Err… *Chezire aparece esquivando tomatazos y… ¡ey! ¿¡eso es un cuchillo!*

Bueno, estoy que se me cae la cara de vergüenza después de tantísimo tiempo sin actualizar ^^' Podría poneros mil excusas y recurrir a la casi-muerte de una persona muy cercana a mí para aplacar vuestras iras, pero creo que lo mejor que puedo hacer para disculparme es terminar esta historia de una vez ^^' Sí, lo habéis adivinado, este es el último capítulo (y, por cierto, me ha tocado poner las cosas serias y dejarme de humor, que al fin y al cabo tocan reconciliaciones u.u).

Todo excepto la historia le pertenece a JK u.u Y no, no soy JK (si lo fuera, Snape no habría muerto T-T).

SBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHG

Están muertos.

Muertos. Asesinados. Bajo tierra.

Y no sólo están muertos, sino que además es culpa tuya. No merece la pena que intentes negarlo; no merece la pena que trates de cargarles la responsabilidad a otros. La culpa es tuya y sólo tuya. Es tu culpa. Eres un asesino.

¿Qué has hecho?

Te equivocaste en todas tus sospechas. Con lo obvio que era. Tu estupidez les ha matado. Querías ser valiente, pero lo que eres es un gilipollas, además de un asesino. Gilipollas. No te agarres a "ni siquiera Dumbledore se dio cuenta". Eras tú el que tenía que atar cabos. Eras tú el único que podía salvarlos. ¿Qué has hecho?

¿Qué has hecho?

A lo mejor también es por tu sangre. Porque, seamos, realistas, tienes una herencia genética más negra que tu apellido. Hablando de tu familia, también fue culpa tuya lo que ocurrió con tu hermano. Lo sabes, ¿verdad? Cobarde. Siempre acusas a otros de lo mismo, como si tú fueras más valiente, o mejor. No eres más que un gilipollas que siempre acaba huyendo, que siempre actúa antes de pensar. Cobarde. Tú los has matado.

Hay algo sin nombre al otro lado del mundo con una boca negra que quiere sorberte el alma. No puedes escapar. Eres culpable. No puedes escapar. El otro lado del mundo está tan cerca de ti que sientes su olor a podredumbre y miedo. Ah, no. El miedo es tuyo. La culpa también.

Hay una mano helada que se te agarra al pecho, como por dentro, y se lo va tragando todo. Asesino. Cobarde. Eres tú el que deberías estar muerto.

Muere.

Al fin y al cabo, ellos (todos ellos) están muertos.

SBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHG

Sirius se despierta y se incorpora rápidamente en la cama mientras tiembla violentamente. Se pasa las manos por la cara varias veces, intenta despejarse. La habitación parece más oscura que de costumbre a su alrededor, como si se lo hubiera tragado un abismo sin fondo, como si otra vez estuviera…

No, es mejor no pensarlo.

Está bañado en sudor, así que quizás debería darse una ducha fría, ser consciente de que, de nuevo, está atrapado en esa casa que parece que no lo va a dejar ir nunca. Tiembla. Imposible no temblar.

Finalmente se levanta de la cama. Al fin y al cabo, cualquier cosa es mejor que permanecer hecho un guiñapo de miseria y llanto, como cuando estaba en… No, no pienses. Patético. Mejor levantarse. La idea de la ducha cada vez le parece más atractiva.

Lumos —murmura. Y las sombras retroceden lo justo, como si acecharan desde las esquinas.

En el pasillo, el suelo cruje y chirría, y a Sirius le da la impresión de que va a despertar a toda la casa. Las paredes parecen más altas y los cuadros, más siniestros. El número 12 de Grimmauld Place contiene la respiración como si algo sin nombre observara en silencio. Sólo un recuerdo, tanto miedo.

Una vez en el baño, Sirius casi espera que el agua del grifo salga negra, sin fondo, y él se ahogue en sus profundidades. Pero no es cierto. El agua de la ducha sale transparente y, de algún modo, parece ir limpiando todo poco a poco.

