba hablando? Por supuesto que lo estaba mirando así—. Era una mirada levemente diferente…

—No lo era —sentenció Draco comenzando a dar vueltas alrededor de Potter—. ¿Por qué te miraría diferente? Simplemente no lo hacía, no tiene sentido.

Tendría sentido mirarte distinto si estuvieras desnudo, en ese caso—

En ese caso, se corrigió Draco impaciente por lo rebelde de sus pensamientos, le lanzaría una maldición a Potter, desnudo o no. Las maldiciones estaban bien, acababan con los enemigos y servían para practicar la magia, no podían pedirle que practicara con arañas toda la vida… Algún día—esperaba más temprano que tarde—comenzaría a usar humanos en sus prácticas y Potter estaba de primero en su lista, seguido inmediatamente por la Comadreja.

—No lo sé —respondió Potter, girándose en la escoba para estar frente a él y deteniéndolo—. ¿Puedes dejar de dar vueltas a mí alrededor?; me molesta.

—¿Crees que te tiraré?

—No, eso sería estúpido.

—No lo sería —respondió Draco rápidamente—. Piénsalo bien; si desarrollara un plan, y sabes que soy muy bueno desarrollando planes donde parece imposible triunfar, en el cual pudiera lanzarte de la escoba y que sólo pareciera un accidente, entonces—

—Oh, vamos, Draco, sólo olvídalo —Potter se estaba riendo, y no tenía derecho a reírse.

—¿Qué te parece tan gracioso? Podría ocurrir —se inclinó hacia adelante para estar más cerca de él—. En el momento en el que menos lo esperas…

—Déjalo, princesa —respondió Potter sacudiéndole el cabello. Draco se alejó como si quemara, el odio que sentía hacia Potter lograba que su temperatura corporal aumentara sólo con un roce entre ellos—. ¿Estás gruñendo?

—¡No lo estoy! —soltó molesto, arreglándose la túnica con dignidad. Espió a Potter a través de sus pestañas—. ¿Por qué sigues con ese estúpido mote de princesa? Pensé que lo habías dejado cuando te despertaste con un dedo de más.

—Un dedo en mi culo, sí. Difícil de no sentir eso.

Draco se encogió de hombros. Aún recordaba esa vez y se sentía orgulloso cada vez que lo hacía.

Los cuatro equipos del Campamento de Quidditch —en el que se encontraban— habían decidido ir a tomar unas copas. Draco ignoraba que "tomar unas copas" significaba tomar cerveza, la cual ni siquiera se servía en copas. Él odiaba la cerveza, era asquerosa, repugnante y una bebida de plebeyo. Y ese puto lugar de gente común al parecer no le gustaba vender vino, y Potter lo había obligado a beber cerveza. Muy bien, tal vez no lo había obligado, pero lo había desafiado, que terminaba siendo lo mismo si se pensaba con ecuanimidad.

La cerveza era un ser atroz con gusto vomitivo. Las náuseas habían sido fuertes y cuando se sintió enfermo del estómago todos se habían comenzado a meter con él, lo que había conseguido que Draco iniciara un ataque y lanzara unas cuantas pequeñitas maldiciones. Eran pequeñitas, y nadie pudo probar que había sido él.

Regresando a la parte principal de la historia, Potter había osado llamarlo princesa. Lo que los llevó a un duelo… o esa fue la teoría. Draco no estaba al corriente que la cerveza gozaba de tantos grados de alcohol —o que al tener tan mal sabor no se hubiese dado cuenta de que había bebido más de la cuenta—, así que se había sentido un poco mareado y sus hechizos terminaron saliendo mal apuntados. Los de Potter también, claro. Era lo único que explicaba por qué no se habían matado allí mismo. Pero como igual Draco necesitaba su venganza, había utilizado un hechizo —inventado por el mismo— que le permitió aparecer un apéndice extra en una de sus nalgas.

Todavía podía recordar con júbilo el grito de Potter esa mañana.

Suspiró contento.

—Tienes esa mirada —comenzó Potter, ahora dando vueltas a su alrededor—, que pones cada vez que recuerdas alguna maldición desagradable que le hiciste a alguien. ¿Qué recuerdas ahora? ¿La vez que casi te sacan del Campamento por estar intentando envenenarme?

