********** ¡SEAN BIENVENIDOS! **********
N/A: ¡Bienvenidos! Vengo a traerles muy entusiasta, esta tercera propuesta de 'Ichihime', y aunque no he terminado las otras dos historias espero que la disfruten y sea de su agrado. Por supuesto recibiré alegremente todos sus reviews y comentarios. Esta historia se la dedico a todos mis amigos que les gusta el Ichihime (¡Banzai!).
Aclaración: Desgraciadamente los personajes de Bleach no me pertenecen, son propiedad del gran maestro Tite-sama. (XD).
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CAPÍTULO UNO.
Mi nombre es Kurosaki Ichigo, tengo 17 años y vivo en la ciudad de Karakura junto a mi familia. Actualmente estudio la preparatoria y verdaderamente soy bueno en los deportes, además de ser algo popular entre las chicas. Se podría decir que tengo una vida normal, como cualquier otro adolescente, y que aparentemente no tengo ningún problema; pero...
— ¡Hey, Ichigo! —Alguien me hablaba, volteé la mirada y observé que se trataba de mi amigo Keigo.
— ¿Qué pasa? —le pregunté, cuando llegó hasta mi asiento.
— Ichigo, vamos a ver a las chicas de la clase "B". Están en clase de deportes —me propuso, en tono entusiasmado.
— Lo siento, no tengo ganas —aparté la mirada de él, para seguir observando el cielo por la ventana.
... Yo mismo soy mi problema.
— ¡¿Qué? —reclamó, Keigo. — ¡No seas así, vamos! —insistió.
— Déjalo en paz, Keigo. —intervino Mizuiro.
— ¡Pero...! —quiso reclamar.
— ¡Kurosaki-kun, Kurosaki-kun! —entró gritando, de repente, una chica.
— ¿Qué sucede, Hinamori? —Le pregunté exaltado. — ¿Por qué vienes gritando?
— ¡Es que un chico de otra clase, está molestando a Orihime-san!—soltó desesperada. — Los otros chicos trataron de defenderla, pero él insiste en molestarla. —explicó. — Al parecer quiere que ella salga con él —terminó de decir.
—"Orihime"— No lo pensé demasiado, de inmediato me levanté de mi asiento y dirigí mis pasos a la puerta.
— ¡Ichigo, ¿a dónde vas? —preguntó Keigo, tratando lo inevitable. Nada podría detenerme.
— ¡A partirle la cara a ese tipo, obviamente!—contesté con voz imperiosa, mientras salía del salón. No pudieron apreciar que mi mirada destellaba furia.
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— ¿Qué dices, linda, quieres salir conmigo? —preguntó el sujeto, mientras pegaba su rostro más cerca de ella.
— ¡Suéltame, por favor!—rogó Orihime, desviando la mirada para alejarse visualmente de él.
— ¡Oh, vamos! Aún no me has contestado. —le dijo, aprisionándola entre su cuerpo, tomándola por los brazos.
— ¡Por favor, suéltame, me estás haciendo daño! —forcejeó ella tratando de zafarse.
— Grimmjow-kun. ¡Deja a Inoue-san, por favor! —habló un chico de baja estatura.
— ¿Eh?, ¿por qué debería de hacerle caso a un pequeñajo como tú? —respondió aquél chico, en un tono de burla. — Con quien estoy hablando es con ella, no contigo, ¿verdad? —le miró con desdén, antes de volver la mirada hacia la chica.
Un estruendo y aquello ya estaba decidido.
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Al entrar atropelladamente al aula y observar a aquél sujeto aprisionándola, nada me impediría golpearlo. Mis palabras fueron claras…
— ¡NO LA VUELVAS A TOCAR! —le amenacé fuerte y claro, mientras le lanzaba un puñetazo en la cara.
— ¡Kurosaki-san! —dijo entusiasmado, y aliviado, Hanatarou; reconociéndome sólo al verme.
— ¡Maldito! —rugió Grimmjow, mientras se limpiaba la sangre que había salido de su labio inferior.
— ¿Estás bien, Orihime? —le pregunté, una vez que la había apartado de aquel idiota que la tenía cautiva.
Yo estoy enamorado de esta persona. De verdad la amo, aún cuando...
