Toujours aujourd'hui
(N/A: Holaaa, ¿cómo va todo? Pues nada, el otro día leí un fic de esta pareja y como que me dieron unas ganas enormes de ponerme a escribir uno yo también. Sí, sí. Al más puro estilo de niña de tres años [¡Buaaaaaaaaaahhhh! ¡Yo lo querooooo!] En fin ^^' pasemos al fanfic).
Por cierto, ninguno de los personajes ni el mundillo en que se mueven son míos, sino de Jotaká.
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Lo cierto es que es un infantil y todos lo saben. Sí, digan lo que digan, todos lo saben. Incluso él.
Y no, por una vez, Hermione no está pensando en Ron, aunque él también sea un inmaduro. Claro, que ella lo disculpa alegando que es más natural ser un crío con casi diecisiete años que con treinta y seis tacos a la espalda.
Hermione no se ha parado a pensar que, en realidad, nadie niega que Sirius sea infantil. Pero es que es un encanto (palabras textuales de Ginny) o nadie entiende cuál es tu problema, Hermione (palabras después de pasarlas por la censura de Harry, Ron y esas dos calcamonías pelirrojas y siniestramente…idénticas).
Y ella se frustra, claro que sí. En esos momentos sólo se siente comprendida por una persona en el mundo: la señora Weasly. Ni Remus, ni Tonks, ni el señor Weasly…Bueno, quizás un poco por Snape. Pero Hermione, que es una chica lista, se detiene a reflexionar sobre lo que acaba de pensar y se da cuenta de que es patético. Muy, muy lamentable.
Es realmente injusto, piensa Hermione, enfurruñada en un rincón de la biblioteca. A Sirius le basta con sonreír para que parezca que no ha roto un plato en su vida. Sonríe, dice un par de tonterías que nadie se cree, piensa Hermione sonrojada, y todo arreglado: los adultos le contemplan con indulgencia, la manada de pelirrojos y Harry se desternillan de risa, Molly le echa una mirada reprobatoria y Snape lo mira con desprecio desde una esquina de la habitación. Pero todo se arregla.
En realidad, Sirius tiene mucho de perro. Carismático, encantador. Vamos, que se gana a todo el mundo cuando quiere. Tiene madera de líder.
Hermione, en cambio, es más como los gatos. Más rarita ella…Aunque prefiere autodenominarse original. A pesar de que tenga razón (siempre) y los demás lo sepan, le cuesta Dios y ayuda que le hagan caso. Lo mismo le pasa a la gente con los gatos, que les tienen una tirria a los pobres…Como a Crookshanks. No, bueno, lo que pasa es que Crookshanks es feo, un callo de animal, como le dijo descarnadamente Ron el día que lo encontró, solo y resignado, en la tienda de animales.
Vamos, un poco como ella, se dice Hermione en los momentos en los que siente que tiene la autoestima por los suelos. Porque Sirius siempre sale del paso de la misma forma (nunca he conocido a una bruja de tu edad tan inteligente como tú y demás variantes) pero nunca le dice que nunca ha conocido a una chica de su edad tan guapa como ella. Probablemente porque, aparte de sonar como un pederasta, sería mentir descaradamente. Pero a Hermione le molesta igual.
Además, siempre se queda con las ganas de preguntarle si ha conocido alguna vez a una bruja más inteligente que ella. Sin eso de tu edad, que suena tan feo. Claro, que siempre se muerde la lengua, porque suena muy prepotente.
Y esta vez, ¿qué ha pasado? Pues lo de siempre. Lo único que pasa es que Hermione anda muy nerviosa y por eso esta vez le ha afectado más, se dice, intentando justificarse.
Sirius, con su manía de ser el centro de atención y tratar a Harry como si tuviera la misma edad que él, disfruta contando batallitas de sus tiempos de estudiante. Que si James era un donjuán y se magreaba a Fulanita, aunque, por supuesto, seguía fiel e incondicionalmente enamorado de Lily…A Hermione le da la impresión de que se está perdiendo algo. Es decir, si ella estuviera en el lugar de Harry pensaría que su padre era un capullo integral, no sonreiría ante los momentos de nostalgia de Sirius. Y si fuera Ginny, definitivamente no le daría una colleja leve a su novio y se reiría alegremente.
