Holaaaa! Aquí está el final. Hemos terminado con esta historia. Espero que les guste como termina. Ojalá haya llenado sus expectativas...Como es el último post, deseo agradecer nuevamente a todas las que postean para comentar, capítulo a capítulo y que han tenido la paciencia de seguir el hilo de mi narración. Me han llenado de felicidad con sus reviews y sus opiniones ayudaron a construir el argumento de la historia. ¡GRACIAS! Y las espero en mi próximo fic.
Missouri fue la primera que advirtió el peligro. Y alarmada, corrió hacia el cuarto seguro donde estaba Sam. Janet no tuvo tanta suerte. Dean la alcanzó, trató de atraparla pero no pudo: la chica cayó por las escaleras cual muñeca que se rompe. Al llegar abajo, estaba muerta. Mientras tanto, Missouri había logrado entrar al cuarto y había puesto a Sam al corriente de lo que estaba sucediendo: Dean había despertado y no estaba precisamente feliz. Por una parte, Sam se alegró profundamente de saber que su hermano estaba mejor, que él y Bobby estaban bien. O al menos eso creyó en ese momento. Deseó poder salir de allí para encontrarse con el Winchester mayor, pero instintivamente, algo le decía que no era el momento de hacerlo, así que aguardó con paciencia. Unos minutos más tarde el silencio reinaba en el lugar. Aparentemente Dean y Bobby se habían alejado en busca de algo o de alguien. Tal vez no les había sido posible verlo u oírlo allí donde se encontraba. La puerta del cuarto seguro estaba abierta, desde el momento en que Missouri entró en él, así que Sam salió cuidadosamente, analizando sus posibilidades, alerta a cualquier signo que le advirtiera de algún peligro natural o sobrenatural. Años de entrenamiento como cazador y la sangre demoníaca que llevaba en él le daban gran ventaja sobre cualquiera. Así que lo sintió antes de verlo. Castiel fue el primero que se presentó. Aparentemente, venía a tratar de convencer a Sam de que debía dejar que el destino fuera el que debía ser. Primero le aclaró que lo que veía en Dean no era una curación o una mejoría, sino que era la última etapa de la enfermedad que padecía, que ésta era incurable, o al menos que no tenía remedio conocido y que la muerte de Dean era inevitable, era su destino. Le explicó que no podían –ni él ni su hermano mayor- seguir evitando eternamente su suerte. Que todo había sido escrito desde antes de los tiempos, y eso no se cambiaba. Jamás nadie lo había hecho. Y su destino era morir para el bien de toda la humanidad. Podía elegir morir junto a su hermano o morir luchando contra su hermano. Y conociéndolo, Castiel le ofrecía la posibilidad de morir junto a Dean, uno acabando con la vida del otro, dando cumplimiento a sus destinos, salvando a la humanidad de todo mal. Después de todo no era mal negocio. No más moteles baratos, no más cacerías, no más dolor, no más humillaciones, no más miedo, no más tristezas. Juntos para siempre, pero no en esta tierra. Tal vez en el Paraíso. Castiel era buen vendedor. Lo que prometía sonaba tentador. Sam no le respondió. Un poco porque estaba analizando las palabras del ángel y otro poco porque no tuvo tiempo: Beelzebub se había presentado a reclamar lo que consideraba suyo. El ángel trató de obligarlo a callar, pero el demonio era poderoso y las fuerzas cósmicas siempre habían tendido al equilibrio: bien-mal, arriba-abajo. Así que sin preocuparse de la presencia de Castiel, el engendro comenzó a hablar también. Era tiempo de cosechar, de lograr su cometido. Le quedaba poco tiempo para lograrlo. Apeló al argumento del destino, de que había nacido para ello, de que había sido señalado desde el día de su nacimiento para llevar a cabo una tarea para la que estaba preparado. Era su momento de reinar y de paso, le quedaba la satisfacción de hacer un último acto de amor al prójimo: podía salvar a su hermano. Existía una curación y él se lo probaría. La enfermedad podía acabar si él aceptaba