Crepúsculo no me pertenece solo esta trama.

- - -

Epilogo:
Perfecto

Iba camino a Volterra.

Había decidido hacerle una visita a mis tíos. No llevaba ropa de cambio, celular, o algo por el estilo. Aunque no importaba, allí tenía algunas cosas mías. Por primera vez, agradecí los beneficios del vuelo en primera clase. No creía que a alguien le gustara estar al lado de un chica que no paraba de llorar.

Ya me había tomado dos pastillas para el dolor de cabeza. Siempre me pasaba lo mismo cuando lloraba mucho; me dolía terriblemente la cabeza y en los momentos más críticos me mareaba.

No había llevado celular conmigo, lo cual era un alivio. No quería saber nada de nadie.

Una parte de mi me decía que no debí haber tomado la decisión de irme así como así. Pero la otra parte decía que había hecho lo correcto, soportar peleas las veinte cuatro horas del día, y luego encima ver al chico que quieres, besarse con otra… era demasiado para mi estabilidad emocional. Y antes creía que no podía empeorar.

Me preguntaba en que estaban los demás. Lo más seguro era que ni siquiera supieran que yo me había ido.

Ya había llamado a Aro—por el teléfono del avión—avisándole que iría a visitarlo, a lo que respondió que feliz me recibía en su casa. También le había pedido expresamente que no les dijera a nadie que yo iría a Volterra.

Las imágenes de Edward besándose con Tanya no salían de mi mente. Eran como moscas; molestas. Aunque no debía ser egoísta, si Edward quería a Tanya; como buena amiga debía apoyarlo.

Con tantas cosas que habían pasado de un tirón, ya casi había olvidado el dolor en mi muñeca. Esta estaba inflamada y roja. Lo más seguro era que me la había roto. Solo a mi me podía pasar.

Cuando al fin llegué. Estaban esperándome Alec y Jane, mis primos. Por alguna extraña razón, Jane me odiaba, siempre me miraba con desdén e intentaba captar la atención de Aro cuando yo estaba. Alec no era tan indiferente como su hermana gemela, al contrario, era simpático.

—Bienvenida Bella —dijeron a la vez con esas voces dulces que poseían.

—Es un gusto verlos. —les sonreí.

—Bella ¿Qué paso en tú muñeca? —pregunto Alec mientras tocaba mi muñeca herida, gemí; ese contacto me hizo sentir mas dolor.

—Al parecer me la rompí —respondí mordiendo mi labio inferior para no gritar por el dolor.

—Cuando lleguemos a casa llamaremos al medico.

—Gracias, Alec. Has crecido —le dije mirándolo de pie a cabeza.

—Gracias —agradeció con una linda sonrisa en sus labios.

Mis primos, eran demasiado hermosos, para tener solo trece años, hacían que pareciera más mediocre de lo que ya era. Tenían unos ojos oscuros con reflejos caobas realmente extraños e intimidantes que mas de alguna vez me habían hecho estremecer, eran pálidos con rostros de niños buenos.

—¿A qué debemos tu adorable visita Bella?

—Creí que era momento de visitarlos, no podía desperdiciar el boleto que tu padre me

había regalado, Jane —le respondí a mi prima manteniendo la mirada en Alec.

—Papá te tiene muchos más Bella, ya verás —dijo Alec riendo un poco.

Al menos tendría a mi tío Aro para mantener todas esas imágenes lejos de mi mente. Nunca disfrute recibiendo los regalos de Aro, por qué eran muy ostentosos, pero algo me decía que me harían bien esta vez.

—¡Isabella, querida! —exclamo mi tío al verme bajar del auto. Ese estado de animo tan alocado era típico de él.

—Hola —salude con una tímida sonrisa. Me saludo con dos besos en las mejillas.

—Querida ¿Qué le ha pasado a tu muñeca?

Puse los ojos en blanco sonriendo, al parecer esa era la pregunta del día.

—Me golpeé al caer.

—Eso suena a algo que tu harías, querida.

—¿Y Sulpicia?

Era raro no ver a mi melodramática tía por aquí. Estiré el cuello, buscándola, pero nada.