A Hermione se le nota, porque es muy evidente, y sobre todo Sirius lo nota, que el asunto no le hace nada de gracia. Porque Hermione no tiene ni idea de cómo piensan los chicos ni, en su defecto, cómo piensan las que se han criado entre chicos (Ginny). Y el padrino de Harry se lo recuerda amablemente, con una sonrisilla de lo más irritante en la cara, mientras el resto de troncha de risa.
El ceño fruncido de Hermione se hace más profundo, más severo. Dice que, entonces, los chicos no piensan de forma lógica. Y, como siempre, Sirius, con cierto retintín (o a lo mejor eso sólo son imaginaciones suyas), le responde la consabida frase que pretende halagar la inteligencia de nuestra protagonista pero que solamente la humilla, mientras guarda silencio y los demás se ríen.
Pero esta tarde no ha podido más. Porque es Navidad y ella no está con sus padres, porque está en una casa que ni siquiera le gusta, porque a sus antiguos propietarios les habría encantado despellejarla viva y ponerla a secar al sol (o al menos eso afirma el retrato de la madre de Sirius) y porque se siente distinta a todos. Muy sola. La única que mantiene los pies en el suelo mientras las cabezas de los demás flotan en un constante estado de ebriedad o una vuelta a la edad del pavo, no está muy segura. Claro, que de lo que sí está segura es de que, definitivamente, Sirius nunca salió de ella.
-¿Hermione?
Lo que faltaba.
Respirando con más frecuencia de la que debería, desliza una mano sobre la madera de la estantería y coge el primer libro que palpan sus dedos. Se encoge, dobla las rodillas y hunde la nariz entre las páginas, unas páginas que huelen a muchas manos distintas, a polvo y a humedad.
Los pasos tranquilos, largos, pesados (ella ya se sabe de memoria cómo son los pasos de Sirius), se acercan haciendo chirriar el suelo, así que disimula tratando de regular su respiración y trata de concentrarse en las letras que le bailan delante de la cara, aunque en realidad no las está viendo, porque sólo puede escuchar el sonido de esos pasos reverberando en sus sienes al mismo ritmo que los latidos de su corazón. Porque sólo puede ver la imagen mental de Sirius buscándola en la biblioteca.
En la biblioteca. Tiene que reconocer que es muy predecible.
-¿Hermione?
Sabe que está parado frente a ella porque su voz ha sonado muy cerca, así que no tiene sentido seguir fingiendo.
-¿Sí?
Hay que decir que Hermione nunca ha sido muy buena actriz.
Sirius reprime una risa ahogada al verla leer el libro al revés, pero no dice nada. No quiere que se pique más de lo que ya está.
-¿Estás enfadada?
Hay que decir que la sutileza nunca ha sido el punto fuerte de Sirius.
-No.
Pero él sabe que sí: se lo dicen muchas cosas. El mohín de reproche que se dibuja en los labios de Hermione, su infalible instinto masculino…Pruebas irrefutables.
No obstante, puesto que a ella no le da la gana de reconocer nada, no puede arreglar las cosas.
-Yo creo que sí que estás enfadada-afirma testarudamente mientras se recoloca la camiseta negra.
-No estoy enfadada-niega ella a su vez sin apartar los ojos de la camiseta.
-Ya.
Sirius tiene la exasperante sensación de que la conversación está llegando a un punto muerto.
-En serio, Hermione-Se agacha a su lado y pronuncia su nombre con mucha suavidad-. Sí que estás enfadada.
-Ah, pues nada-replica ella con voz de cabreo inminente-. Si tú lo sabes mejor que yo…
-Sí-dice Sirius hinchando el pecho.
La mirada de Hermione podría haberlo despedazado.
-Venga, no te enfades.
Esto es el colmo.
Hermione se levanta hecha una furia y le tira el libro a Sirius, que se protege la cabeza con un brazo.
-¡Eh!
