Dormía entre mis brazos, su respiración hacía cosquillas sobre mi pecho. Era mi fantasía más prohibida, la mujer de mis sueños y el amor de mi vida.

Luego de confesarme su amor cayó rendida ante la voracidad de mi pasión –No me importa lo que piensen mi ego es demasiado grande como para no creer lo contrario, ella no estaba preparada para quemarse con tanto fuego.-.

Luego de divagar un largo rato admirando su figura, mí cuerpo se relajó completamente sintiendo esas suaves cosquillas que hacía su respiración en mi pecho y el peso de su cabeza justo donde mi corazón, ahora más calmo, latía por ella.

Era mi fantasía más perfecta y como si de un mal chiste se tratara, me quedé dormido.

Media hora después, abrí los ojos sintiendo que me moría de hambre. Sin despertar a Serena me levanté y vistiéndome sólo con una bata que usaba cuando estaba demasiado vago para ponerme ropa. Bajé las escaleras concentrado en hacer y rehacer el nudo del cinturón, pensaba en todas las repercusiones que tendrían esa mañana entre nosotros.

Llegué a la cocina y me vi mi imagen reflejada en la heladera, no pude evitar golpear mi cabeza contra la dura superficie una y otra vez. Había cagado la vida de las personas que más amaba y sólo por la necesidad de mi cuerpo… y de mi alma. Porque condenado al mismo infierno por mis acciones, como lo estaba, ella era todo lo que yo deseaba y amaba.

De pronto sentí un frío recorrer por mi espalda, Seiya. Había traicionado a mi hermano de una forma terrible y lo peor de todo es que no sentía remordimiento por haberla amado. Sólo temía a lo que pasaría después, el daño que le había hecho a ellos por dejarme llevar por el único deseo egoísta que había en mi ser.

Me tomé el tiempo para pensar en cómo reaccionaría mi hermano cuando tuviera que contarle lo sucedido. Me iría de casa, lo sabía, no podía seguir viviendo así y tal vez ellos pudieran rearmar el matrimonio que tenían… Odiaba perder el control, pero me daba más miedo perder a mi hermano y a Serena por lo que había pasado.

Unos minutos después, cuando finalmente estuve calmado, la sentí. No tuve que levantar la vista para saber para que ella estaba ahí, en la cocina. Parecía una muñequita vestida otra de mis camisas, toda angustiada a punto de llorar.

Abrí mis brazos y ella no tardó en correr a ellos, tomó envión y saltó envolviendo sus piernas mi cintura. La sostuve con fuerzas, dejándola llorar todo lo que necesitara sabiendo que las lágrimas que corrían por su rostro también eran mías.

Y de pronto me besó, me besó sollozando una y otra vez que "realmente" me amaba como una mujer ama a un hombre.

Que nada de eso cambiaba el hecho de que estuviera casada con Seiya, y que sentía que lo habíamos traicionado de la peor manera.

-Cómo no va a ser una traición, cuando no siento remordimientos porque hayamos hecho el amor. Lo que me duele es saber que a pesar de todo, quiero volver a tu cama y no dejarte nunca más. Amo a Seiya, Darien, siempre lo voy a hacer, pero hace tiempo que lo nuestro cambió. Eso era algo que tarde o temprano iba a terminar mal, pero saber que mi corazón no pertenece a otro sino a vos, me hace sentir como si le clavara un puñal por la espalda.- me dijo antes de volver a besarme.

Otra vez la pasión obnubiló cualquier rastro de sensatez y la hice mía sombre la mesa del desayuno.

Por primera vez…

A partir de ahí nos convertimos en amantes de todas las formas posibles, nunca compartí con nadie tanto como lo hice con ella. Y cada segundo a su lado se convirtió en esencial para mi supervivencia.

Cada salida a la calle era excitante, rozarse pero no poder tocarse, mirarse y desearse. Todo terminaba siendo siempre un juego erótico que nos dejaba lo suficientemente excitados como para matarnos en cuanto cruzáramos la puerta de casa.

Más de una vez el peligro de ser descubiertos me llevó a arriesgarme de más. –Lo siento por ustedes, pero no puedo dejar de sonreír al recordarlo. Hoy me siento generoso y les voy a contar una de mis favoritas, acomódense.-

Semanas después de que nuestro romance comenzara, y luego de ver una película de época, decidimos que en nuestro hogar –la pequeña mansión Wayne, sí, sigo con la analogía de Batman… I'm batman baby y he dicho...- las cenas deberían a ser imperiales. Así que mancomunado el esfuerzo de nuestros empleados, la cena se convirtió en toda una experiencia degustativa para los sentidos, y yo no pude evitar dejarme llevar.