—Esa mujer fue a Paris, ya sabes; compras —respondió Aro tratando de sonar como un hombre que sufre por los gastos de su esposa. Me reí, Aro no era de ese tipo, era el hombre mas consentidor que conocía. Solo pude decir un "Oh"— ¡Vamos pequeña!

Rodeó mi hombro con su brazo.

—Demetri, llama al medico para que venga —ordeno Jane con tono autoritario.

Mire a mi derecha, allí estaba Demetri. Su cabello se encontraba más largo de lo que recordaba. Él era uno de los empleados de mi tío, uno de los miles. Aro tenía mucho dinero, podía comprar todo lo que quisiera.

Al entrar a la mansión me sentí como una campesina cuando entra al palacio de un rey, es decir, el hogar de Aro era digno de la realeza. Las paredes tenían un diseño muy elegante, un gran candelabro de oro—se notaba—iluminaba todo; a pesar de que aún no se escondía el Sol, los arreglos florales que habían en los rincones eran hermosos, seguro tomaba horas hacer uno de esos.

—Bella, tú habitación es la misma de antes. Puedes ir mientras llega el médico, se que te gusta estar a solas de vez en cuando.

—Gracias, tío.

Subí las escaleras en forma de caracol con apuro, sentía la gran necesidad de estar sola. Cuando llegue a mi habitación me lancé a la cama y tapé mi rostro con una almohada. Mi subconsciente me decía que estaba siendo melodramática. Pero era algo que no podía evitar.

Talvez, ya era hora de irme de casa. Tenía suficiente dinero en mi cuenta corriente para poder arrendar un departamento y lo demás—los regalos de mi tío a veces eran millones y millones de billetes—. Pero no podía dejar sola a Renée, menos ahora que las peleas con Charlie habían pasado otro nivel.

No, aún no debía irme de casa. Tomaría este viaje como un descanso emocional y luego volvería a casa con las energías recargadas para poder soportar todo.

Quité la almohada de mi rostro y tomé entre mis manos el colgante que me había regalado Edward. Parecía un ángel, con su sonrisa torcida que tanto que gustaba.

Acaricie la fotografía con mi dedo pulgar.

Un toque a la puerta interrumpió mis pensamientos.

Me levanté de la cama apoyando mi brazo herido en la cama, error, escuche como de mi muñeca se escuchaba un crack y no pude evitar soltar un gritito de dolor.

La puerta se abrió sola, y entraron Aro junto un hombre que tenía puesta un bata de doctor y que en su mano tenía un maletín.

—Bella, querida llegó el doctor.

—Hola —salude con una casi sonrisa.

Volví a sentarme en la cama, Aro se sentó a mi lado y el doctor al otro.

—Veamos, muéstrame tú muñeca —dijo el doctor con voz suave.

Estiré el brazo para que viera mi muñeca herida. Tocó levemente la zona hinchada, aunque el tacto había sido leve, aún así me dolió.

—Tú muñeca, esta rota.

—¿¡Rota!? —grite sorprendida.

—Tendremos que enyesar.

Gemí.


Una semana. Una semana había pasado aquí, en Volterra. El tiempo pasaba demasiado lento para mi gusto.

No me había comunicado con nadie en ese tiempo. Renée había llamado hace unos días, Aro le había dicho que me encontraba bien y que no se preocupará.

Me preguntaba como estaban las cosas por allá.

En la semana había ocurrido algo inimaginable. Hablé con Jane y no hubieron ni sarcasmos ni malas palabras. La pequeña habló conmigo y me explico lo que ya deducía; que me tenía envidia. Porque su padre me trataba de manera "especial" según ella. Yo en un arrebato le conté todo, al final, éramos primas ¿No? Pero ese fue un gran error, la chismosa fue a contarle todo a mi tío.

Aro reacciono como lo imagine…

¡Déjamelo todo a mi querida! ¡Yo me encargaré de esto! —gritaba Aro mientras caminaba de un lado para otro.

¡No puedo creer como soportaste tanto querida Bella! ¡Oh, mi sobrina! —Chillaba por otro lado mi tía Sulpicia.

