Feo.

Me encontraba sola y maldiciendo a mis amigas por hacerme este feo tan grande. Cuando las pillara las iba a matar. Aquello no era posible, yo no sabía esquiar y mucho menos sobrevivir sola en la nieve sin matarme. Sin embargo ahí me encontraba, en una cabaña fría sin saber que hacer por si me caía y para colmo de males más sola que la una.

Saqué mi móvil sentándome en el sofá de la pequeña cabaña y miré los mensajes. Tenía cuatro mensajes de mi amiga Alice. En todos ellos, se disculpaba por no poder asistir al fin de semana de esquí. Estaba a punto de estampar mi móvil cuando volvió a sonar. Esta vez era un mensaje de mi amiga Rosalie. Ella también se disculpaba por no poder asistir. "Un improvisto de última hora" Sin pensármelo dos veces, marqué el número de Rosalie y tras seis tonos cogió la maldita llamada.

-¡Rosalie Hale!- Le grité furiosa. Escuché las risitas de mis dos amigas.- ¡Alice Brandon!

-Bella, Belita, Bella…- La voz de Rosalie sonaba en tono burlón.

-No te burles de mí, perra.- Le dije aún más enfadada.- ¿Qué os pasa a las dos?

-¿Te gustó el trayecto en coche con Emmett?- Preguntó Ross aún riéndose.

Emmett era el marido de mi amiga Rosalie. Él había venido a por mí al aeropuerto por la mañana. Supuestamente ellas venían en el coche del marido de Alice. Jasper debía trabajar hoy por la mañana y hasta las tres de la tarde no vendrían. Emmett me había dejado en la cabaña y se había ido alegando que debía hacer unas cosas antes de volver.

-Tu marido me dejó tirada en la cabaña.- Le dije aún más furiosa si eso era posible.

-Mira que es obediente mi marido. Esta noche tendré que darle un premio.- Rosalie se rió y pude escuchar a Alice reír con ella.- ¿me aconsejas algo?

-Cortarle las pelotas por dejarme aquí sola.- Le dije tirando la ropa de mi maleta por el suelo.

-Bells, no te pongas de esa forma.- La voz de Rosalie cambió a seria.- Solo te estamos haciendo un favor. Llevabas mucho tiempo sola y sin salir.

-Por eso íbamos a venir aquí. – Me estaba cansando de sus idioteces.- ¡Así que mover vuestros malditos traseros de perras hasta aquí!

-Por mucho que nos grites no vamos a ir.- Alice le había quitado el móvil a Rosalie.- El domingo por la noche nos lo agradecerás amiga.

Tras aquellas palabras colgó el teléfono dejándome más furiosa con ellas. Les iba a arrancar su preciosa melena cuando llegara a casa. Empecé a recoger las cosas del suelo para salir de la cabaña y buscarme la vida para volver al aeropuerto y coger un avión que me llevara a casa. Al acabar de recoger, unos golpes en la puerta me asustaron. Miré el reloj y me di cuenta que eran las seis y media de la tarde.

Me acerqué despacio a la puerta y la abrí un poco para ver quién era. Un hombre estaba parado en la puerta. Abrí del todo la puerta y lo observé detenidamente. Aquello no era un hombre, aquello era un dios. Estaba parado en la nieve con un mono rojo de esquí. Apoyado en la pared estaban unos esquíes. Sus manos estaban tapadas por unos guantes y en su cabeza llevaba unas gafas.

No pude evitar mirarlo fijamente con la boca casi abierta. Su pelo era de color bronce. Parecía despeinado y su sonrisa era hermosa. Sus dientes blancos relucían, pero lo que más me impactó fue su dulce y verde mirada. Sacudí mi cabeza cuando me di cuenta que estaba de más aquella reacción y le sonreí.

-Hola.- Saludó alegre.- Mi nombre es Edward Cullen y soy tú monitor este fin de semana.

