Capítulo 23 (Parte 2)
"El Descenso del ángel: Nuevos comienzos, viejos encuentros"
Los jóvenes sonrieron al ver a Malón y recibir su bienvenida.
Enseguida fueron convidados a comer de un rico banquete preparado por ella, su esposo Jan y alguna que otra ayudita que les proporcionó el señor Talon.
Entraron a la linda casa, un sitio bastante modesto y hogareño, con una alfombra de color marrón en el suelo, cuadros sobre la naturaleza en la sala, maceteros con flores, estanterías de libros y unos sillones de cuero bastante cómodos.
Los varones se sentaron en la sala, mientras las damas se dirigieron a la cocina para empezar a servir la rica comida.
Jiiro, que estaba en los brazos de su padre, miraba con curiosidad a los jóvenes, abriendo los ojitos de vez en cuando como arguyendo que en algún momento los había visto.
Link, que miraba al bebé con una sonrisa, le tendió los brazos para cargarle, lo que el nene aceptó.
-Hola bebé- dijo el muchacho de manera muy tierna mientras recibía a Jiiro, -¿Te acuerdas de mi verdad?- añadió, levantándose del sillón y asomándose en la ventana con el niño en los brazos.
-¿Cómo ha estado todo por aquí Jan?- preguntó Lemurah, abriendo conversación.
-Bueno sí, todo tranquilo a excepción de las constantes risas de Jiiro- contestó el hombre sonreído, -Su risa nos contagia a todos aquí-
Su rostro denotaba suma tranquilidad y paz; hasta cierto brillo se asomaba en sus ojos como si hubiese esperado por vivir algo así toda su vida.
Llegó la hora de comer y todos se sentaron en el amplio comedor de madera rústica. Los alimentos lucían muy apetecibles; el banquete iba desde pavo relleno, hasta pastel de chocolate y nueces. Antes de comer dieron gracias y comenzaron con la faena. Era muy bonito aquel momento, como de esos que deben retratarse y recordar toda la vida. Un espíritu de armonía inundaba la casa, todo era paz y felicidad; parecía que una corriente de bondad brotaba de sus corazones y se colaba entre los alegres cuchicheos y el característico ruido de los cubiertos.
Ángel, que estaba sentada al lado de Link, comía de a poco mientras su mirada recorría las caras felices que rodeaban la mesa y hacían toda clase de cumplidos por la deliciosa comida. Casi no había probado bocado, porque la poderosa felicidad que embargaba aquella velada le distraía y le llamaba la atención.
-Ángel, ¿te sientes mal?- le preguntó Link al ver que casi no había tocado su porción de comida.
-Ah, no, no es eso no te preocupe….- empezó a decir la muchacha, pero el chico la interrumpió
-Estás enferma y debes alimentarte bien. Mira te voy a ayudar- y tomó el cuchillo y comenzó a partir en trozos más pequeños el pavo en el plato de Ángel, -Así no te molestará la garganta al tragar-
A todo esto, Link no se había dado cuenta que la pelirroja le miraba con una mirada nostálgica y las mejillas ruborizadas.
Malón les veía y sonreía por lo bajo –Algo aquí se está cocinando…-
Zelda, para sorpresa de más de uno allí, tenía el plato lleno y se levantaba y sentaba a cada momento para tomar más ración de ensalada, carne guisada o papas grilladas.
-No sabía que las princesas tenían un apetito tan voraz- se lanzó a decir Lemurah, quien escuchaba a la princesa levantarse de la silla una y otra vez para servirse mas comida.
La princesa le miró he hizo una mueca de "ni interesa" y se siguió sirviendo un poco más de puré.
-Rara vez pruebo comida casera- contestó después, mientras se sentaba en la mesa, -El chef del castillo sólo prepara comida gourmet y a veces me hastío, me gustaría aprender a cocinar ésta clase de platillos-
Lemurah sonrió pícaramente
-Sí por favor, no quiero una mujer de adorno, quiero que me cocine comida casera y sabrosa-
La cara de Zelda enrojeció y todos se le quedaron mirando.