—No lo hice —Draco fingió indignación. Luego recordó que eso a Potter no le servía porque siempre sabía cuando mentía, así que comenzó a dar vueltas con él en cambio—. Recordaba lo del dedo. El otro día casi le lancé ese mismo hechizo a Petersburg. ¿Recuerdas cuando me hizo comer pastel de carne árabe, esa comida muggle asquerosa? Bueno, quería lanzárselo, pero luego decidí que lo mejor era utilizar un encantamiento de impotencia.

—¿Impotencia…?

—Impotencia sexual, claro —respondió Draco sonriéndole.

—¡Lo sabía! —exclamó Potter riéndose y echando la cabeza hacia atrás, como Draco sabía que haría. Pero por eso no lo había hecho, por supuesto. Lanzarle ese hechizo a Petersburg no tenía nada que ver con que a Potter no le caía bien el pendejo—. Acabo de ganarme diez galeones.

—¿Habían apostado? —oh, el ultraje. No podía creerlo. ¿Habían apostado y él no se había enterado?—. ¿Y no me dijiste? Tenías que haberme dicho, Potter, así hubiésemos aumentado el dinero en la apuesta y luego dividirlo en dos partes iguales. Con un diez por ciento más para mí claro, ya que yo lancé la maldición. Era un ganar/ganar.

—Aunque deberías dejar de hacer eso —Potter tenía esa mirada seria que ponía cada vez que hablaban sobre algo malo que Draco había hecho y le había divertido. A Draco no le gustaba para nada. Y no pensaba que era atractivo cuando… Eh… ¡Cuando estaba feliz! Porque Draco quería verlo sufrir—. ¿Recuerdas lo que te dijeron los jefes?

—¿Qué parte? Dijeron muchas cosas.

Desvió la mirada como quién no quiere la cosa, pero Potter tampoco nunca se comía eso. Merlín, cómo lo odiaba.

Pero claro, Potter tenía que ser Potter—y su nombre tenía que empezar con H—así que movió la escoba para estar de nuevo frente a él con esa cara de seriedad que a Draco no le gustaba. Para nada.

—La parte donde dijeron que la próxima vez que te descubrieran te sacarían del Campamento.

Draco hizo un pequeño sonido detrás de su garganta que, para la gente común sería un gruñido, sólo que Draco, quien era más listo que la gente común, aseguraba que no lo era. Era un sonido que señalaba molesta.

—No me sacarán del Campamento.

Bueno, eso esperaba.

—Ni siquiera tú lo dices con convicción.

—Vamos, Potter. Sé que quieres que me vaya, para ganar y todo eso —le sonrió maliciosamente a la vez que se lamía los labios—. Si sigo aquí vas a morder el polvo.

—Eso quisieras —le respondió Potter como Draco sabía que respondería. Y si un pensamiento le preguntaba desde cuándo conocía tanto a Potter como para saber eso, entonces Draco lo desecharía. Era normal conocer a su enemigo—. Aunque es en serio. ¿Y otra vez con esas expresiones muggles? ¿Has estado entrando a mi cuarto para ver las películas en DVD?

—Por supuesto que no —mintió con fluidez—. Yo nunca entraría a la cueva del León. ¿Los leones se esconden en cuevas? Oh, eso me recuerda… Quería ver esa película de leones, donde hay un leoncito y un papá león. Y hay un extraño mono que tiene mascara y—

—¿El Rey León? —preguntó Potter y su sonrisa era afectuosa. Draco frunció el ceño—. Bien, le diré a Hermione que la traiga la próxima vez que venga de visita.

—Y recuerda avisarme cuando lo hagan. No me los quiero encontrar. Serían muchas "H", "G" y "R" para mí solo.

—¿Qué? —preguntó Harry confundido.

—¡Potter! ¡Malfoy!

Ambos dieron un pequeño saltito de sorpresa y dirigieron la mirada para ver al capitán del equipo verde acercándose con velocidad.