Mi corazón dio un vuelco en mi pecho que casi me hace caer a sus pies. Ese adonis era mi monitor durante dos días y medio.

-Hola.- Susurré al fin.- Soy Bella.

-¿Puedo pasar?- Me preguntó divertido.-

-¡Sí!- le contesté rápidamente. Deseé morirme de la vergüenza al darme cuenta de cuánto énfasis le había puesto a ese si.- Pasa.

-Gracias.- Cogió los esquíes y entró al salón.- Necesito saber si has esquiado alguna vez.- Dijo sentándose en el sofá.- Para saber el nivel que tienes.

-No le he hecho nunca.- Le dije sonrojándome.- Vivo en Forks, así que la nieve si la he tocado y he jugado con ella, pero jamás me he calzado unos esquíes.

-Bien, siéntate.- Señaló el sofá a su lado.- Lo primero de todo es quitarte esos nervios.

-Lo siento.- Le dije avergonzada.- No son nervios, es mosqueo.

-¿Y puedo saber por qué?- preguntó sonriendo nuevamente de lado como antes.- Uno cuando esta solo no suele "Mosquearse"

-Verás, se supone que unas amigas y yo íbamos a pasar el fin de semana aquí, pero me han dejado tirada.- Miré el suelo y lo escuché reírse. Su risa era pura melodía.- ¿Se puede saber de qué te ríes?

-A mi prima se le ocurren muchas locuras.- Y de pronto se tapó la boca.- No has escuchado nada. – Y me guiñó un ojo.

Sentí como me tensaba y empezaba a temblar de ira. "Su prima" había dicho su prima. Me acababa de guiñar un ojo. Me levanté del sofá y lo encaré.

-Has dicho tu prima.- Dije escupiendo las palabras.- ¿Quién es tu prima?- Lo señalé-¿La rata de Alice o la zorra de Rosalie?

-Bella, no te mosquees tanto.- Un risita salió de su garganta.- Rosalie no lo hizo con malas intenciones.

-Así que Rosalie.- Susurré dándome golpecitos en la barbilla.- Espera… ¿has dicho su primo?

El asintió con la cabeza y entonces recordé los veranos de Forks. Carlisle y Esme venían a Forks a pasar el verano en casa de Rosalie. La madre de Rosalie era hermana de Carlisle. Siempre salíamos a jugar al bosque. Rosalie y su hermano Jasper jugaban con Emmett y su hermana Alice. Desde que eran pequeños sus padres decían que acabarían juntos y así fue.

Recordé al primo de Jasper y Rosalie tal y como era de pequeño. Nunca venía a jugar con nosotros, él era…feo. Siempre llevaba el pelo engominado hacía atrás. Usaba gafas y vestía de camisa y pantalón. Nosotros cinco echábamos la escusa de que era más pequeño que nosotros. Emmett en aquel entonces tenía doce años igual que Rosalie. Jasper, Alice y yo teníamos diez años y el pequeño Edward tenía siete. La última vez que coincidimos, yo tenía quince años y él doce y seguía igual de feo y payaso.

-¿Pasa algo, Bella?- Noté diversión en su voz.

-Tú.- Fue la única palabra que pude vocalizar.

-Si Bella.- Se levantó del sofá y se desabrochó el mono.- Bueno en vista de que hoy no vamos a salir a esquiar me quitare esto, ya que aquí hace más calor que en la nieve.

No pude evitar el observarlo de arriba abajo mientras se quietaba aquel mono y se quedaba con una camiseta fina de manga larga color azul y un pantalón de tela blanco.

-Un momento.- Me disculpe y salí de allí con el teléfono en mano.

Marqué el número de Rosalie y a los dos tonos ella descolgó riéndose.

-Bella.- Dijo cantarina.- ¿Cómo te va con mi feo primo?

-Yo te mato.- Le dije avergonzada.- ¿Qué te pasa en la cabeza, perra?