-¡Estoy harta, Sirius!-Está harta de que la trate como una niña con una rabieta, pero no lo dice-. ¡Déjame en paz!
Sirius observa medio furioso y medio desconcertado cómo Hermione echa a correr hacia la puerta. Pero él es más rápido.
-¡Hermione! ¡Deja de portarte como una cría!-ruge cogiéndola fuertemente del brazo.
Sus ojos se humedecen un poco. No porque le importe, ni nada, sino porque se siente humillada. Le da vergüenza que la vean como una niña pequeña. En el fondo, Hermione quiere que Sirius tenga una buena opinión de ella.
-¿Yo? ¿Cría? ¡Tú eres el único crío aquí!-le chilla con la voz muy aguda mientras trata de soltarse.
-¿Quieres hacer el favor de observarte?-dice Sirius con un tono muy ronco.
Hermione deja de moverse y respira agitadamente mientras sus ojos amenazan con llenarse lágrimas. De rabia, ¿eh? No de otra cosa.
-Sirius, suéltame-le exige fríamente, con la barbilla alzada.
-Si vas a madurar, por mí de acuerdo…-murmura él con furia.
Y es que se siente culpable. Tampoco mucho. Es sólo que sabe que, últimamente, a pesar de considerarla la bruja más inteligente de su edad, ha estado intentando hacerle rabiar cada vez que ha tenido la oportunidad.
No es nada personal. O, bueno, quizás sí. Porque le repatea que le trate con desdén, como si fuera un inmaduro, aunque se comporte como tal. Porque él siempre anda echándole piropos a su inteligencia (en serio, es que es muy inteligente) y ella sólo sabe mirarlo con reproche, como una versión en miniatura (y mucho más agraciada) de Molly Weasly.
Ella parece seguir esperando a que Sirius la suelte, aunque no lo mire con esos ojos increíbles de miel que tiene. Como los de los gatos pero más dulces, no tan amarillos y fríos. Él aparta los dedos de su brazo con cierta dificultad. Tiene la piel suave. Y no se encuentra del todo cómodo pensando eso de la piel de Hermione.
-Mira, sé que te jode-Hermione levanta la vista, escandalizada-, que te traten como a una cría, así que ya sabes qué sentimos los demás.
-Sirius-Está enfadada, eso seguro. También furiosa, dolida, humillada. Pero está empezando a ser consciente de lo arrogante que puede llegar a ser a veces. Al menos, eso espera Sirius-, tú te comportas como un crío.
Él la mira con las cejas enarcadas. Le parece increíble que encima intente justificarse echándole a él las culpas.
-Creía que tenías buena memoria, pero creo que estaba equivocado: si no recuerdas la pataleta que me acabas de montar hace dos minutos escasos…-Sale de la biblioteca dejando a Hermione sola. Hecha un basilisco. Y también muy herida. De pie en medio de las estanterías con un libro abierto en el suelo.
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-Harry, ¿me pasas la sal?
Harry mira con cara de circunstancias al otro lado de la mesa.
-Sirius…me queda un poco lejos. ¿Por qué no se la pides a Hermione?
Nota la mirada de Sirius fija en ella, como si no fuera a pedirle el salero, sino a saltar sobre la mesa hacia su yugular. Intenta tranquilizarse y mirarle de la forma más inexpresiva posible.
-Muy bien-dice con una sonrisa torcida-. Hermione, ¿me acercas la sal?
Se encuentra en una encrucijada. Si le dice que sí, tendrá que pasarle la sal a ese desgraciado inmaduro, y si le dice que no, demostrará que ella es la inmadura. Toda una decisión.
Finalmente lo hace, aunque sin mirarle. Es un consuelo bastante pobre, pero la dignidad de Hermione está realmente necesitada.
Después de comer, Hermione se plantea subir a la biblioteca mientras los demás se quedan en el salón, pero piensa que eso es muy propio de ti, Hermione (dicho con la voz de su amigo pelirrojo). Así que coge un libro de su cuarto y se cuela en la habitación de Harry y Ron. Se sienta bajo la ventana y abre el libro.