Al final, queda una tristeza honda.

¿Y qué hago yo ahora? ¿Quién soy yo?

SBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHG

Vaya noche de perros.

Hermione no lo decía por Sirius en especial, pero lo cierto es que la frase le va al pelo. Crookshanks también parece opinar lo mismo, porque mira a su alrededor con los ojos entrecerrados mientras mueve la cola de un lado a otro, lentamente. Resulta obvio que el gato está molesto con la situación.

Ella en cambio está devastada, cansadísima, como si la hubieran drenado por dentro. Tiene ganas de decirle a Sirius que sí como a los tontos y que el mundo la deje tranquila durante unos cuantos días, eso es todo.

Vaya noche de perros.

Hermione suspira, decidida a no darle más vueltas al asunto. Sin embargo, sabe que le esperan largas horas de insomnio por delante.

Maldito Sirius.

SBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHG

La mañana siguiente amanece silenciosa y fría, y Hermione desayuna un café solo y una tostada, porque no tiene ganas de más. Después sube al tercer piso, pasa de puntillas junto a la puerta de la habitación de Sirius y entra en la biblioteca.

Es consciente de que realmente ha actuado como una cobarde, y de que debería haberse mordido la lengua a tiempo, pero también sabe que no todo es culpa suya, y que Sirius realmente debería crecer, y superar… Claro. ¿Hasta qué punto se puede superar una estancia de doce años en Azkaban? Al final, la discusión del día anterior sólo le ha dejado un recuerdo amargo y horrible, como algo que se pudre en la oscuridad de un armario viejo y abandonado.

No es hasta unos minutos después, mientras rebusca entre las estanterías algo de lectura con la que entretenerse y que el día pase cuanto antes, por favor, cuando se da cuenta de que en una esquina, junto a la pared, hay una sombra enorme que respira pesadamente, como si cargara un peso en el pecho. Y Hermione de pronto sabe cómo se sintió Harry en su tercer año. Aún sabiendo que el perro no es un augurio funesto, sigue pareciéndole amenazante, como recién salido de una pesadilla. Y no puede evitar retroceder, mientras el corazón le late con fuerza.

Es entonces cuando recuerda las palabras de Sirius, cobarde. Y se dice que ya es hora de demostrar que en el fondo se merece pertenecer a Gryffindor, aunque, se asegura, no lo haga porque le importe la opinión de él. Por supuesto que no.

El perro está dormido, encogido como si alguien hubiera intentado pegarle y él se hubiera rendido al sueño tras aguardar durante horas en la misma postura a que le llegara el golpe. Qué injusto, piensa Hermione. Qué injusto que sea a la vez tan cruel y tan frágil. No hay derecho.

Ella se deja caer junto al animal y entierra los dedos en su sedoso pelaje. Le rasca detrás de las orejas y entre los ojos, y el perro se mueve inconscientemente hacia ella, buscando más caricias. ¿Por qué tiene que ser todo tan complicado?

Sirius no tarda mucho en despertar, y en cuanto se da cuenta de en qué situación se encuentra, se levanta de un salto y se pone en posición defensiva, con todo el pelo del lomo erizado y los dientes al descubierto. Hermione, sin embargo, no se mueve.

—Sirius, quiero hablar contigo.

El perro gruñe.

—Por favor.

En el lugar donde antes se encontraba el animal aparece un hombre alto, con los hombros anchos y los ojos más grises que Hermione haya visto nunca. Se da cuenta de que probablemente también es el hombre más atractivo que haya visto nunca. Y él no deja de mirarla con una mueca fría que le recuerda vagamente a la expresión de Malfoy cuando la llama sangre sucia.

—Creía que ya estaba todo dicho —Y el desprecio en su voz y en sus gestos es tan obvio, tan explícito, que a Hermione se le llenan los ojos de lágrimas.

Aun así, responde:

—Quiero arreglar las cosas.

—Pues ya no tiene arreglo —replica él bruscamente, antes de abandonar la biblioteca.

