DISCLAIMER: Como os imaginaréis, estos personajes (salvo Godric Wellman) no son míos, lo que significa que yo no soy J.K. Rowling. Ni soy amiga suya. Ni siquiera la conozco (ved qué triste es mi vida), pero la admiro, respeto y quiero por todo lo que le ha dado al mundo. Esta historia es fruto de ese cariño, y es publicada sin ánimo de lucro. ¡Que la disfrutéis!

(N/A: No existe ánimo de lucro, pero los comentarios/halagos/críticas/amenazas de muerte sí que se agradecen. Ahí lo dejo...)

Cap. 1: El joven de intensa mirada

Caminaba agitadamente por los pasillos desiertos. Muy pronto, esos pasillos se llenarían de alumnos debido al inicio del curso escolar, pero aún, por suerte, no había nadie. Llegó ante una gárgola con forma de hipogrifo y pronunció la contraseña de malos modos. Estaba muy enfadado, especialmente con el director. Severus Snape irrumpió en el despacho de Dumbledore sin llamar a la puerta, provocando la aparición de numerosos murmullos reprobatorios por parte de los retratos que colgaban de las paredes. Todo había sido por culpa del viejo... Que él estuviera en la situación en la que estaba era a consecuencia de haber obedecido sus estúpidas órdenes.

El director, que estaba sentado en su butacón, observó con sorpresa su violenta entrada.

—Hola, Severus.

Snape se acercó hasta el escritorio, golpeándolo con las manos.

— ¿Hola, Severus? ¿Ésa es la manera en la que me recibe, Dumbledore?

— ¿Y cómo iba a hacerlo, si no?

— ¿Que cómo...? ¡Míreme, jodido loco!

Albus lo observó a través de sus gafas de media luna sin perder la calma. Se llevó la mano derecha a los labios, en actitud pensativa.

—Sí, te noto algo distinto, Severus... Mmm, aunque no sabría descifrar qué es.

—Albus— exclamó Snape inclinándose sobre la mesa—, ¿está ciego o qué? ¿Acaso no me ve? ¡Parezco un maldito adolescente!

El director lo miró de nuevo con curiosidad ante la aclaración y se dio cuenta de que Severus tenía razón, y además literalmente. Las arrugas habían desaparecido de su cara y su expresión había rejuvenecido, además de haber perdido varias tallas de cuerpo.

— ¿Y a qué se ha debido tal cambio, Severus? ¿Has descubierto una nueva crema de banshee reafirmante?

—Déjese de bromitas, director, que no estoy de humor.

—Veo que, aunque su cuerpo sea el de un joven, su carácter continúa invariable— comentó el anciano para sí mismo.

—Esto me ha ocurrido al entrar en una habitación del lugar al que me mandó en "misión especial"— dijo Severus sin oírlo.

— ¿En serio?— preguntó Dumbledore, interesado.

—Sí, en serio— respondió Snape, dejándose caer, agotado, sobre una de las sillas que tenía al lado.

—Cuéntamelo todo, Severus, sin omitir un solo detalle.

El profesor comenzó a relatar todo lo que le había acontecido después de abandonar Hogwarts dos días atrás.


— ¡Has hecho trampas, Ronald!— exclamó Hermione, cruzándose de brazos.

—Sabes que no me hace falta hacer trampas para ganarte al ajedrez mágico, Hermione.

—Ron tiene razón, Hermione— apoyó Harry—. Es el mejor de nosotros en el dichoso jueguecito.

Los tres amigos llevaban un mes en la casa de Ron, la Madriguera, pasando juntos lo que les quedaba de verano.

—Pero es que había planificado cada movimiento, sabía cómo responder fuera cual fuera la jugada de Ron...

—Tu mente matemática te ha fallado esta vez, pequeña— dijo Ron con una sonrisa.

Hermione se levantó y comenzó a pasearse por la habitación, con el morro largo. En ese momento entró Ginny, que venía de hablar con su madre. Le dio un suave beso a Harry en los labios, con la correspondiente mueca de Ron, y dijo, dirigiéndose a todos:

—Mamá me ha dicho que mañana mismo iremos al Callejón Diagon a comprar nuestras cosas. Ya queda menos de una semana para que empiece el colegio.

