Cap I: Mi adorable desconocido

Todo estaba listo, era mi fiesta de cumpleaños número quince y llevaba poco más de un año en Forks. Los invitados esperaban ansiosos el momento de la torta. Un cerro de biscochuelo, manjar y merengue ¡Deliciosa!, de mi especial gusto, pero sus ansias no era precisamente por saciar su curiosidad de como sabría el pastel, más bien, se debía a la perversa intención de hundir mi cabeza en ella y luego, tornarse en una guerra de azúcar y harina.

Habían tapaditos, quesos y picoteos varios, dispuestos con dedicación por mi madre. El lugar lucía perfecto. Mi querida abuelita, con quien viví varios años, antes de que Reneé decidiera volver a casarse, había venido desde Phoenix. Ambas miraban horrorizadas el espectáculo. Los pedazos de torta volaban de lado a lado del living, estropeando el suelo y las alfombras. Como si fuera poco, y para el terror de Reneé, que se sumaba a su marido, Phil, desaparecido hace ya un par de días por alguna juerga esporádica, Emmett, un amigo diez años mayor que yo, se enamoró de ella, y no perdía el tiempo, simplemente la bañaba de piropos poco adecuados, pero con un leve margen de respeto. Mi madre era bastante joven y guapa, sólo nos llevábamos por veinte años, y en más de alguna ocasión oí que con nosotras se cumplía la Ley de la Lagartija "la madre mejor que la hija", ¡Arg! No sabía si reírme o echarme a llorar con esas opiniones banales.

Emmett, fornido, de intensos ojos verdes y pelo oscuro, con fama de loco, parrandero a morir, a veces muy irreverente en sus opiniones; trabajaba todo el día como chino, nadie lo podía discutir era casi un genio en su área, admirados por muchos y envidiado por pocos. Durante las tardes, se sometía a intensas horas de ejercicio, llegando a tener fatiga de material por decirlo de algún modo, era fanático de correr y las pesas. Sin embargo, cada fin de semana se hacía pedazos en las diversiones, bebía mucho, ganándose honrosamente la fama de alcohólico y mujeriego, se desaparecía con distintas féminas, de diversas reputaciones y bellezas.

A pesar de que ser una especie de "Don Juan", las amaba a todas, tan sólo por ser mujeres y bueno, poseer eso que tanto le gustaba, pero suspiraba por su dulcinea, un amor imposible, por quien sufría y lloraba penas de amor —varias veces lo escuché horas por teléfono—. Rosalie, la mujer de sus pensamientos y Emmett, estuvieron juntos algún tiempo, ella se había decidido por otro y él, con el corazón destrozado, continuó eternamente colgado a su amor, pero el látigo de la indiferencia que ella sostenía ante su cariño, lo quemaba y lo había volcado a la vida, ¡Patrañas! Era un vividor empedernido y el desamor era sólo una excusa. Cada fin de semana se encamaba con cuanta mujer se le cruzaba por delante: rubias, morenas, chicas, gordas, flacas, con fama de livianitas y gustosas de placer, eso era suficiente. Los compañeros de trabajo, aseguraban haber oído los gritos de las intensas sesiones de amor —lamentablemente eran vecinos—, bueno, tan, tan terrible no era para el resto, porque relataban las historias con bastante entusiasmo, siempre con una gran sonrisa en los labios, mmm, no sé, más bien, creo que se sentían orgullosos de las peripecias de su inusual compañero.

Ese ser tan particular, amable y comprensivo, recogió la alfombra junto con mi madre, el resto continuaban con un juego ridículo, lanzándose biscocho hasta quedar pegajosos y sucios. No le quitaba los ojos de encima.

No podía hacer otra cosa que reírme. Hace un rato atrás había llegado Jacob, compañero de Emmett, y de ese incógnito que me estaba haciendo suspirar por los rincones, pero que no estaba invitado a la celebración. Primero, nuestro noviazgo no era oficial, tan sólo habíamos salido unas cuantas veces y segundo, se había ido por una semana a visitar a sus padres, que vivían fuera de la ciudad, y lo más importante ¡No sabía mi verdadera edad! Sí, no tenía idea, todos lo sabían menos él, y por el momento, era mejor que se mantuviese en secreto, de lo contrario lo espantaría. Por supuesto mi embuste era respaldado por mi círculo más cercano, tan convenientemente, que mis amigas, de verdad, cumplían con la edad que decía tener yo, diecisiete.

