Hacía demasiado tiempo que le tenía ganas a esta historia, pero no encontraba ni el tiempo ni la musas para darle una forma que me gustara. Para ser sincera, no le tengo mucha confianza, pero estoy en medio de una euforia académica así que me atrevo a lo que sea. Tiene mucho de Crack, pero aun así espero que guste.
Pareja: Ryuuken/Ichigo (y otra secundaria, pero mucho más adelante)
Género: Romance con una dosis de sarcasmo
Advertencias: Lemon (o intento de). Lenguaje subido de tono. Puede acusarse de OoC.
Nota: Origialmente se trataba de un solo texto largo, pero por razones de comodidad para la lectura decidí dividirlo en tres partes. No es una división en capitulos. El desarrollo de la historia no es lineal, es decir que habrá saltos en el tiempo del relato. Y antes de cansarlos con tantas indicaciones, solo quiero resaltar que este fic fue escrito luego de la salida del capitulo 414 del manga de Bleach. Por lo tanto, puede que en el futuro esta historia no encuentre lugar dentro del canon. (Culpa de Kubo por no contarnos más cosas sobre los padres de Ichigo y Uryu.)
Bleach no me pertenece.
Inalcanzable
por Florceleste
Primera Parte
La multitud de adolescentes desesperados se agolpaba frente a la planilla de resultados. Desde donde estaba, Ichigo no podía ni acercarse, y no era tan idiota como para meterse en medio de esa turba. Montón de desesperados, ahí, apilándose unos contra otros, matándose para saber si habían entrado o no. Y él, suficientemente idiota como para criticarlos, sabiendo que estaba igual o peor que la mayoría de ellos.
Él también sentía los nervios retorciéndole el estomago, también se moría de la ansiedad y, aparentando indiferencia, esperaba que la maldita masa de gente se disipara un poco. ¡Es que era la maldita facultad de medicina, por amor de Dios!
Cada tanto revoleaba los ojos hacía la puerta por donde sus amigos habían salido hacía apenas un momento. Orihime, Chad, Ishida, Tatsuki y hasta la propia Rukya habían ido a apoyarlo después del examen. Todo tranquilo, con Orihime intentando convencerlo de organizar una fiesta esa noche. Le mintió, con una parte de culpa. Le dijo que estaba muy cansado (esa era la mentira) y que no estaba de humor para una reunión con mucha gente (esa era la verdad). Aplazaron el festejo para el día siguiente. Cuando anunciaron que los resultados estaban listos ya era bastante tarde y el lugar se llenó de gente desesperada. Prefirió despachar a sus amigos, bajo promesa de avisarles ni bien supiera.
Toda esa gente lo estaba volviendo loco. Los veía atropellarse y luego volver destruidos, llorando, quejándose del examen, de los profesores, de las exigencias. Había quienes volvían en shock, perdidos, como si se les borrara la tierra bajo los pies. Otros furiosos, casi escupiendo espuma. Y estaban los afortunados, que en medio de tanto caos avanzaban con una sonrisa de triunfo descolocada. Ichigo se prometió a sí mismo no caer en ninguna de esas reacciones. Se habían cansado de advertirle sobre lo difícil que era entrar, sobre lo perfecta que debía ser su calificación, sobre la cantidad de jóvenes que venían preparándose desde hacía años mientras el apenas llevaba menos de uno. Bien, perfecto, ya lo había captado. Sí, se había pasado dos años intercalando su vida de adolescente normal con ayudar en la guerra de la Sociedad de Almas y patearle el trasero a cuanto hollow pasase por Karakura. Nadie se lo había pedido, lo hizo de buena gana y voluntad. Y si por eso ahora le iba mal en ese examen, bien, perfecto, ya se las rebuscaría. Pero mientras tanto, su estomago seguía tenso como una goma recién inflada y su pie bailoteaba contra el piso, exasperado.
Pensó un segundo en que Ishida no se había creído la mentira. Esa que le dijo a Inoue. Claro, él sospechaba, y esa sospecha lo estaba matando. No estaba ni cerca de averiguarlo, pero esas constantes miradas de duda, de vigilancia que le mandaba, eran suficiente motivo para preocuparse. Si Ishida llegaba a enterarse… Bueno, no sabía si era peor que se enterara él o que se enterara el viejo.
