Bueno soy yo de nuevo aquí pasando a dejarles una nueva adaptación esperando que les guste, el libro es de Michelle Patrice y los personajes son de Stephenie Meyer

Capítulo 1

Alice pisó el acelerador a fondo y se estremeció cuando el motor se revolucionó. Agarró la palanca de cambio y metió la quinta marcha.

¿Qué tratas de hacer, Alice, cargártelo? Prácticamente podía oír el gruñido de Eleazar por el sonido. ¡Cómo deseaba que su abuelo estuviera ahí para fastidiarla!

Las lágrimas se deslizaron por su cara.

— Bien, en primer lugar no conduciría tu maldito y precioso Vette sí aun estuvieras vivo, viejo —susurró entre dientes. Todo el dolor regresó trayendo consigo una nueva oleada de lágrimas.

Los últimos rayos del sol de la tarde alumbraron su camino como si la amplia carretera le estuviera dando la bienvenida; la tierra volaba bajo las ruedas mientras el velocímetro marcaba los setenta y continuaba ascendiendo.

Cambió a la última marcha, disfrutando de la sensación de control total que esa marcha extra le proporcionaba. El motor del Vette rugió, ronroneando bajo ella. Alice apretó el botón de la puerta. El elevalunas eléctrico bajó haciendo que el viento entrará raudo revolviendo su melena. Cerró los ojos durante un segundo y trató de imaginar cómo se sentiría su extravagante abuelo con el poderoso rugido del coche retumbando bajo él. Abrió los ojos mientras una breve sonrisa se formaba en sus labios —probablemente le divertiría. Alice ignoró las granjas y prados que sobrepasaba velozmente, un borrón de colores y olores campestres, y pisó a fondo el acelerador buscando una conexión con su abuelo.

Agarrando el volante con ambas manos mientras el Vett derrapaba, recordó las caras de sorpresa de sus padres cuando salió a toda prisa con el coche de Eleazar, recordó la cálida sonrisa de su madre y la mirada preocupada de su padre cuando le dio la carta a Alice.

— Como estabas tan alterada durante el funeral, pensé que era mejor esperar un poco antes de darte esto.

La carta de su abuelo quedaría por siempre marcada en su memoria.

Alice,

Te amo con todo mi corazón. Siempre estaré contigo. Quiero que tengas mi Vette. Condúcelo, Alice, mi niña. Saborea la pasión que la vida nos ofrece. Disfruta cada día como si fuera el último. Nunca se sabe que nos deparará el mañana.

Con amor, Eleazar.

Condujo sin parar, sin importarle su destino. Finalmente, el paisaje cambió y se hizo más estrecho cuando unos árboles espesos a ambos lados de la carretera oscurecieron el camino. El sol apenas atravesaba la cubierta de denso follaje.

Alice encendió los faros y miró asombrada al ciervo que estaba en frente suyo a menos de veinte pies. Frenó. El coche se sacudió, derrapó y comenzó a dar vueltas. La gravilla voló a su alrededor. El Vette siguió dando un giro de 360 grados. Alice apretó con fuerza el volante, cerró los ojos y esperó el inevitable choque.

Espero que tengas preparado el ajedrez, Eleazar. Estoy a punto de unirme a ti.

Por fin, el coche se detuvo con una última sacudida, el motor seguía con vida resonando bajo ella. Alzó la vista, su corazón retumbaba en su pecho. Le asaltó el olor a goma quemada y la hizo toser. Cuando la nube de polvo se estabilizó se encontró con la mirada del ciervo antes de que huyera, ileso.

— Podría haber muerto —susurró, agarrando el volante con tanta fuerza que se le entumecieron las manos. Respiró jadeante por la histeria y su cuerpo tembló ante la reciente pérdida—. Podría haber muerto.

Rápidos recuerdos atravesaron su mente desgarrándola: Los ojos de Eleazar encendidos por la victoria mientras decía 'Jaque mate', Eleazar moviendo las cejas tras una mujer soltera en el picnic del barrio, Eleazar haciendo una fiesta para ella cuando se graduó en la facultad —ella terminó llevándole en coche a casa.

Levantó la cabeza y miró el techo gritando de ira y frustración.

