Los profanadores del destino

Capítulo 1

Era perfecto.

Harry no sabía si era por haberlo deseado durante tanto tiempo o porque a esas alturas ya no estaba pensando con racionalidad, pero en eso de las pollas y los culos tenía un poco de experiencia y, definitivamente, ese polvo era uno de las mejores que había experimentado nunca. Sentía como si el cuerpo en el que se hundía le estuviese atrapando sin remedio, atrayéndole hacia él, dominándolo todo desde su posición pasiva y otorgándole la responsabilidad de darle el placer que merecía. Y Harry, aún no seguro de tenerlo, sólo podía dar más y más, con sus caderas, con el impulso de sus rodillas sobre el colchón, con sus manos afianzadas en los pálidos hombros, con sus labios besando la espalda sudorosa y aquella tentadora nuca. Y en medio de tal paroxismo, todavía lograba oír esa voz jadeante, alevosa, que tenía el poder de manejar su voluntad como si de la mejor imperio se tratase.

- Harry… tócame… Harry…

Y Harry no pudo más que obedecer, deslizando su mano hasta el firme abdomen y luego hasta el punto justo donde aquella voz le quería. El gemido con el que fue recibido bien hubiese valido acatar cien órdenes.

- Merlín… voy a correrme… voy a correrme ya…

- Córrete.

Su voz también debía tener cierto poder, porque casi de inmediato el cuerpo que poseía se tensó y la polla que acariciaba eyaculó en su mano en un orgasmo largo y entrecortado. Harry sintió un punto de orgullo al ver de qué forma el placer arrasaba con su amante, pero fue una visión difícil de mantener. Sólo consiguió dar dos embestidas más antes de correrse también, con los ojos cerrados, los dedos de los pies encogidos y el alma resbalando por la piel desnuda de Draco Malfoy.

Poco después, cuando la sensación de frío les invadió, Harry realizó un hechizo de limpieza y atrajo la sábana para taparles. Para su sorpresa, Draco no renunció al nudo de brazos y piernas que habían acabado siendo después del orgasmo y buscó de nuevo contacto con su cuerpo, metiendo una pierna entre las suyas y haciéndose una almohada con el hueco de su hombro. Harry le rodeó con su brazo, satisfecho. No esperaba un Draco cariñoso después del sexo ni tampoco que hablasen demasiado. Pero él volvió a sorprenderle.

- ¿Todos los aurores follan como tú?

Harry ensanchó la sonrisa.

- ¿Y todos los políticos como tú?

- No soy político, soy diplomático.

- Suena igual para mí. Además, no puedo creer que sea el primer auror con el que te enrollas.

- Ya sabes, intento mantenerme al margen de la ley todo lo que puedo.

- No lo dudo. De todas formas, no pierdas el tiempo, estás con el mejor.

- ¿Desde cuándo te has vuelto un modelo de autoestima, Potter?

- Desde que me he ligado al tío más bueno del Ministerio.

- Touché. No puedo decir nada contra eso.

Harry no quería que aquello acabase. Hasta el silencio que sobrevino era bueno; cómodo, compartido, relajante. Ni en sus mejores sueños habría pensado que resolver esa tensión sexual que Draco y él habían mantenido durante meses le iba a aportar tanto. Estaba convencido de que el sexo sería bueno, el simple hecho de rozarse en un pasillo o de compartir el ascensor desde el atrio le había causado muchas mañanas un problema entre las piernas. Ni hablar ya de aquellas celebraciones del Ministerio, en las que Draco se desenvolvía como pez en el agua, con su ropa de gala, sus cientos de idiomas en la lengua, y en las que Harry se dedicaba a pronunciar su discurso a la audiencia y a flirtear con él con varios metros y mucho alcohol de por medio. Sin duda, el sexo auguraba fuegos artificiales pero nada había dejado entrever que todo lo demás fuese así de cálido. Harry no quería dormirse, pero era casi imposible no ceder abrazando a Draco y sintiendo el suave jugueteo de esos dedos en sus dedos y esas relajantes caricias en la palma de su mano.