Porque Isshin también había empezado a adivinar. Igualmente lejos de la verdad, pero peligrosamente cerca de todas formas. Prefería no recordar su última conversación: "yo se que el sexo casual es muy común en estos tiempos"; "es importante cuidarse" y allí apareció el aluvión de folletos y las explicaciones con vos de médico especializado; "no solo físicamente también espiritual" y la perturbadora charla sobre como el sexo puede confundirse con amor; y al fin, el terrible "como se trata de alguien mayor, es normal que uno quiera demostrar que se tiene experiencia". Y un grito y un golpe pusieron a su papá en silencio. ¿Cómo mierda sabía el viejo que era alguien mayor que él? Por suerte, Isshin suponía que sería alguien, como mucho, 9 o 10 años mayor. Mejor así, no quería aparecer en primera plana en la sección de Policiales. Rogaba no soportar otra de esas charlas esa noche.
En medio de la turbulencia, vio un espacio que empezaba a liberarse. Se fue acercando despacio, sintiendo los pies de plomo. ¿Pero qué le pasaba? Se había enfrentado a peores cosas. Sin embargo, sus brazos se sentían como gelatina. Notó por primera vez el reloj colgado sobre las planillas. 9:36. Era tardísimo, no iba a llegar a tiempo, y se iba a ganar un regaño insoportable, más allá de la nota que obtuviera. Pero la gente no avanzaba, se acababa de estancar, y las notas sólo las veía de lejos, como manchitas borrosas de tinta.
Y de golpe, todos se fueron. Los que estaban frente a él, se movieron, y sólo el aire lo separó de su resultado. Su cuerpo entero hecho de hierro oxidado, chirriando a cada paso, dificultando cada respiración. Hasta que la vio, su nota, el resultado de sus esfuerzos.
No era perfecta. Pero era aceptable. Aceptable. Aceptado.
Aceptado.
¡Aceptado! ¡Kurosaki, Ichigo, Aceptado!
Volvió a mirar el reloj. 9:38. Era imposible llegar a tiempo. Todavía tenía que llamar a su casa y avisar a sus compañeros, además de que tendría que ir sin cambiarse. Sí, iba a matarlo. Fue ese pensamiento suficiente para permitirle salir sin regodearse. Aunque por dentro, la idea de que él lo matara le sonaba como la cereza del postre.
La reunión en el hospital avanzaba a paso de tortuga, y lo que estaban discutiendo le interesaba a Ryuuken tanto como el camino de baba que deja una babosa. Para su desgracia, el tiempo real, o al menos el de su reloj de pulsera, iba a velocidad sónica. Ni aunque le salieran alas llegaría a tiempo. Entonces tendría que soportar la jactancia de ese chico toda la noche. Ah, sí, porque cuando se sabía con la razón, aparecía esa sonrisa arrogante, molesta. Nada peor que un adolescente que no solo cree sino que sabe que tiene razón. En esos momentos, se volvía una maldita copia de Isshin. Y le era tan insoportable.
Quiso golpearse al notar que su pie había empezado a zapatear suavemente, exasperado. Mierda. No debería estar tan ansioso. Menos aun por un chiquillo, un niño que apenas había dejado la adolescencia. De acuerdo, el chico no era tan inmaduro como la mayoría de los de su edad. Debía reconocerlo, en su carácter se notaba que había atravesado situaciones particulares, de guerra, de sangre y muerte, situaciones que le permitieron madurar un poco más aprisa. Pero sólo en algunos aspectos. En esencia, no dejaba de ser un joven de 18 años, pronto a terminar la secundaria, obligado a pensar como un adulto sin serlo todavía.