— ¿Cómo pudiste dejarme de esa manera? Eres mi mejor amigo ¿lo recuerdas? Esperaba que al menos pasásemos otros veinte años juntos. Formábamos un gran equipo. Te mantenía con los pies en la tierra y tú me ayudabas a volar.

Sabía que no tenía mucho sentido. Él era viejo, incluso aunque no actuara como tal ni lo pareciese.

Se le fue apagando la voz y bajó la mirada, su imagen en el retrovisor llamó su atención. Atrapada en sus ojos verde avellana y su pelo rubio oscuro soltó una carcajada seguida de un hipo. No podrían haber sido más diferentes.

Mientras que ella parecía como mucho mediocre, Eleazar había envejecido bien, incluso a los setenta. Podía imaginárselo en la portada de la revista GQ vestido elegantemente con su sonrisa maliciosamente despreocupada en la cara. No se conformaba con vivir la vida sino que daba la bienvenida a cada día con un brillo desafiante en los ojos. Desde el coche que conducía, hasta su naturaleza amistosa, Eleazar era todo brillo, increíblemente extrovertido. Incluso insistía en que le llamase Eleazar en lugar de abuelo.

Su madre había perdido a su paternal padre hacia mucho tiempo, pero no Alice. Amaba a su abuelo con locura. ¿Y qué si el hombre había pasado por su primera crisis a los cuarenta y después de dos esposas —de la primera se divorció, y la segunda la perdió por el cáncer— iba dando vueltas por ahí en su Corvette azul eléctrico en busca de una tercera esposa? Así fue precisamente como Eleazar había muerto —saboreando la vida al máximo— en la habitación de un hotel con una mujer a la que le doblaba la edad.

Cuantas veces le había dicho con esa pícara sonrisa "Nena, tienes que salir por ahí y dejar que la gente conozca a la autentica Alice. Ese ingenio tuyo les postrará a tus pies". Su personalidad siempre había sido más reservada, en especial con la gente que no conocía.

Alice sonrió con amargura. Bueno, eso era Eleazar. Tu eras el 'yang' para mi 'ying'. Me hacías hablar con libertad, me hacías mejor de lo que era.

Eleazar podía tener sus defectos, pero lo único que siempre había hecho bien era cuidar de ella. Durante veintiocho años había sido su amigo, su confidente, su consejero. Eleazar se desenvolvía bien en aquel papel, sobre todo en el de consejero. Le encantaba dar consejos, o incluso mejor, su opinión.

— Alice, mi niña, necesitas un hombre en tu vida.

Sí, encontrarle un novio había sido su última campaña, a lo que ella le había respondido riendo.

— Pero ya te tengo a ti.

Con la apertura de su tienda de libros el pasado año, Alice había estado demasiado ocupada con la campaña publicitaria, el inventario, y trabajando con los vendedores para pensar en un novio. Vale, ¿cuándo fue la última vez que me acosté con alguien? ¡Eh, eh!, no sigas por ahí o te deprimirás aún más.

Ahora estaba sola y lo odiaba.

Alice se enjugó las lágrimas y trató de deshacerse de su melancólico ánimo. Sabiendo que Eleazar no hubiera querido que llorara, giró el coche y se dirigió de nuevo a la ciudad. A lo lejos, el horizonte de Chicago perforaba el cielo rosa y púrpura, ejerciendo su atracción para que volviera.

Cuando llegó a las afueras de la ciudad llamó a sus padres desde su móvil para hacerles saber que no estaba muerta en ninguna cuneta —aún— y cerró el teléfono de golpe. Alzando la vista, vio un brillante cartel amarillo apartado en la carretera. Podía leerse "Se venden antigüedades" en llamativas letras negras. La pasión de Alice, después de los libros, eran las antigüedades. Tomando una decisión repentina, giró el coche y bajó la larga entrada hacia la tienda.

Estás chalada. Hace un segundo estabas llorando y ahora te vas a una tienda de antigüedades.

No, mi niña Alice, por fin haces lo correcto. La vida es demasiado corta. Saborea la pasión. Oyó la animada voz de Eleazar en su cabeza.

Ok, Eleazar, ya se que tenías alguna habilidad psíquica cuando estabas vivo pero no me creo que fueras tan bueno.

