Epílogo
Siete años después
Sus manos se deslizaban con destreza por el piano, sin detenerse a dudar de su melodía. Hace tanto que toca esa pieza dedicada a él, que es casi una conexión con su corazón. La suavidad, el ritmo, la precisión.
Finaliza y la música no se separa ni un minuto de esa emoción abrigadora. Si hoy no se graduara del colegio estaría completamente feliz, pero no puede, sabe que hay que dar el siguiente paso y eso es a lo que teme, aunque eso no le impide levantarse de forma grácil para dirigirse al fondo del telón, ya lo ha notado.
Sabe que muchas flores están cayendo, lo oye, percibe el olor de las rosas que tanto adora, y que alguna vez pudo ver. Avanza un poco más hasta que un grupo de mujeres la detienen, no necesita escuchar su voz, porque conoce perfectamente el aura de aquellas jóvenes que de niña la molestaban.
-Eres grandiosa, Anna- La alaba su más grande enemiga.
Y sonríe con majestuosidad. Ni aunque fuera niña se dejaría pisotear por alguien así, pero ahora puede reconocerlo, a veces era débil y tanto que no se defendió de ellas, y de nadie, sólo que ahora, tenerles rencor es una infamia.
-Gracias- Les dice sinceramente.
Oye los pasos en el escenario, es hora de repartir diplomas, reconocimientos y tiene ansias, lo sabe, él está presente. No es ninguna sorpresa para ella. Lo único que le sorprende es percibir el aura de Men Tao, junto a un par de niños. Eso sí le impresiona, considerando que el niño rico ha vuelto a las andadas.
-Anna Kingsley- Escucha su nombre en el alta voz y se dirige hacia el pasillo que dejó momentos atrás.
Todos se levantan, lo puede percibir en las vibraciones, les parece increíble que haya llegado al último grado que ofrece esa vieja y abandonada ciudad, y más aún para una niña ciega.
Los años no pasan en vano sin cobrar garantía y sin duda lo hacen a base de esfuerzos y de lágrimas, como la última vez que dejó ir a su hijo, la primera vez que escuchó las palabras de Men decirle que tendría que dejarla sola un año o dos para cumplir el compromiso con aquella mujer misteriosa en su vida, y sobre todo la muerte, el fallecimiento de la madre de Yoh.
-Tienes un futuro brillante por delante-Le dice al oído aquel director, que incansablemente la vio luchar.
-Lo es-Afirma, especialmente cuando Tao se ha parado a abrazarla.
Él no lo sabe aún.
-Felicidades, rubia-Bromea con mayor soltura, pues es prácticamente una hermana para él- Piensa bien mi propuesta.
-Ya sabes cuál es la respuesta-Responde sin ningún miramiento- Me quedaré aquí.
-Tienes talento, ahora que he recuperado mi dinero puedo ayudarte, puedo hacer que vayas a un mejor lugar-Agrega con seriedad- Podrías recuperar la vista algún día…
-Ver es lo de menos- Desdeña sin importancia- No necesito los ojos para sobrevivir.
-Lo sé, sólo que él… no sé- Habla y habla, pero no le ve sentido a sus oraciones cuando él permanece en la misma ciudad esperando el regreso de Yoh.
-Ya te lo dije, Tao, él es incapaz de dejarme. Su naturaleza es irse un tiempo y regresar, porque sabe que la próxima vez yo iré con él.
Y sus palabras parecen seguras, tanto que él se asombra, aunque lo sabe, ha vivido ya tantas anécdotas en ese oscuro paraje, que no le queda más que aceptar su decisión. Ella ha escogido y por su bienestar, desea que lo que hay elegido le dé un fruto agradable.
-¿Irás a pintar?-Le pregunta antes de dejarla marchar.
-Puedo hacer el intento-Confirma antes de tomar sus cosas y caminar a paso seguro por las desoladas calles.
Cuánta tristeza sienten algunos al ver el ambiente, pero la brisa y el color de algunos árboles hacen renacer la esperanza de que algún día todo regresará a ser como antes. Pasa sin preocupación, ni problemas, como la primera vez que conoció aquel apartamento alejado de su vieja casa.
No hay nada que le haga parar su camino, ni siquiera el frío viento que roza sus mejillas y anhela un poco su contacto. Gira la perilla y percibe el olor a humedad de aquel cimiento abandonado. Sube, no le importa dejar la puerta abierta, él está cerca, casi detrás de ella. Y aún así no se atreve a hablarle.
