El último de mis retos de Halloween, surgido gracias a mi retadora, mi adorada Isobelhawk, a quien va dedicado con todo mi cariño. Este reto es, en cierto sentido, mi favorito (aunque por razones un tanto externas al propio fic xDD). Espero que os guste ^_^
Disclaimer: Los personajes son de JK, sí, el mundo también, y no gano nada al escribir esto. Pero la perversión es sólo mía xDD
Nota: De momento pongo el fic con rating K+ porque no hay nada demasiado fuerte en él. Pero probablemente esto se convierta en un long-fic, y el rating entonces subirá.
La debacle del sentido común
Prólogo
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"Se ruega al sanador Potter que se presente en la sala de urgencias de la Planta Baja" dijo la voz de Noa Blake por el megáfono. "Repito, se ruega al sanador Potter que se presente en la sala de urgencias de la Planta Baja".
Harry suspiró, resignado, levantándose de la mesa de la cafetería donde hasta hacía unos segundos estaba disfrutando de un sabroso café, y se dirigió hacia los ascensores que llevaban a la Planta Baja. Era ya el quinto paciente de la noche, y probablemente no iba a ser el último. Todos los Sanadores odiaban tener que quedarse de guardia esa noche en particular, donde los accidentes por culpa de bromas mágicas y demás artefactos se multiplicaban como la espuma. La gente salía de sus casas para divertirse sin pensar en las consecuencias, tranquilos porque cualquier eventualidad sería solucionada rápidamente por los incansables sanadores. Desgraciadamente, los "incansables" sanadores no lo eran tanto, y acababan agotados de lidiar toda la noche con magos demasiado inconscientes para su propia seguridad.
A él nunca se le había ocurrido hacer excesos, y aunque solía celebrar la noche de Halloween con sus amigos todos los años ―excepto los que, como ese, le tocaba trabajar ―, siempre lo hacían en plan familiar y tranquilo, quedándose en casa o saliendo a tomar una cerveza de mantequilla. Nada demasiado especial. Desgraciadamente esa no era la práctica común en la mayoría de la sociedad, y ellos, los sanadores, acababan pagando los platos rotos.
Ciertamente era un incordio, pero a él nunca le había importado demasiado tener que quedarse trabajando la noche de Halloween. Al fin y al cabo, él había elegido ese empleo, y le gustaba. Pero este año...
"Se ruega al sanador Malfoy que se presente en la sala de urgencias de la Planta Baja" volvió a sonar la dulce voz de Noa por todo el edificio. "Repito, se ruega al sanador Malfoy que se presente a la sala de urgencias de la Planta Baja".
Volvió a suspirar, mientras escuchaba la misma llamada por quinta vez.
Este año sí le importaba. Y mucho. Para empezar, porque se suponía que no iba a tocarle hacer guardia, ya que había estado en ese turno toda la semana anterior, y por ende le tocaba a Blaise velar durante las noches. Y en segundo lugar, porque lo que le había llevado a esa situación, no había sido un error desafortunado al hacer el calendario, o que su compañero se hubiese puesto repentinamente enfermo, sino que era un castigo del director por haber provocado lo que, para todo el hospital, era "la debacle del sentido común en los jóvenes". Y ni siquiera había sido culpa suya.
Se abrieron las puertas del ascensor y entró, con el ceño fruncido, todavía pensando en el desafortunado incidente que había tenido lugar hacía dos días. Un paciente había llegado a urgencias con cara de intenso sufrimiento, sangrando profusamente por la nariz, y negándose a ser atendido por otro que no fuera Harry. Draco, que había sido el primer sanador en llegar hasta él, se había burlado del pobre paciente, mientras Noa intentaba localizarlo a través del megáfono, y cuando por fin llegó a la habitación, Malfoy se había negado a irse, alegando que dadas las nefastas capacidades de Harry, probablemente iba a necesitar ayuda.
En ese momento no le había importado. Llevaban mucho tiempo trabajando juntos, y se había acostumbrado a sus pullas, a sus comentarios sarcásticos y a sus sonrisas torcidas. De hecho, Harry era uno de los pocos sanadores del hospital que había aprendido a apreciar su humor, y en consecuencia, para conservar el orden en el edificio ―y evitar que el resto de sanadores maldijera a Malfoy hasta el agotamiento ―, el director los ponía siempre en el mismo turno.