Mientras Alice aparcaba el coche comprendió con una sonrisa que la voz de Eleazar en su cabeza era su manera de mantenerlo en el recuerdo. La idea le dio fuerza.

La campana encima de la puerta sonó cuando entró a la pequeña y estrecha tienda. Muebles de finales de siglo llenaban el ventanal: un sofá de terciopelo rojo con un ribete dorado adornado con borlas, un sillón italiano de madera de castaño tallado a mano con los brazos en forma de dragón y una mesa pequeña y baja, Pietra Dura, con mármol negro encima. Más muebles. Lámparas, alfombrillas y cuadros llenaban hasta el último rincón de la tienda.

— Hola —una esbelta figura se acercaba desde la parte trasera de la tienda. Cuando la mujer salió de las sombras, los últimos rayos de sol de la tarde atravesaban vaporosamente la ventana dándole de lleno en la cara, lo que la hizo bizquear y retirarse. Ella hizo un ruido sibilante y sacó de repente un par de gafas de sol del bolsillo de su chaqueta de dril colocándoselas sobre la nariz.

Sonrió y se acercó un poco.

— Vale, ahora mejor. ¿Qué es lo que está buscando hoy, querida?

Alice la miró, paralizada. La mujer parecía estar a mediados de la treintena con el pelo negro como el ala de un cuervo y una piel clara y sin defectos. Era unas tres pulgadas más alta que el cuerpo de Alice que medía un metro setenta. Sus ojos, antes de que se los cubriera, eran de un tono poco común de lavanda, a Alice le recordaban a la Tanzanita1.

Alice respondió mientras sacudía la cabeza.

— Hoy solo estoy mirando —esbozó una sonrisa avergonzada y, al recordar sus ojos hinchados y la cara manchada de lágrimas, se limpió las mejillas con las palmas de las manos con rapidez—. Me encantan las antigüedades.

La mujer sonrió de manera comprensiva y extendió la mano.

— Soy Charlotte.

— Yo me llamo Alice —dijo estrechándole la mano.

Caminó por la tienda, levantando marcos de cuadros y abriendo cajones.

Charlotte la llamó desde detrás del mostrador.

— Tengo algunas joyas antiguas. ¿Te gustaría examinarlas con detenimiento?

Alice sonrió mientras señalaba el relicario de oro de su abuela que llevaba al cuello.

— Me encantaría. Adoro las joyas.

La mujer sacó un cajón forrado de terciopelo y lo colocó sobre la vitrina de cristal.

Alice fue hasta el mostrador y jadeó ante la exhibición de pendientes, collares y anillos.

— Oh, son preciosos —tocó un anillo de plata y alzó la vista—. ¿Puedo?

Charlotte sonrió.

— Por supuesto.

Sacando el anillo de su estuche, Alice lo deslizó en su tercer dedo. Una nostálgica sensación la atenazó y la hizo respirar profundamente.

— Mira, parece hecho justo para ti —Charlotte se inclinó mirando su mano.

Moviendo la mano hacia la luz del sol, Alice movió los dedos. Los cálidos rayos captaron las capas de las piedras plateadas que cubrían la banda de media pulgada de ancho haciéndola sonreír. La saturación de puro color de las dos piedras rojo sangre, en forma de gota, que flanqueaban ambos lados del recorte en forma de perla del anillo la cautivó. Alice tocó el área desnuda de la parte superior del anillo mientras decía.

— Es como si estuviera inacabado.

Charlotte se inclinó una vez más mirando el anillo.

— Mmmm, ya veo lo que quieres decir —se irguió, señalando la bandeja de joyas—. Puedes coger alguna otra si lo prefieres.

Alice retiró la mano y apretó los dedos en un puño involuntario. Rió.

— No. Me gusta este. ¿Que antigüedad tiene? El estilo es poco corriente.

— Más o menos setenta años.

— ¿Cuánto cuesta? —casi tenía miedo de preguntar.

— Cuatrocientos.

¡¡Guau!!. Pero tengo que tenerlo. Al menos la gente de la Visa estará loca de alegría.

— Me lo llevo —Alice sacó la tarjeta de crédito y trató de no hacer ninguna mueca cuando la mujer le cobró—. Por cierto, me encanta tu perfume.