—¿De nuevo están conversando cuando se supone que deberían estar buscando la snitch? —preguntó molesto y Draco casi vio los escupitajos que salieron volando de su boca. Se alejó de él inadvertidamente—. Muévete, Potter. Quiero ver la snitch en tu mano en menos de diez minutos.

Potter le rodó los ojos y se alejó con un giro, mostrando sus habilidades. Maldito arrogante.

—Oye, Malfoy —Draco lo miró sin dejar de seguir a Potter por el rabillo del ojo. No podía perderlo.

—¿Sí?

—¿Podían dejar este juego e ir directo a la acción? —preguntó con todo el aire de un mártir. Draco frunció el ceño—. Nos está cansando a todos este tira y afloja.

—¿Qué? —preguntó. ¿De qué diablos estaba hablando?—. ¿Quieres que atrape la snitch? ¿Es eso?

—No ese juego —explicó el capitán rondando los ojos, como pensando que su comentario tenía todo el sentido del mundo—. El juego que están jugando tú y Potter desde que se emborracharon esa primera noche. Luego de saber que ambos estaban en el mismo Campamento de Quidditch.

Draco recordaba esa noche, había sido la noche cuando habían decidido llevar el odio a un nivel más maduro y no estarse lanzando hechizos ni diciéndose cosas como niños. Ahora se odiaban como adultos.

—Lo que dices no tiene ningún sentido.

—¿Aún no lo sabes? ¡Vamos, Malfoy! Ni siquiera tú eres tan lento.

—No soy lento —gruñó Draco acercándose a él y apuntándolo con el dedo—. Y no sé de qué estás hablando.

—Del hecho de que a ti te gus—

Draco no le dio tiempo de terminar. Potter comenzaba a volar a toda velocidad hacia una parte del campo, seguramente había encontrado la snitch. Draco no tenía tiempo —ni ganas— de hablar estupideces con el capitán del equipo de Potter. Tenía una snitch que atrapar.

*

—Ow. ¡Ow! —Draco exclamó con dolor, retorciéndose sobre el campo e intentando alejarse de las manos de Potter que revoloteaban sobre él—. Espera, Potter. ¡Eso duele!

—Oh, vamos —dijo él, con toda la calma del mundo.

¡¿Vamos?! ¡Estaba herido! No tenía tiempo para estar calmado, estaba en amenaza mortal. No podía ir a ningún lado. Nada de "oh, vamos". ¡¿Y qué ocurriría con su madre?! Quería ver a su madre una última vez, no quería morir tan joven.

—¡Potter, eso duele! —replicó Draco, tratando de alejar las manos de Potter de su cuerpo. Le estaba dando cosquillas y Draco Malfoy no podía comenzar a tener cosquillas frente a su equipo y su peor enemigo… Sería indigno—. Creo que me he fracturado algo. Necesito un Sanador. No puedo moverme.

—Lo estás haciendo muy bien sacudiendo mis manos —respondió Potter y Draco se detuvo de inmediato—. Ya llamaron al Medimago, Draco, no tienes por qué preocuparte.

—¿Y entonces qué estás haciendo tú? Sólo me deberían tocar aquellos que tienen un diploma que confirmen sus estudios, Potter. Tú ni siquiera terminaste el último año de Hogwarts.

—Estoy intentando ver qué tan grave es la herida, claro. Sólo parece que te doblaste la muñeca.

—¡Duele mucho para ser sólo eso!

—Claro —respondió Potter, el muy maldito. Claro que no le importaba que Draco estuviera retorciéndose de dolor en el suelo. Oh, la Diosa de la Fortuna no le había trazado un buen día hoy. Era el karma. Debía ser porque era martes. Había una "R" y todo en el nombre del día.

—Por cierto, ¿por qué te me atravesaste así? Podrías haber muerto —preguntó de nuevo Potter, con esa mirada seria que tenía. Definitivamente era un mal día.

—No habría muerto —respondió con convicción—. El karma no lo permitiría, necesita…

—¿Otra vez con lo del karma? —preguntó uno de sus compañeros de equipo, Gryland se llamaba—. Le echas toda la culpa al karma.

Es la culpa del karma.

—¿Y qué es el karma? —preguntó otro.