Les rogué de todas las formas posibles que no hicieran nada, pero no me escucharon.

No sabía que traían entre manos, pero estábamos hablando de Aro, sería algo en grande.

Los regalos que me habían entregado era tal y como los había imaginado, exagerados. Joyas, ropa, zapatos, y libros… Y sirvieron como distracción; un poco.


—Jane, no se porque hacen esto.

—Papá y sus cosas. Siempre hace fiestas, hasta cuando perdimos el último diente de leche hizo una.

Comenzamos a reír.

Nos encontrábamos en mi habitación, arreglándonos. Hoy mis tíos realizarían una fiesta, ¿La razón? No la sabía. De lo que si estaba conciente era que estaba metida en un vestido azul de noche, llevaba tacones y aún tenía ese molesto yeso en mi muñeca.

Mi relación con Jane había avanzado, pero solo un poco. Al menos la niña se estaba mostrando más amable.

Luego de unas interminables horas, al fin estábamos listas.

Debía admitir que Jane sabía como hacer este tipo de cosas, me maquillo perfectamente y mi cabello estaba irreconocible, hasta se había preocupado de que mi yeso no se viera tan fuera de lugar.

—Chicas, ya es hora —dijo Alec al otro lado de la puerta.

—Vamos —susurró Jane mientras se disponía a abrir la puerta.

Bajamos las escaletas lentamente—petición mía—, ya que me daba pavor moverme muy rápido con esos tacones que me había obligado a usar Jane. No sabía porque mi tío hacía esto. Extrañamente, tenía un buen presentimiento, por eso no reclame.

Al entrar a la sala donde se llevaría a cabo la celebración nos encontramos con miles y miles de personas. Todos vestían elegante y mostraban una postura refinada.

—Bueno, cada uno por su lado. Adiós Bells.

Jane se fue de nuestro lado con una gran sonrisa.

—Jane tiene razón, disfruta de la fiesta.

Alec se alejo de mi lentamente. ¿Ahora que podía hacer? No conocía a nadie allí. Comencé a recorrer el lugar, sentía que desencajaba completamente entre esas personas.

Ya aburrida, me aleje de todas esas cosas y me dirigí al balcón. La vista desde allí era hermosa, las estrellas brillaban en todo su esplendor y el viento estaba calido. Llevé mi mano a mi cuello y acaricie el colgante en forma de corazón. Había extrañado a Edward, a todos, pero a Edward en especial. Extrañaba verlo sonreír, reír, sus gestos, todo de él.

Escuche como se cerraba la puerta del balcón. Me volteé lentamente.

—Edward…

Mi voz sonó sorprendida, era obvio que lo estaba. ¡Edward estaba ahí! Su rostro se mostraba sereno, pero sus ojos eran puro sufrimiento, estaban oscuros, ya no tenían ese brillo que habituaban.

Di un paso hacía atrás y mi espalda quedó pegada al barandal del balcón. Edward camino lentamente hacía mi, hasta que solo unos centímetros nos separaban. Era como si tuviera el corazón en mis oídos, sentía como si fuera a salirse del pecho.

En un abrir y cerrar de ojos, estaba en los brazos de Edward. Me apretó con fuerzas y escondió su rostro entre mis cabellos, tardé un poco en salir del shock en el que estaba, pero luego respondí su abrazo.

—¿Por qué te fuiste Bella? ¿Cómo pudiste? ¿No pensaste en Jasper, Rosalie, Alice y Emmett…? ¿No pensaste en como me sentiría yo?

Su voz detonaba dolor, sentí una estaca en mi corazón al escuchar su voz tan mal. Rompí el abrazo y lo miré fijamente.

—No pensé que tuvieras tiempo de pensar en mi, estabas muy ocupado con Tanya —prácticamente escupí ese nombre; fue algo que me salió inconscientemente.