Hermione se queda allí, sentada en el suelo, confusa. Sin tener ni idea de qué es lo que debe hacer, mientras no puede evitar preguntarse de nuevo mierda, ¿por qué todo tiene que ser tan complicado?

SBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHG

Sirius siempre ha sido impulsivo. Demasiado, es posible, pero nunca hasta los extremos que alcanza cuando se trata de Hermione.

También es posible que se sienta culpable.

A pesar de que cuando les habló de Azkaban a su ahijado y a sus amigos les dijo que la certeza de que era inocente era algo que los dementores no habían podido arrebatarle porque no era un pensamiento feliz, lo cierto es que ha pasado muchísimo tiempo culpándose, porque, en el fondo, no puede evitar sentirse responsable. La única forma que encontró de salir de aquella espiral de remordimientos fue culpar a otros. A Voldemort, a Remus, a Peter, a Snape, a Dumbledore. A cualquiera. Y una vez fuera de Azkaban ha seguido aferrándose a esa estrategia con uñas y dientes porque a veces, cuando todo parece muy negro, es como si fuera la única solución posible. Se siente un poco cobarde.

Sirius irrumpe en la cocina, diciéndose que comer algo le calmara la rabia que siente por dentro. En una de las sillas está sentado Remus, pero él no saluda, no está de humor, y el licántropo sabe (al igual que sabía que, si James se pasaba más de media hora sin alborotarse el pelo con una sonrisa arrogante, era porque Lily había vuelto a rechazarlo otra vez) que algo ha ocurrido para oscurecer de esa manera el temperamento del animago. Y es posible que sospeche por dónde van los tiros.

—Buenas, Sirius —tantea Remus, mientras se mira las uñas distraídamente.

El animago gruñe, molesto, mientras trastea en la alacena.

—¿Qué tal has dormido?

—¡Vamos, no me jodas, Lunático! ¿Desde cuándo te preocupan esas mariconadas? Pareces Molly —le ladra Sirius, volviendo la cabeza para mirarle con una mueca.

—Sólo preguntaba —se justifica Remus, encogiéndose de hombros.

Sirius, que ha terminado de saquear la cocina, empieza a engullir casi sin masticar todo tipo de bollería, pan y embutido. El silencio, roto por el ruido que hace él al tragar, se vuelve de algún modo tenso.

—No sé, Canuto, últimamente estás más raro que…

—Como digas que un perro verde, te echo una maldición —le advierte Sirius, frunciendo el ceño de manera amenazante. Gruñe—. Y sabes que lo hago.

—Dejémoslo en que estás raro —replica el licántropo—. Y el caso es que sé… Bueno, no. No sé muy bien en realidad…

—Aclárate.

Remus suspira.

—¿Qué te pasa con Hermione, Sirius?

El animago deja de masticar durante un segundo y tensa mucho la espalda, y Remus sabe que ha dado en el clavo.

—No sé a qué te refieres.

—Creía que entre merodeadores no nos mentíamos.

Sirius deja escapar una risotada cínica y se vuelve hacia su amigo con ojos tormentosos.

—Ya no quedan merodeadores. No tenemos diecisiete años, Remus —replica amargamente—. Aunque yo a veces siga comportándome como si tuviera veinte.

—¿Es por eso? ¿Porque Hermione te dice que eres un inmaduro? —pregunta el licántropo, que no quiere desaprovechar la ocasión de indagar.

—Y todos lo pensáis, ¿no? Que debería crecer de una vez, que no debería seguir como anclado en el tiempo. Creía que entre merodeadores no nos mentíamos.

—Pensé que podrías necesitar tiempo, después de…

—Han pasado tres años. ¡Tres putos años desde que salí de Azkaban! Y durante todo ese tiempo me he estado comportando como el mismo capullo de siempre. Como si no hubiera pasado ni un solo día desde que mataron a Lily y a James. Como si esos doce años en la cárcel no hubieran sido más que una pesadilla. Joder. A veces parecen tanto una pesadilla…

—Canuto, escúchame —le dice Remus mirándole a los ojos—. Tienes toda la vida por delante. Tienes a Harry.

