Notas de Autora:

Decidimos escribir esta historia no sé muy bien en qué día concreto, y fue gracias a la idea alocada de ItrustSeverus de escribir algo tête a tête, o mano a mano como prefiráis, porque a veces nos hacían falta manos... Lo que sí recuerdo es el día y el lugar en que, aunque no habíamos escrito ni un solo párrafo, decidimos que fuera un Snarry y le pusimos título (un título que también hemos tomado prestado… pero ¿qué más da?), el 23 de abril de 2010, un precioso día de Sant Jordi, de vuelta a casa en el metro. Bueno, casi dos meses después hemos acabado y… tachán ¡! Seguimos siendo amigas… y atención ¡! No descartamos la idea de seguir haciendo locuras de este tipo. Todo depende de su acogida entre el gran público que sois vosotros, los anónimos lectores, que espero dejéis el anonimato para deleitarnos con vuestros comentarios a favor o en contra. Todo es aceptado y agradecido.

Snape's Snake

Yo tenía escrita una breve nota de autora sencillita y muy mona, pero Snape's Snake, muy amablemente, sin uso de látigos ni nada por el estilo -¡ay!- me ha hecho ver la enormidad de mi error, así que le he pedido ayuda a mi muso (imaginaos a un Severus ataviado con una túnica blanca de diosa Afrodita, una corona de laurel en la cabeza y tocando una lira descalzo y os haréis una idea de a qué me refiero), pero resulta que mi muso siempre hace lo que le sale de la... lira, y me ha dicho que nanai, que bastante tiene ya con currarse él solo (atención, ha dicho eso, el muy canalla) todos mis fics. Así que, si mi parte de trabajo en las notas de autora es un churro, es sólo culpa suya, ya lo sabeis. En fin, espero de verdad que al leer este fic os lo paséis tan bien (como mínimo) como nosotras al escribirlo. Y ahora, a disfrutar (espero y deseo) de la lectura.

ItrustSeverus


Capítulo 1 – El voluntario forzoso

Harry se dirigía al despacho de Dumbledore con paso rápido. No imaginaba qué podía haber ocurrido para que la profesora McGonagall hubiera interrumpido la clase de Adivinación a la mitad para decirle que tenía que presentarse en el despacho del director con urgencia, pero fuera lo que fuera, le estaría eternamente agradecido a la adusta mujer que le hubiera ahorrado escuchar la enésima predicción de su futura, próxima y dolorosa muerte de parte de la profesora Trelawney.

Sin embargo, una interrupción como aquella no era normal, y temía que hubiera ocurrido algo grave, de ahí el paso apresurado y la expresión preocupada de su rostro.

Cuando llegó a la puerta del despacho, la golpeó brevemente y la voz del anciano le llegó de inmediato del otro lado, invitándole a pasar, pero nada más abrirla, el chico se quedó petrificado al encontrarse con alguien a quien no esperaba ver ahí. Sentado frente al director, cómodamente recostado contra el respaldo y con aire indiferente, se hallaba Severus Snape.

Mientras el chico vacilaba en el umbral, el oscuro profesor de pociones se quitaba una pelusa de la túnica sin mirar ni un momento en su dirección, como si nadie hubiera irrumpido en la estancia.

-Si interrumpo puedo venir más tarde – dijo el chico, reacio a hablar de lo que fuera que el director quisiera comentarle con Snape delante.

-No, Harry – habló el anciano –, te he hecho llamar porque tengo algo muy importante que decirte. Pasa, cierra la puerta y toma asiento, por favor.

El chico vaciló unos instantes más, mirando sin disimulo al profesor, como queriendo evidenciar ante el director la incomodidad que le producía su presencia, pero el anciano no se dio por aludido, y Snape, que seguía ignorándole con obstinación, se encontraba en ese momento observando con mucho interés sus propias manos, que tenía enlazadas en su regazo.

Harry suspiró, dándose cuenta de que no había nada que hacer, cerró la puerta y se sentó en la única silla que quedaba libre, que estaba justo al lado de la de Snape, pero la separó un poco para no estar tan cerca del hombre.

-¿Ha ocurrido algo, profesor Dumbledore? – Preguntó el chico, intentando que su voz no reflejara su inquietud.

-Me temo que sí – contestó el anciano con semblante serio –. Se ha producido un… accidente.

Snape hizo un ruidito que podía ser tanto un carraspeo, como un resoplido burlón, y Harry le miró de reojo, molesto.