Gracias a Merlín apareció en ese momento la Medimaga que los atendía. Draco no tenía ganas de estar enseñando a unos cabezas de chorlitos que sólo sabían golpear pelotas. Je, golpear pelotas.

—¿Qué tenemos aquí? —preguntó Lucy. Lucy era buena, había decidido Draco hacía algún tiempo. Solía darle chocolates después de una herida. No sabía por qué lo hacía, pero los chocolates no abundaban en ese Campamento. Estaba seguro que la culpa la tenía Petersburg, solía comerse todos los dulces que encontraban.

—Se me atravesó en medio del vuelo —respondió Potter—. Perdió el equilibrio y lo agarré de la muñeca antes de que cayera. Creo que le lastimé los tendones.

—A ver, Draco —dijo Lucy haciendo que una camilla apareciera bajo suyo. Draco sonrió, era más cómoda que el campo—. Siéntate y muéstrame la muñeca.

Draco hizo lo que le pidió.

—Me duele —le explicó extendiéndole la mano—. Y creo que tengo resentida la rodilla. El bruto de Potter me dejó caer al suelo en el último momento.

—Porque pesas una tonelada —escuchó. Estaba seguro de que era la voz de Potter.

—¿Estás diciendo que soy gordo? —preguntó peligrosamente.

—Sólo parece una tensión en los tendones. Voy a aplicarte un encantamiento —al segundo siguiente su muñeca se sentía mucho mejor. Algo frío se había extendido sobre la herida y le había inmovilizado la mano—. Y tómate esta poción. En unas horas estará como nueva.

—Espero que no, duré mucho tiempo entrenándola para ser lo que es ahora —replicó Draco escéptico.

—¡Es una muñeca!

—Cállate, Gryland —replicó molesto Draco, luego vio a Lucy y ella le sonrió.

—Puedes venir luego de la cena —le respondió con un guiño antes de desaparecer y Draco suspiró contento. Hoy comería chocolate de nuevo, lo que ya era algo extraordinario en sí sólo, pero seguro también era chocolate de Honeydukes, lo que era aún mejor.

Desde que había terminado la guerra no había sido muy bienvenido en Hogsmeade, Draco suponía que era por lo de la Srta. Rosmeta. Todas esas personas seguían sin entender que él había hecho eso por su familia y seguía sin arrepentirse de haberlo hecho, aunque eso hubiera significado conjurar unas imperdonables. Y, de todas maneras, estaba seguro de que la mayoría de ellas—imbéciles hipócritas—hubiesen hecho lo mismo que él.

—No me habías dicho que tenías algo con ella —la voz de Potter lo sorprendió, había supuesto que se había ido con todos los del equipo. Parpadeó sin comprender—. Con Lucy, no sabía que estabas con ella.

—No estoy con ella —replicó sin entender—. Al menos no de forma romántica ni sexual —especificó levantándose de la camilla, que desapareció apenas dejó de tocarla—. Pero me da chocolate cada vez que me lastimo —respondió, apareciendo una sonrisa.

—¿Chocolate? —preguntó Potter siguiéndolo, Draco le dirigió una mirada de soslayo.

—Sí —respondió—. ¿Acaso tienes algún inconveniente con eso?

—¿Qué? Claro que no.

—Entonces ¿por qué preguntas? —una idea se le ocurrió y se detuvo frente a Potter, cortándole el paso—. No vas a quitarme mis chocolates, son los únicos que puedo comer —le ordenó golpeándolo con el dedo en el pecho. Un pecho bastante duro—. Estoy seguro que Petersburg se acaba los pocos que nos sirven en este Campamento de Mierda. Eso, o te los dan a ti. O no los reparten. Y no puedo vivir sin chocolate, necesito una reacción grande al mes. Por lo tanto, búscate tus propios chocolates.

—No quiero robarte los chocolates —respondió Potter apartándole el dedo de su pecho, sin embargo no lo soltó. Draco entrecerró los ojos sin estar convencido—. ¡Es cierto! No voy a robarme ningún chocolate. Pero si tanto los quieres por qué no le pides a Narcissa que te los mande vía lechuza.