—Sí, y llevo doce años de retraso en madurez. ¿Cómo pretendes que me ponga al día?

—Con calma —responde el hombre lobo, suspirando. Luego frunce el ceño y añade—: Pero no termino de ver la relación de Hermione con todo esto.

Sirius se tensa y, tras cruzarse de brazos, desvía la mirada, a la defensiva. Y Remus no puede evitar sorprenderse porque, a pesar de todo, hay como un brillo de triunfo y de cazador al acecho en la mirada del animago. Y ese es un brillo que el licántropo recuerda muy bien, a pesar de no haberlo visto en los últimos dieciséis años.

—Sirius… —empieza, mirándolo como si no quisiera creerlo. Su amigo le devuelve una mirada desafiante—. Sirius. Dime que no es lo que estoy pensando.

—No sé qué es lo que estás pensando, Lunático —replica el animago con una sonrisa sardónica.

Remus hunde la cara entre las manos y respira hondo antes de continuar.

—A ti… ¿A ti te gusta Hermione?

—¡Como si yo no le gustara a ella! —le espeta Sirius, frunciendo los labios—. Pero sí. Me gusta.

Remus se está planteando muy seriamente el empezar a darse golpes en la cabeza contra la mesa siguiendo intervalos de tiempo regulares. Se frota las sienes mientras intenta mantener la calma.

—Por Merlín —suspira—. Esto es de locos…

En cierto modo, tiene sentido. Sirius puede haber asumido que su cuerpo tiene treinta y seis años, pero realmente es como si su mente se hubiera quedado estancada en los veintipico. A pesar de todo, imaginar a un Sirius de veinte años con una Hermione de casi dieciocho sigue transmitiéndole la sensación de que algo no está bien en esa relación.

—Mira, Canuto, siempre has sido muy precoz para los asuntos de faldas. Y Hermione no es así. Para nada. Más bien lo contrario. ¡Maldita sea, ya sabes cómo es! Si a eso le añadimos que en realidad no tienes veinte años, sino treinta y seis, en seguida te darás cuenta de que esto es una locura y de que la que va a salir mal parada de toda esta situación es ella. No puedes hacerle eso. Es la mejor amiga de Harry, Sirius.

De acuerdo, es oficial. Sirius se está sintiendo culpable. Le da por recordar lo que ocurrió la noche anterior en la biblioteca y, aunque sus sentimientos oscilan entre el placer y la victoria y las ganas de estrangular a Hermione, también siente de pronto ganas de abrazarla con fuerza, restregar su cara contra la de ella y calmarla con palabras.

Mierda. Eso ha sonado como Remus.

—No quiero hacerle daño —le dice al licántropo, que ha observado atentamente todas las expresiones que han ido pasando por su cara. Por su expresión, el hombre lobo parece no poder decidirse entre la preocupación y la incredulidad como emoción dominante.

—Ya —resopla Remus, finalmente—. Amigo mío, el infierno está empedrado de buenos propósitos.

Sirius se cruza de brazos, seguro de sí mismo. Ja.

—El cielo también —replica, decidido. Un instante después, se arrepiente de haber hablado.

Mierda. Eso no ha sonado como Remus. Ha sonado como Dumbledore.

SBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHG

—Vale, a la de tres —dice Fred –eso suponiendo que no se trate en realidad de George con uno de los jerséis de su hermano-, entusiasmado. Una sonrisa maliciosa le llena los labios—. Bebed si… ¡si habéis besado a alguien de esta habitación en las últimas dos semanas!

Nadie se sorprende demasiado al ver a Ginny y a Harry beber mientras intentan no mirarse entre ellos. Sin embargo, justo en ese preciso instante, Remus y Sirius entran en el salón y, automáticamente, Tonks y Hermione se llevan el vaso a la boca también. Todos las miran con los ojos abiertos como platos, en especial (para qué negarlo), a Hermione.