-Bueno, hace ya más de dos años que lo dejaste con Seth Clearwater y no salías para delante, así que se nos ocurrió que tal vez conociendo a mí primo…- La muy zorra no dejaba de reírse con Alice.

-Me habéis traído engañada aquí, para que ligue con tu primo.- Cerré la boca y apreté mi mandíbula.

-Bella, Edward está enamorado de ti desde que somos niños.- Al escuchar eso mi corazón se aceleró.- Tú necesitas a alguien que te distraiga y él volvió de Europa al acabar la carrera y bueno, no te vendría mal una distracción. Edward aceptó encantado a ir contigo.

-¿No es monitor?- Pregunté algo confusa.

-No.- Ross volvió a reír.- Él se ofreció ayer para ir en lugar de un desconocido. Recogerle a él era el trabajo de Emmett después de dejarte a ti en la cabaña.

-¿Por qué se presentó como mi monitor?- Le pregunté ahora sonriendo.

-Por que después de enterarse de la jugada, prefirió presentarse así ante ti para que no le mataras a él.- Escuché alboroto tras el teléfono.- Me voy, disfruta de mi feo primo. No te enfades, más vale un gafotas repeinado y educado que un vete tú a saber qué.

Rosalie colgó y salí del baño decidida. Ahora la verdad es que el feo Edward estaba demasiado bueno e iba a aprovecharlo ¿Rosalie tampoco lo había visto? Me acerqué despacio hasta el sofá y me senté a su lado.

-Así que te ofreciste tú a venir.- Le afirmé.

Edward me miró con culpa en sus ojos y me medio sonrió. Pude sentir como se ponía nervioso.

-Si.- Dijo mirando el suelo.- Llegué ayer desde Alemania. Mi primo Jasper me dijo que este fin de semana irías a una cabaña y que iban a traerte un desconocido y me ofrecí a venir yo. Emmett me recogió hace unas horas y me trajo aquí.

Sus mejillas se colorearon y en ese momento recordé las palabras de Rosalie "Edward está enamorado de ti desde que somos niños"

-¿Y?- Pregunté tratando de parecer furiosa.

-Bueno, al saber que solo iba a estar contigo, si me presentaba como Edward el primo de Rosalie, probablemente me cerrarías la puerta.- Sus manos se movían nerviosas.

-¿Por qué crees eso?- Le dije juguetona.

-Bella.- Miró la pared.- Estoy seguro que te acuerdas de mí. Ninguno me ha visto excepto tú. Emmett no me vio ya que yo iba tapado con un gorro de lana y una capucha sin dejar mi rostro a la vista. Pensará que sigo siendo el mismo.- Rió amargamente.- Solo me has visto tú tal y como soy ahora.

-Y como estás.- Se me escapó.- Perdón.- Mis mejillas ardieron.- ¿Y por qué no lo sabe nadie?-Le señalé al completo.

-¿Sabes por qué no volví jamás a Forks?- Pude sentir el dolor en su voz.

-No.- Dije frunciendo el ceño.

-Aún me acuerdo como si fuera ayer.- Suspiró.- Yo tenía trece años recién cumplidos y tú ibas camino a los dieciséis igual que mi primo y su novia Alice. Esa noche salisteis al cine y me negasteis ir con vosotros por mi aspecto.- Sonrió tristemente.- Yo insistí en ir y os seguí caminando hasta el cine.

En ese momento lo recordé. Jasper lo tiró a un charco de barro con nuestra ayuda y Alice y yo nos reímos de él. En el fondo me sentí mal, no sé si fue por lastima, pero aquel niño me transmitía algo cada vez que estaba cerca de mí. Desde ese día jamás lo volvimos a ver por Forks.

-Y te tiramos al barro.- Le dije mirando mis pies.

-Desde ese día me prometí a mi mismo no volver.- Su mano se levantó temblorosa hacia mi mejilla.- Al llegar ayer, llamé a Jasper para saber de vosotros y me dijo que te iban a traer aquí con un prostituto, que estabas demasiado amargada desde que te dejó tu ex.

