CAPITULO IV

Se necesita más valor para aceptarse a uno mismo que para volar en una sala llena de fuego demoníaco, Harry.

Seguramente había sido la sesión más dura que el joven auror había enfrentado en aquellos seis largos meses. Aceptarse a sí mismo. Admitir en voz alta todo lo que se había negado con tanta testarudez desde la adolescencia. Era duro reconocer que no habría familia. Tal vez ni siquiera un compañero. Que era tan desgraciado que ni siquiera su libido era capaz de fingir que le gustaba lo suficiente una mujer como para conseguir lo que la mayoría de la gente tenía.

¿Hubieras preferido un matrimonio condenado al fracaso de antemano?

No, claro que no, había reconocido finalmente el joven a Danielle. Pero ahora Ginny no le hablaba, Ron le acusaba de haber jugado con su hermana y el resto de la familia le miraba, no con odio, pero sí con cierta pena. Como si, en el fondo, siempre hubieran sabido que Harry acabaría siendo un desdichado o que terminaría adquiriendo algún tipo de paranoia o comportamiento extraño, secuela de todo lo que le había tocado vivir. Hermione, la optimista y toca cojones de Hermione, le animaba diciendo que las aguas volverían a su cauce. Que a Ron se le pasaría y Ginny acabaría comprendiendo que los intereses de Harry andaban bastante lejos de sus curvas, ya que estaba claro que él prefería más bien las rectas.

¡Maldita psicomaga! ¡Maldita Hermione! ¡Y maldito él por tener que darle la razón a tío Vernon, ya que finalmente sí había resultado ser un anormal! Aunque no podría volver a pronunciar esa última frase en voz alta, a riesgo de recibir de Bynes un buen coscorrón. O de Hermione.

¡Empieza a quererte un poco a ti mismo, jovencito! ¡O jamás serás merecedor de la querencia de nadie!

De hecho, hasta hacía bien poco Harry había pensado que sí le querían. Pero esa maldita cosa que colgaba entre sus piernas lo había estropeado todo. Y no, él no era pesimista, ni melodramático, ni un rendido. Se lo había dejado muy clarito a Bynes. ¿A grito pelado, tal vez? Mmm… sí, definitivamente había gritado un poco. Al fin y al cabo, a uno no le obligaban todos los días a decir en voz alta que era maricón. Perdón, gay. Maricón, sarasa, mariposón, desviado, invertido, sodomita, bujarrón o muerde almohadas eran palabras que utilizaría su tío Vernon. Y dado que su pariente no estaba en la lista de los mejores ejemplos a seguir, haberlas pronunciado casi le había costado a Harry un sopapo, a pesar de haber hecho gala de tan extenso vocabulario. El joven había llegado a la conclusión de que Bynes había decidido estrenar con él algún nuevo tipo de terapia que incluía una continua amenaza física. O era eso, o que finalmente había conseguido desesperarla un poco. Harry reconoció que aquella tarde, después de que Malfoy se hubiera marchado, había estado un tanto "desbordado". Su estado de ánimo había sufrido tantos altibajos en tan sólo dos horas, que la pobre mujer debía haber quedado agotada y harta de él.

Y allí estaba. Un sábado a las siete de la tarde, dándose ánimos para llamar a una puerta a la que jamás imaginó llamar. Duchado, afeitado —y después había utilizado la loción que Hermione le había regalado y que olía tan bien— repeinado hasta donde su negra melena se lo había permitido, y con sus botas de piel de dragón tan relucientes que casi podía reflejarse en ellas.

Sigue tu instinto, Harry, le había espoleado Danielle. Hasta ahora no te ha fallado, ¿verdad? Pues esta vez, hazle caso también.

Seguramente sería el ridículo más espantoso que habría hecho en toda su vida. Pero después de las interminables vueltas que le había dado en la cabeza a todo lo que había sucedido en las últimas semanas; a todo lo que había tratado de hacerle entender Bynes; y, como no podía ser menos, siguiendo su natural propensión a actuar antes de pensar, había decidido plantarse Wiltshire sin detenerse a considerarlo dos veces (seguramente porque si lo consideraba realmente, no estaría allí), para hacerle saber a Malfoy que no había sido del todo sincero. Porque él, Harry Potter, jamás había sido un mentiroso. Y no iba a empezar ahora.

El elfo doméstico que le abrió la puerta le miró con un desconcierto cercano al estupor, pero le dejó pasar.

—He venido a ver al señor Malfoy. Draco Malfoy —aclaró.

