Contrato de Amor
La garganta de Yugi se cerró cuando vio que el auto cruzaba las rejas de su casa. El Príncipe Yami Atem Raizel llegaba. Se alejó de la ventana.
-¿Por qué te paras allí? -preguntó su hermano de quince años-. No podrás verlo.
-Creo que puedo esperar -replicó Yugi, tenso y tembloroso. Joey estaba acompañada de Duke, de quince años, y de Mokuba, de cuatro, quien no sabía de qué se trataba tanto alboroto. Los tres tra taron de ver lo que ocurría desde la ventana. Yugi inhaló hondo y con lentitud. Lo que emocionaba tanto a sus hermanos era un purga torio para el. ¿Era eso real?, se preguntó, tenso. Vivía en Japon. ¿Cómo podía estar comprometido por convenio con un desconocido? Sin embargo, lo estaba.
-El auto se detiene... tiene una banderita en el cofre. Deben ser los colores de la familia real de Egipto -comentó Joey. El cho fer está saliendo... abre la puerta trasera... puedo ver la pierna de un pantalón...
-Por el amor del cielo, calla -suplicó Yugi con un sollozo. Joey lo vio hundirse en una silla y ocultar el rostro con las manos.
-No usa tocado -se quejó Duke.
-Cállate –ordenó Joey-. Yugi se siente mal.
-No puedes enfermarte ahora -Duke miró a su hermano mayor con horror-. Mi Padre se pondrá furioso y papa ya está en órbita como están las cosas.
-¡Yugi! -exclamó Joey-. ¡Yami es guapísimo! No bromeo.
-El príncipe Yami -corrigió Duke-. No puedes tener tanta confianza.
-Por favor, va a ser nuestro cuñado -protestó Joey, sin pensar. Yugi saltó. La cabeza le dolía. La mañana fue muy lenta. Nadie habló durante la comida. Yugi no comió y su padre tampoco. Este no pudo soportar la mirada acusatoria de su hijo y por fin se refugió en la biblioteca.
-De veras está guapo -Joey tomó a su hermano del hombro.
-Entonces, ¿por qué no puede comprarse un esposo en casa?
-Yugi siguió llorando y se cubrió el rostro con el pañuelo.
-¡Váyanse! -Joey miró con enojo a Duke y Mokuba-. Y no se atrevan a decirle a mamá que Yugi está llorando.
-¿De qué tanto llora? -Duke frunció el ceño-. Va a ser un pricipe. Yo no lloraría, estaría feliz.
-Es una lástima que no hayas sido el mayor, ¿verdad? -Joey abrió la puerta. La cerró con violencia. Avergonzado por su desahogo, Yugi apartó los mechones dorados de la cara y se limpió los ojos.
-No puedo creer que esto esté pasando -confió-. Pensé que no se presentaría.
-Papá dijo que sí lo haría puesto que es una cuestión de honor-Joey parecía distante-. ¿No te es extraño recordar cómo nos reíamos cuando papá contaba una y otra vez la historia de la ocasión en que salvó la vida del rey Akunankamon al detener una bala? Creo que la oímos miles de veces -exageró-. Y yo solía reír diciendo cosas ho rribles acerca de que serías el esposo número dos... ¡era una broma de familia!
-Bueno, pues ya no era una broma- concedió Yugi con tristeza.
En el desierto, alguien intentó asesinar al rey. Los detalles de ese episodio eran vagos pues el padre de Yugi tendía a ador nar la historia, año con año. La versión más común era que, al ver brillar un rifle a la luz del sol, Roland se lanzó, frente al rey y lo hizo caer al suelo, sufriendo una ligera herida en la cabeza. Lleno de gra titud, el rey Akunancamon declaró en ese instante que su primer hijo se casaría con el primer hijo de Roland Dartz. En ese punto del relato, Roland reía diciendo que ni siquiera estaba cansado, pero que era un gran honor.