Y así lo tenía. Aguantando las ansias de mandar a toda la junta del hospital a la mierda para poder correr hasta el motel. Sí, correr, como una colegiala que lleva dos días sin ver a su novio, o como un alcohólico detrás de un camión de cerveza. Se daba asco, le repugnaba tanta dependencia, tanta necesidad. Pero cada vez que se acercaba la fecha de esos encuentros se ponía ansioso, la semana, los días, las horas se aferraban con uñas y dientes al presente y el tiempo parecía no avanzar. Por esa maldita necesidad de sentirlo, no entendía cómo podía ese chico generarle tanto. Ahora contaba las vueltas del segundero, sintiéndose un idiota, mientras sentía las voces a su alrededor como si alguien reprodujera un disco de vinilo en baja velocidad.
No podía hacer nada. No había podido cerrarle la puerta en la cara cuando apareció por su casa. Mucho menos pudo decirle que no cuando debió hacerlo. Detectó de lejos sus intenciones, como señales de humo, y no pudo detenerlo ni quiso hacerlo. Admitía sin dudas su responsabilidad en todo el asunto. Porque una cosa es que un mocoso con las hormonas alteradas intente un lance con un hombre mayor. Es joven, es inexperto, sus hormonas le nublan el sentido, y sobretodo está en esa etapa de la vida en que se cree que se puede tocar el cielo con las manos si se intenta. Por todo esto, el chico está en parte justificado. Y por lo mismo, es el adulto en cuestión quien debe tomar las riendas de la situación, como persona mayor, madura y responsable que es. Claro que si el adulto dice que sí, o peor aun, alienta dicha relación, no existe excusa o perdón posible. Las acusaciones viraran desde viejo verde en boca de un vecino, hasta abusador de menor según el juzgado de turno.
Ryuuken estaba totalmente de acuerdo. Pero de allí a negarse y ponerle un alto a sus encuentros, el trecho era largo. No podía, así de simple. Lo que, siendo sinceros, le generaba cierta culpa. Mínima, fácilmente ignorable, de esas que uno puede esconder en el armario y ahogar con un buen whisky. Pero se podía volver francamente pesada, cuando caía en la cuenta de que su amante semanal tenía la misma edad que su hijo. Era demasiado bochornoso pensarlo, por suerte Uryu no ocupaba tan seguido sus pensamientos. En esos momentos, siempre terminaba pensando en lo que sería capaz de hacer si la situación fuese al revés. Si su hijo estuviera… bueno, no le costaba mucho imaginarse encabezando la sección Policiales.
La reunión terminó de forma cortante, sacando el director del hospital su actitud más áspera y frívola. No estaba de humor para ser cortés con nadie, ni siquiera saludo al marcharse. Ordenó su maletín y caminó por el pasillo, conteniendo a sus piernas que parecían querer salir al trote. No, no iba a lucir tan desesperado. Ya era tarde y de todas formas debería aguantar su prepotencia, así que no pensaba correr apurado hasta el motel ni darle el lujo de saber cuanta era su verdadera ansiedad.
Era para el un misterio, pero también era innegable el efecto que ese mal intento de shinigami tenía sobre él. No sabía si maldecir o no el momento en que aceptó ser su tutor.
Cuando recibió los resultados de su primer examen de prueba supo que tal vez se había planteado una meta más alta de lo que imaginaba. Después de pasar buena parte de su adolescencia entre zanpakutou, shinigamis y hollows, se dio cuenta que debía darle una dirección un tanto más terrenal a su vida. No es que no hubiera disfrutado de una buena vida social y sexual, pero nunca se había planteado del todo que hacer con el futuro. Así que, en el verano anterior a su último año de secundaria, decidió que quería ser médico, tal vez por que se sentía como lo más parecido a lo que venía haciendo: proteger personas. Solo que ya no protegería sus almas sino sus cuerpos. Lo podían acusar de ingenuo, y siendo sincero tendrían razón. Se inscribió en un instituto para empezar a prepararse, y a pesar de los terribles comentarios sobre lo difícil que era esa carrera, rindió su examen de prueba con toda confianza. Demasiada confianza. Ese terrible fracaso fue un baldazo de fría realidad en la cara. Necesitaba ayuda, le gustase o no.