Finalmente, George –esto partiendo de la base de que el otro gemelo realmente sea Fred-, le da un golpe en la espalda a Ron.

—Qué callado te lo tenías, ¿no?

—Me estoy emocionando —admite el otro gemelo, secándose teatralmente una lágrima imaginaria—. ¡Nuestro hermano se ha hecho todo un hombre!

—¿Estáis tontos? —interviene Ginny, con el ceño fruncido—. ¡Ron no ha bebido de su vaso!

Los dos gemelos, que han pasado por alto ese detalle porque estaban demasiado ocupados viendo cómo su hermana y Harry pasaban vergüenza, se miran entre ellos sorprendidos, y les dirigen una mirada llena de sospecha a Tonks y a Hermione. Remus y Sirius se han sentado cerca de ellos y observan la situación, llenos de curiosidad.

—Bueno —comenta George arqueando las cejas—, parece que, o Harry, después de todo, es tan Casanova como su padre…

—En cuyo caso, amigo mío, te aconsejo que vigiles tu comida —le advierte Fred mientras se cruza de brazos—. Al fin y al cabo, Ginny es nuestra única hermana.

—… o nuestras chicas tienen algo que contarnos —termina George con una sonrisilla de lo más irritante.

Remus parece incómodo con la situación y Hermione, aunque no se haya atrevido a mirar a Sirius (no después de todo lo que ha ocurrido), sabe que el animago está sonriendo como si fuera un gato que acabara de comerse a un canario. Y de pronto Tonks y ella se miran con los ojos como platos y todo está muy claro para ambas.

—¿Qué… ? —pregunta Hermione, incrédula.

—Tú… —dice a su vez Tonks, señalándola como si le acabara de crecer una melena roja con mechas verdes—. ¿Estás…? ¿¡Estás loca!

Hermione frunce el ceño (al fin y al cabo, a Tonks que se le acaba de poner el pelo de color rojo y ella no ha dudado de su salud mental.

Ginny las mira a ambas con cara de concentración, como si su infalible instinto estuviera explicándole con pelos y señales lo que ha ocurrido en cada caso, mientras los demás chicos las miran desorientados.

—Oh, Dios mío —dice finalmente Tonks—. Luego hablamos.

—¿Entonces nos vais a dejar con la intriga? —pregunta Fred.

George les echa una mirada calculadora y sonríe.

—¿No queréis jugar a "verdad o atrevimiento"?

SBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHG

—¡Hermione! ¿Qué diablos significa eso? No me digas que… —empieza Tonks, arrastrando a la chica a la cocina.

Ella la interrumpe y lanza un hechizo en silencio hacia la puerta. Al otro lado se escucha un grito ahogado. Hermione invoca un par de encantamientos más y se vuelve hacia Tonks.

—Orejas extensibles —explica.

La metamorfomaga asiente y se apoya en la mesa, como preparándose para oír algo que sabe que no le va a gustar.

—¿Cuándo?

Hermione suspira.

—Ayer.

—¿Qué…? ¿Cómo?

—No lo sé ni yo —admite finalmente—. Es todo rarísimo. Es… Es imbécil. Si por lo menos pudiera hablar con él…

—Si quieres que lo haga yo… —se ofrece Tonks, frunciendo el ceño y arremangándose la túnica de forma amenazante.

—Da igual. Es algo de lo que tengo que ocuparme yo —replica Hermione.

—De todos modos, es bueno que sepas que cuentas con un auror, por si las moscas. No es que lo que esté haciendo Sirius sea ilegal, pero ciertamente… Ugh. Y eso que es mi primo favorito.

Se sonríen.

—No quiero saber lo que harías si fuera tu primo menos favorito.

—El chaval de los Malfoy y yo no hemos cruzado palabra en nuestra vida —le confiesa Tonks en tono confidencial—. Creo que es porque él tampoco quiere averiguarlo.

Hermione se ríe antes de preguntar, mientras se muerde el labio:

—¿Tú y Lupin?