-¿Qué clase de accidente? – Preguntó.

-Verás, Harry, tu padrino…

-¿Sirius? – Se alarmó el chico, alzando la voz – ¿Qué le ha pasado a Sirius?

-Cálmese – se elevó repentinamente la voz del profesor a su derecha –, por desgracia no es nada irreversible.

Harry se giró hacia él, enfadado por el evidente desprecio en su voz. El hombre seguía mirándose las manos, impertérrito.

-¡Usted…!

-Harry – le interrumpió el viejo director –, permíteme que te explique lo sucedido.

El chico volvió a sentarse de cara al anciano y musitó unas suaves disculpas.

-Al parecer, tu padrino, a pesar de saber que no debía hacerlo, ha decidido salir esta mañana de su casa para dar un paseo transformado en perro, con tan mala suerte, que se ha tropezado con Lucius Malfoy, que ya le había reconocido al empezar el curso en la estación de tren. En cuanto le ha visto, ha intentado darle esquinazo, pero Malfoy le ha lanzado una maldición, y Sirius, a duras penas ha conseguido llegar hasta Grimmauld Place, donde se ha encontrado con el profesor Lupin, que se había alarmado al ver la casa vacía. Nada más explicarle lo sucedido ha perdido el conocimiento, y en estos momentos está guardando cama, a la espera de recibir los cuidados que necesita.

-¿Y qué hacemos aquí? – Exclamó el chico, poniéndose en pie de inmediato – Sirius nos necesita, tenemos que ir…

-Verás, Harry – le interrumpió el director, calmadamente –. Como comprenderás, no podemos llevarle a San Mungo, y tampoco podemos hacer que le atienda Madame Pomfrey, porque ella no es miembro de la Orden, de modo que nuestros recursos son limitados. Sin embargo, el profesor Snape – el chico dedicó al aludido una mirada hostil – es un experto en curar maldiciones.

-Además de ser experto en conjurarlas, ¿verdad? – Rezongó Harry, volviendo a girarse hacia el profesor, que seguía evitando mirarle, pero ahora exhibía en sus labios una minúscula y torcida sonrisa.

-Harry – dijo el anciano en tono de represalia –, el profesor Snape se ha ofrecido a ayudar a tu padrino… – el hombre fulminó con la mirada al anciano en un gesto que pasó desapercibido para el chico, pero no para el director – y le debes un respeto.

Al escuchar esto, el chico vaciló unos segundos, circunstancia que Dumbledore aprovechó para continuar con su explicación.

-Como decía, el profesor Snape es experto en curar maldiciones, de modo que se va a preparar de inmediato para su partida hacia Grimmauld Place para ayudar a tu padrino. Esto significa que no debes preocuparte por nada, porque Sirius va a estar en buenas manos.

Harry no entendía cómo Sirius podía estar en buenas manos dependiendo de Snape, el hombre que, con toda probabilidad, le odiaba más que nadie en el mundo.

-Yo también voy – soltó de inmediato.

-Eso no será necesario, Harry, ya te he dicho que estará bien cuidado…

-¡Me da igual! – Se impacientó – Yo también quiero ir… señor – añadió, en tono más suave.

El anciano le observó con tranquilidad por encima de sus lentes de media luna.

-Está bien. Si insistes, será mejor que te prepares para vuestra inmediata partida.

-Sí, señor – dijo el chico, y se dio la vuelta para marcharse.

Se encontraba ya agarrando el pomo de la puerta, cuando la voz susurrante y sibilina de su profesor de pociones se dirigió a él.

-Potter – escuchó tras de sí –, le espero en la verja de la entrada en exactamente treinta minutos. Si llega tarde, me marcharé sin usted.

Se dio la vuelta un momento para mirarle, el hombre seguía todavía con la vista clavada en su regazo como si no existiera nada más interesante en el mundo que sus largos dedos enlazados entre sí.

-Allí estaré – dijo, en un tono que sonó a amenaza.

Y tras esto, abrió la puerta y se marchó.

Durante un minuto entero, ninguno de los dos hombres dijo nada. Dumbledore aprovechó para meter una mano dentro de un bolsillo de su túnica y extrajo con parsimonia un par de caramelos. Le ofreció uno al profesor, que le miró con ojos asesinos sin mover un solo músculo, se lo volvió a guardar, y empezó a desenvolver el restante haciendo crujir el envoltorio de tal manera que los nervios del pocionista se crisparon al límite. Una vez se hubo puesto el caramelo en la boca, arrugó el papelito, provocando más crujidos que pusieron a prueba la paciencia de Snape, el cual sacó su varita sin más contemplaciones y lanzó un hechizo que hizo desaparecer el dichoso envoltorio con un ligero "¡puf!" y una pequeña nubecilla de humo.