-Edward.- susurré.- Eso no es así. Solo que pasé un mal momento en nuestra ruptura y ellos no entienden que no quiero nada con nadie.

-Tranquila, no vine aquí con las mismas intenciones con las que te trajeron ellos.- Y sonrió de lado.- No tengo ese derecho, solo quería saber cómo estabas.

Edward se levantó del sofá, cogió sus cosas y caminó hasta la puerta.

-¿Dónde vas?- le pregunté levantándome del sofá.

-Ya te he visto, eso es lo que más deseaba desde hacía diez años.- Sus mejillas se volvieron a colorear. Edward ahora tenía veintitrés años y yo veintiséis. - Volveré a casa de mis padres.

-No te vayas.- Caminé hacía él y tiré las cosas de sus brazos al suelo.- No me dejes aquí sola.

-Puedes volver conmigo a Forks.- Su voz se fue apagando.- Si no te da vergüenza.

Aquellas palabras me dolieron. Recordé lo mal que me sentí verano tras verano cuando jamás volvió.

-Te eché de menos.- Le confesé al fin.- Me gustaba que estuvieras allí. Me sentía bien a tu lado. -Edward no levantó la cabeza, tan solo suspiró ante mis palabras. – Reconozco que me dejaba llevar. Tus primos se metían contigo y Alice y Emmett también y la verdad es que tenía miedo de que si yo no lo hacía, dejaran de ser mis amigos.

-No tienes porque darme explicaciones.- Levantó al fin la cabeza y mis ojos se clavaron en su mirada.- Solo quería verte, nada más.

-Siempre me gustaste.- Le reconocí al final.

Era cierto. Edward siempre me había gustado. Aun que vistiera como un pijo remilgado. Aun que jamás jugara con barro y se tirara por el suelo. Eso lo hacía único. Nunca pensé que era feo. Sus ojos verdes siempre me estaban observando y yo no podía apartar mi mirada de aquel muchacho.

Edward siempre me había gustado, pero temía que todos se metieran conmigo por gustarme el rarito. Cuando se marchó, me sentí vacía. Siempre miraba las fotografías donde estábamos todos. Edward siempre estaba apartado del grupo y con la mirada triste y aquello me partía el corazón. Entonces me di cuenta que siempre lo había amado.

-Bella.- Salí de mis pensamientos al escuchar su aterciopelada voz.- No digas tonterías. Nunca le he gustado a nadie. En Alemania también huían de mí.

La tristeza invadía su profunda mirada. Si siempre huían de él entonces ¿Desde cuándo vestía de esa forma?

-¿Cuándo has cambiado?- Le pregunté nerviosa.- ¿Cuándo te has quitado las gafas y el pelo pegajoso?

-Llevo lentillas y el pelo es porque…- Pasó una mano por su alborotado cabello y me dieron ganas de cogerlo y acariciarlo.- Bueno cuando terminé la carrera hace seis días, decidí venir a Forks a ver a mis padres. Al llegar a casa no me quedaba gomina y este es el resultado. A mi madre le gusta, así que no me la he vuelto a poner. Y las lentillas las llevo solo cuando no estoy en clase.

-Esta hermoso.- Le susurré acercándome.- Eres hermoso.

-¿Te…te gu…gusta?- Dijo titubeando.

-Me encanta.- Y me lancé a sus rojizos labios que tanto me estaban llamando la atención.- Bésame.

Sentí la tibieza de sus labios contra los míos y gemí ante aquel contacto. Mis manos no se resistieron y acariciaron su perfecto pelo. Las manos de Edward se posaron temblorosas contra mi cintura y me apegué contra su cuerpo como si fuéramos imanes. Sus labios se movían suaves contra los míos y aquello me estaba excitando como nunca.

-Bella.- Susurró separándose de mi boca.- Esto no está bien, yo nunca…- Pero se calló.