-¿Ustedes son…..?- comenzó a preguntar Malón, pero la mueca demoníaca en la cara de Zelda la espantó tanto que no pudo continuar.
El buwan se echó a reír de lo más divertido y Link le dio un codazo.
-No te preocupes Malón,- le dijo el rubio con una sonrisa, -A este bobo le gusta soñar despierto-
Todos se echaron a reír del comentario, mientras Zelda inconscientemente apuñalaba el pavo con el tenedor, mientras miraba de reojo a Lemurah.
El alegre convivio siguió sin más problemas, cuando todos estuvieron satisfechos. Ya que las muchachas habían servido la comida, ahora descansaban y los varones limpiaban los platos y la cocina.
En la sala, Zelda y Malón charlaban tranquilamente, mientras Ángel estaba echada sobre una alfombra jugando con Jiiro y un trencito de juguete.
-¿Entonces es verdad que…?- decía Malón en voz baja a la princesa
La rubia miraba a Ángel con nostalgia y asintió suavemente con la cabeza.
Dos lágrimas se asomaron por los ojos de Malón. Rodaron por sus mejillas y cayeron en sus delicadas manos. ¿Por qué tenía que terminar así?
En ese momento, Ángel volteó a mirar a las jóvenes y Malón se limpió rápidamente el rostro, pero la pelirroja lo advirtió
-Señora Malón, ¿se encuentra bien?
-Ay Ángel, no me llames señora- y se echó a reír, -Me siento como una vieja-
-¿Qué están hablando de viejas?- y apareció Jan en la puerta sonreído
-¡Vieja!- gritó el pequeño Jiiro imitando lo que había dicho su papá, con la carita sonriente.
Las risas no se hicieron esperar en el lugar… era como música alegre que sacudía el silencio he iluminaba cada rostro. Si bien dicen que la risa es el reflejo del alma.
Refrescando la tarde, todos salieron al enorme patio del rancho.
-¿Ángel porque no jugamos beisbol?- dijo Link al ver la tarde tan apetecible
-¡Me parece bien!- contestó contenta, -Ya todos hemos bajado la comida-
-¿Te sientes bien como para jugar?- Le dijo el muchacho preocupado
-¡Sí! No te preocupes por mi- exclamó Ángel con dulzura
-¿Qué es eso de beisbol?- preguntó Zelda, confusa
-Ven, te mostraré- y el rubio le tendió la mano
Link explicó las reglas del juego. Todos comprendieron bastante bien y buscaron una tabla y una pelota para poder jugar.
Como siempre, los capitanes de ambos bandos eran los competitivos Lemurah y Link. El buwan había escogido a Ángel y a Jan en su equipo. Link por su parte, tenía a Zelda y al señor Talon. Malón estaba sentada en una banca de madera con el pequeño Jiiro, mirando curiosa el juego.
Y empezó la partida. Aunque apenas hacía unos instantes habían aprendido a jugar, todos se desempeñaban increíblemente y el juego estuvo bien reñido. Llegaron a un momento en el que los dos equipos iban empatados a siete carreras cada uno y el desempate sería la última jugada, puesto que ya empezaba a anochecer.
El equipo de Lemurah tenía dos bases llenas, primera (Ángel) y tercera (Lemurah), esperando la oportunidad de un homerun que Jan lanzara para ganar el juego.
-¡Vamos Jan tu puedes!- gritaba Malón desde la banca, muy alegre y animada, ya que el juego le había encantado. A sus gritos se le unía Jiiro, que en su jeringonza de bebé, trataba de animar a su papá.
Y efectivamente, Jan bateó un hit que casi recorre todo el patio de juegos. Zelda, encargada del jardín, fue corriendo para tratar de alcanzar la bola en el aire y cantar out al equipo contrario. La princesa dio un salto, pero no pudo llegar y la pelota cayó. Al tratar de tomarla, la joven dio un buen resbalón y quedó tendida en el suelo. Lemurah, quien estaba más cerca, escuchó el quejido de la princesa al resbalarse y corrió hacia ella para ayudarle.