gobernar el Averno. No era necesario que él y su hermano perecieran luchando uno contra el otro ni tampoco era necesario que perecieran juntos. No tenía por qué acabar así. El destino de que hablaba Castiel no era a salvar la humanidad sino reinar en el más allá, en el Infierno, eso era lo que el ángel le ocultaba. Y Dean podía permanecer vivo en la tierra el tiempo que le quedara de vida. No tenía por qué morir. "No hay vuelta atrás. Tu destino ha sido escrito" las palabras resonaban en la mente de Sam. ¿A quién creerle? Él sabía que ambos mentían o al menos no decían toda la verdad. Estaba casi seguro que Beelzebub no podía curar a Dean, que era mentira que hubiera hallado una cura. Pero también sabía que era mentira que Castiel estuviera interesado en que sólo cumplieran su destino. No. Lo que realmente quería era acabar con él que era una amenaza para los planes delineados para el mundo. Él era lo único que podía interponerse en la derrota definitiva de las fuerzas oscuras. Así que después de todo, era él y sólo él quien podía decidir cuál era el camino a seguir. Y en ese momento lo vio: su hermano lo miraba fijamente con sus ojos verdes inyectados en sangre, enajenado, vacío, no era el Dean que él conocía y quería. Pero seguía siendo su hermano. Y haría lo que fuera por él. Beelzebub seguía insistiendo en que podía curarlo. Pero Sam intuía la mentira, la sentía, había aprendido a detectar cuando los seres naturales o sobrenaturales mentían. Y éste, decididamente estaba haciéndolo. No hay remedio para la enfermedad de Dean. Quedaba una última elección: morir con o contra su hermano. Él no quería que fueran como Caín y Abel. Él no iba a matar a su hermano. Era mejor dejar que Dean acabara con él. Y él sabía que unos instantes después el mayor también dejaría este mundo. Así debía ser hecho. Así se haría.
Dean lo había visto y con mirada asesina se dirigía hacia él. No iba a evitarlo. No quería. No iba a oponer resistencia. El cuchillo se clavó profundamente en su pecho. La herida no era mortal pero era dolorosa, terriblemente dolorosa. Su parte sobrenatural luchaba para reponerse rápidamente, pero la herida era profunda. Sangraba mucho, su mente comenzaba a nublarse, todo parecía alejarse. Dean lo seguía mirando con mirada fría y penetrante. Y de pronto, un recuerdo brotó claro y nítido de su cerebro: recordó las palabras de John "Tú sabes lo que tienes que hacer." "La respuesta ha estado siempre en ti." "Sólo sigue a tu corazón, sigue tus instintos, ellos salvarán a tu hermano." Su padre había confiado en él, había creído en él, a pesar de todo y de todos. Lo mismo había hecho Dean. Era hora de demostrarles de lo que era capaz por su familia. Enfrentó a Dean, se le acercó y evitando que lo atacara otra vez, le logró quitar el cuchillo, lo arrojó lejos y abrazó a su hermano como hacía tiempo no lo hacía, con desesperación, con tristeza, sabiendo que era lo último que hacía en este mundo, dispuesto a morir junto a él, como debía ser. Los minutos parecieron horas, años, siglos. Y de pronto ocurrió: la fuerza del amor pudo más que cualquier destino. La curación del virus infernal era desconocida porque era precisamente esa, el amor fraterno, el amor desinteresado, el amor que es difícil de hallar y de dar. Y la sangre infectada de sangre demoníaca que afectaba a Sam acababa también con esa; la entrega, el servicio, el amor, la conjunción de esos sentimientos consumieron lo que quedaba en su sistema de sangre de demonio, para dejar paso al hombre bueno, noble y justo que siempre había sido Sam Winchester. Cuando los hermanos finalmente se separaron, ambos tenían los ojos llenos de lágrimas, que eran de felicidad, de emoción, de cansancio, pero sobre todo de amor fraterno. Habían superado, contra todo pronóstico, la más difícil de las pruebas. Habían logrado vencer al destino. Estaban juntos. Estaban vivos. Y se tenían el uno al otro.
FIN