— ¡Por fin volvemos a Hogwarts!— exclamó Hermione, emocionada, olvidando su enfado del minuto anterior.

—Sí, yuju— dijeron Harry y Ron sin entusiasmo, intercambiando una mirada.


—Es fascinante, Severus, absolutamente fascinante.

—Dígame qué tiene de fascinante que me haya convertido de nuevo en un adolescente en pleno período hormonal y quizá pueda seguir su línea de pensamiento.

—Has vuelto a ser joven... Eso es lo fascinante.

Severus se miró a sí mismo, apreciando que su habitual túnica negra, que normalmente le sentaba como un guante, le venía una o dos tallas más grande.

—Vamos, que vuelvo a ser un mocoso flacucho y sin atractivo, pero con una personalidad amargada de un tío de cuarenta. Humm, las perspectivas son halagüeñas.

—Por favor, Severus, no seas tan pesimista... Esto abre un nuevo horizonte de expectativas. Deberías estar feliz. Aunque...

— ¿Aunque?

—Está claro que este año no puedes ocupar tu puesto de profesor de Pociones. No después de esto. Habrá que encontrarte un nuevo lugar, aquí, en el castillo, donde pueda tenerte cerca.

El profesor enarcó una ceja.

— ¿Va a nombrarme ayudante segundo de Filch, Dumbledore?

—Pues aunque sería un empleo de lo más digno, no, no es eso en lo que estaba pensando...

Severus lo miró con los ojos entrecerrados cuando se puso en pie y comenzó a dar vueltas por el despacho.

—Podría ser... Sin duda es arriesgado, pero por otro lado... Quizá le guste la idea... No deja de ser una nueva oportunidad para él...— el director hablaba en voz alta consigo mismo, olvidado por completo de la presencia de Severus.

Tras un rato en la misma situación, el profesor carraspeó.

— ¿Se puede saber qué planea, director?

Su voz también había cambiado, aunque tampoco demasiado. Lo que sí percibía con una seguridad casi pasmosa era que le iba a salir un gallo en cualquier momento. Dumbledore se giró hasta él de repente, y sus ojos azules se iluminaron con picardía.

—Tengo algo que proponerte, Severus, y espero que no te pongas como un energúmeno cuando te lo explique— dijo Albus, volviendo a sentarse y entrecruzando sus dedos frente a él.

—Sorpréndame.

Y vaya si lo había sorprendido. Es más, lo había anonadado. ¿Cómo se le podía haber ocurrido que él, Severus Snape, el temido profesor de Pociones, iba a aceptar algo así? Lo peor de todo es que cuando tuvo que aceptar con un gruñido lo que el director proponía, se dio cuenta de que no tenía otra opción. «¡Maldito viejo! Siempre hace lo mismo, es decir, lo que quiere, conmigo», pensó el ahora joven Severus, bajando con agitación del despacho. «Todo esto me pasa por alcornoque, por dejar que Dumbledore se metiera tanto en mi vida que ahora se cree dueño y señor de la misma». Llegó a su despacho y, una vez cerrada la puerta, se apoyó en ella. Suspiró. Ese curso iba a ser muy largo.


La mañana había amanecido calurosa y soleada ese veintinueve de agosto. El Callejón Diagon estaba a rebosar de gente, en especial de alumnos de Hogwarts que habían ido allí a aprovisionarse de todo lo que iban a necesitar durante el curso que se les presentaba. Harry, Ron, Hermione y Ginny salían en ese momento de la tienda de los hermanos Weasley, que estaba en pleno apogeo después de la derrota de El-Que-No-Debía-Ser-Nombrado. La calle rebosaba optimismo, a pesar de que no todo el mal había sido eliminado: Bellatrix Lestrange, junto con algún otro mortífago, habían escapado y se hallaban escondidos, dispuestos a actuar en cualquier momento.

—Vamos a la lechucería— propuso Harry—. Tengo que comprarle comida a Hedwig.