-¿Por qué no está bien?- Le pregunté alzando una ceja.- ¿Y tú nunca qué?

Su cara se tornó completamente roja y sentí como todo su cuerpo temblaba. Mis ojos se abrieron como platos al comprender sus palabras de antes "En Alemana Nadie se acerco a mí" por lo tanto nunca había besado ni había hecho…no. Negué con la cabeza y lo miré de nuevo con los ojos abiertos como platos.

-Será mejor que me vaya.- Dijo con un hilo de voz.- Ya te has enterado demasiado de mi vida para reírte de mí.

Mi separación y silencio le habían dado a entender que me iba a reír de él. Hice una mueca de disgusto y lo cogí del brazo.

-No te vayas.- Cogí su rostro entre mis manos.- No me importa que nunca hayas besado a nadie ni te hayas acostado con nadie. No me voy a reír de ti. Sé que te hice mucho daño en el pasado, pero no quiero que te vayas.

-Bella.- Edward se mordió su labio poniéndome a mil. Sé que él no se daba cuenta que con eso me estaba matando, pero no iba a dejarlo marchar así como así.- Suéltame por favor.

-No te dejaré marchar otra vez. Esta vez no.- Junté mis labios de nuevo a los suyos.

Esta vez él no se separó de mí. Mis manos viajaron de nuevo a su sedoso cabello y tiraron de él levemente sacándole un gemido de su boca que me sonó a gloria. Sus manos esta vez se aferraron con seguridad a mi cintura y adentré mi lengua en su boca sin permiso. Nuestras lengua danzaban unidas y mis pechos se estaban hinchando a cada segundo. Podía sentir mis pezones endurecerse y mi entrepierna humedecerse.

-Quiero que me hagas el amor.- Le confesé tirando de su mano hasta la habitación.

-Yo no…- Titubeó.- No sé.

-Yo te enseñaré.- Le dije cerrando la puerta del cuarto.

Sin dejarle decir nada, lo arrinconé contra la pared y empecé a besarlo con hambre. Su olor me estaba volviendo loca. Lo amaba con locura, siempre lo amé. Debía darles las gracias a mis amigos cuando volviera por traerle a mi lado de vuelta. Mis manos empezaron a pasearse por su pecho ¡Dios que pecho! No estaba musculoso de gimnasio, sin embargo se marcaban todos sus músculos y eso era excitante.

Un gemido salió de la boca de Edward cuando metí mis manos por su camiseta y acaricié sus pezones. Aquello provocó que chorreara entre mis piernas. Tiré de su camiseta y él se dejó llevar. Al separarme y mirarlo, debí hacer un charco de babas en el suelo. Estaba realmente bueno. Me mordí el labio inferior y me acerqué despacio. Podía sentir la respiración agitada de Edward contra mi cabeza. Aquella me estaba gustando demasiado. Al fin era yo la que llevaba el mando a la hora del sexo con alguien.

Con la única persona que me había acostado en mi vida había sido con Seth, pero él nunc ame dejo tomar la iniciativa. Siempre era él el que tenía que darme placer y punto. Tener ahora a mi merced a Edward y saber que jamás lo habían tocado como iba a hacerlo yo, era demasiado para mí.

Me quité mi jersey y mis pantalones y me quedé en ropa interior delante de sus ojos. Edward jadeó al verme y sus mejillas volvieron a colorearse. Me acerqué despacio hasta él y tiré de sus pantalones hacía bajo dejándolo en bóxers.

-Bella.- Ronroneó mi nombre cuando acaricié su estómago y descendí hasta la vendita uve que formaban sus caderas escondiendo su tesoro virgen. – No creo que…

-Calla.- le ordené.- Déjate llevar, confía en mí. Te amo.

Las últimas palabras las dije sin pensar, pero eran ciertas. Siempre lo amé y siempre lo amaría.

-Y yo a ti.- Escuchar que él también me amaba, era lo mejor del mundo.- Desde que éramos niños.