Primero pensó en su padre, pero la sola idea de estudiar juntos le dio escalofríos. Quería al viejo, por supuesto, pero no era sano exceder el límite de tiempo que podían pasar juntos sin matarse. La misma razón le sirvió para descontar a Ishida. Dudaba que pudieran congeniar lo suficiente y con lo tercos que eran ambos, ya podía imaginarse con una flecha en el trasero. Además de que el Quincy estaba ocupado con sus propios exámenes. Pedirle clases particulares de matemáticas, física, biología y otras tantas lo desconcentraría de sus propios estudios. El problema es que ellos eran sus dos únicas opciones, salvo que buscara a un profesional. Pero los precios estaban por las nubes, antes se metía de ayudante de Don Kanongi que pagar tanto dinero. Seguramente ganaría más trabajando en la televisión.
Para su horror, estaba contemplando seriamente la posibilidad, cuando tuvo esa salvadora conversación con Rukya. A la shinigami se le había escapado que la Sociedad de Almas controlaba a Karakura, no solo por su particular cantidad de hollows, sino también por ciertos individuos que eran, según sus consideraciones, potencialmente peligrosos.
— En otras palabras, yo y mis amigos.
Era increíble. Les habían salvado el trasero, y mandaban shinigamis a vigilarlos
— Tienes que entender la situación de la Sociedad de Almas. — saltó Rukya en defensa aunque ella misma considerara que vigilarlos era un tanto exagerado — No es normal que en un solo lugar se encuentren tantos humanos con un poder espiritual tan alto. No sólo tú y tus amigos. También Urahara y Tesai, Yoruichi, tu padre y el de Ishida…
— ¿Quién?
— El padre de Ishida, Ryuuken Ishida, el director del hospital ¿lo recuerdas?
Lo recordaba vagamente de la guerra contra Aizen. Pero fue el otro detalle el importante. Sabía que ese hombre no tenía razones para querer ayudarlo, que ni siquiera debía recordarlo, pero estaba tan desesperado que no perdía nada con probar.
Primero pensó que Ishida hijo podría interceder, pero recordó que ellos no se llevaban muy bien. Lo malo fue que lo recordó justo después de preguntarle a Uryu por su padre y fue gracias a la cara irritada que puso. Dio por seguro que el hijo no era la mejor manera de llegar al padre.
Cambió de estrategia, y para al menos saber donde vivía, siguió a Rukya en una de sus rondas. Fue fácilmente descubierto justo en el jardín trasero de Ishida padre, más o menos, a la altura del segundo piso. Rukya, por supuesto, quería matarlo.
— ¿Qué tiene de malo que te acompañe? — fue su intento de defensa
— ¿Quieres qué te explique porque no puedes acompañarme?
— Porque eres nefasto ocultando tu reiatsu.
Asomado por la ventana, con un enojo tan obvio como gélido, fue así como contempló a Ryuuken Ishida esa noche. Al principio creyó que era un calcó de Uryu, luego percibió las diferencias, algunas más superficiales, como el color del cabello, otras más sutiles, como esa amargura que parecía brotarle por los poros, que en Uryu era más parecida a la tristeza que a la frialdad.
No tuvo mucho tiempo para mirarlo o hablarle, hasta que el señor Ishida les dejó en claro, a ambos, que si volvía a ver a un shinigami espiándolo le dispararía suficientes flechas para dejarlo como un colador. Definitivamente, ese hombre tenía un carácter difícil. Lo normal sería desistir, resignarse a estudiar solo o hacer el intento con su padre o algún otro compañero. Sin embargo, para Ichigo, ese hombre se irguió como un desafío más. Un hombre arrogante, asentado sobre sus experiencias y capacidades que lo miraba como si fuese menos que la mugre en sus zapatos. ¡Al fin! Algo a lo que estaba acostumbrado a enfrentar.
Reconoció el reiatsu a más de dos cuadras de distancia. Lo había sentido hacía apenas dos noches en su propio jardín, el monstruoso y mal controlado reiatsu de Kurosaki hijo. Tan malditamente parecido al de Isshin. Era un reiatsu pesado y absorbente, que siempre acaparaba el espacio alrededor.