Sus amigos no pusieron ninguna pega. Echaron a andar calle abajo. Ginny, Harry y Ron discutían sobre quidditch, mientras Hermione revisaba uno de sus nuevos manuales de hechizos. Veía que ese año Pociones iba a ser extremadamente difícil. Al pasar por delante de la puerta de Madame Malkin, se chocó con alguien que salía. Los dos cayeron al suelo. Sus amigos iban tan metidos en la conversación que no se percataron de que ella se había quedado atrás. Hermione miró entonces a la persona con la que se había chocado. Se trataba de un chico moreno, de pelo largo y lacio, y piel cetrina. Sus ojos se encontraron con los de él, que se mostraron bastante sorprendidos al verla, como si la hubieran reconocido. ¿Dónde había visto antes esos profundos ojos negros?

— ¡Granger!— exclamó él, sin poder contenerse.

La chica abrió la boca, pero ningún sonido salió de ella.

— ¿No puede mirar por dónde camina?

Hermione, recuperándose, contestó:

— ¿Nos conocemos?

Severus Snape, consciente de que había hablado de más, no dijo nada. Se puso en pie ágilmente y la miró. Tras unos instantes de silencio, al fin respondió:

—No, no en persona.

—Entonces, ¿cómo...?

—Es obvio, ¿no?— comentó con sorna el profesor. Su mente Slytherin se había puesto a trabajar a toda velocidad para inventar una excusa que sonase plausible—. En estos últimos meses no he dejado de leer sobre usted en El Profeta. Sobre usted y su amigo Potter.

La muchacha lo miró con suspicacia. No se terminaba de creer lo que el chico le decía, pero decidió no insistir. Al fin y al cabo, era cierto que había aparecido bastantes veces en la prensa durante los meses pasados, y podía ser que el chico la hubiera visto en ella. Se encogió de hombros y, dejando de mirarlo, recogió con premura sus libros. Al paso al que iban sus amigos la última vez que los vio, seguro que ya habrían llegado a las puertas del colegio Durmstrang tras hacer escala en Beauxbatons.

Severus la observaba con interés. Estaba seguro de que su excusa no había colado... Entonces, ¿por qué no seguía haciendo preguntas? ¿No era una insufrible preguntona, que todo lo quería saber? Al ver que había terminado de recoger sus libros, le tendió la mano. La muchacha lo miró, sorprendida, pero al segundo siguiente, se había agarrado a ella y había tomado impulso. Ambos chicos se quedaron el uno frente al otro, mirándose fijamente. Severus se sintió como si lo estuviera desnudando con esa mirada. «Vamos, Granger, al final terminarás por averiguarlo sin que yo abra la boca, como continúes mirándome así». Sus manos continuaban unidas.

—Me recuerdas a...

Una voz que gritaba su nombre le impidió terminar la frase. Sus amigos se acercaban a donde estaba a todo correr. El chico y ella soltaron las manos.

— ¿Herm, está todo bien?— le preguntó Ron, tomándola de los hombros y girándola para que lo mirara.

— ¿Te estaba haciendo algo?— añadió Harry, sacando la varita y apuntando a Snape con ella.

El profesor lo miró como si fuera el chiste más gracioso que había oído en su vida, y ya estaba dispuesto a sacar la suya para darle una lección a don Héroe Potter, cuando las palabras que Dumbledore le había dicho resonaron en su mente: «No debes llamar la atención, Severus. Es fundamental que pases desapercibido». Apretó imperceptiblemente los dientes y sacó la mano del bolsillo del pantalón vaquero negro que se había visto obligado a ponerse, ya que sus túnicas le quedaban todas grandes. Ya arreglaría cuentas con Potter cuando estuvieran en el colegio.

— ¡No, basta, Harry! Me tropecé con él y sólo estaba ayudándome a levantarme.

— ¿Seguro?— preguntó el chico, sin apartar todavía su varita de la pronunciada nariz de Snape.

—Sí, baja la varita y vámonos.

Su amigo la miró un momento y devolvió la varita a su bolsillo. Miró a Severus con enfado un segundo más y se separó de él. Sus amigos no tardaron en seguirlo. Snape los vio alejarse, sonriendo para sí. «Quizá no me lo vaya a pasar mal este curso, después de todo».