—¿Tanya? ¿Lo dices por lo del beso? Bella, ella me besó a mi, yo no a ella. Se había caído al suelo, la levanté y aprovecho eso para besarme. No quería besarla —entre cerré mis ojos a modo de sospecha. Al ver que no iba a decir nada, Edward prosiguió—. Luego de eso me llamó Alice gritándome como loca, diciéndome palabrotas que ni sabía que existían. Dijo que había sido un idiota al ayudar a Tanya a levantarse. Lo primero que hice fue ir a tu casa, pensaba que te encontrabas allí, pero solo me encontré con tus padres… en la sala sin decir nada. Renée lloraba. No pude evitar decirles unas cuantas palabras…

Tanta información, me costaba procesarla toda. No estaba completamente en mis cinco sentidos.

—¿Qué… les dijiste? —Pregunté tartamudeando un poco.

—Que estaban cometiendo un error, que no podían seguir así porque te hacían daño —contesto relajado.

Suspire de alivio.

—Edward… eres tan bueno, y yo… no merezco tener a alguien como tú en mi vida.

—No seas tonta Bella.

Decirle eso ahora era una buena opción, pero también estaba la posibilidad de arruinarlo. No importaba, me sentía tan bien en esos momentos que me arriesgaría.

—He querido decirte algo hace mucho… —comencé a juguetear con un lazo que colgaba de mi vestido.

—Que coincidencia, yo también.

Levanté la mirada, estaba sonriendo con mi sonrisa favorita. Sentí como me sonrojaba.

—Tú primero —hablamos a la vez.

—Las damas primero —dijo con voz cortés. Tomé aire y comencé a caminar por el balcón.

—Antes tenía una promesa conmigo misma. No me enamoraría nunca… —me volteé y apoyé mis manos en la barandilla del balcón— pero paso algo extraño.

Me sentí como un detective a punto de decir la clave que resolvería un importante caso. Aquello me hizo reír.

—¿Qué? —pregunto acercándose más a mi con mi sonrisa favorita.

Tomé una gran bocanada de aire, ya era momento.

—Llegaste tú y me hiciste romper mi promesa.

Edward tomó entre sus manos mi rostro y acercó el suyo hasta que nuestras respiraciones chocaban.

—Que malo soy —susurró mientras soltaba una risita—. He hecho que una señorita rompa su palabra

Mordí mis labios por un momento.

—Me alegra que lo hicieras —susurré con la respiración acompasaba y el corazón a mil por hora.

—Me encantas Isabella. Desde el primer momento que en hablé contigo, supe que eras especial.

Si mi cabeza no fallaba, en esos momentos estábamos a punto de besarnos. Entre abrí mis labios y cerré mis ojos, esperando. Pero…

—¡Isabella!

Tío Aro —susurré enojada mientras me separaba un poco de Edward.

—Lo siento, interrumpí. Solo quería saber si te gusto la sorpresa —Aro dio un paso adelante.

—¿A qué te refieres?

—Él nos invito. —susurró Edward.

Ahí comprendí todo, esto era un plan de Aro, él estaba tras de todo esto. No estaba segura si eso era bueno o malo. No, sin duda esto era bueno. Sonreí.

—Me voy. —canturreó Aro mientras salía y volvía a cerrar la puerta del balcón. Refunfuñe y me cruce de brazos.

—Que inoportuno —dije enojada. En esos momentos, odiaba y quería a mi tío. Por una parte, había interrumpido un momento íntimo y por otra había organizado todo esto. Edward comenzó a reír—. No veo lo gracioso, Edward.

Cerré los ojos en forma de desaprobación. Y en cuanto los abrí me encontré con el rostro de Edward a pocos centímetros de mi. Acarició mis mejillas con sus manos y sonrió.

—Lo he querido hacer desde hace mucho —susurró.

Y posó sus labios sobre los míos. Al principio no supe como reaccionar, pero luego llevé mis manos a su espalda y lo apegué más a mi. Edward me rodeó con sus brazos, para comenzar a acariciar mi espalda. Éramos como dos piezas de rompecabezas que encajaban perfectamente una con la otra.

Cuando comenzaba a faltarme el aire, mi cabeza me decía que debíamos parar, pero mi corazón me decía: ¡Ni loca! Edward puso sus manos en mis hombros y nos separo.

—Vas a quedar sin aire.