- ¿Quién te hizo ésta?

Había sido apenas un susurro, pero bastó para que Harry abriese los ojos y saliese del primer sueño de la noche, una tienda de equipamiento para quidditch donde Draco era una especie de maniquí viviente e hipnotizante.

- ¿Qué?

- Esta cicatriz, ¿cómo te la hiciste?

Draco señalaba la palma de su mano pero, por más que se esforzaba, Harry no veía nada. Y hasta donde recordaba no había tenido nunca una cicatriz en esa zona.

- Draco, ¿qué cicatriz?

- ¿Qué cicatriz va a ser? Ésta - con su dedo, Draco trazó una línea desde la base de su pulgar hasta debajo de su dedo anular.

- Pero si ahí no hay nada…

- Vale, Harry. Si no me lo quieres contar, no pasa nada. Vamos a dormir, anda.

Lo que menos deseaba Harry era que Draco pensase que le estaba ocultando algo, pero el sueño le invadía y dormir era algo demasiado tentador para seguir aplazándolo. Además, por mucho que se empeñase, Harry seguía sin ver nada en su mano. Por suerte, Draco no rompió el contacto y pareció quedarse dormido muy poco antes de que lo hiciese él mismo.

Cuando Harry se despertó a la mañana siguiente, Draco ya se había ido. Sin querer plantearse lo que eso significaba, tomó una larga ducha, se vistió con el uniforme de auror y fue a la cocina para prepararse un buen desayuno. Fue entonces cuando la vio, colgando en la puerta de su nevera y sujeta por un imán del Manchester United, la cosa más muggle que con toda probabilidad Draco había tocado en su vida.

He tenido que irme pronto, tengo una reunión a primera hora. Almuerzo fuera, pero ¿te apetece que cenemos juntos?

El tío más bueno del Ministerio.

PS: Roncas como un Colacuerno Húngaro.

Y Harry esbozó la primera sonrisa de oreja a oreja del día.


Draco se apareció en el mismo callejón de los últimos días. Varios magos y brujas lo hicieron al mismo tiempo que él, haciendo que el espacio libre quedase reducido al mínimo. Por suerte, la aparición no permitía que dos magos pudiesen materializarse en el mismo punto, por mucho que hubiesen coincidido al imaginarlo. Draco echó a caminar hacia la calle principal, alisando su túnica y pensando en recordarle al Ministro que el hecho de pasar desapercibidos en medio del Londres muggle no debería incluir tanto hacinamiento y tanta mugre. A pocos pasos se encontró los escalones que conducían, en apariencia, a unos baños públicos. Tomó el pasillo rotulado con la palabra "caballeros", sacó su ficha dorada con las iniciales MDM* y la introdujo en uno de los cubículos del aseo de azulejos negros y blancos. Ahí llegaba, en su opinión, lo más vergonzoso, subirse al retrete y tirar de la cadena para aparecer, al fin, en una chimenea del atrio.

- ¿Cuántos días más, Weasley?

- No lo sé, Embajador. Todas las chimeneas de la segunda planta siguen dando problemas y llevan a quiénes las prueban a los lugares más inesperados.

Percy Weasley le miraba desde la entrada de su despacho como si lo estuviera disfrutando. Como consejero de Shakelbolt era su intermediario directo con el Ministro y hacía gala del mismo rencor que cualquier Weasley que se preciara guardaba a cualquier Malfoy. Nunca se había dirigido a él por su apellido y Draco tenía la sensación de que, cada vez que entraba en su despacho, se encendía tanto de rabia que se ponía más pelirrojo.

- ¿Y por qué no puedo usar una de otra planta?

- Porque eso sería saltarse el protocolo de seguridad. Las chimeneas están habilitadas sólo para un determinado número de personal de cada sección, y no pueden abrirse permisos a otros departamentos. El Departamento de Aurores ha denegado su petición.