Edward tenía veintiuno y estaba ad portas de enterar los veintidós. Era un chico formal, demasiado, considerando al resto de los ingenieros forestales, extremadamente guapo y misterioso. Me tenía bastante inquieta, por decirlo de una manera simple, pero no contaba con la exclusividad, era la última adquisición, pero no la única, también estaba Mike, otro férreo trabajador de los bosques, jeje. Un chico apuesto que despertaba el interés de varias, entre ellas, Jessica e incluso Ángela, quien se declaraba enamorada de Erick, pero que sin embargo, se les desviaban los ojos hacia el muchacho de ojos azules. Alguna vez tuvimos un par de encuentro febriles, pero que no pasaron de eso, encuentros, a mi pesar y la tranquilidad de su conciencia, él tenía ocho años más.

Jacob trajo consigo un enorme ramo de rosas rojas, fuertes, ardientes y orgullosas ¡Mis primeras flores! De parte de un hombre, claro. Detrás de ese enigmático hombre se escondía un amor caprichoso. Quiso darme una sorpresa, llegando esa noche, él también era una especie de regalo, según sus ilusos pensamientos. Sonó el timbre y partí a abrir la puerta, Alice ya me había contado que Jacob había atrasado su viaje para llegar de sorpresa a mi cumpleaños. Tenía serias intenciones de formalizar algún tipo de relación conmigo.

—¡Jake! —puse mi mejor cara de sorpresa.

—¡Feliz cumpleaños! —torció una sonrisa seductora. Se acercó a mí y me dio un gran abrazo, demasiado eufórico para mi gusto, en verdad, el pobre no me movía un pelo.

—¡Qué sorpresa! —mentí, pero no se notaba.

—¿Cómo me iba a ir para tu cumpleaños? —curvó sus labios en una sonrisa de victoria.

Lo acompañé hasta la sala, se quedó con Emmett, no era necesario ningún tipo de presentación porque todos se conocían muy bien. Cogí las flores y se las llevé a mi mamá para que las pusiera en agua. Se fueron directo a mi dormitorio y duraron varios días.

Como se nos pasaron las copas, tuvimos la brillante idea de ir a bailar. Reneé me puso cara de pocos amigos, pero no me importó, después de todo era mi cumpleaños quince ¡No todos los días cumplimos quince años! Le dije a Jacob que me pidiera permiso. Entramos a la cocina y yo más contenta de lo normal, le advertí a mi mamá que alguien quería conversar con ella. Me miró seria, pero pronto entró mi amigo, era primera vez que ella lo veía, en realidad este grupo no era el que más le agradaba. Tan formal y perfecto, Jacob entró.

—Buenas noches —sonrió, seguro de que mi madre confiaría en él.

—Hola —Reneé contestó formal.

—¿Quería saber si puedo llevar a Bella a bailar? Vamos todos. Por supuesto la traeré de vuelta —agregó como si esa última frase significara algún tipo de garantía. De seguro mi madre notó el desinterés que sentía por ese chico, simplemente, aceptó de inmediato.

Salimos de mi casa, el resto se había largado hace unos minutos. Nos encontraríamos en la discotheque de siempre. La noche estaba fría, pero el alcohol me había vuelto inmune a los estragos del clima. Camino en busca de su pequeño auto, él acercó su rostro de piel canela, probablemente aprovechando mi excesiva "alegría", uniendo sus labios a los míos, respondí a su beso, más por agradecimiento que por interés real, de todos modos quedó feliz, objetivo cumplido. Me cogió por el brazo y continuamos caminando tomados del brazo como dos buenos amigos. Él sabía que estaba saliendo con Edward, pero no le importó.

—¿Tú crees que yo no sé que cumples quince? —sonrió sarcástico y continuó— el único iluso aquí es Cullen —soltó una carcajada.

—Y tú no se lo dirás, por cierto —amenacé con una sonrisa de complicidad.