Sólo cuando Roland tuvo problemas financieros, pensó volver a ver al rey Akunancamon. Como este iría a Japon, Roland hizo una cita con él, diciendo que le pediría un préstamo y que todo marcharía sobre ruedas.
Llegó a tiempo a la embajada de Egipto. Estaba muy optimista. Como hacía mucho tiempo que Roland no hablaba Egipcio, el rey se comunicó con él gracias a un intérprete. Su anfitrión le informó que Yami era viudo hacía cuatro años.
-Claro que le ofrecí mi pésame... nunca se me ocurrió que el viejo cumpliera una promesa hecha treinta y cinco años antes. Pero no fue fácil mencionar el préstamo -confesó Roland-. Casi desfallezco cuando me dijo que estaba muy avergonzado por no haber cumplido su palabra. No perdí tiempo en asegurarle que no estaba ofendido, pero seguía molesto, así que ya no hablé más del tema. Aun cuando me hizo preguntas sobre Yugi, no supe lo que el rey tenía en mente.
Yugi escuchó, pasmado al igual que su padre, mientras su Roland llegaba al punto culminante del relato.
-Me dijo que lo que más quería, era ver a Yami casado de nuevo Me estrechó la mano y el intérprete dijo "Es un trato" y yo dije "¿Cuál es el trato?" "Mi hijo se casará con su hijo", contestó. ¡Quedé petrificado! -el padre se enjugó la frente sudorosa-. Empezó hablar del precio del novio y las cosas salieron de mi control... aunque creo que nunca lo estuvieron, pues es un viejo ladino. Pero no veo qué pueda ganar él con esto. Creo que toma muy en serio su honor.
Yugi volvió al presente y rió sin humor.
-¡Fui vendido! ¿Por qué pensé que la trata de blancos era cosa del pasado? Me sorprende que papá no haya pedido mi peso en oro
-Yugi, no digas cosas horribles –reprochó Joey.
Era algo horrible, se amargó Yugi. ¿Por qué no pudo darle un préstamo el rey a su padre? ¿Por qué impuso condiciones? Pero sabía que su padre no estaba en posición de poder pagar un préstamo.
-Padre dijo que no estabas presionado y que sólo tú podías tomar la decisión. Lo sé porque escuché por la puerta de la biblioteca. No dijo que tenías que casarte con Yami -añadió Joey.
-No me sorprende que te hayas quedado sin habla, Yugi -comentó él, entonces-. Un príncipe... lo que es más, un príncipe que algún día será rey.
-Mi Yugi, un principe -susurró el papa, extasiado. Arnol Dartz no bajaba de su nube desde entonces. Yugi sintió que no tenía escapatoria. Su papa amaba el dinero tanto como su padre. ¿Y qué pasaría con sus hermanos y con su pequeño hermanito, Lion?
¿Y por qué había de negarse a ayudar a su familia? Quizá en el futuro tendría la oportunidad de tener un matrimonio feliz. ¿Por qué no habría de casarse con Yami y hacer feliz a todo el mundo? El hombre a quien el amaba no lo amaba como Yugi quería. Seto Kaiba lo quería como a un hermano. Como los padres de Seto eran vecinos de la familia, Seto y Yugi se conocían desde niños. Y ese era el problema. Seto se consideraba como el hermano mayor que Yugi nunca tuvo.
La adolescencia de Yugi fue algo difícil, y siempre pidió ayuda y consuelo a Seto. A los ojos de su papa, el siempre fue el patito feo que tardó en desarrollarse. Además, era tímido en una familia en donde se admiraba la actitud extrovertida y la sociabilidad. Yugi fue siempre muy estudioso y Seto, que ya estudiaba para ser empresario, lo apoyó en sus aspiraciones de convertirse en escritor.
Amar a Seto fue tan fácil. Si Yugi tenía un problema, siempre lo escuchaba y el chico asumió desde adolescente que algún día se casarían. Pero eso nunca sucedió.