Cuando oye unos pasos subiendo las escaleras, intenta no darles importancia. Tampoco cuando oye una serie de pisadas largas, pesadas, que se dirigen al final del pasillo, esto es, a su cuarto.
Se alegra de haberse escondido en la habitación de Harry. Escondido. Qué palabra tan fea. Nada propia de una Gryffindor, se lamenta Hermione.
/…/
Desde ese día, Sirius sigue un mismo patrón estratégico que consigue sacar de quicio a Hermione. Ya sea la sal, el agua, el pan, una servilleta…Da igual. Cuando se sientan a la mesa, Sirius siempre tiene algo que pedirle
La cena del tercer día llega incluso a decirle que le acerque un tenedor, mientras empuña el suyo alegremente.
Si los demás se dan cuenta de su comportamiento, no parecen dar señas de ello. Y Hermione ya empieza a hartarse.
El cuarto día, al mediodía, la señora Weasly acerca gracias a su varita los platos y las fuentes de comida, mientras mira a Sirius con cierto resentimiento.
-Me he asegurado que esta vez esté bien de sal, Sirius.
Hermione le echa una mirada de triunfo que se borra al ver al animago sonreír con desfachatez.
-No te preocupes, Molly. Es que para estas cosas soy muy especial.
-Nadie lo niega. Es sólo que me ha sorprendido que empieces a serlo ahora
Sirius se remueve, incómodo, y piensa que la expresión de Hermione es de lo más irritante.
A los pocos minutos, como de costumbre, el padrino de Harry empieza con su rutina recientemente adquirida.
-Hermione, ¿me pasas una servilleta?
A su alrededor, los gemelos y Harry se ríen a carcajadas mientras Mundungus palmea el hombro de Ron. Lupin y Tonks se sonríen de extremo a extremo de la mesa y los señores Weasly y Moody parecen confabular en secreto.
-Sirius, la tuya todavía está sin us…
Rápido como el viento, coge la servilleta que está a un lado de su plato y la estruja sin compasión.
-Vaya…
¿Vaya? Vaya capullo que eres, piensa Hermione. No sabe a dónde quiere llegar con tanta tontería. Lo fulmina con la mirada. La situación le da rabia, pero también le duele.
Coge una servilleta con la punta de los dedos, como si le diera un asco terrible, y se la acerca con un mohín de disgusto. Sirius estira el brazo para cogerla y roza sus dedos intencionadamente. Despacio.
Hermione lo mira con los ojos abiertos como platos mientras un vértigo torrencial le trepa hasta la boca. Contiene la respiración y aparta lo mano, como si quemara.
A su alrededor, Grimmauld Place sigue su curso. Como si el mundo no acabara de pararse en seco hace apenas dos segundos.
Hermione, de repente, olvida que el mundo sigue girando, totalmente inconsciente al cataclismo que ha visto la luz entre sus dedos y los de Sirius. Al menos debe de haber olvidado que todo sigue como antes, porque se levanta bruscamente en medio de la mesa. Y todos la miran, sorprendidos.
Rápido. Piensa, Hermione.
-No me siento muy bien-explica poniendo cara de pena-. Me voy a mi cuarto.
Sale de la cocina reprimiendo las ganas de echar a correr hacia las escaleras y, al llegar a los peldaños, sube lentamente. Casi como si le diera igual.
Casi, ¿eh?
Al llegar a su habitación, arrastra una silla y la coloca frente a la puerta. Probablemente no logre detener a Sirius si este se propone entrar, pero por lo menos le puede dar tiempo. Al menos espera que sepa captar la indirecta.
Se arrodilla junto a la silla y hunde la cabeza entre sus brazos.
Hermione no es tonta. Además, para qué engañarnos, ha leído de todo. Incluso de lo que no debería. Por eso tiene una idea aproximada de lo que el calambre (como lo llama en su fuero interno) puede ser. Y está aterrorizada.
Hermione adora las listas, así que coge uno de sus cuadernos, lo abre y enumera las razones de su temor. Sabe que ver las cosas escritas le quita mucho hierro al asunto. Lo dice por experiencia.
A ver:
1º Ha sentido vértigo cuando ha ROZADO a Sirius.