— S-Sí, gracias. —me respondió temblorosa, con voz claramente asustada.
— ¡¿Tú quién diablos eres para meterte en esto? —me gritó cuestionándome, el muy estúpido.
La persona de la que estoy enamorado...
— ¡Imbécil! —Gruñí furioso. — ¡ELLA ES MI HERMANA!
Es mi hermana gemela.
— ¿Y qué pasa con eso? —dijo con una sonrisa prepotente.
— ¡Maldito! —le advertí. — ¿Acaso quieres pelear? —pregunté amenazadoramente, mientras me le acercaba.
— Por mí no hay problema —respondió, el otro, desafiante.
— ¡Hermano, detente, por favor! —Se interpuso ella, haciéndome frente. — ¡Por favor, no pelees, no vale la pena!
— Lo siento, Orihime —le dije con voz suave, y la aparté a una distancia prudente.
Lo siento Orihime, pero jamás le perdonaré a ese idiota haber estado tan cerca de ti. El último vistazo de conciencia que tuve antes de arremeter contra él y golpearlo, fue que para mí era claro que desde el momento en que osó ponerte la mano encima, había firmado su condena.
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— ¡Auch! —fue inevitable que el sonido abandonara mis labios, realmente me dolía.
— Por favor, quédate quieto. —me pidió, mientras ataba unas vendas en mi espalda.
— Te dije que no era nada. —repetí, quién sabe por qué vez. — Bien me puedo curar cuando lleguemos a casa —le dije, en claro tono de desacuerdo.
Ignorando, nuevamente, mis palabras; Orihime terminó de hacerme los vendajes de mi espalda y el vello se me erizó cuando sentí cómo recargaba delicadamente su cabeza sobre mi espalda.
— ¿O-Orihime? —tanteé un poco asustado. Esa acción me había sorprendido, además de hacer que de inmediato apareciera un rubor en mis mejillas.
— Hermano, tú no eres una persona mala, como todos dicen... —dijo, con voz firme y aún en esa posición. — Siempre eres herido por otros, por mi culpa. —sentenció, con voz cansina. — Todo por que soy débil y egoísta.
— ¡Eso no es ver...! —contradije rápidamente, pero no pude terminar la oración. Había volteado en un intento de regañarla por pensar así de sí misma y me congelé al ver cómo caían lágrimas sobre sus pálidas mejillas.
— Yo trataré de hacerme fuerte, hermano. —Aseguró, agachando la cabeza y ocultando la mirada; mientras empuñaba fuertemente sus dos manos. — Por eso... ya no te hagas más daño, ¡por favor!
Si lo pensaba bien, existían dos cosas que siempre me habían torturado desde que nací…
— No llores, por favor —le rogué, tomándole con delicadeza del mentón, pasando mis dedos para emborronar el camino que sus lágrimas habían dejado.
La primera, era ver llorar a Orihime; y la segunda, que ella me llamara "hermano".
— H-Hermano... —me llamó entre sollozos.
Me di por vencido ante su mirada, acogiéndola entre mis brazos. De verdad se sentía correcto, tenerla entre mis brazos de esa forma, abrazada a mí; aún al costo de sus lágrimas.
— Orihime... —susurré su nombre. — ¿Tú me quieres? —pregunté, inseguro, aún abrazándola.
— ¿Qué clase de pregunta es esa? —su tono era sorprendido e indignado. — Por supuesto que te quiero mucho, eres mi querido hermano. —respondió con una seguridad aplastante.
Me abstuve de bufar ante aquello, y en cambio pregunté algo que me carcomía.
— Dime... ¿estarás conmigo, siempre? —enredé mis dedos en sus largos cabellos, necesitaba una prueba de realidad, algo a lo que afianzarme.
Ella se apartó por unos momentos de mi lado y me miró fijamente. Con esa mirada dulce, esa que tanto amo.
— Sí —respondió, y algo maravilloso se expandió en mí. — Nosotros estaremos siempre juntos. —tal vez fuera el efecto provocado por la firmeza de sus palabras y su sonrisa, además, ella había dejado de llorar.
— Sí, tienes razón. —respondí complacido. Esta vez fui yo quien recargó la cabeza en su hombro. —Orihime, quedémonos así un poco más... —pedí quedamente. Sólo percibí su asentimiento con mi cuerpo.
