Disclaimer: nada de esto es mío.

Notas: y, por fin, ¡el último capítulo! Menos espectacular de lo que quería hacerlo, claro, pero supongo que, si aguantasteis el "poema" de la última vez, cualquier cosa será mejor. Así que nada, os lo dejo por aquí.


La vie est belle

(IV)

Ha pasado un rato. Un rato largo, y Albert está –aunque no quiera admitirlo- ligeramente preocupado. Es decir, ¿tanto tardan estos dos en encontrar las instrucciones? O quizás, piensa, ya las han encontrado. Quizás ahora se están mirando, el uno al otro, y ninguno se decide a nada. Quizás se han equivocado, Laureen y él mismo, y todo esto no servirá.

Hay tantas posibilidades que cuesta pensar en todas.

-Tranquilo –musita Laureen. Cómo se nota que es su hermana, a veces-, estarán bien. Es sólo que son unos cabezotas; por lo menos, Vic lo es.

Y Albert querría confesar que con Teddy pasa lo mismo. Que es tozudo a más no poder, y que, probablemente, le costará más admitir que esa chica le importa de lo que le costó aprobar los TIMOS. Y eso es, si no mucho, bastante.

Pero no lo hace. En su lugar, deja escapar la pregunta que le ha estado rondando toda la mañana.

-¿Y si nos hemos confundido? –inquiere- ¿Y si ellos… y si ellos no se quieren?


A Helga Hufflepuff nunca le funcionó su sala, en realidad. Oh, consiguió que Godric y Rowena entraran en ella, claro, y que se besaran. Pero, al abrir la puerta, ambos estaban rojos de rabia y de vergüenza; tardaron meses en poder mirarse a la cara. Y es que las buenas intenciones se quedan en eso, en buenas intenciones; no se puede sacar amor de donde no lo hay.


La pregunta no la pilla tan desprevenida como debería. Es más; la chica tiene preparada una respuesta.

-Pues… no lo sé –confiesa Laureen-. Supongo que la habremos cagado.


Están quietos, los dos. Paralizados, casi, y un poco… asustados. Menudos Gryffindor que somos, piensa Ted, pero no se mueve. Y es que cuesta trabajo. Cuesta trabajo, admitir lo que siente, arriesgarse a un rechazo. No es como si Victoire fuese a corresponderle; eso lo tiene claro. Así que le cuesta. Mucho.

Pero alguien tiene que dar el primer paso.

-Vic… -empieza. Ella esquiva sus ojos, se muerde los labios. Mira, en cambio, la piedra, y el mensaje grabado.

-Así que… tenemos que besarnos, ¿no? –hay algo extraño en su voz. Algo como anhelo, o quizás temor. Ted no sabe interpretarlo, y se maldice a sí mismo por no ser capaz de tratar todo esto como una broma –como la broma que es, en el fondo. Va a matar a Albert en cuanto salga, eso seguro.

-Pues… eso creo –dice. Se muerde los labios. De alguna manera, sabía que esto iba a pasar, cuando se levantó. Que hoy no iba a ser un buen día.

-Ajá. Supongo, entonces, que… Bueno –Vic no parece saber cómo continuar. Ted supone que esto debe de ser aún más incómodo para ella; al fin y al cabo, no sería su primer beso con él, y ninguno es voluntario. La chica pelirroja debe de sentirse muy mal, quizás hasta asqueada. Y él lo entiende. Lo entiende, porque no es lógico que uno se fije en su prima, no de esta forma.

Aunque es difícil no fijarse en Victoire Weasley, con ese pelo tan largo y tan rojo, esos ojos azules. Cara de ángel, piensa, y un cuerpo precioso; Vic no pasa desapercibida, desde luego. Así que, quizás, eso le quite un poco de crimen a lo que él hace. Pero sólo un poco.

-Bueno –dice él, también. Se miran.


-Va a funcionar –dice Laureen, y parece que intente convencerse a sí misma. Y es que pensando las cosas ahora, en frío, quizás no haya sido la mejor de las ideas. Frank y ella, al fin y al cabo, ya pensaban besarse antes de entrar en la sala; les pareció más una interrupción divertida que otra cosa. Con Vic es diferente, supone. Ni ella ni Teddy habrían dado nunca un primer paso, de no ser por esto.

Pero es que quiere recuperar a su amiga; no quiere verla sufrir, y menos por algo tan estúpido. Porque Victoire quiere a Teddy; de eso está convencida. Sólo hay que fijarse en sus miradas de anhelo cada vez que lo veía, en lo celosa que se ponía incluso antes, cuando estaba con Lewis. Si su amiga no es una mujer enamorada, decide, ella misma es una Slytherin.

Aunque, pensándolo bien, y dado que es ella quien ha planeado todo esto, quizás no está tan lejos de la casa verde y plata como habría querido.