2º Tiene una idea aproximada de lo que puede significar 1º
3º Decididamente no quiere tener ideas aproximadas de las consecuencias a las que puede llevar 1º
4º No sabe si sus intenciones eran esas, pero lo que está claro es que Sirius la ha ROZADO a propósito.
5º Algo preocupante: se le ocurren un par de causas para 4º
6º Algo aún más preocupante: desea fervientemente y contra toda lógica que ciertas posibles causas de 4º sean ciertas.
7º Ha salido por piernas en cuanto ha pasado 1º
8º Eso significa que Sirius o ha pensado que es una cobarde o se ha dado cuenta de que 7º significa que se ha dado 1º, lo cual le llevaría irremediablemente a 2º
Hermione ha escrito la palabra ROZADO en mayúscula para demostrarse a sí misma que sólo ha sido eso, una tontería. En resumen, para quitarle importancia. El problema es que no ha salido como esperaba (si es que quiere decir algo el hecho de empezar a sentir un cosquilleo en las yemas de los dedos).
En fin.
Diagnóstico: Suicidio.
En ese mismo momento, la madera de la casa de los Black cruje bajo unas pisadas y el picaporte chirría, signo inequívoco de que alguien está intentando entrar a su habitación. Vamos, Hermione, que no cunda el pánico.
-¿Hermione?-susurra la voz ronca, firme, de Sirius Black.
Diagnóstico: Suicidio urgente.
-¿Qué?- Quizás ha sonado un poco seca, pero es que lo que menos le apetece en ese momento es ponerse a hablar con Sirius.
-Abre.
-Es que estoy muy cansada, de verdad. Ya hablaremos luego- Hermione a veces se olvida de que se le da muy mal mentir.
-Hermione-la voz de Sirius suena como si estuviera empezando a impacientarse-. Abre-la-puerta.
Suspira y clava las uñas en la silla. Casi puede imaginárselo, con el ceño fruncido y la mandíbula tensa. Apoyando una mano en la pared.
-¡Hermione!
No tiene escapatoria, sólo dos opciones: negarse a dejarle pasar y atrincherarse ahí dentro –esta está irremediablemente abocada al fracaso– o abrirle y fingir que no ha pasado nada. Lo cual, Hermione no se engaña, tiene exactamente las mismas posibilidades de fallar –o más–. Al fin y al cabo, ella nunca ha sabido fingir.
-Hermione- La voz de Sirius deja entrever un inminente enfado que hace que se encoja en el suelo. Por una vez en su vida, parece que su mente analítica y lógica no puede sacarle las castañas del fuego-. Abre la puerta de una puta vez si no quieres que la eche abajo.
Tal vez ha sido por el taco –Hermione los odia– o quizás porque la ha amenazado. No lo sabe muy bien, pero tampoco es que importe mucho: el caso es que se siente repentinamente furiosa y rebelde. Y no va a morderse la lengua.
-¡Haz lo que te dé la gana!-le grita-. ¡Al fin y al cabo es tu casa!
Sirius no espera a que se lo diga dos veces. Al menos eso deduce ella al sentir temblar la puerta bajo el impacto de algo que parece pesar bastante. Con esa testarudez y temeridad que los Gryffindor tanto veneran, Hermione se aferra a la silla y la aprieta contra la puerta a pesar de las sacudidas.
No son necesarios muchos intentos para que la puerta se abra con un chasquido y Hermione, con silla incluida, salga disparada hacia atrás.
Sirius, con el pelo ligeramente revuelto y la respiración agitada, ha irrumpido en la habitación.
Lo primero que hace es cerrar de un portazo y avanzar a grandes zancadas hacia ella, que trata, sin éxito, de levantarse del suelo antes de que él llegue a donde está. Sirius la agarra de la muñeca y la levanta de un solo brazo. Hermione tiene momentáneamente la impresión de que le va a dislocar el hombro y ahoga un grito de asombro y dolor.
Eso parece calmar a Sirius. Pero no mucho: lo justo para que le apriete con menos fuerza y la mire fijamente.
-¿Se puede saber qué te propones?