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— Director, aquí tiene su taza de café. —dijo una joven de cabellos negros, a la par que dejaba la taza sobre un escritorio.
— Gracias, Nemu, es un placer probar todos los días de tu café. —agradeció sonriente, un señor de cabellos rubios, sentado desde su escritorio.
—Agradezco sus palabras, Director —correspondió ella, con respeto. — Por cierto, Director, quería comentarle que hace un rato, la profesora Yoruichi reportó una pelea entre dos alumnos. Al parecer no fue de mucha relevancia, pero causó un gran alboroto entre los alumnos —finalizó.
— Qué problema. —dijo, el Director, en un tono pensativo.
— ¿Quiere que llame a la profesora y a los alumnos implicados? —preguntó solícita, la joven secretaria.
— No, no te preocupes. Después hablaré con la profesora Yoruichi —dijo, tomando la taza de café. — En este momento sólo me preocuparé por tomar mi deliciosa taza de... —fue interrumpido, antes de que terminara de hablar.
— ¡URAHARA-SAN! —entré gritando, mientras abría estrepitosamente las puertas de la Dirección. "Ya está aquí"; fue el inmediato pensamiento del Director, casi pude escucharlo.
— ¡CAMBIÁME DE INMEDIATO DE CLASE! —le exigí, dejando caer mis manos sobre su gran escritorio; en una pose de clara orden.
— ¿Qué quieres decir, Kurosaki-san? —me dijo, retomando su bebida.
— ¡No te hagas el tonto! —le reclamé. — ¡Sabes perfectamente a lo que me refiero!
— No, no tengo idea. —el Director tomó el periódico y comenzó a leerlo, como si nada, como si yo no estuviese a punto de romper su escritorio ante la presión de mis palmas imprimiendo mi peso. Era definitivo que se estaba haciendo el tonto a lo que yo decía.
— ¿Por qué nos separaste a Orihime y a mí, de la misma clase? —Pregunté molesto. — Ella y yo hemos estados juntos desde que entramos aquí
— ¿Y eso qué? —preguntó mansamente, apartando el periódico que había tomado. — Eso sólo había sido una coincidencia, pero esta vez así se decidió y así se quedará. —Dijo en tono severo. — Y si eso es todo lo que querías decirme, ya te puedes ir.
— ¡No te hagas el estricto conmigo! —lo tomé con fuerza de la camisa, había llegado al límite de mi paciencia. — ¡CAMBIÁME DE CLASE DE INMEDIATO! —le pedí a gritos.
— K-Kurosaki-san, cálmate —su verdadera forma de 'Director-payaso' había salido. — Hay dos razones por las que no te puedo cambiar de clase —me dijo, tratando de calmarme.
— ¡¿Cuáles son esas razones? —le urgí a decirme.
— Primera, yo no puedo hacerlo; soy el director, pero no tengo autorizado hacer ese tipo de cosas. —se justificó. — Segundo, las clases ya terminaron por hoy, deberías irte a casa —dijo, adornando su rostro con una estúpida sonrisa.
— Eres... ¡UN IDIOTA! —grité furioso, antes de golpearlo y salir de aquel lugar.
Desde que había comenzado el nuevo semestre, cada día iba a la oficina del Director para exigirle que me cambiara a la clase de Orihime, pero siempre me salía con alguna estupidez nueva y mi paciencia terminaba por agotarse. Suficiente tengo con soportar a la molesta profesora Yoruichi con sus sermones.
Urahara-san es un viejo amigo de mi padre y madre. Orihime y yo lo conocemos desde que nacimos, pero jamás he entendido del todo la manera en la que piensa. Es un tipo muy raro.
— ¡Hermano! —me habló Orihime, desde la puerta de la escuela, al parecer me estaba esperando.
— ¿Qué estás haciendo aquí afuera? —le pregunté preocupado. — Pescarás un resfriado —opté por regañarla.
— Lo siento, pero es que ya era tarde y no te encontré en tu salón de clases. —explicó. — Así que decidí esperarte aquí —.
— No tienes remedio... —dije, soltando un suspiro. — Vamos a casa —le dije. Ella asintió con la cabeza, pero después estornudó.
