¡Hola! :) ¡Cuánto tiempo! XD Hubo un lío con Fanfiction que no me dejaba subir la continuación de la historia, y al cabo de unos meses (porque estuve mi tiempo esperando ¬¬) decidí que estaba harta y me hice una nueva cuenta XD. Os avisé por un Review, el problema, es que en mi nueva cuenta tampoco me dejaba subir nuevas historias, y busque en internet y encontré una manera de solucionarlo :D. Aún así sólo se pueden continuar historias ya empezadas, no subir otras nuevas :S. Por lo menos, aquí tenéis el segundo capítulo y siento las molestias que todo esto haya podido causar.
¡Qué disfruteis de la lectura! :)
PD: Lils White sigue activa :D
Disclaimer: ¿Te suena un grupo de amigos que no paraban de meterse en líos y se ponían motes para identificarse? ¿Una pelirroja de ojos verdes con muy mal genio o un Slytherin de pelo grasiento al que le encantaban las artes oscuras? Es normal, los creo J.K. Rowling y le pertenecen.
2. Segundo año
—¡Eh, James!
Un niño de unos doce años, pelo negro y rebelde y gafas redondas, se volvió de golpe e intentó distinguir, entre la gente que deambulaba por el andén, al niño del que procedía esa voz.
—Tío —jadeó un muchacho alto y de ojos grises al llegar a su lado; se había dado una buena carrera—, no sabes lo que me ha costado librarme de mis padres.
El otro alzó una ceja.
—¿Siguen haciéndote la vida imposible?
—Ahora más que nunca —se fijó por primera vez en los dos adultos que había al lado de su amigo—. ¿Estos son tus padres?
Él asintió con una sonrisa.
Eran bastante mayores para ser padres de un niño tan pequeño, y la mujer estaba pálida y ojerosa, y parecía algo enferma. Sin embargo, ambos sonreían cordialmente.
—¡Qué me dejes en paz! —una voz se alzó por encima de las demás, y todos se volvieron para mirarla. La chica se ruborizó, contrariada por haber llamado la atención. Pero Lily, con los ojos llenos de lágrimas y los labios apretados, no se percató.
—Tuney, somos hermanas, no puedes… —hipó, e hizo un esfuerzo por contener las lágrimas— no puedes tratarme así.
—¡Tú no eres mi hermana! —le espetó, bajando la voz; aún así se la podía escuchar perfectamente—. No eres más que un bicho raro. Eres repugnante.
Las lágrimas se desbordaron de los ojos de Lily.
—¡Petunia! —se enfadó su madre—. Basta ya, no trates así a tu hermana.
Ella alzó el mentón despectivamente. Lily, cogiendo aire, se secó las lágrimas, agarró su baúl y su lechuza, les dio un beso de despedida a sus padres, y sin cruzar una palabra más con su hermana, se dirigió al tren.
—Una pelea fuerte, ¿eh? —comentó Sirius.
—No me imaginaba así a la hermana de Evans —murmuró James, siguiendo con la mirada la melena pelirroja de Lily.
—¡Eh, chicos! —Peter, jadeando, detrás de ellos, arrastraba su baúl como si pesara toneladas.
—Pete, ¿qué hay? —Sirius le dio una palmada en la espalda que casi lo derribó—. ¿Has pasado un buen verano?
—Sí… no ha estado mal.
—¿Por qué estás tan cansado?
—Un perro me ha perseguido por el camino —admitió el niño, inclinando la cabeza.
Sus amigos se echaron a reír.
—Un poco más de solidaridad, que sois sus amigos —una voz áspera, pero jovial, proveniente de un muchacho delgado y despeinado, interrumpió el momento.
—¡Remus! —exclamó James, sonriendo—. ¿Qué tal?
—Como siempre —señaló el tren—. ¿Vamos?
Severus no conseguía encontrar a Lily por ninguna parte. No estaba en los compartimentos por los que había pasado, y en el lavabo de chicas —se había asomado fugazmente— tampoco parecía haber rastro de la muchacha.
Empezaba a preocuparse. Había contemplado desde lejos toda la discusión que había mantenido con su hermana. No entendía como Lily —tan simpática, tan dulce, tan… perfecta— podía compartir genes con esa muggle. En realidad, lo extraño es que fuera hija de muggles. En ocasiones, Severus se preguntaba si no sería adoptada.
Y por fin, en la enésima vuelta que daba, la vio.
Estaba acurrucada en un compartimiento, con los ojos rojos e hinchados y las manos crispadas. Pero lo peor de todo, es que no estaba sola. Dos de sus amigas —Severus no recordaba sus nombres— la consolaban.