Una noche mientras veía a Serena vestida de gala sólo para mí, porque así lo habíamos decidido, no pude dejar de notar que el entalladísimo vestido blanco que llevaba era de esos que no sólo resaltaban cada centímetro del cuerpo de la mujer. Sino que además, era imposible de llevar, con ropa interior.

Mi mirada se posó a sobre los pechos de Serena y prestando absoluta atención a ellos, pude notar como sutilmente los rosados pezones de ella oscurecían la tela impoluta. Era un vestido que sólo usaría para mí, lo sé, lo sé todo sobre ella y en ese momento sabía lo excitada que estaba. Ahora sí su pezones empujaban la tela, marcándose bajo ella, pidiéndome a gritos mis atenciones y no pude evitar que se me hiciera agua la boca. Tenía que tenerla en ese momento tenía que hacer algo, porque todavía faltaba al menos una hora para que toda esa pantomima de la cena terminara.

Levanté mi vista y cuando llegué a ver sus ojos, la pasión relucía en ellos. Su respiración era forzada, aunque tratara de ocultarlo, como seguramente trataría de ocultar la humedad entre sus piernas. No necesitaba ver debajo de la mesa para saber que sus piernas estarían fuertemente cruzadas, obligándose a retener toda esa calidez que seguro ya la empapaba.

Miré la mesa y calculé el tiempo, el primer plato había sido servido y el plato principal estaba sobre la mesa. Eso nos daría al menos media hora antes de que sirvientes interrumpieran trayendo el postre, no era mucho tiempo, pero para un pequeño bocado sería suficiente.

Me levanté de mi asiento y mientras caminaba hasta ella, que no fueron más de tres pasos, bajé mi mano hasta el cierre de mi pantalón. La mirada de ella se dirigió directamente al mismo lugar, vio como sin ningún tipo de apuro yo sacaba mi duro miembro y comenzaba a acariciarme para ella. Sus ojos se abrieron más y miró con temor la puerta, pero su deseo pudo más y volvió la vista a mí, siguiendo mi mano que estimulaba más y más mi pene. Se relamió los labios y eso casi me hace perder el control, esa boquita suya era perversamente perfecta y amaba hacerme acabar dentro de ella. Pero esa noche no, esa noche ya tenía planes para mi erección, y era dentro de Serena donde pensaba dejarme ir.

Me arrodillé a su lado, dejando el espacio justo para poder moverla a continuación, hice que una de sus manos siguiera masturbándome mientras con cuidado colocaba su silla frente a mí, lentamente fui subiendo mis manos por sus torneadas piernas levantando a mi paso la falda del vestido. Y cuando llegué a la altura de sus muslos, la insté a abrir las piernas, para darme cuentas en medio de un gemido, que mi mente no me había jugado una mala pasada, ella definitivamente no llevaba ropa interior.

En ese momento tuve que detener sus caricias, si quería que todo terminara conmigo dentro de ella, necesitaría recuperar el control de mi mismo y por suerte, rápidamente pude hacerlo. No hubo juego previo, no había tiempo para eso y cada vez estaba más próximo el momento en que las puertas se abrirían para traer el postre a la mesa. Así que con cuidado, utilicé mis dedos para estimular la cálida y húmeda entrada de Serena, logrando que ella jadeara al sentir cómo lubricaba toda su vulva con sus propios fluidos, preparándola para mi entrada. Levanté la vista para encontrarme con su cara transformada por el placer, la besé devorando su boca, introduciendo con dureza mi lengua como lo haría en minutos con mi pene. Sin darle tregua ni tiempo para que pensara en otra cosa más que el sexo que íbamos a tener a continuación.

Una de mis manos fue desde sus caderas, hasta sus nalgas presionándolas para que se corrieran hasta dejarla al borde de la silla. Sus piernas se abrieron más hasta que nuestro sexos se tocaron, con la mano todavía empapada del placer de ella, tomé mi miembro hasta dejarlo en la entrada del su cuerpo. Y sin pedir ningún permiso, entré de un solo y fuerte envión.

Nuestras bocas unidas lograron contener el grito que escapó de ambos al sentirnos profundamente unidos. Los dos queríamos más y de haber estado solos no tenía duda de que la hubiese poseído sobre la mesa, desvistiéndola y comiendo de su cuerpo. Pero esta vez tenía que contentarse con eso.