-¿Oye Zelda te lastimaste?- le preguntó. Ella, rápidamente procedió a tocarlo con la pelota.
-Estás out- le dijo como una sonrisa maligna
-¡Ah eres una tramposa!- gruñó Lemurah, al darse cuenta que había caído en la trampa de la muchacha. Zelda rápidamente corrió y le lanzó la pelota a Link, quien estaba de lanzador.
-¡Ángel CORRE!- gritó Lemurah a la chica, quien estaba por robarse tercera base.
La niña corrió como pudo pero no llegó muy lejos porque Link la interceptó llegando a cuarta.
El juego quedó en empate.
-¡Diablos rubia tramposa!- le reprochó Lemurah a la princesa, un rato después mientras todos estaban sentados en las bancas charlando después del emocionante juego.
-¿Porqué tramposa? Usé la misma táctica que tú siempre usas conmigo. ¿Te molesta que te haya fastidiado un poco? (e_e)- contestó la princesa, haciendo reír a Ángel y a Link.
El pelinegro hizo una mueca graciosa y sonrió.
La noche llegó tranquila y serena, mientras todos admiraban el hermoso cielo estrellado que ostentaba el firmamento.
Malón, muy contenta comenzó a cantar una canción y todos se admiraron de la hermosa voz que tenía. Cuando acabó de cantar, a Link se le ocurrió una idea.
-¿Oye Ángel porqué no le enseñas a Malón la hermosa melodía que te gusta cantar en casa?
-¡Con gusto!- dijo la muchacha sonriendo
-¿Qué canción?- preguntó Malón curiosa
Ángel, cerró los ojos y empezó a entonar suavemente con su voz angelical:
-"Muchasnoches oramos...
Con ninguna prueba de que alguien esté escuchando;
En nuestros corazones una esperanza, una canción, entiende,
Ahora no tenemos miedo,
Aunque sabemos que hay mucho que temer, pero
Estábamos moviendo montañas,
Mucho antes de que sabíamos que podíamos, espera, sí,
No puede haber milagros...Sino tienes fe..."-
La muchacha la repitió nuevamente y a la tercera vez, Malón se le unió. Era increíble escuchar aquellas dos voces celestiales cantar juntas, se sentía como si el cielo hubiese bajado a la tierra. Todos estaban extasiados por tanta belleza y exquisitez, disfrutando de cada nota que ambas entonaban.
Aquel fue otro precioso momento que recordarían para siempre.
Despedida.
Las experiencias vividas por el grupo de amigos, fueron muy agradables durante el viaje. Sin mencionar uno que otro imprevisto, como cuando a la pobre Ángel se le cayó la bandeja de pescado frito en el agua, mientras estaban festejando un banquete en el dominio Zora; Zelda y Link quedaron resfriados después de un paseo por el Pico Nevado o cuando visitaban el Bosque Kokiri y Lemurah se adentró al lugar para "explorar" pero terminó quedándose dormido en un árbol. Como demoraba, los chicos se preocuparon y fue toda una noche agitada tratando de buscar al muchacho, pero al final le hallaron sano y salvo charlando con Saria, quien lo había encontrado cerca del Templo del Bosque y no se había apartado del lugar para hacerle compañía y esperar el rescate. Habían sido muchos los recuerdos que los amigos habían guardado de aquel viaje.
Durante el retorno, los pasajeros de la carreta iban sumidos en un profundo sueño. La brisa ligera y suave de aquella tarde de verano les adormeció como una buena dosis de cloroformo. El único que seguía fiel a la faena era Link, quien conducía y meditaba en silencio todas aquellas cosas que habían vivido juntos. Sí, había sido divertido y edificante, porque pudo conocer a cada uno de sus compañeros de paseo un poco más y hasta al "fastidioso" de Lemurah le había encontrado buenas cualidades.