-Ahora somos adultos y podemos demostrárnoslo con hechos.- Le insinué tocando su excitación.- ¡Dios!

No pude evitar soltar aquello. Edward tenía un miembro bien grande y bien gordo. La de Seth a su lado era un simple juguete. Edward se encogió ante mi nuevo toque sobre su largo miembro. Deseé verlo, así que le bajé su ropa interior y lo observé separándome.

-¿Algo mal?- Preguntó con cara de horror.-Yo no sé… es la primera vez que me ven desnudo… yo

Podía sentir su nerviosismo. Edward llevó sus manos hasta su hinchado miembro y trató de taparse. Me acerqué rápidamente hasta él y quité sus manos de ahí.

-Eres perfecto.- Susurré contar sus labios.- Ahora me toca a mí.

Me volvía separar y dejé caer mi sujetador al suelo. Podía ver la vergüenza y a la vez la excitación de Edward. Miró mis pechos y me dio sonrió. Me acerqué a él dejando caer mi tanga al suelo y estiré mi mano cogiendo la suya y llevándola hasta mi erecto pezón.

-Tócame.- Le pedí desesperada.- Hazme tuya.

-Lo que tú me pidas.- me dijo acercando sus labios hasta los míos.- Siempre.

Sus labios se movieron contra los míos y su lengua jugó contra la mía mientras su mano acariciaba la piel sensible de mi pecho. Le indiqué como quería que me tocara y Edward por si mismo empezó pellizcar mi pezón y a trazar círculos sobre este. Su lengua bajó pro mi cuello hasta mi clavícula y de ahí a mis pechos haciéndome chillar de placer.

Jamás en la vida Seth me había dado tanto en tan poco. Nada más sentir su lengua en mi pezón succionándolo y lamiéndolo, llegué a un orgasmo. Mi cuerpo se arqueó y apreté la boca de Edward contra mi pecho. Caminé de espaldas hasta la cama y nos dejé caer contra ella.

Sentí el duro miembro de Edward chocar contar mi vientre y gemí ante aquel contacto. Mis manos acariciaron su cuello, espalda, nalgas y caderas. Metí una mano entre nuestros cuerpos y cogí su miembro entre mis dedos masturbándolo.

-Bella…oh…ah…- Sus gemidos contra mis pechos me estaban provocando que me humedeciera por completo y lo deseara dentro de mí.- No sigas.- me pidió.

-¿Te ibas?- le pregunté soltando la punta de su miembro y sacando la mano de entre nuestros cuerpos.- No pasa nada.

-Yo…- Edward me sonrió y besó mis labios.

-Déjame darte un orgasmo como tú me lo has dado.- Le susurré lamiendo su oreja.

Tragó en seco y asintió con su cabeza. Volvía coger el miembro de Edward y lo empujé para que se quedara acostado contar la cama. Sin dejarle tiempo a protestar, bajé mis labios por su pecho lamiendo todo aquello que podía tocar y lo acerqué hasta esa maldita uve de sus caderas. Deposité unos cuantos besos allí y vi su intención de levantarme y alejarme de su miembro.

Edward desprendía un olor excitante. Paseé los dedos por su punta y sentí su liquido empaparla. Sin que él pudiera reaccionar, metí su dura erección en mi boca y lo saboreé. Un gemido salió de su boca y sus manos en puños se aferraron a las mantas. Su sabor era increíble.

Chupé, lamí, succioné, mordí y gemí en su sexo. Me encantaba ver como se retorcía de placer y sobre todo saber que era la primera y última mujer que se lo estaba haciendo, ya que desde ese momento no se lo haría nadie más que yo. El cuerpo de Edward se tensó cuando jugué un par de veces con mis dientes sobre su amoratada punta. Acaricié sus testículos con mi mano libre y los apreté suavemente incitándolo a correrse. Quería probar todo de él.

