Disclaimer: Ningún personaje de Naruto me pertenece.

1/22 - Número de capítulos en total (Prólogo y Epilogo, incluídos).

Dedicada a: Lucía991, o también conocida como mi Imouto-chan, hermana menor, Morsame, etc. En fin, hermanita. Ojalá te guste a pesar de que sé que no es una pareja que te encante demasiado. Realmente no me importa, te va a gustar o gustar (broma). Te quiero, realmente no tengo mucha opción tampoco =P. Nos vemos y besitos. =).

Hola a todos, ¿cómo están? Espero que bien. Bueno, me tomó un tiempito pero finalmente la tengo lista y hoy comienzo a subirla. Había considerado hacer esto antes de haber terminado incluso la anterior. Y dado que hubo varios/as que también lo sugirieron, decidí hacer esto, a pesar de que no suelo hacer secuelas. En fin, esta nueva historia es obviamente un GaaHina, y como tal es también la secuela de "El niño monstruo y la niña que no quería el mundo". Es también algo más larga que la anterior (como habrán visto por el número de capítulos) y los capítulos son más o menos igual de largos a los de la otra. Aunque, por supuesto, el prólogo es también más breve como el de la otra historia, a modo de introducción. Para los que nunca leyeron una historia mía, no lo saben, o simplemente se olvidaron, les cuento que yo actualizo todas los días. Un capítulo por día, sin falta. Al menos, es una promesa que hago e intento cumplir al pie de la letra. Y ahora si, no los molesto más. Espero que esta nueva historia sea de su agrado. Desde ya, gracias por tomarse la molestia de leer. Y, si no es demasiado abuso a su bondad, me gustaría saber su opinión. Así como toda crítica constructiva es bienvenida, con tal de mejorar. ¡Gracias! Nos vemos y besitos.


El legado de Viento y la voluntad de Fuego


Prólogo

"El niño monstruo y la niña que no quería el mundo"


Él era un niño, un monstruo, y el Kazekage de la aldea de la Arena. Y desde que tenía memoria, y podía recordar, entre recuerdo y recuerdo teñido de rojo, siempre lo había sido. Siempre había sido todo ello, el pequeño niño monstruo. Perdido. Olvidado. Y despreciado. Nacido de y en la oscuridad y alimentado por ella. Desde el inicio, nadie había querido su existencia. Nadie lo había querido a él. Había nacido, si, y estaba vivo –si es que se podía llamar a aquel dolor atroz, estar vivo-, pero solo porque se había necesitado un contenedor. Y eso era él, un contenedor, un mero cascarón vacío en el que depositar las esperanzas y los miedos y el odio de la aldea, y de su padre. Shukaku. Un arma. En todo y por todo, había nacido para destruir. Para dañar, para estropear y manchar todo lo que tocaba. Y se había convertido en el mejor en ello, en el arma definitiva que todos ellos habían deseado, anhelado, buscado; pero ya no lo querían. No era suficiente, o mejor dicho, era más que suficiente, era demasiado. Él era demasiado. Demasiado peligroso. Una amenaza, habían dicho, eso era su existencia. A pesar de que había sido creado justamente para cumplir ese papel. Para llenar ese molde. Pero, al final, solo lo había dejado vacío. Con un monstruo en su interior que lo devoraba lenta y progresivamente, y un abismo que se extendía delante de sus ojos y bajo sus pies.

Al filo, siempre al filo. Siempre insomne. Observando con ojos negros como pozos la eterna oscuridad que se extendía delante de él, la misma oscuridad que le devolvía la mirada. Porque eso ocurría después de un tiempo, si contemplaba demasiado la oscuridad, esta le devolvía la mirada. Absorbente. Como un gran vacío, un eterno hoyo negro que intentaba devorarlo con promesas de apagar el dolor. La soledad. El dolor de no tener motivo para existir. Porque Gaara había comprendido, entre otras cosas, que el vivir sin motivo era igual que el estar muerto. No, era aún peor. Y el dolor no desaparecía, no se iba. Por más que intentara bloquearlo, continuaba allí, curvándose sobre él, proyectando su sombra y haciéndola recaer sobre sí mismo. Solo... solo... solo...-en cada latido- entonces comprendí, que estoy solo. Y lo odiaba. Odiaba la soledad. Odiaba el dolor. Y odiaba a todos aquellos que lo habían colocado en ese infierno. En ese infierno llamado soledad. En esa eterna y enloquecedora oscuridad...

Eso era, hasta que Uzumaki Naruto se había atravesado en su camino. Hasta que se había enfrentado a Gaara y había implantado a la fuerza cierto sentido común, cierta lógica más allá de la lógica del asesinato, al punto de arrastrarse hacia él –cuando ya no tenía fuerzas, magullado y ensangrentado- con tal de eliminarlo y proteger a aquellos que eran importantes. Amor... por eso es tan fuerte. Y con los ojos adoloridos, acostumbrados a la oscuridad absoluta, percibió el primer rayo de luz. Una mano, que no había temido hundirse en la oscuridad para sacarlo. Porque, como él, Naruto también había visto la oscuridad. La soledad. También había experimentado el dolor en carne propia. Pero había elegido no rendirse, no desistir. No retirarse, nunca retirarse de su camino.