Nuestros sexos unidos de forma rápida y violenta, mi pene entrando y saliendo con desesperación golpeando con la fuerza justa que la volvería loca. Levanté sus piernas, haciendo que todo nuestro peso reposara en la silla y en mí, logrando con eso exponerla completamente y dejarla a mi merced. Yo controlaba todo, tanto si podía tomarlo todo de mí o no, ya tendría tiempo a la noche para ser tierno, en ese momento lo único que me importaba era seguir con mi feroz ritmo alimentándome de los pequeños gritos de placer que se escapaban de ella.

Finalmente el cuerpo de Serena se tensó, cerró los ojos y hundió profundamente su lengua dentro de mi boca antes soltar un grito ahogado, su cuerpo exprimió mi miembro mientras ella llegaba al orgasmo, obligándome a seguirla sin ningún tipo de arrepentimiento. Una, dos, tres veces más logré introducirme profundamente, antes de acabar dentro de ella conteniendo mi grito a duras penas.

Nos tomó más tiempo recomponernos que el acto en sí, el olor del sexo llenó el comedor, intoxicándonos más de los que habíamos estado antes, y justo cuando casi volvemos a caer en la tentación, la puerta sonó trayendo consigo a nuestro empleados y el postre.

Nunca supimos qué pensaron, pero tampoco nos importó, la siguiente hora y media que tardamos en llegar a la cama, nos preparó para una noche completa de deseo. En la que ninguno de los dos llegó a dormir.

Pero todo no dura eternamente y una noche mi hermano llamó. Serena no pudo contener la emoción mientras hablaba con él. No era la primera vez que ella reaccionaba así con él, Serena era efusiva con la gente que quería y no era necesario que nadie me señalara que el hombre con el que ella hablaba era su esposo.

No hablamos mucho esa noche, decidimos cenar en casa pero la cena no tuvo nada de señorial, la normalidad había vuelto, la vida volvería a ser la misma la noche siguiente. Seiya volvía y con él terminaba el sueño que nos había unido a Serena y a mí.

La vida era una perra…

No había utilizado nunca esa frase hasta ese día, no podía decir que no estuviera feliz por la vuelta de mi hermano, pero desgraciadamente era un cerdo repugnante que deseaba a Serena para mí solo. -Y lo peor que era el que estaba totalmente en falta era yo, el que había roto cada código familiar, moral… el cualquier título que quieran ponerle…-

Supe que mi silencio lastimaba a Serena, ¿pero qué podía decirle? Todo lo que había pasado en ese tiempo, que había sido sin lugar a dudas el más feliz de mi vida. Había sido tiempo robado y había terminado. Me levanté de la mesa antes que ella pudiera hablar, la conocía demasiado bien, podía ver la lucha interna que Serena tenía. Quería salvarme, y yo no podía permitirle llevar toda la culpa. Era lo suficientemente hombre para saber que la culpa, si bien era nuestra, jamás dejaría que cayera sobre ella.

Fui a la biblioteca, tomé un par de tragos… La última noche solos, y yo la desaprovechaba buscando algo, tal vez valor, al fondo de la botella. No tuve noción del paso del tiempo, pero ya era más de media noche cuando llegué a mi habitación.

La cama estaba desarmada, seguramente Serena había estado esperándolo, pero al verla vacía no pude evitar pensar que de ahora en más así sería mi vida. Vacía.

No quería ir a mi cama, no podía dormir sabiendo que mis sábanas todavía olerían a ella. Me senté en mi gran sillón, negro, igual que todo en mi habitación. Más de una vez Serena había bromeado acerca de lo poco vivo que era mi cuarto, lo llamaba el Hades y yo era, según ella, el mismo dios griego, y yo lo prefería así. Allí la luz no interrumpía mis sueños, allí podía descansar sabiendo que era mi lugar, que estaba en mi territorio.

Ella había reído en cada ocasión, pero había ayudado a decorarlo. Acaricié la aterciopelada tela azabache mi trono de Hades, diseñado por ella según sus locos bosquejos, el trono de un dios había dicho el día que me lo regalara. Sonreí pensando en ella, Serena era mi sonrisa, mi corazón y mi alma. Sin darme cuenta me quedé dormido, tal vez derrotado por la realidad.