-Eres tú el que ha echado la puerta abajo-puntualiza Hermione, apelando a su sentido común. Es lo único que puede hacer ahora que siente los dedos cálidos de Sirius en torno a su muñeca.
-Te lo advertí-replica apretando los dientes, como un perro a punto de gruñir.
-Me amenazaste-corrige Hermione, con ese tono de marisabidilla que sus dos amigos tanto odian. Quizás sólo lo use para picarle, quién sabe. Está demasiado enfadada como para autoanalizarse.
-No te hagas la víctima-responde él con rabia, como si escupiera las palabras.
Durante un instante, Hermione se asusta. Es decir, sabe que Sirius nunca le haría daño pero, por otro lado, él es demasiado grande. Le saca al menos una cabeza y tiene los hombros el doble de anchos que ella. Eso sin contar con que últimamente están pasando cosas extrañas entre ellos: cosas que ni ella comprende y que hacen que, de repente, cualquier cosa sea posible, incluso que Sirius sea peligroso. Casi tanto como se lo pareció cuatro años atrás, aquella noche de luna llena en la Casa de los Gritos.
Hermione se revuelve inconscientemente contra el calor de la mano de Sirius, que la suelta como si quemara. Como si no se hubiera percatado hasta ese momento de que la tiene sujeta.
-Bueno, ¿qué quieres?-pregunta bruscamente. Lo mejor es acabar la discusión cuanto antes.
-Que madures-responde Sirius con una sonrisa torcida. Escalofriante, piensa Hermione-. Que dejes de comportarte como una cría y dejes de preocupar a todos con tus tonterías.
-¿¡Qué!?-Definitivamente ha dio demasiado lejos-. ¿Quién es el que me vuelve loca a la hora de las comidas pidiéndome cualquier cosa? ¿Quién no acepta que, por el motivo que sea, no quiero hablar con él? ¡¿Quién ha echado la puerta abajo?! ¡¡Tú!! ¡Así que ni se te ocurra acusarme de inmadura!
Sirius la observa, mortalmente serio.
-¿Y quién se enfada por cualquier cosa? ¿Quién ha decidido encerrarse en una habitación? Me parece que has sido tú, Hermione-replica sombríamente.
-¡Yo no me enfado por cualquier cosa!
Pero Sirius ya no la escucha: observa disimuladamente el cuaderno escrito que hay en el suelo, junto a la silla.
-A mí me parece que sí.
-Agghh-Hermione se lleva las manos a los ojos y se los frota de pura desesperación. Sirius está más irritante que nunca-. Pues perfecto, ¡pero déjame en paz!
Él oye como la puerta se cierra al salir ella y frunce el ceño. Todo es tan complicado…, piensa agachándose a recoger el cuaderno. Porque no, definitivamente, no está bien que sienta cosquillas en los dedos cuando toca a Hermione.
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No es hasta después de darse un buen baño de agua caliente (no tan largo como le habría gustado, pero no está dispuesta a quedarse mucho tiempo en una habitación lóbrega y mugrienta como es el aseo de los Black, llena de cuadros en los que muggles, sangres sucia y traidores a la sangre son masacrados) y salir de puntillas hacia su habitación con la gigantesco albornoz rosa que tiene desde los seis años y que, por misterios de la vida, le sigue quedando enorme, cuando se da cuenta de que a dejado a Sirius sólo en su habitación. Es decir, espera que no siga allí. Pero eso no es lo que más le preocupa. Ha dejado a Sirius con sus cosas. Con el cuaderno. El maldito cuaderno debajo de la silla.
Hermione se detiene en medio del pasillo y se lleva las manos a la cabeza. ¿Cómo ha podido? Es decir, cuando se enfada sabe que su capacidad de raciocinio pierde puntos a marchas forzadas, pero eso ha sido la mayor estupidez que ha cometido en su vida. Quizás, con un poco de suerte, Sirius no es un cotilla y ahí no ha pasado nada. Pero Hermione, que en los primeros momentos de la desgracia suele pecar de pesimismo crónico, se teme lo peor.