Victoire se siente extraña. Ligera. Es como si no tuviese que hacer nada, como si todo esto fuese inevitable. Ella, su voluntad, no tienen nada que ver con ello, piensa. Y se deja llevar, arrastrada por una corriente invisible de aire –de magia- que la lleva directamente a su destino. A Ted.

Es tan guapo, piensa. Es tan guapo, y ni siquiera se da cuenta. Teddy Lupin es un chico estupendo, casi perfecto; es demasiado bueno para ser de ella. Ya lo demostró, cuando huyó tras el beso. Había sido un error, dijo. Había sido un error que fuese con ella.

Pero al menos tendrá otro, supone, un recuerdo más, después de esto. Algo que recordar, algo que la ayude a seguir adelante, aunque sea sin él. Aunque Teddy no vuelva a mirarla cuando salgan de aquí. Aunque se sienta sucia y rara, hecha un lío.

Están cada vez más cerca; el aire desaparece, y Victoire se asfixia, se ahoga. El corazón le late rápido; está asustada. Este será su segundo beso, y quizás también el último. No puede soportarlo.

Intenta decir algo. Intenta parar a Ted, pero no puede. No quiere, tampoco. Así que cierra los ojos, aguarda.

La besa. Él la besa, y es perfecto; labios con labios, al principio, cuerpo con cuerpo. Ted la abraza, la acerca a su pecho –como si quisiera sentirla, asegurarse de que todo es real-, y Victoire siente su corazón, al compás del suyo, ambos acelerados, como histéricos. Como enamorados.

Profundizan el beso; ella abre los ojos, los clava en los de él. Es como la otra vez; los iris de Teddy van cambiando, pero, en el fondo, siguen siendo los mismos. La mira con intensidad, con algo que parece pasión, cariño; por un instante, Victoire se permite imaginarse que es amor.

Le tiemblan las rodillas cuando se separan. Necesita respirar, supone, pero es casi doloroso dejar atrás sus labios, su cuerpo. Ted debe de pensar algo parecido, porque no la suelta. Respiran. Y, luego, él lo dice.

-Victoire, te quiero.


El ruido es débil, apenas audible. Es una suerte, supone Laureen, que ambos hayan estado atentos; Albert se levanta rápido, como impulsado por un resorte. Miran atrás, hacia la habitación que habían cerrado.

Las puertas viejas, de madera, están ahí de nuevo. Como antes.

Pero no sale nadie.


No sabe de dónde ha sacado el valor. Quizás es por eso por lo que el Sombrero le metió en Gryffindor, porque sabía que, algún día, haría una estupidez como esta. Suelta a Victoire casi enseguida, y se prepara para todo. Una bofetada, quizás; sería muy típico. O una huida de película. No sabe cómo afrontará las vacaciones este año. Lo mejor será no pisar la Madriguera, se dice.

Pero no esperaba esto. No, no esperaba escuchar un sollozo, sentirla de nuevo. Porque ahora es Vic quien le está abrazando, tan fuerte que podría partirle en dos. No le importa. No le importaría, tampoco, morir asfixiado en otro beso.

-Pensé que no lo dirías nunca –murmura ella. Tiene los ojos brillantes, y una sonrisa enorme. Le besa.

Y el mundo se detiene de nuevo, porque no hay nada más perfecto. Porque son Ted y Victoire, los niños que crecieron juntos, los adolescentes que son hoy y los adultos del mañana; son un beso inesperado y esa calidez que sienten ambos en el pecho, al mirarse. Ninguno cierra los ojos, ahora, y las pupilas de Ted no cambian, por una vez. Son azules, como los ojos de ella.

Ninguno se da cuenta de que, a ambos lados de la sala, vuelve a haber puertas.


-Deberíamos ir a ver qué hacen –sugiere Laureen. Albert asiente; él también está preocupado. Quizás se estén matando silenciosamente, esos dos; no sería nada extraño, supone.

Así que ambos hermanos se acercan a la puerta más cercana, y la abren. Y echan un vistazo rápido antes de volverla a cerrar. A nadie le gusta interrumpir a su mejor amigo –o amiga- en mitad de un beso, claro.

Claro.

Así que cierran despacio, y con llave. Y dejan la llave en su sitio. Las puertas, obviamente, desaparecen.

Ted y Victoire tendrán que volver a besarse.


Y aquí acaba todo, sí señor. Dudas, comentarios y críticas (constructivas, a ser posibles) se agradecerán enormemente.

¡Ah! Para quien quisiera saber con quién se besó Laureen, he dejado caer un nombre. Frank. Como en Frank Longbottom, sí –y es que no conozco a nadie de la edad de Victoire, así que, con un poco de imaginación, podemos meter a un hijo de Neville y Hannah. Por qué no.

Danny