En un par de horas más, ya se encontraban cruzando la planicie de Hyrule. La verde alfombra de hierba lucía espléndida debajo del precioso cielo, que parecía un diamante azul. Mientras el rubio fijaba sus ojos azules en el horizonte, escuchó a alguien que salió de atrás y se sentó a su lado.
-¿Descansaste bien?- le preguntó a Ángel, sonriendo
-Si,- contestó con su dulzura habitual, -Hace una brisa muy refrescante-
Link la miraba con cuidado, mientras la muchacha se pasaba los dedos por los sedosos cabellos color fuego y levantaba la vista para mirar al cielo. Un dejo de tristeza se acentuó en el corazón del joven. -¡No puedo creer que ella…..!-
Una lágrima cayó de su ojo izquierdo, la cual limpió inmediatamente por miedo a que la joven lo notara. –Y..¿Ahora qué? ¿Esperar hasta el momento de su muerte? ¡Qué crueldad! ¿No hay alguna forma de que…..?-
Link entró en un debate mental, mientras observaba con dolor como se asomaban los portones de la Ciudad de Hyrule a lo lejos. De pronto, su cuerpo se estremeció al sentir que Ángel se acurrucaba a su lado. El dulce perfume de su piel invadió la mente y el corazón del joven como medicina. Un sentimiento de paz y tranquilidad le llenó, ese que siempre sentía al estar a su lado. Era como si ella pudiese purificar todo aquello que le rodeaba, hasta el más triste y débil corazón.
Un rato más tarde, los jóvenes se hallaban bajando las maletas de la carreta de viajes, luego de la calurosa bienvenida que les dieron en el castillo. La servidumbre del palacio parecía muy ajetreada, de aquí para allá, tratando de ayudar a los chicos a acomodar sus pertenencias y terminar los preparativos para la cena que se había programado esa noche.
-¿Cómo les fue en su viaje?- preguntó el Rey Ivannov, mientras estaban todos reunidos en el despacho del Rey, bebiendo una taza de refrescante té de menta.
-Precioso padre, -contestó Zelda sonriente, -Fue muy placentero. Es muy reconfortante conocer más de cerca nuestro hermoso reino y convivir con sus habitantes- añadió, con una chispa de alegría especial en sus ojos.
-Estoy muy contenta por éste viaje- exclamó la madre de Ángel, -Quien también se encontraba allí, -Es muy bueno que como jóvenes hagan cosas diferentes y tengan experiencias ricas como ésta- Y le sonrió con ternura a su hija, quien estaba a su lado, sentada y cubierta con una manta de lana, ya que comenzaba a anochecer y se empezaba a sentir el frío.
-Viajar fue muy vigorizante, - dijo Lemurah con una sonrisa, -Aunque es agotador aguantarse al pesado de Link-
-¡Oye!- se quejó el rubio y todos comenzaron a reír.
Mientras todos reían, Ángel observaba con una sonrisa en silencio, las caras de los que estaban allí. Era como si quisiera grabarlos en su memoria. Las risas cesaron y continuó la conversación, hasta que la jovencita no pudo contenerse más y comenzó a llorar.
Link se levantó de su asiento asustado y se arrodilló al lado de la silla de Ángel.
-¿Qué te sucede? ¿Te sientes mal?- preguntó de inmediato
-¿Ángel qué pasa?- exclamó su madre, mientras limpiaba las lágrimas del rostro de su hija
-¡Rápido llame a la enfermera!- Le ordenó el Rey Ivannov a la mucama que les servía el té. La muchacha fue volando a cumplir la orden del monarca.
-No…- empezó a balbucear Ángel entre llantos, -No me siento mal… estoy perfecta. Es que yo…- y levantó el rostro bañado en lágrimas, -Gracias por este gesto tan hermoso que han tenido conmigo. Toda mi vida soñé con amigos como ustedes y el cielo escuchó mi petición. Estoy tan agradecida….¡Los quiero tanto!-
Cuando la chica terminó de hablar, fue como si el invierno hubiese llegado nuevamente a Hyrule. En el rostro de cada persona en el despacho del Rey, se asomó la lluvia, al escuchar tan tiernas y sinceras palabras.