Edward gimió, jadeo y gritó mi nombre. Lo noté tensarse bajó mi toque y succioné más rápido de arriba a abajo sintiéndolo en el fondo de mi garganta. Quería que jamás olvidara esa mamada. Un espasmo largo se produjo en su bajo vientre y acto seguid sentí su caliente y amargo liquido llenar mi boca. Lo tragué todo y relamí su miembro para quitar los restos.

Me levanté de la cama y me recosté a su lado. Edward me miraba anonadado. Su sonrisa era medio tonta. Estaba realmente hermoso sudado y coloreado por sus mejillas. Su respiración aún estaba agitada y yo demasiado cachonda. Me recosté a su lado boca arriba y empecé a acariciar mis pechos. Edward se medio incorporó hiperventilando y eso me encantó. Descendí una mano hasta mi sexo y empecé a acariciarme. Introduje un dedo en mi interior. ¡Joder! Estaba muy abierta.

Cogí una mano de Edward y le indiqué como quería que me acariciara en mi coño. Me mordí mi labio inferior tan fuerte que jadeé de placer incluso, cuando sentí su ancho dedo penetrarme. Edward gemía al sentirme tan mojada y aquello me encantó. Le indiqué que introdujera otro dedo y bombeara más rápido. Él como buen aprendiz obedeció enseguida. Tragó en seco y besó mi vientre.

-Pruébame.- Le pedí entre gemidos.- Chúpame, Edward.

-No sé hacerlo.- Me dijo avergonzado- ¿Y si te hago daño?

-Yo te indicaré. Tu solo hazlo como si me estuvieras besando en los labios.

Edward descendió por mi cadera lamiéndola y llegó hasta mi sexo. Cundo sentí su cálido aliento en mis pliegues, casi me corro de anticipación. Mi mano se aferró a su cabello y lo apreté contra mi cuerpo. Su lengua lamió mis pliegues y grité de placer. Al sentir su húmeda lengua en mi clítoris apreté su cara contar mi, necesitaba más de él.

Edward chupó, succionó y mordió mi clítoris mientras bombeaba con tres de sus dedos en mi interior. Pude observar como su miembro crecía y se ponía tan duro de nuevo que me entraron ganas de tocarlo. Lo agarré entre ms dedos y moví mi mano a la par que él su boca. No tardé en arquear mi espalda y querer morir bajo su cuerpo. Para ser su primera vez era un dios en la cama.

-¿Te gustó?- Preguntó él mientras besaba tiernamente mis labios y me daba a probar de mi propio cuerpo.- ¿Te hice daño?

-Me encantó. Jamás me lo han hecho de esa forma.- Le confesé. Bien cierto era que Seth solo me lo hacía cuando él quería y no cuando a mi me apetecía.- Me vuelves loca.

Tumbé a Edward boca arriba en la cama y me senté sobre su cuerpo.

-No tengo protección.- Dijo con una mueca de dolor.- Yo nunca llevo, porque nunca pensé que…

-¿Nunca pensaste en acostarte con alguien?- Pregunté incrédula mientras me restregaba contar su dura erección.

-Soy feo y creo que esto ha ido demasiado lejos.- Sus manos se aferraron a mi cintura y trataron de bajarme de su cuerpo.- Bella perdóname, no debí dejar que esto llegara aquí. Se reirán de ti si se enteran que te has acostado con el feo y virginal Edward Cullen.

-Edward.- Susurré abrazándome contar su cuerpo.- No me dejes así.- Le pedí.- No me importan los demás. No eres feo. Métetelo en la cabeza.

-Por favor.- Me suplicó mientras lo sentía temblar bajo mi cuerpo.- Bella.

Sin pensármelo dos veces, cogí su miembro medio erecto aún y lo introduje en mi interior. Edward jadeó contra mi garganta y empezó a temblar más fuerte.

-No tiembles.- Le pedí mirándolo a los hermosos ojos verdes que poseía.- Me da igual lo que piensen los demás. Te amo y quiero que me hagas el amor. Te necesito. Hazme tuya.