Agh. Potter el Maldito. No sólo lo llamaba a él por su nombre, sino también osaba llamar a su madre de esa forma. No tenía respeto.

—No puede traerme esos chocolates —sentenció comenzando a caminar de nuevo con renovadas energías—, así que tengo que pedirle a Lucy que me los de. ¿Crees que si le traigo algo bonito me lo cambie por chocolates? Haría lo que fuera por unos con chispitas por dentro.

—¿En serio?

—Sí. ¿Y por qué me sigues?

—No te sigo, voy hacia el mismo lugar.

—No te creo, pero no me importa. Ugh. Cada vez que veo esa bufanda verde en tu cuello. Quisiera arrancártela o ahogarte con ella. ¿Por qué te pusieron a ti en el equipo verde y a mí en el rojo? ¿No saben que soy Slytherin?

—No creo que les dejes olvidar ese detalle —replicó Potter con diversión. Draco lo fulminó con la mirada—. ¿Qué? Es verdad… Desde que llegamos sólo te quejas por eso. Hagamos algo.

Potter se detuvo en seco—una manía molesta que tenía. Cada vez que una de esas pocas ideas le llegaba a la cabeza solía detenerse como si no pudiera pensar y caminar al mismo tiempo. Debía ser una falla que tenían los sangre-mestiza—y comenzó a quitarse la bufanda.

—¿Qué haces? Está haciendo mucho frío —le dijo Draco deteniéndole las manos. Estaban en noviembre, y en Escocia. El frío era tan horrible que a veces se le entumecía la nariz—. Si te quitas la bufanda, entonces vas a enfermarte y yo voy a ser quien tendrá que soportarte y estar en la misma habitación que tú, contagiándome. Haznos un favor a todos y déjatela puesta.

—Vaya, Draco —respondió Potter con ojos brillantes, pero aún así se quitó la bufanda—. No sabía que te importaba —continuó alargando los brazos hacía el cuello de Draco.

—¿Qué haces? —preguntó Draco alejándose. ¿Será que lo quería ahorcar? ¿Matar? Quería quedarse con los chocolates.

—Te quito la bufanda —dijo Potter haciendo eso mismo, desenrollando la calentita y horriblemente roja bufanda de su cuello—. Y te pongo esta —acto seguido comenzó a enrollar la verde.

Draco se quedó un momento paralizado. ¡Le estaba poniendo una bufanda verde Sly! Al fin iba a poder usar el color verde que sí le combinaba, a diferencia del rojo. Y ahora que estaba en su cuello se daba cuenta que estaba más cálida que la suya. Y olía a Potter.

Mmm… Era agradable. Y verde. Y de Potter.

Y de Potter.

Esa frase sonó como un eco en el cerebro de Draco. ¿Le gustaba por qué era de Potter?

—¿Ocurre algo? —preguntó dicho Potter, sacándolo de sus pensamientos.

Tenía enrollada la bufanda roja de Draco en su cuello. Y se veía muy bien en rojo. Er… No, no se veía nada bien en rojo. Ni en negro, esa túnica color negro no estaba ayudando para nada. Y las mejillas rojas tampoco, ni el cabello. Oh, Oh. No debía pensar en eso. No debía, las mejillas de Potter eran horribles, como su cabello y su bufanda. Que era de Draco.

—¿Estás bien? Te ves un poco impresionado. Y me estás dirigiendo la misma mirada que más temprano.

¿Qué mirada? ¿Qué mirada?, pensó paranoico.

—Sólo pienso que el rojo es horrible, Potter —le respondió con seguridad, comenzando a caminar para dejar de ver a Potter, y sus mejillas y su cabello y la estúpida bufanda—. A nadie le queda bien, deberían tacharlo de la gama de colores.

—No se puede, desaparecerían la mitad. Oye, Draco, estaba pensando. ¿Te gustaría ir a cenar hoy? Abrieron en—

—¿Otra vez a ese pueblo muggle? —se quejó.

—Deja de hacer pucheros —le advirtió Potter, pero Draco lo ignoró, porque él no hacía pucheros. Eso era ignominioso, y por asociación, nada Malfoy—. Y sí, de nuevo a ese pueblo muggle. Es lo más cerca que hay aquí.