Dumbledore se quedó mirando la mano ahora vacía, enarcó las cejas y alzó la vista hasta el hombre, parpadeando un par de veces con aire inocente. De pronto se escuchó en la estancia un susurro envenenado.

-Dime una cosa, Albus, porque creo que me he perdido algo. ¿En qué momento he sido yo el que se ha presentado voluntario para hacer de veterinario?

-Sabía que no te pasaría por alto la licencia poética – murmuró el director, con una sonrisa desvergonzada.

-¿Licencia poética? – Protestó Snape – Primero me obligas a hacerle de enfermera particular al chucho, ahora tengo que cargar con el maldito crío como si fuera su niñera, y encima te permites la "licencia poética" de decir que me he "ofrecido" a cuidar de Black. ¿Por qué no cuelgas una nota en el tablón de anuncios diciendo que me ofrezco a desgnomizar jardines también, Albus?

Dumbledore rió suavemente, como si el comentario del profesor se tratase de una broma, en vez de una amarga queja.

-Qué cosas se te ocurren, mi muchacho. Siempre me sorprende tu obstinación por permitir que la gente piense lo peor de ti – le dirigió una sonrisa a la que el profesor respondió con el ceño fruncido –. Y ahora, Severus, será mejor que te prepares para tu inminente partida, no querrás hacer esperar al joven Harry…

-¿Hacerle esperar yo? Más le vale a él no retrasarse, o tendrá que buscarse la vida para ir hasta allí.

Y diciendo esto, el hombre se puso en pie con brusquedad y salió del despacho a largos y furiosos pasos.

Se encontraron, tal como habían acordado, en la verja del colegio. Snape surgió de entre los oscuros y altos arbustos con una expresión de profundo hastío.

-Rozando el límite de mi paciencia, Potter –susurró el profesor-. Diez segundos más tarde y no me habría encontrado aquí.

-Eso quiere decir que he sido puntual –el hombre le fulminó con la mirada ante el comentario descarado y le vio dar un pequeño salto mientras se recolocaba la mochila sobre los hombros-. Además he tenido que… explicarles a Ron y Hermione…

Snape alzó una mano en su dirección y desvió el rostro sin querer escuchar las explicaciones de Harry, haciéndole callar con ese único gesto. Se dirigió a él y le tendió su maletín de pociones.

-Tome, al menos haga algo útil –el muchacho lo cogió y notó que pesaba mucho. Del interior surgían tintineos, con toda probabilidad de pequeñas botellitas con ingredientes y pociones diversas.

De mientras, Snape se encaminó a la verja y poniendo su varita contra las cadenas que la cerraban éstas se retiraron y la gran puerta de hierro se abrió para dejarles pasar. Una vez al otro lado la puerta volvió a cerrarse y Snape aseguró las cadenas de nuevo.

-Bien, acérquese Potter –el chico se acercó a él con el maletín en la mano. Cuando estuvo lo suficientemente cerca como para rozarle, Snape avanzó un paso y se pegó a su joven alumno agarrándolo fuertemente de los hombros.

-¡¿Pero qué hace? –Gritó el muchacho, asustado, dando un paso atrás y zarandeando el maletín, que soltó múltiples tintineos.

-Tenga cuidado con eso, Potter. Si se rompe alguna poción y no puedo ayudar a su querido padrino, pesará sobre su conciencia –le recriminó.

El chico tuvo la decencia de mostrarse contrariado, pero siguió alejado del hombre. Viéndole titubear, Snape se impacientó.

-¿Se puede saber qué demonios pasa? Ha sido usted quien ha insistido en acompañarme, por mí puede quedarse aquí si quiere.

-¡No! –Gritó Harry.

-Entonces, ¿a qué espera? Debemos marcharnos, ya hemos perdido demasiado tiempo.

-Pero…

Snape no le dejó acabar, volvió a acercarse al chico que le miraba con cierta incomodidad, se apretó a él, le agarró fuertemente por los hombros, casi en un abrazo y le advirtió:

-No se le ocurra soltar el maletín, Potter –y seguidamente se desaparecieron.