Y no se ha equivocado. El cuaderno no aparece por ninguna parte. Ni debajo de la cama, ni el suelo, ni en los cajones…Nada. Ella siempre ha sido muy organizada, así que sólo queda una explicación posible. Puede ir a pedírselo a Sirius pero si se lo ha llevado es para leerlo y Hermione se dice que no podrá mirarle a la cara si ve lo que ha escrito. Se moriría de vergüenza. Se deja caer de espaldas sobre la apolillada colcha y mira la madera el techo. En el piso de arriba está la habitación de Sirius. Si tuviera los poderes de Matilda (que Hermione sabe que se llaman telequinesia) todo estaría arreglado. Pero, a pesar de su propia magia, descubre que las cosas no son tan fáciles
/…/
Un piso más arriba, Sirius está tumbado en la cama y pasa cuidadosamente las hojas del cuaderno. Hay muchas cosas apuntadas en él, desde listas interminables de deberes hasta razonamientos lógico-deductivos que abarcan los más variados temas, incluyendo las disertaciones ante la falta de madurez de cierto pelirrojo y un ensayo completo sobre las posibles causas de que los dos gemelos terminen sus frases mutuamente. También hay unas cuantas hojas que son un diario y cuentan con desgarradora y torrencial emoción algunos de los cabreos más fuertes que ha tenido Hermione con sus dos mejores amigos. Interesante.
Y a su lado, sobre el edredón, está la dichosa hoja que ha vuelto su mundo patas arriba. La ha arrancado por precaución y porque…qué más da. Sirius Black nunca ha necesitado autoanalizarse.
La ha leído. De cabo a rabo. Unas siete veces. Y, como tiene tan buena memoria, se le ha empezado a quedar. Incluso se acuerda de cómo comienza.
La primera vez, se desternilló de risa, desde la primera frase hasta la última, con esa risa suya tan áspera y profunda. Esta Hermione…
La segunda vez volvió a sentir un cosquilleo en la punta de los dedos, por el tono de confusión de Hermione y la palabra ROZADO en mayúsculas. Aunque eso también le daban ganas de reír y, un poco, de ponerse a chillar como un loco. Hacía años que no se sentía así de vivo.
La tercera vez, tuvo ganas de ir a la habitación de ella, restregárselo un rato, burlarse de ella y luego besarla otro rato más, como quien no quiere la cosa.
La cuarta vez, pensó que era un pederasta depravado y que debería estar en Azkaban (y aquella vez sí sería justificado).
La quinta vez, tuvo que reconocerse que ella también era un poco lolita.
La sexta vez se dijo que era mejor olvidarse de todo y hacer como si nada hubiera ocurrido. Dejaría de marearla a la hora de las comidas y ella, probablemente, dejaría de tratarle como a un crío. Porque, a esas alturas, ella ya debía de saber que el cuaderno había desaparecido. Y también sabía que él había sido la última persona en entrar en su cuarto. Y como es la bruja más inteligente de su edad, no le costaría mucho atar cabos. Estaría histérica, nerviosa como un animalillo acorralado y furiosa como la leona Gryffindor que era. Por algún motivo, se sintió orgulloso de ella.
La última vez que lo leyó, tomó una decisión que le daría la vuelta a todo. Era una decisión difícil, porque ella sólo había tenido un novio (que él supiera), ese jugador búlgaro cejijunto, y también porque estaba un poco confusa con respecto a sus sentimientos. ¿Y quién sabía cómo podría reaccionar una Hermione confundida? Sirius sonrie enseñando los colmillos y la imagina como mantequilla en sus manos.
Mierda, soy un puto depravado.
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¡Es un estúpido! Hermione ya no está tan segura de que Malfoy sea el peor espécimen que se haya cruzado en su camino. Al chico Slytherin, por lo menos, puede ignorarle. Pero ante Sirius es imposible mantener la indiferencia porque es pesado, insistente, tenaz, testarudo y absurdamente orgulloso. Y un inmaduro, por supuesto.