—Podríamos ir a Londres —intentó ser convincente.

—¿Y durar horas para llegar? Olvídalo.

—Eres un aguafiestas.

—No lo hago por mí —le respondió Potter mientras entraban en la habitación de Draco y, sin siquiera pedir permiso, se tiraba en su cama.

Draco frunció el ceño, le estaba arrugando y calentando las sábanas. Así que—sólo por cuestión de competencia, porque después de todo él era una persona competitiva y no soportaba no hacer algo que Potter hacía— se tiró a su lado y comenzó a arrimarlo lejos de él.

—¿Entonces por quién lo haces? —preguntó cuando estuvo lo bastante cómodo y con el suficiente espacio.

—Por ti, obvio. Luego vas a estar quejándote todo el rato.

—Entonces sí lo haces por ti. Para no escucharme.

Potter se rió y apoyó la cabeza en su codo, mirando a Draco desde arriba con una gran sonrisa. Draco quería golpear esa sonrisa, porque lo hacía ver jodidamente atrac— No. No iba a terminar esa palabra.

—De alguna forma —prosiguió Potter, y Draco lo hubiese besado sólo porque le desvió la atención de esos extraños pensamientos. Pensamientos que últimamente se hacían alarmantemente de mayor cantidad—. Todo por no escucharte quejarte.

Draco hizo un sonido que no significaba nada y cerró los ojos. Sintió como Potter dejaba caer de nuevo la cabeza en la almohada y podía sentir todo el calor que irradiaba de su cuerpo, poniéndolo incómodo.

Muy bien. Tenía que organizar sus pensamientos. Organizar pensamientos comenzaba a considerarlo como una muy buena idea, siempre lo ayudaba en momentos como esos. Etiquetar ideas parecía un buen plan. ¿Desde cuándo se acostaba en la misma cama que Potter sin intentar ahogarlo con una almohada? Desde hacía algún tiempo. Desde esa noche, donde ambos estuvieron borrachos perdidos y comenzaron a decir cosas que luego prometieron jamás repetir, y Draco había aceptado, porque sus palabras fueron bastante vergonzosas. Y prefería guardar algunas cuantas cosas de Potter si él hacía lo mismo con las cosas de Draco.

¿Pero desde cuando tenía esos pensamientos incompletos donde pensaba que Potter era—era—atractivo? Ugh. Un Potter atractivo. Tenía que lavarse el cerebro ahora. Todo debía ser un horrible juego de la Diosa Fortuna, que lo torturaba una y otra vez, haciéndolo odiar la vida. Era el karma. Había sido Hitler en su vida pasada, peor que Voldemort.

Y si… Y si…

Potter se había movido. Y su brazo estaba completamente pegado al de Draco, y Draco podía sentir sus músculos bajo la tela y su calor. ¿Por qué no se estaba incendiando? Nadie podía estar tan caliente y no haberse prendido en fuego. Se sentía tan consciente del cuerpo de Potter, de cada respiración, de cada movimiento. Podía sentir la magia alrededor suyo. Y el karma.

Sólo le había pasado eso con sus amigos con beneficio. Era como si…

Ni siquiera podía pensarlo. Era un mal pensamiento. Una mala noticia. Es más, era tan mala la noticia que no podía salir de sus labios. No podía.

Ni siquiera la iba a pensar. Cuando Potter se largara, iba a lanzarse un obliviate para olvidar que veía a Potter atractivo y que—Oh Merlín—se sentía atraído hacia él.

¡Lo había pensado! ¡Había pensado que se sentía atraído por él!

Draco se congeló. ¡Mala Noticias, Demonios! Eso era una muy mala noticia. Estaba en shock. Era un noticia shockeante, era normal que estuviese en shock. Demasiado impresionante para formar otro pensamiento. Estaba en blanco, y la única palabra que se extendía por su cerebro era: Atracción. Atracción. Atracción.

Otra palabra horrible. Debería desaparecer del diccionario por su fealdad. Junto con todas las palabras que comenzaran con "H"

—Oh, mierda. Jodidas haches.


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