Charlotte sacudió la cabeza y le lanzó una sonrisa.

— No llevo ninguno.

— ¿No? —Alice se quedó desconcertada. El olor parecido a la lavanda era tan nítido. ¿De donde venía?

— No, pero gracias de todos modos.

Ella sacó una cajita pero Alice agitó la mano.

— No es necesario. Quiero llevarlo puesto.

Charlotte apartó la cajita y le extendió el recibo para que lo firmase.

Cuando se dio la vuelta para marcharse de la tienda, Charlotte la dijo.

— Disfruta del anillo, querida.

Alice volvió a casa sin prisas —transformada, menos desquiciada. El viaje a la tienda de antigüedades había obrado el milagro. Se sentía mejor. Eleazar se habría alegrado al verla pisar a fondo el acelerador de su Vette, pero no hubiera querido que su regalo la hiciera llorar.

* * * * *

¿Cómo te llamas? —Alice se aproximó al hombre de pelo negro. Una húmeda neblina le rodeaba, obligándola a concentrarse en su alto cuerpo. Su largo abrigo ondeaba al frío viento mientras la miraba con sus ojos plateados.

El no respondió y en su lugar preguntó.

¿Te conozco? —una ligera sonrisa elevó las comisuras de sus labios.

Alice se retorció bajo su atento escrutinio. Por lo general no era demasiado atrevida con hombres que no conocía.

Sí —se le escapó—. Um… quiero decir, no.

El levantó una ceja.

Vamos a ver, ¿sí o no?

Las mejillas de Alice se enrojecieron ante su expresión divertida.

Bueno, no... no lo sé —tartamudeó.

Su corazón latió con fuerza cuando el le colocó las manos sobre los brazos y la atrajo hacia sí, con sus labios casi pegados a los suyos.

Entonces deja que me acuerde de ti…

El beso de ese hombre no fue tímido, un "quiero saber como es el roce de tus labios". ¡Oh, no! Fue supremo, buscando su alma, "he probado cada centímetro de tu cuerpo y sé como te gusta que te besen" —el tipo de beso que baja como un relámpago hasta los dedos de los pies y vuelve a subir arrasándolo todo a su paso, tocando todos los puntos correctos. Le temblaron los muslos, se le contrajo el estómago y le dolieron los pechos de tanto desear que la acariciara.

Las manos de Alice se posaron en su pecho en busca de apoyo. La dura superficie musculosa bajo el suave cuero de su abrigo le envió un temblor que bajó rápidamente por su columna. Le palpitaba el sexo mientras su lengua danzaba con la suya. Él deslizó las manos dentro de su abrigo y, agarrándola por la cintura, tiró de ella hacia sí. Su duro pecho rozando el suave de ella, caderas estrechas contra caderas curvilíneas. Sus corazones latiendo conjuntamente, conectando en lo más profundo, haciendo que el corazón de la mujer temblase hasta que encontró su ritmo regular. Él ahuecó las manos en la curva de su trasero y apretó su erección contra ella. Le hormigueaban los pechos mientras su calor la empapaba a través de los vaqueros.

Me encanta tu sabor —dijo con voz áspera mientras sus labios rozaban el borde de su mandíbula y bajaban aún más. Besó el hueco de su garganta y se dirigió al punto sensible que tenía justo bajo su oreja izquierda.

Un calor líquido la recorrió toda entera. La dolorosa sensación la hizo gemir y frotarse contra él, buscando una liberación a esa pulsante presión. Alice enroscó los dedos en su espeso pelo mientras él le besaba el cuello.

Podría decir lo mismo de ti —respondió con un suspiro cuando sus dientes rozaron su garganta.

Deslizando una pierna entre sus muslos, la apretó contra su sexo y soltó un gruñido de satisfacción.

Tu calor me atrae —arrastró su lengua por su garganta y continuo—. Pero tu aroma me seduce.

Alice sonrió ante sus palabras y jadeó de placer cuando él posó sus dientes suavemente sobre su cuello, apretándole las nalgas con más fuerza y frotando su largo y musculoso muslo contra su hendidura mientras la levantaba con su pierna.