—¿A quién debo anunciar, señor? —preguntó el elfo, sin dejar de observarle, ahora con cierto nerviosismo.

—Harry Potter.

Como si estuviera a punto de lanzarse al suelo preso de un ataque de pánico, el pequeño sirviente dijo:

—Stub lamenta comunicarle que sus vestimentas no son las adecuadas, señor Harry Potter. El amo fue muy estricto con la etiqueta, señor. Stub lamenta muchísimo decírselo, señor.

Harry observó su camisa negra nueva, que como mucho habría llevado dos veces, y sus vaqueros recién lavados. Tal vez debería haberse puesto una túnica por encima…

—Bien, yo sólo quería hablar un momento con él… pero…

—Stub avisará al amo Draco de todas formas —dijo entonces el elfo, dedicándole una gran reverencia.

Harry se quedó en medio del gran vestíbulo, viendo como el elfo doméstico desaparecía en un santiamén para avisar a Malfoy de su presencia. Todavía más desconcertado que aquella pobre criatura, Harry retorció sus manos con nerviosismo. Ahora que estaba allí deseaba no haber venido. Cuando también se le retorció el estómago, pensó que tal vez ya iba siendo hora de cambiar viejas costumbres y empezar a pensar antes de actuar. Una puerta debió abrirse en alguna parte, porque el eco de un alegre rumor de voces llegó hasta Harry. Parecía una fiesta. Los Malfoy estaban celebrando una fiesta. Harry entendió entonces los problemas del elfo doméstico con su ropa. Y, de pronto, entendió también algo más. ¡El compromiso! ¡Estaban celebrando el compromiso de su hijo! Sintiéndose de repente completamente estúpido y fuera de lugar, Harry decidió que lo mejor era batirse en retirada antes de que apareciera alguno de los anfitriones preguntándose por qué osaba irrumpir en una celebración tan privada. No había tenido tiempo de dar dos pasos hacia la puerta cuando la voz de la persona a la que había venido a ver, le detuvo.

—No es educado marcharse sin saludar, Potter.

Probablemente no había sido la intención de Malfoy dejarle sin aliento. Pero, por Merlín y sus barbas, que Harry lo había perdido. Enfundado en una túnica azul oscuro y plata, Malfoy parecía un príncipe. Las manos del auror encontraron el camino hacia los bolsillos de sus vaqueros mientras trataba por todos los medios de no parecer tan anonadado como en realidad se sentía. Ahora su fabulosa camisa negra le parecía una verdadera mierda.

—Lo siento —se disculpó—. No recordaba que hoy era tu compromiso.

Draco le miró con curiosidad.

—No importa —dijo—. La cena no es hasta las ocho. Y todavía faltan algunos invitados.

—No, de verdad, podemos hablar otro día…

Harry dio un paso más hacia la puerta, incómodo con la situación que él mismo había creado. Por su parte, Draco sabía que debía detenerle en ese mismo instante. Porque Harry no volvería, ni buscaría una nueva oportunidad de poder hablar con él. Sería ya demasiado tarde. No había que sobrestimar la valentía de un Gryffindor.

—Sígueme —ordenó.

Sólo cuando oyó los pasos, al principio vacilantes, de Harry tras los suyos, Draco volvió a respirar. Le condujo hasta una pequeña salita que sólo utilizaba él. Era mucho más íntima y cómoda que la biblioteca de la mansión, y Draco solía pasar allí muchas horas de lectura y esparcimiento. Los ventanales se abrían a los jardines de la mansión y, desde allí, la vista era privilegiada. Durante sus años escolares había hecho en esa salita sus deberes de verano, recibido a sus amigos y más tarde, mucho más tarde, estrenado caricias y besos furtivos sobre ese bendito sofá de tres plazas que había visto su primera corrida en compañía. Cuando finalmente su madre se la había cedido para su uso privado y exclusivo, Draco se había sentido orgulloso e importante. Claro que entonces sólo tenía once años.

—Pasa, por favor —pidió, manteniendo la puerta abierta para que Harry pudiera entrar.

Observó la expresión mortificada de su ex compañero de escuela y de terapia, secretamente, sintiéndose tan inseguro como él.

—¿Te apetece tomar algo? Whisky, coñac, hidromiel… —ante las repetidas negativas del otro finalmente preguntó con una ligera mueca—: ¿Agua?

—No, gracias —rechazó de nuevo Harry.