Furioso, apretó los labios y se marchó de allí.
—¿Otra vez vas a visitar a tu madre?
Remus, que se encontraba en aquellos instantes guardando libros en su baúl, se tensó al escuchar la pregunta pretendidamente inocente de Sirius.
—¿Por qué lo dices? —inquirió, intentando mantener un tono normal.
—Como siempre vas a visitarla en luna llena…
Ésta vez, Remus no pudo evitar palidecer como si el mismísimo Voldemort le hubiera pedido que bailara la salsa desnudo.
—¿Luna llena? —hasta él noto el nerviosismo en su voz—. ¿De dónde sacas eso?
—Tío —intervino James— llevas desde el año pasado ausentándote cuando hay luna llena. Unas veces estás enfermo, otras vas a ver a tu madre. Te inventas cualquier excusa. Somos tus amigos, nos lo puedes contar.
Remus se incorporó, alterado.
—No os tengo que contar nada porque no pasa nada, ¿de acuerdo? —la puerta de la habitación se cerró tras él.
Sirius miró a su amigo.
—Y dices que yo tengo poco tacto…
Como todos los meses, Remus siguió a la señora Promfey por el castillo hasta llegar a los jardines. La mujer llevaba un camisón blanco que ondeaba al viento, y Remus no pudo evitar pensar que parecía un fantasma que lo guiaba a su condena.
Sacudió la cabeza intentando apartar esos pensamientos. Por suerte, ya llegaban al Sauce Boxeador. Se detuvieron a una distancia prudencial —lo suficiente para que no les alcanzaran sus ramas— y Promfey alzó la varita y le dio una ligera sacudida; un palo se elevó del suelo que rodeaba el Sauce y le dio un golpe en el tronco, donde Remus sabía que había una especia de botón.
El sauce paró en seco cualquier movimiento —antes había estado sacudiendo las ramas—, y la señora Promfey, echando una crítica mirada al cielo, lo condujo por el pasadizo que allí se ocultaba.
A la Casa de los Gritos.
Ya empezaba a sentir los efectos de la luna cuando la sanadora del colegio lo encerró en una de las habitaciones de la casa —en la que siempre ocurría todo, y que estaba llena de arañazos y destrozos provocados por el lobo—.
Como siempre, trató de resistirse.
Cayó al suelo respirando muy deprisa y con el corazón bombeando con fuerza, el dolor expandiéndose desde su pecho. Se clavó las uñas en las palmas de las manos y lanzó el primer grito.
La respiración se convirtió en un jadeo animal, el dolor que lo consumía por dentro pasó a la piel, de la que empezó a crecer pelo oscuro. Se puso a cuatro patas y sus articulaciones se volvieron más cortas, pero más fuertes. Los dientes se afilaron y las pupilas se dilataron. Rodó por el suelo y volvió a gritar.
Su corazón adoptó un ritmo frenético, y sus manos se transformaron en garras. El dolor desgarrador que lo consumía aumentó, y Remus —lo que quedaba de Remus— gritó con todas sus fuerzas.
Una palpitación.
Dos.
Tres.
La mandíbula se le alargó hasta convertirse en un hocico, y por un momento, creyó oír la voz de James. El desconcierto duró poco, ahogado por el dolor.
Cuatro.
Cinco.
Y entonces, entre el dolor de la transformación, empezó a perder su parte racional. Y sintió verdadero miedo.
Seis.
Siete.
Ocho.
Gruñía, ya ni siquiera jadeaba. Su inteligencia, su parte humana, luchaba por el control de su mente, pero la bestia era más poderosa, y como todas las noches de luna llena, venció.
Nueve.
La oscuridad, como un pulpo extendiendo sus tentáculos cubrió cada recoveco de su mente, y Remus no pudo hacer nada para impedirlo. El lobo se hizo con el control.
Y ya no gritó, aulló.
Diez.
—¿Quieres estarte quieto, Pete?
—Es que me has pisado el pie.
—Yo no he pisado nada, habrá sido James.
—Tú eres el único con los pies tan grandes.
—Pero…
—¿Queréis callaos?
A simple vista, el pasillo estaba completamente vacío. Ni siquiera fijándote podías descubrir a los tres merodeadores —como a ellos les gustaba llamarse— cubiertos por la capa de invisibilidad.
No era la primera vez que salían fuera de su Sala Común a deshoras cubiertos por la capa, pero sí era la primera vez que lo hacían sin Remus.