Y cierto auror no tuvo el valor de negarme nada anoche.

Perdiéndose en sus recuerdos nocturnos, Draco escondió su voraz sonrisa debajo de su acostumbrado e irónico labio torcido. Bien mirado, tampoco iba a morirse por aparecerse con el grueso de los funcionarios del Ministerio unos cuantos días más. Y una nueva negativa de la División de Aurores a una de sus peticiones menores, podría darle luego la excusa perfecta para acusarles de atropello cuando una realmente importante recibiese otro no.

- Puede retirarse, Weasley. Debo recibir al Embajador Coreano. Daré aviso al Ministro cuando termine mi reunión, me consta que está muy interesado en conocer los resultados.

Percy hizo un forzado asentimiento con la cabeza y salió de su despacho. Nunca fallaba, no había mejor cosa para que Draco le perdiese de vista que restregarle por las narices la relevancia de su puesto y su trabajo.


Harry tenía que reconocer que aún sentía una ligera envidia cuando veía desaparecer a una patrulla de aurores alertada por un altercado. Todo aquel laberinto burocrático que se extendía sobre su mesa en forma de pergaminos y memorandos, no le resultaba ni la décima parte de interesante que un breve intercambio de hechizos corriendo detrás de los malos. Cualquiera diría que ya había tenido cantidad más que suficiente de peligro para colmar cuatro vidas, pero la suya sin él no parecía la misma.

A veces pensaba que el puesto de Jefe de la División de Aurores le había llegado demasiado pronto. Había disfrutado muchísimo más su preparación en la Academia o sus años como novato que su flamante ascenso. Sólo cuando pensaba en James, en Albus y en Lily agradecía no tener que haber puesto su vida en peligro tantas veces como su propia adrenalina le pedía. Además, el puesto le había relegado un poco de la acción pero le había dado voz en el Wizengamot y eso, junto a la agresiva campaña de Hermione por la derogación de las leyes pro-sangre puras, había conseguido que el mundo mágico fuese un poco más democrático, dentro de esa oligarquía que cualquier mago con sangre muggle podría achacarle a Shakelbolt.

Por suerte, la población mágica parecía más que contenta con el gobierno que tenía desde la caída de Voldemort. Al menos, los que no estaban en Azkaban o no tenían la marca tenebrosa marcada en el brazo. Incluso Draco, que sí la tenía, se había hecho un hueco en el mismo sistema y participaba de él sin muchos escrúpulos. La marca de Draco… Había sentido cierta incomodidad al desnudarle, temiendo no soportar verla sobre su piel, pero no había sido tan grave. Incluso en cierto momento se había atrevido a rozarla con los labios. Quizá si las cosas seguían bien entre ellos, podrían llegar a bromear sobre el tema o jugar al mortífago que se folla al auror atado a la cama de pies y manos…

El suave golpe en la puerta hizo que Harry diese un respingo en su silla, sacándole de su momento erótico número cinco en lo que iba de día.

- Adelante.

- ¿Te cojo muy ocupado? - Un pelo intensamente azul y una enorme sonrisa se colaron por la rendija de la puerta.

- ¡Teddy! ¡Ven aquí ahora mismo!

Harry no podía evitarlo. Su ahijado tenía ya veintidós años, todo un hombretón que le sacaba una cabeza de altura, pero aún así no podía resistirse a darle un abrazo de oso cada vez que volvía a verle. Algo que era muy poco habitual desde que Teddy había decidido recorrer toda Europa como voluntario para erradicar la discriminación hacia ciertas criaturas mágicas. Sus discurso en Alemania sobre la inocencia del licántropo había tenido gran repercusión en las páginas del Profeta y en toda la opinión pública. Andrómeda decía que era un incauto, Victoire un desconsiderado y Harry pensaba que era extraordinario.

- ¿Cuándo has vuelto?

- Hace unas horas. Después de la abuela, eres la primera persona que veo.