Poco después, le había seguido ella. Hyuuga Hinata, ¿no?

Ella era una niña, olvidada por el mundo, y el fracaso del Clan Hyuuga. Y desde que tenía memoria, y podía recordar, entre recuerdo y recuerdo borroso por las patéticas lágrimas, siempre lo había sido. Siempre había sido todo ello, la pequeña niña que no quería el mundo. Perdida, ignorada, y abandonada. Nacida de y en un mundo de altos estándares, y forzada a vivir por ellos. Desde el inicio, su existencia había sido una decepción. Nadie la había querido a ella. Había nacido, si, y estaba viva –si es que se podía llamar a aquel dolor y a aquella tristeza, estar viva-, pero solo porque se había necesitado un heredero. Y eso no era ella, no era el heredero varón que el clan Hyuuga había esperado del líder de la rama principal, de su padre. Era una niña, una débil y enclenque. Una desilusión. En todo y por todo, había nacido para ocupar un lugar, una función en la estructura de la familia. Un agujero que debería llenar, pero que no podía. Porque no era suficiente. Sin importar cuanto se esforzara, nunca era suficiente. La línea era demasiado alta y Hinata no la alcanzaba con sus pequeñas manitos y su pequeño cuerpo. Los estándares estaban demasiado lejos, y poco a poco solo se convirtió en algo no apto, algo inútil. Una vergüenza. A pesar de que había nacido para cumplir ese papel, para llenar el molde, ya no se esperaba nada de ella. Y eso solo la había dejado rota. Con una inseguridad en su interior, y un camino incorrecto que se extendía delante de sus ojos y bajo sus pies.

Dudando, siempre dudando. Siempre llorando. Observando con ojos blancos como la nieve el camino del derrotismo y la renuncia. Porque eso ocurría después de un tiempo, si contemplaba demasiado ese camino, este le devolvía la mirada. Atrayente. Como una gran nada, una eterna salida que intentaba devorarla con promesas de apagar la tristeza. La soledad. El dolor de no tener razones para luchar. Porque Hinata había comprendido, entre otras cosas, que el vivir sin ser reconocida por alguien más era igual que no ser nada. No, era aún peor. Y en su clan, Hinata no era nada, para nadie. La tristeza no se iba, no se marchaba. Las lágrimas no se desvanecían. Sin importar cuanto llorara, no se acababan. Sus ojos no se secaban. Por más que lo intentara, no lograba nada. No cambiaba nada. No importaba cuanto se esforzara, cuanto intentara ser notada, nadie lo hacía. Nada cambiaba. Nadie la veía. Sola... sola... sola...-en cada sollozo-, finalmente lo había entendido. Para el mundo entero, y-yo... soy invisible...

Eso era, hasta que Uzumaki Naruto se había atravesado en su camino. Hasta que lo había visto por primera vez intentarlo tanto, esforzarse tan dura y arduamente por ser reconocido. Cuando te miro, me siento fuerte, como si pudiera hacer cualquier cosa; que hasta yo valgo algo. Y con los ojos hinchados de tanto llorar, percibió el primer rayo de luz. Porque, como ella, Naruto también había visto la tristeza. La soledad. También había experimentado el dolor en carne propia. Pero había elegido no rendirse, no desistir. No retirarse, nunca retirarse de su camino.

Poco después, le había seguido él. G-Gaara-kun...

Porque, de alguna forma, cada uno a su propia manera, eran iguales. Ambos niños perdidos, niños olvidados en habitaciones vacías de juguetes rotos. Niños descuidados por el mundo, por aquellos que se suponía debían cuidarlos. Habían estados solos, de una forma u otra, crecido solos. Gaara en la oscuridad, alimentando el odio y convirtiéndose en el monstruo que todos habían dicho que era y sería. Y Hinata en la tristeza, intentando sobreponer su fracaso. Y quizá, en primer lugar, eso era lo que le había llamado la atención de ella. Sus ojos, ojos tristes y distantes. Como los de él. Ojos que conocían la soledad. Pero ella, a diferencia de él, no tenía oscuridad. Era todo lo que era puro y bondadoso y utópico en el mundo. Y no le temía. No lo odiaba y no aborrecía su existencia. A pesar de sus advertencias, no se había apartado de él. Ella, a diferencia del mundo, lo veía.

Y quizá eso era también lo que le había llamado la atención de él, a ella. Sus ojos, ojos llenos de dolor y distantes. Como los de ella. Ojos que conocían la soledad. Pero él, a diferencia de ella, no era un fracaso. Era todo lo que era incomprendido en el mundo y todo lo que ella anhelaba ser y lograr. Y él no la juzgaba. No la consideraba rara y un fracaso y no renegaba de su existencia. A pesar de que no era fuerte como él, no se había apartado de ella. Él, a diferencia del resto, la veía.

Al fin y al cabo, eso era todo lo que ellos habían estado buscando. Alguien que reconociera su existencia. Si, eso era todo lo que ellos querían. Algo a que aferrarse... para mantenerse alejados de la soledad.