A la metamorfomaga se le suben los colores (literalmente), y el pelo se le vuelve rosa fosforescente. Se resbala de la mesa y se cae al suelo. Cuando abre la boca para responder, Hermione la interrumpe:

—Déjalo, creo que no hace falta que contestes —dice, mientras ayuda a Tonks a levantarse del suelo—. ¿Vais en serio?

—Sí, la verdad es que sí —confirma ella, regocijada. Luego añade, más seria—: Oye, si por lo que sea necesitas echarle una maldición a mi primo, o hablar de lo que sea, ya sabes dónde estoy, ¿vale? Él… está muy roto, y no sé si es lo mejor para ti, pero ya tienes edad más que de sobra para decidir.

—Gracias —responde Hermione—. Y no te preocupes, no voy a contarle a nadie lo tuyo. ¡Aunque realmente espero que les deis la noticia a los demás antes enviar las invitaciones de boda!

—¡Exagerada! —se ríe Tonks, roja como un tomate—. Sobra decir que yo tampoco voy a contar lo tuyo. Afortunadamente, se me da bastante mejor guardar secretos que caminar sin tropezarme.

SBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHG

Es más tarde (cuando todos están durmiendo), cuando Hermione se aventura a salir fuera de su cuarto. Ha sido un día tan extraño.

Lleva una pila de libros debajo del brazo, y saborea una canción de Sting en la lengua, Valparaiso, mar lúgubre. Y le recuerda a Sirius de una forma triste, como oscurecida, y se pregunta por qué.

Al pasar delante de la habitación de él camina de puntillas, como lleva haciéndolo todos estos días, casi sin darse cuenta, y entra en la biblioteca silenciosamente, rezando porque Sirius no esté allí.

El que sí que está, en cambio, es Kreacher, hurgando en las estanterías con cierto secretismo, como si estuviera ocultando un tesoro. Aunque también es posible que esté robando algo, piensa Hermione, preocupada.

—Oye, Kreacher —le dice, acercándose suavemente como si le estuviera hablando a un animal salvaje que puede huir en cualquier momento. El elfo doméstico se sobresalta y la mira con los ojos entrecerrados mientras masculla por lo bajo—. Ya sabes que a Sirius no le gusta que andes en sus cosas.

El elfo levanta las orejas y murmura entre dientes:

—Aquí viene la mugrienta sangre sucia, diciéndole a Kreacher lo que tiene que hacer, como si Kreacher fuera a hacerle caso a la sangre sucia, como si la sangre sucia tuviera algún derecho de decirle a Kreacher… Ay, si el ama estuviera viva, cuánto sufriría, le partiría el alma ver las pretensiones…

—Cierra la boca, Kreacher —le espeta una voz baja, un poco ronca, que Hermione conoce muy bien. Se gira y, efectivamente, apoyado en el marco de la puerta se encuentra Sirius—. Lárgate a ese cuchitril donde duermes y deja de molestar.

—El ama nunca hubiera permitido…

—El ama está muerta —replica el animago cruelmente. El elfo se encoge al oír sus palabras—. Y si te vuelvo a ver hurgando entre las cosas de la familia, registraré tus cosas…

—¡No! —exclama Kreacher tirándose de las orejas, muerto de rabia y terror.

—… Y te daré la prenda.

El elfo empalidece y cae de rodillas al suelo antes de desaparecer con un sonoro "¡CRACK!". La biblioteca se queda en silencio. Y es, sobra decirlo, un silencio incómodo.

Sirius la mira con ojos de tempestad, de un gris casi violento, y se rasca la nuca, sin saber muy bien qué decir.

—Oye, Hermione… No sé muy bien cómo… Joder. La otra noche…

Ella tiene la sensación (bueno, la sensación, como si fuera algo tan difícil de deducir) de que el animago va a disculparse, y no quiere que lo haga antes de escuchar lo que ella tiene que decirle.

—Mira, Sirius… —La cara de él se ilumina y ella se siente la peor persona del mundo—. Antes de que hablemos de… de la otra noche, quiero ser totalmente sincera contigo. No es sólo que piense que eres inmaduro, es que… Es que a veces creo que eres cruel innecesariamente.