—Bien, entonces tú dirás…

Harry sintió cómo su boca se secaba y se arrepintió de haber rehusado el agua. Tan cerca y tan lejos, no pudo evitar pensar. Frente a él, Draco tenía una pose relajada. Aguardaba. Bajo la luz de las velas repartidas por la habitación, de las que se mantenía convenientemente apartado, su pelo parecía absorber una infinita mezcla de cálidas tonalidades. Sus ojos habían tornado a un gris oscuro, casi negro, que confería una extraña expresión a su mirada. Una mirada que estaba haciendo jirones el coraje y el ánimo de Harry.

—Te mentí —confesó el moreno, antes de que todo su valor se derritiera como la cera de las velas.

—¿Me mentiste?

La voz de Draco fue una exhalación queda, sedosa, que salió como un rumor tenue de entre sus labios.

Harry asintió lentamente, mientras su mente recuperaba los recuerdos de una noche que él también había querido olvidar. Y vomitó su propio relato sin preámbulo alguno, como si alguien hubiera apretado una invisible tecla en su cabeza, poniéndole en marcha.

—Corrimos por el pasadizo detrás de Crabbe, perseguidos por el fuego que de repente se convirtió en ese… zoo demencial de criaturas. Yo no lo vi. Ron iba delante y fue él quien nos dijo que le había devorado una quimera.

Harry vio perfectamente el profundo escalofrío que recorrió el cuerpo de Draco. A pesar de todo, éste le hizo un gesto con la mano para que continuara.

—Tuvimos que detenernos cuando esos monstruos de fuego nos acorralaron. Así que cogí un par de escobas que sobresalían del montón de trastos que tenía más cerca y le tiré una a Ron, para él y Hermione, y yo me subí en la otra.

Draco le miraba con tanta intensidad, que el calor sobre la piel de Harry empezaba a ser tan real como el de esa noche.

—Volé lo más bajo que el humo y el calor me permitían —y no pudo evitar corresponder a esa mirada cuando reconoció—: buscándote. Pero sólo era capaz de ver fuego y todas esas cosas consumiéndose…

Harry era incapaz de poner en palabras la angustia que había sentido en aquel momento. Uno de los tantos terrores de los que todavía le quedaban por pasar aquella noche.

—Ron me gritaba que nos fuéramos… y estuve a punto de hacerlo. Pero entonces te oí —Harry se encogió un poco de hombros—. En realidad no sabía si eras tú. Pero oí los gritos. Y busqué de nuevo... hasta que te encontré.

Draco caminó los pocos pasos que les separaban.

—¿Y dónde está la mentira… Harry?

El auror tragó el grueso nudo que de pronto se había formado en su garganta, perdiéndose en la súbita fragilidad de esos ojos que ahora veía tan de cerca. Tanto que fue incapaz de seguir negando.

—No hubiera vuelto ni por Crabbe, ni por Goyle —respondió con voz ronca—. Volví sólo por ti. Porque tenía la esperanza de que siguieras vivo.

Harry no supo muy bien qué esperar a partir de ese momento. Con el alma pendiente de un hilo, aguardó la reacción de Draco. Tal vez serían unas simples gracias, como el pasado miércoles en el gabinete de psicología; quizás Malfoy no le daría ninguna importancia, pues estaban hablando de hechos que ya quedaban lejos; o se sentiría ofendido, si era capaz de leer entre líneas. Pero Harry ignoraba que Draco siempre había sido un gran lector. Y que había fantaseado con leer esas líneas durante mucho tiempo. Quizá hubieran estado borrosas durante una buena temporada. E incluso antes de eso, había intentado ignorarlas porque sabía que Harry Potter estaba fuera de su alcance. Siempre tan leal a los suyos, tan luchador, tan… héroe. Tan hetero… Había sido mucho más cómodo y sencillo mantenerse en el bando de sus enemigos, que haber logrado la proeza de estar en el de sus amigos. Porque, ¿cómo habría podido evitar despellejar a la hermana de Weasley cada vez que se hubiera acercado a él? Dejarle escapar ahora era una estupidez que Draco no estaba dispuesto a cometer.

Un suave peso sobre su pecho alejó la mirada de Harry del embrujo de esos ojos grises para posarla en la mano blanca, casi etérea, sobre el negro de su camisa. Tembló cuando ésta se deslizó suavemente, marcando el contorno de su pecho, hasta llegar a su cintura.

—Podría encender una cerilla ahora mismo, y no tendría miedo a quemarme —musitó Draco, tan cerca de los labios de Harry que él pequeño jadeo que escapó de ellos golpeó deliciosamente en los suyos— ¿Sabes por qué?

Harry negó lentamente, paralizado de miedo y de deseo.

—Porque tú estás conmigo.