No sé cuánto tiempo pasó, pero de pronto sentí calor, ese maravilloso calor que te invita a arrebujarte más en una manta y ahí lo supe. Ella estaba durmiendo junto a mí, abrí los ojos y la vi tambaleando en el borde del sillón, todo para pasar nuestra última noche juntos y yo había perdido el tiempo sintiendo compasión por mí y sin pensar en ella. En cuánto podía necesitarme esa noche.

Es increíble los lazos que crea la intimidad, uno puede compartir miles de encuentros casuales y unirse carnalmente a otra persona, pero la intimidad de dormir abrazado a alguien, sabiendo que la mañana siguiente su rostro es lo primero que vas a querer ver. Eso no se da con cualquiera, lo sé, lo sé bien porque no he sido un monje en mi vida, he tenido mujeres hermosas a mi lado. Pero también sé que sólo Serena despierta en mí este sentimiento, esta vulnerabilidad, por ella haría lo fuera y será el único pecado por el que nunca me arrepentiría.

La tomé en brazos, sabiendo que duraría muy poco dormida, y la llevé a nuestra cama. Todavía el sol no asomaba y ella era mía, al menos por unas horas más, ella era mía.

…..

La mañana llegó, la casa vibraba de emoción por la vuelta de Seiya y nosotros no podíamos estar más expectantes a pesar de todo, ver de nuevo a mi hermano llenaba mi corazón de alegría.
Cuando llegó Serena corrió a su encuentro, saltó y se besaron como él hubiese vuelto de la guerra y no de vivir cómodamente en Rusia, pero ella era así, desbordaba pasión por todo lo que quería y la rodeaba y no puede evitar reírme al verlos tan felices en su reencuentro.

Seiya la mimó sin remordimientos, la llenó de regalos que la hicieron reír y otros la hicieron sonrojar. Los dos parecían dos chicos jugando y riéndose, de vez en cuando se besaban, pero esos besos no me molestaban. Por primera vez notaba que eran muestras de afecto entre ellos y no de pasión, se besaban porque les era tan natural como respirar. Y no pude dejar de sentir satisfacción al darme cuenta que a diferencia de los besos de ellos, el simple roce de mis labios con los de Serena, le hacían perder el aliento, la estremecían. Eso era pasión y existían entre nosotros.

Salimos a cenar afuera, al restaurante favorito de Serena, reímos sin parar de las anécdotas de mi hermano, sólo él podía pasar por cosas tan ridículas y encima contarlas. Por desgracia no pude seguir comiendo con ellos, mi celular sonó y tuve que hacerme cargo de mi verdadera ocupación. Me retiré no sin antes dale a Serena un casto beso en la mejilla, ella odiaba esas llamadas a cualquier hora, pero porque sabían que seguramente no dormiría en todo la noche tratando solucionar el problema que había surgido.

Me subí al un taxi y viajé hasta mi oficina con la mente puesta en los dos que había dejado atrás y no en el trabajo que tenía adelante. No podía dejar de preguntarme qué iría a pasar esa noche, cómo íbamos a dormir bajo el mismo techo los tres fingiendo que nada había pasado. Yo no podía y sabía que ella tampoco. Eso sin sumar la tortura que sería no sentir el cuerpo de mi amada en mi cama, las cosquillas que me hacía su respiración en mi pecho cuando dormía sobre mí. O cómo haría para amanecer sin ver su sonrisa.

Volví a casa, las luces estaban todas prendidas y eso me asustó, eran pasadas las cuatro de la mañana. Algo tenía que haber pasado y por un instante no tuve idea de qué podía ser, hasta que Seiya salió a la puerta.

Ya lo sabía, podía notar su cuerpo tenso y la rigidez en su rostro. Se acercó a mí con una intensión clara y yo no puse resistencia cuando me golpeó, me lo merecía. Si estuviera en su lugar, habría matado al hombre que tocara a Serena.

Pero lo que siguió fue peor, cayó al piso y me abrazó las piernas sollozando. No entendía mucho más que "gracias" y el resto eran puras incoherencias. Cuando logré que se pusiera de pie entramos a la casa, nos dirigimos al living dónde vi a una mujer pelirroja sentada junto a Serena. No me detuve mirando a nuestra invitada, si no la cara de angustia que ponía mi amada al verme golpeado. Trató de acercarse a mí, pero preferí que se quedara dónde estaba, haciendo un gesto con la mano de que estaba bien, no quería que mi hermano tuviera ningún motivo para volver a enojarse.