El viento era frío y ella no llevaba ningún abrigo que la cubriera…
—Aquí tienes —dije, mientras le colocaba el saco de mi uniforme por encima.
— Gracias, hermano —sonrió contenta. Inevitablemente, tuve que esbozar una sonrisa.
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— ¡Ya llegamos! —dije quitándome los zapatos, habíamos llegado a casa. — ¡Ya llegamos! —me imitó, Orihime, quien al no escuchar respuesta, los llamó: — ¿Mamá, papá? —.
— Parece que no están. —dije, al cabo de un rato de aquella infructuosa búsqueda.
— Mira, hermano. —Me llamó ella. — Dejaron una nota en la mesa —la señaló.
Me acerqué a la mesa y leí en voz alta: — "Queridos hijos, su madre y yo hemos salido un rato, llegaremos tarde. La comida está en la nevera para que cenen. Les quiere su padre". —terminé la nota. Viejo ridículo, fue todo lo que pensé.
— ¡Aquí está la comida! —dijo Orihime, acercándose a la nevera. — Necesitamos calentarla, ¿verdad?
— N-No te preocupes Orihime, yo lo haré. —me ofrecí, para detener cualquier intento suyo de hacerlo ella misma. — Ve a cambiarte —le ordené.
— Está bien, hermano —congenió. — Pero si quieres te puedo ayudar. —insistió.
— No, yo soy tu hermano mayor. Así que lo haré yo. —le dije conduciéndola fuera de la cocina.
— Sí, entendido. —dijo resignada y se fue directo a su habitación.
No es que ella fuera verdaderamente mala cocinando, pero... hacía experimentos raros con la comida.
— La cena estuvo deliciosa, hermano. —me elogió con una sonrisa. Estábamos sentados en el comedor.
— No me des los créditos, yo sólo la calenté. —dije en un tono pesimista.
— Pero tú también eres bueno en la cocina. —dijo entusiasta. — En cambio, yo jamás podría hacer este tipo de comida... —concluyó un poco triste.
— No te preocupes, seguro algún día podrás hacerlo —le dije animándola. — Después de todo eres mi gemela —le consolé.
— Gracias, hermano —agradeció ella. — Eres tan amable —sonrió.
Sí, la única que conoce mi otro yo mejor que nadie es Orihime. Aunque en la escuela sea un tipo problemático y egoísta, ella sabe quién soy en realidad; pero sólo soy así con ella, con nadie salvo ella. Así que mi otro yo, sólo existe para ella...
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— Buenas noches, hermano. —dijo antes de entrar a su habitación.
— Sí, buenas noches —respondí. — Asegúrate de tomar tu medicina —le recordé.
— ¡Sí! —dijo ella obedientemente y después entró a su habitación.
El peor momento del día había llegado. Separarme de Orihime y dormir en diferentes habitaciones, era difícil a pesar de que nuestras habitaciones estaban a un lado de la otra; realmente podía sentir cómo esa pared claramente nos separaba, y no sólo físicamente.
Giré la perilla de la puerta y entré a mi habitación, de inmediato me quité el uniforme para irme a dormir, pero mis dedos se detuvieron ante la sensación de las vendas, las mismas que Orihime había puesto. Una sonrisa involuntaria escapó de mis labios, puesto que aunque no eran muy graves los golpes, ella insistió en vendarlos; y el hecho de que ella se preocupara por mí, me hacía feliz.
Apagué las luces de la habitación y me acosté en mi cama con la intención de dormir. Pasó un tiempo desde que me había acostado y aún no lograba conciliar el sueño, todos los días era lo mismo, el sólo pensar que Orihime estaba al lado de la habitación, me robaba el sueño. La noche se me hacía eterna para verla al día siguiente.
Justo cuando había perdido la noción del tiempo y relajado mi cuerpo...
— Hermano, hermano. —alguien me susurraba al oído en voz baja. A duras penas había logrado conciliar el sueño y esta persona intentaba despertarme de nuevo. — Hermano —insistió la voz, de nuevo.
— ¿O-Orihime? —pregunté adormecido. ¿Es un sueño? Me pregunté al verla de rodillas al lado de mi cama.
— Hermano. Déjame dormir contigo. —dijo, repentinamente.
— ¿Eh? —reaccioné. No era un sueño, era real. — ¿Qué estás diciendo?