Dedos largos y suaves resbalaron por la palma de la mano de Harry hasta entrelazarse con los suyos.

—No quiero volver a tener miedo, Harry.

El aliento de Draco fue una brisa suave y cálida sobre su rostro. Y Harry la respiró como el ahogado al que insuflan aire y revive. Tan cerca, pensó esta vez. Sólo tenía que inclinar un poco la cabeza y alcanzaría esos labios entre abiertos que parecían esperarle. Un ligero apretón en su mano disparó el movimiento que consumó el deseo acallado, negado durante tanto tiempo. Suavidad de piel tierna contra su boca; un cosquilleo excitado recorriendo su cuerpo. La tibia presión que empujaba sus labios rogando con el gesto, reclamando. Harry sintió aire cálido colándose entre sus dientes. El tenue toque de la lengua de Draco lamiéndole despacio, impulsando su deseo. Harry quería vivir en ese momento eternamente. Quería sentir la boca de Draco abriéndose sobre la suya; el sabor dulce de sus labios invadir su voluntad. Engullir cada suspiro. Sus lenguas se rozaron, compartiendo la humedad caliente que rezumaban sus alientos. Harry quería seguir besando a Draco hasta morir en su boca. Y cuando el beso terminó, supo que ya estaba muerto. De deseo por tenerle. De impaciencia por amarle. De miedo de que no significara para Draco lo mismo que para él.

—Ahora el que está aterrorizado soy yo —musitó.

Draco dibujó una sonrisa sobre la piel caliente del cuello del auror. Aspiró, totalmente seducido por el aroma masculino y vigoroso que exhalaba. El olor que el humo y el tufo achicharrado de esa Sala no le habían permitido guardar en su memoria. Enterró el rostro en ese hueco que parecía hecho a su medida y esta vez aspiró la seguridad que Harry emanaba para él. Draco planeaba encender muchos fuegos en el futuro. Encender cuantas hogueras pudiera. Pensaba hacer arder a Harry hasta hacerle renacer de las cenizas de ese temor a sí mismo y revolcarle en las llamas de su propio fuego.

—¿Miedo, Potter? —susurró.

Provocador. Siempre provocador, pensó Harry, aferrándose a esa cualidad de Draco, tan familiar para él. La mano que todavía tenía libre viajó hasta el suave pelo rubio que destacaba luminoso sobre su camisa. El corazón todavía latía desbocado en su pecho, pero sus dedos se deslizaron seguros por las hebras plateadas antes de responder:

—Más quisieras, Malfoy.

o.o.o.O.o.o.o

Atardecía. Draco se levantó del lecho dejando a Harry enredado entre las tibias sábanas. Dormía a pierna suelta, saciado y cansado. Draco caminó desnudo hasta el pequeño escritorio frente a una de las ventanas del dormitorio y se sentó en la silla tapizada de blanco, a juego con el resto de la habitación. Sonrió. La puesta de sol no tardaría en llegar y entonces le despertaría. Se acomodarían en la tumbona doble de la terraza, abrazados, y verían el sol hundirse en aquel hermoso Egeo de aguas azules y cristalinas que por las mañanas se confundían con el cielo. Después, seguramente harían el amor allí mismo. Dejaría que Harry se hundiera en su cuerpo una vez más y le colmara de esa pasión tan arrebatadoramente intensa que esa pelirroja que un día fue su novia jamás conoció ni podría conocer. Jamás.

Con un suspiro de anticipación, Draco tomó pergamino y pluma y se dispuso a escribir la carta que tenía pendiente desde hacía más de dos meses.


Alónissos, 27 de julio de 2001

Querida Danielle:

Ante todo, le ruego que acepte mis disculpas. Sé que debería haberme puesto en contacto con usted hace tiempo, como prometí la última vez que nos vimos. No obstante, puedo darle la excusa más hermosa y perfecta que jamás pensé poder ofrecer. Tiene nombre y apellido y sé que usted la comprenderá mejor que nadie.

Le escribo desde Alónissos, una hermosa isla griega con playas de finísima arena blanca y el mar más azul que haya visto jamás, para decirle que tenía razón, Danielle. Él, vino. Tiene la mala costumbre de llegar siempre en el último minuto, es verdad. Pero si hay algo que he aprendido de Harry en todo este tiempo, incluso cuando mis sentimientos hacia él eran tan distintos a los que ahora tengo, es que siempre llega. Ya sea para sacarme de un incendio o de un compromiso de boda al que me había resignado. No creo que ese día ni él mismo supiera a qué venía realmente. Ya le conoce, da mil vueltas a las cosas antes de reconocer la que verdaderamente le preocupa o quiere. Pero yo seguí su consejo. No le di la oportunidad de escabullirse y me aseguré de hacerle imposible la retirada.. La Casa Gryffindor está sobrevalorada, créame.