Me sonrojé y sonreí. Lo abrace y escondí mi rostro en su pecho. Estuvimos así un tiempo indefinido hasta que escuchamos unos murmullos. Nos separamos levemente y buscamos con la vista a los dueños de esos murmullos.

—¿Chicos? —pregunte no muy convencida.

Frente nosotros estaban: Emmett, Alice, Jasper y Rosalie. Restregué mis ojos para asegurarme de que no era una alucinación.

—Después de todo ese traspaso de saliva… ¿Podemos hacer nuestra aparición nosotros?

—¡OH, Alice! —alegó Rosalie dándole un codazo. —no pude evitar reír cuando vi esa escena.

Se acercaron a nosotros, todos estaban vestidos elegantemente. No me costo deducir que Alice estaba tras aquellas vestimentas.

—Edward no nos dejaba verte, dijo algo como: yo primero. Pero ya estaban demorando mucho, imagine lo peor.

—¡Emmett! —Rosalie le dio un golpe en la cabeza a Emmett.

—¡Bella! —Jasper me abrazó— ¿Cómo pudiste? ¿No pensaste en mi? ¿En Rose? ¡Siempre podrás confiar en nosotros!.

—Lo siento, Jazz —me sentí como una niña pequeña a la que estaban regañando por jugar a las escondidillas y no aparecer por una semana; reí ante mis pensamientos.

—Ya se lo dije, Jasper —dijo Edward rodeando mi cintura con un brazo.

—¡Vinimos a buscarte Bells! Volterra es linda, pero te extrañamos —Alice hizo un puchero— ¿Y por qué no nos contaste lo que pasabas?

Entré en shock y miré a Edward con el ceño fruncido.

—Fuimos nosotros, Bella —dijo Rosalie.

Me sentí incomoda. No quería que ellos supieran lo que pasaba en mi casa. Era una vergüenza.

—Bella, sabemos que nos conocemos hace poco, pero es como si fuéramos amigos de toda la vida —continúo Emmett.

—Deben entender… que esto no es fácil —hablé en un susurró.

Hubo un gran silencio. Una ola de remordimiento llegó de repente, no había confiado en los chicos.

—¡Pero como dijo Pumba! ¡Hay que dejar lo atrasado en el pasado! —exclamó Emmett.

En un segundo todos comenzamos a reír. Típico de Emmett, el era capaz de romper atmósferas así de tensas.

—¡Vamos a disfrutar la fiesta! —chilló Alice mientras caminaba con Jasper de la mano hacía la pista de baile.

—¡Es cierto Bells! ¡Vamos!

Y de un momento a otro, Emmett me había llevado con él a la pista de baile. Entre lazó nuestras manos y comenzó a hacernos girar.

—¡Emmett! ¡detente! —grité.

—¡Bella! ¡Esto lo vi en el Titanic! ¡Siempre lo quise hacer!.

Sentía todas las miradas puestas en nosotros, y lograba escuchar las ruidosas risas de Alice. Cerré los ojos, esperando que todo pasara rápido. Sentía tantas vergüenza. Cuando al fin termino la tortura, una seguidilla de aplausos me cohibió más de lo que ya estaba. La cabeza me daba vueltas, era como si el piso estuviera moviéndose.

Comencé a tambalearme, estaba buscando algo en que apoyarme, hasta que choqué con algo.

—Edward… —dije con los ojos entre cerrados.

—Emmett es un tonto.

Llevé mis manos a mi cabello, lo sentía desarreglado, seguro estaba hecha un desastre.

—Tú cabello parece un algodón de azúcar, pero me gusta.

—Edward, no estoy para tus bromas, todo me da vueltas.

Apoyé mi cabeza en el pecho de Edward y con mis manos acaricie su cuello.

—¿Podemos escaparnos de esta fiesta?

—¡Por favor! —pedí urgida.

Edward soltó una encantadora risita, tomó mi mano y comenzamos a caminar para salir de allí.

—Vamos a mi habitación —dije con una mano en mi cabeza. Maldito Emmett, por su culpa estaba prácticamente convaleciente, y no podía aprovechar el momento con Edward en mis cinco sentidos—. Por allí.