Sin embargo, en esa ocasión en concreto, había tardado muy poco en arrepentirse de no haberlo echado de la consulta en cuanto llegó. Cuando el paciente al fin se había sentido tranquilo al tenerlo cerca, les había confesado que, en realidad, se había tragado un turrón sangranarices, porque necesitaba una excusa para entrar en el hospital y solucionar otro "pequeño problemilla". Ante la estupefacción de los dos sanadores, se había bajado los pantalones para mostrarles lo que parecía haber sido una varita de olmo, hecha astillas, emergiendo de un lugar de lo menos apropiado, al menos si uno quería sentarse alguna vez.
Draco había comenzado a partirse de risa descaradamente, haciendo impertinentes preguntas al pobre hombre que, de no ser por la mentada varita, habría salido corriendo sin mirar atrás. Y Harry, aunque había querido evitarlo, se había encontrado haciendo vanos esfuerzos por aguantar la risa ante los comentarios de Malfoy, con resultados más bien pobres.
Ese preciso instante había sido el elegido por el director para entrar en la consulta, y los había pillado de esa guisa: riéndose a carcajadas del paciente, que tenía toda la pinta de querer que se lo tragase la tierra. La bronca había sido de antología, y a punto había estado de suspenderlos de empleo y sueldo para el resto de sus miserables vidas. Pero tras las repetidas disculpas de Harry y el silencio de Draco ―que podía considerarse casi una disculpa ―, había terminado encomendándoles el turno de noche en Halloween, para que aprendieran que no había nada de gracioso en atender a personas que venían a molestarlos por culpa de gamberradas comparables a la que ellos habían hecho.
La puerta del ascensor se abrió al llegar a la tercera planta, y precisamente la persona que menos quería ver en ese momento entró en el ascensor. Persona que sabía que, de igual modo, iba a encontrarse en la Planta Baja. Se apartó un poco para dejarle espacio, sin dirigirle la palabra, y miró hacia la pequeña pantallita que marcaba los pisos que faltaban por bajar, esperando que se pusiera en marcha de nuevo.
―Vamos, Potter ―dijo Draco, a su lado, ignorando el obvio intento de Harry por mantener el silencio ―, ¿Cuánto más vas a estar sin hablarme?
No le contestó. Justo cuando habían salido de la oficina del director, el día del "incidente", había discutido violentamente con Draco. El Slytherin no podía entender que su trabajo era importante, y que hacerle perder de vista su objetivo ―curar a los enfermos ―, por echarse unas inoportunas risas, no era nada ni remotamente parecido a lo que pensaba que haría cuando decidió ser sanador. Y Draco, por supuesto, no se había quedado en silencio ante sus vehementes reproches, recordándole que los dos se estaban riendo, y que por tanto ambos tenían la culpa.
No había vuelto a dirigirle la palabra. En cuanto los gritos empezaron a ponerse verdaderamente desagradables, se había aparecido en su casa, hecho una furia, jurándose que no volvería a juntarse con Draco en el trabajo jamás. Y había mantenido su promesa todo el día anterior.
Sin embargo, todos parecían confabulados para contradecirle. Cada vez que llegaba un nuevo paciente, era seguido a los pocos minutos por otro, haciendo que coincidieran una y otra vez en el ala de urgencias. Y Draco no se lo estaba poniendo fácil. Aparentemente había olvidado la discusión tan pronto como se había largado, y llevaba intentando que le dirigiera la palabra desde que lo había visto aparecer.
―¡Estamos en Halloween! ―exclamó ―. Época de buenos propósitos, de perdón y de felicidad.
En ese momento se abrieron las puertas del ascensor, y Harry casi sonrió. Casi. ¡Era tan propio de Malfoy adecuar las tradiciones a sus propósitos! Aun cuando las tradiciones fuesen navideñas, y no estuviesen precisamente Navidad.
Volvió a ignorarlo mientras salía del ascensor, y Draco lo siguió inmediatamente, sin dejar de parlotear, como si realmente estuviesen manteniendo una conversación.
―Además, estamos haciendo una buena obra, Potter, como corresponde a la época. Blaise estaba sumamente agradecido de poder salir con su chica esta noche, debido a su repentino golpe de suerte al librar hoy. Imagínate, ¡Echará un polvo gracias a nosotros! Y estará de lo más amable mañana cuando te releve.
En esa ocasión no pudo evitar que las comisuras de sus labios se elevaran levemente. Muy, muy poquito. Eso no se consideraba una infracción a su promesa, ¿verdad? Pero resultaba realmente difícil ignorar a Draco cuando este no quería ser ignorado.