Reconozco que romper el compromiso con los Greengrass fue humillante para ellos y un deshonor para mi familia. Tal como establece la costumbre en estos casos, mi padre tuvo que pagarle al padre de la novia ofendida el doble de la dote estipulada como compensación. Y jamás pensé que un simple "me lo debes", iba a frenar a mi padre de maldecirme hasta los huesos. Pero, una vez más, usted estaba en lo cierto. Su mala conciencia, el inestimable saber hacer de mi madre o ambas cosas a la vez, le despojaron de cualquier fuerza moral para obligarme a cumplir con un compromiso que, al fin y al cabo, había adquirido él.

En cuanto a mi fobia, sé que llevará tiempo deshacerme completamente de ella. Que requiere de mi esfuerzo y de mi voluntad. Pero se sentirá orgullosa de mí cuando le cuente lo siguiente. Ayer por la noche fuimos invitados a una fiesta en la playa por la familia que vive en la casa cerca de la que nosotros hemos alquilado. Los griegos son muy hospitalarios, créame. Y sus festejos son de los más alegres y originales que he visto en mi vida. Sin embargo, creí que la diversión había acabado para mí antes de empezar cuando vi las hogueras en la playa. Incluso Harry me propuso dar cualquier excusa y volver a casa. Estuve tentado de aceptar. Pero después me dije, no. Sólo son hogueras y no tengo que acercarme a ellas si no quiero. Jamás agradeceré lo suficiente el amor y el apoyo que recibo de Harry en momentos como este. Reconozco que estuve algo tenso al principio. Pero cuando empezamos a cenar y, ¡Merlín bendito! esta gente no tiene medida a la hora de llenar una mesa, empecé a relajarme. ¿Ha probado alguna vez la moussakka? ¿O un postre que se llama baklava? Los griegos saben vivir, se lo aseguro. Aunque creo que fue la ingesta masiva de ouzo (un licor muy popular que sabe a anís), lo que me desinhibió más de la cuenta y propició que me dejara arrastrar a una de las rondas que habían formado alrededor de las hogueras. Creo que no morí de terror, porque estaba más ocupado en morirme de risa. Le amo con toda mi alma, pero le aseguro que no hay nada más entretenido y gracioso que ver los patéticos intentos de Harry por coordinar sus piernas bailando el Hasapiko.

En unos pocos días será su cumpleaños. Lo celebraremos aquí, seguramente también con una gran fiesta en la playa, y después regresaremos a Londres. Harry tiene que incorporarse a su trabajo en el Ministerio. Ahora mismo duerme como un bendito. Tan sosegado y tranquilo que estoy seguro de que hasta a usted le costará de imaginar. Pero así es. Creo que ha encontrado el punto de equilibrio que necesitaba y nuestra relación se desenvuelve de forma mucho más fluida de lo que yo mismo esperaba al principio. Me besa y me abraza en público sin la menor vergüenza. Pero claro, esto es Grecia… Cuando regresemos haremos pública nuestra relación. Sé que entonces me necesitará más que nunca. Pero estaré ahí para sostenerle y apoyarle, igual que él lo hace conmigo.

Soy muy feliz, Danielle. Y quiero que sepa que jamás le agradeceré lo suficiente, aparte de su labor terapéutica, los consejos y ánimos que me dio para poder alcanzar lo que ahora tengo. Sé que rompió alguna que otra regla al hacerme partícipe de los secretos de otro paciente. No tenga mala conciencia, por favor. Lo que usted ha hecho por nosotros, no tiene precio. Y estoy seguro de que contaría también con el eterno agradecimiento de Harry, si lo supiera. Pero no se lo diremos, ¿verdad? Hay cosas que deben quedar sólo entre Slytherins.

Atentamente suyo,

Draco Lucius Malfoy


Draco dobló el pergamino y lo introdujo en un sobre que extrajo del cajón del escritorio. Mañana lo enviaría, cuando bajaran al pueblo, mientras mandaba a Harry a por tiganítes, unos buñuelos que cocían en aceite, con aroma a naranja, que se había convertido en su merienda favorita por las tardes, acompañados por una taza de fuerte café griego. Guardó el sobre dentro del cajón y después miró a través de la ventana. El sol estaba empezando a ponerse. Draco sonrió de nuevo. Hora de despertar a su bello durmiente.

FIN