Orihime se mordió el labio y se explicó:
— Papá y mamá todavía no han regresado, tengo un poco de miedo porque no están en casa y no puedo dormir —dijo temblorosa.
Realmente no era una buena idea, definitivamente no lo era. Dormir con Orihime otra vez como cuando éramos niños, no iba a ser lo mismo que ahora. Ahora los dos éramos unos adolescentes y por mi parte, no sabía si podría controlarme.
— E-Eso es imposible —le dije nervioso y algo sonrojado. — Por favor regresa a tu habitación, de seguro nuestros padres no tardan en venir —le dije tratando de convencerla.
— Hermano, tengo miedo —dijo, casi llorando. — ¡Por favor, sólo esta vez! —me rogó.
De verdad me era imposible decirle que no…
— Ven aquí. —cedí, extendiendo mi mano.
— Hermano… —me sonrió, y como si se tratase de una niña pequeña, en un instante se acomodó en mi cama. —Gracias, hermano —me dijo acurrucándose en mi pecho.
— De verdad que no tienes remedio —le dije, soltando un suspiro. — Pareces una niña pequeña —. Orihime ni si quiera se ofendió, en cambio soltó algo inesperado.
— Dime hermano, ¿Eres feliz porque somos gemelos? —me preguntó. Por un instante me quedé callado, su pregunta me dejó helado. — ¿Hermano? —me llamó ella.
— S-Sí, por supuesto. —le respondí. — Estoy muy feliz de que seamos hermanos.
— Ya veo... —dijo ella, en un tono triste. O tal vez sólo eran imaginaciones mías.
— ¿Por qué lo preguntas? —le pregunté, curioso.
— No, por nada. —respondió de inmediato. — Buenas noches, hermano. —me dijo poniendo sus manos en mi pecho.
— Buenas noches, Orihime —le respondí.
Las horas pasaron y todavía no lograba dormirme, hecho obvio al tener la presencia de Orihime tan cerca y a la misma durmiendo sobre mí pecho. Era imposible que mis ojos se despegaran de ella, era tan linda cuando dormía. Casi había olvidado que cuando éramos niños, de igual manera me quedaba despierto para ver cómo dormía y los gestos que hacía.
— Orihime... —susurré suavemente. — ¿Me quieres? —pregunté esperanzado, aún cuando sabía que estaba dormida. Me ilusionaba la idea de escucharla hablando dormida, pero también estaba inquieto por escuchar sus respuestas.
— Sí, te quiero... —respondió dormida.
— ¿Y me amas?... —le pregunté.
— Sí, te amo... —me respondió, de nuevo.
— Yo también te amo, siempre te he amado. —le dije, acariciando su rostro. — Así que por favor, perdóname por amarte tanto... —le dije, inclinándome para acercarme a sus labios.
—"¡No puedo!"—Me detuve antes de besarla. — "¡Ella es mi hermana, no está bien que haga estas cosas!"—Alejé mi rostro del suyo y me limité a abrazarla, recargando mi mentón en su cabeza. Ella sólo se movió un poco para acomodarse y posó sus dos manos de nuevo en mi pecho.
—"Dios, por favor…"— pensé mientras la abrazaba. —"Detén estos sentimientos que tengo hacia mi hermana"—rogué. —"No quiero hacerle daño. Todos los días al levantarme, no sé si agradecerte por dejarme vivir con ella y estar a su lado como nadie más puede; pero de igual forma pienso que es una maldición que me has impuesto al ser su hermano y no poder confesarle lo que siento".
Si algún día ella supiera lo que siento; ¿qué pensaría?, ¿me odiaría, me amaría?... Y sobre todo, ¿qué pensarían los demás?...
Seguramente, Dios jamás nos perdonaría…
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N/A: Bueno, hasta aquí llega el primer capítulo. Me gustaría saber qué les pareció, así que por favor déjenme algunos reviews ^^
Doy los créditos y le agradezco de todo corazón, su gran trabajo a mi amiga "Caridad" por ser una excelente Beta, y tener paciencia con mis capítulos.
Nos vemos en el siguiente capítulo.
Les quiere su amiga, Friki-chan.
Bye-bye, ¡y arriba el Ichihime!