―Potter, Malfoy ―dijo una de las enfermeras, acercándose a ellos con una carpeta en la mano ―, que bien que los encuentro juntos. Ahí afuera hay un lunático que amenaza con lanzarle una Cruciatus a todo el que se ponga por delante si no salís a hablar con él.
―Nosotros no somos aurores, Cecile ―murmuró Harry, frunciendo el ceño, mientras Draco echaba una mirada por encima de su hombro hacia la salida.
―Ya, mmm ―murmuró la chica, contrariada ―. Bueno, ya sabes, es Halloween, y no sabemos si es sólo una broma, o si realmente necesita ser atendido. Como por el momento no ha hecho nada...
―Oh, sí, buena política, dejar que primero nos crucien para ya después decidir si es que hablaba en serio o no ―dijo Draco, a su lado, mirando furioso a la pequeña enfermera, que se sonrojó violentamente ante sus palabras.
―¡Malfoy! ―exclamó Harry, en un vano intento por hacerlo callar. La mayoría del personal ya estaba acostumbrado a sus ácidos comentarios, y simplemente lo ignoraban, pero las enfermeras nuevas no.
Para su sorpresa, funcionó. Draco siguió atravesando a la chica con su mirada asesina, pero guardó silencio. Normalmente hubiese seguido despotricando durante cinco minutos hasta hacer que la pobre enfermera saliera corriendo en la dirección opuesta, pero debía de ser su día de suerte.
―Iremos a ver que quiere ―continuó Harry, en tono calmado ―. Gracias Cecile.
La chica le sonrió, agradecida, y sin dirigirle siquiera una mirada a Draco, se marchó en dirección a la sala de urgencias.
―Esto es una locura, y yo no tengo alma de suicida, gracias ―murmuró Malfoy, cruzando los brazos sobre el pecho.
―Que novedad ―exclamó Harry sarcásticamente ―. Haz lo que quieras, Malfoy, yo voy a ir.
Y sin esperar respuesta se encaminó a la salida. Y se dio cuenta, tarde, como siempre, de que ahora sí le había hablado. Al diablo con su perfectamente estudiado plan... Vale, de "perfecto" tenía poco, y no era exactamente un "plan", sino la arrebatada promesa de un momento de furia que, tenía que reconocerlo, se le había pasado hace rato.
Sonrió mientras caminaba, consciente de que Malfoy lo seguía, a pesar de las muchas protestas que seguía mascullando entre dientes a su espalda. Bien, quizás ahora le hablara, pero no tenía por qué hacerlo bien. Podía hacerlo sufrir un poquito más...
Cuando llegaron a la entrada del hospital, vieron inmediatamente al hombre que, varita en mano, parecía estar amenazando a todo el que pasaba por delante de él. Y lo reconocieron enseguida.
―¡Joder! ―exclamó Draco, a su lado ―. Sabía que era una mala idea, Potter, viene a vengarse.
Ahí estaba "el hombre de la varita", como lo conocía ya todo el hospital, y con cara de muy pocos amigos. Era evidente que no le había sentado nada bien la "atención" recibida en su visita anterior.
―Hace bien, está en su derecho ―le contestó Harry, sin mirarlo siquiera ―. Y que empiece por ti, por favor.
―Muy gracioso, Potter.
―No pretendía serlo.
―¡Eh! ―gritó entonces el hombre, interrumpiendo su incipiente discusión para recordarles su presencia y ahogando la previsible respuesta de Draco ―. ¡Vosotros dos, acercaos!
Harry y Draco se miraron, resignados. Harry se encogió de hombros en un claro gesto que decía "ya que estamos aquí...", y se dirigió hacia el hombre que los esperaba a unos cuantos metros, pegado a una de las paredes. Draco, por su parte, se cruzó de brazos, arqueando una ceja, y luego negó con la cabeza, siguiéndolo. Harry no necesitó oírlo en voz alta para saber que estaba pensando "Estás como una cabra, Potter".
Cuando ambos llegaron frente al lunático de la varita, este comenzó a balbucear de forma bastante incoherente, uniendo unas palabras con otras en un atropellado intento por insultarlos, o al menos eso pensó Harry. Sin embargo, no le había dado tiempo siquiera a averiguarlo cuando Draco exclamó irritadamente:
―Ya que tienes intención de dormirnos de aburrimiento, al menos que entendamos el discurso.