No obstante, piensa Hermione mientras Crookshanks le lame una lágrima que se desliza por su mejilla (sí, al final ha acabado llorando), ella es aún más persistente que nadie que haya conocido y va a demostrarlo. Sencillamente, no piensa dejar que Sirius le haga la vida imposible.
Pero, definitivamente, lo que Hermione no se espera es que, al salir de la habitación –bastante más calmada que cuando entró, todo hay que decirlo, aún un poco nerviosa pero dispuesta a enfrentarse a todo –, sea el padrino de su mejor amigo quien la ignore.
Se ríe, habla con los pelirrojos, cuenta anécdotas… Vamos, un poco lo de siempre. Pero no le hace ningún caso, como si no hubiera pasado nada, como si no se hubiera llevado el cuaderno ni lo hubiera leído. Ni siquiera la mira, y a lo mejor es por eso, una manera de poner distancias. Hermione tiene la impresión de que se ha puesto la capa invisible de Harry y ha olvidado quitársela. Lo más aterrador de eso es que sabe que no puede ser cierto. Se siente más sola que nunca.
Arrastrando los pies y con su gato a la zaga, Hermione entra en la cocina y se ofrece a echarle una mano a la señora Weasley con el bizcocho que está haciendo para merendar. Pero, al parecer, ella tampoco la necesita.
Una vez en su cuarto decide ponerse a memorizar cualquier libro de texto porque así, mientras hace algo útil, evita la tentación de echarse a llorar por algo que, al fin y al cabo, no es más que una tontería y se impide tomar decisiones precipitadas –como, por ejemplo, la de volver en ese mismo instante a su casa, con sus padres. Con la seguridad de que allí la quieren y la necesitan–.
/…/
Esa noche, Hermione baja pronto a cenar. Ayuda a la señora Weasley a poner la mesa y se sienta en una de las sillas que están pegadas a la pared.
Con una pared a la espalda derrumbarse siempre parece más cómodo.
Luego se oyen las voces de todos murmurando en voz baja al cruzar el vestíbulo (no conviene irritar a la madre de Sirius). Harry entra el primero y, con una sonrisa radiante, se sienta enfrente de Hermione. Ginny se sienta al lado del "niño que vivió", para variar –Hermione está convencida de que hacen "manitas" por debajo de la mesa– y Ron, con los gemelos. Quedan varios sitios libres, pero el que se encuentra justo a la derecha de Hermione es el que elige Sirius. Ni siquiera la mira, pero se sienta a su lado.
Y Hermione se siente terriblemente confusa.
Después de estar unos segundos mirándole desconcertada, recuerda la decisión que había tomado de ignorarle. Bueno, es hora de ponerla en práctica.
La cena se desarrolla con normalidad y parece que Sirius, en esta ocasión, no tiene nada que pedirle. Hermione podría asegurar que es una buena noticia, pero por algún motivo sólo puede sentir rabia.
Cuando siente el roce de algo suave en el tobillo piensa que sólo puede ser Crookshanks, que anda mendigando algo de comida por debajo de la mesa. Pero Hermione no va a echarle de allí, porque lo cierto es que el pobrecillo hace mucho ejercicio. Y no, no va a recordar los comentarios de Ron acerca de tu gato se está poniendo como una bola.
La segunda vez, piensa que, sin duda, a Harry y a Ginny, con la emoción del momento, se les ha ido un poco el pie.
La tercera vez… Bueno, no tiene mucho tiempo de pensar en una posible hipótesis antes de que una mano grande, con los dedos largos, se pose tranquilamente sobre su pierna derecha.
Hermione ahoga un grito.
/…/
Os cuento: internet me va muuuuy mal últimamente, así que le había pedido a una amiga que me subiera ella el documento desde mi cuenta. El caso es que cogió y envió la última versión de la historia, es decir, la que incluía parte del segundo capitulo (y que era lo ultimo que yo le había mandado). Así que gracias a alguien que me avisó con un review (ahora no caigo en el nombre, luego lo miraré y se lo agradeceré en plan bien) voy a editar el capítulo y ya subiré el segundo, aunque ya habéis leído el principio XD
En fin, ya sabéis u.u si queréis segunda parte, reviews XDD (se aceptan sugerencias)