Ella dejó escapar un sollozó ante la gloriosa fricción, asombrada de que él supiera que hacer para conseguir que su cuerpo gimiera. Oyó como el frío viento se agitaba a su alrededor, pero Alice no lo notó, su cuerpo se consumía con su propio fuego interior.

Él dejó de moverse y la sujetó contra su pierna, apartada del suelo, al borde del orgasmo, completamente a su merced. ¡Dios! Le habría suplicado si hubiera tenido que hacerlo.

Mírame.

Alice encontró su penetrante mirada, jadeando, pegada a sus hombros.

Recuérdanos —insistió y tiró de ella hacia arriba con su pierna, haciéndola ruborizarse contra su pecho.

Ella gritó y se le disparó la presión de su sangre cuando su cuerpo se convulsionó por la fuerte embestida de su orgasmo.

Alice se incorporó con un jadeo y después se tumbó de nuevo con una sensación enorme de frustración sexual, dejando caer de golpe la mano sobre el brazo acolchado del sillón —el libro que había estado leyendo se le había caído del regazo al suelo con un golpe.

— ¡Bien, chiflada! ¡Buen trabajo, Alice! Despertar de tu siesta justo antes de que los cuerpos sudorosos y calientes se arrancasen la ropa.

Aún le retumbaba el corazón en el pecho, un dolor sordo entre sus muslos, se volvió a sentar y pensó en la única vez que había visto al hombre de su sueño.

El funeral de Eleazar le había afectado mucho. Recordaba haber permanecido allí, completamente entumecida, cuando el primer montón de tierra caía sobre el ataúd con un sonoro golpe. Él se había ido. El segundo puñado hizo un ruido sordo y apagado. No más partidas de ajedrez. El tercero no hizo ningún ruido. No más chistes. Su madre le dijo algo. Pero ella sacudió la cabeza, incapaz de oír, incapaz de comprender que su abuelo se había ido.

Se había rezagado por el camino de grava después que su familia y otros asistentes al entierro se hubieran marchado en fila hacia sus coches. Ningún sonido penetraba en su mente —todo lo que oía era su propia respiración superficial. Se dio cuenta que estaba conmocionada, depresiva, o como quiera que fuera la palabra.

Se obligó a sí misma a alejarse, pero incapaz de resistirse, echó una última y prolongada mirada que le rompió el corazón. Cerró los ojos para apartar la visión y entonces los abrió de nuevo cuando se alejó moviéndose muy despacio.

Cuando salió del cementerio, estaba tan atrapada en su dolor que no se fijo en nadie hasta que accidentalmente se rozó con alguien que entraba. En ese momento todos sus sentidos volvieron de golpe, con más fuerza que nunca. Los últimos rayos de sol de la tarde habían desaparecido tras las nubes, haciendo que el aire frío que caía penetrara incluso dentro de su confortable abrigo. Notó que la fragancia del fuego de las chimeneas era más intensa y, que las manos que golpeaban cariñosamente la espalda cuando abrazaban de forma amigable a los miembros de su familia, sonaban con más nitidez. Respiró hondo ante la sobrecarga sensorial y miró por encima del hombro al extraño que continuaba caminando.

El hombre alto también volvió la cabeza. Se detuvo y quedó frente a ella. No pudo verle los ojos ya que llevaba gafas de sol, pero vio que fruncía el ceño tras los oscuros cristales como si la estuviera estudiando. De repente, la atravesó precipitadamente un inesperado conocimiento. Le resultaba... familiar.

Su madre la rodeó con el brazo, arrastrándola hacia el coche y apartándola de sus pensamientos distraídos.

— ¿Estás bien cariño?

Eso había ocurrido hacía una semana. Alice se sentó erguida en el sillón cuando se dio cuenta que el señor alto, oscuro y seductor de su sueño tenía los ojos azul grisáceos. Pero el hombre del cementerio llevaba gafas de sol. ¿Cómo podría haberse inventado un color de ojos tan poco corriente?

Se volvió a sentar con una irónica media sonrisa. Si alguna vez llegaba a conocer al hombre de su sueño en persona seguro que Eleazar se apuntaría el mérito. Parecía que ahora mismo le estuviese oyendo desde su tumba: Sí, fui yo quien consiguió juntar a esos dos.