El animago se pone a la defensiva y frunce el ceño.

—¿Qué?

—Como con Kreacher, o el profesor Snape —continúa ella, intentando ignorar el hecho de que cada vez está más nerviosa—. Lo siento, pero no puedo estar de acuerdo con lo que haces. No me parece bien. No quiero que lo hagas.

—Lo que yo haga no…

—Nada de excusas, Black. Sé que no es asunto mío, pero es lo que pienso —le interrumpe ella, porque sabe que si no logra terminar de una vez, no lo hará nunca. Suspira—. Siento lo que ocurrió ayer y lo que ha ocurrido durante todos estos días, porque es verdad, no tengo ningún derecho a decirte que eres un inmaduro, sobre todo cuando a mí me queda tantísimo por aprender. Y también es cierto que no tengo ni idea sobre hombres.

Sirius se queda mirándola, sin saber qué decir. El hecho de que ella haya hablado de esa manera, sin guardarse nada, sin ganas de guerra (no como todos esos últimos días), le deja totalmente desarmado, confuso. ¿Y ahora qué? El ambiente se ha hecho mil veces más denso, pero no parece ir a saltar por los aires.

Sólo le queda ser sincero, y no es fácil. Pero sigue siendo un Gryffindor, a pesar de tantos años y tanta oscuridad. Y es lo menos que puede hacer. Traga saliva.

—Suelo culpar a la gente —confiesa bruscamente, cruzándose de brazos—. Es más fácil si les echo la culpa a otros, porque así no me tengo que odiar a mí mismo. Siempre había pensado que estar en Gryffindor y no en Slytherin, como el resto de mi familia, me convertía automáticamente en una buena persona, pero después de todo no estoy tan seguro. Azkaban… Azkaban es una mierda. Pero creo que ya es hora de que avance y deje de hacer cosas como, yo qué sé, ver a James en Harry, y ese tipo de cosas. No voy a cambiar en dos días, pero supongo que tengo que intentarlo.

Tiene sentido. Por supuesto, también la ha estado culpando a ella.

Hermione asiente y parece como si de pronto no hubiera más que decir. Todo está arreglado. Pero a la vez hay tantas cosas que no se han dicho y que siguen arañando por dentro, como cristales rotos… Los dos se miran, como buscando palabras donde no las hay.

—Joder —dice Sirius, que parece esperar que ella tenga algo genial que decir, algo que lo destape todo, mientras que él sólo puede intentar alargar el momento—. No sé, imagino que siempre voy a ser impulsivo, vivir al día y todo eso, pero… Joder, Hermione. También puedo esperar y… Lo sabes, ¿no?

Y ella se echa a reír, nerviosa, aliviada también, porque de repente sabe por dónde van los tiros.

—Vaya, gracias —responde.

Él sonríe, y es una sonrisa de perro.

—Qué menos. Después de todo, eres la bruja más inteligente de tu edad.

Sirius se acerca lentamente, casi con cautela, y es como si fuera un animal muy grande rodeando a una presa, porque hay explícitamente depredador en su forma de mirar, y en su manera de moverse.

—Ayer te asusté —No es una pregunta.

—Sí.

A pesar de todo, Hermione no parece dispuesta a salir corriendo.

El animago la rodea con los brazos y esconde la cara en su cuello mientras respira profundamente. A Hermione su cuerpo sigue pareciéndole duro, demasiado grande, demasiado mayor, pero es como si toda esa violencia se hubiera calmado y ahora sólo quedaran aguas mansas.

—Cada vez me parezco más a Remus —murmura Sirius con cierto aire pesimista, avergonzado. A pesar de todo, hay una nota de humor oculta en su voz.

Hermione, que sabe que el licántropo también tiene cierto interés en una bruja más joven que él, responde:

—No sabes hasta qué punto.