Doblaron la esquina y llegaron hasta la puerta trasera que daba a los jardines y que con un simple «Alohomora» consiguieron abrir.
Hacía frío.
Un frío horrible, de esos que se te meten entre la ropa y te calan los huesos, dejándote una sensación de vacío y la inquietud de sentirte observado.
—¡Esperad! —la mano de James, oculta bajo la capa, se alzó y señaló una figura blanca en la oscuridad.
Era Promfey.
Su camisón blanco ondeaba al viento —Sirius agarró bien la capa para que no saliera volando—, y a su lado, una figura oscura y encorvada contemplaba el Sauce Boxeador.
Era Remus.
Los tres cruzaron una mirada trémula, y se dirigieron —con más sigilo que antes si cabe— hacia ellos.
La Señora Promfey usaba la varita para elevar un palo y tocar el tronco del Sauce, que paró sus continuos movimientos y se quedó quieto, como un árbol normal. Entonces, Remus y Promfey se metieron en un pasadizo al lado del Sauce, que ninguno de los tres había visto nunca.
—A lo mejor lo que pasa es que tienen un romance secreto —comentó Sirius en un susurro, intentando relajar la tensión—. Ya sabéis que Remus es muy tímido para estas cosas.
No funcionó.
James le lanzó una mirada fúnebre y Sirius calló. En silencio, y contemplando de reojo el Sauce por si le daba por moverse, se internaron en el pasadizo.
No tardaron en descubrir que era un tobogán lleno de polvo que acaba unos dos metros por encima del suelo. James y Peter cayeron encima de Sirius.
—Menos mal que has caído tú primero, macho —murmuró James—. Si llega a ser el pobre Pete lo habríamos aplastado.
Sirius gruñó algo incoherente y se incorporó. Los tres se apresuraron a meterse de nuevo bajo la capa, que con todo el deslizamiento se había desajustado bastante.
Como todavía no habían ido a Hogsmedade, no conocían la Casa de los Gritos, pero no tardaron en darse cuenta de que se encontraban en un sitio apartado y abandonado.
El suelo, de madera vieja y mohosa, crujía bajo sus pasos, y la poca luz que entraba por las pequeñas y sucias ventanas no los ayudaba mucho a saber por donde iban. Sin embargo, ninguno de ellos, ni siquiera bajo la capa, se atrevía a encender la varita.
El sonido de alguien acercándose a toda prisa los detuvo en seco, y la señora Promfey pasó a su lado con la varita brillando en alto y caminando a toda prisa. Por supuesto, no los vio.
Los tres amigos respiraron más aliviados y siguieron su camino —que no sabían muy bien cuál era—. Entonces, en medio del silencio, resonó un grito.
—Remus —soltó Peter en un cuchicheo atemorizado.
Y los tres echaron a correr.
Se olvidaron de la capa —que les resbaló hasta los hombros—, y de que Promfey aún andaba cerca y estaban haciendo mucho ruido. Se olvidaron de que estaban en una casa solitaria en la que podía habitar cualquier cosa y que debían ir con cuidado.
Otro grito.
Seguidos por él, y cada vez más preocupados, llegaron a una puerta de madera vieja, pero fuerte y consistente. Se detuvieron un momento, respirando agitadamente, y escucharon. Una respiración profunda y unos gruñidos salvajes daban a indicar que en su interior se encontraba algún tipo de animal —Peter tembló, y James dedicó una mirada interrogante a Sirius, que estaba mortalmente serio—, pero entre ellos, prestando un poco de atención, se distinguían los débiles gemidos de su amigo Remus.
James, no pudiendo soportarlo más, se precipitó a la puerta y comenzó a aporrearla.
—¡Remus! —gritó—. ¡Remus! ¡Te sacaremos de ahí!
Hizo un intento de echar la puerta abajo, pero Sirius lo detuvo del brazo; tenía la cara desencajada.
—James… no creo que sea buena idea.
—¡Tenemos que sacarlo de ahí! ¡Hay una especie de animal salvaje que…!
—James —repitió Sirius en el tono que alguien usaría en un funeral—, el animal es Remus.
Los tres callaron, demasiado asustados para decir nada. Hubo un crujido en la otra habitación, y la bestia —Remus— gruñó más fuerte que antes.
—¿Quieres decir que… —Peter tenía la voz más aguda que de costumbre— que Remus es…?
La frase fue interrumpida por un aullido.
—¡Vámonos de aquí! —les instó Sirius.
Algo se precipitó contra la puerta y la hizo temblar.
—¡Corred!