-Nosotros también te amamos, como no te imaginas. Tu… eres un ángel caído del cielo que llegó a iluminar nuestras vidas, jamás… jamás conoceré a alguien como tú. Eres única amiga…- Zelda fue la única que pudo proferir palabra, y aunque con voz quebrada, quiso expresar el profundo amor y respeto que sentía por la jovencita.
Lo único que pudo hacer Link fue tomarle la mano derecha y darle un apretón amistoso. Ángela, su madre, se secaba las lágrimas, mientras sonreía. Lemurah, se levantó en silencio de su butaca y se acercó a Ángel. Con mucha ternura, tanteó el rostro de la muchacha para ubicar su frente y allí la besó. Cual delicada flor la tomó en sus brazos y la cargó, como una pequeña hermanita. Al ver a la niña tan conmocionada, el buwan trató de calmar sus sentimientos y serenarse, ya que aquellas palabras también habían removido completamente su corazón.
-Ven, vamos a dar un paseo por el jardín del castillo. Ésta gente llorona no te hace nada bien, tienes que sonreír- le dijo, con una sonrisa serena
-Yo los acompaño- dijo Zelda, mientras terminaba de secarse las lágrimas con su pañuelo y se levantaba de su asiento para abrir la puerta
-No tarden mucho, - les dijo el Rey sonriente, -En poco tiempo la cena estará lista y llegarán nuestros invitados. Tienen que ponerse sus mejores galas-
-¿Invitados?- pensó Zelda, pero no se detuvo a preguntar. Abrió la puerta y guió a Lemurah al jardín real.
Unos minutos después, Link se encontraba en el balcón de su habitación apreciando la hermosa luna llena que ya se asomaba en el cielo oscuro de Hyrule. Dio un suspiro profundo y recordó como su amado país estuvo al borde de la destrucción, pero gracias al amor, la valentía y el espíritu de lucha de sus amigos, compañeros de otras razas y dioses, se había salvado. Aquella experiencia habría de quedar tatuada en su memoria por el resto de su vida.
Alguien tocó la puerta.
-Pase- exclamó el muchacho
Y apareció en la puerta la madre de Ángel.
-¿Estás ocupado?- le preguntó sonriente
-No se preocupe- contestó el muchacho, -Pase-
La mujer caminó y se sentó en una de las sillas de verano que estaban en el florido balcón, al lado del jovencito.
-¿Es increíble como pasaron las cosas verdad?- dijo, después de unos minutos de silencio, mientras ambos admiraban a Zelda, Lemurah y Ángel, paseando por el pequeño laberinto del jardín, un poco más allá de la capilla del castillo. El balcón de la habitación de Link daba con la parte izquierda de la edificación, en donde se podía apreciar la pequeña iglesia, y el enorme jardín, compuesto de un estanque bastante grande, arbustos de rosas blancas y amarillas, árboles de cerezo, naranjo y pino, un pequeño puente de piedra, una fuente, una hortaliza de papas, zanahoria, rábano y cebollina; tres hermosas estatuas alusivas a las diosas de la trifuerza y un pequeño "laberinto" con paredes de rosales rojos, que conducían hasta un enorme árbol de durazno, que en esa época del año estaba henchido de flores. El jardín estaba adornado con antorchas de fuego amarillo, rojo, azul y violeta, que le daban un aspecto mágico.
La princesa tomaba una mano de Ángel y Lemurah la otra. Parecían una pareja de esposos que paseaban junto a su hijita, caminando entre el laberinto para llegar al árbol de durazno y tratar de tomar unas flores para la niña.
-Sí, es increíble que haya conocido a Ángel, a usted y los dioses. Ni siquiera imaginaba que hubiese otras dimensiones y menos que podían juntarse alguna vez- contestó Link, pensativo, mientras miraba al trío que se acercaba más y más al durazno.