Él la mira un poco mosqueado y, antes de que ella pueda negarse a contestar, la interrumpe:

—Da igual, ya te lo sonsacaré más tarde —Esboza una sonrisa maliciosa.

Ella le acaricia la mejilla, y su barba es áspera y le deja una sensación extraña en la palma de la mano y los labios secos. Sirius le muerde el pulgar con suavidad, casi como si jugara.

Chase the dog star.

Hermione se pone puntillas y le besa en la boca. Y está caliente, y es como un mar que lame con pereza la orilla, y huele a algo adulto que hace que se sienta mareada, y es como contener un dragón bajo la palma de la mano. Siente su lengua en los labios, en los dientes, le tiemblan las rodillas y el vértigo que le sube por el pecho es tan intenso, que es casi como si el corazón se le fuera a salir por la boca.

Sirius rompe el beso, y vuelve a besarla lánguidamente, como si la mordiera en la boca, y Hermione siente su latido, rápido, poderoso, bajo los dedos.

—Sé que ya estoy un poco pasado para estas cosas —comenta él, mirándola con los ojos entornados, una franja de plata en torno a las pupilas dilatadas, las pestañas sombreándole las mejillas—, pero ¿quieres ser mi novia?

Hermione se echa a reír a carcajadas y Sirius la levanta en volandas. Y es como si la euforia les estallara por dentro.

SBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHG

Al final, la biblioteca ha acabado convirtiéndose en una especie de refugio. Las horas pasan rápido, indolentemente, y el día de volver a Hogwarts se acerca, y aunque los dos lo saben, no piensan demasiado en ello.

—Creo que te voy a escribir varias veces al día —ha dicho Sirius, de todos modos—. Aquí me aburro lo indecible.

—Y todas mis compañeras de cuarto se volverán locas intentando descubrir quién me escribe, y mis nietos un día encontrarán las cartas en una cajón olvidado y se darán cuenta de que su abuela algún día fue joven, como en las novelas.

Sirius tampoco ha tardado mucho en descubrir a qué se refería Hermione con su parecido a Remus. Al fin y al cabo, fue uno de los estudiantes más inteligentes de su curso y conoce a su amigo demasiado bien. Aunque no por ello le resulte más fácil asimilar la información.

—¿¡Mi prima!

—Precisamente —responde Hermione.

—Capullo. Cómo se lo tenía callado. Y darme el sermón a mí cuando… Cabrón. Espero que por lo menos me hagan padrino.

Las horas corren, y no queda tiempo, y a la vez queda mucho tiempo por delante. Y una guerra, y miedo, y recuerdos.

—Ojalá hoy durara para siempre —suspira Hermione, apoyando la cabeza contra el pecho de él y mirando el techo desconchado de la biblioteca.

—Siempre es hoy —responde Sirius.

Y es verdad. Y Hermione se imagina a sí misma dentro de unos meses, subiendo al tren de Hogwarts por última vez. Con las rodillas temblando y el corazón encogido de nostalgia y anhelo. Y sabe que pensará en la canción de Sting y sonreirá como quien sabe un secreto.

Chase the dog star

Over the sea.

Home where my true love is waiting for me.

Y también será hoy. Qué libertad.

SBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHGSBHG

Para quien no lo sepa, "the dog star", la estrella del perro, es Sirius =) y es el primer verso de la canción Valparaiso, de Sting (os la recomiendo, es una maravilla de canción).

Y sí, me he tirado siglos para acabarlo y, como siempre, no estoy muy contenta con el resultado. Si queréis que siga, acepto sugerencias, porque en principio la historia acaba aquí.

Este capítulo tiene bastante menos humor y bastante más drama y fluff, pero qué se le va a hacer ^^' En realidad, bastante me ha costado reengancharme a la historia después de tanto tiempo desde donde la había dejado ^^' Espero que no os hayáis sentido demasiado decepcionados con el resultado.

Hale, si queréis que cierto perro negro se transforme en cierto hombre de ojos grises y aparezca en vuestra ventana, ya sabéis lo que tenéis que hacer (review, review *-*).

Nos leemos! =P