Apunte las escaleras. Cuando entramos a mi habitación lo primero que hice fue sentarme en mi cama. Ya estaba comenzando a sentirme mejor.

—Será mejor que te recuestes.

Edward se sentó a mi lado e hizo que me acostará. Las luces estaban apagadas, lo único que daba luz era la claridad de la Luna que se filtraba entre las ventanas.

Sentí como Edward me acariciaba el rostro suavemente, solté un suspiro.

—¿Edward?

—¿Hum?

—Te amo.

—Lo se.

Me senté en la cama y lo miré con los ojos como platos.

—¿Cómo?

—Hablas en sueños, ¿Recuerdas cuando nos quedamos dormidos?

Llevé una mano a mi boca. Al parecer mi subconsciente siempre supo que yo amaba a Edward, solo faltaba que yo la tonta lo admitiera de una buena vez.

—Yo… intente decírtelo en tú cumpleaños, y lo hice, pero al parecer no fui muy

especifico.

—Pensé que… me lo habías dicho como amiga.

Edward negó con la cabeza.

—Que tonta fui.

—Igual yo.

Volví a recostarme y Edward a acariciar mi rostro, tomé una mano suya y la acaricie. Sentí como Edward se recostaba a mi lado.

—¿Bella?

—¿Si?

—¿Serias mi novia?

—Si.


Íbamos de regreso a Phoenix. Estaba emocionada por volver, extrañaba el calor, a Carlisle y Esme, Renée y Charlie.

Edward no quiso decirme lo que había hablado con mis padres, dijo que él no era el indicado para decírmelo. Me preguntaba que era lo que mis padres tenían que contarme…

Me sentía más tranquila ahora que los demás sabían la verdad, estaba con más fuerzas para seguir, y soportar lo que venía.

Aro tampoco quiso decir lo que hizo respecto a mis padres. Me disgustaba que no me dijeran nada, pero lamentablemente… debía esperar.

En el aeropuerto nos estaban esperando Carlisle y Esme. Ambos me abrazaron como si hubiera pasado una eternidad y yo a ellos, también los había extrañado.

Edward me llevó a casa en su Volvo.

Mis nervios habían crecido, no sabía como se encontraban las cosas allá. Edward beso mis labios y acaricio mi rostro.

—Tranquila.. Ahora entra…

Tomé aire y abrí la puerta de mi casa. Todo estaba en silencio, sospechoso. Dejé las cosas que llevaba en el suelo y camine hacía la sala. Con manos temblorosas abrí la puerta, allí se encontraban… Renée y Charlie, sentados civilizadamente.

—Volví —dije frotando mis manos en mis jeans.

—¡Bella!

Renée no tardó en abrazarme, respondí su abrazo con fuerza, la había extrañado y mucho.

—Mamá…

—¡Lo siento! ¡Soy tan tonta! Pase por alto tus sentimientos, ¡que mala madre soy! —sus azules ojos estaban vidriosos.

—No, mamá… ya…

—Tuvo que venir Edwin a hablar con nosotros para darnos cuenta de nuestro error.

—Edward —corregimos Renée y yo.

—Eso —dijo Charlie pasando una mano por su rizado cabello.

—Tenemos algo que decirte.

—Esta bien, suéltenlo.

Me senté en el sillón, Charlie a mi lado y Renée al otro. No sabía que iba a pasar, tenía curiosidad.

—No podemos seguir así, Bella —comenzó Charlie.

—Por eso, en tú ausencia, contactamos a nuestros abogados… nos divorciaremos querida. —finalizó Renée.

Esta bien… eso no lo esperaba. Lo primero que sentí fue: sorpresa, luego… comprensión, y finalmente alivio. Había esperado eso desde ¿Siempre? Cualquier niño o niña seguro pensaba que la separación de sus padres sería terrible, pero para mi no, al contrario, era un alivio. Mis padres ya no se amaban ¿Entonces para qué seguir casados? Cuando podían rehacer sus vidas perfectamente y así encontrar a alguien que de verdad los hiciera feliz.

Así que eso había hecho Edward, había hablado con Renée y Charlie sobre eso.