A diferencia Serena, la joven pelirroja se tiró sobre Seiya en cuanto estuvo sentado antes de que cualquiera pudiera reaccionar. Y una a una todas las mentiras que nos rodeaban empezaron a caer por su propio peso, cada uno de nosotros era condenado, juez y jurado. Nadie estaba libre de culpa o cargo, siquiera nuestra nueva invitada que terminó siendo la "mujer" de mi hermano. No faltaron lágrimas o reproches, dedos acusando, gritos, tampoco nadie se quejó cuando Serena, sin aguantarse más sentada se acercó a la licorera y empezó a llenar cuatro vasos. Hasta que el sol no encontró amargados, dolidos y juntos.

Y bajo la luz del nuevo amanecer, nada ya pareció tan importante, tan perverso o erróneo. De golpe todo fue claro, y todo estuvo bien, el futuro se abrió ante nosotros con tanta seguridad como el saber que siempre había un nuevo día, una nueva oportunidad de ser felices. Tal vez no sabíamos exactamente cómo íbamos a hacer, pero lo que fuera necesario se iba a intentar.

Y así de a poco, las sonrisas fueron apareciendo en nuestras caras, como también el evidente cansancio, había sido una carnicería de sentimientos y nada peor que eso para dejar a una persona física y mentalmente agotada.

El primero en levantarse fue Seiya, tomó de la mano a Kakyuu y se retiró a sus aposentos, dejándonos a una muy inquita Serena y a mí mirándonos por unos momentos antes que ella saliera corriendo hasta su habitación. Y en ese momento no supe que hacer, seguirla y convencerla de llevarla a mi cama, o dejarla dónde estaba.

A pesar de todo ella había elegido irse, ¿no?

Llegué a mi cuarto y me desvestí sin ganas, quería ir a la cama pero realmente me sentía sucio, necesitaba limpiarme de algo que no sabía que era, tal vez culpa, tal vez el resentimiento porque mi hermano dormía abrazado a la mujer de su vida y yo no tenía esa posibilidad. La ducha relajó mi cuerpo y también mi cabeza, si yo quería algo, debía luchar por ello hasta conseguirlo. Y yo quería a Serena a mi lado, eso renovó mis energías, me sequé corriendo, comprobé que mi ojo estaba empezando a ponerse morado por el golpe que me había propinado mi hermano, me puse mi bata negra y me dirigí a donde estaba ella.

Abrí la puerta sin molestarme en golpear y la vi sentada mirando la venta, todavía vestida y con sus hermosos ojos azules llenos de lágrimas. Me acerqué, me arrodillé frente a ella y desnudé mi alma.

Le dije lo hermosa y perfecta que era, que hacía del mundo un lugar mejor, que nadie podía dejar a admirar su pasión, su amor por la vida, su compasión y por sobre todas las cosas, le dije lo mucho que la amaba y cuánto la necesitaba para compartir la vida a su lado.

Las lágrimas contenidas cayeron de sus ojos y finalmente se abrazó a mi cuello, respondiendo cada una de mis declaraciones de amor y del inmenso alivio que sentía ahora que Seiya tenía a quién amar.

Me levanté, la tomé en mis brazos y la llevé a mi cama, el lugar al que pertenecía y del cual nunca más le iba a dejar ir. La amé hasta que los dos caímos extenuados, pero antes de perder la conciencia la abracé contra mí, entrelacé mis piernas con las suyas y recién ahí, cuando nuestros cuerpos fueron una maraña de miembros, recién pudimos relajarnos y descansar.

…..

-Hola guapo.- la voz de Serena al despertar hizo que mi corazón latiera más rápido. –¿La tuviste en brazos todo el tiempo que estuve dormida?

La sonrisa que puse me delató culpable y Serena no pudo hacer más que negar con la cabeza, ella sabía desde el principio que yo iba a mimar a nuestra hija, hasta el cansancio. Se acomodó en la cama y estiró los brazos, en un muy claro "devolveme a mi hija, ya la tuviste demasiado tiempo, ella es mía".

Y al momento que las vi juntas mi corazón volvió a dejar de latir, sé que algún día voy a acostumbrarme a esa imagen, pero sé que nunca va a dejar de emocionarme. Ellas son el amor de mi vida, una es mi corazón y ahora la más pequeña es el motivo por el que él late, y nunca me voy a arrepentir de nada de lo que viví. Sí, no fue fácil y tal vez nunca lo sea, pero…

Hay veces que lo prohibido es exactamente lo que uno necesita para vivir...