-Quiero agradecerte tanto Link- exclamó Ángela y las lágrimas se derramaron sobre su hermoso cutis e inundaron sus ojos café, -Si tu no hubieses ayudado a mis hijos, los hubiese perdido para siempre. Se habrían vuelto unos monstruos y ni siquiera hubiesen alcanzado el descanso eterno-
-Yo no hice nada- expresó el muchacho mirándola como si fuese su madre, -Sólo les recordé lo que ya sabían. Su fuerza de voluntad y el amor que sentían les salvó- añadió, mientras volvió la vista hacia el jardín, en donde los chicos se veían sentados bajo la sombra del árbol al final del laberinto.
Ángela sonrió contenta, a la vez que limpiaba sus lágrimas.
-Ángel te quiere mucho y ten por seguro que así siempre será- dijo
Link quedó en silencio, mirando hacia el jardín. –Lo sé. Ella me quiere. Me lo ha demostrado desde que la conocí...-
Rato más tarde, los muchachos se encontraban arreglándose en sus habitaciones. Se les había dicho que vistieran sus mejores galas, pues venían invitados muy importantes. No les especificaron quienes, pero se había acondicionado la mejor sala del castillo y preparado el mejor buffet, así que debía ser muy importante.
Ángel y su madre, se encontraban en la habitación alistándose para el festejo. La mujer llevaba un precioso vestido de color rosa y el pelo recogido con peinetas de perlas. Ángel, llevaba un vestido blanco de seda, con rosas color crema bordadas en la falda del vestido y un cuello de encaje tejido a mano. Estaba sentada frente a una mesita de tocador, con espejo y repleta de perfumes, maquillaje y lociones que Zelda le había regalado. Su madre cepillaba su largo y suave cabello, con un cepillo, mientras pensaba que peinado le haría a su hija.
-Mamá puedes dejarlo así- dijo la muchacha sonriente, -Me gusta mucho mi cabello al natural con los rizos-
Su madre sonrió, -Bueno, te lo cepillare todo a un lado. ¿Te parece?-
Ángel asintió con la cabeza y su madre procedió a peinarle.
Cuando estuvo lista, Ángela bajó la cabeza a la altura de los hombros de su hija, para apreciarla más en el espejo y le sonrió nuevamente.
-Mi amor, eres preciosa- le dijo, -Papá, André y tú fueron los regalos más grandes que pudo darme el cielo. Aunque nuestro tiempo juntos fue corto, lo disfruté mucho. No te preocupes, que después de ésta vida, nos volveremos a reunir en un lugar donde no habrá más muerte ni dolor-
Los ojos de Ángel, se empañaron de lágrimas. –Mamá….- balbuceó
Su madre le dio un reconfortante abrazo. –Hija, perdón si en algún momento sentiste que te dejé sola con tus problemas, yo….-
-Mamá, no sigas- le dijo Ángel interrumpiéndola, -Tu eres lo más preciado que tengo en el mundo. No hiciste nada malo. Te amo y te pido perdón por haberme guardado toda esa carga por tanto tiempo-
Su madre sonrió. –Te perdono hija…- y besó las mejillas sonrosadas de su preciosa niña, de su amada angelita.
-Mi amor, ponte los zapatos y el gancho de cabello. Iré al baño un momento, ya vengo-
Y la mujer salió de la habitación.
Segundos después, entró Zelda, ataviada con un traje lavanda, sujeto con listones de color violeta. Se había dejado el pelo liso y puesto su diadema de princesa. Llevaba pendientes de la trifuerza en diamantes y unos guantes de encaje. Miró a la pelirroja con alegría, sosteniendo en sus manos una caja color café.
-¿Qué es eso princesa?- le preguntó la jovencita
-Es un regalo. Ábrelo- contestó con una sonrisa y se lo dio.
Ángel abrió con cuidado la cajita y se encontró con unos hermosos pendientes en forma de luna, labrados en cuarzo. Cuando les tocaba la luz, emitían diferentes y preciosos colores.
-¡Son bellísimos!- dijo Ángel con sorpresa. Eran las joyas más bonitas que alguna vez había visto.