—No es mi tema —respondió irónico, burlar a Edward le daba una satisfacción perversa. Abiertamente competían y él en estos momentos estaba ganando puntos. De hecho, inicialmente, ambos se irían de viaje a ver a sus respectivos padres, sin embargo, Jacob, sin que Edward se enterara, por supuesto, retrasó el vuelo un par de días, para asistir a mi cumpleaños.

Llegamos al pequeño autito azul y nos fuimos directo al "Pantenón". El grupo en pleno estaba bebiendo y bailando. Emmett ya había tomado a una chica desconocida, curvilínea y sensual, con nosotras tenía un pacto aparte, porque nos consideraba como sus hermanas y jamás, según él, nos podría ver como un objeto sexual ¡Mentira!. El año anterior, cuando Gabrielle aún estaba en Forks, mi querida amiga y él no dejaron pasar por alto una cama y el exceso de roncolas. Sus padres se habían ido fuera del país por más de una semana y ella quedó sola. Me quedé a alojar, salimos a bailar y por supuesto, se nos pasaron los tragos. Ella era especialmente divertida, nada de sensual, más bien brusca, poseedora de una gran carcajada que retumbaba en la sala de clases. Entre ellos siempre existió una atracción más allá, seguramente por la manera de ver la vida con tanta liviandad. Esa madrugada, aún con un vaso en la mano, pasé por fuera de su habitación y Gabrielle, desvestía poco a poco Emmett. Él reía. Lo que sucedió después queda a la imaginación de cada uno, pero claramente habían traspasado la barrera de una fraternal amistad, jajaja. Ellos, siempre lo negaron.

Bailé con Jacob la noche entera, parecía mi sombra, no me dejaba ni por si acaso sola, con la excusa ridícula de que se había comprometido con mi mamá. Mover el cuerpo me hizo bien para despabilar. Todos reían más que entusiasmados hasta que nos corrieron de la discotheque, ya había terminado la música y estaban cerrando. Jacob me fue a dejar, pero antes, caminamos juntitos por la costanera, hasta que el sol se comenzó a asomar tímidamente ¡Uf! Me prometió el mundo y me mostró las ventajas de escogerlo, que por supuesto, no me interesaban. Nos dimos un par de besos locos más, porque era sólo eso, juegos, da y quita ¿interesante, no?

La mañana siguiente, el real día de mi cumpleaños, sonó el móvil muy temprano: Edward. Mi corazón latió con desenfreno y las mariposas revolotearon por mi estómago, logrando que accediera rápidamente a las cumbres, algo así, como las nubes.

—¡Feliz cumpleaños! —sonó muy sensual.

—Gracias… —le devolví una sonrisa como estúpida.

—¿Cómo estuvo la celebración de ese cumpleaños? —sonrió con suspicacia.

—Muy bien, gracias… —¿acaso ya sabría de mi exceso de celebración con sus amigos? ¡Arg! De seguro se había enterado… como vivían todos juntos no había ningún secreto entre ellos. Obviamente, tampoco se lo comentaría.

—¿Te portaste bien? —soltó una risita sarcástica.

—¡Claro! Lo de siempre… —mentí.

—Como no —inspiró hondo y volvió a reír ¡Arg! Odiaba la incertidumbre ¿ya sabría?

—¿Dónde estás? —le cambié el tema, sutilmente.

—En casa de mis padres, hoy tendremos un almuerzo familiar. Ya sabes están felices de que esté aquí. Mi madre me trata como si fuera un niño de cinco años —esta idea no le agradaba mucho, más bien se resignaba con cariño, pero lo hastiaba un tanto— vuelvo el lunes —fue una especie de advertencia.

—¡Qué bien! —daría lo que fuera para preguntarle cuándo nos veríamos, pero no era una buena táctica, sería como presionarlo.

—Bueno, te dejo… llamaba para saludarte y para que no me olvides —sonrió, de nuevo un aviso.

—Eeeeh —titubeé, qué le iba a contestar "¡Te extraño!", no, definitivamente no podía hacer ese tipo de declaraciones tan pronto.

—Un beso, que estés bien —se despidió y yo quedé con ganas de ¡Más! Su voz era tan suave, misteriosa y sensual, ¡Uf! Me revolvía las hormonas.

—Chao —corté y los pajaritos me volvieron a elevar en sueños y fantasías con ese extraño.