Necesitaba que me creyera. Que me tocara, que me penetrara con vigor. Lo necesitaba después de tantos años separados por culpa de los demás. Coloqué sus manos en mis nalgas y me moví contra sus caderas sintiendo en mi interior como su miembro se endurecía y palpitaba.

-Bella.- Gimió cuando mordí su labio inferior.- Ah…mmm…Ahh.

-Hazme tuya. Tómame mi ángel. – Le susurré contra su oído.- No eres feo. Eres hermoso. Te amo, métetelo en la cabeza por favor. No me dejes nunca. Quiero sentirte así siempre, dentro de mí.

Se sentía tan bien con su miembro duro dentro de mí. Empecé a moverme de arriba abajo y a gemir contra su boca desesperadamente. La tenía tan grande y gorda que me llenaba por completo y me estaba llevando al cielo.

-¿Te gusta?- Me preguntó al fin jadeando.

-Me encanta…métela más duro.- le pedí tumbándome en la cama.- Rápido, fuerte.

Edward se tumbó sobre mí y cuando me penetró, envolví mis piernas en su cintura y agarré sus nalgas. Sus embestidas eran duras y profundas. Gemí, jadeé, balbuceé, me morí, resucité y caí de nuevo en mi cuerpo. Edward me acababa de llevar a un orgasmo infinito.

Lo sentí tensarse contra mi cuerpo y gimió contra mi cuello. Supe que se estaba yendo cuando aceleró el ritmo de su garganta salió un ronroneo que me encantó. Me moví a su ritmo para ayudarlo y exploté a la vez que él en otro orgasmo intenso. Edward calló rendido en mi cuerpo jadeando.

-Bella, no usé protección.- me recordó.

-No importa, tomo pastillas desde hace años. Y aun que no fuera así, no me importaría tener un hijo tuyo. Te amo.

Edward se tumbó en la cama y me acosté sobre su pecho. Su mano no dejaba de acariciar mi espalda y mi cabello. Sentirlo así era estar en la gloria.

-¿Qué vamos a hacer ahora?- Noté cierta preocupación en su voz.-Si saben lo que hiciste se burlarán de ti.

-No se van a burlar.- Me incorporé en la cama.- Eres hermoso. Todas me vana envidiar al tenerte.

-¿Al tenerme?- preguntó frunciendo su perfecto ceño.

-Eres un ángel.- Le dije besando sus labios.- Y quiero estar junto a ti siempre.

-¿Eso significa que somos algo?- Sus verdes ojos brillaron.

-¿Si tu quieres ser mi novio? Me encantaría ser tu novia.- Le dije acariciando su pecho.

-Siempre te amé.- Me recordó él.- y siempre lo haré.

-Entonces cuando volvamos diremos lo que somos. Diremos que somos novios.- Reí feliz ante aquella afirmación.

Durante nuestro fin de semana hicimos el amor un montón de veces. Ni siquiera salimos a esquiar, nos pasamos los dos días encerrados en casa haciéndonos el amor. En la vuelta Forks, todos se quedaron maravillados con el cambio de Edward. Rosalie, Emmett, Jasper y Alice no creían que Edward fuera tan guapo ahora. Yo orgullosa de mi novio les dije la verdad. Aun que él no hubiese cambiado yo hoy en día sería la novia de Edward Cullen, por que no me enamoró su belleza ahora, si no su corazón cuando éramos niños.

El tiempo pasó y Edward y yo también nos casamos. Cada navidad volvíamos a nuestro lugar favorito. Volvíamos a la casa de la montaña donde un día nos reencontramos y nos confesamos nuestro amor. Cinco años después, vino nuestro primer hijo Brian. A los dos años vino al mundo Meredith. A mis treinta y tres años podía decir que mi vida estaba completa y era realmente feliz junto al hombre que amaba y mis hijos.