—Y luego Aro nos llamó… y comenzó a gritar en italiano —dijo Renée entre risas. Me uní a las risas de mi madre, solo mi tío Aro podía hacer eso.

—Todo estará listo en unos cuantos meses, como ambos estamos de acuerdo, no hay mucho problema —dijo Charlie—. Mientras yo me iré a Forks, mañana es el vuelo.

Me gire para mirar a mi padre.

—¿Enserio?

—Claro, ahí yo me siento verdaderamente bien, allí tengo a mis amigos… —se encogió de hombros.

—Te amo, hija. Y de verdad lo siento. —Renée apoyo su cabeza en mi hombro y tomó mi mano para acariciarla.

—Tengo novio —dije luego de un tiempo en silencio. Mis padres se tensaron y me miraron.

—¿Es italiano? —pregunto Renée con una sonrisa.

Negué con la cabeza.

—Es Edwin ¿No? Es muy grande para ti, Bella.

—Primero que todo Charlie, se llama Edward, y segundo, tiene mi edad.

—Se nota que te quiere.

Renée acaricio mi mejilla.

—Demasiadas cosas en unos días…

Renée prendió la televisión y me levantó del sillón.

—Charlie ve el partido de hoy, Bella y yo iremos a conversar.

Salimos de la sala y caminamos hacía la cocina. Me preguntaba que quería decirme Renée. Ya en la cocina, mi madre sacó helado de chocolate y dos cucharas, me entregó una.

—¿Mamá?

—Hija, ahora que tienes novio debemos hablar.

—Ay no, Renée…

—¿Están usando protección?

—¡Mamá! Recién comenzamos.


Un año después.

—Isabella, tus pies deben tocar tú cabeza.

—Lo siento señora, no puedo; es demasiado —me quejé— ¿Puedo descansar un momento?

—Esta bien.

Suspire, me levante del piso y me salí de la sala. Odiaba las clases de yoga, no sabía como Renée me había convencido de tomar clases con ella. Era una tortura.

Salí del edificio y me senté en un escalón de una escalerilla.

Sin duda había sido un año intenso. Mis padres se habían divorciado, eso era increíble. Pensé que ese día nunca llegaría. Mi vida había tenido un gran cambio. Charlie estaba viviendo en Forks, mientras Renée y yo en Phoenix. Nuestra vida era tranquila, Renée leía, estaba en clases de cocina, y de miles de cosas más.

No entendía como pude haberme prometido nunca enamorarme, si estar enamorada era lo más lindo de la vida, incluso si tienes un novio como Edward.

—¿Cansada?

Al escuchar esa dulce voz levante la vista, ahí estaba mi novio. Tenía esa misma sonrisa torcida de siempre y su cabello tenía esa misma onda despeinada.

—¿Qué haces aquí? —pregunte levantándome.

—¿Quieres que me vaya?

—¡No! —contesté inmediatamente.

—Alice me dijo que habías desertado de las clases de Yoga, así que aproveche la ocasión.

Abracé a mi novio. Edward puso su mano en mi mentón, hizo que lo mirara y nos besamos. Con mis manos acaricie su cuello y él con su mano libre acaricio la piel desnuda de mi cintura.

—¡Mi yerno!

Ese gritito nos hizo romper el beso. Nos volteamos y nos encontramos con Renée, tenía dos bolsos de deporte en sus hombros y en sus manos llevaba una botella de agua.

—Hola, Renée —saludo cortésmente Edward.

—¿Te rindes?

—Si, como dijiste Bella, Yoga es muy difícil, antes no me costaba tanto, pero ahora si. ¡Pero podemos intentar Ballet! ¡Juntas!

—Mamá…

—¿Nos llevas Edward?

—Claro, suegra —acepto haciendo mi sonrisa favorita.

Refunfuñe, mientras Edward abría las puertas de su auto para Renée y para mi. No importaba que tuviera que hacer ballet, seguro que Renée en una semana lo iba a dejar. Sentía que al fin todo tenía su lugar. Ya se habían acabado los malos días, no más gritos a media noche, no más lagrimas, ni nada.

Todo estaba perfecto.

—Te verás linda en tutú. —susurró Edward en mi oído.

Excepto por eso.