Podían escuchar los rugidos de la bestia a sus espaldas —porque esa cosa no era Remus—, mientras recorrían los pasillos de la casa a toda velocidad.
Se oyó un estruendo a sus espaldas, y los tres se miraron atemorizados sin detener la carrera. La bestia había tirado la puerta. La sintieron detrás, acercándose a ellos. Peter soltó un gemido.
James logró ver a lo lejos el tobogán, y tirando por el camino una mesita clásica llena de telarañas, los tres consiguieron llegar hasta allí.
—Vamos, subid —exclamó James.
Peter jadeando aún por el esfuerzo de la carrera, fue el primero en subir. Sirius lo siguió, resbalándose de vez en cuando ante el empinado tobogán. James fue el último. Sintiendo la respiración de la bestia en su nuca —no era Remus, no podía ser Remus—, se dispuso a subir con sus compañeros.
La bestia —no es Remus, ¡no es Remus!— estaba más cerca de lo que había pensado, y en su desesperada escalada, llegó hasta él con un rugido cuando apenas estaba unos metros más arriba, saltó y logró clavarle las uñas en la pierna. James gritó, y las lágrimas le empañaron la visión. Logró sacudirse las garras de la bestia y en un esfuerzo sobrehumano continuó la ascensión.
—¡James! —escuchó que le decían Sirius y Peter desde arriba.
Consiguió salir de allí medio arrastrándose y ayudado por sus amigos, que tiraron de él. La pierna le dolía muchísimo, y lo veía todo borroso, como si se hubiera quitado las gafas. Aunque por suerte, estás seguían en su sitio.
—¡Oh! —escuchó que decía Peter al ver su herida.
—James, estás sangrando —Sirius parecía muy preocupado—. Tenemos que llevarte con Promfey.
James estaba demasiado cansado y dolorido para protestar, así que se dejó arrastrar por sus compañeros.
A su espalda, todavía podían oírse los aullidos de la bestia.
—Lo siento —murmuró Remus por enésima vez, sentado en su cama y con la cabeza gacha.
—Déjalo ya, Remus —Sirius estaba espatarrado sobre la de James, con la boca llena de ranas de chocolate—. No tienes porque disculparte, fue una noche emocionante.
—Sirius tiene razón —James, al lado de Sirius pero sentado y con la pierna vendada hasta la rodilla, le sonrió—; estuvo bien, podríamos repetirlo. Aunque ésta vez las garrar quietas, ¿eh?
—¡Esto no es para tomárselo a broma! —gritó Remus incorporándose bruscamente—. ¿Os dais cuenta de lo habría podido pasar si no hubierais sido tan rápidos? ¡La herida de James lo de muestra! ¡Soy un monstruo!
—No eres un monstruo, Remus —James lo miró con seriedad—. Eres una persona como nosotros, sólo que en vez de tener granos o estar estreñido, tú tienes un pequeño problema peludo.
Sirius soltó una carcajada que hacían temblar los muros del colegio, y los ojos de Peter —acurrucado en su cama— brillaron, anticipando una sonrisa.
—¿Un pequeño problema peludo? —Remus parecía a punto de romper algo—. ¿¡Un pequeño problema peludo!
—Ya sé que soy un artista y tengo mucho ingenio, no hace falta que lo repitas tanto.
—¡Esto no se trata sólo de que me salga pelo cada luna llena! ¡Me transformo en un monstruo, joder! ¡En algo capaz de matar a sus mejores amigos!
A sus palabras las siguió un silencio, que Sirius rompió exclamando:
—Remus, ¿acabas de decir una palabrota?
El susodicho soltó un gruñido, desesperado, y volvió a sentarse.
—Mira, Remus —James se puso más recto y miró a su amigo fijamente—: somos tus amigos, no vamos a dejarte de lado por esto. ¿Qué si nos vamos todos juntos a contemplar la luna llena? —El asomo de una sonrisa apareció en su rostro—. Evidentemente no, pero no veo porque no vamos a poder hacer contigo cualquier otra cosa.
—Eso se puede malinterpretar —soltó Sirius; James puso los ojos en blanco, Peter soltó una risita y Remus aflojó un poco el ceño.
—Quiero decir Remus, que entendemos que lo que te pasa no lo puedes controlar. A mi pierna tú no le has hecho nada, ha sido el… lobo. Y tampoco es para tanto —añadió—, la señora Promfey me ha curado muy bien, y no ha hecho preguntas.
Remus aflojó el ceño del todo y sus ojos brillaron.
—Ahora no te vayas a poner a llorar —le advirtió James, horrorizado.