Harry puso los ojos en blanco, reprimiendo una sonrisa.
―¡Malfoy! ―volvió a decir, en menos de quince minutos, y con la misma intención que la primera vez: que se callara.
Funcionó de nuevo. Draco lo miró, hastiado por su interrupción, pero se mantuvo callado. ¿Desde cuándo Malfoy le hacía caso? Estuvo a punto de abrir la boca para preguntarlo, volviendo a olvidarse del hombre que tenía enfrente, pero antes de que pudiera hacerlo, este volvió a hablar.
―Perdón ―dijo, para asombro de ambos ―. Es que estoy algo nervioso.
Harry miró a Draco, elevando las cejas, casi preguntando "¿Estará bien de la cabeza?" y Draco le devolvió la mirada, negando casi imperceptiblemente.
Ahora sí que sonrió, y su gesto fue imitado por los labios de Draco. No era la primera vez, ni sería la última, que tenían ese tipo de conversaciones silenciosas, sobre todo cuando atendían juntos a algún paciente, o escuchaban alguno de los aburridos discursos del director. Era gratificante darse cuenta de que, aun en situaciones como esa, seguían siendo capaces de hacerlo. Ninguna discusión podía arrebatarles eso.
―Sí, bueno... ―volvió a balbucear el hombre ―. Es que no sabía a quién... bueno, recurrir. Y luego pensé que... ya que la otra vez... y alguien nuevo no... ―miró al suelo, antes de soltar atropelladamente ―: Vuelvoatenerunpequeñoproblemilla.
Y al oírlo, Harry y Draco no pudieron evitar volver a reírse como la primera vez.
~o0o~
Tras curar de nuevo al paciente ―de forma confidencial, para que nadie más se enterara de por qué había vuelto ―, Harry regresó a la cafetería de la quinta planta. Faltaba poco para el amanecer, y estaba bastante cansado, pero a pesar de todo no podía evitar pensar que la noche había merecido la pena. No por curar a incontables pacientes que no tenían nada mejor que hacer que ir a incordiarlos, ni por tener que volver a curar al "hombre de la varita", sino porque había hecho las paces con Draco. O bueno, más bien, porque a él se le había pasado por fin el cabreo. Draco, en realidad, ni siquiera se había enfadado.
Tenía que reconocerlo: no podía enojarse durante mucho tiempo con él. Se había acostumbrado a tenerlo cerca, y en cierto modo lo quería casi como a su mejor amigo. Era innegable que se divertían juntos.
―Estás aquí ―dijo la voz de Draco, a su espalda ―. Pensé que estarías cortándote las venas, o alguna idiotez muggle semejante, por haber tenido que ver ese espectáculo otra vez.
Llevaba un par de cafés en las manos, y dejó uno frente a él antes de sentarse a su lado.
―No me faltaron ganas, créeme ―le contestó, todavía sonriendo.
―Sí, nunca admitiré haberlo dicho, pero te entiendo. Hay gente que es más gilipollas de lo humanamente comprensible, está demostrado.
Harry asintió, en silencio, mientras tomaba su café. Durante unos instantes permanecieron así, callados, sin ni siquiera mirarse, saboreando el último café de la noche antes de largarse a casa. Era, para variar, bastante agradable, sin comentarios maliciosos ni bromas pesadas, sólo compartiendo un rato en silencio. Siempre que se paraba a pensarlo, le parecía mentira que se hubiesen llevado tan mal durante los años de Hogwarts cuando, a pesar de ser tan diferentes, podían entenderse tan bien. Por suerte era un error que había solucionado lo suficientemente pronto.
―Potter, Malfoy ―los llamó una voz desde la puerta de la cafetería. Al volverse, vieron que Blaise ya había llegado ―. Podéis marcharos cuando queráis, ya ha llegado el relevo.
Su sonrisa fue tan amplia que Harry no pudo evitar pensar en lo que Draco le había dicho en el ascensor: que probablemente habría echado un polvo gracias a ellos.
Volvió la vista hacia Draco y los dos se echaron a reír, ante la cara de desconcierto de Blaise. Con seguridad estaban pensando lo mismo.
Se levantaron de la mesa, despidiéndose del aún descolocado Zabini, para cambiarse de ropa y volver a sus casas. Esa noche había llegado a su fin, pero no sería la última, lo sabía muy bien.
Lo dicho, espero que os haya gustado.
Para cualquier duda, comentario o sugerencia, estoy a un review de distancia.
Besos,
Missi