-Ven póntelos- y Zelda le ayudó, -¡Vaya complementan perfecto con tu vestido!- exclamó con alegría al ver a su amiga con los pendientes puestos.
-Muchas gracias princesa, me gustan mucho- le agradeció la jovencita con una sonrisa
-¡Qué bueno que te gustaron! Pero Ángel, estás un poco pálida. ¿No te gusta el maquillaje que te regalé?
La pelirroja miró la mesita abarrotada de productos con una expresión un poco confusa.
-Am… es que nunca me he maquillado, no sé cómo hacerlo- contestó sonriendo mientras se pasaba una mano por la cabeza.
-No te preocupes, yo te ayudo- le dijo la princesa y tomó unos polvos de la mesita.
-¿Qué están haciendo?- Lemurah se asomó por la puerta, al escuchar los gritos de alegría que dio Zelda cuando Ángel se puso los pendientes.
-Estoy ayudándole a Ángel a terminar de arreglarse- contestó la princesa
Lemurah hizo un gesto de estar olfateando algo.
-¿Qué es ese olor?- y se acercó a las chicas, -Huele extraño… no me digas que eres de esas mujeres que usa maquillajes. No le pongas esa porquería en la cara a mi hermana, no lo necesita-
Una venita roja apareció en la sien de la princesa.
-Yo no me pongo toneladas de maquillaje como hacen otras, sólo acentúo los rasgos naturales de Ángel. Las dos somos muy pálidas y hay días en que lo andamos más, por eso tenemos que ponernos algo en el rostro o pareceremos un cadáver- contestó la chica, mientras enrojecía un poco los labios de Ángel con ungüento coralino.
-Se te pondrá la cara como una pasa mujer- exclamó el muchacho
-Ojalá que sí, será la única forma en que me dejes en paz. Estaré tan fea que ya no me fastidiarás más- dijo la princesa, con sarcasmo
-¿Acaso eres tonta?- dijo Lemurah con una sonrisa maliciosa, -Recuerda que estoy ciego. Zely, de mí no te librarás tan fácil-
-Arg, ¡Ya cállate Lemurah! Eres un completo idiota- contestó la princesa de mal humor y Ángel se echó a reír de la broma.
La madre de Ángel se asomó por allí al salir del tocador.
-Oh pero que guapos están- Dijo con una sonrisa maternal, -Creo que deberíamos ir bajando, los invitados están por llegar-
Lemurah le tendió el brazo muy caballerosamente a Ángel, quien muy sonriente aceptó el gesto de su amigo. Los cuatro descendieron por las escaleras muy galantemente hasta el salón del castillo, decorado y engalanado para aquella ocasión tan importante. Algunos de los convidados habían llegado, pues se veían al Rey Zora y la princesa Ruto charlando gentilmente con Impa en una esquina. También se reconocían algunas caras de los miembros de la asamblea de Hyrule, el Rey Darunia y sus delegados goron, que estaban en una de las mesas devorando unas deliciosas rocas de río.
Al final de la escalera se toparon con Link, que estaba por subir a llamarles. Al verlos sonrió. El rubio lucía muy guapo, vistiendo un smokin negro y corbata verde, el cabello dorado peinado hacia atrás muy elegante y sus pendientes sheikav. Tenía una rosa blanca en el bolsillo de su saco y guantes blancos de algodón en las manos.
-¡Pero que guapo estás Link!- Le dijo la princesa al bajar-
El muchacho hizo una reverencia muy solemne.
-Usted también lo está- Contestó muy amablemente y besó la mano de la hermosa princesa. Luego miró a su amiga pelirroja, que venía caminando tomada del brazo de Lemurah, que también vestía de galas con un traje color azul oscuro y corbata gris plata, como el color de sus ojos ciegos.
Ángel estaba simplemente preciosa. Link estaba convencido de que el color que mejor le acentaba a su amiga era el blanco, pues ella personificaba un verdadero ángel celestial. Su nombre era perfecto para ella. Los bellos y rizados cabellos resbalaban hermosamente por su cuello, su tez blanca y pura y esos ojos verde esmeralda, parecían brillar aún más ese día. Sí, era la encarnación inmaculada de un sueño, de una dulce poesía, una musa venida del cielo.