Remus sonrió débilmente, y Peter se incorporó y se acercó a él. Se sentó a su lado, vacilante, y lo miró con sus ojillos de rata.
—A mí no me importa que seas un licántropo —afirmó.
—Tíos, no es por nada, pero os estáis amariconando —observó Sirius metiéndose un puñado de ranas en la boca. James le pegó un pescozón.
Remus sonrió del todo.
—Gracias chicos —murmuró levantándose—. Voy a dar una vuelta, quiero estirar las piernas.
Se detuvo a medio camino de la puerta y se volvió hacia ellos.
—Pero esto no significa que la aventura de anoche pueda repetirse, ¿está claro? Soy muy peligroso.
—Vale —dijeron los tres a la vez sonriendo angelicalmente (o intentándolo).
Remus los miró con un brillo de suspicacia en los ojos, pero acabó sacudiendo la cabeza, sonriendo, y saliendo de la habitación.
Entonces, James se volvió hacia Sirius.
—Bueno, ¿nos dices ahora cuál es la fantástica idea que se te ha ocurrido?
Sirius se incorporó y miró a sus dos amigos con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Vamos a convertirnos en animagos!
—Potter.
James se dio la vuelta para toparse con una brillante melena pelirroja y unos ojos increíblemente verdes.
—Evans —la saludó con precaución.
Le extrañaba que le dirigiera la palabra. Nunca lo hacía si no era para regañarle por hacer algo prohibido o gritarle que no se metiera con Snape.
Tampoco es que le importara que lo mirara con desprecio.
—Remus lleva unos días muy raro —dijo sin andarse con rodeos—, ¿sabes que le pasa?
Remus era el único de los cuatro que le caía bien.
—No —mintió.
Lily soltó un bufido.
—Vamos Potter, eres uno de sus mejores amigos. Está claro que lo sabes.
Le irritaba sobremanera ese tono de sabelotodo que tenía siempre.
—Tal vez —¿qué se creía, qué podía meterse en la vida de Remus?—, pero si no te lo ha contado no veo porque tendría que hacerlo yo.
Lily lo miró de forma extraña.
—Supongo que tienes razón —admitió para su sorpresa—: Es que estoy muy preocupada por él.
—Ya —no se le ocurría que otra cosa decir.
—De todas maneras… gracias.
—¿Por qué?
—Por estar con él.
Le dirigió una mirada crítica a su pierna vendada y después al retrato de la Señora Gorda por la que acababa de entrar Remus.
—Hasta luego —se despidió con educación.
James la observó alejarse y tuvo la extraña sensación de que Lily Evans sabía más de lo que daba a entender.
Lo sé, lo sé, lo sé.
No hay autora que se haya retrasado más en subir un capítulo. Y aunque tiene justificación —Fanfiction y sus jodi... problemas—, sé que no merezco ni que os dignéis a leer éste capítulo.
Lo siento muchísimo, de verdad. Pero por desgracia no puedo decir que no me vaya a retrasar otra vez, porque mi vida simplemente no me deja tiempo, y además no podemos saber los problemas que me reservará Fanfiction (creo que me odia).
No sé si habrá alguna que todavía esperara que continuara con el fic, o que quiera saber algo de mí después de todo este tiempo, por si acaso, ¡gracias por leer!
Sé que se supone que es un fic de humor, y éste capítulo no tiene mucho, pero es cuando se descubre que Remus es un licántropo, no es para reírse. También sé que Lily sale más bien poco (al principio y al final), pero lo de Remus acabó pillándolo todo.
Hay muchas que me habéis dicho que no os gustan ni Peter ni Severus, y tampoco es que sean de mis personajes favoritos, pero estoy intentando hacer esto lo más canon posible, y según los libros, Peter era parte de los merodeadores, y los tres lo apreciaban sinceramente. Y Snape era amigo de Lily.
Y me he dado cuenta que Sirius ejerce una extraña influencia sobre mí, y tengo que resistirme todo el rato para no escribirlo todo sobre él xD.
También hay una escena de nuestra parejita en el capítulo (que ya iba siendo hora). No es que ya se hayan enamorado ni nada, simplemente James se ha dado cuenta de que Lily no es tan insoportable como el pensaba.
Bueno, termino ya, que mis notas finales son más largas que el capítulo XD.
Agradecimientos especiales a Samantha, ChabeMica, twilight-hp 123, Vane-Potter Weasley, MeryIsabella, Miss larien y Simona Polle por dejar Review en el capítulo anterior :).
¡Mandar Reviews te permite darte un paseo por Hogwarts y besar a tu merodeador favorito! ;)
Lils