Lentamente y sin ningún impedimento deja caer su abrigo en aquel ático, el sitio donde el dormía y que ahora es parte de su santuario personal. Prepara uno de los tubos de pintura, sólo ve sombras, pero eso no le impide plasmar lo que su mente recuerda.
-Hola…Anna-Oye por fin el sonido de su voz, más grueso, más maduro.
Su cuerpo tiembla y sabe que él también lo siente. Sin embargo, no le da lugar a dudas, ni resentimientos. Es una increíble sensación de bienestar, de alivio, que creyó haberla olvidado.
-Quítate la ropa-Le ordena en una oración tan fuera de lugar que él no sabe qué hacer- Te dije que te quites la ropa.
Una segunda vez nunca fue necesaria, así que con extrañeza y una sonrisa en su rostro comienza a hacerlo. No sabe si sentirse nervioso o confundido, hace tanto que no la veía que es una necesidad implacable abrazarla.
-Has crecido…- Murmura con un aire confortable en el ambiente que resulta difícil de ignorar.
-Han pasado siete años.- Le informa casi con crueldad, encarándolo, aunque no pueda verlo.
Siente el calor de su cuerpo perpetrar por debajo de su ropa, la última vez era una niña, ahora es una señorita bien formada, con un cuerpo mucho más desarrollado. Pero él no se detiene a tocar su nueva a anotomía, el dorso de su mano roza ligeramente su rostro, notando los cambios en aquel ángel rubio que dejó en el pasado.
-Te he extrañado-Es el susurro de su voz en un tono tan entrañable que es difícil de ignorar- Soñaba con volverte a ver, pero antes tenía que merecer tu amor.
¿El de una pequeña niña ciega? Vaya… así que él tenía tanto amor hacia su parte actual, mucho más que a la suya. Tenía que reconocer, era triste, de hecho… demasiado.
-¿Y cómo puedes merecer mi amor?-Pregunta incomoda, dudosa de que aquel sincero acto fuera a satisfacer a la pequeña niña emotiva de su interior y no a la jovial Anna que pereció en aquella guerra.
Pero él no contestó, sólo la tomó entre sus brazos y la besó. ¿Cuántas noches no añoró estar de nuevo con él? ¡Tantas! Pero ahora… no podía recibirlo con los brazos abiertos y no se explicaba del por qué.
-¿Qué pasa?-Cuestiona con voz trémula, como si aquel beso entre adultos dañara su fragilidad.
-Es diferente- Reconoce Anna.
-Lo sé- Afirma Yoh apoyando su frente con la suya- Has crecido, y todo es más especial porque deseaba hacerlo hace muchos años. Pero hoy… todo va a cambiar.
Lo empuja y no se arrepiente de ello. Quiere pintarlo, tocarlo, sentirlo contra su piel, pero no es lo que él busca, no es la inocencia de lo que él está enamorado, ya cambió, sin siquiera es la misma niña que abandonó, ni la que cuidó incansablemente día y noche.
-¿Anna?-Le cuestiona cuando trata de tomar sus brazos.
¿Por qué es tan malo llorar frente a él? No debería, es un momento feliz, está con ella, y eso debería ser suficiente.
-¿Qué?-Le responde sin ningún miramiento, pero eso no le molesta, lo soporta.
-¿Por qué estás molesta?-Vuelve a cuestionar con una risa tenue-¿He hecho algo malo? ¿Acaso se me olvidó cómo se besa?
Eso sólo hace que se moleste más y se zafé del agarre al que la tiene sometida.
-No, grandísimo tonto-Le responde de mal humor-¿Quieres saber la verdad?
-Sigo esperándola-Contesta feliz- Aunque no sé de qué verdad me hables.
Le desespera, la exaspera esa forma tan suya de responderle.
-¡Te recuerdo! ¡Eso es lo que pasa! ¡Recuerdo nuestra vida pasada! ¡Ya!
Sólo oye el silencio y su respiración tranquila está pensando, seguramente está helado de semejante confesión y no lo culpa, lo sutil no va con ella.
-Lo sé, te he visto cuando caminas, cuando te mueves, tienes la destreza de Hana y puedes volver a tocar y pintar sin mirar detenidamente algo-Dice tomándola nuevamente del rostro con afecto y devoción- Lo supe desde la última vez que te besé, cuando no temblaste en mis brazos y cuando me dijiste que me fuera, como si yo te estorbara, esa crueldad es sólo tuya, Anna Kyouyama.