* * * * *

— Jasper, ya es de noche.

— Oh, Jaaaaasper.

— ¡Jasper despierta!

Jasper salió de su profundo sueño auto-inducido para encontrase con Charlotte y su tío Peter inclinados sobre él.

Charlotte fruncía el ceño ligeramente.

— Levántate, hermano. Es hora de que te alimentes.

Jasper estiró su descansado cuerpo.

— Vosotros dos, ¿a qué debo este honor?

Charlotte se alejó un paso de la cama.

— Esto no es normal, duermes demasiado Japer. Debes alimentarte. Dentro de cinco días debes ocupar tu lugar como líder de los vampiros. Ya hace dos años que papá murió. Incluso aunque nuestras leyes establecen un período de luto antes de que se pueda ocupar ese puesto, el trono ha permanecido sin reclamar demasiado tiempo —se puso frente a él con las mejillas rojas de frustración—. Laurent te retará para lograr el cargo.

Jasper se incorporó y se restregó la cara con las manos.

— De veras Charlotte, estás haciendo una montaña de un grano de arena —agitó la mano de manera despectiva—. Sé que por norma general son los Kantrue los que gobiernan a los vampiros pero no sé si deseo aceptar la posición de Vité.

Aceptar el papel significaba estar constantemente disponible para las reuniones del Consejo o tomar decisiones relacionadas con los cinco clanes que él supervisaría. No podría refugiarse en su propio mundo como había hecho los últimos años.

Tanto Charlotte como el tío Peter le hicieron frente y dijeron al unísono.

— Debes, Jasper.

Jasper les miró con los ojos entrecerrados.

— ¿Qué está pasando? ¿Por qué estáis tan nerviosos?

Peter se deslizó hacia él y se quedó de pie junto a la cama.

—Jasper, mientras has estado durmiendo profundamente estos últimos dos meses, algunos vampiros del clan Bruen de Laurent han asesinado a humanos, un par de ellos de manera bastante violenta. Creemos que no haces lo suficiente para poner freno a este comportamiento.

— ¡Ja! —Charlotte se cruzó de brazos y se echó su largo pelo negro sobre el hombro—. No está haciendo nada. Creo que lo consiente. No es ningún secreto que piensa que los humanos son una raza inferior.

Jasper se levantó, la ira burbujeaba en su interior. Un mareo recompensó sus precipitados movimientos. La estupidez de Laurent podría exponerlos a todos. Había muchos humanos a los que él llamaba amigos, pero ¿cómo se sentirían si supieran que era un vampiro?

— ¿Dónde está Laurent ahora? —dijo con tranquilidad.

Charlotte puso la mano sobre su tenso brazo.

— Jasper, no. Debes alimentarte primero, recuperar la fuerza. Has estado mucho tiempo sin sustento. En tu estado no serías rival para Laurent.

Jasper apretó los labios frustrado, pero sabía que su hermana tenía razón. Aunque ni ella ni su tío sabían de sus visitas secretas a la tumba de Maria, hacía una semana desde que se había alimentado por última vez. Asintió y comenzó a deslizarse dentro de la bruma.

— Espera —le gritó Charlotte. Jasper se volvió hacia ella enarcando una ceja. Ella sonrió—. Quiero ir de caza contigo esta noche, hermano. — Hay algo que necesito contarte —le susurró en la mente.

Su tío alzó una ceja. Ambos sabían que Charlotte prefería cazar sola. Pero no dijo una sola palabra, a pesar de que Jasper sabía que se estaba muriendo de curiosidad.

Jasper le agarró la mano y sonrió.

— Será como cuando éramos niños.

Charlotte rió y se convirtió en brillante bruma con él.

* * * * *

Jasper se apoyó contra su Jaguar fuera del club nocturno "La Guarida del León" mientras esperaba que Charlotte se alimentara. Sacudió la cabeza y soltó una risa grave. Charlotte no había tenido que usar su habilidad para obligar al hombre. Un beso de sus sensuales labios y el humano le ofreció de buena gana su cuello. Ella se aproximó con una sonrisa en los labios.