Link suspiró, sonriéndole.
-Los trajes de vestir hacen milagros, ¿No Link?- Exclamó Lemurah con su sarcasmo habitual, sacando a Link de sus pensamientos.
-De verdad que sí. Hasta un mamarracho como tú parece miembro de alta alcurnia- Respondió Link con malicia, para desquitarse.
Lemurah se echó a reír muy animado.
-Vamos que pareceremos anti sociales aquí parados hablando solos- Dijo después, mientras que la madre de Ángel aceptaba el brazo que le tendía Link.
Se dio la bienvenida formal al banquete. El padre de Zelda, el Rey Ivannov, exclamó un pequeño pero profundo y emocional discurso, agradeciendo los esfuerzos de quienes habían dado todo para salvar al país, arriesgando su vida para proteger a su tierra.
Los jóvenes saludaron a los monarcas y demás invitados con mucha cordialidad y ellos se mostraron muy contentos y maravillados. Habían sido informados de todo lo sucedido, de cómo aquellos jóvenes eran los responsables de que Hyrule se salvara de la rotunda destrucción. Todos daban sus profundos agradecimientos y expresaban respeto hacia los muchachos.
Media hora después de iniciada la fiesta, se vivía un ambiente de diversión y alegría, muy difícil de describir. Link, Lemurah, Zelda y Ángel estaban sentados juntos en una mesa, comiendo los sabrosos bocados ofrecidos en el banquete. Las ocurrencias de Lemurah hacían estallar de risa a los que estaban cerca. Zelda, quien estaba sentada a su lado, batallaba con el muchacho para que comiera, sonriendo para guardar las apariencias, pero la vena derecha de su cien entorpecía un poco sus esfuerzos, pues se encontraba dilatada del enojo.
Link y Ángel miraban divertidos la escena, cuando el Rey Ivannov entró acompañado de dos personas: un hombre moreno de cabello negro, de unos cincuenta y tantos años de edad, vestido con una fina túnica color púrpura oscuro y negro. En su cabeza una corona de oro de fino labrado y en sus manos portaba un cetro, del mismo material con un águila tallada en la punta. A su lado entraba un chico de manos o menos la misma edad que Ángel, también vestido con una fina túnica y una diadema que adornaba sus sienes.
El trío caminó hacia la mesa en donde estaban sentados los jóvenes y éstos se pusieron de pie e hicieron reverencia.
-Jovencitos, les presento al Rey Ikka y a su hijo Eriel, monarcas de los Buwan- Los presentó el Rey. Zelda recordó la conversación que tuvo con Lemurah, mientras estaban escondidos en la cueva, en el Dominio Zora. La joven lanzó una rápida mirada al buwan, que parecía estar sereno.
El líder buwan, estrechó la mano de todos con una sonrisa, al igual que su hijo. –Qué gusto conocer a jóvenes tan ilustres y de quienes se narran grandes hazañas- Exclamó sonriente y luego miró a Lemurah y su mirada se tornó más orgullosa aún.
-Bien hecho muchacho. El pueblo está rebozante de alegría al saber que en el grupo de héroes de Hyrule se encuentre un Buwan. Eres un orgullo para nuestra raza. Tu padre, que en paz descanse, ha de sentirse satisfecho de haber criado a un hijo tan capaz-
-¿Qué en paz descanse?- Pensó la princesa con ansiedad, mientras sentía un nudo en la garganta y miraba a Lemurah con angustia. ¿Pero cómo se atreve a decir eso? ¡Es su hijo! ¡Es su hijo y lo tiene enfrente! La joven recordó el rostro de dolor del muchacho en aquella cueva, cuando éste le contó la pena que por tantos años cargaba en su corazón. La indignación de la rubia era tal que estuvo a punto de decir algo, pero los dedos de Lemurah, que se entrelazaron firmemente con los suyos por detrás del borde la mesa, le impideron hablar.