-Yo no te dije que te fueras-Alega molesta e inconforme de tantas y tantas acusaciones- ¿Y qué quieres entonces de mí? No soy la tierna niña a la que le enseñaste a besar, ni a…
-¿Qué espero de ti?-Repite incrédulo- Nada, sólo que me muestres una vida feliz, sin depender de nadie, sin errores y presiones.
Sólo que esas no eran las palabras que quería escuchar y eso él lo notó.
-¿El problema es que crees que amo más tu parte actual que la anterior?-Pronuncia firme mientras toma su mentón con delicadeza- Adoro a la niña que conocí aquí, pude conocer una faceta más intangible de ti, aunque yo amo cada momento que pasé contigo hace cientos de años, no había un solo día que no te comparara y eso no es correcto….
Silenció y no porque le faltara el aire, simplemente quería observar a detalle ese rostro sin luz.
-Hace tiempo me preguntaste por qué amaría a una persona por segunda vez. Esta es mi respuesta….Y la verdad es que yo te amo por segunda vez porque me haces temblar cada que te tocó y cada que te miró siento que no había nadie más, tienes talento, eres hermosa, tienes el carácter de la Anna de la que yo me enamoré, y tienes la dulzura y la fragilidad de la niña a la que yo conquisté. Si un hombre puede tener a las dos facetas de una sola mujer, entonces ¿por qué dejarla escapar?
No puede verlo, y desearía hacerlo, hace tantos años que olvidó anhelar volver a ver los colores, que ahora sólo deseó recordar y ver, para contemplar su rostro pronunciando esas palabras.
-Jamás fuiste tan emotivo, antes-Le dice en respuesta a aquel cúmulo de pensamientos especiales, tiene tanto por decir y todo reservado para él.
-Ocurre cuando pierdes a las personas más de una vez. Yo te vi morir entre mis brazos y esta segunda ocasión, te cargué llena de sangre, temiendo que te escaparas por segunda vez. Creo que no quiero esperar una tercera vida para poder decirte lo que me haces sentir.
-Y hablas mucho, ¿seguro que eres Yoh Asakura?-Cuestiona impresionada por su habla sin parar.
-¿Por qué no me lo dices tú?- Susurra tan cerca de su oído cuando las yemas de sus dedos rozan una vez más ese bello rostro-Mírame…
Y lentamente abre los ojos para verlo. En sus pupilas siguen las sombras, pero cada segundo, cada instante comienza a aclararse, vislumbrarse colores, hasta que las ondas comienzan a tomar forma.
-¿Puedes verme?-Pregunta interesado al notar su gesto de extrañeza.-Hao dijo que funcionaría si lo hacía bien.
-¿Y sí no?- Cuestiona Anna con curiosidad.
-Vendría por ti-Resuelve Yoh- Pero tus ojos son normales de nuevo, ¡puedes verme! Deberías alegrarte más que yo.
-Debería… ya lo hago-Le dice esbozando una sutil sonrisa.-Y estás desnudo.
-Pequeño detalle-Menciona apenado el castaño-Tú me lo pediste, y creo que sé por qué.
-Tengo diecinueve años, he esperado una eternidad por ti-Replica la rubia molesta- Espero que no se haya ocurrido ir a practicar a otro lado.
Yoh le sonríe y la arrastra hacia su antigua cama. No hay prisa, sabe que ella es aún muy joven, nada comparada a la espera de él. Y aún así sonríe, porque está junto a ella besándola, acariciándola, inundado en un mar de sensaciones conocidas.
-¿Y me amas?-Le pregunta Yoh embriagado por su exquisita desnudez.
-Sabes que sí-Contesta de inmediato-Incluso sin memoria, te amo, y te espero hasta la eternidad.
Es su susurro en una tarde de invierno, cubriéndose mutuamente con el aroma y el frágil tacto de su piel. Y su cabello enredándose con sus dedos….
Yo dejaré que viajes en mi memoria…
Sólo yo te permitiré marcharte.
Y que escuches atentamente mis reclamos,
Aquellos que jamás dejé en el olvido.
Como vil cuarto de arte,
Como el último edificio en la calle que sigue en pie.
Siempre te esperaré…
El amor, los recuerdos, las separaciones
Están ahí
Como un trozo de pintura.
FIN