— ¿Al menos esta vez vas a dejarle que recuerde tu nombre? —preguntó Jasper con la diversión reflejada en su tono.

Ella ensanchó su sonrisa, mostrándole sus colmillos antes de dejar que volvieran a retraerse a su tamaño normal.

— Sólo porque tú optas por no borrar tu presencia no significa que yo deba.

Jasper sacudió la cabeza.

— ¿Alguna vez vas a permitir que alguien vuelva a acercarse a ti, Charlotte?

Su hermana se puso rígida.

— No, nunca más.

Jasper le puso la mano sobre el hombro.

— Lo siento. Pero han pasado cincuenta años. Seguro que puedes cambiar.

Charlotte se encogió para quitarse la mano de su hombro.

— No estoy aquí para hablar sobre mí. Ahora que te has alimentado, tenemos mucho de qué hablar.

Jasper se cruzó de brazos con indudable curiosidad.

Ella le lanzó una sonrisa de complicidad.

— Ya sabes que pusiste el anillo de Maria en el escaparate de la joyería con la esperanza de que volviera a ti algún día

Todo el cuerpo de Jasper se tensó. No se atrevía a tener esperanza. Dejó caer los brazos y la respiración se le escapó en un silbido.

— Sí.

— Bueno, me apuesto a que no sabes que yo lo robe, ¿verdad?

Apretó las manos a sus costados.

— ¡¿Tú.. qué?! —retumbó. Hacía setenta años había perdido a su prometida, Maria, en un accidente de equitación antes que pudiera convertirla en su novia y transformarla en un vampiro. La depresión le consumió durante meses hasta que su tío le recordó el círculo de la vida y su creencia en la reencarnación.

Jasper se aferró a la idea, su única esperanza. Durante años buscó joyeros, entablando amistad con ellos y pidiéndoles que exhibieran el anillo de Maria —un anillo que él personalmente hizo para su amor— en los escaparates de sus tiendas. Se aferró a la creencia de que Maria le encontraría.

Según pasaron las décadas se dio cuenta que sus sueños no eran más que ilusiones y la soledad se convirtió en algo demasiado duro de soportar. El comprender que nunca encontraría a su compañera, junto con la muerte de su padre, fue lo que le había llevado a sumirse en un profundo sueño los últimos meses.

Charlotte le lanzó una mirada de indignación.

— Era una obra de arte y valía mucho más del precio por el que permitías que tus amigos joyeros lo vendieran. Pensé en ponerlo en mi tienda —alzó la barbilla de manera orgullosa—. Al menos entre las antigüedades sería mucho más apreciado.

Jasper resopló.

— Sí, entre esas pequeñas mujeres de pelo azulado. Puede que sea mayor que ellas, pero me gustan un poquito más jóvenes, Charlotte.

— ¿Cómo sabrías que la mujer que comprase tu anillo era la reencarnación de Maria?

La miró, sin estar seguro de su intención, pero de todas formas contestó.

— Porque se sentiría atraída por el aroma que emana del anillo, una aroma que solamente ella podría detectar.

Ella sonrió.

— Una humana ha comprado tu anillo hoy.

Él le lanzó una mirada de duda.

La sonrisa de Charlotte se hizo más amplia, sus ojos brillaban cuando extendió el brazo completamente.

— Deja que el viento te ayude a encontrarla, hermano. Su nombre es Alice Sterling.

Jasper colocó las manos sobre sus hombros agarrándola con fuerza.

— Charlotte, no juegues conmigo.

Ella le puso la mano en la mejilla con un tono sincero en sus palabras.

— No lo hago, Jasper. Ella hizo un comentario sobre mi perfume… que le gustaba — sonrió—. No llevaba puesto ninguno.

Jasper se transformó en un cuervo antes que ella terminara la última palabra, dejando su ropa atrás amontonada en el suelo. La melodiosa sonrisa de su hermana flotó tras él mientras remontaba el vuelo hacia el cielo. El sonido hizo que su corazón brincase de alegría. Sí, querida hermana, ahora yo también tengo una razón por la que reír.

Espero y este cap les haya gustado y me dejen un Rewiev

Atte: Miss Mckarty

1 Nota de las Traductoras.- La Tanzanita es un mineral de color semejante al azul celeste.