Hacía tiempo que sabía de los molestos shinigamis espías, pero lo dejaba pasar. Mientras no interfiriesen en su vida, él no pensaba darles motivos tampoco. Confiaba en que tarde o temprano se cansarían y lo dejarían en paz. Pero cuando sintió a Kurosaki, no lo soportó y decidió dejarles un par de cosas claras.
Ahora, percibía ese mismo reiatsu, un poco más disimulado tal vez porque Kurosaki no estaba convertido en shinigami, dirigiéndose hacia su casa. No, no tenía motivos para ir a su casa, debía simplemente estar en la zona. Concluyó en eso y optó por ignorarlo. Hasta que escuchó el timbre.
¿Por qué escuchó sus explicaciones? ¿Por qué no le cerró la puerta después de escucharlas? ¿Por qué no le recomendó un par de profesores conocidos? ¿Por qué no le habló, como había hecho con otros, de lo muy ocupado que estaba y de las pocas ganas que tenía de darle clases a un idiota que empezó a estudiar demasiado tarde? ¿Por qué no le explicó lo difícil que era no sólo entrar, sino además mantenerse estudiando y ejercer; de las horas de sueño, de amigos, de familia, de vida que se perdían; de lo exigente de los profesores y de lo competitivo del ambiente? Bien, esas dos últimas cosas si las hizo, y las repitió constantemente a lo largo del año para que le entraran bien en la cabeza. Sobre todo después de que le mostró sus ridículas notas. Descubrió que estando enfadado, el chico le ponía más esfuerzo a las cosas, era necesario entonces provocarlo, enfrentarlo como si de una pelea se tratase. Y, no con poco esfuerzo, el chico shinigami progresaba.
Lo que nunca logró descifrar fue porque empezaron esas clases en primer lugar. Él no tenía vocación docente, ni didáctica, ni siquiera la paciencia suficiente. Apenas sí el tiempo, cuatro veces por semana.
Tal vez tuvo que ver la forma en que se lo pidió. Formal, seco, pero sin duda haciendo un esfuerzo sobrehumano por tragarse su orgullo. No es normal que un Kurosaki acepte abiertamente que necesita ayuda.
Tal vez tuvo que ver la extraña amalgama de sus padres que era Ichigo. La mayor parte del tiempo, le parecía una copia de Isshin. Pero había algo en sus maneras, en sus gestos y en su mirada que le recordaban tanto a Masaki. Era increíble lo influenciante que podía llegar a ser ella. Jamás pudo decirle que no a algo que Masaki le pidiera, y ahora no podía decirle que no a su hijo.
Tal vez fuera el hecho de que, con el tiempo, se le fue haciendo costumbre el saber que alguien iría a verlo a determinada hora, que alguien lo estaría esperando, que alguien dependía en parte de él.
Tal vez fuera porque el constante tira y afloje con ese chico era ciertamente vigorizante. Era tan terco como una mula, se enfurecía con facilidad y siempre terminaba mordiéndose la lengua. Los pequeños duelos verbales eran de lo más entretenidos y lo obligaban a estar siempre atento. Cuando hacía algo bien, cuando acertaba o cuando se aparecía con una buena nota, sacaba a relucir su sonrisa, una sonrisa igual y a la vez distinta a la de su padre. Ver esa sonrisa era…
Ryuuken lo supo. Supo que estaba metiéndose en terreno peligroso. Notó las intenciones de Kurosaki aparecer y desaparecer, y luego asentarse definitivamente. Supo que debía dar un paso atrás.
Aun si Ichigo no hubiera tenido esas intenciones, él se habría considerado en peligro de todas formas. En peligro de acostumbrarse demasiado a ese chico, a tenerlo allí por las tardes, a sus peculiares peleas. Porque sabía (lo supo desde un principio) que eso no iba a durar, que las notas mejorarían, que sería aceptado o no, y que por una razón o por otra, las clases particulares terminarían, y él estaría solo otra vez.
Gracias por leerlo. En cuanto pueda traeré las partes que faltan. Se agradecen comentarios y cualquier corrección será bien recibida.
Florceleste