Hacía un año, cuando Yugi cumplió diecisiete años, durante su fiesta tuvo que aceptar que sus sueños sólo eran eso: sueños. Seto le presentó su novio. Mostraba afecto y amistad por el, pero nada más y Yugi dejó de vivir en la fantasía.
Los esfuerzos de Yugi por olvidar a Seto no la llevaron a ninguna parte. Estaba convencido de que siempre lo amaría.
Como no se casaría con Seto, ¿acaso importaba quién fuera su esposo? Fue por eso que aceptó casarse con Yami y resolver los problemas económicos de la familia. Una vez que Yugi estuvo de acuerdo, su familia fingió olvidar el soborno financiero y actuó como si Yugi hubiera sido elegido por algún honor especial.
Por desgracia, era difícil acatar la decisión tomada al enfrentar la realidad. La realidad era la llegada de ese auto y el saber que abajo se hallaba un hombre que se convertiría en su esposo, sin importar cómo fuera, ni cómo se comportara. El dio su palabra y no se retractaría.
-¡Todavía no estás vestido! -se lamentó Arnol, al verlo en la habitación-. No puedes dejar que Yami te vea así...
-¿Así, como me veo siempre? -replicó Yugi con sequedad
-No te pongas difícil-suplicó Arnol- ¡Debes cambiarte!
-¿En dónde está?
-En la biblioteca con tu padre. Hablamos de los preparativos la boda. En Donimo, por supuesto, pero al parecer tendrá q haber una segunda ceremonia al llegar a Egipto. Tuvimos una charla muy interesante -confesó con una sonrisa casi infantil-. ¿Te das cuenta de que Yami no vio el rostro de su primer esposo sino hasta despues de la boda? Es así como lo hacen por allá.
-¡Es una barbaridad! -protestó el chico.
-Vamos -reprobó Arnol-. Por lo menos ha roto con la tradición y ha venido a conocerte en persona. Lo que a nosotros nos parece extraño, es muy normal para él.
-¿Crees que es normal para un hombre de 20 años que deje que su padre le escoja por esposo a un desconocido -exclamó Yugi
-Es un príncipe, Yugi.
-No me importa.
-Los padres con frecuencia saben qué es lo mejor para sus hijos. –Arnol empezaba a alzar la voz-. Recuerda lo que dijo tu padre, el divorcio entre los matrimonios arreglados es muy bajo.
Yugi fue conducido a su dormitorio en donde la esperaba un traje azul cielo. Tendría el aspecto de una niño que va a su primera fiesta.
-No puedo salir con esto. . . -sintió pánico-. ¡No puedo!
-Claro que estás nervioso, es natural -lo calmó Arnol-. Yami se quedará unos días y se te pasarán esas tonterías. De veras no pareces apreciar lo afortunado que eres.
-¿Afortunado? jadeó Yugi.
-Cualquier chico estaría feliz de estar en tu lugar -se irritó Anthea-. Y te juro que podres ser mas feliz cuando tengas un hijo
-¿Un hijo? -Yugi palideció.
-Te gustan los niños y parece que él no tiene. Quizá Ryu no pudo dárselos. El padre de Yami querrá tener un heredero para el trono. ¡Piensa en lo orgulloso que te sentirás entonces!
Niños... intimidad... Yugi sentía náusea. No le atraía la idea de ser usado para crear hijos en Egipto.
-Tiene mucha seguridad en sí mismo, es encantador y guapísimo. Al verlo, se sabe que es un príncipe. -el entusiasmo de su papa mareaba a Yugi-. Te peinare el cabello. Tiene unos ojos violetas muy hermosos.
-¡Yugi! -llamó el padre desde abajo-. ¿En dónde estás?
El chico se detuvo al pie de la escalera. Su padre lo tomó del brazo con impaciencia. Una vez que los hubiera presentado, podría fingir que se trataba de un cortejo normal y ordinario.