- No sé qué pensará Victoire de eso…

El encogimiento de hombros y la expresión despreocupada de Teddy no auguraban nada bueno.

- Haga lo que haga, ella siempre va a quejarse, padrino. Así que he preferido venir a contarte cómo es el calabozo de los aurores rusos.

- ¡Teddy Lupin! No me digas que te han vuelto a detener por escándalo público…

- Sólo era una pequeña manifestación, sin mucho alboroto. Ya sabes, te hechizan con un Incarcero, te tienen allí unas horas y, cuando pones cara de arrepentido…

- Estar detenido no es gracioso, Teddy.

- Vamos, padrino… ¡si fue divertido! Vamos a comer juntos y te cuento todos los detalles.

El Jefe de Aurores, muy a su pesar, asintió convencido.


Los Tres Dragones era un selecto restaurante del Callejón Diagon donde Draco solía cerrar grandes acuerdos internacionales, o en días libres de agenda invitar a comer a su mejor amigo. Por fortuna, su mejor amigo tenía casi tantos galeones como él y las invitaciones a una mesa privada para dos regada del mejor vino podían ser recíprocas. Ese día en concreto pagaba Blaise.

- Dime qué ocurre, Draco. ¿Corea va a anexionarse a Gran Bretaña y te han nombrado Emperador de las nuevas y prolíficas tierras?

Draco sonrió contra su copa y apuró un nuevo sorbo de su Chateau Laffite. Para eso de los vinos, los muggles sí que tenían manos diestras. Los magos habían alcanzado su techo con la cerveza de mantequilla.

- No, espera. Dumbledore ha venido de ultratumba con una nueva profecía que dice que pronto serás Ministro.

El pequeño trozo de carne que Draco llevaba hacia su boca no consiguió acallar su risa.

- Ésa es buena, Blaise. Alguien debería filtrársela a El Profeta.

- Dime qué te pasa, Draco. Porque desde el día en que nació Scorpius no te había visto tan feliz. Y si me remonto un poco más, creo que tenías nueve años.

- Lo impensable ha sucedido.

Blaise dejó el cuchillo y el tenedor sobre el plato, con el ruido adecuado para sonar sorprendido pero no maleducado.

- ¿Potter?

- ¿Sabes? Algún día acabará enfadándome que me conozcas tan bien.

- Merlín, sabía que algún día acabaría pasando con ese tonteo que os traíais los dos. Pero aún así… ¿Y cómo estuvo?

- Francamente delicioso.

Draco pasó distraído la punta de la lengua por el tenedor, como si estuviese hablando del plato que degustaba y no de follar con otro hombre.

- ¿Y ahora?

- Ahora a repetirlo cuantas veces sea posible.

- Ambicioso como siempre.

- ¿Acaso existe otra forma?

Dos sonrisas y dos copas de vino chocaron en el aire.


Para la hora de la cena, Harry no sabía si sería capaz de meter nada en su estómago. Hacía mucho tiempo que no se ponía tan nervioso ante una cita. Era la primera vez que quedaba a solas con Draco. Que la noche anterior hubiesen coincidido en un pub cercano al Ministerio, se hubiesen tomado un par de copas juntos y hubiesen acabado metiéndose mano en el baño de caballeros y pidiendo a gritos una cama, no tenía mucho que ver con sentarse frente a frente en la misma mesa y mantener una conversación como hombres civilizados y, a poder ser, sin erecciones entre ellos.

Una hora más tarde, Harry supo que no tendría que haberse preocupado. La conversación fluía entre ellos de forma natural y relajada. Los temas salían sin ningún esfuerzo más que el de la mera curiosidad por conocer la vida del otro. Draco era divertido, mucho más de lo que había dejado entrever en ese humor suyo que siempre se gastaba. No había escogido un lugar demasiado suntuoso, sino un pequeño restaurante en Hogsmeade con chimenea de leña y ambiente privado. El vino hacía maravillas en el ánimo de Harry y la comida, en su opinión, estaba riquísima. El tonteo que les envolvió cuando llegaron los postres le recorrió la espina dorsal en varios viajes. No tardaron mucho en estar de nuevo en su casa, besándose en el sofá y deshaciéndose de la molesta ropa que se empeñaba en complicarles las cosas.

