Esperanza

[Todo está bien al final, si no está bien, no es el final]

Sirius no lo sabe, él cree que en la aceptación termina todo. Y ya. Pero Remus sabe que no, que después viene otra etapa -esta vez la última-. Sirius, a su vez, una hora después tiene solo una cosa clara: la próxima vez se irá directo a la aceptación para ahorrar tiempo. Resulta que la aceptación es la hostia y que si Sirius fuera alguien más (alguien jodida y estúpidamente cursi) diría que todo lo anterior valió la pena solo por este momento, que todo va a estar bien de ahora en adelante -si le preguntara a Remus él podría decirle que está pasando por la etapa de la esperanza-.

Pero como Remus es un hijo de puta Sirius no le va a preguntar; es un hijo de puta porque ha sido consciente de todo y ha estado burlándose de él durante todo este tiempo -el bastardo-. Con razón, es que hasta la jodida Evans lo sabía, ella y sus jodidas sonrisitas de suficiencia.

—¿Te decidiste, Canuto? Te tomó más tiempo del que esperaba, pero lo entiendo, eres un poco lento. No te preocupes, iremos despacio, a tu ritmoel grandísimo imbécil. ¿A su ritmo?, ¿qué irían a su ritmo? Ya le enseñaría él lo que era ritmo.

—Auu.

—Cállate.

—La pared está helada, idiota.

—Que te calles.

Y Sirius decide besarle para que se calle, al cabrón. Le besa para borrarle la sonrisa y el ¿a eso llamas beso, Sirius?, ¿enserio? Esperaba algo más de ti. Y no le importa admitir que lo hace con un poquito de necesidad contenida en el pecho, le empuja contra la fría pared de piedra de cualquier pasadizo secreto del sexto piso -el primero que encontró- y le muerde el labio inferior un poquito -pero solo un poquito- desesperado.

Y casi puede ser que cuando le saborea los labios con la lengua haciéndole cosquillas no sea para probarle nada sino porque quiere, joder, quiere y se lanzaría de la torre de astronomía antes de admitir que tiene que apoyar una mano contra la pared junto a la cabeza de Remus para sostenerse porque -mierda- ¿le tiemblan las rodillas?

—Lunático.

—¿Hmm?

Pero no dice más nada.

Lunático. Lunático. Lunático. Lunático.

Es lo único que le sale, como una letanía. Contra la piel del cuello de Remus que sabe a sudor; masculino. Y es tan extraño, algo que nunca había probado, las formas de su cuerpo contra el suyo -tan parecidas-, el ritmo del beso, el toque violento y salvaje. No es como besar a una chica, no se parece en nada a besar a una chica y es como tres millones de veces mejor.

Cuando Remus le empuja por los hombros hasta que su propia espalda choca contra la pared contraria casi entra en pánico porque siente algo dentro del pecho como apretado y doloroso, y cuando extiende una mano para aferrarse a su camisa descubre que le tiembla el pulso -joder-.

—Canuto.

Y lo peor es que no le importa.

—Sirius.

Porque la sensación del cuerpo de Remus contra el suyo es tan familiar que no importa. Todo es familiar aunque sea nuevo. Es el olor de Remus que conoce tan bien aunque nunca había percibido tan de cerca, es la familiaridad de su cuerpo, su olor, su voz algo nasal, todas esas cosas que conoce y que ahora está redescubriendo -como jamás pensó que haría- y es todo casi demasiado íntimo.

Pero es Remus, así que está bien. Aunque le asuste y le sorprenda un poquito.

Esta vez no le besa él, esta vez es Remus besándolo y si alguien le hubiese preguntado hace tiempo cómo pensaba que besaba Remus Lupin jamás habría acertado. Deslizando las manos bajo su camisa, recorriéndole la espalda con suavidad, besándole húmedo, sosteniéndole la cabeza firmemente y con la boca abierta. Dominante. Paseándole la lengua por los labios y hundiéndola en su boca, rápido, caricias superficiales, y luego lento y profundo, haciendo figuras extrañas dentro de su boca y haciéndole cosquillas en el paladar.

—Coño —jadea, separándose, sacándole la capa y aflojándole la corbata, porque no sería él, no sería Sirius si no lo hiciera, sino dijera lo que dice—, quién hubiera pensado que los ratones de biblioteca besabais tan bien. Dime, Remus, ¿en que libro lo has aprendido? —y a lo mejor el comentario habría quedado mejor si no lo hubiese soltado jadeando contra su boca.

Y Remus no sería él, no sería Lunático si no riera y respondiera el pique.

—¿Ratón de biblioteca, dices? —le respira contra el cuello, y apartándole un poco la camisa le muerde el hombro y hace el camino hacia su clavícula con la lengua y luego con los dientes y luego con los labios y luego todo junto, chupando fuerte y dejando una marca rojiza -mío- obligándole a morderse los labios para no soltar ningún sonido vergonzoso (aunque nada puede parar el escalofrío que le pone los pelos de punta)—. Yo soy un lobo, Canuto.

Y sí, debe ser eso, Remus debe tener algo (bastante) del lobo en él cuando la luna no está completa. A lo mejor es que Sirius lo saca a la superficie, esa parte salvaje y primitiva que se mueve entre sus manos y le besa con ansía y sin aprehensiones. Sin miedo. Confiando. A lo mejor es él quién le trae -Lunático, Lunático, Lunático- como un cántico.

—Y yo soy un perro.

Cosa rara, eso de perros y lobos.

—El mío —y se muerde los labios, pero Remus le muerde el cuello y está vez no puede evitarlo, que le salga un sonido quebrado del fondo del pecho—. Dímelo, Sirius, el mío.

—Tuyo, Lunático; tuyo.


• Travesura realizada