La Ceremonia de Selección, que tenía lugar antes de la primera cena del curso de los alumnos en Hogwarts, fue mejor que de costumbre. El Sombrero Seleccionador se mostró muy optimista y recomendó fomentar los lazos de amistad que se habían establecido entre unas casas y otras con la llegada al poder de nuevo de Voldemort. Una vez acabada, Dumbledore golpeó su copa con el tenedor para lograr la atención y el silencio de los alumnos.

—Buenas noches a todos. Bienvenidos un año más al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Para los que no me conozcan, soy Albus Dumbledore, el director de la escuela.

Casi todos los alumnos aplaudieron con fervor hasta que Dumbledore volvió a pedir silencio.

—Los nuevos debéis saber— y los antiguos, recordar— que el Bosque Oscuro está terminantemente prohibido para todos los alumnos. Asimismo, he de decir que este año se reanudarán las visitas a Hogsmeade para los alumnos de tercer curso y superiores que cuenten con autorización.

Los alumnos recibieron esta noticia con muchísimo entusiasmo. Las visitas al único pueblo enteramente mágico de Gran Bretaña habían sido canceladas con el resurgimiento de Voldemort, y eran realmente fascinantes para todos los jóvenes escolares.

—Hemos tenido algunos cambios en el cuerpo de profesores. Horace Slughorn vuelve otro año más a impartir la asignatura de Pociones, mientras que Defensa Contra las Artes Oscuras le corresponderá a mi gran amigo Godric Wellman, que hasta hace unos meses trabajaba como auror en el Ministerio de Magia.

Los cuatro amigos se miraron.

— ¿Y Snape?— preguntó Ron con entusiasmo.

—Quizá se haya retirado— comentó Harry.

—O se haya muerto— añadió el pelirrojo con una sonrisa maliciosa.

— ¡No digáis tonterías!— se enfadó Hermione—. No puede ser que Snape se haya ido de Hogwarts, no después de que ayudase a ganar la guerra. Algo muy gordo ha tenido que pasar.

El resto de los alumnos parecía opinar igual, porque rápidamente un murmullo se extendió por el Gran Comedor. Una voz preguntó:

— ¿Y el profesor Snape?

Provenía de la mesa de Gryffindor, con los que el profesor de Pociones solía ensañarse a menudo y con alevosía. Dumbledore se giró hacia la persona como si hubiera sabido desde un primer momento quién hablaba.

—El profesor Snape me ha pedido una excedencia, así que no dará clase este curso.

Los aplausos hicieron temblar las mesas.

— ¿Alguna pregunta más?— dijo Dumbledore.

El Gran Comedor se sumió en el silencio más absoluto.

—Bien, por último— continuó Dumbledore—, debo anunciar una nueva incorporación al alumnado de séptimo curso. Por propia decisión, dicho alumno ha pedido estar en la casa Slytherin.

Los miembros de dicha casa prorrumpieron en aplausos. Harry, Ron y Hermione se miraron entre sí. ¿Quién podía ser tan idiota como para elegir desde un principio estar en Slytherin?

—Os pido que lo aceptéis como uno más entre vosotros y que le deis una calurosa bienvenida. Por favor, Argus— añadió, dirigiéndose al conserje— hazlo pasar.

Filch abrió con dificultad una de las puertas del Gran comedor y salió por ella. A continuación, entró acompañado por un muchacho alto y moreno, de piel cetrina, nariz ganchuda e intensos ojos negros. Cientos de ojos siguieron su recorrido hacia la mesa de las serpientes, mientras que la voz de Dumbledore decía:

—Alumnos, os presento a Stefan Stapleton.

Todas las cabezas del Gran Comedor estaban giradas hacia él. Odiaba esos espectáculos con los que Albus disfrutaba tanto. Tendría que echarle pimienta en sus caramelos de limón para vengarse.

Harry, Ron, Hermione y Ginny se miraron. Harry se volvió hacia su amiga y le dijo:

—Hermione, ¿ése no es...?

—Sí, Harry— contestó ella, con la mirada fija en el pálido rostro de Severus—, es el chico con el que me choqué hace tres días en el Callejón Diagon.


Hola a todos! Bueno, si es posible que se publique el asunto, ahora estaréis leyendo esto. Espero que os haya gustado este primer capítulo. En breve subiré los siguientes.

¡Un saludo a todos!

L&S