Ésa vez fue Draco quien estuvo dentro. Lento, torturador, mandón, justo como Harry lo quería. Cuando ambos se corrieron, Harry le rodeó posesivo con brazos y piernas y sólo dejó que se despegara de su cuerpo para ir a buscar un par de cervezas a la nevera. Cuando entró en la habitación, Draco se deshacía con la maña que da la práctica de las chapas, usando el abridor. Harry no pudo evitar sorprenderse.

- ¿Cómo sabes tantas cosas del mundo muggle?

- Estuve casado, ¿recuerdas?

- Con una bruja.

- Sí, tenía bastante de eso.

- Quiero decir que no era muggle, Draco.

- Pero sí era mi esposa, la que iba a dar a luz a mi hijo, y yo tenía que ser un buen marido. No por eso dejaron de gustarme las pollas.

- Y déjame adivinar, las buscabas en otros mundos.

- Buena deducción, Potter. Salud.

La cerveza estaba helada y sentó de maravilla a la garganta seca de Harry. Tanto que pareció darle valor para hablar de ciertas cosas.

-Yo también lo hice. Quiero decir, no fui infiel, pero cuando me separé de Ginny… bueno, también busqué otras… cosas.

- ¿Pollas?

- ¿Te gusta la palabra, eh Malfoy?

- Me encanta - lo decía como si de verdad saborease la palabra, u otra cosa, en su boca - Fue una pena no habernos encontrado en alguno de aquellos antros muggles.

- Nos hemos encontrado ahora.

- Sí, lo hemos hecho.

Draco le dio un beso en los labios y apoyó la cabeza en su hombro. Harry le rodeó de nuevo con el brazo, decidiendo que esa postura era su favorita desde preciso momento. Durante unos instantes sólo se oyó el ruido de la cerveza deslizándose desde las botellas. Hasta que Harry miró la palma de su mano y lo recordó todo.

- Oye, Draco… sobre lo de ayer, lo de la cicatriz, quería decirte que no me gustaría que pienses que…

- Tranquilo, Harry. Yo soy el que debe disculparse. Un pacto de sangre es algo muy privado, y ningún mago debería preguntarle a otro sobre ello. Lo siento, no volveré a hacerlo.

- ¿Un pacto de sangre? Yo nunca he hecho un pacto de sangre.

- No necesitas mentirme.

- ¡Draco! ¿Quieres escucharme? Nunca lo he hecho.

Draco se incorporó para mirarle a los ojos y, tras un breve pero intenso análisis, parecía dispuesto a creerle.

- ¿Seguro?

- Claro que sí. La única sangre que vertí en un rito fue la que Voldemort me robó para volver a la vida. Fue en el brazo y no tengo marcas.

- Está bien, te creo.

- Me alegro, porque no te estoy mintiendo. Y te juro que no veo ninguna cicatriz en mi mano, Draco, ninguna.

- Yo sí la veo, Harry, pero no sé. Tal vez porque llevo la marca puedo ver rastros de hechizos de los mortífagos. Si no te duele y nunca la has sentido, no tiene mayor importancia.

- Supongo que no.

- Venga, olvídalo. ¿Podemos probar un poco la caja negra? He visto que tienes una y no sé cómo funciona. Las había en los hoteles a los que iba cuando salía con los muggles. ¿Es verdad que tiene dentro imágenes?

Las orejas de Harry saludaron con alegría a la sonrisa acercándose.

- Se llama televisión, Malfoy. Y voy a enseñarte qué clase de imágenes salen ahora en algunos canales.

CONTINUARÁ…

*Ministerio de Magia